7

Apagas el mundo a tu alrededor.

Todo está oscuro, no a podido obtener a Morfeo, y ya creía que ni el le quería, tal vez por eso no a podido dormir en toda la madrugada. Eran las tres, observaba el techo en la oscuridad, la tecnología no lo llamaba, las personas no lo llamaban, el calor no lo llamaba, tal vez el amor este haciendo una fila para verlo, lo intuía, sentía solo el recuerdo lejano de aquel gruñón.

Ocurrencias que pasan por su mente, siempre él.

¿Qué escusa daría ahora para calmar su consciencia agitada?

No esta corriendo, pero su corazón pegaba tan fuerte a lo sentía saliendo por su garganta. Dios, no hay escusa para adorar una muestra de su calor tan estético.

Pero de un modo a otro sentía que aquello no sería correspondido.

¿Cómo alguien como él podía tan solo tener o desear cariño?

No tenía derecho aquello que tenían los demás, esa persona que le fuera a buscar después de la escuela, quien le consolará en las tormentas tan terrible, aquellas tormentas las enfrentó solo, aprendió, nadie le enseñó. Ahora, tenía una tormenta en el interior que no podía obtener.

Odia la confusión.

Ese sentimiento de sentirse perdido, ahogado entre dudas sin respuestas, situaciones sin un porqué, emociones sentidas sin ningún sentido.

Él no podría calmar esa confusión que día a día crece, tal vez lo ablandaria, lo haría desaparecer sin tener que refugiarse en el dolor y payasadas.

Con sus ojos de estrellas tan luminosos, que lo buscá cada día.

Y en aquella habitación donde solo lo iluminaba la luz nocturna que entraba por el gran ventanal, se llenó de ilusión.

«Sería perfecto un mundo sin confusión.»

Revolvió sus cabellos castaños, se tapó por completo. Sus ojos miel se suavizaron, brillaron, y aquel brillo fue a su sueño.

(…)

Se despertó con un leve dolor de cabeza, se quejó, pero aun así se levantó y preparó para ir a la academia.

Fue a la cocina para hacerce un té azucarado, se encontró con su madre, estaba mas alegre que otros días pues había puesto la radio y hay sonaba Magdalena Bay - Killshot a un volumen moderado y aquella mujer meneaba al ritmo de la melodía pegajosa, le saludo con una sonrisa, ella se acercó con una sonrisa cariñosa, le beso la frente. Sintió la leve calentura del menor y con otro beso en la frente le dio dos pastillas para aquello, él sonrió.

Cuando subía devorando un pan tostado vió a su hermana, él le acarició la cabeza, y ella le sonrió.

El dolor ya no estaba, así que se despidió de su familia y marchó al recinto, él llegaba antes que su hermana, para ir en busca de un paquete. Sin prisa, caminó con la brisa cálida, lloverá lo mas seguro.

Adoraba la lluvia.

Observó las hojas descoloridas del otoño en el suelo, sin pensarlo saltó encima, reviviendo un recuerdo al escuchar estas crujir, le daba una satisfacción completa.

Escuchó detrás de él un "clik", al darse vuelta vió a su paquete de cada mañana, con celular en mano y su sonrisa que le recordaba a un gato, le había sacado una foto sin su permiso, frunció el ceño y fue a donde el más alto, este levantó el celular, se puso de puntas y aun así no alcanzaba.

Odiaba su altura.

Quedaron frente a frente —ya que el castaño se inclino—, el castaño riendo y este dando saltitos para alcanzarlo e insultando, Chuuya le miró realmente molesto, Dazai le sonrió retandolo, eso le enfureció más, le dio una patada a su pantorrilla, el castaño soltó el celular quejándose y sobándose el lugar golpeado. Chuuya con sonrisa victoriosa tomó el celular, pero, tenía contraseña.

«Hijo de puta listo.»

Vió al castaño quejándose hincado en el suelo, se hincó y miró su rostro, el el torso de la nariz había un parche, sonrió recordando el rostro rojo del castaño el otro día. Se levantó egocéntrico y sin esperar caminó devuelta a su ruta.

