Capítulo 19

La mañana del 24 de Diciembre Leonardo se levantó muy temprano, sentía su cuerpo desgastado, y es que ir el día anterior de pesca con su padre en un diminuto barco donde el espacio se reducía a ellos y el hombre que controlaba el motor no fue una buena cosa, menos cuando a medio camino el aparato empezó a hacer ruidos extraños hasta que se apagó; para ese momento Leonardo esperaba tener un buen asiento en la sala de espera antes de exponer todos sus pecados y fuera sentenciado, por fortuna el dueño supo que hacer cuál si caminara un día por el campo, de hecho notó que también estaba del lado de los que consideraban que actuaba como una reina del drama, que eran todos ahí.

¿Y qué hizo Martín durante todo el viaje? Intentar no reírse de él y su poco aguante mientras se desvanecía en el borde luchando por no vomitar. Por supuesto ello había subido los puntos con su padre, el macho alfa amante de la pesca. El español en su vida había estado tan cerca del mar, y si no fuera porque estaba casi muriéndose hubiera disfrutado un poco mejor su expresión de felicidad cuando obtuvo su primer pescado.

Leonardo observó a Martín desperezarse entre las sábanas y tocar el sitio vacío a su lado, solo entonces se sentó tallándose los ojos y buscándolo con una mirada adormilada. Él con taza de café en mano se acercó al chico y besó su frente. Martín le sonrió y Leonardo sintió el tirón de su cuerpo que lo invitaba a quedarse más tiempo en cama, con las piernas entrelazadas y escuchándolo respirar mientras acariciaba cualquier zona desnuda de su cuerpo, no obstante, su madre le había encargado unos recados y tenían el horario comprometido. Ese día llegarían más familiares de viaje para celebrar año nuevo y su madre quería adelantar la preparación de la cena.

—Vamos, tenemos que hacer las compras para la cena de navidad y seguro que será un infierno como todos los años.

—No pareces muy animado, yo, en cambio, quiero ver lo que esta Isla tiene para ofrecer.

Y le ofreció a Martín una afluencia de personas descomunal dentro del supermercado. Leonardo se sintió un poco, o quizá muy desubicado al principio, pero sus raíces tomaron fuerza al ver como su chico tropezaba con algunos que caminaban rápido sin importarle mucho el contexto de la situación. Leonardo cambió el carro de compras que el español a duras penas podía movilizar por un par de cestas y lo atrajo a su pecho para evitar otra colisión.

—¿Supongo que estás feliz de ser una bola de pinball?—se burló y procedió a limpiar el sudor que comenzaba a asomarse por la frente de su chico, quién mantenía un puchero bastante adorable.

—¿Siempre es así?—su expresión se había tornado a una más cautelosa, se preguntó si era por la gente o por los comentarios que pudieran decir de dos hombres abrazados en medio del pasillo de las hortalizas.

—Después de haber estado cinco años fuera, no sé si es muy diferente a la última vez—se encogió de hombros. Todo el mundo iba en su movida y las únicas palabras que les dirigieron fueron constantes ''permisos'' y algún ''Quítense del medio vale'' dicho con mal humor. Leonardo comenzó pues a moverse al ritmo de la multitud con Martín sujetando la pretina de su pantalón para no perderse.

Serpentearon a través de los diferentes pasillos para obtener cada elemento de la lista, luego de verificar como tres veces que todo estuviera en sus cestas, salieron llenos de bolsas hasta el carro, y deseando no regresar. Mientras seguían hablando de la mujer delante de ellos, que se había comportado terrible con la cajera, Leonardo sintió con claridad como cada vello de su nuca se erizaba. Pocas veces le pasaba, y no porque fuera un indicador de buenas noticias. La mala sensación siguió durante todo el camino, Martín lo miró curioso, pero no preguntó y Leonardo agradeció el gesto. Era complicado de explicar algo que tenía muchos nombres.

Al llegar a casa, varios de sus familiares ya se encontraban presentes, los que vivían en Margarita, otros pocos estaban de camino. El venezolano presentó a Martín como su pareja formal y aunque a algunos se les notó la incomodidad al inicio poco a poco con el transcurrir de la conversación y algunos tragos mientras cocinaban y cantaban animados, fue mejor de lo que imaginaba.

—¿Quieres ir a tomar un poco de aire fresco?—Martín estaba algo ebrio y su trabajo fue rescatarlo de sus familiares alcohólicos. Martín asintió y se encaminaron hasta la playa. Era tarde y ya los colores de las nubes comenzaban a cambiar a tonos naranjas y rosados.

