Capítulo 2
Capítulo 2
Kevin abrió los ojos. Respiró entrecortadamente, giró la cabeza de un lado a otro. Se dio cuenta que su cabeza era lo único que podía mover. Estaba atado a una silla, envuelto con una cuerda. Sus brazos estaban atados detrás de su espalda, sus piernas y sus tobillos los tenía completamente inmovilizados.
Estaba en una habitación pequeña, no había nada más, sólo una luz que lo apuntaba. Pestañeó un poco para intentar acostumbrarse a la luz blanca.
Se sentía adolorido, sentía que la cabeza le explotaría cualquier rato.
Gritó varias veces para llamar la atención de quien sea que estuviera allí, pero no obtuvo respuesta. Después de un rato se cansó por el dolor que todos esos gritos le habían provocado.
Trató de moverse pero, quien sea que lo ató, había hecho un muy buen trabajo para tenerlo quieto.
Volvió a gritar.
- No grites.
Kevin movió la cabeza de un lado a otro, buscando la procedencia de esa voz. Esa voz femenina, voz de una niña.
- ¿Quién está ahí?
- Se supone que no tenemos que hablar. - respondió la niña.
- ¿Quién eres?
- El ejercicio consiste en no hablar. -repitió ella. Sonaba molesta e irritada, aunque en su voz se podía evidenciar algo de miedo. ¿Miedo a qué? Obviamente no al lugar oscuro sino al hecho de estar hablando... casi como si estuviera rompiendo una regla.
- ¿Qué ejercicio? ¿Dónde estás? ¿Quién eres? - insistió él.
La niña no respondió. Él volvió a preguntar, y de nuevo no obtuvo respuesta.
¿Cuántos niños habría allí? ¿Dónde estaba? ¿Qué querían de él? Y ¿Por qué esa niña no se dignaba a responderle preguntas tan simples? Sus preguntas no eran la gran cosa.
- Veo que ya estás despierto. - dijo la voz del hombre, resonando en toda la habitación, no venía propiamente de alguien dentro de la habitación sino de algún parlante. - Ella te liberará. Querida, luego puedes darle algo de comida, volveré mañana.
La niña no respondió, el hombre no repitió su mensaje, al parecer estaba seguro de que ella lo había escuchado.
- ¿Qué esperas? ¡Desátame! - Gritó el niño después de esperar un par de minutos a que aquella niña lo hiciera, pero no escuchó que ella se moviera. - ¡Desátame!
No lo hizo, era como si sólo él estuviera en la habitación. Trató de hacerlo él solo pero, como las anteriores veces, no logró aflojar ni un poco las cuerdas.
No estaba seguro de cuánto tiempo pasó antes de que escuchara algo de metal resonar y por fin sintió la presencia de alguien más.
Vio a la niña, vestida con una camiseta y unos pantalones negros. Tenía el cabello negro recogido en una cola de caballo. Sus ojos color chocolate, medio rasgados, no se veían hinchados, ella no se veía preocupada, es más, sus labios carnosos estaban formando una sonrisa.
- Lo siento, el ejercicio consiste en no hablar. - se disculpó. Se escuchaba como si de verdad lo sintiera. Sam se preguntó cómo se vería él, ¿asustado? ¿Enojado? ¿como un niño que quiere a su mamá?
- ¿Qué ejercicio? ¡Estoy atado!
- Ese es el ejercicio. - respondió como si fuera algo obvio. Caminó hasta ponerse detrás de él y sus pequeñas manos comenzaron a desatar los nudos. Lo hacía con facilidad, como si ella los conociera. - ¿Cómo te llamas?
- ¿Cómo te llamas tú?
- Mariana. - respondió ella, soltando una risita. Al instante ella se dio cuenta que Kevin era desconfiado, que no haría nada que ella no hiciera.
- ¿Y tu apellido, niña? ¿Cuál es tu apellido?
- Me llamo Mariana, no niña. Y no tengo apellido. - respondió ella. Dejó de desatar los nudos y volvió a estar frente a él. - Y más te vale tratarme bien, porque te puedo dejar aquí sin comer.
- ¿Me estás amenazando? - preguntó Kevin, enojado. Aún no podía moverse, se preguntó con cuántas cuerdas lo habrían atado.
- Si no te disculpas no voy a ayudarte. - dijo ella, cruzándose de brazos.