Sabía que le seguiría, y así fue al escuchar los pasos acelerados del castaño detrás suyo, sonrió sereno.

— ¡Chuuya!, ¡Que malo eres!—jadeó llegando a su lado.

— te lo mereces por imbécil.

— ¡Chuuya! —se posicionó enfrente del pelinaranja, haciendo que se detuviera y le sonriera calmado. El castaño con su dedo índice apunto a la bandita que tenía en el torso de la nariz, junto a un leve puchero, se quejó igual que un niño pequeño. — Eres malvado, Chu-Chu.

Chuuya en vez de ver a donde estaba apuntando el castaño, miró las bolsas debajo de los ojos miel, eran bastantes notorias, debía admitir que no era buen observador, pero de pequeño tenía ese sentido de saber como se está sintiendo las personas, no lo decía, simplemente demostraba su apoyo y cariño en palabras cautelosas llenas de aprecio.

Claro que depende de la persona, para estar junto a Dazai hay que tener autocontrol, no lo cual no tiene. Es alguien completamente impulsivo, se guía por la adrenalina y las sensaciones. Lo odia.

Odia que quien le llegue a controlar sea Dazai.

Unas de su muchas pesadillas.

Llendo un poco arriba de esas bolsas oscuras encuentra unos preciosos ojos embalsamado en miel y brillo, extrañamente aquel brillo no es por alguna idea macabra.

«Tal vez comió cangrejo.»

Aquel bocado era el preferido del castaño y muchas veces lo a visto contento con solo probarlo un poco, tal vez.

La forma que fuese no le importaba, revisó la hora en su celular, si caminaba ahora llegarían justos para ver a alguien amante del orden y que al ver al castaño le ponía los pelos de punta, una imagen graciosa para Chuuya.

— Vamos, caballa. —le devolvió el celular y le pasó de largo con una sonrisa.

Dazai sacó la lengua por solo pensar en caminar, pero luego sonrió.

— Vamos, babosa.

(…)

Atsushi antes de salir de su casa con un pan en su boca, escuchó una voz desconocida en la cocina que hablaba con su abuelo, la curiosidad le empujaba para que fuera ver quien era. Con cautela se acercó al marco que dividía la cocina con el comedor, se apegó a la pared y escuchó más de cerca esa voz gruesa, le parecía familiar. El desconocido hablaba que su abuelo, lentamente asomó su cabeza para ver, era hombre azabache. Le pareció curioso que estuviera vestido por completo de negro y ver de segundos una cálida sonrisa de su abuelo otorgada al hombre.

Un completo misterio.

Miró su celular, casi se le cae el pan de la sorpresa, iba tarde.

«¡Chispas!»

Con pasos acelerados fue a la puerta, pegó un grito símbolo de despedida, pero olvidó que tenía el pan en la boca y no sé escuchó nada, tan solo el ruido que hizo al tropezó con una cubeta al salir.

La fría brisa de lluvia le estampó la cara, como un niño pequeño sonrió por ello y emprendió corrida a la casa de Ranpo Edogawa.

Su sorpresa fue más grande al ver al pelinegro en la esquina de su casa, sentía el alma salirse de su cuerpo. El pelinegro le observó con los ojos de un esmeralda resplandeciente, con unas migajas de chocolate al costado de su labio, le sonrió.

— Eh, Atsushi.

El viento revolvió el cabello azabache junto al abrigo de la escuela que lo tenía sobre su hombros y amarrado con un nudo flojo que daba la intención que en cualquier momento se desataría, pero para él era una capa. La boina que tenía retenía que por el viento se movieran por completo sus cabellos puntiagudos. Y lo más llamativo y oculto, eran ese esmeralda resaltante.
Y claro, esa sonrisa inocente.

— Te aconsejo que te prepares, ayudante.

Le habló antes de devorar un dulce de miel. Atsushi estaba confundido, pero sabía que obtendría una respuesta, ya que sabía que tenía y tendría a su lado al mejor detective del mundo.

