Capítulo 2
—¿Martín puedes sacar la basura por favor?
—Claro jefe.
El jóven de 28 que terminaba de limpiar las últimas mesas, se apresuró a pasar por la parte de atrás de la cocina para tomar las bolsas negras y lanzarlas al contenedor; aprovechando el breve momento para estirar su cuerpo dolorido.
Martín García era delgado, desde su propio punto de vista no se consideraba alguien llamativo ni hermoso como otros hombres que frecuentaban su sitio de trabajo. Su piel era pálida, al punto de parecer enfermo en las épocas de invierno; siendo el cabello castaño, lo que contrastaba quizá con lo único que muchos elogiaban: sus ojos azules.
Llevaba en Durham alrededor de cinco años gracias a una beca de estudios que le abrió las puertas a un mundo laboral bastante agobiante. Había sido su error subestimar los horarios de una casa de animación. Es decir, no estaba mal trabajar en lo que amaba pero cuándo llegó a comprometer su salud; Martín tuvo que detenerse. Es entonces que decide comenzar su carrera como Freelancer, al tiempo que encuentra un vacante en una sucursal de Starbucks ubicada en el centro de la ciudad.
—¡Martín! ¡¿Puedes venir por favor?!
El muchacho volvió sobre sus pasos, su compañera de guardia lucía bastante mal por lo que enseguida su rostro cambió a una expresión preocupada mientras la ayudaba a sentarse.
—¿Estás bien? Luces enferma.
—No lo sé, me sentí así de repente. Tengo un cliente en la caja ¿Podrías atenderlo por mí? Mariana está en camino para cubrirme por hoy.
—Claro, claro. No te preocupes. Me lavo las manos y salgo. Deberías ir al médico.
La chica de nombre Romina asintió con una sonrisa débil. Ambos compartían nacionalidad española, ella era de Madrid, Martín de Cataluña y se llevaban muy bien gracias a eso. Pero no tuvo tiempo de asistirla lo suficiente dado que un hombre al que rápidamente le calculó sus buenos y bien distribuidos 40 años, estaba esperando ser atendido. Martín respiró hondo, hablar con otros hombres siempre le ponía de los nervios. Resultaba hilarante dado que sus inclinaciones sexuales caían más rápido por una polla que un coño.
Se obligó a sí mismo recibir la orden del hombre, tecleando de forma diestra la máquina que facturaría el pedido. El cuál sin duda era para dos personas, sin embargo, pese a su curiosidad no pudo ver a ese alguien esperándolo en ninguna mesa. Incluso su mirada lo siguió tras el respectivo "gracias, vuelva pronto". Si estaba o no acompañado, Martín no pudo saberlo; los vidrios polarizados del auto donde se subió impidieron que se encontrara con aquellos ojos que antes lo observaron.
Su turno terminó cuándo Mariana y su novio llegaron, era increíble como las personalidades cambiaban una vez pisaban el trabajo. Ya no habían besos o tomadas de manos; iban a lo que iban con respeto y responsabilidad. Su jefe no tenía quejas de ninguno. Martín dejó su delantal luego de explicarles lo sucedido con Romina.
—Espero que esté bien, ya sabes cómo es su pareja.
Oh sí, Martín podía mantener una extendida conversación sobre malas parejas. Si bien no llegaron al punto de golpearlo como era el caso de Romina; en ocasiones se habían encargado de aplastar su autoestima como quisieron. Sobretodo el último.
—Eso espero, como sea, debo irme. Nos vemos mañana chicos.
—Va, Martín, cuídate. Hasta mañana.
Salió del trabajo rumbo a la plaza más cercana, realmente no le apetecía llegar a su casa tan pronto. Ubicó un banco alejado donde tras sacar libreta y bolígrafo se sentó a pensar sobre nada en particular. Mejor dicho, no quería pensar en las malas decisiones que había tomado durante las últimas semanas. Martín no vivía solo, al menos no lo hacía hasta hace 24horas. Plazo que le dio a su compañero de piso para que buscara otro lugar donde quedarse.
Al principio todo iba bien con él, pero las cosas cambiaron cuándo empezó a observar a su compañero a escondidas. Wright Anderson era un pecado capital con piernas: rubio; atlético y con un culo de infarto. Practicaba fútbol y no sé qué otra cosa que incluía hombres y músculos. Tenían la misma edad, pero Wright se creía mucho mayor y con el derecho de decirle que cosas estaban bien en Martín y las que no.
Empezó de forma pasiva, envolviéndolo en un aura muy cachonda que invitaba a Martín a caer en aquellos brazos y pecar por exceso de lívido. Ciertamente no tuvo la fuerza para evitar retozar con el chico en su cama; el piso o el sofá. Pero las sesiones de sexo tórrido, pronto se transformaron en peleas. Mismas que fueron escalando en degradarlo desde su aspecto físico hasta sus fetiches sexuales.
—¿Esperas qué me coja a alguien solo para que tú nos veas? ¿Estás enfermo? Qué asco das hombre.
—Entonces paga lo que debes de la habitación.
—Follamos todos los días porque eres una maldita perra ¿Eso no es suficiente para ti?
—Tienes 24horas para largarte o llamaré a la policía Wright. No voy a seguir tolerando que seas un gilipollas.
Aquellas palabras le revolvieron el estómago, Martín confiaba que Wright lo entendería y le ayudaría con su fantasía; pero se encontró sintiéndose como un bicho raro que repetía la historia y los mismos errores sin aprender de ellos una y otra vez. Lo que terminó en una fuerte pelea por recuperar su dignidad y sacar a Wright de su casa de una vez por todas.
