7. DOS TESTIGOS

Me encontré con la mirada inquisitiva de Adrián apenas y entré de vuelta a mi apartamento.

No había dejado de llorar, varias lágrimas aún escurrían por sus mejillas pero ya no tenía las pupilas dilatas ni la mirada pérdida como cuando llegó, los efectos de las drogas que consumió esa noche lo habían abandonado; sin embargo, la ansiedad seguía dominándolo, las manos le temblaban y le costaba respirar.

—Ayuda a Ryan, por favor, ayuda a Ryan —volvió a implorarme con voz quebradiza.

Me acerqué a él y, con calma, lo tomé de los hombros, nuestra cercanía siempre estaba relacionada a los encuentros sexuales que manteníamos, nunca estuve cerca de él sin que el sexo o el deseo estuviesen de por medio. Conocer a Adrián implicó romper mis propias reglas y, ante lo inestable que se encontraba, mi consciencia me hizo romper una más: lo rodeé con los brazos en un intento de darle consuelo, él se aferró a mí con fuerza y lloró sin reservas. Lo conduje hacia el sillón y ahí le permitía que sacase el dolor que lo abrumaba.

No fui consciente de cuánto tiempo pasó, solo sé que en algún momento Adrián dejó de llorar y comenzó a respirar con normalidad, cuando eso sucedió, se lo dije, tenía que decírselo.

—Adrián, un cuerpo fue encontrado en Central Park, en las inmediaciones de la Calle 79, no estoy seguro del todo, pero el cuerpo era de un chico, y ese chico tenía un tatuaje en la muñeca con el nombre de «Ryan».

Adrián se llevó las manos al rostro ante mi declaración y negó con vehemencia, intentó mantener la calma, pero, de forma inevitable, volvió a quebrarse.

—Fue mi culpa, yo lo abandoné —escuché decir a Adrián en susurro luego de que volvió a tranquilizarse.

—Necesito que intentes mantener la calma para que puedas contarme qué fue lo que pasó —le pedí y apreté su hombro para hacerle ver que contaba conmigo.

—Lo abandoné... yo lo abandoné.

—Adrián, aunque aún no he leído el informe del forense, estoy seguro de que quien le hizo esto a tu amigo fue la misma persona que asesinó a los otros chicos, los que también fueron encontrados en Central Park, por eso necesito que me cuentes a detalle qué fue lo que sucedió, quién era Ryan, todo lo que puedas decirme será de gran utilidad.

—Necesito un cigarro, por favor, ¡necesito un cigarro! —imploró Adrián con voz temblorosa, las manos también le temblaban.

De mi gabardina saqué la caja de cigarros y el encendedor, le puse el tabaco entre los labios y se lo encendí. Adrián fumó el cigarrillo en silencio, en cuanto se lo terminó me pidió otro, otro y otro más. Fue a mitad del cuarto tabaco que comenzó a contarme lo ocurrido:

—Ryan es uno de los chicos con los que regento el apartamento en el que vivo, fue quien me ayudó a llegar a Nueva York, es primo de un primo de mi amiga que, a la vez, me ayudó a cruzar hacia los Estados Unidos. Las cosas fueron más sencillas gracias a él, la prostitución es controlada por la mafia y no puedes solo pararte en una esquina y ya está; el primer día que puse un pie en esta ciudad, Ryan me llevó con el padrote que controla Central Park para que negociara con él y me dejase trabajar, una hora después, Ryan estaba enseñándome las principales calles de la ciudad, los precios y las reglas que hay que seguir al prostituirse. Yo nunca quise vender mi cuerpo a otros, pero soy un inmigrante que no tiene demasiadas opciones. A Ryan tampoco le gustaba hacerlo, eso era algo que compartíamos, pero cuando huyó de su casa a los dieciséis fue a lo que se vio orillado a hacer para sobrevivir, él y yo teníamos demasiado en común, ambos juramos que solo haríamos esto durante un año más, hasta que ahorráramos el dinero suficiente para intentar hacerlo de otra manera.

»Ryan fue para mí un amigo en toda la extensión de la palabra, él fue una buena persona, ¡joder! No tenía por qué ayudarme, no estaba obligado a hacer algo por mí, pero lo hizo. Gracias a Ryan pude adaptarme pronto al frenético ritmo de esta ciudad, conocí personas, lugares, gané dinero... gracias a Ryan me sentí menos solo.

