CAPÍTULO 12. LA SEGUNDA ESPECIE DE HUMANOS Y MI SEGUNDA MISIÓN

   Teníamos previsto elevar paulatinamente el potencial creativo de los humanos y así lo estuvimos haciendo por miles de años.

Pero temiendo que Dos tuviera razón, en la última etapa decidimos no incrementar la creatividad de la siguiente generación y crear un nuevo grupo de adultos con el más alto potencial creativo.

Así, si los humanos más creativos se convertían en una amenaza real y requerían ser eliminados, la tierra no quedaría despoblada porque permanecerían los de potencial creativo disminuido.

En adelante coexistieron dos especies humanas.

Una se conoce con el nombre científico de Homo Sapiens y la otra con el de Homo Neanderthalensis.

Ambas dominaban el fuego y en general poseían la misma inteligencia, pero su desigualdad en potencial creativo les imprimía actitudes que fueron determinantes para su subsistencia.

Tenían dos diferencias físicas destacables, los Neandertales aún mostraban una apariencia simiesca aunque menos evidente que la de sus antepasados.

Los Sapiens podían articular palabras de manera fluida.

Esta mejora la hicimos porque los Neandertales, al desarrollar por si solos su capacidad de comunicación, nos hicieron entender que habíamos cometido un error al no perfeccionar los mecanismos del habla.

En realidad existieron otras especies humanas producto de algunas temerarias modificaciones del ADN, pero para los fines de esta narración me estoy refiriendo únicamente a las dos más resilientes.

De todos modos, la huella genética de las especies ignoradas en este relato y en la antropología moderna, aún prevalece en los sapiens.

Tras la incorporación de los sapiens, el primer paso fue igualar sus conocimientos con los de los neandertales, quienes les llevaban miles de años de ventaja.

Para ello pensamos en enviar tantos mensajeros como fuera necesario, pero para no correr el riesgo de propiciar el surgimiento de nuevos cultos, optamos por transferir a su memoria lo que los neandertales enseñaban a sus hijos sobre cómo convivir mejor, cómo encontrar alimentos y agua, cómo evitar riesgos, cómo fabricar ropa, cómo cazar, algunas leyendas surgidas de los contactos con los seres de luz comisionados como mensajeros, cómo encender fuego chocando piedras o usando materiales altamente inflamables, y todo lo que les pudiera ser útil para adaptarse a su entorno.

El hábitat para ambas especies era el mismo y frecuentemente se encontraban, sobre todo durante los viajes que marcaban el inicio de su vida adulta, ya que invariablemente dirigían sus pasos hacia lo desconocido.

No se agredían, pero preferían no confraternizar, su vida cotidiana era similar y los retos y amenazas eran los mismos.

Al poco de que creamos a los sapiens, los hielos de los casquetes polares comenzaron a avanzar hacia los trópicos.

Ya habíamos atestiguado otras glaciaciones, pero no la anterior a la que comenzaron a sufrir los sapiens, porque tras la frustrante etapa en que modificamos a los neandertales para que comiera carne, decidimos suspender temporalmente nuestra constante vigilancia para no caer en la tentación de evitarles problemas y entorpecer con ello el ejercicio de su libre albedrío y por ende su desarrollo.

Ese frío período acaecido durante nuestro alejamiento propició importantes cambios en el estilo de vida de los neandertales.

La caza se convirtió en una actividad prioritaria.

La fortaleza física pasó a ser determinante de la supervivencia.

Los vegetales dejaron de ser alimento indispensable y cedieron su primacía a la carne.

La organización social cambió de matriarcado a oligarquía machista encabezada por un líder cuasimilitar.

Y el fuego se convirtió en indispensable.

Todo eso lo trasferimos a la memoria de los sapiens, pero pronto, reaccionando al cada vez más hostil ambiente, las dos especies desarrollaron nuevas maneras de conducirse.

Cuando por primera ocasión un clan de sapiens masacró a otro usando quijadas de animales como armas para arrebatarle su preciada leña seca, nos conmocionamos lo inimaginable ¡las guerras entre nuestras creaturas se habían iniciado!

