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Poner en práctica estiramientos y movimientos que nunca en mi vida había sido capaz siquiera de pensar que haría no fue sencillo. Sin embargo, Notkero explicaba con un nivel de detalle tan extremo, que era imposible perderse. Y el verlo hacer cada paso, con una fluidez tan natural que parecía que nunca en su vida hubiera hecho más que bailar.
-Es suficiente por hoy.- me dijo al escuchar mi agitada respiración.
-Es difícil... pero no niego que me haya divertido...- él sonrió orgulloso.
-Todos odian escuchar las palabras mágicas, pero...
-Sí, ya sé lo que viene.- reí secando el sudor de mi frente con una toalla.
-Te lo dije.- dijimos al unísono seguido de una carcajada.
Me sentí aliviada de que no tuviera una mala impresión de mí a pesar de haber empezado con el pie izquierdo con él, pero era tan comprensivo que parecía saber todo sobre el mundo del baile.
-¿No preguntarás por qué no bailamos hoy?- me dijo tras tomar un poco de agua.
-Me lo preguntaba, pero, le debo respeto a mi profesor.- dije con tono de risa.- Y si él me dice que solo hacemos estiramientos hoy, pues así será.
-Ya vas entendiendo la idea.- me sonríe con orgullo.
-¿Cuándo seguimos?
-La próxima semana. Los próximos días, sigue haciendo esos estiramientos que te enseñé en casa. Si estás en forma para la próxima semana, daremos el paso a las lecciones de movimiento.
-¿Toda una semana haciendo estiramientos?- él asiente con mucha calma en su expresión.- Tendré tiempo de aburrirme...-suspiro.
-Y deberás hacer dieta.- lo miro con asombro y un poco de molestia.
-¡¿Me estás diciendo gorda?!- mi voz resuena por todo el salón.
-No lo sé.- se encoge de hombros.- Pero debes estar en un buen peso para bailar tango. Debes ser... ligera, lo más posible.
-¡No voy a vivir de una lechuga al día!- dije abriendo mi casillero, o más bien, el que él me había asignado.
-No exageres, Nicole. A las mujeres les encanta estar bien en peso. ¿Qué te molesta bajar unos kilitos?- dice sacando su bastón y desdoblándolo.
-Que soy adicta al helado y al chocolate, y tengo un horario fijo de películas en la noche en el que no paro de comer.- suelto mi pelo con algunos mechones salidos y lo vuelvo a recoger un poco más decente.
-Intenta hacer lo mismo con frutas. Las manzanas son buenas y tomar jugo de tamarindo ayuda a bajar las grasas.- suspiro decepcionada y sin encontrar palabras para responder.- ¿Te vas?
-Por supuesto, por muy narcisista que sea, no pienso pasar la noche en un salón lleno de espejos.- eso le provocó una risa hermosa.
Me sentía un poco molesta por sus exigencias, pero reconocía que era bastante atractivo. De alguna manera, me gustaba y me molestaba a la vez. Pero su compañía era agradable. Ambos salimos del local y nos quedamos en silencio unos segundos.
-Yo voy por esta avenida.- me señala a su derecha.
-Yo por allá.- señalo también y él me da un par de toques en el brazo, al voltearme me señala sus ojos.- Ya, perdón. Que me voy por la avenida contraria.
-Entonces aquí nos separamos. Te espero la semana que viene a la misma hora.
-Está bien.- qué sonrisa aquella.
Sabrá solo Dios de dónde rayos saqué el valor para atreverme a darle un beso en la mejilla para despedirme. Sin embargo, lo que más me... a quién engaño, lo que más me gustó fue esa forma tan suave y a la vez descarada de tomarme por la cintura para corresponder al gesto. No dijimos nada más, si me obligaba a hacerlo, cometería el pésimo error de balbucear.
Lo vi alejarse, y hasta ese momento no comprendía quién era mi profesor de baile. Sus pasos eran en parte lentos y su bastón iba de un lado a otro rozando el suelo. A pesar de ser supuestamente un camino conocido para él, se notaba inseguro, incómodo de su ambiente. Nada que ver con el Notkero que conocí dentro del salón.
Suspiré y me di cuenta de que esa realidad iba a ser difícil de aceptar para mí, pero siempre debía de recordar que mi profesor era ciego. No debía hacerlo incomodar nunca más con mis acciones o comentarios, debía de sentirse lastimado cada vez que eso pasaba...
Regresé a mi casa y me duché con esmero. No dejaba de pensar en él, ese momento de despedirnos. ¿Cómo se me ocurre hacer algo así sin decirle antes? Pero, fue tan agradable la forma de sujetarme durante ese gesto de decir adiós... Mientras el agua caía por mi piel, mi mano pasó por la zona donde me había tocado. En la cintura, que si bajaba un poco más, llegaba a ser descortés, pero no lo fue. Y fue sencillo y seductor. Ligero y apasionante... Me encontré suspirando más de una vez antes de salir del baño.
Salí a comprar mis típicos alimentos, pues ya mi nevera estaba casi vacía. Era costumbre para mí ir a la misma tienda siempre, era la más cercana y ya me conocía el tendero. Al llegar, comencé a llenar la cesta de mis cosas comunes de comer, pero la imagen de Notkero apareció frente a mí con complejo de Pepe Grillo, para recordarme que debía cambiar mis planes alimenticios.
-¿Te vas a poner a dieta?- me dijo el tendero al ver que mi cesta de compras no era lo habitual.
-Todo sea por cumplir un sueño.- suspiré resignada y pagué.
Otra vez en casa, el tiempo parecía no pasar. Daba vueltas por la casa esperando la hora de mis películas, pero mientras, me sentía vacía. Necesitaba hacer algo o hablar con alguien. Busqué en mi movil, pero me sentía tonta al mirar mis contactos. Muchos de ellos eran personas con las que no hablaba hace mucho y era porque no tenía de qué hablar. Mi pierna derecha comenzó a temblar de nuevo, haciéndome entender lo ansiosa que me encontraba. Busqué los papeles de la inscripción por reflejo y leí hasta dar con el nombre del profesor. Notkero Storm, un nombre extraño, pero era suficiente.
Me sentí como una acosadora buscando su nombre en la guía telefónica, pero me sentía en la gran necesidad de hablar con él. A los minutos de leer miles de nombres, lo encontré. Era el número de un apartamento, tomé mi teléfono y marqué. Mientras daba timbre, mi cabeza solo maquinaba qué rayos decir para convencerlo de que necesitaba hacer esa llamada. Sin darme tiempo a pensar, el tono se cortó.
-¿Hola?- una voz de mujer fue lo que escuché.- Residencia Storm...
No me atreví a hablar, solo colgué otra vez en silencio. Me sentí estúpida. ¿Cómo iba a pensar que estaba soltero o que vivía acaso con la misma soledad que yo? Fui tan ingenua y por ello me prometí no insistir más. Esa noche solo comí una manzana y me acosté sin ver mi película de la noche. Y aunque solo intentara borrarlo de mi cabeza, solo podía pensar en que pasara rápido esa semana para verlo una vez más.
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