»Ryan es un chico muy astuto y me enseñó también a serlo. Ryan se defendía y no permitía que nadie se burlara de él, también nos defendía al resto, siempre daba la cara por nosotros. Recuerdo que la segunda noche que me prostituí, un hombre me llevó debajo de un puente de Central Park para que se la chupara, lo ideal siempre es cobrar por adelantado o al menos la mitad, tú sabes cómo funciona esto, pero aquel fue apenas mi segundo cliente por lo que yo era un inexperto; el sujeto me dijo que me pagaría al final y que si me esforzaba y lo hacía bien me daría dos dólares más; hice lo que me pidió y el imbécil se corrió en mi boca, escupí y me enderecé para cobrarle, pero, sin que yo me lo esperara, el cabrón me dio un puñetazo en el estómago y uno más en el rostro que me hizo caer al suelo, ahí, indefenso, el pendejo me agarró a patadas y luego huyó sin pagarme.

»Como pude volví a la Calle 79 y le conté a Ryan lo que había pasado, me metió una regañada y un par de cachetadas por hacer el trabajo sin cobrar, o al menos la mitad, como me había dicho que lo hiciera; sin embargo, a la siguiente noche, Ryan me pidió que si reconocía al sujeto se lo dijera, y así sucedió. El cabrón volvió para buscar a otro incautó y yo lo reconocí, se lo dije a Ryan y él se ofreció a ir con el tipo, y cuando estaban a solas, Ryan le dio una golpiza que lo dejó inconsciente, luego, le robó la billetera y le escupió a la cara. «Para que aprendas que con nosotros no se juega», me contó Ryan que le gritó al sujeto antes de abandonarlo como él lo hizo conmigo. Me dio dos de los tres dólares que me correspondían. «Te quito uno para que escarmientes y aprendas a seguir las reglas», me dijo.

»En Ryan y en los otros chicos encontré una familia, si he sobrevivido a estos cuatros meses en esta ciudad ha sido gracias a ellos, pero sobre todo gracias a Ryan, al ser el que más experiencia tenía, él actuaba como nuestro hermano mayor, a pesar de que solo es... era más grande que nosotros por unos cuantos meses. Era nuestro líder, el que ponía las reglas en la casa, quien nos impuso el no trabajar ni los miércoles ni el domingo para tratar de disfrutar de la vida y olvidarnos, al menos un par de veces a la semana, de lo que estábamos obligados a hacer para sobrevivir.

»Fue también Ryan quien me dio a probar la primera droga y de quien aprendí que drogado podía sobrellevar el hecho de tener que entregar mi cuerpo a hombres que me desagradaban, y, cómo la mayoría de la veces, Ryan tenía razón. Descubrí que el estar drogado hacía las cosas más sencillas y los recuerdos más difusos. Esa también era una de las razones por la que los días en las que no trabajábamos, Ryan no nos permitía consumir, esos días son sagrados, los días en los que podemos ser un poquito libres, ser nosotros mismos.

De pronto, Adrián perdió la tranquilidad a la que había logrado llegar y su entereza se quebró una vez más, se vio obligado a interrumpir el relato que me contaba sobre quién había sido Ryan y lo que representó en su vida. Volví a colocar mi mano en su hombro para dejarle claro que su dolor me importaba, que el que me hablase de Ryan era la forma que tenía para intentar ayudarlo, a él y a los que eran como él, esos a los que un desquiciado había decidido asesinar uno a uno.

—¡Dime, por favor, que el Ryan que encontraron no es el Ryan que yo conozco! ¡Dime que Ryan no está muerto! —Adrián se recargó en el sillón y perdió la mirada en el techo, su pecho subía y bajaba a un ritmo acelerado—. ¡Ryan no puede estar muerto!

Aunque no quería lastimarlo, a pesar de que me hubiese encantado decirle lo que quería escuchar, yo sabía que el Ryan encontrado en el parque era el mismo del que Adrián me hablaba, lo supe en cuanto vi su reacción al decirle lo del tatuaje en el muñeca, esa no podía ser una coincidencia, tampoco lo podía ser el que Adrián apareciese herido en mi apartamento para pedirme que ayudase a un tal Ryan y que luego un cuerpo apareciera sin vida en Central Park. El Ryan que hizo que la vida de Adrián en esta ciudad fuese más sencilla, estaba muerto, y yo no tenía ninguna duda sobre ello.

