4. REDADA

Adrián se aferró a mi mano y me estrujó hacia afuera de los baños.

Me paralicé ante lo que vi en cuanto llegamos al pasillo que daba hacia la pista de baile: la música se había silenciado y en su lugar retumbaba en las paredes el eco del sonido de los gritos y rechiflidos que nacían del caos; la pista de baile estaba llena de compañeros policías que a punta de macanazos sometían a cuanta persona se atravesaba por su camino, en las esquinas podía apreciarse a algunas travestis que se deshacían de las pelucas que llevaban puestas arrojándolas al suelo, las vestidas eran las principales en ser atacadas y perseguidas.

Cuando Adrián volvió a jalarme de la mano con fuerza obligué a mis extremidades a reaccionar y corrí detrás de él, la gente iba y venía de un lado a otro, se empujaban, algunos tropezaban y caían de bruces al suelo y otros eran sometidos con violencia desmedida. Desde que terminé la academia fui asignado al departamento de homicidios, por lo que nunca antes estuve en una redada, sabía en qué consistían, sabía cuál era su objetivo, pero el verlo desde el otro lado me generó un extraño sentimiento en el pecho. Entre el caos generado mi mano se desprendió de la de Adrián.

Lo vi girar la cabeza y mirarme, la felicidad y el entusiasmo con los que esa noche lo encontré se le habían borrado del rostro, volví a encontrarme con su mirada melancólica y llena de miedo. Adrián no se detuvo y empujó a la gente para abrirse espacio, llegó hasta la barra que estaba más alejada de la entrada y saltó detrás de esta para ingresar a una puerta que debía dar a la cocina o a una bodega. Mis pulsaciones se aceleraron ante la idea de Adrián siendo sometido a macanazos, me vi obligado a imitar su accionar y empujé a cuanta persona se atravesó en mi camino para abrirme paso hacia la barra. En cuanto logré llegar di un brinco hacia el otro lado y empujé con más fuerza para poder entrar al lugar en el que Adrián se había recluido.

En cuanto conseguí entrar me di cuenta de que mi intuición no falló, aquella era una bodega en la que resguardaban el alcohol que servían de manera ilegal en el bar, pero además era también una salida trasera que los marginados que acudían noche a noche a divertirse transformaron en su vía de escape; ese era el motivo por el cual las personas se aglomeraban e intentaban a costa de todo llegar hasta ahí.

Logré distinguir el cabello castaño de Adrián un par de metros más adelante, la gente se empujaba para caber a través de la pequeña puerta de salida, algunos consiguieron salir, sin embargo, la policía había descubierto esa vía de escape y, un par de segundos después, el caos se desató dentro las cuatro paredes de esa bodega. Un grupo de policías se paró frente a la salida y con escudos y macanas comenzaron a repeler a las personas que intentaban escapar. Vi a Adrián caer de rodillas al suelo y entonces supe que iban a atraparlo, para evitar que eso sucediera me vi obligado a quemar el último cartucho, uno que sabía iba a traerme demasiados problemas y cuestionamientos.

Empujé con vehemencia a las personas a mí alrededor hasta que logré llegar con Adrián, él iba a intentar levantarse, sin embargo tomé su brazo derecho, lo torcí hacia la espalda, coloqué la rodilla sobre su cintura y lo sometí con el pecho contra el suelo. Los policías habían logrado entrar a la bodega y los vi dirigirse hacia nosotros con las macanas en alto, pero antes de que pudieran actuar, saqué mi placa de la bolsa trasera del pantalón y la mostré en alto: «Detective Jayden Rivera», grité. Deprisa me puse de pie y obligué a Adrián a hacer lo mismo, un estado de confusión se apoderó de la bodega, el policía que pretendía someternos miraba mi placa y mi rostro, confuso.

—¡Estoy en una misión propia de suma importancia! —le grité y lo miré con firmeza—, ¡ábrame paso, oficial!

El policía me iluminó con su linterna y me miró con atención, por su mirada y por la forma en la que entreabrió los labios estaba seguro de que me había reconocido, de que al verme el rostro y relacionarlo con mi nombre, mi rango y mi placa, supo quién era yo y quién era mi padre. Dejó de apuntarme con la linterna a la cara y se hizo a un lado.

—¡Ábranle paso al detective! —Ordenó.

