El Verbo le permitió escoger a quien la apoyaría. Ella optó por mí.
Lo primero fue estudiar la situación para hacer un plan.
Los humanos estaban concentrados en África agrupados en numerosos clanes que convivían de forma pacífica y armoniosa.
Los clanes mejor organizados contaban con el reconocimiento y admiración de los demás, de la misma forma había hombres y mujeres de extendida fama en virtud de sus hazañas o destacadas habilidades.
Concluimos que bastaría con que un clan aprendiera para que el conocimiento se esparciera entre los demás.
Identificamos la región con densidad poblacional marcadamente mayor y seleccionamos el clan Mácui por ser el mejor organizado.
Para asegurar que Ella fuera bien recibida decidimos que se presentara como miembro del clan Matlactli que estaba a cinco días de caminata de los Mácui, pues supimos que la matriarca tenía una especial simpatía por esos vecinos suyos.
Pidió ser colocada en las cercanías del territorio Mácui; el primero en notar su presencia fue Ce, el responsable del más alejado punto de vigilancia, quien como los otros vigías tenía la responsabilidad de dar la alerta de tormentas, incendios, invasión de manadas o parvadas y cualquier cosa que pudiera amenazar al clan.
Sorpresivamente para mí, El Verbo me ordenó materializarme invisible a los humanos, para que pudiera comprender de mejor manera lo que Ella experimentaría sin interferir en sus propósitos.
- ¿Quién eres? –Le preguntó Ce-
- Hija del clan Matlactli –Respondió-
- ¿Para qué estás aquí?
- Para conocer el mundo, es mi primer viaje.
- Yo soy Ce, hijo del clan Mácui, eres bienvenida, te llevaré con los demás.
El lenguaje usado consistía de una mezcla de escasas expresiones guturales y muchas señas realizadas con manos, cejas, nariz, lengua y ojos.
Ce emitió un grito con el que indicó al vigilante del siguiente puesto que tenía que moverse hacia adelante para cubrir el lugar que estaba dejando vacío, el grito fue repetido hasta perderse en la distancia.
Cuando el puesto liberado por Ce fue ocupado por un nuevo vigía, se escuchó otro grito que surgió de la copa de un enorme árbol que estaba a corta distancia de donde estábamos.
Me sorprendió el no haberme dado cuenta de cómo fue que el vigía de remplazo se colocó en posición.
Atribuí eso a que no estaba yo suficientemente avezado en el uso de las capacidades de mi materia, pero esa racionalización no me libró de sentirme incómodo y al mismo tiempo entusiasmado por enfrentar futuros retos similares y lograr un mejor resultado.
Una vez que todos los vigías se recorrieron y el último puesto quedó cubierto por un nuevo vigilante, Ce inició un acelerado trote, Ella lo siguió y yo los acompañé, pero me desplacé flotando para no producir ruidos que pudieran inquietar a nuestro guía.
El clima era agradable, la vegetación abundante y tropical, la humedad era alta, la temperatura de treinta y dos grados centígrados, las flores estaban por todos lados y por todas las alturas, esporádicamente escuchamos los gritos de los vigías informando del arribo de Ella.
Avanzamos durante una hora y llegamos frente a un farallón espectacular que se alzaba cerca de cincuenta metros sobre nuestras cabezas, ahí, a unos cuatro metros de altura se encontraba la cueva del clan Mácui.
Cuando llegamos se nos había sumado un séquito de seis y el resto del clan esperaba de pie en la entrada de la magnífica cueva que daba cobijo a una población de trescientos quince miembros, de los que doscientos doce eran adultos, ochenta y cuatro niños de entre once y un año, y diecinueve recién nacidos.
Una larga cuerda de bejucos entrelazados fue ofrecida a la hija de los Matlactli para ser izada.
Al llegar al nivel de la entrada los que estaban ahí parados se apartaron para dejarla frente a frente con la madre de todas las madres del clan.
Se trataba de la mujer de más edad y madre de cinco generaciones, poca diferencia había entre su imagen y la de un chimpancé, porque a su simiesca apariencia se sumaba el peso de su avanzada edad.
