Capítulo 7

El rubio vuelve a tirar de mí, el sabor salado llega a mis labios.
—No puedo... —susurro.
—¿Quieres morir? —Su dedo índice y su pulgar toman mi barbilla. Me obliga a mirarle y aunque casi no le veo, niego.
—Pues entonces corre. —Su mano toma la mía y emprendemos huida de nuevo.

Bajamos por los escombros, en ellos pierdo las pantuflas pero ni siquiera miro atrás por ellas.
Seguimos en línea recta y nos adentramos en una arboleda.
Puedo oír sus gritos detrás de nosotros cual depredadores buscando a sus presas. Veo una grieta en una pared rocosa. Entonces tiro yo de él.
—¡Aquí! —La oscuridad nos camufla.

El sonido de nuestras respiraciones agitadas es todo lo que se puede apreciar. Les vemos correr y por inercia, mis manos tapan mi propia boca. Cuando creo que ya se han marchado, hablo.
—¿Por qué cazan personas? —La voz me tiembla.
—Para experimentar con ellos, vender sus órganos y... a veces se los comen. —Tengo que tomar una bocanada de aire y recargarme en la piedra para no desmayarme.

—Vamos. —Salimos. Y creo que ya estamos a salvo pero entonces, una flecha pasa rozando mi cara.
—¡Corre, Ariel! —Las ramas rasguñan mi piel y algunas piedras me hacen tropezar pero por suerte, no caer. Veo un terreno mucho más despejado a unos metros de nosotros pero antes de llegar hasta él, hay una brecha de más de un metro y una profundidad incalculable.

Me detengo en seco. No puedo. No puedo atravesar eso, no podemos.
—No. —Niego, las lágrimas recorren mis mejillas. Ariel pone sus manos sobre mis hombros, ejerciendo presión.
—¿Cómo te llamas? —Le miro a través de una cortina de agua salada.
—Laurie. Laurie... Riley.

—No mires abajo y no pienses, sólo corre. Salta, Laurie Riley.
—Me impulso y mi cabeza la atraviesan imágenes. La sonrisa de mamá, los ojos de papá, los juegos con Shaun. Quiero vivir, quiero volver a verlos.

Existe una cosa más fuerte que el miedo; el amor. Y corro, salto. Me lanzo sin pensarlo. Por amor.

Mis pies dejan de tocar el suelo, oigo la voz de Ariel gritando junto a mí. Vuelo a través de la brecha y aterrizo sobre mis rodillas. Mi corazón va a mil por hora, el aire entra y sale con fuerza de mi pecho y de repente, me siento más viva de lo que alguna vez me he sentido. Y lo comprendo, Ariel me dice la verdad. Binhtown no es real, nunca lo ha sido.

El rubio se gira sobre sus talones, mira a los hombres y éstos tantean sus siguientes pasos. Buscan una alternativa al salto.
Ariel grita. Les grita a ellos con fuerza y sonríe.
—Volveremos a por ti, Ariel.
—Uno de ellos le amenaza.
—Y volveré a escaparme. —Les muestra el dedo del medio, se pone la capucha y camina.

—¿Estamos a salvo ahora?
—pregunto. Me mira por el rabillo del ojo.
—Desde el momento en el que despertaste y hasta el día en el que mueras, nunca volverás a estar a salvo, pequeña.
—Suspiro. Entonces me acuerdo de algo, una duda sin resolver.
—¿Por qué me llamaste «defectata»? —Larga una carcajada.

—Yo no te nombré así. Quienes nos metieron ahí y quienes te echaron al despertar, te llamaron así.
—¿Y eso por qué? —Mi curiosidad no tiene límites.
—Porque puedes despertar. Eres defectuosa, igual que los demás que han despertado y si has despertado una vez, podrías haberlo hecho más veces. Así que te echan.

Me pongo de rodillas y luego me siento. Posiciono mis codos sobre mis piernas y recargo mi cabeza sobre éstos. Ariel se detiene, me mira y arquea una ceja.
—¿Qué haces? —Me encojo de hombros.
—Descansar. Necesito hacerlo.
—Pues que descanses bien, pequeña. —Y retoma su caminar.

¿Otra vez pretende dejarme abandonada? 

