『Notre Passé』
"La oscuridad solo es el inicio del cautiverio."
En tiempos remotos, ángeles, dioses, demonios y espectros convivían en armonía, en los lugares más remotos de la tierra, aquellos lugares en donde ni el hombre o las bestias se acercaban por temor a sufrir su ira.
Siempre se dijo que los ángeles eran seres piadosos de aspecto agraciado y efímera bondad, que los demonios eran seres de completa maldad y de aspecto tan aterrador que harían al hombre más valiente correr, pues en sus ojos siempre observaría su peor miedo.
Que los dioses eran criaturas de inmaculada belleza, cada uno diferenciado por su característica personalidad y que éstos podían ser tan bondadosos como ningún otro ser pero, su ira podía llegar a ser devastadora; los espectros siempre serían aquellos condenados a una sentencia eterna, siendo los ciervos de dioses, demonios o incluso de ángeles, de aspecto variable ante su amo, como ser las criaturas más hermosas o las más terroríficas.
Cada dios, ángel, demonio o espectro era temido y adorado, sin embargo, había uno en particular, aquel que todo humano temía; la muerte. Así como existía un dios que daba vida, también había uno que la arrebataba. Fue adorado pero sobretodo fue temido, o eso se creía.
Mientras el ser humano pensara que todas esas divinidades no eran más que una vieja historia, todo podría circular en calma, fingir que cada uno de ellos ha quedado en el olvido para propagar la calma de la manera correcta, tan solo era una trampa, pues cada una de esas divinidades conviven entre los humanos.
Dando paso a la llegada de hijos considerados semidioses o dioses en su totalidad. Tal y como lo fue el caso de La Muerte, quien se enamoró de una bella joven, y con la cual contrajo nupcias en secreto, dando paso a pequeños dioses en vida.
Anarquía y locura eran características propias de su hija mayor, mientras la menor poseía el equilibrio y control que su hermana necesitaba, ambas sucesoras del dios de la muerte.
O al menos ese era el plan, hasta esa fatídica noche.
.
.
.
.
.
Nevada, Estados Unidos.
25 de abril, 1914.
La noche había arribado a la ciudad, dando paso a una ligera lluvia que cubrió cada manto estelar, la niebla que inundaba el lugar, acompañada del grueso aroma a humedad, se apoderó de las calles provocando una sensación de tranquilidad.
La Luna daba un espectáculo digno de admirar ante los ojos de la belleza nocturna, pronto el reloj marcaría la hora en la que los demonios salen en búsqueda de su próxima presa y nadie podría detener la insaciable hambre, que cargan como un castigo por sus crímenes. Todos salen en busca de almas puras e inocentes para su amo, consumidas por el placer de la vagancia y la inmoralidad, esperando pacientemente la hora en que La Muerte reine sobre las calles solitarias de aquella desdichada ciudad.
El vapor que desprendía el agua, combinado con el dulce aroma a frutos rojos, hacían que la habitación se sumergiera en un ambiente cálido y relajante. Podía sentir como el agua recorría su blanca y delicada piel, el calor que le transmitía la misma le hacía querer olvidar la molesta e incómoda charla que hace tan solo unas horas había tenido con su padre y hermana.
Ellos sabían muy bien que, para hacerla enojar, solo necesitaban desordenar algo y jugar un poco con su paciencia. Tal vez con esa relajante ducha podría olvidar por una vez todo lo malo que se venía, y que sería sólo el comienzo de su nueva vida; cansada de meditar tanto en el asunto soltó un largo suspiro, en el cual se podía notar la gran frustración acumulada en sus pensamientos.
Con cuidado salió de la bañera para abrigarse con una de las largas toallas colgadas en un pasamanos cercano, cubriendo así su delgado pero bien formado cuerpo. Debía relajarse si no quería que él la descubriera molesta. Aún con el ceño fruncido se colocó su mejor pijama; salió del cuarto de baño para dirigirse al tocador de su habitación y comenzar a cepillarse el cabello. Aún se molestaba al verse en el espejo; esas líneas blancas del lado izquierdo de su cabeza arruinaban por completo su perfecta estética.