En esa época imperaban los matriarcados, los propósitos de la organización social eran de supervivencia en colaboración, no de búsqueda de supremacía, ni de orquestación de acciones violentas como más adelante lo requirió la cacería de animales de gran talla, no existían por tanto motivos para desplazar el natural liderazgo de las madres.
- Hija de los Matlactli ¿nos visitas en tu viaje de búsqueda de semilla?
- Sí madre.
La pregunta de la anciana tenía como justificación la arraigada costumbre de que cuando las mujeres llegaban a su edad fértil y decidían de forma libre iniciar su vida sexual, buscaban la semilla de un hombre de un clan que no fuese el suyo para engendrar su primer hijo, para ello hacían un solitario viaje con el que declaraban su mayoría de edad.
No era raro que terminaran el viaje sin haber escogido al padre de su primogénito, porque normalmente preferían ver todas las posibilidades para decidir al final cuál de los prospectos les parecía el mejor.
Tras su primer alumbramiento quedaban en libertad para establecer una relación definitiva con cualquier barón con la condición de que no fuese hijo o nieto de su madre, o que se tratase de su padre o un familiar en primer grado de él, el esposo así seleccionado, si era de un clan diferente al de la novia estaba obligado a avecindarse en el clan de ella de manera permanente.
Todas esas reglas las habíamos estudiado para no encontrarnos con sorpresas.
Lo inesperado fue que al estar frente a la madre de todas las madres del Clan Mácui experimentamos temor, supongo que porque estábamos ante una autoridad de la que no formábamos parte y la interpretación de reglas y la aplicación de sanciones estaban totalmente fuera de nuestro control.
El que yo me sintiera amenazado no tenía justificación porque siempre permanecí invisible, pero no pude evitarlo y aún me incomoda el que mi condición humana me hiciera reaccionar de manera tan irracional.
- ¿Cuantas cuevas has visitado? -Preguntó la anciana-
- Esta es la primera.
- ¿Por qué?
- Mi madre tomó la semilla de un Mácui para su primer hijo y después lo eligió para ser su pareja permanente, yo soy la más pequeña de los hijos de mi padre; quise venir porque siempre fue bueno conmigo hasta el día de su muerte.
- ¿Quién fue tu padre?
- Dos-agua –Respondió Ella a señas-
- Sí, lo recuerdo, aunque no nació de mi o mis hijas lloré cuando supe de su muerte; entonces no puedes tomar nuestra semilla para tu primer hijo porque tú ya eres en parte mácui.
- Así es madre, pero quise conocerte a ti y a la rama de mi padre que sigue aquí, además aun puedo escoger a un Mácui como mi pareja permanente.
- Tu abuela murió, pero tienes aquí muchos familiares, así que ¡se bienvenida!
Como esta entrevista se dio a la vista de todos y se usaron mayormente señas, el clan completo supo de inmediato que la visitante era de la semilla de Dos-agua.
Se inició en seguida la tradicional ceremonia de salutación en la que cada adulto tocaba con su nariz la del visitante, los que eran familiares se identificaron con una ración doble de narizazos, al terminar le ofrecieron agua y fruta fresca.
Apenas había terminado de comer cuando Ella y la matriarca fueron rodeadas por los once solteros que ya habían realizado el solitario viaje para conocer el mundo que les daba el derecho de cortejar a las doncellas que visitaran el clan, aunque ya había quedado claro que la hija de Matlactli no sería desflorada por un Mácui.
- Hija de Matlactli -inquirió el primer candidato-, ¿qué haces entre los tuyos?
- Recolecto comida y labro madera.
- ¿Eres tallador? -intervino atropelladamente otro joven-
- No del todo –respondió Ella-, Ome sí lo es y me ha enseñado.
- Ome tiene fama en todo el mundo -señaló la anciana con firmeza-, si él es tu maestro tú debes de ser buen tallador.
- Solo un aprendiz madre, pero quiero hacer algo diferente que complazca a Ome y todos los demás.
- ¿Qué es eso? -dijo un tercer impetuoso entrevistador-
- Un hoyo perfecto en el centro de un plato de madera.