De cierta forma, ese hecho también me lastimaba a mí, había intentado evitar la muerte de un cuarto chapero, pero no lo había conseguido. Miré la herida en el brazo de Adrián y los moretones en su rostro y me di cuenta de que, esta madrugada, pudieron haber sido cinco los asesinados y no cuatro. El ser consciente de ello me hizo enderezarme, necesitaba leer el informe forense a detalle, sin embargo, los hechos ocurridos dejaban en claro que el asesinato de Ryan había sido distinto al de los otros tres chicos, algo en el modus operandi del asesinó cambió. «Esta vez tenemos un testigo, un indigente asegura que vio a alguien arrojar el cuerpo a medida calle desde un carro negro», recuerdo que me dijo el forense.

Las heridas y el estado en el que Adrián llegó a mi apartamento eran en sí mismas una declaración: Adrián había estado en la escena del crimen, por eso me imploraba que ayudase a Ryan, porque sabía que estaba en peligro. «Lo abandoné... yo lo abandoné», declaró Adrián cuando le pregunté qué había ocurrido. Lo miré sollozar a mi lado y, entonces, fui consciente a plenitud de que no teníamos solo a un testigo, teníamos a dos.

—Adrián, necesito que por favor me cuentes qué fue lo que pasó esta madrugada, el cómo y quién te hirió, lo que sucedió con Ryan y el por qué dices que lo abandonaste.

Con frustración y en reiteradas ocasiones, Adrián se pasó las manos por el cabello, pero luego asintió. Lo vi tomar un respiro profundo, después, se aferró a mi mano y la apretó con fuerza, quizá en un intento de hacerse con el valor necesario para hablar. Pasaron algunos minutos en los que Adrián permaneció en silencio, tal vez estructurando en sus adentros los hechos ocurridos unas horas atrás. Cuando se sintió preparado, me miró a los ojos y comenzó a relatarme lo sucedido la madrugada de ese cuarto viernes de abril de 1969.

—Las últimas tres semanas había notado a Ryan distinto, esa determinación que lo caracterizaba, el carácter fuerte con el que siempre se conducía, la alegría que lo acompañaba cuando no trabajábamos, lo habían abandonado en los últimos días. —Adrián volvió a perder su mirada sobre el techo—. El miércoles pasado que fue la redada de la que tú yo escapamos, me enteré de que Ryan estaba así porque se había rencontrado con su padre, y se había alguien a quien mi amigo odiaba en este mundo, era al hombre que lo engendró. No sé de qué hablaron o qué fue lo que ocurrió entre ellos, pero haya sido lo que haya sido, descontroló demasiado a Ryan, lo sacó de su centro. Estos últimos días consumió más cocaína de la que solía consumir, esta madrugada no fue la excepción, Ryan iba muy drogado.

»Yo le dije que si no quería ir a trabajar no lo hiciera, que yo podía darle la mitad de la que ganara, pero él se negó y salió del apartamento. Salí tras él deprisa y no me le separé, algo me decía que no debía dejarlo solo. Llegamos a Central Park temprano, apenas pasaban quince minutos de las ocho; todo el camino y lo que estuvimos en el parque, Ryan permaneció callado.

»Se llegaron las ocho con cuarenta y ningún cliente había pasado por ahí, hasta que, algunos minutos después, un lujoso carro negro se detuvo frente a Ryan. De inmediato Ryan se acercó, desde donde me encontraba vi a mi amigo intercambiar palabras con el conductor, eso es normal, pero la conversación entre Ryan y el sujeto se alargó y eso me pareció extraño. Miré con atención hacia el carro, este tenía los vidrios tan oscuros que no podía mirar al conductor. De pronto, Ryan se giró hacia mí y me hizo una señal para que me acercara, atendí a su llamado y caminé hacia el auto, entonces lo vi: el sujeto que lo conducía iba vestido con un elegante smoking, sin embargo, lo que desde un comienzo me causó desconfianza es que ese hombre llevaba una máscara en el rostro. A pesar de que su cara estaba cubierta, noté cómo, desde adentro, me analizaba de arriaba abajo. «Súbete atrás, he convencido a nuestro amigo para que nos lleve a ambos». Me susurró Ryan al oído, yo iba a negarme, no obstante, cuando vi que mi amigo ocupaba el asiento del copiloto, no quise dejarlo solo y me subí.