Cansada se dirigió al gran ventanal que daba al exterior; sus ojos buscaban en la oscuridad de la noche algún indicio de aquellos bellos e hipnóticos rubies. Le emocionaba tanto el hecho de que, después de mucho tiempo, podría volver a verlo, la felicidad y el miedo que sintió cuando recibió su carta avisando que iría a verla se apoderó de sus pensamientos e imaginación; provocando un estado de profunda alegría inmediata en su ser, alegría que se había esfumado cuando su padre le anunció sobre el viaje que haría con su hermana para ver un asunto sobre la fundación de una supuesta nueva escuela.
Para ella, esos temas le eran difíciles de entender, en especial porque conocía bien a su padre, y sabía lo que él pensaba, ella mejor que nadie entendía lo difícil que era para él dejar aquella ciudad.
Las horas ya habían pasado, no pudo recordar cuándo fue la última vez que pudo dormir con tranquilidad, pues aquellas horribles pesadillas y extrañas visiones se apoderaban de sus sueños, ocasionándole insomnio durante la mayoría de sus noches y molestos malestares diurnos; acompañados por disminución de apetito y grandes bolsas oscuras debajo de sus dorados ojos; se preguntaba si estaba estudiando de más.
No supo en qué momento había caído dormida, y tampoco cómo podía estar tan cómoda; de manera lenta abrió sus ojos, solo para toparse con los rubíes que tanto esperó. Al verlos tan cerca, supuso que estaba acostada en su pecho comprobandolo cuando sintió como le abrazaba con mayor fuerza contra su pecho, sin protestar; contempló aquella coqueta y dulce sonrisa afilada, acercándose más, intentando escuchar ese corazón.
Esa simple acción hizo que él sonriera con más fuerza; sin poder recordar la última vez que había sonreído. Recuerda cómo su felicidad creció cuando llegó a la habitación y la encontró dormida en el gran ventanal, sin embargo fue mayor la preocupación que sintió al ver las profundas ojeras y bolsas oscuras, cuyo color contrastaba con la palidez de su piel, incluso su peso había disminuido, comparándolo con la última vez que la sostuvo en sus brazos. Seguramente ellos estaban cerca de encontrarla.
Lo más probable era que por eso, el padre de ella, saldría a buscar ayuda, si no tenía cuidado pronto lo atraparían, quizá por esa razón la abrazó tan fuerte; atrapando su calor con miedo de que se esfumara; Ogro probablemente se enfadaría con él cuando se entere que corrompió su propósito.
Pero no negaría que había valido la pena, hacía mucho que no sentía el calor corporal de una persona viva y menos la alegría de ésta al enseñarle de nuevo los placeres del volver a vivir. No recordaba la calidez del sol en su fría y muerta piel, tampoco el dulce sabor de las frutas maduras de un maravilloso jardín, el gentil tacto de esa chica le habían regresado la humanidad que hace tiempo creyó haber perdido.
Tan hermosa a sus ojos, de cabello corto color azabache y adornado con esas delgadas y definidas líneas blancas, su piel tan blanca como la más fina porcelana, de ojos del color de la miel dorada. Sin embargo lo que más le enamoró fue esa actitud, un comportamiento humilde con ligeros toques altivos, su perfección y manera única de ver al mundo.
En definitiva ella era la elegida, la única alma que querría tener a su lado por el resto de la eternidad; así que, después de todo, no fue su culpa enamorarse de la muerte.
Los gritos desesperados de la servidumbre se escuchaban a las afueras de la habitación, Soul no prestó atención a nada de lo que se escuchaba; una sonrisa lobuna se asomaba en su rostro; mantener el cuerpo de su amada contra su pecho no tenía precio. No le importaba nada a su alrededor.
—Soul, ya es hora— escuchó la voz de aquel demonio que siempre le acompañaba.
Esa simple oración hizo que toda su calma se disipara, lo odiaba, se odiaba por tener que cargar con él. De mala gana volteó a ver hacia la gran luna del tocador, ahí, reflejado en el espejo, lo observó sonriéndole de manera cínica y despiadada.
—El tiempo se acabó Evans, la última campanada ya fue tocada, sabías que si no lo hacías tú, alguien más lo haría— le advirtió el demonio manteniendo aquella sonrisa burlona.