- Pero eso ya se hace -replicó quien fuera el primero en hablar y que destacaba por su fortaleza-
- No tan perfecto como el que yo planeo.
- ¿A qué te refieres? -preguntó un cuarto en discordia forzando su presencia en el primer círculo de aguerridos mozalbetes-
- A que los hoyos se hacen con piedras cortantes que siempre dejan lastimada la madera, yo haré un hoyo perfecto dejando la madera sin lastimaduras.
- ¿Cómo lo harás? -Insistió el mismo joven estimulado por el hecho de que Ella le había respondido sin dejar de mirarle a los ojos-
- Con otra madera.
- ¿Cortar madera con madera? -Dijo violentamente un muchacho que antes de poder preguntar tuvo que jalar hacia atrás a los dos que delante de él no le permitían ser visto por Ella-
- Algo así.
Sin que nadie del Clan lo sospechara, Ella llevó la conversación en el sentido adecuado para que fuera descubierta la técnica de hacer fuego frotando maderas.
- ¿Cuánto tiempo te quedarás con nosotros? -Dijo otro con roncos monosílabos y solo gestos faciales porque los que estaban delante de él impedían que Ella viera sus manos-
- Cuatro días.
- ¿Permitirás que te persigamos? -Inquirió Ce, quien a pesar de estar en primera fila se había mantenido en silencio-
- Sí claro, sería una descortesía no permitirlo.
Un rumor de aprobación recorrió el lugar, al poco se escuchó una jubilosa gritería infantil que nos dejó saber el momento en que los niños fueron informados que vivirían nuevamente la emoción de la persecución de una doncella.
Era costumbre que para reunir más elementos de juicio, las doncellas fuesen perseguidas por sus pretendientes, el captor presumiblemente debía ser el mejor candidato aunque eso no era determinante para la selección de pareja, pues las doncellas eran libres de decidir sobre quién sería el padre de su primogénito y su esposo con base en su muy particular criterio.
Cuando se apagaron las voces de euforia la anciana matriarca preguntó.
- ¿Que deseas hacer para eso hija de Matlactli?
- Quiero conocer el recorrido de la persecución lo más pronto posible y hacer la carrera un día antes de partir.
- Mañana haré que te lleven, es un camino muy bello, después me dirás cuanta ventaja deseas.
- Así lo haré, todos los jóvenes que veo son muy guapos y será muy divertido conocer al más veloz, mientras tanto me gustaría avanzar en mi idea de labrar madera con madera.
- Te ayudaremos para eso, nuestro mejor tallador es Nahui, hoy mismo platicarás con él.
Durante toda la reunión la madre de todas las madres funcionó como moduladora.
Aunque yo sabía su lenguaje me resultaba muy difícil entender, ya que igual se trataba de un gutural sonido, un guiño o una leve dilatación de las fosas nasales, fue por eso que sin que yo lo pudiera anticipar se terminó la reunión y Ella fue dejada sola con la anciana matriarca.
Pude haber leído su mente, pero eso hubiera disminuido la agradable experiencia de estar materializado.
Nuevamente sin que yo captara los antecedentes, Ella y Madre fueron rodeadas por cuatro mamparas de madera y piel que les permitieron platicar en privacidad a señas.
- Ahora hija mía, dime lo que no me has dicho.
- ¿Qué quieres que te diga Madre?
- Los motivos reales de tu visita, si Ome hubiese sabido que venías me abría enviado una señal.
- ¡Lo hizo Madre! solo que me pidió que la entregara cuando estuviésemos solas y eso no ha sido posible hasta ahora, aquí tienes madre, un obsequio muy especial de Ome.
Ella se quitó un envoltorio de hojas que tenía colgado al cuello y cuidadosamente descubrió una estatuilla del tamaño de dos puños que representaba a una mujer con caderas y bustos extraordinariamente grandes que más parecía un conjunto de cuatro pelotas pétreas unidas a un inexistente cuerpo femenino.
Fabriqué ese regalo porque aprendimos que cuando la madre de todas las madres enviudó, se echó a cuestas la tarea de traer una nueva semilla a su clan y escogió a un virtuoso tallador viudo del clan Matlactli llamado Ome.