Lo peor fue cuando la hambruna dio pretexto al canibalismo y tuvimos que considerar la terminación de los humanos de las dos especies.

Para entonces ya no éramos las serenas entidades que con infantil inconsciencia acumulamos materia hasta que nos explotó en la cara, ya habíamos aprendido a ejercer nuestro libre albedrío, ya estábamos vinculados anímicamente con nuestras creaturas y habíamos aprendido a reír y a llorar.

También habíamos aprendido que nuestro padre tenía todo resuelto, pero que nosotros teníamos que hacer nuestra parte.

Nos sentíamos capaces de enfrentar cualquier problema y tomar en libertad todo tipo de decisiones, pero ante el canibalismo no atinábamos a definir ni una propuesta sobre lo que debíamos hacer.

Fue entonces que El Verbo nos reunió para informarnos lo que había decidido.

- Quienes han cometido canibalismo serán eliminados, sus cuerpos morirán en medio de dolor y llanto y sus soplos de vida no serán más.

A los que no hayan cometido esa terrible falta los ayudaremos a sobrevivir la glaciación.

Para eso enviaremos un mensajero que les enseñe el uso de un mejor combustible que la leña y la forma de transportar fuego durante sus caminatas, eso les permitirá llegar a las regiones donde el clima es más benigno.

Nuevamente fue la voz de Ella la que se elevó reclamando protección para la humanidad.

- ¡Todos nosotros también debemos ser responsabilizados de las faltas de los humanos!

Si el hombre es el lobo del hombre es porque nosotros lo propiciamos.

Dos replicó con un cuestionamiento mordaz.

- ¿Somos nosotros lo que nuestro padre propicio que seamos?

- ¡Eso es incuestionable! -Respondió Ella y de inmediato lamentó haberlo hecho tan impulsivamente-

Dos contraatacó.

- ¿Debe nuestro padre sancionarse a sí mismo para expiar nuestros errores? ¿Sería válido que El Verbo por ser responsable directo de la creación sea sancionado por los crímenes de la humanidad?

Ella se avergonzó por las consecuencias de su precipitado comentario.

También se sintió agredida por la forma en que Dos, a quien para entonces ya habíamos dado el nombre de Beluzio, había redirigido su autocrítica.

- No, no creo válido que El Verbo deba expiar la culpas de los humanos –dijo-, nuevamente he permitido que sea la emoción y no la razón la que me guíe, por ello me disculpo.

Aún no logro armonizar la existencia que tengo por la razón, con la que tengo porque soy capaz de emocionarme.

- Y nunca lo lograrás -sentenció Beluzio-, yo mismo no creo lograrlo y he abandonado esa lucha para poder disfrutar razonadamente de la vida que me facilita la emoción.

- ¿Qué te mueve entonces Beluzio?

- La emoción por supuesto, como sabemos la existencia se sustenta en la razón y la vida en la emoción.

Los seres de luz tenemos existencia eterna por gracia divina.

Pero solo podemos tener vida por méritos propios.

Para ello tenemos que aprender a emocionarnos y eso solo es posible si aceptamos el riesgo de equivocarnos.

La equivocación es solo posible cuando se usa el libre albedrío, por tanto solo se vive cuando se ejerce el privilegio de actuar con libertad.

- Recuerdo con claridad -Replicó Ella- que tú objetaste el que dotáramos a los humanos con capacidades que no sabrían usar ¿Ya no crees que fue un error? ¿Por qué ahora niegas nuestra responsabilidad por darles capacidades que están usando mal?

Beluzio sin inmutarse respondió.

- Tengo la encomienda de vigilar a la humanidad y ponerla a prueba para sacar a flote sus debilidades, lo que está pasando es solo responsabilidad de ellos.

Me complace que El Verbo haya tomado la decisión de terminar la existencia de quienes ya fallaron, pronto todos cometerán el mismo error y desaparecerán.

Estoy empeñado en tomar nuevas decisiones, no en cuestionar las ya tomadas y mucho menos en señalar culpables o aceptar culpas, nunca condenaré ninguna decisión porque todas cumplieron su objetivo de cambiar el rumbo de los acontecimientos, de lo único que podría llegar a arrepentirme es de no tomar decisiones.