»El sujeto condujo hacia el centro de la ciudad. «Vamos a una fiesta de disfraces, por eso nuestro amigo lleva una máscara». Otra de nuestras reglas es que a los clientes a los que se les ve el dinero, hay que esforzarse por tratarlos bien, quizá por eso Ryan se puso juguetón desde que nos subimos al auto. Desde atrás, lo vi deslizar sus manos sobre la verga del hombre para acariciársela y seducirlo, a la mayoría de clientes suele gustarles que hagamos eso, sin embargo, con este cliente las cosas fueron distintas. Por lo posición en la que me encontraba, logré ver a detalle cómo el sujeto apretaba los puños en el volante cuando Ryan lo tocó, luego, negó enfadado y con brusquedad quitó la mano de mi amigo. «Espera a que lleguemos a la fiesta», le dijo. Ryan levantó las manos en son de paz y se alejó de él.

»Yo me encontré con la mirada del hombre en el espejo retrovisor, y la forma en la que me miró me obligó a desviar la mirada. El sujeto era joven, estoy seguro de que no debía tener más de treinta años, tenía un caballo castaño casi rubio y sus ojos eran verdes, un color muy bonito a no ser por la forma en la que miraba; tenía manos fuertes, lo pude apreciar en la forma en la que le sobresalían las venas; era alto, mucho más alto que yo y un poco más alto que Ryan. Condujo por la ciudad hasta que llegamos al muelle, la fiesta a la que fuimos se realizó en un barco.

»Aquella no era precisamente una fiesta de disfraces, como dijo Ryan, era una fiesta de máscaras en la que solo habíamos hombres. Estábamos nosotros, los chaperos, y estaban ellos, los sujetos con trajes elegantes. Todos los que vestían de smoking llevaban una máscara. En cuanto abordamos el barco, el sujeto nos dio las instrucciones y nos pagó por adelantado, cincuenta dólares a cada uno. Miré a Ryan sorprendido y él solo me sonrió. Si hacíamos todo lo que el hombre nos pidiera, íbamos a ganarnos cincuenta más para los dos.

»Las instrucciones fueron precias: teníamos que desnudarnos por completo y así los hicimos, luego, un hombre que se encontraba en la entrada del barco le dio al sujeto con el que íbamos dos correas, nos las colocó en el cuello y nos dijo que tendríamos que gatear, actuar como si fuésemos unos perros, unas mascotas. Yo estaba a punto de negarme, pero ya había recibido el dinero, así que no me quedó más opción que aceptar.

»Lo que vi una vez entramos fue repugnante: había varios chicos como nosotros, todos iban desnudos y llevaban una correa atada a su cuello. Aquella era una fiesta sexual, muchos de los hombres que vestían elegantes smokings mantenían relaciones sexuales con sus mascotas, algunos mientras bebían y charlaban entre ellos, las mascotas estaban arrodillados haciéndoles mamadas; otros, tenían a sus mascotas sobre sillones e incluso en camas y se los follaban, a muchos de ellos con violencia.

»Miré a Ryan y solo se encogió de hombros, lo único que yo quería era pararme e irme de ahí, pero no podía dejar a mi amigo solo, tampoco creo que irme fuese tan fácil como ponerme de pie y salir. Decidí quedarme y seguir el juego, si el hombre nos daba los otros cincuenta dólares que nos prometió podríamos dejar de trabajar hasta por dos semanas. La noche avanzó, sin embargo, el sujeto que nos contrató actuó de forma distinta que el resto: se sentó en un rincón alejado desde donde podía ver lo que sucedía en la fiesta, después, le hizo una señal a un camarero para que le trajese una botella, pero esta no era una botella común de alcohol, era como si el alcohol hubiera sido vaciado en una botella de otro material; el camarero trajo consigo dos vasos de vidrio. Creí que el hombre se pondría a beber mientras nos pedía que le hiciéramos una mamada o algo por el estilo, pero en cambio, llenó los vasos de la bebida y nos los dio mientras él observaba en silencio lo que ocurría a su alrededor. Lo analicé desde el suelo y vi como volvía apretar los puños y su cuerpo se ponía rígido, como si estuviese luchando contra algo en su interior.