Él era menor que ella en edad pero eso no tenía importancia en esas sociedades; desde entonces siempre que se presentaba la oportunidad, Ome le enviaba alguna señal de que aún recordaba agradecido que hubiese tomado su semilla sin mediar concurso y a pesar de que al ya tener hijos y propiedades no podía ser separado de su clan.
La anciana tomó emocionada la pieza y soltó una sonora carcajada de felicidad, sus pequeños ojos brillaron y su ánimo varió de la total extroversión a un melancólico retraimiento en un segundo.
- ¡Ome, Ome!, sigues siendo el mejor tallador del mundo y tú hija el mejor mensajero que ha existido ¡gracias! por hacer feliz a esta vieja –Sin sospecharlo esa mujer inició la costumbre de llamar mensajeros a los Seres de Luz encargados de cumplir alguna misión entre los humanos-
Madre emitió un leve silbido y las mamparas fueron retiradas, después levantó una mano con todos los dedos extendidos menos el pulgar que mantuvo plegado y de inmediato se acercó un hombre de unos veinticinco años de edad, era Nahui el tallador nieto de Ome, iniciado en el oficio por su padre, quien lo había aprendido de Ome.
- Ordena madre.
- He nombrado a Hija de Matlactli mi huésped de honor, deseo que le ayudes en lo que te pida.
- Así será madre.
Nahui, dirigiéndose a Ella con toda cortesía le inquirió.
- ¿Que deseas de mí?
- Tu paciencia para mis ocurrencias -respondió Ella con igual cortesía-. Deseo perforar un plato de madera blanda con un palo de madera dura.
- Tengo lo necesario en mi taller, en cuanto Madre lo autorice puedo llevarte ahí.
- ¡Vayan, vayan! Hija mía tienes mi bendición.
Nahui dio tres pasos hacia atrás antes de dar la espalda a su abuela, Ella se levantó reverente y tras dar los tres protocolarios pasos hacia atrás se apresuró a seguir al tallador del clan.
El taller era un espacio circular de aproximadamente dos metros de diámetro, estaba en un extremo de la amplia entrada de la cueva, delimitado por cuatro grandes rocas; destacaban a unos cuatro pasos, varias pilas de madera separadas por clase.
Las cuatro rocas eran de basalto y habían sido seleccionadas y labradas para adecuarse a diferentes tareas; una para trabajar piedras; otra para trabajar maderas; otra, la más grande y plana, para desollar; la última, cubierta con tablones, para cortar las pieles previamente curadas en una tenería que por maloliente se había instalado a prudente distancia del farallón.
Todo lo relativo a las pieles no era asunto del tallador, pero Nahui al igual que su padre, había concedido el permiso para que su taller fuera usado para tales tareas a condición de que sus cuchillos y herramientas no fuesen tocados y que el lugar quedara limpio antes de que el sol avanzara la mitad de su recorrido. Ese día no se habían trabajado pieles.
- Hija de Matlactli, ¿qué deseas? -Preguntó Nahui avanzando hacia su almacén de maderas-
- Un plato de madera blanda y un palo redondo y recto de madera dura.
- ¿No tiene el padre de mi padre? –Nahui hinchó el pecho en diciendo eso-
Ella, sin sorprenderse por la referencia familiar hacia Ome que sin duda había sido hecha para presumir, respondió.
- Sí claro, pero pensé en esto en la soledad del primer día de mi viaje.
- ¿En qué pensaste? -Dijo Nahui poniendo a un lado la desilusión por no haber sido interrogado sobre su parentesco con Ome-
- En hacer un hoyo perfecto en un plato.
- ¿Para qué?
- Estoy segura que tú descubrirás más usos que yo, pero con hoyos perfectos se pueden unir con firmeza dos partes de madera trabajadas por separado, y..., bueno, pues hacer cosas diferentes ¿no?
- Uhhh... mujer tenías que ser... ¿cosas diferentes?
- Bueno... no sé... –Musitó Ella con humildad- lo primero es ver si es posible hacer un hoyo perfecto...