(…)

Fueron al aérea de consejo estudiantil, todo estaba desolado exepto por algunos maestros que se apuraban en las actividades que tendrían para las clases, y por supuesto aquella persona que ahora verían. Entraron por la gran puerta y al centro al fondo, estaba un rubio de gafas junto a su café matutino y una leve pila a su costado.

El rubio miró a los recientes llegados, frunció el ceño al ver al castaño. Pero no le dio tanta importancia.

— Llegan justos. —dijo mas que nada dirigiéndose al pelinaranja.

—Claro, nosotros somos muy puntuales, Kunikida-kun. —dijo bromista el castaño.

Chuuya notó ya una vena en la frente del rubio, por lo cual intentaría aliviar su temperamento, le parecía gracioso pero no quería escuchar los gritos y quejidos que daría exageradamente el castaño, mientras el rubio le insultaba, no quería revivir el dolor de cabeza.

— ¿Para qué nos llamaste? —Preguntó Chuuya calmado.

Kunikida suspiró, tomó unos de los papeles y se lo extendió al pelinaranja, este lo tomó y lo leyó junto a su lado el castaño que parecía aburrido con todo.

— Es el horario para el día de deporte. Como sabrán, este año nos juntamos para celebrarlo al mismo instituto que los otros años, y por ello hay un problema no tan leve, y sobretodo ahí—apuntó con su dedo índice la parte media de la hoja.

Ahí estaba el dichoso nombre de un juego famoso y divertido, "Las quemaditas", en la academia se juega así, debe haber una pareja representante de cada grado, forman un cuadrado y una línea que divide el espacio de cada escuela, y a los costados debe haber personas que con una pelota intenten "quemarlos" y quien salga quemado, sale del cuadrado y ayuda a quemar, además si la pelota cae en adentro del cuadrado cualquiera la puede tomar y quemar al otro equipo. Bien, abajo donde deberían haber participantes, está en blanco.

Recordar el año pasado como los representantes de la academia salían lesionados y con varios moretones, mientras la academia contraria salía ganador, golpean fuerte, y ese es la consecuencia de este año no tener a nadie.

Al igual que en otros juegos estaba casi vacíos, pero este destacaba en particular.

Ambos  despejaron la mirada del papel con desgano, Chuuya miró al rubio. Aquel era el presidente del consejero estudiantil, Doppo Kunikida.

— ¿Qué propones? —le preguntó Chuuya a Kunikida.

— Tenía pensado en tener algunos ayudantes en las actividades que falten participantes. — tomó una pausa para acomodarse los lentes.

Dazai se puso recto sonriendo con inocencia, sabía lo que proponía Kunikida, y sabía que con solo escuchar la palabra "competencia", aceptarían.

— Tal vez sea integrar a los juegos a ustedes dos. —terminó, mirando la reacción del pelinaranja.

Algunos segundos mas tarde solo obtuvo un sobresalto de parte de él.

— ¿Ah?

Chuuya lo haría, ¿Pero con el pedazo de animal de pareja? Difícil.

— No te sobresaltes, son varías competencias, puedes aprovechar de integrar alguien más, aparté, —suavizó la mirada dirigida a Chuuya.— no estás obligado a nada.

No sentía presión, lo contrario, tal vez si sea buena idea participar, después de todo le gusta competir.

Está bien, ¿Pero qué haremos con los otros grados?

Dazai que a estado en silencio, habló con diversión:

— Yo me haré cargo de ello.

Kunikida suspiró.

— Bien, y..

Fue interrumpido por la puerta al abrirse y la voz de un pelinegro

— Les traigo a su empuje a la victoria.

Habló Ranpo dejando que el albino tomo nervioso entrara. Y en ese momento todo se puso interesante, Ranpo dio una explicación de un plan sencillo involucrando al pobre albino.

«Ya no iré a buscar más a Ranpo-san.»