- Niña tonta, ¡hazlo! Tu padre te dijo que me desataras.
- No es mi padre. Y dijo que te liberara, no aclaró cuándo. Y si no te disculpas no voy a hacer nada, espero que te guste dormir con la luz en tu cara, el estómago vacío y atado hasta que no puedas respirar. - su sonrisa inocente cambió a una sonrisa que denotaba superioridad.
- Bien, lo siento. ¿Podrías, por favor, desatarme? - dijo dándose por vencido. Reconocía ese tipo de sonrisa, todos cedían cuando él sonreía así y si no lo hacían él les enseñaba por las malas a hacerlo.
- Lo haré, pero aun así me debes algo por llamarme "niña tonta". - No se movió, esperaba una respuesta afirmativa por parte del niño.
- De acuerdo, te debo una, haré lo que quieras, sólo desátame rápido.
Mariana recién sonrió y se puso a trabajar en los nudos. En unos cuantos minutos Kevin ya estaba liberado. Se estudió, esperando encontrar alguna herida, o sentir que uno de sus huesos estaba roto. Y se sorprendió al ver que estaba bien, aunque su ropa estaba algo sucia por el contacto que tuvo con la Tierra.
Ella encendió una luz que alumbraba toda la habitación y Kevin por fin pudo ver cómo era el lugar. Era una habitación mediana, dentro sólo había una silla, la lámpara que le alumbraba y una pequeña jaula para animales. Aunque, observando bien la jaula, era muy pequeña hasta para un animal.
Había un espejo grande en una de las paredes, pero él estaba seguro que no era un espejo sino un espejo semiplateado, seguramente había una habitación al otro lado y se podía observar sin intervenir en la habitación.
- ¿Dónde estabas? - preguntó Kevin mientras ambos caminaban hacia la puerta.
- En la jaula. - respondió ella con naturalidad.
- ¿En la jaula? Pero es muy pequeña para ti... ¿Qué hacías ahí?
- Es parte del entrenamiento.
- ¿Puedes entrar ahí? - preguntó asombrado.
- ¿Quieres que te muestre? - preguntó ella, emocionada por demostrar sus habilidades a alguien. Ella era pequeña, pero era imposible que lograra entrar, tendría que estar muy bien doblada y para eso no debería tener una columna vertebral. Mariana abrió la puerta de la jaula y se metió rápidamente, como si alguien la estuviera amenazando con hacerlo, como si su vida dependiera de ello. Se acomodó en un instante, en una posición que debía ser bastante incómoda y dolorosa. Abrazaba sus piernas y escondía su cabeza allí. Si antes se veía pequeña ahora parecía diminuta.
- ¿No te duele estar en esa posición? - le preguntó él.
- Estoy acostumbrada. - respondió la niña. Salió de la jaula y miró al niño. - Tú también aprenderás a hacer eso.
- Por el momento solo me interesa comer. - respondió Kevin con mala cara. Mariana puso los ojos en blanco y le hizo una seña para que la siguiera. Salieron de la habitación y caminaron a través de un pasillo que estaba lleno de puertas iguales. Él no se atrevió a preguntar qué había en cada una de las habitaciones así que siguieron caminando hasta quedar al pie de unas escaleras.
Al subir las escaleras de madera llegaron a una habitación iluminada por los candelabros que estaban en las repisas y al centro de la mesa. En el techo colgaba una lámpara araña negra. La mesa era larga, con doce sillas alrededor.
Estaba casi vacía, con excepción de dos platos de sopa que había frente a dos sillas. Mariana se sentó en una de ellas y le señaló la silla del frente para que él hiciera lo mismo.
- No me dijiste cómo te llamas. - dijo Mariana reiniciando la conversación. Kevin bajó la vista al plato humeante de sopa que tenía enfrente, no sabía si era seguro comer algo de aquella casa, quería resistirse a pesar de lo mucho que le gruñía su estómago. - No es veneno.
Mariana se puso de pie y caminó hasta estar junto a él. Levantó su cuchara y la metió al plato de Kevin y después a su boca.
- No es veneno. - repitió ella.
- Me llamo Kevin Gue...
- Entonces te llamas Kevin. - dijo ella interrumpiéndolo. - Yo te diré Kev.
- No, no me gusta...
- No te pregunté si te gustaba o no, te dije que te llamaría así.