- En eso los mácui tenemos mucha experiencia –Dijo Nahui con insolencia- pero hasta ahora solo lo practicamos con nuestras mujeres, ¡Ja, Ja, Ja!
- Por lo visto los hombres mácui están enfermos de la misma vanidad que los matlactli, la verdad es que ningún hombre puede contribuir a la perfección de una mujer.
Al decir esto último Ella usó una expresión de molestia que hizo saber a Nahui que estaba pisando un peligroso terreno en la relación con el huésped de honor de su abuela, de inmediato cortó su carcajada y se dispuso a buscar las maderas que Ella requería.
- Mira, creo que estas pueden servir, álamo e higuera.
- Sí..., ¡son perfectas!
Sin mirar a Nahui Ella buscó de entre los cuchillos de piedra el más puntiagudo y comenzó a horadar en un punto alejado cinco centímetros del centro del poliédrico plato, de inmediato breves virutas se mostraron a las orillas del barreno.
- Pero... dijiste que lo harías con madera ¿cambiaste de idea?
- No, usaré madera cuando ya no sea posible continuar con el cuchillo sin afectar la perfección del hoyo.
- Humm.
- Mira, de aquí en adelante continuaré con el palo, pero antes lo prepararemos y luego tendrás que ayudarme a que el giro no se detenga.
Ella afiló el palo sin darle bien acabada punta y colocándolo sobre la horadación que había iniciado con el cuchillo comenzó a hacerlo girar frotando las palmas de sus manos con energía, las que por efecto de la presión aplicada se fueron deslizando hacia abajo.
Un poco antes de que las manos de Ella llegaran a tener contacto con el plato, Nahui colocó las suyas en la parte superior del largo palo para hacerlo girar.
La escena se repitió por espacio de unos dos minutos hasta que un delgado hilo de humo surgió del punto en que hacían contacto las maderas, ella detuvo la acción y con sumo cuidado acercó unas pequeñas virutas de las que recién había producido al punto donde surgía el humo.
Cuidando de no respirar puso su mejilla en el plato y soplo suavemente, una pequeña flama surgió y un punto brillante se hizo presente en una de las virutas, ella continuó soplando con extremo cuidado para no enviar las virutas por los aires.
Nahui captó al instante la importancia de lo que estaba sucediendo, él sabía que la fricción producía calor pero nunca había imaginado la posibilidad de producir fuego de esa manera, sabía por experiencia propia que el fuego contenido en un trozo de madera se avivaba con aire, ya que los incendios causados por los rayos del cielo dejaban maderos que se encendían al ser expuestos a ráfagas de viento.
Lentamente se acuclilló para recoger unas largas y delgadas virutas remanentes de su trabajo del día anterior y se los colocó a Ella en la mano preguntándole a gestos si entendía su idea, Ella le confirmó con un breve cerrar de ojos que sabía como debía usarlas.
Para asegurar el éxito de la emocionante posibilidad de producir fuego, Nahui urgió a señas a un joven que se había detenido a observar.
- ¡Pronto!, ¡trae de mi paja!
La paja a la que se refirió Nahui era la suave y seca que servía de relleno a su colchón de piel de venado, el ágil asistente regresó en el momento en que Ella estaba acercando una de las virutas largas a la pequeña flama, Nahui le pidió al impetuoso muchacho que se moviera con lentitud y estiró su mano para recibir un manojo de paja sin distraer su atención en lo que hacia Ella.
Le daba confianza ver la forma en que la hija del clan Matlactli conducía las acciones, pero hubiese querido ser él quien ejecutara tan delicada tarea.
Finalmente una rojiza flama surgió de la viruta y pronto de un pequeño mazo de ellas, entonces Nahui puso con todo cuidado un poco de paja en el borde del plato, Ella la tomó y la colocó sobre las encendidas virutas, el fuego brotó impetuoso y sobre él fue colocado de inmediato el resto de la paja que Nahui precavidamente había solicitado, con ello quedó asegurada la formación de una verdadera hoguera.