(…)

Akutagawa estaba repasando los cuestionarios para los próximos exámenes en la biblioteca, a lado estaba un mapache que desconocía su nombre, pero le gustaba su compañía silenciosa. Con un marcador destacaba lo importante, al dar la vuelta de la página para seguir destacando cayó un sticker de tigre blanco, parecía desgastado su pegamento, ya sabía quien se lo dio. Buscó en su estuche pegamento y lo pegó el sticker en la tapa negra de su cuaderno, se veía tierno, sonrió satisfecho y siguió con su repasó.

Sintió una mirada, solo consiguió cerrar el cuaderno antes de que alguien le saltará encima haciéndolo caer con todo y silla al suelo, hizo un tremendo estruendo la silla al caer despertando al mapache que dormía pacíficamente en la mesa, ahora los observaba con curiosidad, y claro,  aún tenía a la persona encima, pero lo reconocía.

¿Quién más le acecharía, y le se quejaría como niño pequeño llamándolo?

— Ryuuu —se quejó en susurro.

Susurro para que nadie se diera cuenta de su presencia, claro que no lo harían por el tremendo ruido que acaban de hacer con la silla, claro que nadie se daría cuenta.

— ¿Qué te pasa, pedazo de retrasado?

Insultó en susurro, por el mismo motivo que susurraba el albino.

— No me insultes, idiota.

Reprochó con un puchero.

— Tú no me digas idiota, idiota.

El albino estaba encima del azabache con una leve puchero.

— Te iba a contar algo pero mejor no.

Se levantó pero el azabache lo tomó del abrigo atrayendo el cuerpo de este haciendo que se sentará, al igual que quedarán mirándose de frente y bastante cerca.

— Cuéntame.

El albino río suavemente.

— Chismoso.

— Tú me lo pegaste.

— Ajá.

— Cuenta la noticia, pedazo de felino.

— No te metas con mis felinos, emo.

El azabache tan solo quería saber lo que contaría el albino, pero nuevamente acabaron peleando en susurros, así que tapó la boca del menor con su dedo índice, el albino entendió, soltó el dedo y el albino al fin dio la noticia.

— ¿Quieres participar en las quemaditas? — Sonrió feliz el albino.

El azabache no era bueno con los juegos, tampoco le emocionaba, pero es algo nuevo y participaría con el albino. Tal vez salga con varios moretones pero se dejó guíar por el sentimiento.

— Está bien.

El albino sonrió en grande, y sin aguantar le dio un beso en la mejilla al azabache, este se sonrojo. Y a un lado escucharon la divertida voz de un pelinegro.

— Que gay.

Ambos se levantaron rígidos, debajo la mesa salió Ranpo con un libro, y una sonrisa inocente.

— E-eh R-Ranpo-san esto..

Tartamudeo el albino, fue interrumpido por la carcajadas del pelinegro, le causaba gracia.

— Descuiden, sigan con lo suyo. Bay Bay.

Se despidió moviendo el libro como si fuera un pañuelo, y en su hombros se posó el mapache, haciendo lo mismo que el pelinegro solo que con su patita.

Atsushi le dio ternura ver aquello que la vergüenza se le esfumó, bajó la mirada al cuaderno donde en el medio de una tapa por completo negra, había algo que le dio al azabache hace mucho tiempo, un sticker de tigre, sonrió con ternura.

Observó al azabache que aún estaba rígido y sonrojado, Atsushi dio una risa tímida.

Akutagawa salió de su trance y le fulminó la mirada, ignorando el molestar en su estómago al escuchar la risa del contrario.

(…)

En el anterior clase habían hecho un debate, hubo gritos, y uno que otro golpe a la pizarra para llamar la atención, y Chuuya sentía el malestar de cabeza demasiado fuerte.

Colapsaría.

Ahora, en el segundo descanso iba a la enfermería para ver si le daban el permiso médico para largarse de ahí y dormír cómodamente en su cama. En mitad del camino se topó Fyodor Dostoyevski, se miraron, y Chuuya suspiró en interior para guantarse el dolor de cabeza y no parecer descortés enfrente del pelinegro.

— Fyodor.

— Chuuya.

