Capítulo 4

— Ah~ que cómodo...— Fabrizio estiró sus músculos adoloridos en la mullida silla de terciopelo.— Valió la pena comprar esto.

Con un suave golpeteo dejo de lado su inseparable bolso, relajando su cuerpo en el proceso.

— ¡Disculpe! — una voz chillona hablo desde la derecha del hombre adormilado. — ¡Señor! Este asiento no es de usted.

Fabrizio frunció el ceño molesto por tal declaración. Se incorporo y ofreció una mirada divertida al hombre. Estaba molesto por ser interrumpido en su sueño.

— ¿Por qué lo dice, Sir?

— Por qué yo soy el artesano que elaboró esta obra. — aclaro con notable molestia.

— Oh, que bien...— Fabrizio volvió a su posición relajada. — hizo un buen trabajo, lo felicito fervientemente.

— ¡Déjese de tonterías! — sin ningún cuidado levanto al hombre del cuello de la camisa. — ¡No puede venir aquí y tomar posesión de algo que no está a la venta!— lo zarandeo.

— ¿Cómo no? — bostezo sin inmutarse. — Se lo compre a el. — el pelinegro apunto al joven tembloroso y sudoroso que se encontraba tras el molesto gordinflón. — El me lo vendió por una cantidad justa.

— ¡¿Justa?! — chillo enrojecido. — ¡Ofrecer dos gallinas por algo tan valioso no es nada justo!

— Bueno, bueno, no desprecie mi método. — safo el agarre y volvió a sentarse. — ¿Cuánto quiere por la silla?

— ¡No es una silla! ¡Es un trono! — bramo ya hartó. — ¡Y es del emperador!

Pensando que aquello serviría para asustarlo no dudo en decirle de quién era el mullido trono.

— Fantástico, fue hecho para un emperador pero termino para mi. Menuda suerte tengo.

Consternado, el hombre con mucho peso se quedó en su lugar sin hacer un solo movimiento. Su enojo paso a desesperación al ver que su comportamiento no afectaba en nada al hombre recostado y medio dormido.

Llorar fue una opción muy viable pero eso no resolvería su problema.

Un problema que empezó...

— ¡Tu! — giro su atención a su ayudante que trataba de salir de la habitación sin ser visto. — ¡¿Cómo se te ocurre vender el trono del emperador a un simple campesino?!

— Y-yo — tartamudeo ante la presión. — El señor es alguien reconocido p-por eso...

— ¿El? ¿Reconocido? — río sin gracia por la irá. — Si lo fuera, no haría cosas tan denigrantes como ...¡Como quedarse dormido en una tienda! ¡Eh! ¡Levántate, hombre!

— Lo lamento se-señor

— Nada de disculpas...— dejo (de momento) al campesino y siseo entre dientes. — te desaharás de el antes de que la servidumbre de palacio llegue por el trono, ¿Lo has entendido?

El dueño dio grandes zancadas al abandonar la habitación.

El joven asistente apretó sus manos de frustración y dejo salir el aire que contuvo al tener a su jefe cara a cara.
Observó cómo el reconocido hombre parecía disfrutar el descanso.

" ¿Cómo quiere que lo saque?"

Palmeó su frente con resignación. Tendría que apelar a su ingenio si quería salir de esta.

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— ¡Su majestad, el emperador Sovieshu está entrando!

La tensión se hizo visible en el gran cuerpo del dueño. No sé espero la vista personal del monarca, no estaba seguro de que su insignificante asistente haya siquiera hecho el trabajo encomendado.

Olvidando sus nervios, se inclino cuando el emperador hizo acto de presencia. — Su majestad, es un honor tenerlo en mi humilde local.

Sovieshu asintió. Necesitaba una distracción después del contundente rechazo que obtuvo del crítico, estaba algo molesto a comparación del día en el cual se enteró del rechazo.

— Sir. Robins, ¿Mi pedido está listo?

El hombre asintió de inmediato pues sabía que no podía decir una negativa. No cuando el mismo emperador le dio la tarea de hacer un trono para el y su esposa.

— Si, su trono está en una habitacion especial para resguardarla de posibles robos. — dijo sudoroso. — El trono de su majestad, la emperatriz, se encuentra en mi taller, estaba dando los últimos retoques.

Dicho y hecho, guío al emperador hasta la sala que anteriormente abandono para salvar su raciocinio.

Suspiro y abrió la puerta con lentitud, su corazón latió rápidamente al pensar en la posibilidad de que aquel campesino estuviera ahí.

Para su sorpresa, solo se encontraba el trono del emperador, perfectamente limpio y colocado, sin atisbo de haber sido usado.

— Excelente. — Sovieshu sonrió levemente, aquel trono era de su gusto. Navier logró plasmar perfectamente sus gustos. — Me gustaría ver el trono de la emperatriz.

— A sus órdenes, su majestad. — el hombre reverencia y continuo su caminata con una renovada felicidad.

La felicidad y el alivio lo inundaron, por una vez durante su contratación, su asistente logró hacer algo bien y rápido.
Recompensará al joven con un pequeño aumento, ya se vería.

Diviso la puerta a su taller y sonrió, camino un poco más rápido y abrió la puerta con confianza un poco antes de que llegara el monarca.

Su corazón dejo de latir al ver el trono ocupado por el campesino, dormido como hace tan solo unos minutos atrás.

— Oh dios mío...

Estaba jodido y no había escapatoria para eso.

— ¡Señor!

El hombre giro su mirada del campesino a su asistente tembloroso y lo fulminó con la mirada. Estaba a punto de darle un regaño descomunal pero se detuvo al escuchar pasos acercarse.
Ni siquiera tuvo la oportunidad de cerrar las puertas al emperador aparecer tras él.

— ¿Qué significa ésto?

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