Capítulo 10
Leonardo siempre agradecería la amistad que se mantenía imperturbable a través de los años con Raúl, su editor y quién decidió heredar la potestad de su madre de reprenderlo en los momentos justos y necesarios. Aun con el pensamiento de ya estar muy maduros para verse tan infantiles, su amigo frente a él con los brazos en jarras y viéndose tan petulante como un profesor a punto de reprobar a sus estudiantes no ayudaba en nada.
En la mesita de café se encontraba un celular reproduciendo unas notas de voz:
—‘‘Sí, entiendo, pero para este nuevo manuscrito Leonardo necesita recolectar información en tiempo real y no es algo sencillo de conseguir a la primera’’
—‘‘Lo que me vende es algo bueno y puedo entenderlo. Déjeme conversarlo y le estaré avisando sobre el nuevo plazo’’
—¿Si entiendes que estás poniendo en juego tu trabajo? Escúchame hermano, yo puedo conseguir miles de escritores ahí afuera con los que trabajar, pero soy fiel creyente que tu nuevo best seller es este y no voy a dejar que te hundas junto a tu carrera—él comprendía su fidelidad, pero Leonardo no parecía tan seguro de lograr escribir algo que estuviese a la altura de sus expectativas. Raúl bufó cuándo le oyó suspirar profundo—. No puedo creer que tu anterior relación te esté afectando de esta manera ¿O piensas que a tu edad no puedes encontrar a alguien que valga en verdad la pena un compromiso?
En ese momento no supo si por el destino o una curiosa casualidad pensó en las palabras de Martín: ‘‘O podría enamorarme de ti, dulce papi’’ y entonces se levantó de un impulso como si el material del sofá le hubiese quemado el culo. Se pasó las manos por la cara sintiendo el sudor frío recorrerlo.
—¿Qué pasa? Parece que has visto un fantasma y sé que necesito pillar algo de sol, tampoco necesitabas ser la reina del drama—mientras su amigo adoptaba el papel de quejica, Leonardo no salía de su estupor ¿Por qué había recordado esas palabras en específico? Para empezar Martín y él no estaban en la misma página y dudaba que algún día lo estuvieran si deseaban conservar su cordura y vivienda, tampoco sabía que consideraba realmente al decir que podían estar de acuerdo con algo. Todo era muy confuso.
—Solo se me ocurrió algo, es todo. Gracias por cubrirme empezaré a trabajar sobre eso ahora así que si no te importa…— mintió y señaló la puerta, esperaba que Raúl se tragara el cuento de que su gay panic se trataba de su emoción por el nuevo libro y no por haber considerado a su compañero de piso como una potencial pareja.
Una vez que Raúl dejó el departamento Leonardo se refugió en su habitación, caminaba de un lado a otro como animal en una jaula. En un intento por calmarse se dedicó a preparar el espacio donde se sentaría las próximas semanas a exprimir su cerebro. Era un pequeño escritorio de madera ubicado al lado de su cama; una pizarra de corcho en la pared frente a él, un par de libretas y su portátil. Luego procedió a colocar algunas fotos que siempre lo ayudaban a inspirarse. Terminó siendo acogedor y sonrió.
Durante las siguientes cuatro horas, Leonardo seguía sentado en la silla mirando la maldita página en blanco. Si Word fuese una inteligencia artificial seguro que también se burlaría de su pobre método de concentración. Es clásico que un escritor refleje parte de sí mismo en sus obras, quizá su rasgo más distintivo era el orden. No era del tipo de sentarse a explorar los recovecos de su mente al momento de escribir, todo lo contrario. La planificación era esencial para Leonardo y quizá se había vuelto en su contra una vez el compromiso con Rafael se rompió.
Siguiendo ese orden de ideas, su ex siempre le recordaba que divertirse también formaba parte importante de la vida y que por eso debía ser más jovial. Leonardo era jodidamente divertido, aunque no recordaba cuándo fue la última vez que se había reído tanto. Al menos hasta que se había encontrado con la torpeza natural de Martín para hacer arepas o su espontánea cita al parque de diversiones donde terminó ganándose a su ex pareja como enemigo. Que le cortaran el dedo meñique si eso no era diversión.