Se saludaron, y siguieron la conversación, hasta que al pelinaranja se le vino una idea, sonrió.

— ¿Te gustaría participar en los juegos deportivos?

— Está bien, ¿Pueden participar otras personas? —preguntó fijando sus ojos violetas en lo azulados del menor.

— ¿A quiénes propones?

Fyodor lo tomó de ambos hombros con suavidad, le hizo mirar al fondo del pasillo, ahí estaba un chico mediano y junto a él, Dazai.

Desde lejos se notaba ver al castaño hablar sereno, pero justo ahí, chocaron miradas, sintió eun aire tibio en su ojera, y un susurro grave.

— A él, Sigma.

La mirada del castaño se afiló mirando de forma intensa a ambos, Chuuya se quedó rígido.

— ¡Dos-kun!

Escucharon a la lejanía, se despegaron y por el final del otro pasillo venía un animado peliblanco de trenzas largas.

Llegó a su lado y se tiró encima del pelinegro con un abrazo, por suerte no cayeron.

Fyodor con una leve sonrisa, miró al pelinaranja.

— Y él, Nicolai Gogol.

El peliblanco observó con curiosidad al pelinaranja, luego le sonrió.

Chuuya sonrió por cortesía.

— Nakahara Chuuya. —se dirigió al de trenzas, para luego mirar nuevamente a Fyodor.— Si ellos quieren, pueden.

— !Yo quiero! —exclamó emocionado sin saber de hablaban, pero con malicia habló.— Sigma también quiere, —Chuuya le miró confundido— Será una pequeña sorpresita. —le guiño.

Chuuya rio levemente por la "pequeña" sorpresa que se dará Sigma al saber que participará en todos los juegos.

Pequeña sorpresita se dará.

(…)

— Jinko. —escuchó que le llamaba el azabache, se giró en su puesto y le miró con curiosidad. — Acompáñame a ir por un encargo.

Antes de que Atsushi respondiera, el maestro los silencio.

El albino nervioso río suave.

El azabache lo tomó como un "sí", así que se concentró en la clase.

(…)

Tercer descanso y último.

Chuuya se fue a la azotea junto con un jugo en caja.

El dolor de cabeza no se calmó, y lo a tenido toda la mañana, por suerte faltaba poco para poder irse.

Se fue ahí no solo por el ruido, o tener que socializar, tan solo quería estar solo.

Hace mucho no le pasaba este sentimiento y deber, el impulso de aislarse de todos, desear la paz de estar consigo mismo, el bloquearte de todo y todos, buscar una forma de sacar lo reprimido en su interior.

Sabía en cualquier momento estallaría de la peor forma, lo veía venir, siempre a sido sentimental, pero ahora a estado peor, sentía que si alguien encontraba la llave del baúl donde guardaba todos sus problemas y agobios, acabaría en lágrimas. Se sentiría débil, un inútil de no esconder mejor aquel baúl, para nadie lo noté, lo encontrará.

Pero los pensamientos destructivos lo dejan tan expuesto, tan vulnerable. El pensamiento que a estado rondando en su mente entre las frías madrugadas.

«Proteges a los demás, ¿Pero quién te protege a tí?»

Nadie.

La punzada en su pecho se hace notar,  el ardor en su ojos le duelen.

Necesita llorar, pero no puede sacar nada de sus ojos.

«¿Quién se quedaría a su lado sin pedir algo a cambió?»

Siente la garganta seca, abre el jugo y lo toma con suavidad, el dulzor de la manzana lo refresca.

El dolor de cabeza se a suavizado, tal vez con el dolor del pecho lo a echó.

La campana se escucha en la lejanía, pero él tan solo escucha el palpitar lento de su corazón, deseando que paré en ese momento, duele.

(…)

— Aquí es, Jinko.—dijo el azabache al albino.

Atsushi, miraba asombrado el lugar, un centro comercial.

— ¿Qué venimos a buscar? —preguntó el albino.

— Una ropa, vamos.