- ¿Fuiste tú quien propició la glaciación? -inquirió Ella con énfasis acusador-

- No, eso estaba previamente programado para el planeta.

Recuerda que el supraentorno mineral es diseño de Nuestro Padre, pero confieso que revisé esa programación y siempre supe que sucedería y que decidí no divulgarlo porque si Nuestro Padre así lo hubiera querido lo hubiese hecho evidente para cualquiera.

- ¿Cómo pudiste? Se hubieran salvado tantas vidas...

- Las vidas perdidas son las de los que cometieron la falta que hoy se castiga, los soplos de vida de las víctimas continuarán existiendo.

- ¿Y el dolor?, ¿y el llanto?

- Son temporales e intrascendentes y son un precio insignificante por el privilegio de tener vida material.

- ¿Por qué siento que tienes la razón y aceptarlo me entristece?

- Pues... yo creo que me das la razón porque ya disfrutaste la materialización, pero no entiendo tu tristeza.

- ¿Tú te has materializado? -Preguntó Ella con incomodidad-

- Constantemente desde que creamos los primeros humanos.

Con esta última respuesta terminó el dialogo en que se centraba la atención de la asamblea de los ciento cuarenta y cuatro mil seres de luz asignados al planeta Tierra.

El silencio se prolongó hasta hacerse molesto y yo sentí la necesidad de romperlo con la exposición de lo que discurrí mientras escuchaba.

- Creo que es prematuro afirmar que nuestras creaturas han fracasado en el uso adecuado de su potencial creativo -Expresé-, es cierto, hay conductas inaceptables, pero solo de menos de la décima parte de la población.

La hambruna y el frío han aniquilado a muchos humanos, los que perecieron prefirieron morir a optar por el canibalismo, prueba de que en su mayoría están triunfando y no fracasando.

Esperemos ver el resultado de las acciones que tomaremos para saber si estamos ante un fracaso o un extraordinario éxito.

Beluzio me miró fijamente por un instante y después se integró a los trabajos para establecer la mejor manera de poner en marcha lo decidido por El Verbo.

Mi sorpresa fue mayúscula cuando fui designado como responsable de enseñar a los humanos a usar el carbón de piedra como combustible y a transportar guijarros encendidos.

Ella fue asignada para darme apoyo.

Lo primero que decidimos fue realizar una visita que nos permitió darnos cuenta de que las cosas eran muy distintas a las de la misión en la que Ella mostró a los Neandertales a hacer fuego frotando maderas.

Como consecuencia de la glaciación ambas especies humanas padecían hambre y frío.

Los clanes habían desarrollado egoísmo, desconfianza y temor entre ellos, dando origen a la nefasta xenofobia que aun contamina la convivencia humana.

También el sentido y causa de las migraciones había cambiado.

Para ese entonces la causa era huir del frío y el sentido era casi siempre de Norte a Sur.

Para mi misión seleccionamos dos clanes, uno de neandertales y otro de sapiens.

Los dos eran los más rezagados.

Los neandertales a causa de una desafortunada serie de eventos.

Los sapiens porque se negaban a abandonar su país.

Fui materializado en una pequeña cueva donde cabía mi persona en cuclillas, un atado de ocho kilos de leña seca y un envoltorio de diez kilos de carbón.

Ella encendió varios carbones y me proveyó con una caja de piedra pómez para transportar uno de ellos.

Se trataba de un ingenioso artilugio que exteriormente no presentaba gran regularidad, conformado por dos mitades con oquedades que confrontadas dejaban un espacio interno en forma de pera con dos estrechos canales que se dirigían uno arriba y otro a un lado.

El canal superior era la chimenea, el otro permitía la entrada del aire que mantenía vivo el fuego.

Para proteger debidamente la caja, le pedí que me diera musgo seco y que creara una bolsa de piel de caballo basándose en un diseño que improvisé.