Me di cuenta de que seguía torciendo el brazo de Adrián con fuerza cuando comencé a caminar. Adrián intentó oponer resistencia en avanzar, yo solté su brazo y lo empujé por los hombros, necesitaba que mi actuación fuese creíble. Afuera había tres patrullas con las torretas encendidas, les mostré mi placa a los colegas que aguardaban alrededor, todos me miraron con duda pero ninguno me cuestionó. Obligué a Adrián a caminar con rapidez por la calle trasera al bar hasta que logramos dar la vuelta.

—Sigue caminando sin resistencia —le susurré al oído y me aferré a sus hombros con fuerza, tenía miedo de que, ante el estrés de la situación, Ardían intentase escapar de mí y cometiera una imprudencia que lo pusiera en peligro.

Avanzamos una cuadra hacia el frente y, desde la distancia, ambos logramos observar a las patrullas estacionadas a las afueras de la entrada del Stonewall Inn; mis colegas habían logrado controlar la situación, tenían a varias decenas de personas sometidas, a algunos contra el suelo, a otros contra la pared. Otro par de patrullas pasó a gran velocidad frente a nosotros y yo volví a tomar el cuerpo de Adrián con fuerza para alejarlo de la iluminación de los postes de luz en las esquinas. Lo obligué a que siguiera caminando, por más resistencia que opusiera no iba a dejarlo ahí.

Tuvimos que rodear toda la manzana para llegar sin ser vistos al lugar en donde estacioné mi coche, a la distancia podía escucharse el sonido de las patrullas que se retiraban del barrio de Greenwich Village para llevar presos a todos los que lograron capturar en la redada. Abrí deprisa mi coche sin soltar el brazo de Adrián y luego rodeé el auto junto a él y lo obligué a subir. Cuando tomé mi lugar frente al volante me di cuenta de que Adrián lloraba, pero no eran lágrimas solo de tristeza, en ese momento varios sentimientos lo dominaban, por la forma en la que me miraba entendí que eran la frustración y el enojo los sentimientos que imperaban en él.

—¡Eres un maldito policía! —me gritó en cuanto cerré la puerta del coche.

—Detective en segundo grado para ser más exactos —le respondí y le sostuve la mirada—. Soy parte del departamento de homicidios.

—¿Y por qué nunca me lo dijiste? —cuestionó Adrián con vehemencia.

—Bueno, no es lo primero que le dices al chapero que levantas en una esquina para follártelo. —Me di cuenta de que las manos me temblaban ante la adrenalina de lo que acababa de pasar, estaba tan revolucionado como Adrián; no reflexioné mis palabras, pero era demasiado tarde para retractarme.

Adrián me dedicó una mirada llena de resentimiento; así con los ojos hinchados por las lágrimas, las mejillas sonrojadas y la ira dominándolo, me pareció demasiado joven, más joven que los diecinueve años que tenía, como un chiquillo que acababa de ser reprendido por portarse mal. Abrió la puerta del coche y estuvo a punto de bajarse, pero lo tomé del brazo y se lo impedí.

—¡Déjame! —gritó—, pero yo no lo solté.

—Tranquilízate, Adrián —le pedí sin soltarlo—. No voy a dejarte solo.

—¿Y adónde piensas llevarme? ¿A la comandancia? ¿O vas pedirme que te la chupe, que me porte bien o de lo contrario tendré que afrontar las consecuencias?

—Adrián, si hubiese querido que te llevaran a la comandancia no habría sacado mi placa ni revelado mi identidad, no lo habría arriesgado todo por sacarte de ahí. No tienes idea de todas las explicaciones que tendré que dar, de lo que tendré que afrontar por haber hecho lo que hice.

Lo vi cruzarse de brazos y desviar la mirada hacia afuera del auto, su silencio e indiferencia me exasperaron, sin embargo, luego, me obligué a respirar para tranquilizarme y enfriar la cabeza. Adrián seguía llorando en discreción, lo observé en silencio y las últimas palabras que dijo retumbaron en mi conciencia, el hecho de enterarse que yo era policía lo había descolocado por completo; recordé la redada de la que ambos acabábamos de escapar, la violencia de la que fui testigo; recordé quién era Adrián: un chico que tenía que vender su cuerpo para sobrevivir y además un inmigrante, alguien que estaba aquí de manera ilegal. Su aversión hacia la policía tenía motivos fuertes, pero sus palabras me obligaron a sacar deducciones más profundas de lo superficial de su situación.

