Capítulo 10
La vida no me sonríe
- ¿Qué haces aquí? - pregunta el tipo que tengo justo delante mía, enfadado y con rabia.
Lo he pillado justo ordenando su habitación, pero no me puedo creer quién es.
- Tú... - digo sin salir de mi estupefacción en la que estoy sumida.
- Yo si, yo bruja. ¿Me puedes decir qué haces aquí y cómo has encontrado dónde vivo? - pregunta extrañado, aliviando su expresión de enfado y adoptando una más calmada. No sé porqué, ni me lo preguntéis porque ni yo me entiendo, extrañaba que me volviese a llamar bruja.
- Yo... - pero por favor, si no se decir otra cosa que solo una palabra sin poder formar una frase en condiciones. Siempre titubeando, que coñazo más grande.
- ¿No sabes hablar ahora o qué? - se acerca poco a poco a mí, lleva una toalla entre en sus manos. Lo miro de arriba de abajo y de abajo a arriba, no dejo ni un rincón de su cuerpo sin mirar ni inspeccionar. Es la maravilla en persona. Me recompongo como puedo e intento formar una frase con el mentón hacia arriba y el pecho hacia delante.
- Si sé hablar. ¿Quién ha dicho que no? - pregunto. Aunque por fuera haya adoptado una expresión de fuerza, por dentro estoy como una gelatina. De fresa, a ser posible. Son las mejores, a mi gusto.
- Ya veo, ya. Bueno, ¿me dices ya todo lo que te he preguntado? - vuelve a insistir al ver que no le contesto.
- Estoy buscando piso - digo sin más.
- Pero eso no responde a las preguntas de antes, bruja - dios, cada vez que me llama así mis piernas tiemblan hasta el punto que temo caerme delante de él y hacer el ridículo.
- Pues... El otro día vi un cartel en el que ponía que se buscaba compañero de piso, el número de teléfono y la dirección. Le hice una foto y pues en ese momento fui a ver un piso, que por cierto, decepción máxima porque era horrible. Todo super chico, la habitación era como un cuarto de baño de pequeño, eso no era... - de repente escucho una carcajada en toda regla. Pero una carcajada de las graves, de las que te ponen los pelos de punta con tan solo escucharlas. Subo la mirada hasta él y se está tronchando de la risa -. ¿Se puede saber de qué te ríes? - pregunto un poco confusa y a la vez enfadada, porque no hay otra explicación que no sea que se esté riendo de mí.
- Hablas demasiado - dice tan tranquilo después de secarse las lágrimas que salían de sus ojos por la risa -. Eres una parlanchina, bruja.
- Deja de llamarme así - resoplo y mi enfado aumenta, porque todos sabemos que no quiero que me deje de decir bruja.
- Si así lo quieres, parlanchina - sus labios forman una sonrisa verdadera, en la que se dejan ver los dientes perfectamente alineados y blancos como la nieve. Me dijo más de la cuenta en sus labios, en esa sonrisa, en lo que me gustaría poder besar esos labios, sentirlos cerca de los míos, como lo rozan, la calidez que desprenden, sentir su aliento de nuevo... -. ¿En qué piensas?
Me saca de mi ensoñación y tengo que sacudir la cabeza para alejar esos pensamientos de mi cabeza.
- ¿Por qué lo preguntas?
- Por nada. Solo porque estás un poco roja - instintivamente, llevo mis manos a mis mejillas para tocarlas, y están ardiendo -. ¿Algún pensamiento subido de tono, bruja?
Que cara más dura tiene. Ufff me pone mala. No le puedo decir que estaba pensando en sus labios. No le puedo decir que deseo sus labios sobre los míos para sentirlos.
- Ninguno que a ti te importe.
- Calma fiera. Solo preguntaba - dice poniendo sus manos en alerta como si le fuera a saltar encima para devorarlo. No es mala idea, está para comérselo y luego rechupetearlo entero.
- Bueno, pues eso. Que fui yo la que te llame y fuiste tú el que me dijo que podíamos quedar hoy a esta hora para que me enseñarás el piso, que no es un piso, es una casa, bastante bonita por cierto - ya se está riendo otra vez, es que no controlo cuando habla mucho o de más, me sale solo, y que se ría de mí y escuchar esa risa grave me pone muy nerviosa -. Y pues aquí estoy.
- Y, ¿cómo es que has entrado si no tienes llaves? - pregunta confuso, se acerca a un escritorio que hay justo debajo de una ventana en su habitación y ahí suelta la toalla de sus manos. Se vuelve hacia mí de nuevo para poder mirarme y escuchar mi respuesta.
- La puerta estaba entreabierta - su cara espera a que le cuente el porqué verdadero -. Iba a llamar, pero me di cuenta que estaba abierta y entré.
