Capítulo 4

Mamá abre la bolsa del pan de molde, toma varias rebanadas e introduce un par en la tostadora.
Shaun juega con uno de sus coches sobre la barra de la cocina y mientras, yo reviso mi redacción. Pero no puedo concentrarme en nada que no sea ese sueño/recuerdo. Necesito preguntar a mamá.

—¿Por qué preparas tú el desayuno y no Helen? —Mi madre ríe ante la pregunta de su hijo.
—Porque me gusta cocinar, cariño —responde con dulzura.
—¿Y por qué en domingo siempre hace sol? —En cualquier otro momento, reiría.

—¿Y por qué tengo dos hijos tan preguntones? —El enano se cruza de brazos, ofendido.
—Yo no he preguntado nada.
—Me defiendo sin demasiado ánimo pero estoy a punto de contradecirme.
—En domingo hace sol, los lunes llueve. ¿Cómo voy a saberlo yo, hijo?
—Intenta razonar con él pero su explicación no convence a mi hermano.

Me levanto de la silla, toco la espalda del niño en mi camino hasta llegar a mi madre.
—¿Te ayudo? —ella responde con un sonido para afirmar. Me pasa una malla llena de naranjas y yo cojo un par. Tomo un cuchillo y sin mucha precisión, corto las dos por mitades inexactas. Me agacho buscando los controles de Helen.

Bajo la encimera, hay una serie de botones de colores que me permiten acceder a los electrodomésticos. Hay un botón para coger los cuchillos, un botón para tostar el pan, un botón para exprimir. Presiono este último, que es de un color naranja oscuro. En la encimera se abre una pequeña compuerta por la que sube el exprimidor.

Pongo la media naranja dentro del recipiente y lo cierro, éste tiene la forma de una cápsula de color negro. Cuando ya la he cerrado por completo, el aparato comienza a vibrar y en pocos segundos, se abre. Retiro la parte superior, vierto el zumo exprimido en una jarra y la pulpa en la basura. Repito la acción hasta llenar ésta.

—¿Tenía un oso de peluche llamado Bonnie cuando era pequeña, mamá? —Disparo la pregunta con calma, sin querer provocar que una alarma salte dentro de ella.
—¿Bonnie? No me suena de nada, cariño. Tenías varios peluches pero no recuerdo ningún oso. —Suena honesta y yo por su supuesto, creo sus palabras.

—Es que creo tener un recuerdo con un oso de peluche llamado así. Es en un lugar rocoso, lleno de arena y grietas. ¿Ha sido Binhtown desolador alguna vez? —La mujer me mira, alza sus cejas y luego suelta una carcajada.

—¿Binhtown desolador? en absoluto. Desde que tengo memoria, siempre fue un lugar idílico. Con menos edificios y población pero casi idéntico a la actualidad. —Relamo mis labios, he terminado de preparar el zumo y aunque no he obtenido la respuesta esperada, al menos sé que ese lugar no es Binhtown.

Mi madre sirve tres desayunos en la mesa del comedor, mi hermano no tarda en comenzar a devorar el suyo pero yo en cambio, no toco el mío. Siento que mi estómago se ha cerrado y no tengo apetito así que me marcho de allí, caminado hacia mi habitación.

Oigo unos tacones apresurados que imitan mi caminar y me siguen.
—¿Laurie? ¿estás bien? —Paro. Me giro y la observo, tiene el ceño fruncido y una de sus manos está lista para tocar mi rostro pero está paralizada en su lugar, expectante por una respuesta.
—¿Soy hija vuestra, verdad?
—la pregunta no es una broma pero ella lo entiende así.
Se tapa la boca y entre risas discretas, cuestiona; —¿Perdón?

Yo replico a su pregunta con una sonrisa divertida para rebajar la intensidad del ambiente.
—¿Ves cómo estoy bien? conservo mi sentido del humor. —Cabecea hacia abajo y tal y como predije, su mano roza mi brazo. Entonces me siento más libre para poder encerrarme en mi cuarto sin preguntas y así lo hago.

He logrado algunas respuestas pero las dudas que han aflorado dentro de mi no han sido aplacadas y mi sed de conocimiento se vuelve más fuerte a cada instante.