»Ryan se bebió la bebida de un trago y el sujeto volvió a llenarle el vaso, después, me miró a mí, entendí que esperaba que, al igual que mi amigo, me bebiera todo el alcohol, me lo exigió con la mirada. Lo hice y el volvió a llenarme el vaso, el sabor me pareció tan desagradable que tuve que hacer muecas, Ryan se rió de mí con discreción, ese gesto me relajó un poco, aun así, decidí fijar la mirada hacia el piso porque lo grotesco de esa fiesta me incomodaba. Ryan siguió bebiendo del alcohol que ese hombre le servía, yo aprovechaba mi posición y, cuando el hombre estaba distraído, escupía la bebida entre mis piernas.

»La noche avanzó y Ryan y yo permanecimos ahí sin hacer nada, a los pies del hombre que nos contrató mientras él, con el cuerpo rígido, observaba lo que sucedía en la fiesta. Comencé a notar que mi amigo no estaba bien por la forma en la que sus pupilas se dilataron y por la forma en la que su mirada se perdió, entonces el sujeto se puso de pie y arrastró nuestras correas hacia la salida. El hombre a la entrada nos devolvió nuestra ropa y yo tuve que ayudar a Ryan a vestirse porque apenas y podía mantenerse de pie.

»Hice que Ryan me rodeará el hombro para que se apoyara y pudiera caminar. Creí que todo había terminado ahí, estaba decidido a caminar a la avenida más cercana para tomar un taxi, ya no me importaba si el hombre nos daba los otros cincuenta dólares, pero es que Ryan no podía ni caminar, estaba consciente pero era como si no lo estuviera. El hombre se paró frente a mí y me dijo: «Vamos a subir a tu amigo a mi coche, yo voy a llevarlos hasta donde tú me digas». Debí negarme, ahora sé que incluso hubiera sido mejor permanecer en la calle hasta que Ryan se recuperara, pero tomé una mala decisión y le hice caso a ese cabrón. —Varias lágrimas volvieron a escurrir por las mejillas de Adrián—. Subí a Ryan al asiento del copiloto con la ayuda de ese hombre y yo me subí en la parte trasera.

»Lo que sucedió a continuación fue todo muy rápido, yo le di la dirección al sujeto de adónde debía llevarnos, sin embargo, noté de inmediato que el sujeto conducía por otras calles completamente opuestas a la dirección que yo le di. Entonces le grité que parara, que íbamos a bajarnos, pero él me ignoró. Ryan, en su último esfuerzo por mantenerse consciente, se enderezó y preguntó que ocurría, el hombre estiró la mano, tomó a Ryan de la nuca y le estampó la cabeza contra el tablero hasta que perdió la consciencia por completo.

»Esa acción me hizo llorar y gritar para pedir auxilio, sin embargo el hombre pisó el acelerador y se internó en calles solitarias. Reaccioné y me estiré hacia el frente para jalar el freno de mano; logré que el coche derrapara y se detuviera, pero fue entonces cuando me di cuenta de que el hombre llevaba un cuchillo, fue así que me hizo la herida en el brazo, él enterró el arma y me obligó retroceder. —La voz de Adrián estaba a punto de quebrarse—. Seguí a mi instinto y abrí la puerta trasera y me bajé, el sujeto tomó una pistola y comenzó a disparar hacia mí; deprisa me tiré al suelo y me puse las manos en la cabeza, un par de segundos después, oí a la puerta cerrarse y al vehículo acelerar. Me puse de pie y grité para pedir auxilio, pero nadie me escuchó, nadie estaba ahí.

»Vi al carro desaparecer a la distancia, me di cuenta de que el brazo me sangraba y lo único que se me ocurrió fue apretar la herida con la mano y caminar hasta tu apartamento para que me ayudaras. Tú dijiste que eras policía y yo creí... yo creí que podrías ayudar a Ryan, pero Ryan... está muerto. ¡Yo lo abandoné, Jayden! ¡Yo abandoné a Ryan y por eso está muerto!

Adrián volvió a quebrarse a mi lado, lo único que atiné a hacer fue abrazarlo una vez más para darle mi apoyo y hacerle ver que no estaba solo. El relato de Adrián me daba vueltas y vueltas en la cabeza; ahora tenía una descripción física del asesino y un montón de información para usar a mi favor, sin embargo, la consciencia delo que implicaba tener dicha información me llegó de golpe, había estudiado a detalle la psicología de ese hombre y sabía que, luego de lo ocurrido esta madrugada, no iba a quedarse tranquilo, que no iba a dejar cabos sueltos, que buscaría completar su ritual. Me encontraba en una lucha a contrarreloj, la arena caía sin tregua en el recipiente inferior. Abracé a Adrián con más fuerza.

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