Capítulo 12

Mientras camino a través del bosque y sin rumbo fijo, no tardo en darme cuenta de que alguien me sigue. Es un chico de pelo corto, casi rapado y lleva el uniforme del muro. Imagino que esa mujer controla a los defectatos para que no le causen problemas.

Pero sigo teniendo esa duda dentro de mi cabeza y ahora está más avivada que nunca. ¿Por qué hizo algo así? ¿Por qué creó Binhtown? Sus respuestas distantes no han ayudado a calmar mi curiosidad si no que la han vuelto más grande. Ha tratado de combatir fuego con más fuego y todos sabemos que eso nunca sale bien.

Mientras ando, doy una vuelta por el mismo lugar para confirmar que efectivamente, estoy siendo seguida. Entonces mis ojos visionan una pequeña grieta en la que puedo asegurar que mi cuerpo no cabe por completo. Pero igualmente, voy hasta ella, dejando atrás los macutos.Me arrodillo, intentando hacer que mis hombros ocupen menos espacio y al final, aunque a duras penas, acabo entrando.

El espacio es tan reducido que el guardia corre detrás de mí, apuesto a que no ha visto donde me he metido por culpa de los árboles. Sonrío y tapo mi boca y nariz para que mi respiración no me delate. El joven está justo delante de mi pero la grieta está a la altura de sus piernas, no la ve.

Camina de un lugar a otro, mirando tan lejos como puede.
Se lleva las manos a la cabeza, desesperado. Entonces decido mi siguiente paso; voy a salir. Cuando está girado con respecto a mi posición, dándome la espalda, salgo.

Corro sigilosa con mis nuevas zapatillas, entre mis manos y ejerciendo más fuerza de la que sabía que tenía, tomo uno de los macutos. El muchacho me escucha, se da la vuelta pero es demasiado tarde, se lo estampo en la cabeza. No le dejo fuera de combate pero sí le tiro contra el suelo.

Aprovecho la oportunidad para abandonar el «regalo» de esa mujer y corro tan rápido como puedo. Cuando creo haberlo perdido, me detengo para respirar.
—No había hecho tanto deporte en toda mi vida. —Dejo salir una risa nerviosa y entrecortada.

Me aparto del árbol, observando el entorno. Todo es maleza, una mezcla de partes quemadas y unos pocos árboles sanos. La hierba no es muy alta y está llena de pequeñas rocas, ramas y pedazos de madera desprendida.

Busco algún árbol de frutos del que poder conseguir algo para comer. Pero no encuentro nada y tampoco tengo agua.Creo recordar que el río estaba cerca, doy unos pocos pasos y me pongo de puntillas, intentando ver más allá.

Entonces algo se envuelve alrededor de mi cuello, me resisto y trato de zafarme.
—¡Pare! ¡Señorita Riley, pare!
—Aunque no le he escuchado hablar hasta este momento, sé que se trata de ese guardia.
Para que deje de resistirme, me suelta.

—¿Por qué me sigue? ¡Dejeme en paz! —El muchacho señala a sus lados, ha traído los macutos. Pongo los ojos en blanco.
—¡Me da igual lo que sea que haya ahí dentro! —espeto.
Pero entonces, oigo un grito. Es el grito de un hombre y proviene de un lugar cercano aquí.

El guardia frunce el ceño.
—¿También lo ha oído?
—Asiente.
—Vamos. —Coge las bolsas de tela y camina. Pero lo hace en la dirección equivocada.
—¿A dónde va? El grito se oye por allí. —Señalo.
—Lo sé, por eso mismo.

—No pienso irme, que le vaya bien. —Me cruzo de brazos y ando hacia el lugar donde se escuchó el desagradable sonido.
—¡Señorita Riley! —Le ignoro, como si no hubiera hablado. Pero corre y se me adelanta.
—Me dieron una orden pero no pienso morir por lealtad. —Bajo mi vista hasta su traje, en éste hay un spray.

Se lo arrebato sin ningún cuidado y paso de largo con las mismas. No tardo en oír otra vez. Me escondo para observar la grotesca escena. En el suelo hay un hombre, de rodillas y de pie junto a él, dos más. Uno de estos sostiene una piedra con la que afila un cuchillo.

Podría desfallecer en este mismo instante pues mi pulso se ha vuelto loco y mi respiración se niega a controlarse. Noto una presión en el pecho y el miedo me llena por completo. Pero no me detengo, a pesar de ello.

Corro, rocío al primero con el spray y con la esperanza de que sea cloroformo y no ambientador. Cae al suelo de rodillas pero entonces el segundo hombre me da un puñetazo en el estómago, me doblo por el dolor.