Dejo que el día fluya sin hacer mucho más, termino la redacción sobre el joven desaparecido y entro en mi cama. Para mi desgracia, la alarma no tarda en sonar en la mañana de lunes.
Y como cada lunes, la tormenta llega, puntual como un reloj.

Cojo entre mis manos el paraguas, Shaun se posiciona junto a mí, presiono el botón de éste y la larga tela impermeable se abre, cubriendo nuestros cuerpos a medio metro de nuestra cabeza.

A través del material transparente, podemos ver el camino pues las gotas chocan contra éste pero caen al suelo con suma rapidez.
—Me gusta cuando llueve —el pequeño comenta.
—¿Por qué? Llevar esto es un fastidio, parece que estemos metidos dentro de una tienda de campaña. —Río.Mi hermano me mira de reojo.

—¿Sabes que estamos metidos dentro de algo que es igual que una tienda de campaña, verdad? —Mi boca se tuerce hacia un costado.
—Tienes siete años, Shaun. Deja de analizar todo y camina
—Ordeno, dando un suave tirón de su mano.

De repente, noto como si el suelo bajo mis pies se estuviera moviendo. Mis ojos se nublan, todo se vuelve borroso y pierdo la fuerza de mi anatomía al tiempo que por mi cabeza asoman unas imágenes.

—Te quiero mucho, hija mía.
Pase lo que pase, espero que nunca lo olvides. —Mi padre besa mi frente, noto un cosquilleo leve en la zona donde sus labios se posan pero nada más. No puedo ponerme de pie aunque lo intente, mis piernas no funcionan y tampoco mis brazos.
—Yo también, papi. —Hablo como puedo pues hacerlo me supone un gran esfuerzo.

—¿Laurie? ¡Laurie! —Vuelvo a mí misma y la voz de mi hermano es lo primero que oigo pero no puedo responder.
—¡Helen llama a mamá! ¡Es una emergencia! —el pequeño grita, me muevo de mi postura y respiro hondo. Desde el otro lado de su reloj, se escucha la voz de nuestra progenitora.

—¡Laurie! ¿Qué sucede, hija?
—Mami, Laurie ha-
—Me he caído, mamá. El suelo resbala y mis zapatillas han derrapado. —Interrumpo a Shaun.
¿Qué te has hecho? Voy a buscarte. —Trago en seco.
—¡Nada! no me he hecho nada.
Shaun por favor dí a mamá que estoy bien —ruego pero veo en los ojos de mi hermano que esta vez no va a cubrir mi espalda.

Helen envíame un informe sobre el estado de mi hija. —De mi reloj sale una luz rojiza que primero pasa por mi rostro, forzando que cierre los ojos, luego baja por mi cuerpo hasta acabar en mis pies.
—¿Ves, mamá? no tengo nada.
Lamento haberte asustado.

Si que me has asustado, cariño. —Suena mucho más calmada tras conocer mi estado vital.
—Mamá tengo que dejarte, de verdad estoy bien y llegamos tarde a clase.
Vale. Si algo te sucede, avísame. Te quiero y a ti también, Shaun.
Hasta luego. —Cuelga.

En silencio, seguimos caminando. Pero algo se remueve dentro de mi cuerpo.
Ya no se trata de imágenes que veo cuando estoy dormida sino que me ocurre estando despierta. ¿Qué son esas visiones? ¿Qué me está sucediendo?

—No creas que soy como mamá, yo no te creo. ¡No te has resbalado! —El niño me saca de golpe de mi ensimismamiento y me llevo un dedo a los labios, reclamando silencio.

—Sí me he resbalado. —Me defiendo. Pero él es pequeño, no idiota. Subestimarle no es la mejor opción.
—¿Qué harás para que no se lo cuente a papá y mamá? —Menudo enano chantajista.
—Te daré mi postre hoy. ¿Trato? —Se lleva una mano a la barbilla, meditando mi oferta.

—Una semana y haré algo muy malo como mentir por ti.
—No es mentir, es ocultar información y trato hecho. —Y sellamos nuestro acuerdo chocando nuestros puños.

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