《Prólogo》
Pensamos que el morir es como un sueño, como un sueño eterno.
Tememos morir, nos aferramos a la posibilidad de una vida después de la muerte, tememos a la inexistencia del placer. El cuerpo sufre en vida, sin embargo el alma es duradera y es lo único que existe, aún después de la muerte.
Para alguien como él, no debería ser problema el aceptar la muerte como una compañera de vida.
Eso parecía no importarle, tener aquel conocimiento no era tan malo; anatomía, biología, razón y lógica, compañeras indispensables para llegar a la verdad. Curiosidad o tal vez morbo, pero en su campo, puede ser fatal.
Ese simple amor, hacía que su alma siempre resplandeciera, repleta de vida. Una vida que después de aquella inquebrantable promesa, ya no le pertenecería.
Si antes habían jurado amor eterno; si anteriormente habían unido sus mentes, cuerpos, corazones, "sus almas"...
¿Por qué no hacerlo de nuevo? Aún podía escuchar su alma rugir de amor, será que ¿acaso no la escuchaba? Aquella vez ninguno necesitó verse a los ojos para saber que, con el tiempo serían uno.
Desde que ambos hicieron aquella promesa, su destino se había sellado. Las noches sin descanso, noches en las cuales ambos soñaban el uno con el otro; largas noches en las que las pesadillas eran opacadas por una luz singular, que no importó cuánto brillo tuviera. Puesto que, los malos sueños siempre les seguirán y les recordarán que nadie escapa de la realidad.
Si la luz que unía sus almas, señalaría a sus corazones como uno solo, entonces los harán rugir más fuerte con tan sólo la palabra apropiada.
¿Sería capaz de escucharlo de nuevo?
¡Qué más da cómo se conocieron en el pasado!
Ambos se justificarán con las heridas recibidas, como lo fue en el pasado, como lo fue en el momento que fueron atraídos el uno al otro.
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