Uní las dos partes del hornillo amarrándolas fuertemente con una tira de piel de caballo, que también Ella me proveyó, lo coloque entre el musgo y lo metí en la bolsa cuidando de que los canales de aire quedaran libres. Todo el arreglo pesaba alrededor de tres kilogramos.

- ¿Ya quedaron listos los yacimientos de carbón y piedra pómez? –pregunté-

- Tal como lo pediste serán de fácil acceso por varios miles de años, después... es posible que ya no –Respondió Ella-

Protegí la madera con una piel de caballo que también Ella me dio.

Me eché encima todo el inventario y salí de mi refugio para dirigirme al lugar donde se guarecían los neandertales, caminé en una planicie por espacio de una hora bajo una ventisca que me congelaba hasta los huesos.

Mi apariencia era neandertal y aunque la abundante vellosidad de mi cuerpo ayudaba a protegerme del frío, no era de ninguna forma suficiente, por lo que también fui aprovisionado con la mejor indumentaria que los humanos habían desarrollado para sobrellevar el severo clima.

Un ceñido calzón de piel de nutria cubría mis genitales, glúteos y muslos, mis pies y piernas estaban enfundados en botas de dos capas, la interna de piel de chinchilla y la externa de piel de nutria, de mis hombros colgaba una gruesa piel de bisonte ceñida a mi cuerpo con largas correas de cuero de caballo, mis brazos tenían un recubrimiento similar al de mis piernas y cubría mis manos con unos largos guantes rectangulares de piel de nutria que tenían un apéndice para mi dedo pulgar, por último mi cabeza y rostro estaban protegidos por una capucha de armiño y mis ojos por unos anteojos de madera con una delgada rendija por donde podía ver.

Lentamente avancé hacia donde sabía que encontraría a los humanos hasta que el olor proveniente de una estrecha cañada me reveló su ubicación exacta.

Me detuve en la entrada de la cueva para decir a señas "vengo en paz", después me interné en la oscuridad mientras me despojaba de los anteojos y la capucha, hacía mucho frío y mi olfato me indicaba que en el fondo del lugar se hacinaba un numeroso grupo de humanos.

Si bien la cueva era de grandes dimensiones no lo era su entrada, ya que tenía cerca de solo tres metros de anchura, me detuve en el límite de la penumbra, ahí me rodeó un grupo de diez a quince y el líder me dijo varias cosas que no logré entender porque mis ojos aún no se adaptaban a la escasa luminosidad, al notar mi desconcierto fui regresado a empellones a la entrada de la cueva para que pudiera entender sus señas.

- Vete en paz antes de que decida comerte

Ante ese hostil recibimiento respondí con sequedad.

- Traigo fuego y madera seca que puedo darles a cambio de su permiso para quedarme aquí.

- Es imposible iniciar el fuego con este frío, además no hay espacio para ti. Deja la madera en el piso y vete.

- Insisto, traigo fuego encendido, solo permítanme encender una fogata con él.

- Creo que enloqueciste, aun puedes irte en paz, pero si insistes y mientes morirás sin remedio.

- Gracias, encenderé el fuego –Dije ignorando la amenaza-

Me interné nuevamente en la cueva, deshice mi carga de leña y usando un manojo de paja que prudentemente Ella había incluido entre los maderos, formé una cama en donde deposité el ígneo guijarro contenido en la caja de piedra.

El fuego surgió primero perezoso y después con ímpetu devorando la paja y encendiendo los resinosos leños que coloqué encima, las expresiones de asombro y júbilo se fueron sumando hasta convertirse en un monumental bramido colectivo que me intimidó.

El jefe de la cueva se acercó nuevamente.

- ¿Qué pretendes con tu magia? Toda esa leña no durará mucho y nada bueno habrá ocurrido.

- Yo necesito un lugar para pasar la noche y ustedes de mi fuego, solo permítanme enseñarles lo que yo sé y todos nos salvaremos.

- Continúa...

- Traigo aquí piedras de polvo negro que arden mejor que la madera y hay muchas de ellas en un lugar cercano, podremos tener fuego aunque no tengamos madera y te enseñaré a transportarlo en cajas de piedra como la mía.