—Gracias, necesitaba salir de ahí, nunca fui bueno con el alcohol—susurró el chico abrazando su brazo para apoyarse al caminar.

Leonardo adoró como lo antes sonrojado de sus mejillas se transformaba en un rojo furioso a medida que el mayor susurraba en su oído las cosas indecorosas que harían en la playa, y todo cobró sentido al momento de escurrirse a una zona apartada, pero que seguía siendo bastante abierta y estaban propensos a ser descubiertos.

Se tomaron un tiempo para disfrutar del sol y el mar tanto para disimular su tardanza como para recobrar el aliento y dejar que la adrenalina se diluyera de sus sistemas. Ambos se rieron cómplices, ahora Martín tendría que tachar otro de los lugares donde se imaginaba tener sexo.

Retomaron el camino de vuelta a casa, caminando por la arena y esquivando a niños que jugaban frisbee con sus mascotas, Leonardo comentaba el origen de la casa de playa de sus padres. Una decisión inevitable tomando en cuenta la afición de su padre.

Leonardo dejó a su chico adelantarse en la ducha con la excusa de ir por un poco de agua, lo cierto era que el latino dudaba mucho de su determinación para no intentar nada sexual en el pequeño cubículo, así que por si acaso evitó bañarse con Martín. La casa estaba llena y lo último que quería era escuchar los comentarios homofóbicos de sus tías. No obstante nunca se imaginó que el viaje a la cocina le costaría su paz mental y familiar.

Martín terminó de ducharse luego de un largo rato de intentar no recordar la íntima y peligrosa escena que había compartido con Leonardo momentos antes ¿Qué hubiese pasado si alguien lo viera chupando la polla de un hombre detrás de un par de palmeras que mucho no hicieron por ocultarlos? El español respiró hondo mientras se vestía y pensaba en los escenarios catastróficos que solo los generaba su ansiedad. Sin embargo, logró mantenerlos a raya, ya que había llegado a una resolución que le devolvió la sonrisa. Lo más seguro es que con la ayuda de su pareja encontrarían una solución, como salir corriendo como un par de locos por ejemplo, sí, esa le parecía de pronto una idea razonable.

Tan ensimismado estaba que no escuchó el lío que se formó afuera, y por el susto que se llevó al ver a Leonardo abrir la puerta de golpe fue que volvió a la realidad. Era primera vez que veía al hombre tan consternado, como si de haber visto a un fantasma se tratara, pero también se notaba molesto y si se atreviera a adivinar esa emoción que se ocultaba bajo las demás, era tristeza.

—¿Qué pasa Leo?—Martín se arrodilló entre las piernas de Leonardo, quién se había sentado con las manos peinando su cabello. Se atrevió a tocar su rostro, y aunque Leonardo forcejeó con su mandíbula apretada y los ojos cerrados, al final se dejó calmar bajo su toque—. ¿Señor? Háblame por favor—Leonardo le devolvió una mirada llena de cólera, pero Martín no se dejó intimidar, ya que sabía que no era culpable de nada.

—Rafael está haciendo una escena allá afuera ¿Sabías que le pedía dinero a mi madre los primeros meses cuando me fui a Estados Unidos alegando que seguíamos juntos? Tiene que ser una maldita broma ¡¿Qué solo estábamos peleados?! Y una mierda—Soltó entre lágrimas el mayor, lágrimas que solo profesaban rabia e impotencia. Martín estaba atónito.

—¿Tu madre le creyó?—Leonardo solo asintió, ahora enfurecido mientras se levantaba y caminaba en círculos por la habitación parecía que no podía creer lo que sucedía, y mucha razón tenía al hacerlo. La madre de Leonardo era una muy buena persona que había sabido cómo afrontar el tema de la sexualidad de su hijo aun si significaba salir del mundo cuadrado y rutinario donde se encontraba. Le sentaba muy mal que se aprovecharan de ella a base de mentiras.

—No puedo creer que llegué a amarlo ¿Cuán ciego pude ser? ¿Siempre me engañó? ¿Fui demasiado crédulo? Dios, me doy vergüenza en este momento—Masculló su compañero para sí mismo. Martín reaccionó por inercia, sus piernas se movieron hacia su hombre y con fuerza lo atrajo a su rostro para besarlo con ferocidad.

—Nadie es culpable de amar a nadie, ahora ese gilipollas me va a escuchar—. Leonardo lo observó en silencio, sorprendido de sus palabras y su expresión no mejoró cuándo lo siguió al recibidor donde algunos familiares sujetaban a la madre por los brazos. Un lado del rostro de quién supuso era Rafael, lucía hinchado y rojo.