—¿Algún policía te ha hecho daño? —le pregunté, estaba tentado a tomarlo del hombro, pero me contuve.

Adrián no respondió con palabras, pero la forma en la que las lágrimas escurrieron con mayor ímpetu por su rostro me lo dijo todo. Lo dejé llorar, permití que sacara los sentimientos que tenía guardados, lo miré en silencio y no volví a cuestionarlo. No supe cuánto tiempo pasó, pero en algún momento dejó de sollozar. Me miró, el maquillaje en su rostro se había corrido a causa de las lágrimas.

—¿Por qué tenías que ser un policía, ¿por qué tú? —exclamó con la voz entrecortada.

No entendí si era un cuestionamiento para mí o un lamento personal que expresaba en voz alta. Aun así me tomé la libertad de responder.

—Lo que yo sea no cambia nada entre nosotros —declaré y volví a sostenerle la mirada.

Con el dorso de la mano, Adrián se limpió los restos de lágrimas de sus ojos y mejillas, luego correspondió a mi mirada, dubitativo. En un principio no entendí por qué me miraba de esa forma, sin embargo, al reflexionar lo que acababa de decirle, comprendí la implicación de mis palabras. «Lo que yo sea no cambia nada entre nosotros», entre nosotros no había nada, no obstante, minutos atrás lo había besado con una pasión desbordada que incluso yo desconocí, desde hacía dos meses que lo veía al menos tres veces a la semana y, a pesar de que le pagaba por sus servicios, hacia varios encuentros que la forma de relacionarnos había dejado de ser una cuestión de compra-venta, a ningún otro chapero volví a buscarlo más de una vez, de ningún otro chapero me interesó nunca conocer su vida, con ningún otro chapero me quedé charlando luego del sexo hasta el amanecer; dichas acciones contradecían la afirmación de que entre nosotros no había nada. Entendí entonces que era mi declaración lo que hacía que Adrián me mirara de esa forma.

—Yo te conté todo de mi vida —dijo Adrián de pronto—, sabes todo de mí, quién soy, de dónde vengo y cuál es mi situación actual. —Sus ojos volvieron a ponerse aguosos, pero apretó los dientes para no llorar—. No entiendo por qué, pero me duele que tú no hayas sido sincero conmigo.

—Iba a decírtelo, Adrián, justo hoy iba a decírtelo, por eso es que entré a ese bar, porque te estaba buscando. —Con cautela me atreví a tomarlo del hombro.

—¿Viniste a buscarme para decirme que eres policía? —Me miró a los ojos una vez más—. ¿Entonces por qué lo primero que hiciste en cuanto me encontraste fue empotrarme contra la pared y comerme la boca?

No pude evitar sonreír, dejé que mi silencio hablara por sí mismo.

—Adrián... —volví a dirigirme a él cuando recordé el motivo por el que esa noche había decidido buscarlo—, en efecto, soy un policía, desde hace poco más de cinco años que lo soy, pero hace poco fui ascendido al puesto de detective, ¿sabes lo que hace un detective?

—Investigar —respondió Adrián con seguridad.

—Así es, investigar. Hace algunas semanas se me asignó un caso, un caso que me preocupa. Te buscaba porque hay varias preguntas que quiero hacerte, creo que podrías ayudarme bastante con este caso.

—¿Qué clase de preguntas?

—El último mes... mmm, el último mes han asesinado a chicos como tú, chicos que se dedican a la prostitución, chicos jóvenes que se dedican a la prostitución.

Los labios de Adrián se entreabrieron y luego me miro en medio de un silencio reflexivo.

—¿Sabes algo? —inquirí y volví a tomarlo del hombro.

Él asintió y alargó el silencio reflexivo en el que se encontraba.

—Algo se dice en las calles —respondió luego de un par de minutos—. Yo conocía al chico que asesinaron hace dos semanas, se llamaba James, no era mi amigo, pero si un conocido cercano. —Adrián apretó los labios, agachó la mirada y volvió a perderse en sus pensamientos durante algunos minutos—. Sasha, una amiga transgénero, nos ha pedido que nos cuidemos, que estemos alerta.