- Con eso no moriremos de frío y ya es bueno, pero no tenemos comida y el fuego no resuelve eso.

Precavidamente el neandertal ocultó que aún tenían algo de carne seca y vegetales crudos.

- Es cierto, pero tengo una solución, hace poco vi un grupo de venados que no intenté cazar porque no tenía en donde encender mi fuego para cocer su carne.

Si me acompañan les enseñaré en donde están los venados y todos viviremos.

Mentí, pero de inmediato Ella me indicó que se encargaría de hacer realidad mi fantasía.

Una vieja desdentada y flaca dijo con odio.

- ¡Seguramente es una trampa!, ¡los suyos deben estar esperando para comernos!

- Si fuéramos más ¿por qué habría yo de arriesgarme entrando solo?

- Madre, el extranjero dice verdad, si fueran más ya estarían aquí ¿qué hubiéramos podido hacer?, y tú extranjero, veamos como arden tus piedras.

Procedí de inmediato a colocar algunos carbones en la lumbre y a estimular el fuego abanicándolo con mi capucha, mientras tanto los habitantes de la cueva comenzaron a desfilar frente a la fogata para calentarse.

Me sorprendió que imperara la ley del más fuerte, ya que primero pasaron los hombres, después las mujeres, enseguida ancianos y niños, y por último madres cargando a sus pequeños que aún no caminaban. Conté en total cincuenta y seis personas, incluidos seis infantes.

Como preparativo para la cacería, quince entusiastas jóvenes se reunieron en torno de una pila de excremento seco de venado y se embadurnaron de pies a cabeza, después tomaron sendas bolsas de piel de caballo y lanzas con punta de pedernal, yo coloqué un carbón encendido dentro de mi caja de piedra y me la colgué terciada al hombro ante la interesada mirada de todos, hecho lo cual salí al frente de la columna de cazadores llevando también la lanza en ristre.

Al poco estábamos en la nevada planicie, la ventisca había amainado y yo no requería de los anteojos, el sol brillaba con intensidad casi en el cenit y la visibilidad era perfecta, media hora después guiado por Ella conduje al grupo a la mina de carbón y llenamos nuestras bolsas.

De ahí Ella me llevó a una loma desde donde se divisaba en un prado casi sin nieve, una manada de venados compuesta por un imponente macho de casi dos metros de alzada y nueve hembras de solo un metro veinte centímetros.

Mis acompañantes se desplegaron en el campo sin darme una sola indicación de la forma en que yo podría participar, deduje que me excluían porque era el único que no había disimulado su olor con heces de venado, por lo que decidí quedarme en la retaguardia y no correr el riesgo de ahuyentar la manada.

Desde mi mirador podía ver el lento y casi imperceptible avance de los avezados cazadores, la operación envolvente se desarrolló en total armonía y estuvo detenida por espacio de unos tres minutos debido a que el macho irguió nerviosamente la cabeza de hermosa cornamenta de casi tres metros de punta a punta; cuando el precavido gigante regresó su atención a las sabrosas hojas, los cazadores reiniciaron su avance.

- Me siento sucia y traidora -escuche que Ella me decía telepáticamente-

¿Por qué no les dijiste que habías visto un árbol de manzanas repleto de roja fruta?

- Oye, se trata de hacer cosas que se mimeticen con las circunstancias, no milagros que inicien religiones.

- Sí lo sé, pero enviar estos venados a la muerte es lo más difícil de mi existencia... hasta ahora.

Esa conversación la sostuvimos hace miles de años y Ella continúa asegurándose de que yo no olvide que fue lastimada por mi insensibilidad.

En relampagueante acción diez lanzas cortaron el aire al unísono, tres hembras fueron cada una alcanzadas por dos de esos letales proyectiles y cayeron mortalmente heridas, una cuarta corrió con una lanza incrustada en su costado dejando un rastro de sangre sobre la blanca nieve y se derrumbó cincuenta metros adelante.

El macho recibió tres impactos y fue atacado ferozmente por los cinco cazadores que habían conservado sus lanzas.