- Entraste sin más - dijo cabeceando mirando a su alrededor.
- Sí - afirme con la cabeza y jugando con mis dedos. Estaba nerviosa, para qué negarlo, él me pone nerviosa.
- Eso no es bonito ni bueno.
- ¿El qué? - confusa, dejo de jugar con mis dedos para pasármelos por el pelo.
- Entrar sin permiso en una casa que no conoces y la cual vas a visitar y te van a presentar - explica poniendo los brazos en jarras y con una sonrisa de medio lado.
- Lo siento, solo vi que la puerta estaba abierta y pues entre sin más. Pensaba que a lo mejor había entrado alguien o se había olvidado...
- Déjalo, bruja - dice tan bajito que me cuesta escucharlo. Lo veo acercarse a mí con las manos a los lados de su cuerpo -. Entraste y estás aquí. Ya no más - instintivamente voy dando pasos atrás, no sé porqué lo hago.
Mi espalda topa con una pared y él se acerca tanto que ya no queda aire entre nosotros. No siento su tacto pero si su presencia justo encima mía. ¿Cómo se sentirá tenerlo encima en la cama? ¡Por dios, que mente!
Sus manos suben para colocarlas a los lados de mi cabeza, pegadas a la pared. Mi respiración se vuelve pesada, me cuesta respirar y tengo que entreabrir los labios para que pueda pasar un poco de aire.
- Entonces, ¿buscas piso? - dice recorriendo con sus ojos todas mis facciones e incluso, se va apartando un poco solo, para ver mi cuerpo. Sus ojos se fijan en mi pecho. Se da cuenta de que estoy nerviosa y un poco fatigada, me cuesta respirar con normalidad. Mi pecho sube y baja.
- Sí - susurro que hasta a mí me cuesta descifrar.
- Y, ¿no sabías que era yo cuando me llamaste? - pregunta acercándose más si cabe la posibilidad.
- No - solo puedo afirmar o negar, no me sale otra cosa.
- ¿Ni sabías que soy yo el desconocido que te habla? - mi respiración se corta por completo ahora mismo. Me quedo sin aliento. Mis piernas tiemblan tanto que me tiene que agarrar con sus manos para no caerme. Mis manos agarran sus brazos, siento sus músculos.
- ¿Qué? ¿Eres tú? ¿Por eso dijiste que esta tarde me ibas a ver? ¿Por eso dijiste que yo no te conocía? ¿Que me notaste y me sentiste? ¡Pero tú estás loco! ¡Me voy! - me alejo de él todo lo posible para salir de sus brazos y sus manos, salgo de la habitación y me dirijo escaleras abajo para irme de esta casa.
- Amanda, espera - escucho mi nombre. Me está llamando.
- No, ni Amanda ni nada, no me espero, paso, me largo - pero de repente me asalta otra duda -. ¿Y cómo coño dejaste un papel con tu número de teléfono en mi bolsillo? Eres un psicópata.
- ¡Que te esperes te digo! ¡Deja de decir gilipolleces! ¡Joder! - grita tanto que me sobresalto. Mi mano está en el pomo de la puerta, dispuesta a girarlo para poder salir sin más, dejarlo atrás. Pero su mano se posa en la puerta con tanta fuerza, que lo poco que estaba abierta la puerta, la hace sonar con un portazo y aprieta su mano en ella.
- Déjame ir - sueno como si me hubiera secuestrado. Que mal, no penséis eso, aparte si me hubiera secuestrado yo encantada de la vida, porque estaría dispuesta a que me hiciera de todo. ¿Pero que coño digo?
- No te vas de aquí - réplica acercando su cara a la mía demasiado. Nuestras narices casi se tocan. Ya no hay aire limpio entre nosotros, nuestros alimentos se entremezclan.
- Si... si me voy, déjame, apártate - se acerca mucho más, casi noto sus labios encima de los míos. Me quedo sin respiración y sin aliento, todo me lo roba y se lo lleva él. Mis manos se resisten y sueltan el pomo de la puerta para caer sobre los lados de mi cuerpo.
- Te he dicho que no - vuelve a repetir esta vez bajando sus ojos hasta mis labios.
- ¿Por qué la vida no me sonríe? - pregunto sin más. No sé a qué viene esa pregunta. Pensaba que solo la diría en mi mente y para mí, pero al parecer la he dicho en voz alta.
- Si te sonríe - en sus labios aparece una sonrisa lobuna. Es perfecta.
- No - niego.
- Ahora vamos a ir tranquilos, te vas a quedar aquí, porque te voy a enseñar la casa - dice controlando su respiración. Bueno él ya la tenía controlada porque no mostraba nada de inquietud ni nervios, pero yo estoy que me muero de un infarto ahora mismo -. Porque tú, te vas a quedar a vivir aquí, y vas a ser mi compañera de piso.
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