-Capítulo 1-

La mañana en la casa Jeon comenzó como cualquier otra. Los rayos de sol atravesaban las cortinas, iluminando el comedor donde la familia se encontraba reunida. La mesa, cuidadosamente dispuesta por Jimin, ofrecía un festín de galletas glaseadas recién horneadas, café humeante para su esposo y envases de chocolatada fría para sus hijos, una muestra más de su incansable dedicación a su familia.

Jungkook se sentó con prisa cuando ya todos habían empezado a desayunar. Vestía uno de sus costosos trajes de tres piezas, zapatos brillantes y llevaba el cabello sujeto en una cola de caballo, con algunos mechones sueltos. Se había dejado crecer el cabello durante el último tiempo porque a Jimin le resultaba atractivo, y él era un hombre que consentía a su omega.

Bebió su café de una sentada y devoró una galleta de vainilla con movimientos rápidos y mecánicos, sin levantar los ojos del reloj de su muñeca.

—Voy a llegar tarde —murmuró, más para sí mismo que para los demás. Masticó una última galleta y se puso de pie, ajustándose la corbata.

Jimin, sentado a su lado, frunció los labios. Parecía haberse vuelto costumbre que el alfa se salteara las comidas en familia y no le gustaba nada aquella actitud.

—¿No puedes quedarte unos minutos más? —preguntó en voz baja, casi con timidez.

—Lo siento, cariño, hoy es un día importante en la oficina. Tengo reuniones todo el día —Jungkook le lanzó una sonrisa apresurada, sin mirarlo en realidad. El reloj en su mano se robaba toda su atención.

El omega desvió la mirada hacia sus hijos. Los mellizos y Yeonjun estaban sentados a su alrededor, cada uno inmerso en sus teléfonos, con los pulgares moviéndose a una velocidad asombrosa, respondiendo a mensajes o mirando notificaciones. Ni siquiera repararon en el desayuno que había preparado con tanto esmero. Ninguno lo felicitó por la nueva receta de galletas y eso lo puso sensible.

—¿Podrían dejar sus teléfonos y comer? Se hace tarde —protestó con un tono suave. Sus palabras parecían perderse, ignoradas por completo.

Taehyun, el más rebelde, levantó la vista por un segundo, solo para bufar.

—Yo ya comí. Estoy hablando con los del equipo de fútbol porque tenemos entrenamiento esta tarde.

—Parece que tus compañeros son más importantes que tu familia, ¿no? —dijo el omega con sarcasmo.

—No empieces, papá —gruñó Taehyun.

—Shh, ey. Cuidado cómo le hablas a tu padre —le señaló Jungkook.

Los demás hermanos observaron el altercado por encima de las pantallas, sin meterse. Taehyun era el que más roces tenía con sus padres, por su actitud altanera y desobediente.

—Bueno, me tengo que ir —la voz de Jungkook cortó con la tensión.

Antes de que Jimin pudiera quejarse, sintió un beso fugaz en la mejilla, tan ligero que parecía una formalidad más que una muestra de afecto genuina.

El alfa se dirigió a la puerta, tomando las llaves, su maletín y despidiéndose con un gesto de la mano.

—¡Los veré esta noche! —gritó antes de salir.

El omega puso los ojos en blanco. Otra vez le tocaba llevar a los mellizos al colegio porque su esposo se escabullía al trabajo.

Durante las últimas semanas, no pudo evitar sentir que el peso de la rutina se acumulaba en sus hombros. La casa, que años antes rebosaba con las risas y el bullicio de sus pequeños, ahora era silenciosa. Cada rincón parecía recordarle que la vida transcurría. Sus hijos estaban creciendo, empezando a abandonar el nido con más frecuencia para vivir su juventud. Jungkook, por su parte, estaba tan absorbido por su trabajo que apenas quedaba espacio para que compartieran unas pocas palabras al final del día.

Y, por encima de todo, sentía un nudo constante en el pecho, una opresión que no desaparecía. No era solo tristeza; era la soledad que empezaba a tragárselo por sentirse abandonado por su familia y, quizás, algo más.

Había observado cambios en sus ciclos de celo, los cuales ya no coincidían con los de Jungkook. Tenía repentinos sofocos por la noche, que interrumpían su sueño. También estaban los cambios de humor, y fue por eso que decidió hacerse unos chequeos médicos. Esperaba los resultados para esa mañana.

