Capítulo 4: Cuando lo peor estaba por llegar
Todos mis sentidos se pusieron alerta cuando un fuerte grito se impuso sobre el ruido del aguacero. También mi protegido pareció escucharlo porque detuvo sus pasos en seco, dudó unos segundos y de repente se lanzó a correr en busca de la procedencia de aquel agudo chillido.
No hay que ser muy listo para pensar que aquello solo puede significar una cosa: peligro. Y como consecuencia, hacerme trabajar a mí. Siento decir que me dieron ganas de coger y estrangular al chico, así os lo digo. No solo me había llevado casi a las afueras de la ciudad con su caminata bajo la lluvia, sino que además quería ganarse más problemas que después yo tendría que solucionar.
Pero bueno, no os preocupéis, no podía hacerle tal cosa a mi protegido, porque yo valoraba mucho mi vida y si le provocaba daño alguno, podría ponerla en serio riesgo. No temía el castigo de los de mi especie, sino de aquellos que están por encima de nosotros. ¿Veis? Siempre habrá alguien superior que controlará vuestras vidas, así que tampoco hay que deprimirse por ello. Se podría decir que nosotros somos sus pies y manos en la Tierra, aunque no en el sentido literal como habéis podido intuir. Ellos son los que tienen tanto interés en que os mantengamos a salvo, porque si por mí fuera os mandaba a los confines del mundo para no tener que preocuparme por vuestras memeces.
En fin, el caso era que tanto mi protegido como yo corríamos por las callejuelas desiertas de las afueras de la ciudad, bajo la luz moribunda de las escasas farolas.
No llevábamos unos minutos así cuando el chico se detuvo al comienzo de un callejón.
—Genial —murmuré cuando yo también vi la escena.
Todo estaba muy oscuro, pero al fondo se podía distinguir tres figuras de apariencia humana. Ninguna se percató de nuestra presencia allí, bueno, de la de mi protector, porque a mí obviamente no me verían aunque estuviera delante de sus narices.
—Ya sabes lo que pasa a las muchachitas que se meten donde no las llaman… —le advirtió una voz ronca y grave a una de las sombras de complexión menuda.
—¡Os lo juro! ¡No he dicho nada! ¡Suéltame por favor!, me estás haciendo daño —le rogó la chica dejándose caer de rodillas ante su asaltante.
Pero a aquel hombre de complexión robusta y alta no dudó en levantarla con un solo brazo y la empujó contra la pared con violencia.
—Matt, no creo que nos de mayores problemas —le dijo la tercera persona—. Mírala. Creo que con esto ya va a saber a quién se enfrenta y no creo que le queden muchas ganas de abrir la boca.
—Por favor… —imploró la muchacha en apenas un hilo de voz.
—No quiero cabos sueltos. No he luchado tan duro para que en el momento más inesperado todo se venga abajo —le dijo arrastrando con dureza cada una de sus palabras.
Pude apreciar el brillo de una navaja en la distancia en la mano que aquel fortachón tenía libre.
—¿Tus últimas palabras muchachita? —le preguntó con desdén.
—Ningunas, porque las tuyas serán las últimas.
Me giré para ver quién era el dueño de aquellas valerosas palabras, al igual que lo hicieron los asaltantes y la chica en apuros.
El mundo quiso venírseme encima cuando descubrí que el que las había pronunciado no era otro que el ingenuo de mi protegido.
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