Capítulo 2

Mis dedos índice y pulgar mantienen atrapado mi labio inferior mientras mi mano derecha sostiene un bolígrafo que golpea en repetidas ocasiones contra la hoja sobre la mesa.

—Papá. —A mi lado, el hombre teclea en su portátil pero cuando oye mi voz, levanta su vista desde sus gafas para mirarme.
—¿Sí, hija?
—¿Puedo hacerte algunas preguntas? —Mi progenitor cierra su portátil hasta la mitad, retira sus gafas de leer de sus ojos y las cierra.
—Adelante.

—¿Cuando fue la ultima vez que algo sucedió en Binhtown? —Frunce el ceño, su expresión muestra confusión.
—¿Algo?
—Algo violento, quiero decir.
—Carraspeo. Me muestra una sonrisa dulce.
—¿Algo violento? ¿Por qué estás interesada en eso, Laurie? —Señalo la hoja.

—No lo estoy, papá. Tengo que hacer una redacción y busco temas sobre los que hacerla.
—Relame sus labios, su vista se dirige al techo, como si estuviera pensando en ello.
—Creo recordar que hace un par de años, Gio, el hijo de la vecina, tomó algo de alcohol y se llevó sin pagar varios artículos de la tienda de la señora Daili. —Me explica, ladeo mi cabeza con muchas otras preguntas.

—¿Y qué ocurrió después?
—Vuelve a pensar en ello. En ese momento una carcajada se desliza fuera de su boca.
—Al día siguiente, le devolvió todo y le llevó un ramo de flores como disculpa. —Bufo. No es que esperara algo diferente pero... sí, esperaba algo diferente.

—¿Y qué habría pasado si no los hubiera devuelto? —Mi padre levanta las palmas de sus manos.
—No lo sé, Laurie. —Chasqueo la lengua.
—¿Nunca han ocurrido cosas como suceden en la televisión?
Como robos, asesinatos y esas cosas. —Eso hace que él ría.

—Eso no es real, Laurie.
Son actores en platós, tienen guiones que les dicen lo que hacer. ¿Por qué alguien haría algo así? ¿Por qué alguien robaría o dañaría a otra persona? Esas cosas no suceden en el mundo real, hija. —Estira su mano para acariciar la piel de mi brazo.

—Por supuesto... Nunca pasa nada en la ciudad en la que nunca pasa nada. —Pienso en voz alta.
—¿«La ciudad en la que nunca pasa nada»? ¿De dónde sacas eso? —Muerdo el interior de mi mejilla.
—Shaun y yo... la nombramos así. —Vuelve a carcajear.
—¿Por qué no sales fuera a pasear? Tal vez te inspires. No creo que ese tema sea apropiado para tu redacción. —Inhalo por mi nariz hasta llenar mis pulmones. Dejo el bolígrafo sobre la hoja y me pongo de pie.

—Tienes razón, papá. Saldré un rato. —Así lo hago. Paseo con calma por las calles de Binhtown, los coches pasan por la carretera y se detienen justo antes del semáforo. En uno de ellos, va alguien a quien yo conozco, el señor Collins.

—Buenas tardes —le saludo, el hombre se encuentra acomodado dentro de su coche, un libro entre sus manos que lee muy interesado. Cuando se da cuenta de mi presencia, me brinda una brillante sonrisa antes de devolverme las palabras.

—¡Oye, Laurie! —Miro por encima de mi hombro y me encuentro a pocos metros con un grupo de chicos y chicas de mi clase.
—Oh, hola —digo sin demasiado entusiasmo.
—¿Te vienes con nosotros? —Me llevo a la boca mi mano y atrapo mis labios entre mis dedos, pensativa.

—No puedo, gracias. Estoy muy ocupada ahora. —Utilizo la primera excusa que cruza mi mente.
—Vale, adiós —susurro de vuelta un tibio «adiós» y sigo andando.

A esta hora de la tarde apenas hay gente por aquí. Los niños están en los parques, los adolescentes están en las salas de videojuegos, pistas, partidos y demás y los adultos trabajan o descansan. Vagamente veo algunos ancianos a los que ya no les queda demasiada vida por delante.

—Las seis de la tarde. —De mi reloj, suena un pitido corto seguido de la voz de Helen.
—Desactivar, Laurie Riley. —Y con el código, se detiene la alarma. Pero no pasan ni un par de segundos antes de que todo cambie a mi alrededor.

En los escaparates de las tiendas, las pantallas sobre los semáforos y el revestimiento de cada edificio, aparece una misma imagen. Es un cartel de desaparecido que contiene la foto de un joven. Su nombre es Ariel Cheris, tiene veintidós años y desapareció hace casi un año. Sus ojos son del color de la miel, su cabello es rubio y solía llevarlo corto. Su tez no es tan pálida como la mía, tiene un bronceado poco pronunciado.

No he mirado hacia el cartel para describirle ni tampoco para leer sus datos, pues cada día, cada hora durante un minuto entero, su rostro aparece reflejado en cada pantalla de esta ciudad.
Podría decirse que he visto su cara tantas veces, que he memorizado sus rasgos.

Aunque he de admitir que antes de su desaparición, nunca le había visto. Los carteles desaparecen justo un minuto después y entonces, tomo la decisión de regresar a casa con la esperanza de que papá siga allí.

Ahora más que nunca, tengo dudas que necesitan ser respondidas. La cerradura hace el click y una sonrisa profunda se dibuja en mi boca al ver que efectivamente, el hombre sigue allí.

—Pero la gente muere y desaparece ¿no es así? —Me mira con interés pero con algo de cansancio también.
—¿Ya has regresado? —Callo, esperando su contestación—Claro que la gente muere, Laurie. Es parte de la vida. Naces, creces y luego mueres. Y sí, algunas personas desaparecen pero la mayoría viajan a otras ciudades sin avisar. Nada más —Concluye.
Pero yo no he acabado aún.

—¿Y Ariel? desapareció hace diez meses y medio. ¿Quién se encarga de buscar a los desaparecidos? —Mi padre suspira.
—Nosotros, cariño. ¿Quién sino? Ayer mismo estuve en una de las batidas para buscarle. No sé que le ocurrió a Ariel pero estoy seguro de que tendremos noticias pronto —asegura con entusiasmo.

Voy a realizar otra pregunta pero me doy cuenta de que es inútil.
Mi padre no sabe mucho más de lo que sé yo y creo que ya está harto de mis dudas. Pero sin embargo, acaba de darme sin saberlo el tema que usaré en mi redacción.

Voy a escribir sobre la desaparición de Ariel Cheris y para ello, tendré que investigar a fondo. No conozco a su familia pero conozco a muchas otras personas que pueden darme detalles que me sirvan de ayuda.

No esperaré un sólo día más y usaré mi fin de semana para esto. Comenzaré mañana mismo.

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