Entraron, todo estaba impecable, el azabache dobló dos mientras el albino le seguía y admiraba las tiendas. Hasta que entraron en una, ahí había de todo, el azabache le miró fijamente.

— Te quedarás ahí sentado —apuntó a unos asientos.—, si te mueves te encontraré y te golpeare.

El albino le miró frunciendo el ceño.

— Pero-

— Hace caso, Jinko.

Atsushi indignado de que lo tratará como un animal, se fue a sentar donde apuntó, y el azabache sonrió con orgullo caminando a la recepción.

El albino con los brazos cruzados miró la ropa, parecía perfecto para esconderse, sonrió.

Akutagawa al terminar de pedir lo encargado en una bolsa de papel, fue al lugar donde debería estar el albino, para su sorpresa no estaba.

— Hijo de las mandarinas, cuando te encuentre ya verás. —susurro molesto.

Se perdió entre los colgantes repleto de ropa, escuchó una risa y un movimiento ropa, giró atento.

En ese momento en los parlantes se escuchaba la canción Easier - 5Sos.

De repente sintió un momento a su costado, y saltó, lo atrapó.

— Me dolió, Ryu —se quejó, por el movimiento imprevisto cerró los ojos, ahora los abría lentamente.

Estaban demasiado cerca, Atsushi podía sentir la respiración entre cortada del azabache, se miraban a los ojos.

En la oscuridad se podía apreciar mucho mejor los ojos brillantes del albino, y Akutagawa sabía que no había ojos tan hermosos, que los de su preciado Atsushi.

El espacio se cortaba entre ellos, pero el albino lo interrumpió son su voz avergonzado.

— S-Será irnos. —el azabache lo captó y se separó, levantándose y ayudando al albino.

Atsushi sonrojado se levantó.

you are beautiful

Salieron de la tienda, iban en un silencio incómodo, Atsushi se encontraba nervioso, y sonrojado hasta las orejas, de vez en cuando acomodaba su largo mechón detrás de su oreja, pero al final se caía de todas maneras. Pasaron por un lugar de juegos para niños, el albino contempló la felicidad de cada uno de los pequeños, la alegría de jugar. El azabache notó que el albino se había detenido, se detuvo también miró donde estaba mirando Atsushi, era un patio de juegos. Para Akutagawa era simplemente un cuadrado enorme que tenía encerrado a niños y no lo dejaba ir hasta que estuvieran agotados hasta morir, o hasta que se hundan en la piscina de pelotas de colores. Pero notó algo diferente en aquellos ojos que antes brillaban, ahora era brillo se apagó.

Miró a los alrededores, el patio de juegos estaba dentro de una tienda de comida rápida, tubo una idea. Le tomó la mano al albino entrelazando sus dedos, Atsushi se sonrojo violentamente y miró atónito el lazo.

— Vámonos de aquí, Atsu.

El brillo en volvió con fuerza, sonrió y asintió. Todo fue en un silencio cómodo hasta llegar a la esquina, un abrazo y un beso en la mejilla de parte del albino.

Y una sonrisa fugaz que hizo crecer aquel sentimiento en el pecho.

(…)

«Vaya mierda.»

Se fue solo de camino a su casa, y de repente como reventar una burbuja, estornudo, no era por alergia, pues no había polvo, y supo que, estaba refriado. Y al llegar a casa lo confirmo, ese treinta y nueve marcado en el termómetro, su madre se preocupó mucho que lo mandó a descansar mientras ella le haría una sopa. Y Chuuya solo creía que resfriarse un viernes por la noche era una completa mierda.

Kyoka no estaba, estaba en una pijamada con su amigas.

«Es viernes después de todo.»

Y su madre tenía una cita con su amada.

Y él solo tenía planeado ver anime, o solo dormir, pero dudaba poder dormir tranquilo.

«Una jodida mierda.»

Ahora reposaba en su cama con un sueter rojo y un shorts, ese era su pijama, y era demasiado cómodo.

Su madre le trajo la sopa y un vaso con agua, lo mimo por unos segundos en un silencio cómodo, pero lo cortó Chuuya.