- ¿Por qué eres así? - preguntó él sin ocultar lo molesto que estaba.
- ¿Así? Esa pregunta es tonta... come la sopa antes de que se enfríe.
Él le hizo caso y comió la sopa más rápido de lo que quería. Estaba rica y quería más, pero no estaba seguro de pedir otra ración.
- ¿Cuántos años tienes? - preguntó ella con verdadero interés.
- 11 ¿Y tú?
- 10
- Eso significa que soy tu mayor, que tienes que obedecerme y que no puedes darme órdenes.
- Yo te obedecería si no fueras un miedoso que se la pasa lloriqueando.
- ¡No soy miedoso y no estaba llorando!
- No te preocupes, nadie además de mi podría haber escuchado tu llanto. - respondió ella riendo.
- ¿Dónde estamos?
- En una casa... no eres muy inteligente que digamos, ¿verdad?
- Mira, niña. No me interesa quedarme aquí, ayúdame a salir, tú no me quieres aquí y yo no quiero estar aquí.
- Yo sí te quiero aquí. - respondió ella. Al darse cuenta de lo que dijo bajó la cabeza apenada. - Por favor no le digas a nadie que dije eso, me van a castigar. Olvida lo que dije.
Ahora ella parecía asustada. Había una pequeña ventana detrás de ella, volteó un momento y miró la ventana fijamente, como si estuviera esperando un movimiento. Después de estar un minuto así se tranquilizó.
- Lo siento, no te puedes ir.
- ¿Por qué?- -preguntó él sin estar muy seguro de lo loca que podría estar aquella niña.
- Porque ahora vives aquí. Ya te vas a acostumbrar. - le dedicó una sonrisa. - Si ya acabaste, déjame mostrarte tu cama.
Lo guió hasta las escaleras y subieron un piso más. Este piso era más caliente, con más luz. En el lado derecho había 5 puertas y en el izquierdo sólo una. Mariana abrió la puerta de la izquierda, dejando a la vista de Kevin una gran habitación con varias camas de una plaza y unas mesas a cada lado de las camas. Todas estaban bien tendidas, todo estaba limpio, todo parecía nuevo.
- Elige la cama que quieras. - le dijo. Ella caminó hasta una cama del extremo, la más cercana a la pared y se sentó encima, mirando de frente a Kevin. Él no se movió ni un solo paso. - Las camas son cómodas... ¿podrías no actuar como si yo tuviera una especie de virus letal contagioso que te pondrá más feo de lo que eres?
- ¿Así que por eso eres fea? ¿El virus ya te ha dañado mucho? - Mariana puso los ojos en blanco. - Si quieres que me acerque tendrás que contarme todo lo que sepas.
- Sé muchas cosas...
- Sobre este lugar. - terminó él.
- No puedo hacerlo...
- Bien, me quedaré aquí.
- Quedándote ahí no me haces ningún daño, ¿lo sabías? - Kevin se cruzó de brazos y se sentó, apoyado contra la pared.
- Tengo una familia y deben estar buscándome. - habló él después de un rato. Lo que dijo era una mentira, probablemente sus padres no se molestarían en buscarlo hasta que pasaran unos cuántos días y se dieran cuenta que no era uno de sus intentos de escapar... y lo que más le asustaba era que a ellos les diera igual si escapaba o no y que ni siquiera lo buscaban. Si no lo hacía, ¿qué podría pasarle en ese lugar? Lo meterían en esa jaula como a la niña y quién sabrá qué cosas más podían hacerle. Mariana no produjo ningún sonido que indicara que le escuchó. - ¿Me oíste, niña? ¡Mi familia me vendrá a buscar!
- Será mejor que te olvides de eso, Kev. Ni siquiera tú tienes una idea de dónde estás, ¿crees que ellos sí?
- ¿Qué se supone que va a pasar conmigo, entonces?
- Vas a aprender cosas. Cosas como ser fuerte, no tener miedo, saber cómo defenderte. De hecho, creo que tenemos suerte.
- ¿Por qué?
- Porque tenemos un propósito para vivir, no todo el mundo tiene eso.
- ¿Y cuál es nuestro propósito?
- Lo descubrirás cuando sea el tiempo adecuado, cuando demuestres tu lealtad y tu utilidad.
Por algún extraño motivo, la seriedad con la que habló Mariana le provocó un escalofrío. Era un hecho, él no saldría de allí.
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