Capítulo 7

Rubén estaba hecho un ovillo en los brazos de Leonardo, regulando su respiración mientras que él le brindaba caricias suaves en la espalda. Como sumiso Rubén había sido excelente; el problema lo tenía el venezolano. Se levantó de la cama y se dirigió al baño para humedecer con agua tibia el par de toallas que usaría para limpiar el cuerpo del hombre, cuidados posteriores que todo dominante debía hacer por su compañero de escena. Se examinó en el espejo por un instante y fue una mala decisión. Se dijo a sí mismo: ''¿Qué fue lo que hiciste?''

Ahora comprendía que la idea de un clavo sacando a otro clavo, no eran más que meros placebos mentales para evitar cualquier sentimiento de culpa. Eso no ocurrió en su caso. El ardor de cada línea de uñas enterradas en su espalda era el recordatorio de la única forma que encontró para intentar deshacerse del suyo.

Leonardo suspiró cansado. Estaba un poco harto de su bucle lleno de despecho; recuerdos que no volverían y una idolatría que se empecinaba a no olvidar cuál mártir de cupido. Aunque lo más probable era que el dios del amor estuviera igual de decepcionado que él. Apartó pues, la vista de su reflejo, maldiciendo por lo bajo al ver que la tela comenzaba a tapar el lavamanos. Con rapidez cerró la llave y exprimió el excedente de agua.

—¿Te duele algo? Puedo traerte unos analgésicos—Le preguntó al hombre una vez volvió a la habitación. Para sorpresa de Leonardo, Rubén estaba casi vestido por completo. Se encontraba sentado al borde de la cama calzándose los zapatos.

—No te preocupes por eso, mi esposo vino a buscarme.

Espera... ¿Esposo? Leonardo estaba en shock.

—No me dijiste que tenías a alguien, si lo hubiese sabido entonces...

—Entonces no habríamos tenido sexo supongo, no te sientas mal, es nuestro fetiche. Nos gusta este tipo de relación y no espero que lo entiendas—Rubén se acercó a Leonardo con la intención de darle algo de apoyo moral debido al grado de seriedad de su expresión, pero este retrocedió un par de pasos, afectado por la declaración.

Se sentía extraño, es decir, claro que en el mundo había personas que mantenían relaciones abiertas como la de Rubén, sin embargo, tocó un punto específico dentro de él. La noche anterior debió ser el día que guiara a Rafael al altar y ahora, había repetido esa parte de la historia que lo llevó a su ruptura.

Rubén notó la incomodidad de Leonardo y decidió que era mejor irse, lamentando un poco tener que dejar a un buen dominante como él atrás. No necesitaba a alguien que lo juzgara de ninguna forma pese a despedirse en aparentes buenos términos.

Leonardo procesaba la información con la frente pegada a la puerta principal ¿Cómo Rubén lucía tan orgulloso? ¿Siquiera podría considerarse eso infidelidad?

Quizá, Mantener una relación abierta con Rafael era la opción viable para que siguieran juntos, sin importar que estuviera con otros tipos. No, esa era la única respuesta que tenía, al menos así no funcionaban las cosas según sus propios límites personales. Pasó por la cocina para hidratarse, fijándose en la ausencia de Martín alrededor, lo había olvidado por completo.

Observó la puerta de su habitación; sabía que estaba ahí dado que en ningún momento, salvo cuándo Rubén se fue, se había escuchado el ruido de la puerta principal abrirse o cerrarse. Volvió sus recuerdos a la noche anterior y concluyó que no fue incómodo ser observado por el español.

Lo más probable fuera porque en realidad se concentró en tratar de no imaginarse que Rafael ocupaba el puesto de Rubén. Pensó que por la reacción despavorida del chico, lo más seguro era que estuviese evitándolo por la vergüenza.

A lo mejor fuera egoísta que se acercara y tocara la puerta para que lo acompañara, no deseaba estar solo en ese momento porque lo último que quería hacer, era tocar otra botella de alcohol. Leonardo suspiró y se apegó a ese sentimiento codicioso, pero su mano se detuvo a un centímetro de distancia por el segundo que le tomó decidirse por fin.

—Martín ¿Estás ahí? ¿Quieres hablar?

Martín estaba hecho un desastre, literalmente. Su cama era un revoltijo de sabanas sucias de su propio semen y sudor. Porque sí, estuvo masturbándose toda la noche hasta que pensó que su polla podría desprenderse. Solo por el temor de terminar sin sus genitales, fue que se detuvo ya entrada la madrugada.

El problema no estaba en tener un gran lívido, sino en desear más de la escena que Leonardo pudo darle con aquel desconocido. Decir que había sido un momento tan increíble era un eufemismo; por primera vez no recibió desdén o expresiones de asco, todo lo contrario y esto tanto como le emocionaba, hasta cierto punto le asustaba.

Esta última era la razón del por qué no quería salir de su habitación ¿Qué era lo que Leonardo tenía que hablar con él? Sospechaba que ahora fuera el momento de las peleas, por lo que se cansó de sentirse incomprendido ¿Qué había de malo con observar? Nunca le faltó el respeto a alguien y sin embargo, era él el bicho raro.

Pensó pues, que sería el día que dejaría los puntos sobre las íes sin importarle que Leonardo no tuviera nada que ver con las secuelas que dejaron sus anteriores parejas. La insistencia de los golpes en la madera se interrumpió hasta que dejó de escucharlos y el español aprovechó esto para limpiarse y salir, dispuesto a defenderse si era necesario.

Lo que se encontró fue a un Leonardo que no parecía el mismo que conoció aquel día en el café: jovial y sarcástico. Ahora solo lucía como alguien triste y lejano.