—Tienes que hacerle caso a Sasha, Adrián, y también tienes que hacerme caso a mí. Te lo digo ahora que estás en tus cinco sentidos, debes de cuidarte.

—¿Entonces tú estás frente al caso?

—Sí, lo estoy.

—Sasha dice que la policía no hará nada —exclamó Adrián sin tapujos—, que nosotros los maricones y chaperos no les importamos, ella está investigando por su propia cuenta.

—Adrián, necesito que me contactes con tu amiga Sasha, necesito hablar con ella.

—No pienso hacer eso, no voy a ponerla en peligro.

—Adrián, no mentía cundo te dije que el hecho de que yo fuese policía no cambiaba nada entre nosotros —reafirmé mis palabras a pesar de todas las implicaciones que había en ellas—. No va a pasarle nada a Sasha, necesito hablar con ella para colaborar. También quiero hacer algo, quiero resolver este caso, voy a resolver este caso, te lo prometo.

—Necesito consultarlo con ella —dijo Adrián y luego colocó la mano en la manija para abrir la puerta.

—¿Adónde vas? —lo cuestioné.

—Ya es tarde, tengo que regresar al lugar donde vivo.

Un par de ocasiones antes, había llevado a Adrián hasta el lugar en el que vivía luego de que pasara la noche conmigo hasta el amanecer. La habitación que regentaba junto a otros cuatro compañeros estaba ubicada en el barrio de Hunts Point, el que era quizá el barrio más peligroso de todo Nueva York. Negué de inmediato.

—No, no pienso dejarte ir solo hasta allá.

—Jayden, es lo que hago todas las noches.

—Esta noche no será así.

—dame un aventón, entonces.

—No, otras veces que te he llevado ya es prácticamente de día, a esta hora no puedo arriesgarme a entrar al lugar en donde vives, es peligroso.

—¿Entonces quieres pasar el resto de la noche en un motel? —Adrián había dejado de llorar, lucía más relajado, me dedicó una sonrisa pícara.

La verdad era que tampoco me apetecía pasar la noche en un motel, no le respondí a Adrián, solo comencé a conducir, él recargó la cabeza en el vidrio de la ventana y no habló durante todo el trayecto hasta que, luego de más de media hora, me estacioné frente al edificio en el que se encontraba mi apartamento.

—¿En dónde estamos? —preguntó Adrián, miraba de un lado a otro.

—En mi apartamento —respondí.

Adrián me miró, sorprendido, luego noté que sonreía con discreción.

Un par de minutos después, Adrián estaba a mis espaldas esperando a que abriese la puerta. Abrí y le di el pase, ingresó con timidez, se recargó en la pared y desde ahí analizó el lugar. Me paré frente él y le sonreí. Adrián se acercó poco a poco a mí hasta que sus manos alcanzaron mi pantalón y comenzó a desabrocharlo. Lo tomé de las manos con delicadeza y negué.

—No, no quiero eso, estoy muy cansado, vamos a dormir. —Lo tomé de la mano y lo conduje a mi habitación.

En cuanto entramos, me quite las botas y me tiré a la cama con todo y ropa. Adrián permaneció en la puerta, avergonzado.

—Acuéstate que no voy a morderte, no esta noche.

Cerré los ojos y di un respiro profundo, minutos después sentí el peso del cuerpo de Adrián al otro lado del colchón. Permanecí con los ojos cerrados, en verdad estaba muy cansado.

—Adrián, prométeme que esta siguiente noche no vas a salir, prométeme que no vas a trabajar.

Esperé una respuesta pero solo huno silencio. Abrí los ojos y me di cuenta de que Adrián se había quedado profundamente dormido, segundos después también el sueño me venció.


Desperté tres horas después cuando el despertador sonó en mi buró. Me enderecé sobresaltado y confundido,cuando logré despabilar, miré deprisa al otro lado de la cama, estaba vació. Adrián se había marchado ya. Me di cuenta de que mi billetera estaba sobre el colchón,la revisé y faltaban veinte dólares, fue lo que menos me importó. Me pregunté si Adrián habría escuchado lo que le pedí, esa pregunta no me dejó en paz. Decidí darme una ducha antes de irme a trabajar. Miré el reloj, eran las ocho de la mañana; faltaban doce horas para que el asesino valiese a atacar.

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