Se pasó una mano por el rostro, intentando ser positivo al respecto. Por más que tenía ciertas sospechas sobre lo que le pasaba a su cuerpo, no quería hacerse la cabeza. Esperaría a hablar con su doctor de cabecera.

Dos horas después, el omega se encontraba en la clínica, esperando a que lo atendieran. El suave zumbido del aire acondicionado apenas era suficiente para distraerlo de la sensación de inquietud que se asentó en su pecho.

Su médico, el doctor Han, le pidió discutir personalmente los resultados de los análisis. Por más que no sonó urgente, algo en su tono formal le dejó una punzada de ansiedad.

Jimin ajustó la bufanda alrededor de su cuello, intentando llenarse de valor mientras las enfermeras pasaban a su lado. Cuando finalmente escuchó su nombre, se levantó con movimientos lentos, sintiendo que sus piernas pesaban más de lo normal.

El despacho del doctor Han era cómodo, con paredes de un blanco inmaculado y un ventanal que permitía observar la ciudad. El médico, un alfa entrado en años, de rostro amable y lentes redondos, le ofreció una sonrisa profesional mientras señalaba la silla frente a su escritorio.

—Jimin, gracias por venir tan rápido. ¿Cómo te encuentras hoy? —preguntó, acomodándose en su asiento.

—Bien, supongo —respondió el omega, tamborileando los dedos sobre sus piernas.

El doctor asintió, hojeando los papeles que tenía frente a él.

—Bueno, he revisado tus análisis y, en general, todo está dentro de los parámetros normales. Tus niveles de hierro, glucosa, y otras métricas están bien. Sin embargo... —hizo una pausa, mirando a Jimin directamente—, hay algo que me gustaría informarte.

El corazón de Jimin dio un vuelco.

—¿Es algo grave? —preguntó, nervioso.

—No exactamente grave, pero es importante. Hemos detectado signos de menopausia omega.

Las palabras flotaron en el aire durante unos segundos. El omega parpadeó, tratando de procesar lo que acababa de escuchar.

—¿Menopausia? —repitió, incrédulo.

El doctor Han asintió con una expresión calmada.

—Es usual en omegas de tu edad. Esto significa que tu cuerpo está comenzando a experimentar una transición hormonal que puede afectar varios aspectos de tu salud.

Jimin se recargó en el respaldo de la silla, sintiendo cómo el peso de la noticia lo golpeaba.

—¿Qué tipo de síntomas debería esperar? —preguntó, aunque no estaba seguro de querer saber la respuesta.

—Algunos ya los has estado experimentando, según lo que me has contado en la última consulta —explicó el alfa—: Cambios de humor, insomnio, sofocos, fatiga, incluso depresión. También los cambios en tu ciclo de celo, hasta que eventualmente desaparezca por completo.

Jimin se quedó en silencio, procesando las palabras. Sentía que añadía una piedra más a la pesada montaña de preocupaciones que ya cargaba sobre sus hombros.

—¿Voy a poder seguir teniendo cachorros? —preguntó de repente. Si bien era algo que no había discutido con Jungkook, él quería seguir buscando una hija omega, después de tantos varones alfa.

El doctor Han entrelazó las manos sobre el escritorio.

—Es posible que tu fertilidad disminuya progresivamente en los próximos años. Aún no podemos decirlo con certeza. Si tener más cachorros es algo que deseas, te recomendaría que lo discutas con tu pareja y consideren que, a tus treinta y ocho años, habría ciertos riesgos.

»A pesar de contar con el apoyo médico adecuado, el embarazo sería considerado de alto riesgo, incluso si cuentas con una buena salud. Deberías hacerte una evaluación más exhaustiva con tu ginecólogo y quizás considerar tratamientos hormonales o métodos de reproducción asistida. Un ginecólogo podrá decirte con qué cantidad y calidad de óvulos cuentas, porque disminuirán con el tiempo.

»Además, si llegas a concebir, con tu historial de embarazo múltiple, sería delicado. Podría haber riesgo de anomalías congénitas, parto prematuro, complicaciones uterinas...

—Entiendo —lo cortó, con voz quebrada.

Se sintió como un golpe para él. La idea de que esa posibilidad se desvaneciera lo hizo sentir como si algo dentro de sí mismo estuviera fallando. No podría complacer a su alfa dándole más cachorros.

El médico le ofreció algunas palabras de aliento y unos folletos sobre la menopausia omega. Jimin apenas podía concentrarse, en medio de una nube opresiva. Las letras en los papeles parecían borrosas mientras los sostenía con manos temblorosas.