Decidió estirarse y evaluar su baúl de ideas escritas en las libretas, muchas tachadas y pocas despertaban ese hilo del cual tirar para conseguir una trama que valiera la pena desarrollar. Se sentía agotado y sobretodo frustrado; como ser humano responsable sentía la presión de terminar a tiempo, pero también de ponerle orden a su vida y sus sentimientos.
Lo que llamó su atención fue las palabras que parecían a simple vista no tener relación, pero de eso se encargó su cerebro dejándolo con más preguntas que respuestas pues si unía aquellos adjetivos terminaba con una escueta descripción de Martín. Cuándo el chico llegó del trabajo Leonardo se preparaba para salir, la despedida fue algo incómoda.
Con pasos distraídos se desplazaba entre las personas de aquella vereda, ver el café le trajo recuerdos de su primera reunión con Martín y su expresión agredida al creer que le tomaba el pelo. Ahora no era sino una memoria graciosa por decir lo menos. Del chico arisco y a la defensiva sobre sus gustos y el rechazo, solo quedaba alguien alegre y tímido, servicial. Quizá el mismo Martín no notara estos cambios, pero haberse desahogado en aquel baño del bar era algo bueno en su camino a aceptar de forma honesta sus fetiches sexuales. De pronto la necesidad por felicitarlo crepitaba muy fuerte en su interior, así como acariciar su cabeza y decirle que hacía un gran trabajo.
De su chaqueta sacó una libreta, una pequeña que viajaba con él 24/7 y que debía cambiar antes de quedarse sin hojas para garabatear ideas sueltas. En una hoja comenzó a escribir lo primero que le venía a la cabeza al pensar –esta vez consiente– acerca de Martín y todos sus atributos. Sin saberlo comenzaría a relatar su perspectiva de algunas cosas sobre su relación actual, tan absorto estaba en su inspiración, que no se percató de ese alguien que se sentó a su lado en la banca y otros que lo rodeaban. Su pulso se aceleró al escuchar aquellas palabras:
—Gracias por facilitarme el trabajo de buscarte, ahora hablemos en un sitio más privado ¿te parece?—al volverse hacia la voz, era Wright quién le sonreía. Mierda… Pensó Leonardo antes de guardar su libreta y apretar su teléfono celular.
Martín despegó la vista de libro que había comprado luego de salir del trabajo, tras ser víctima de la curiosidad por la profesión del venezolano desde que hablaron sobre eso, fue cuestión de tiempo para que acabara comprando uno de sus libros. En su vida una historia lo había cautivado tanto, de hecho no se consideraba adepto a la lectura fuera de su amor adolescente por vampiros y hombres lobo, sin embargo, había algo que le llamaba su atención y nada tenía que ver con aquel mundo post-apocalíptico en el que se había adentrado; Leonardo parecía tardarse.
Gracias a su convivencia ahora se conocían mejor, era un hombre responsable y si bien podía pedirse algo para cenar, se había acostumbrado a cocinar juntos una vez llegaba de trabajar. Apreciaba su dedicación para enseñarle a no quemar las arepas y mucho menos dejar saladas las comidas en general. Antes no se preocupaba por su alimentación, sujeto a las comidas congeladas que compraba en los supermercados. Cocinar le suponía ejecuciones complicadas y problemas matemáticos con respectos a las temperaturas.
Decir que había aprendido muchas cosas de la mano de aquel hombre era un eufemismo, sentía que podía hablar con él de lo que fuera y explicarle temas relacionados con la ilustración que no entendía. Con Wright las conversaciones de fútbol le aburrían más allá del interés sexual, nunca se mostró interesado siquiera por cómo era el proceso de elaborar una paleta de colores para sus dibujos. Leonardo era diferente, incluso se esforzaba en hacer bocetos decentes a la hora de jugar charadas los fines de semana.
El español se levantó de la cama y salió de su habitación, recorrió el departamento con la esperanza de que hubiese pasado por alto su llegada al estar ocupado leyendo, pero no había rastro del hombre y tampoco sabía por qué le inquietaba su ausencia, quizá por haberse acostumbrado a sus atenciones o por desearlas más de lo que le gustaría admitir en voz alta.