—Pensé que no saldrías, estaba a punto de acampar frente a tu puerta—Dijo con sarcasmo, como si se obligara a aligerar un poco el ambiente sombrío que sabía estaba generando. Martín no observó nada negativo hacia él y se preguntaba que había pasado para que Leonardo estuviera así.

—¿Qué te sucede? ¿Hice algo que te incomodó ayer? Si es eso...

—¿Qué estás murmurando hombre? Tú disfrutaste y eso estuvo bien, espero que el show privado haya sido de tu agrado—Respondió el hombre con toda la naturalidad del mundo y que a Martín descolocó un poco.

—¿Esto es una especie de broma? Porque es de muy mal gusto y...—Quiso recriminar antes que el contrario objetara.

—¿Por qué estás tan a la defensiva? No te estoy juzgando Martín. Yo también disfruté el hecho que me vieras tener sexo con alguien, no entiendo por qué lo considerarías una broma.

—Hasta ahora eres el único que no me ha dicho que soy asqueroso—Se sentó a su lado un poco derrotado. Aunque expectante—. La mayoría de mis exs, que las puedo contar con una sola mano por cierto, no han tomado como algo bueno mis aficiones. Lamento si te culpé por eso.

Leonardo soltó un par de carcajadas llenas de lo que consideró fue decepción.

—No te juzgué a ti, pero lo hice con Rubén. Soy un imbécil que se siente mal por eso ahora. El amor sin duda puede darse la mano con lo irrazonable que funciona a veces la vida ¿No?

—Eso se escuchó muy profundo, hombre, pero no creo que sea la razón del por qué pareces un perro bajo la lluvia— Ambos terminaron riéndose del comentario.

—Se suponía que ayer debía llevar a mi ex pareja al altar— Hubo una pausa simbólica entre ellos, Martín apenas sopesaba lo que Leonardo contaba con la mirada perdida hacia un punto invisible en el televisor empotrado—. Lo encontré con otro hombre en la misma cama que compartíamos y pareciera ser el motivo de nuestra ruptura a simple vista ¿verdad?

>Mira, ambos llevábamos una vida sexual muy activa, desde personas viendo, hasta tríos. Siempre hablado y consensuado, pero esa vez no fue así; fue el mismo Rafael quién confesó que llevaban meses viéndose a mis espaldas y cuándo lo enfrenté, se limitó a recriminarme la falta de atención debido a mi trabajo.

Martín no tuvo por qué sentirse tan molesto por las acciones de ese tal Rafael, tampoco gustarle lo vulnerable que Leonardo parecía en ese momento. En el tiempo que llevaban conviviendo juntos había llegado a la conclusión que el venezolano era un hombre increíble; quién le había hecho sentir cómodo con su propia piel por vez primera en su vida. Quería de alguna forma, ayudarlo a olvidar su pesar.

—Eso suena como la mierda, es por eso que se me ha ocurrido invitarte a salir esta noche—Martín se levantó del sofá y le extendió la mano al venezolano—. De una persona que ha tenido una mala experiencia en el amor a otra ¿Aceptarías salir a divertirte para olvidar un poco todo esto?

Leonardo no debió aceptar las intenciones de Martín, tampoco era una buena cosa que quisiera dejarse llevar por lo menos una vez aunque terminara por arrepentirse. Observó aquella mano y la buena apariencia del español, declaró que había perdido una batalla ante sus ojos azules.

Horas más tarde, estaban frente a una montaña rusa que tenía el pulso de Leonardo acelerado y su tez marchita. Necesitaba que su madre llamara a Martín para contarle como a sus quince años, terminó en el hospital luego que se desmayara tras subir a una que no estaba construida ni por asomo, como el monstruo que se alzaba frente a ellos.

—¿¡Esta es tu maldita forma de curar mi mal de amor!?—Le gritó, saliendo de la fila cuál maratonista profesional.

—¡Espera! ¿¡No me digas qué eres un cobarde!?—Martín corrió tras el muerto de la risa, parecían un par de locos.

—¡Jódete Martín! ¡Aprecio mi vida, gracias!—En ese momento le vino como anillo al dedo la fila corta de padres con sus hijos subiendo al gusanito, Leonardo se coló y se subió sin importarle las miradas de odio de los niños por ocupar el último puesto libre.

Martín no daba créditos a la repentina actitud infantil de su compañero de piso, había planeado una cosa para él que terminó en una por completo diferente. Nunca se había reído tanto de alguien y es que ver la figura fornida de Leonardo dentro de una atracción creada para niños era el más cómico de los absurdos.

Cuándo la vuelta terminó, Leonardo se avergonzó de sí mismo. Fingió indignación cruzándose de brazos. Admitía que haber corrido por su vida nunca fue tan divertido como ahora en compañía de Martín.

—¿Te divertiste yendo a 5 kilómetros por minuto?—Preguntó Martín, limpiándose una lágrima invisible. El cabrón disfrutaba sus desgracias, pensó Leonardo, admitiendo que era agradable escucharlo reír.

—Un poco, al menos de aquí salí vivo.

No obstante, las casualidades tenían un pésimo sentido de la oportunidad. La alegría en el rostro de Martín se oscureció de pronto en menos de lo que advirtió la presencia de un hombre acercándose a ellos.

—¿Martín? ¿Qué haces aquí?

—Wright...

Leonardo no conocía aún la historia de Martín y sus ex parejas, apenas y se habían abierto al tema, Sin embargo, sospechaba que ese día lo haría con uno de los peores motivos por los cuales Martín era tan inseguro.

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