Rafael reparó en su presencia, Martín estaba fuera de sí. No podía soportar ver a Leonardo retroceder al tiempo cuando apenas empezaban a conocerse, alguien lleno de tristeza por una relación de la cual le había costado pasar página. El chico se veía demacrado, como si fuese víctima de alguna droga, o quizá era el peso de sus propias decisiones que le cobraba factura.

—¿Ese es tu noviecito? Si quieres podemos compartirlo, como en los viejos tiempo ya sabes—el hombre soltó un par de carcajadas que Martín cortó de un solo bofetón. Todos en la sala se quedaron perplejos. Martín no era una persona agresiva, todo lo contrario, y de amenazante no tenía ninguna pinta con aquel suéter feo de navidad que portaba.

—¿Crees que puedes venir a esta casa para hacer lo que ganas te da? Ya no tienes ningún poder sobre Leonardo, que te quede bien claro—Martín se separó con un gesto de suficiencia mientras caminaba hacia Leonardo y se plantaba frente a él como un muro de defensa—. Debería darte vergüenza todo lo que hiciste.

—¿Quién eres tú para decirme que hacer?—Rafael de pronto se soltó del agarre que mantenía uno de los tíos de Leonardo y se abalanzó sobre él, Martín no supo cómo reaccionar, pero no tuvo que hacerlo porque Leonardo lo había empujado a un lado y tenía a su ex sujeto por el cuello. Así se lo llevó hacia afuera, hasta la orilla de la playa. Para su sorpresa, no se sintió inseguro de verlos solos, de hecho esperaba que de este modo como él había zanjado el tema con Wright, lo hiciera con Rafael.

***

Leonardo había soltado a su ex una vez que su rostro se puso rojo y le costó respirar. Estaba molesto, y seguía sopesando lo triste que le parecía ver a Rafael en tan precaria situación a nivel emocional y quizá en muchas otras cosas de las cuales no valía la pena malgastar esa energía. La reacción de Martín lo trajo a la realidad y ahora que miraba al hombre, en efecto no sentía nada.

—¿Qué pretendías sacar de esta situación, más dinero? ¿Qué tan bajo tienes que caer para llegar a ese extremo?—Leonardo se inclinó a nivel del hombre, con una expresión implacable y seria—. Ahora me das pena ¿Siempre fuiste de esta forma tan narcisista? No me di cuenta de que estabas tan desesperado de atención—Rafael quién tosía para recuperar el aliento, se quedó en blanco al verlo. Seguro pensaba que en verdad ya no tenía poder sobre él, y mucha razón tenía.

—Creí que lo de nosotros era especial ¡Que solo estabas molesto conmigo! ¡Iba a disculparme!—. Gritó entre lágrimas.

—¿No te pareció raro después de cinco años? No me hagas reír que el chiste en sí es muy malo. Supuse que tenías más dignidad que esto—Se levantó y lo miró decepcionado—. Vete Rafael, antes que te cague a patadas por lo que le hiciste a mi madre—pero el chico seguía impactado, como si aún tuviera esperanzas de encontrar a la persona que una vez le cumplió todos sus caprichos—. ¿Qué esperas? ¡Vete!—gritó y solo entonces, el chico se fue para nunca más cruzarse en su camino.

Al volverse, Martín lo esperaba con una sonrisa orgullosa y los brazos abiertos. Leonardo le sonrió con ternura, olvidando todo. Lo atrajo a sus brazos y respiró el aroma de su cabello para encontrar la calma que tanto necesitaba en ese instante.

—Estoy orgulloso de ti señor, sabía que ibas a poder superarlo. Te amo ¿Lo sabías?—Leonardo alzó su rostro y plantó un beso apasionado en aquellos labios de los cuales no se cansaba de hacer suyos.

—Yo también ¿Lo sabías? Quiero que me defiendas más seguido, te viste muy caliente así de cabreado—respondió sobre sus labios en un susurro.

—Lo sé, y no lo dudes—y volvieron a besarse delante de toda la familia que enseguida comenzaron a hacer sonidos alegres y silbidos escandalosos. Martín se separó muerto de vergüenza.

—¡Ya par de tortolos esto no es motel! ¡Vamos a hacer las hallacas! ¡Ustedes van a ensuciarse las manos también!—gritó su madre eufórica. Sin duda sería el diciembre más increíble de toda su vida.

N/A: ¿A qué lo de Rafael fue demasiada verguenza ajena? XD un poco desubicado el tipo jajajajaja creo que este capítulo grita la frase ''Era humillarlo, no matarlo'' XD ¿Qué les pareció el capítulo? El que viene ya es el final :c

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