Manejando hasta su oficina, el mundo exterior se le pasó como un borrón. Los sonidos de los autos, las risas de las personas en las calles, todo parecía distante, como si estuviera viendo una película desde detrás de un cristal empañado.

Cuando llegó a la puerta de su empresa, se quedó allí por unos segundos, tomando una respiración profunda antes de entrar. Puso su mejor cara para que los empleados que le recibían en el hall con una reverencia no notaran su decaimiento. Saludó a todos los que encontró en su camino y se encerró en su oficina, donde bajó la persiana para que no pudieran verlo.

La soledad lo envolvió en el momento en que cerró la puerta detrás de él. Caminó hasta su escritorio y dejó caer su bolso sobre la mesa antes de sentarse. Sacó los folletos sobre menopausia omega del interior y los arrojó con bronca contra la pared más próxima.

Pasó las manos por su rostro, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a acumularse en sus ojos. No era solo la noticia de la menopausia; era todo. El hecho de que sus hijos ya no parecían necesitarlo, de que Jungkook pasaba más tiempo con sus socios e inversionistas que con su familia, de que el mundo seguía girando mientras él se sentía atrapado en un lugar donde nadie lo apreciaba. El cúmulo de emociones hizo que la represa que tanto había estado conteniendo, finalmente estallara en pedazos, y las lágrimas empezaron a fluir sin control.

Sabía que era un omega dependiente, que su naturaleza lo llevaba a buscar aceptación y validación, pero eso no hacía que fuera más fácil. Quería sentirse amado, deseado, importante. Cada día que pasaba, parecía más invisible, más insignificante.

Estaba tan ensimismado en su propia desgracia, que no escuchó los golpes en la puerta. Eso le dio vía libre a la persona del otro lado para aparecerse en el despacho.

Al percatarse de que un hombre ingresaba, Jimin giró su silla para darle la espalda al desconocido. Aprovechó para restregarse los ojos, eliminando cualquier signo de su llanto.

—No te di mi permiso para entrar —se molestó.

—Le pido me disculpe, señor Park. No era mi intención —dijo el hombre—. Me retiraré ahora.

Jimin se dio cuenta de que era un alfa tan pronto como las feromonas con olor a coco llegaron a su nariz.

—Espera —le pidió, dándose vuelta con rapidez para verlo—. ¿Quién eres?

Se encontró con un hombre alto, de cabello oscuro peinado a un lado y rostro agraciado. Vestía de manera impecable, con un traje a la medida y brillantes zapatos. La impresión que dejó en el omega fue la de un alfa con carácter, aunque arrogante. Estando de pie delante de su escritorio, con las manos tras la espalda, parecía inmenso. No era un dominante como Jungkook, pero bien podría ser de una casta alfa bastante superior.

—Mi nombre es Cha Eunwoo y me contrataron para ser su nuevo jefe de contabilidad. Me da gusto conocerlo y poder trabajar con usted de ahora en adelante, señor Park —dedicó una reverencia formal.

—El señor Park es mi padre. A mí dime Jimin —el omega le miró con mala cara, elevando el rostro para darse aires de superioridad—. Dime, ¿qué pasó con el señor Kang, el anterior jefe de contabilidad?

—Se jubiló. Desde recursos humanos me contactaron para ocupar su lugar.

—Bueno, ya que estás aquí, puedes sentarte —le indicó.

Eunwoo obedeció, esbozando una sonrisa de cortesía. Tras su espalda, había estado escondiendo unos papeles, los cuales dejó en su regazo.

A Jimin le asombró lo guapo que lucía, casi como si fuera un modelo de comerciales de pasta de dientes. Y su cutis... Brillaba tanto y parecía tan suave que se vio tentado de pedirle su rutina para el cuidado de la piel.

—¿Tienes algún tipo de experiencia trabajando para empresas grandes? —indagó, hojeando algunas carpetas que estaban sobre su esceitorio para hacerse el desentendido.

—¿Es esto una entrevista, señor Jimin? —bromeó el alfa en tono coqueto, a lo que Jimin alzó la mirada de inmediato.

—No estás aquí para joder, así que no vuelvas a usar ese tono de voz conmigo. Compórtate como un profesional. Ahora retírate —le hizo un gesto con la mano.

Eunwoo mantuvo la sonrisa en sus labios, casi como si estuviera jugando con su cordura. Se quedó estático por unos segundos y luego se levantó. Depositó sobre el escritorio los papeles que había tenido entre sus piernas, empujándolos hacia el omega.