Cinco hembras no fueron agredidas pero ante la conmoción del ataque salieron huyendo en distintas direcciones.

Una vez aniquilado el macho, las hembras heridas fueron muertas a cuchillo.

La cacería fue todo un éxito ¡cuatro hembras y un enorme macho en menos de tres minutos!

Claro, sin tomar en cuenta los casi veinte minutos consumidos en tomar posición de tiro.

Los preparativos para poder cargar las presas tomaron una hora, en la que se extrajeron y drenaron en lo posible las vísceras de todas y se desmembraron las cuatro extremidades del macho.

Al entrar a la cueva todo fue vítores para los cazadores y para mí, recibimos palmadas, sonrisas y abrazos por igual, el que yo fuera un recién llegado no significó diferencia alguna.

Para obtener agua fresca colocaron nieve en unos odres y los acercaron al fuego.

Usando guijarros encendidos de la fogata que yo inicié y piedras del carbón recién colectado, varios nuevos fuegos fueron encendidos cueva adentro.

No pude ver salidas para el humo, pero seguro las había porque nunca sentí la menor molestia.

Poco antes de que el sol se ocultara, fui invitado por una sonriente joven a descansar en un espacio que contaba con cierto grado de privacidad gracias a unas grandes rocas que lo delimitaban.

Me quedó claro que recibía un trato privilegiado, lo agradecí y me senté en el suelo con la intención de reposar tras tan ajetreado día.

El jefe del clan llegó a mi lado antes de que terminara de acomodarme.

- ¿Cómo te llamas? –Me preguntó a señas-

- Me llamo Prom.

Respondí guturalmente y me incorporé para sentarme en una roca junto a mi visitante, después añadí a señas.

- Salí hace dos veranos en mi primer viaje y cuando regresé ya los míos habían partido, desde entonces los estoy buscando.

- Mi nombre es Chicome y mi clan es el Yei –gruño el nombre-

¿Quién te enseñó a transportar fuego?

Sus señas se asemejaban a las usadas por el clan Mácui miles de años antes.

Yo decidí aprovechar la oportunidad que su pregunta me daba para avanzar en el propósito de mi viaje.

- En mi clan sabemos transportar fuego desde hace tiempo y el conocimiento se transmite de padres a hijos.

Ahora en agradecimiento a tu hospitalidad te diré todo lo que sé.

¿Tienes piedras porosas como las de mi caja?

- No, pero intentaremos hacerla con otras piedras o en cuernos de bisonte.

La respuesta de Chicome fue una expresión de creatividad que me hizo sentir orgulloso de lo que los humanos eran capaces de hacer.

- Eso está muy bien pero mira, cuando me preparé para mi viaje los que habían venido antes por estos rumbos me explicaron en dónde encontrar piedras de polvo negro y piedras porosas, ya te enseñé un lugar con piedras de polvo negro y ahora te diré donde están las piedras porosas para que puedas hacer tantas cajas como quieras.

- ¡Gracias! Así sí podremos huir de las montañas de hielo ¿me prestas tu caja para aprender? Mañana te la regresaré.

Le entregué la caja y dibujé en el piso un mapa con la localización de las minas de piedra pómez y carbón.

Chicome mostró una enigmática expresión en su rostro y preguntó.

- ¿Cuándo piensas partir?

- Mañana mismo, al alba –Respondí-

- Debo pedirte por favor que dejes tu semilla en algunas de nuestras vírgenes, deseamos recordarte y tener tu sabiduría.

Eso no estaba previsto en mi lista de contingencias, no se me ocurrió antes y fue un error imperdonable porque esas sociedades continuaban consolidándose en torno a su reproducción y la mejora genética, pero ya se había descontinuado la práctica de que las doncellas fueran las que buscaran su pareja.

La nueva costumbre era captar la semilla de los viajeros sin arriesgar perder a las doncellas y con ellas a sus futuros críos.

- Será un honor para mí, gracias -dije haciendo un esfuerzo por ocultar mi descontrol-

Mi voz tembló de emoción y mi garganta se secó al punto que mi última gutural expresión terminó en un cómico agudo.

