Capítulo 10: Nuestra primera conversación
Supe que la cosa no iba bien cuando, por primera vez en más de tres años, mi protegido me miró a lo ojos.
—¿Quién eres tú?—dijo con voz temblorosa. Sí, el pobre chico, estaba blanco como la nieve. Cualquiera diría que hubiera visto un fantasma…
No me podía creer que se estuviera dirigiendo a mí. Os lo comenté al principio, pero os lo vuelvo a repetir ahora: NINGÚN SER HUMANO PUEDE VER A LOS DE MI ESPECIE, así que no tenía ningún sentido que mi protegido me estuviera hablando.
Me giré para ver si detrás de mí había alguien que sí pudiera ser receptor de aquellas palabras y fui yo la que en ese momento se quedó muerta. No había absolutamente nadie en aquel callejón. Solo él y yo.
—Sí, te estoy hablando a ti —las palabras del chico confirmaron mis peores pronósticos.
Un solo pensamiento comenzó a bombardearme sin piedad: ¿Podía mi propia presencia en su interior haber despertado un sexto sentido que le permitiera verme?
—Esto no me puede estar pasando —me lamenté mientras andaba de un lado para otro desesperada—. Si ya sabía yo que este chico iba a ser mi ruina…
—¡Oye! No sé quién o qué eres, pero yo no tengo culpa de… —protestó mi protegido.
Le lancé una mirada fulminante que le atragantó el resto de sus palabras.
—Mira, chaval, será mejor que cierres ya por hoy esa bocaza —le amenacé con un dedo acusador—. Quiero que desde este mismo momento me ignores como has venido haciendo durante estos tres últimos años y nadie tendrá nada que lamentar.
—¿Pero cómo te voy a ignorar? Sé muy bien lo que he visto y lo que he sentido y nadie, ni siquiera tú, me va a obligar a olvidar lo sucedido —sentenció mi protegido con sorprendente determinación.
—Allá tú…Eres el único capaz de verme y creerán que te has vuelto loco si te ven hablando a una persona imaginaria —le advertí como si a mí me diera exactamente igual, cuando lo cierto era que debía evitar por todos los medios que mis superiores supieran de lo sucedido.
—¿Eres mi ángel de la guarda? —me soltó de repente con una voz cargada de inocencia, como si acabara de descubrir a Papá Noel escondiendo los regalos debajo del árbol de navidad.
—Cabeza de chorlito, tú ves demasiadas películas —le respondí conteniéndome la risa.
—Entonces, ¿qué eres si me has salvado de ese tipo y solo puedo verte yo? ¿No es eso acaso trabajo de ángeles de la guarda? —sus deducciones bien podrían haber merecido el Nobel, lástima que aquella conversación solo quedara entre nosotros.
—¿Qué parte de que cerraras la bocaza no entendiste? —le recordé tratando evitar el tema de mi identidad.
—Menudo mal carácter nos gastamos, ¿no? —me dijo así, con toda la confianza del mundo.
Entrecerré los ojos, fruncí el ceño y apreté la mandíbula para no soltarle una bordería.
¿Su reacción?
Una sonrisa y estas palabras:
—¿Te han dicho que eres adorable cuando te enfadas?
Sentí la sangre hervir bajo mi piel y ya no me pude controlar:
—¡Pero bueno! ¡¿Cómo te atreves?! Soy un ser superior a ti y por tanto se me debe un cierto respeto ¿entendido?
Pensé que mis palabras habían conseguido borrarle aquella sonrisa tonta de su cara. Pero sus ojos me anticipaban ya lo peor…parecían querer salirse de sus órbitas y no era precisamente por mi presencia.
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