‘‘Sé que impuse esa estúpida regla, pero a veces quisiera romperla y solo besarlo maldita sea’’
Martín suspiró y encendió la luz de la cocina para hacer algo de cenar, mientras sacaba algunos ingredientes pensaba que visto de cierta perspectiva parecía que comenzaba a tener sentimientos por el venezolano ¿Y cómo no? Si cada noche luego de sus encuentros sexuales soñaba despierto con su voz y la calidez de sus palabras.
En ese instante su celular rompió el hilo de sus reflexiones, caminó hacia el aparato limpiando los restos de mezcla para rebosado en el delantal y haciendo malabares para atender a pesar de que era un remitente desconocido, de hecho ni siquiera se había percatado de ese detalle y tampoco tuvo tiempo para procesar la información de la noticia que con tono mecánico una mujer relataba ¿Leonardo en el hospital? ¿Qué mierda había pasado?
No supo que dijo en respuesta, sentía su voz serena, pero eran como dos personas diferentes: la que habló con la secretaria y esa que a duras penas conservaba la cordura por estar por completo asustada. Martín voló a calzarse los zapatos, tomar su cartera y llaves para tomar el primer taxi que cruzaba por la carretera. En menos de veinte minutos estuvo dentro preguntando por Leonardo.
Una chica le indicó donde se encontraba, el hombre hablaba con un policía y asentía a quién dios sabe que preguntas le hacían. Martín en ese momento se dio cuenta cuan aliviado estaba de verlo sano y salvo; dirigió una de sus manos temblorosas a la zona de su corazón, arrugó su camisa y solo se quedó ahí mirándolo en medio del pasillo hasta que el chico fue consciente de su presencia, soltó un gemido lastimero al verlo sonreírle.
Leonardo estiró su mano en su dirección—. Ven aquí—casi por impulso salvó las distancias corriendo y se aferró a él—. Infiernos estás temblando, tranquilo dulce bebé estoy bien ahora que has llegado.
—Pero ¿Qué te pasó? ¿Quién te hizo esto?—no quiso darle mucha importancia a lo bien que se sintió ser abrazado y consolado por él, menos al hecho de ser llamado bebé, por extraño que le resultara movió algo en su interior. Leonardo tampoco quiso indagar más en su conducta.
—Fue Wright y unos amigotes, decidí levantar cargos en su contra. Van a abrir un caso—Leonardo resultó con un brazo fracturado y la nariz rotas, además de un par de costillas. Dio pelea como pudo, pero el hijo de puta había traído a cinco hombre con el triple de su peso y masa corporal, eran unas malditas paredes de músculos.
—Ese gilipollas, por supuesto que no se iba a dejar ridiculizar por alguien débil—soltó Martín con furia.
—¡Ouch! Eso dolió, me defendí ¿ok? Es probable que tenga algo roto también—se encogió de hombros divertido.
—Lo siento mucho, no te merecías esto. Debí advertir que Wright podría responder con violencia—se pasó las manos por la cara, mostrándose demasiado afectado por el estado actual de Leonardo.
Este lo detuvo al tomar su mano—. Ni siquiera pienses en justificar a ese imbécil o disculparte por lo que ni siquiera sabías que pasaría, no puedes hacerte responsable por las acciones de otras personas—Leonardo acarició un costado del rostro del chico para tranquilizarlo.
—Maldita sea quiero matarlo—bufó inclinándose al toque—. Espero que le den algunos años.
—Ya somos dos, aunque esto sirvió para que pudiera tocarte, no fue un resultado tan malo después de todo—Martín se sonrojó como un adolescente.
—¿Puedo hacer una petición?—tanteó desviando la mirada hacia la tablilla en su brazo y pensando que tendría que ayudarlo con sus labores diarias.
—Depende de que es lo que quieres.
—Déjame verte, pero esta vez quiero hacerlo de cerca… Ya sabes, participar.
—Pensé que nunca lo pedirías.
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