Al ver los folletos de menopausia omega, Jimin se dio cuenta de que eran los que había arrojado al aire en una pataleta tras apenas llegar a su oficina.

—Si necesita cualquier cosa, señor Jimin, por favor avíseme. Estaré encantado de ayudarle —dijo Eunwoo. Esta vez, la sonrisa había caído, dejando en su lugar una expresión preocupada.

Jimin quiso que el suelo se lo tragara. La vergüenza que sintió al pensar en que aquel alfa podría haberse enterado de su disfuncionalidad como omega, casi le hace llorar de nuevo. No quería que sus empleados se enteraran.

Antes de que pudiera decirle algo, Eunwoo salió por la puerta. Entonces, rebuscó en su bolso, desesperado, hasta dar con su teléfono. Abrió la cámara y observó su reflejo en la pantalla.

Tenía los ojos rojos y un rubor rosado sobre las mejillas y la nariz. Arrojó el aparato de nuevo al bolso, estiró el cuello hacia atrás maldiciendo mentalmente y se quejó en un suspiro.

Le había dado al alfa una pésima imagen del director ejecutivo de las industrias Park.

En el edificio de leyes de la Universidad de Seúl, Jeon Yeonjun caminaba entre la multitud de estudiantes, con su mochila colgada de un hombro y el ceño ligeramente fruncido. Sus ojos, oscuros y profundos como los de su padre alfa, escaneaban cada rincón. Sabía que Nayeon estaría allí. Siempre a la misma hora, sentada en una de las mesas junto al café universitario, con la mirada clavada en un libro o en su teléfono.

El problema era que, últimamente, ella parecía desvanecerse como un espejismo cada vez que lo veía.

"¿Cuánto tiempo más va a evitarme?" pensó Yeonjun. La tristeza se arremolinaba en su pecho, pero sus pasos se mantenían firmes. No iba a permitir que ella lo ignorara otra vez. No después de los meses que habían compartido juntos.

La encontró, como esperaba, en una de las mesas del patio exterior, rodeada de sus amigos. Su risa flotaba en el aire, ligera y despreocupada. Era tan diferente de la Nayeon que él conocía, la que se acurrucaba con timidez a su lado en las noches y le confiaba sus preocupaciones.

Se veía bonita a la distancia. El maquillaje realzaba sus facciones, haciéndola resaltar entre los demás. Su cabello cobrizo brillaba bajo el sol, pareciendo una ráfaga de fuego, y llevaba el uniforme bien planchado y cuidado. Toda correcta, toda apariencias.

Él conocía bien a Im Nayeon. Tuvo la oportunidad de ver su fachada desmoronada a lo largo de cuatro meses. Le dedicó su tiempo, la contuvo mejor que cualquiera de los falsos amigos que revoloteaban a su alrededor y estuvo ahí para sostenerla cada vez que se rompía en sus brazos. Ahora parecían dos extraños que nunca se tuvieron el uno al otro bajo la confidencialidad de las sábanas.

La joven no lo vio acercarse al principio, pero en cuanto lo hizo, su expresión cambió. La sonrisa se apagó de sus labios y su cuerpo se tensó, como si estuviera preparándose para huir.

—Nayeon —la llamó Yeonjun, interrumpiendo las risas del grupo.

Alfas y omegas lo miraron con curiosidad, pero ella fingió no escucharlo. Cerró su libro de golpe sobre la mesa y lo metió en su bolso.

—Nayeon —repitió el alfa, esta vez más fuerte, casi desafiándola frente a sus amigos. Lo hizo a propósito, porque más de una vez ella le advirtió que fingieran ser desconocidos en la universidad.

Por fin, la omega lo miró, sus ojos encontrándose con los de él por un breve instante. Se levantó, colgándose el bolso al hombro. Despidió a sus amigos con la mano y empezó a caminar por el sendero, alejándose de ellos con rapidez.

Yeonjun la siguió, apurando el paso.

—¿Qué haces aquí? —preguntó la omega con voz cortante—. Creí haber dejado claro que aquí no podíamos cruzarnos.

—Quiero hablar contigo.

—Ahora no es un buen momento, Yeonjun. Estoy ocupada.

Él dio un paso adelante, bloqueándole el camino.

—Siempre estás ocupada. ¿Cuándo va a ser un buen momento, entonces?

La mirada de la omega se endureció, pero había un destello de incomodidad en sus ojos, como si las palabras de Yeonjun hubieran tocado una fibra sensible.