— Puedes ir, no te preocupes por mí. —susurro dejándose mimar por aquella mujer admirable.

Kouyou le hizo que le mirará, dando caricias por sus mejillas sonrojadas por la fiebre, retiró lentamente los cabellos naranjas de la frente observando ese color azulado.

— Tú eres más importante, cariño. —le besó con dulzura la frente.

— Pero no quiero arruinar tu cita. —insistio.

— Después, ella lo entenderá.

— Mamá insisto. —le sonrió para tranquilizarla, sabía que su madre se preocupaba mucho por los suyos.

Ella le miró insegura, luego suspiró.
Siempre caía ante la insistencia de su terco primogénito.

— ¿Prometes cuidarte y descansar?

Chuuya sonrió victorioso, asintió.

— Está bien, te dejaré todos los medicamentos.

— Está bien, mamá.

Kouyou junto su nariz con la de Chuuya, haciendo este reír.

— Pequeño pillo.

Luego se separó y fue por los medicamentos, bajó por las escaleras y fue a la cocina, escuchó el timbre, con lentitud fue abrir, grande fue su sorpresa al ver cierto castaño parado con una sonrisa felina y detrás traía una mochila. Era Dazai, y lo conocía por parte de su dos hijos, además conocía al padre desde pequeños.

Sonrió gentil, le caía bien el chiquillo.

— ¿Qué te trae por aquí, Dazai?

— Sabe por quien vine, Kouyou-san.

Lo tuvo que suponer, al menor nada se le escapa, aunque quisiera dejarlo pasar, no podía, se contagiaria. Pero sus pensamientos fueron interrumpidos por la voz firme del castaño.

— Sé que está enfermo, descuidé, no no lo pegará, además, deseo cuidarlo.

Era algo extraño que el castaño pronuncia aquello sin una mueca de disgusto, demasiado extraño.

Lo meditó unos segundos admirando la mirada firmé del castaño, suspiró nuevamente.

«Estos jóvenes de hoy en día.»

— Está bien, ya que lo cuidarás te dejaré los medicamentos.

Se hizo a un lado lado para dejar pasar al menor, este sonrió triunfalmente, le dieron los medicamentos y ahora subían a la habitación del enfermo, para darle una sorpresa.

La mujer entró con un tono cantarin.

— Al parecer no te quedarás solo.

Chuuya le miró confundido.

La mujeres movió un poco la puerta dejando ver al castaño. Chuuya casi grita.

— ¿Qué haces aquí?

Le insultaria, pero está su madre, tuvo suerte está vez.

— Voy a ser tu enfermero, chibi.—Sonrió burlón.

— Bien, ya me tengo que ir. —se acercó a Chuuya le besó la frente, y le abrazó. — Tómate los medicamentos, y toma mucha agua.

— Pero él-

— Shh shh, te quiero, cariño.

Le revolvió el cabello, y salió de habitación, Dazai la dejó en la puerta, y le entrego una bolsita.

— Son frutos del bosque. —le guiñó.

La mujer se sonrojo leve.

— Gracias, cuídalo por favor. —dijo de despedida.

— Lo haré por sobre todo. —murmuró, cerrando la puerta detrás de si.

Y al girarse se encontró con él frunciendo el ceño, teniendo la cadera a un lado y con los brazos allí mismo.

— ¿A qué viniste, imbécil? —le acusó manteniendo la mirada afilada y posada en el castaño.

Este sonrió dejando ambas manos en su bolsillos del abrigo.

— Te vine a cuidar, chuu-chuu.

— Creerás decir, colmarme la paciencia.

— Tal vez.

Chuuya lo ignoró y subió las escaleras.

— Será mejor que te vayas, no necesito los cuidados de una momia.

Se encerró en su habitación, pero no tardó en ser abierta.

Chuuya nuevamente ignoró su presencia, se acomodó en la cama y agarró su portátil. Dazai se sentó a su lado, el pelinaranja cuando escogía algo el castaño lo cambiaba, eso duró por muchos minutos, Chuuya ya hartó habló:

— ¿Qué putas quieres, Dazai?