Nahui gritó estrepitosamente y Ella lo secundó con todo entusiasmo al tiempo que los ya numerosos espectadores mostraban las más disímbolas reacciones.
Unos miraban con terror, otros se arrodillaron y asumieron una posición fetal, los más gritaban y brincaban de alegría sin comprender plenamente la magnitud de lo que estaban atestiguando, entonces Nahui tomó la iniciativa y colocó sobre las flamas unos maderos que había labrado para fabricar una escalera para la cueva como la que había visto en su último viaje.
Cuando inició la colocación de esa primera carga de leños se hizo un reverente silencio, todos los presentes miraban fijamente el fuego y no perdían detalle de sonidos e imágenes.
La Madre de Todas las Madres se incorporó del grueso tronco que a guisa de trono le colocaban donde quiera que estaba y se acercó con lentitud, Nahui se apresuró a ayudarla y le ofreció un leño para que lo colocara en el fuego que ya mostraba vigorosas flamas.
La anciana acercó el madero sin soltarlo y esperó a que la lumbre se hiciera en él, logrado lo cual levantó el flamígero mazo y lo agitó sonriente ante el clan.
El reverencial silencio quedó roto por una explosión de indescriptible júbilo que cada quién justificaba de distinta forma.
Los más prácticos vislumbraron de inmediato la posibilidad de calor, luz y protección durante la noche.
Los místicos sintieron que los dioses les estaban demostrando su preferencia y de inmediato asumieron que su clan era el elegido para guiar a los otros.
Los pusilánimes festejaban a pesar de sus temores para no ser señalados como aguafiestas.
Haciendo gala de entusiasmo Madre pidió silencio y ordenó a Nahui que repitiera la proeza.
Los leños encendidos fueron trasladados por varios espontáneos ayudantes a otro sitio en el umbral de la cueva, conservando el mismo arreglo hecho por Ome, quien de manera intuitiva los había ordenado radialmente.
La pétrea mesa de trabajo fue sacudida con las manos, el nuevo madero blando ya no fue un plato sino un largo tablón de higuera.
El barreno fue iniciado con un cuchillo de piedra, las virutas fueron dejadas a la mano, el palo de álamo fue hecho girar para producir el calentamiento necesario, una delgada columna de humo se elevó desde el tablón y Ella estimuló el proceso con leves soplidos, pero el humo se extinguió sin que se produjera el ansiado fuego.
Se inició un tercer intento, Nahui hizo un nuevo barreno con la ayuda del cuchillo, la operación se repitió con precisión y el fracaso también.
El cuarto intento también fue un fracaso, el desaliento imperaba, Madre estaba visiblemente molesta y Ella y Nahui escurrían sudor.
Nahui pidió ser él quien intentara iniciar la flama con nuevas maderas, Ella accedió gustosa.
Con la concentración de un iluminado Nahui se abocó a hacer girar el vástago de madera, Ella intervino cuando las manos de Nahui dejaron espacio para las suyas y cuando Nahui retomó la tarea lo hizo con multiplicada energía hasta que finalmente ante el asombro general, surgió una breve columna de humo que precedió a una pequeña flama.
Inmediatamente Nahui retiró la varilla y acercó varias virutas a la lumbre para que antes que se desvaneciera se multiplicara en dos breves y brillantes flamígeras flores.
A continuación las largas virutas de trabajos anteriores, la paja y los leños fueron contribuyendo al surgimiento de la segunda hoguera.
Fue hasta que Madre levantó un encendido madero de ese segundo testimonio de la capacidad humana de crear fuego cuando la contenida emoción de todos los presentes surgió rugiente e impetuosa.
Fue la primera vez en que Ella y yo atestiguamos lágrimas de alegría.
Nosotros mismos fuimos contagiados de una embriagante euforia que nos acercó como nunca a la certidumbre de estar vivos.
Para mi sorpresa Ella también lloró y en un arranque de emotividad que nunca podré olvidar, se arrodilló ante la madre de todas las madres y besó sus manos.
Más tarde me confió que no fue en señal de pleitesía, lo hizo para en su persona agradecer a todos los humanos por enseñarla a reír y llorar.
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