—No creo que tengamos nada de qué hablar —respondió, con un tono tan frío que hizo que algo en el interior del alfa se rompiera un poco más.

"Nada de qué hablar". Las palabras resonaron en su mente. ¿Cómo podía decir eso después de todo lo que habían vivido juntos?

—¿En serio? —preguntó, con una sonrisa amarga curvándose en sus labios. Su voz bajó, volviéndose un susurro cargado de dolor por aguantar el rechazo—. Nada de qué hablar, ¿eh? ¿Entonces lo que pasó entre nosotros no significó nada para ti? ¿Todas las veces que nos acostamos y me decías que te gustaba estar conmigo? ¿Qué era eso?

Ella apretó los labios, sus ojos evitando los de él como si fueran demasiado intensos para soportarlos.

—Fue un error. Yo... —tragó saliva, sus manos apretando la correa de su bolso—. No debería haber pasado.

Las palabras lo golpearon como una bofetada.

—¿Un error? —repitió, incrédulo. Su voz temblaba, y no podía decidir si era por rabia, tristeza o ambas cosas—. ¿Eso soy para ti? ¿Un maldito error?

Ella no respondió. Sus hombros se hundieron un poco, como si estuviera escondiendo la cabeza hacia adentro. A pesar de que no era fácil decirlo, era lo mejor para ambos.

—Sabes lo que significaste para mí, Nayeon —continuó el alfa, dando un paso hacia ella, ignorando las miradas de los demás estudiantes—. Fuiste mi primer beso, mi primera vez... Eres mi destinada —murmuró la última frase, esperando que pudiera afectarla en algo.

—¡Basta, Yeonjun! —estalló Nayeon, mirándolo por fin con ojos llenos de frustración y algo que parecía culpa—. No era nada serio, ¿de acuerdo? Fue... algo que pasó. No significa que tengamos que seguir viéndonos por más que hayamos conectado.

El alfa se mordió el labio inferior.

—Eso es lo que piensas, ¿verdad? Que puedes simplemente descartarme como si fuera cualquier otro alfa. Pero no somos cualquier cosa, Nayeon. Lo sabes tan bien como yo.

Ella negó con la cabeza, retrocediendo. Estar tan cerca de las feromonas alfa alteradas lastimaba a su animal interior.

—Tú apenas empezaste la universidad. No puedes entender que yo estoy en un lugar diferente de mi vida. Eres un niño, no puedes darme lo que busco.

—¡No me digas que es por mi edad! —respondió él, con su voz elevándose—. Esto no tiene nada que ver con eso. Es porque tienes miedo.

La omega abrió la boca para responder, sin encontrar las palabras.

—Tienes miedo de lo que piensen los demás —continuó Yeonjun. Su voz se suavizó, aunque su mirada seguía siendo intensa—. No quieres que te señalen con un dedo por estar con alguien que es tres años más chico que tú y que es un ingresante. Pero, te guste o no, lo que compartimos era real, Nayeon. No puedes negarlo. Tuvimos una conexión. Somos almas destinadas después de todo.

Por un momento, su fachada se rompió. Los ojos de la omega brillaron con algo que parecía arrepentimiento. Lo que hubiese sido, lo ocultó rápidamente, levantando la barbilla con una expresión frívola.

—Eso se acabó. Tienes que aceptarlo. Hasta aquí llegamos.

Yeonjun sintió cómo esas palabras lo atravesaban como un cuchillo. Nunca pensó que escucharla hablar con tanta frialdad le dolería tanto.

—Si eso es lo que quieres —dijo finalmente, con un tono bajo y controlado. Dio un paso atrás, permitiéndole pasar—. No me busques cuando te des cuenta de lo que dejaste ir.

Ella pasó junto a él sin mirarlo. Sus pasos resonaron en el hormigón del sendero.

Yeonjun se quedó allí, inmóvil, sintiendo el peso de su dolor expandirse en su pecho como una marea negra. "Destinados", pensó con amargura. Había creído en eso, en la idea de que estaban hechos el uno para el otro. Mientras la veía alejarse, no estaba seguro de que ella creyera lo mismo.

Y eso era lo que más le dolía.

Bienvenidas, personitas bellas, a esta segunda parte de la historia! Habrá mucha más complejidad que en la primera parte, y más drama, como saben que me gusta. Les agradezco por regresar a leer y apreciaré siempre el cariño que me regalan 🥰

Les deseo una hermosa semana! Disfruten mucho. Nos volvemos a reencontrar el otro lunes para conocer un poco a los mellizos 💕✨

-Neremet-

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