—No, aún no és el momento— no obtuvo respuesta alguna por parte del demonio, lo único que observo fue como señalaba hacia la chica en sus brazos—. Bastardo.
Su acción le molestó e intrigó al mismo tiempo, con duda en sus ojos dirigió su mirada a la chica y de manera suave la movió levemente, intentando despertarla. No hubo queja, sonido o ronquido por parte de ella, solo silencio; lo que asustó al chico. Ella no era de sueño pesado y el hecho de que no despertara ante sus movimientos, sólo hizo que se asustara, en definitiva algo no andaba bien.
—No lo intentes, ella ya no es tuya Evans— escuchar esas palabras por parte del diablo en el espejo le molestó en especial porque sabía qué era lo que significaban.
Negó de inmediato ante la acusación del demonio mientras abrazaba contra su pecho a la chica e intentaba reanimarla. No podía perderla, aún no, ella era más que solo un alma, lo supo con el tiempo.
Las lágrimas inundaron sus ojos mientras la acostaba en la cama e intentaba reanimar su corazón; cada esfuerzo era en vano, pues entre más lo intentaba la desesperación crecía. En un intento desesperado por revivir a su amada; descubrió su pecho, el sangrado de nariz no se hizo esperar, pero éste era ligero al ver con asombro y temor el cuerpo de su amada. Heridas profundas, moretones y mordidas se veían en su abdomen cubriendo incluso una cuarta parte de su pecho. Las marcas de un demonio, con rabia volteó a ver al que seguía en el espejo.
—¡Tú hiciste esto!— exclamó colérico al ver la sonrisa del demonio.
Ante la acusación, el demonio solo soltó una estruendosa carcajada, logrando enfurecer aún más al chico de ojos carmín iracundo, posó su puño en el marco de la luna, encarando al demonio, quien no dejaba de sonreír.
—No fui yo Evans— Soul con el alma rota, volteo a verla; tendida en la cama con la piel blanca y los ojos rodeados por un color morado, dándole el aspecto de la muerte—. Si no lo hacías tú lo haría ella, así que no me mires a mi.
Sabía que ya no había vuelta atrás, solo le quedaba una opción si en verdad quería volver a verla con vida y a su lado. Sin meditarlo mucho, terminó de desgarrar la manga que cubría el brazo de la chica dejándolo al descubierto. Con cuidado, tomó una de las tijeras que ella guardaba en la mesa de noche e hizo un corte profundo en su muñeca.
La sangre se desbordó de manera lenta entre las comisuras del corte, manchando su blanca piel, tiñendo de carmín las sábanas; Sabía que ese ritual lo condenaría a él y a su amada pero no volvería a perderla, si su alma seguía en ella tenía una última oportunidad, de algo debía servirle aquella recolección de almas. Con gentileza, llevó la muñeca herida a su boca para después succionar un poco de la sangre que escurría.
Pronto volverían a estar juntos, fue el pensamiento que le tranquilizó y le hizo continuar con decisión. Sacó cuidadosamente el alma de la chica contra su pecho; tibia, de aspecto azulado, y buen tamaño. Un alma fuerte y poderosa pero, por sobretodo, un alma pura. Una sola mordida bastó para que esta cambiara su bello color azulado por un carmín igual al de sus ojos; como si de un simple juego se tratara, tomó las tijeras en mano y cortó parte de sus labios dejando así que el color carmín de la sangre los bañara.
—Meph te matará y Arachne no hará nada para evitarlo— murmuró sarcástico el demonio al ver lo que había hecho con el cadáver.
Ignorando al pequeño demonio depositó el alma en el pecho de la chica, mientras besaba sus finos labios, tan solo un instante. Pues al separarse de ella, pudo observar como su coloración regresaba, presenció cómo su pecho subía y bajaba de manera lenta dejando ver así, cómo se regulaba su respiración y observó cómo sus heridas sanaban rápidamente.
—Su alma es mía y la mia es de ella, vivirá— habló conforme de su trabajo y, sin embargo, tan dolido ante su nueva obra.
No recordaría nada sobre él, si en verdad quería volver a verla debería reconquistarla en otra vida, con delicadeza, se acercó hasta su rostro y depositó un suave beso en su frente, despidiéndose del amor de su vida. Algún día ella descubriría quién es él y quién era ella en verdad.