No obstante, los daños psicológicos estaban latentes. Reflejados en su baja autoestima y falta de motivación en general. Nunca le había hecho mal a nadie con temas asociados a la exploración de su sexualidad; siempre procuraba estabilizarse en una relación para luego poner sus deseos más íntimos sobre la mesa, pero terminaron mal la mayoría. A estas alturas, Martín se preguntaba sí era alguien normal.
Su gusto por el voyerismo comenzó en la adolescencia. Cuándo la curiosidad por saber lo que ocurría en el último cubículo de un baño público, lo llevó a frecuentar el lugar para satisfacerse a sí mismo. Escuchando los sonidos ahogados de dos desconocidos que apenas eran contenidos por cuatro paredes. Fueron un par de veces a la semana, pero las suficientes para investigar y nutrirse del tema. Ya que cuando se mudó a Estados Unidos, esos momentos dejaron de ocurrir. Tuvo que limitarse a buscar videos en internet pero nunca era lo mismo. Aprendió a vivir con ello sin embargo.
Hasta que tener un compañero de piso, desempolvó deseos olvidados. De pronto cayó en cuenta sobre una cosa importante; cada relación fue problemática dado que no había hallado la forma correcta de comunicarse, entonces ¿Qué pasaría si abordaba el tema desde un principio?
Martín comenzó a escribir en la hoja: Busco compañero de habitación preferiblemente hombre. El interesado debe reunirse conmigo para hablar de la única cláusula que no escribiré aquí...
Observó aquellas palabras con una sonrisa orgullosa, no había duda que se abría un panorama muy interesante y misterioso. Decidió volver a su departamento para colgar el aviso en distintos grupos de Facebook. Al llegar, fue un alivio para él encontrarse solo.
—Qué hijo de puta...
Wright había dejado la habitación hecha un desastre. Seguro por rabia.
El chico respiró hondo y arregló todo el desorden. Una vez listo tomó fotografías para anexarlas al anuncio que subiría. Tras una ducha rápida, Martín se sentó en el suelo de la sala con su laptop y una lata de cerveza en mano. Estaba nervioso, su publicación bien podía tomarse de muchas formas, la mayoría de ellas de mala manera pero con tragos largos de su lata como único apoyo, presionó el primer "publicar" los demás fueron más fáciles.
Ahora solo restaba esperar...
—Planeo mudarme pronto—. Comentó Leonardo durante el receso de la convención. Habían dispuesto distintos stands de libros de bolsillo promocionados por zeta negra. El formato le agradaba, estaba en el limbo de un tamaño normal y uno mediano. Si todo resultaba bien, podría imprimir el suyo en ese tamaño.
La mirada filosa de Raúl apuñalaba su espalda, cuándo terminó de pagar el ejemplar que había comprado se volvió hacia su amigo. Quién lucía ofendido con sus brazos cruzados "aquí vamos de nuevo" pensó.
—¿Y ahora qué coño tiene ese departamento?—. Raúl hablando español era cómico, pero no era momento para risas. Leonardo se rascó la nuca, parecía que su padre lo estuviese amonestando. Respondió también en su acento madre sin importar que nadie más ahí lo entendiera.
—¿Has visto el precio de la renta? No voy a pagar tanta plata, lo siento. Sé que te esforzaste y muchas gracias otra vez, pero no puedo. Ya tengo algunos en la mira—. Mintió, cruzándose de brazos también. Raúl sostuvo el puente de su nariz con resignación.
—Eres un caso perdido nojoda, mira mientras que no te metas a vivir en una pocilga todo está bien. Porque te juro que te sacaría a rastras de ahí si lo hicieras.
Leonardo se rió. Raúl había pegado un grito en el cielo cuándo vinieron a Estados Unidos por negocios con su editorial y se hospedó en un motel de mala muerte. Él no tenía culpa que el internet de ese lugar volara. La cuestión estaba que el hombre se traumó y por ello las últimas veces escogió el lugar.
Ahora era distinto, iba a quedarse por mucho más tiempo y realmente necesitaba ahorrar. Resultaba mejor vivir en un departamento con alguien y reducir los gastos al compartir el pago del alquiler y demás servicios.
—Ya, ya, no llores hombre. Vámonos de aquí por una pizza cuándo esto termine.
Una hora después, estaba en casa. Leonardo se quedó en ropa interior mientras dejaba su parte de la pizza en la mesita de café y se tumbaba en el sofá con cualquier cosa que estuviesen transmitiendo en la televisión como ruido de fondo. Tomó un triángulo y empezó a comer despreocupado entretanto revisaba sus redes sociales. Específicamente grupos de clasificados.
Fue solo cuestión de tiempo para que encontrara la publicación de Martín García.
—"El interesado debe reunirse conmigo para hablar de la única cláusula que no escribiré aquí..."
Leonardo repitió intrigado aquella frase con la que Martín finalizaba su publicación. Las fotografías de la habitación eran decentes, un poco pequeño a ojo pero era mucho más económico que su renta actual. Sin embargo, no fue ese el motivo por el cuál abandonó su posición relajada en el sofá para sentarse a leer con detenimiento una vez más.
Algo le intrigaba por las razones incorrectas. Cabía resaltar que cualquier persona tomaría aquello como una treta ambigua y muy peligrosa de la cual era mejor mantenerse alejado; fue el caso contrario con Leonardo. Su supersticiosa madre decía que su sexto sentido era bueno, dudaba en verdad si hablaba de su tercer ojo por referirse a su radar gay. Cual sea que fuera el caso, decidió enviarle un mensaje:
«Entonces... ¿Dónde podríamos hablar de eso que no tienes el valor de escribir en tu aviso de alquiler?»
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