Chicome se levantó de la piedra que usaba de asiento y se dirigió al lugar donde las inquietas vírgenes esperaban el resultado de la negociación.

Ella me dijo mentalmente con énfasis burlón.

- ¿Necesitas ayuda?

- Sí, que te ausentes hasta el amanecer. Te lo suplico...

- Nóooo se va a poder, esto no me lo pierdo bajo ninguna circunstancia.

- Entonces tendré que recordarte que en esta misión yo soy el operativo a cargo y tú el apoyo de campo, así es que por definición yo tengo el mando y te ordeno que te ausentes.

- Tú mandas, es cierto, pero tengo órdenes superiores de no separarme de ti.

Dijo sin ocultar su contento.

- Por favor... no me hagas esto -Supliqué-

- Bueno y ¿a qué tanto escándalo?, ¿estás inventando alguna nueva emoción?

El sexo es una función tan natural como la respiración y tú eres un conocedor en la materia ¿recuerdas los consejos que me diste con respecto a Ce?

- ¡Eso fue hace medio millón de años!

- ¿Ya tienes sentido del tiempo?

- Mira, por favor, en serio –supliqué nuevamente-, no es lo mismo hablar de sensaciones que vivirlas, tener un cuerpo con el que puedo sentir todo lo que me rodea es una bella experiencia sin paralelo en mi existencia.

Parte integral de esa belleza son las emociones que aturden mi razón y las vinculadas al sexo son las más fuertes de entre ellas.

El sentimiento que me hace desear tu ausencia es una especie de miedo que no sé explicar ¿no me entiendes?

- Sí, sí te entiendo –insistió Ella exhibiendo su picardía- porque yo lo viví en la cueva del Clan Mácui, es temor de sentirse rebasado por emociones humanas a pesar de toda nuestra sabiduría.

Pero al margen de esta reflexión confieso que me divierte mucho verte en este predicamento, y... bueno, ahora entiendo también el por qué de tu actitud cuando me proponías "experimentar toódo con Ce", tú me entiendes ¿no?

- Si lo que quieres es que te pida perdón, está bien... ¿me perdonas?

- No te perdono, pero me ausentaré como pides.

Y se ausentó dejándome en una incómoda orfandad que olvidé en cuanto vi al jefe del clan acercarse seguido de una multitud de féminas.

Cinco doncellas fueron desplegadas frente a mí, sus edades fluctuaban entre los 14 y los 15 años, dos morenas de ojos negros, dos rubias de ojos azules y una morena de ojos azules atestiguaban la continuada costumbre de obtener semillas de extranjeros para transformar las niñas en mujeres.

Fui conducido entre risas de ellas y sonrojos míos a un recodo de la cueva que ofrecía un poco de más privacidad que el lugar que me habían asignado inicialmente.

Destacaba en mi nueva recámara una amplia cama de pieles de suave pelambre y mullida paja, a cada paso mi ansiedad se incrementaba con la certidumbre de que pronto experimentaría una de las más maravillosas expresiones de vida.

Yo dominaba un catálogo completo de expresividad sexual humana que incluía caricias, gestos y actitudes, porque Ella lo había transferido a mi memoria desde la de un neandertal particularmente dotado.

Esto porque esos conocimientos y modos de conducirse no fueron producidos por nosotros sino por los humanos gracias a su potencial creativo.

Suele comentarse entre los seres de luz que el universo y la sexualidad humana se asemejan porque los que los usamos ni los creamos ni los entendemos.

Los seres de luz obreros usamos el universo como receptáculo para cumplir con nuestra misión creadora, pero no entendemos su funcionamiento.

Los humanos usan el sexo, pero solo al principio aceptaron sin cuestionamientos la energía del instinto sexual, después, al no entenderlo, le sumaron modalidades, bondades y culpas, llegando incluso a calificarlo de pecado.

El caso es que ahí estaba yo, en un universo que no entendía, dispuesto a usar una sexualidad que no entendía, pero que sentía la urgencia de disfrutar sin entender por qué.

Ya al pie del cómodo lecho las jóvenes neandertales me hicieron recordar otro aspecto de su ordenada convivencia.