La oscuridad era levemente opacada por la cálida luz de una vela, alumbrando solo una pequeña parte de la habitación, el dulce sonido de un piano se escuchaba por todo el lugar. Sentado en el banquillo a los pies del piano, interpretando una bella melodía, su máxima condena sería devorar las almas que perturbaran la paz de su esperanzada espera.
Ogro siempre le recordaba que debía comer pero, no importaba qué, el hambre siempre consumía su alma en busca de aquella que él mismo entregó. Podía sentir sus huesos rígidos, debido a la falta de movilidad, mientras la pesadez en sus ojos le provocaba un ardor extraño, el dolor de su pérdida siempre le provocaba llantos y enojos, su última víctima lo había dejado satisfecho, pero su efecto sólo duraría por un tiempo.
Asura, en definitiva era un chico que jamás olvidaría, tan similar a ella, su calor corporal, su cariño y aroma, él fue el más similar a su amada, aún se preguntaba el porqué. Sin embargo, había algo en lo que no se parecían, eso era su naturaleza anarquista y caótica, algo de lo que su amante carecía. Debía aceptar que el chico era muy delicioso, tal como ella lo fue en su momento desde sus labios hasta su cuello, sus fluidos, ¡incluso su piel era lechosa y suave! Pero por más parecido que tuviera con ella, nunca pudo satisfacer su hambre de una dulce e inigualable textura de alma.
Pronto debía comer, no deseaba lidiar con los regaños de aquel pequeño demonio. Siempre había estado acompañado de demonios, incluso antes de morir, y conocía a la perfección a cada uno de ellos, pues día y noche le recordaban su pecado; pero en el fondo, muy en el fondo: no se arrepentía de haberlo cometido.
Extrañaba a todos y cada uno de los recuerdos; los que poseía aún eran frescos en su memoria; y muchas noches, aquellas en las que se dedicaba a mirar a la luna desde su banquillo frente al piano, se deleitaba de solo recordarla. Una imagen hermosa, tan viva como las más bellas rosas empapadas con el fresco rocío mañanero, tan dulce como la más deliciosa fragancia, aquella que da inicio a un nuevo día.
Los ojos de Asura nunca pudieron llegar a ser tan deleitantes como los de ella; sin embargo, sus ojos eran brillantes como los más finos rubíes, tan filosos como las dagas más dañinas, jamás olvidaría a ese chiquillo impertinente.
—Ya es tiempo, Evans— habló un demonio a sus espaldas, el mismo demonio que lo había inducido a ese infierno.
Desafinó una nota provocando un sonido atroz, no deseaba escuchar a esa bestia infernal en esos momentos; además, había roto la armonía perfecta de su canción, la melodía perfecta que ella compuso para él, la había perdido, algo que para sus ojos no era nada cool.
—Ya sé, deja de llamarme así, bastardo ¿ya la encontraste?— le preguntó sin verlo a la cara.
Le molestaba escuchar su apellido, aquel que le recordaba su fatídico pasado, tantas veces en las que deseaba olvidar aquel estúpido día. Se culpaba por no haber podido hacer algo para detener a aquellos monstruos, el amor no era un pecado.
Una ilusión que supone ser dulce y tierna; esa chica se lo había mostrado de la manera más gentil. Ella fue exactamente como el amor debería ser, dulce, tierna, llena de vida y un alma pura; pero escéptica con él, su mirada siempre fue penetrante y, con todo eso, lograba derretir su fría coraza, aquella bondad atrevida era única. Para él, ella fue perfecta y por ella habría hecho tanto, aunque, el final de su historia no fue más que la maldición con la que siempre cargaría, sobre sus hombros, pues ellos solo buscaban obtener su alma. Se juró a sí mismo, que si la volvía a ver, nunca la dejaría ir, aún si eso significaba su muerte.
—El viaje es largo, date prisa Soul. Él te espera— carcajeó juguetón el pequeño diablillo, al ver que su amo ya estaba listo para iniciar el juego—. Esta vez es un chico, ¿estás seguro de seguir Soul?
—Si, ya es hora.
Pronto volveremos a estar juntos, Desu.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top