Me agarra por el pelo y el cuero cabelludo me arde cuando tira de él.
—Ahora tendremos cuatro riñones en lugar de dos.
—Utilizo mi cabeza para golpearle y zafarme. Me pongo frente a él pero en ese momento, el hombre es golpeado por la espalda y cae.

Una sonrisa se dibuja en mi rostro al verle.
—¡Ariel! —exclamo. El rubio toma mi muñeca y tira de mí.
El hombre del suelo se levanta y camina hasta nosotros.
Me suelta sin nada de cuidado y le lanza una mirada venenosa al hombre al que hemos salvado.

—Gracias, no tengo con que pagarle. —Me asegura, tocando sus ropajes. Yo niego rápido.
—Dígame como puedo devolverle el favor. —Cuando pronuncia esas palabras, una idea brillante recorre mi cabeza.

Miro a mi alrededor hasta encontrar al guardia.
—¿Puede ayudarme? —El hombre asiente, se lleva un dedo hasta uno de los mechones de su pelo y lo pone tras su oreja.
—Ayúdeme a librarme de él. No quiero que le mate, sólo quiero que deje de seguirme.

Él se remanga, lame sus labios y piensa.
—Cuando cuente hasta tres, corra. —Asiento. El hombre comienza a dar pasos largos y grita, llamando la atención del guardia.
—¡1... —Me preparo. Miro a Ariel.

—...2... —Cuando llega a ese número, ya está junto al joven.
—...3! —Y emprendo la huida cuando él le da un fortísimo puñetazo al muchacho. No puedo negar que me siento muy mal por él pero tengo que conseguir que deje de seguirme.

Ni siquiera sé como corremos tanto con el «regalo» de la mujer en nuestros brazos pero lo hacemos. Ariel encuentra un lugar donde dormir esta noche.

—La mujer de ese lugar me dio esto —le digo.
—Lo sé, lo ví. —Se sienta.
—Tenías razón, Ariel. —Arquea una ceja. 
—Especifíca más. —Chasqueo la lengua.
—Sí que fueron los del muro quienes nos metieron ahí. Ella dice que lo hizo por amor.
—Recalco las comillas en la última palabra.

—Me alegro de que estés aquí, por cierto. —Sonrío.
—¿Me habías echado de menos? —Bromea.
—Pues claro. ¿Cómo sobreviviría aquí sin ti? —Agacha la cabeza para reír.
—Creía que eras "VIP", hasta tienes tu propio guardia. —Bufo.

—Creo que ya no nos sigue pero antes también creí haberme librado de él. —Mis palabras hacen que vuelva a reír.
—Lo dices como si fueras una experta en librarte de guardias. —Noto un calor ascender hasta mis mejillas.
—Yo... corrí muy rápido. —Aseguro.

—¿Corriste muy rápido? muy buen plan, Laurie. Tienes razón, no sé que harías sin mí. —Suelto un "ja".
—Siempre me amenazas, dices que te vas pero no es cierto. Acabas volviendo. —Su risa se detiene en seco. Mira hacia un lado, no queriendo verme.

—Me recuerdas a alguien a quien conocí al llegar aquí. Murió por protegerme. Por eso me quedo, pequeña. —Para aliviar la tensión, intento calmar el ambiente.
—¿Y ella era pequeña? —Aprieta la boca.
—No tanto como tú. —Pongo los ojos en blanco.

Entonces agarro uno de los macutos. Lo abro y dentro de él, encuentro muchas cosas. Hay vendajes, alcohol, tijeras, gasas, cremas y demás. También hay ropa, de mujer y de hombre aunque no la diferencio, algunas prendas son más grandes que las otras.

En el otro hay un par de dagas, uno de esos spray, cosas para comer tales como carne y frutas, telas y debajo de todo esto, hay una pistola. Es de color negro y no sabría decir de que calibre.
Varias cajas de balas también, de un tamaño considerable.
—Voy a por algo para comer.
—El chico de ojos mieles va a salir pero cojo la bolsa de naranjas que hay en el macuto y lo sacudo en el aire.

—¿Cómo sabes que no está envenenada?
—¿Por qué nos habría dejado salir de allí si quisiera matarnos? —Utilizo la lógica más básica.
—Lo acepto. —Rompe la bolsa, coge una y me lanza otra. Después de que terminamos de comer, intento dormir. Pero oigo ruidos fuera y cuando abro los párpados, no veo al chico.

Salgo y hay dos hombres que retienen al muchacho a punta de cuchillo. Son cazadores. El rubio me ve, me hace un gesto para que no me inmiscuya pero yo le ignoro, dispuesta a actuar.
Entonces alguien me coge con fuerza por la espalda y no puedo moverme, me inmoviliza.

En la distancia veo como todo sucede, golpean a Ariel y lo alejan. Los cazadores se lo llevan sin que pueda impedirlo. Van a matarlo.

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