Me pongo de pie y vuelvo a correr tras él.
—¡Ariel! ¿Te vas sin mí? —Ojea hacia atrás pero no se para.
—No cuido de nadie, ya estamos en paz. Ahora largo. —Frunzo el ceño.
—¿Y qué voy a hacer yo sola?
—¿Y a mí qué me importa?
—Ríe. Me cruzo de brazos pero no dejo de seguirle, no puedo hacerlo. No sobreviviré por mi cuenta.

—¿Por qué no has intentado volver a Binhtown? —Llegamos de nuevo a un lugar poblado. Ariel no me responde. Y antes de que pueda darme cuenta, se ha perdido entre la gente.
—¡Ariel! —exclamo pero no me oye o no quiere hacerlo. Me deja sola, en medio de ese lugar terrorífico.

Miro de un lugar a otro, como si estuviera buscando algo sin saber muy bien el qué. Frente a mí, veo a una mujer anciana cuya cabeza está cubierta por un pañuelo de color marrón. A pesar de su avanzada edad, la mujer hace un gran esfuerzo por sonreír. Yo lo hago también.

Me apoyo en la pared y resbalo hasta llegar al suelo y sentarme abrazando mis rodillas. Esa misma mujer vuelve a aparecer en mi campo de visión pero esta vez, en sus manos porta un jarrón hecho con lo que parece ser metal. Se acerca hasta mí y se inclina como puede para quedar más cerca.

—Pareces muy cansada, cariño.
¿Quieres agua? —Mi estómago ruge, como si tratara de llamar mi atención y mi boca está seca. La oferta es demasiado tentadora para que siquiera contemple la opción de rechazarla.
—Sí —afirmo. Tomo el objeto entre mis manos y bebo de éste hasta saciar mi sed. Luego se lo entrego de vuelta no sin antes decir; —Gracias.

Ella sólo me sonríe de nuevo y se marcha a lo que creo es su puesto en este extraño mercado. No sé a donde ir así que sólo permanezco aquí. Pero minutos después, un cosquilleo recorre mis extremidades superiores y se va extendiendo a lo largo y ancho de mi anatomía. Algo me está ocurriendo.

¿Qué llevaba ese agua?
Tengo que salir de aquí, no he debido aceptarla. Apoyo mi mano sobre la pared, intentando ayudarme de ésta para subir pero los músculos de mis piernas se han entumecido y no me sostienen. Caigo. Repito la acción pero ahora es mi brazo quien ha dejado de responder las órdenes de mi cerebro.

No puedo moverme, estoy paralizada. Veo y oigo todo lo que pasa pero no puedo hacer nada, no puedo huir. Es como si estuviera atrapada dentro de mi propio cuerpo.
—Ahí está, ya puedes llevártela. —La anciana es quien habla pero no sé a quien. ¿Habla de mí?

Un hombre se me acerca, una de sus manos se pone por debajo de mis rodillas y la otra, por detrás de mi espalda. Me eleva y yo grito, pataleo y me resisto pero todo ocurre en mi cabeza porque sigo paralizada. No, por favor. No me toque, no me lleve. ¿Qué les he hecho yo?

Todo el mundo ve lo que ocurre pero nadie le para. Me está secuestrando frente a una multitud que ni siquiera se digna a mirar hacia otro lado, me miran directamente a mí, con descaro y sin importarles lo más mínimo. ¿Es que nadie va a hacer algo? ¿Nadie piensa ayudarme?

Lloro en silencio, es lo único sobre lo que ejerzo control en mi cuerpo ahora. No sé a donde me lleva ni que hará conmigo.
¿Va a matarme? ¿Va a violarme o sólo a venderme?

Entonces, parece que el cielo se abre y le entrega a esta ciudad un poco de humanidad. Alguien interrumpe el camino por el que estoy siendo secuestrada.  El hombre me deja en el suelo.
—¿Qué quieres tú? Aparta de mi camino —oigo que dice.
—Vas a irte pero te vas sin ella.
—¿Ariel? ¿Eres tú?

—¿Sin ella? ¿Sabes cuánto valen unos órganos jóvenes en el mercado negro? Si me dejas ir sin problemas, te daré la mitad. —Le ofrece y lo siguiente que escucho después es un golpe.

El hombre cae junto a mí. La otra persona me toma entre sus brazos y distingo la sudadera de Ariel. Puedo volver a la calma y respirar hondo. Creo o quiero creer que Ariel no va a matarme ni hacerme daño. Estoy a salvo. Al menos por ahora.

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