En esos tiempos en que la reproducción era el objetivo fundamental de las sociedades, no habían ni tabúes ni inhibiciones que acotaran las expresiones sexuales, solo reglas de convivencia claramente establecidas y una de las más importantes era la de dar prioridad en derechos a quién más edad tenía.

Así es que la doncella de mayor edad, a quien reconocí como la que me guio a mi primera alcoba, tomó la iniciativa que las normas le asignaban y se acercó decidida a mí, ante la alegre y curiosa mirada de las demás.

Lo que siguió no lo escribiré y no crean que lo que más me inhibe es el pudor, porque aunque lo siento, lo que más me motiva a callar es lo que me pronosticó Egúsquiza.

Todo cuanto escribo se va borrando de mi memoria como experiencia propia y... la verdad... no tengo la menor intención de sentir ajena aquella noche en una cueva del paleolítico.

Lo que sí puedo comentarles es que sin duda los neandertales eran físicamente más poderosos que los sapiens en todos los aspectos.

La mañana siguiente fue no solo el amanecer de un nuevo día, fue mi primer amanecer, recibí la aurora al frente de la cueva.

Me rodeaban mis compañeras de desvelo y viví una extraña paz que superó a esa serena paz de la perfección celestial, no es esta una descripción que yo considere como la más adecuada, pero ustedes me entienden ¿no? es esa paz que solo existe después del desasosiego.

La más joven de las ex doncellas me acercó una cáscara seca de calabaza llena hasta el borde con puchero de venado, estaba sazonado con sal y verduras de entre las que reconocí zanahorias y betabeles, aunque no podría asegurarlo, lo que sí es seguro es que estaba delicioso y fue para mí la primera experiencia gourmet.

Cuando terminé eructé plácidamente y me dirigí a la cueva para empacar mis pertenencias y despedirme, al entrar me topé con Chicome.

- Debo agradecerte tu hospitalidad, gracias –Le dije sentidamente-.

- Prom, te agradezco que nos trajeras la oportunidad de continuar viviendo.

- No es mérito mío, solo les enseñé lo que a mí me enseñaron otros y además de darme hospedaje me regalaron con la compañía de sus bellas mujeres, yo soy quien te da las gracias.

Chicome concluyó.

- Solo espero que la madre tierra permita que tu semilla germine en alguna de nuestras mujeres ¿partirás ahora?

- Sí, deseo llegar antes de que anochezca al pie de la montaña solitaria que se ve al sur.

- No podrás, el Gran Río te detendrá a mitad del camino.

Te sugiero acampar a la orilla del río, fabricar una balsa y cruzarlo mañana, así no correrás el peligro de que la oscuridad te sorprenda estando en el agua.

Debes procurar no ser visto por los de poco pelo, ellos tienen sus cuevas a orillas del lago donde desemboca el río.

Son muy violentos, el explorador que mandamos tuvo que salir huyendo, así que lo mejor es que después de que cruces el río te dirijas al poniente y rodees la montaña para evitar pasar por donde ellos viven.

- Gracias por tu consejo –Dije agradecido-.

La única prenda que me ceñí en adición al taparrabo y las botas fue una piel de caballo para cubrirme espalda y pecho, empaqué mi abrigo, los guantes, los anteojos, las tiras de piel de caballo y el gorro, hice un ato de leña que protegí en la bolsa que usaba para ello y salí de ahí sin mirar atrás.

Cuando estaba a unos cuarenta metros de distancia todas las gargantas del clan se unieron produciendo un penetrante ulular para despedirme con el más grande honor que sus costumbres registraban.

Un poco después el coro calló para permitir que Chicome gritara ondeando mi caja para transportar fuego con sus brazos en alto, respondí levantando los míos con la mano derecha completamente abierta y la izquierda extendiendo los dedos índice y cordial para expresar que el artefacto era suyo.

- ¡Haaaaaaa! –Grité para acompañar mi seña-

Un jubiloso grito en coro me hizo saber que me habían entendido, seguí mi camino y me interné en un tupido bosque de coníferas.

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