Al girar su rostro para mirar molesto al castaño, no esperaba que estuvieran tan cerca sus rostros, pero se sorprendió ver al castaño que le miraba fijamente pero con indiferencia.

Por unos segundos no obtuvo respuesta, pero aquellos ojos miel se tornaron oscuros una inquietud se refleja en ellos. De su labios mordidos salió un murmullo cauteloso, uno que tan solo quería que escuchará Chuuya.

— ¿Qué sientes, Chuuya?

El enfado se le esfumó, atónito lo miró, los nervios se colaron por su espalda haciendo que le recorra un escalofrío por el cuerpo.

— ¿De qué hablas?

Se hizo el desentendido.

— Chuuya..—su mirada se suavizó, aquel color miel brilló, extendió su mano y con la yema de su dedos tocó el torso de la mano, y lentamente llegó a su dedos, y los tomó con tanta delicadeza que le sonrojó. — Puedes hablar conmigo.

Chuuya sentía el zumbido de su corazón tal cerca y rápido, podía ver la sinceridad en los ojos del castaño, junto al tacto tan delicado que le da.

¿A caso encontró aquel baúl?

Lo tenía tan escondido en su ser, no comprendía el como él se dio cuenta, no procesaba el porqué le trataba tan, como si le preocupará. O tal vez con los años conociéndose, ya tenía una llave para abrir el baúl, y sin darse cuenta a dejado en manos de Dazai aquel baúl tan preciado por Chuuya, abierto se sentía vulnerable, y nadie lo podía ver así, tan débil.

Yo.. —calló, el nudo en su garganta no le dejaba hablar.

Contuvo sus emociones y problemas en aquel baúl, y que de imprevisto sea abierto, sin darse cuenta estaba tiritando.

— Suéltalo, Chuuya. —Lo abrazo, lo acurrucó en su pecho intentando trasmitir su apoyo.

Por sus mejillas sentía el recorrido de su lágrimas amargas, las inseguridades se formaron vivamente en su mente.

Lloraba a cántaros, dejando libremente fluir su pesar aferrándose al cuerpo de quien lo protegía del dolor.

Vaya.

Alguien le protegía.

Y se alegraba que sea él quien lo hiciera, entonces él también lo protegería, se protegerían entre ambos.

Dazai lo aferraba contra si, dandole caricias en la nuca y espalda. Dándole el tiempo que necesite para desahogarse.

Chuuya sentía las calientes lágrimas bajar, al igual que el peso en su pecho se volvió liviano, suspiró, calmando su respiración, se alejó un poco del cuerpo del contrario.

— Ya estoy bien. —susurró mirándolo.

Dazai acomodó un mechón detrás de su oreja con suavidad.

— ¿Quieres contarme?

Ambos eran malos con expresar lo que sienten, en el caso de Chuuya le costaba explicar su problemas, sentía que le estaba dando un molestar al contarlo, y de ahí, salió aquel baúl.

Chuuya dudó unos segundos, pero después de todo, él ya había abierto el baúl y no podía cerrarlo ahora.

— Siento miedo de decepcionar a todos, de no ser suficiente, de no lo lograr nada... Estoy cansado...—las lágrimas se acumularon en su cuencas, y antes de que cayeran, recibió un cálido beso en su frente.

— Eres alguien maravilloso, tan audaz e ingenioso, logras grandes cosas si te lo propones, no estás solo. Comparte ese pesar conmigo, saldremos adelante juntos. —susurro con dulzura, mantiendo su labios apegados a la cálida frente del menor.

— Dazai..—sollozó su nombre, dejando nuevamente caer las lágrimas.

Alguien le comprendía.

Descansa, yo te cuidare. —susurro acostando al pelinaranja.

El castaño dejó en la mesita de noche el portátil, dejando sonar Talk Yo Me - Cavetown suavemente, le dejó un pañuelo húmedo en su frente, y con el vaso con agua le pidió que tomará el medicamento, el menor lo hizo, nuevamente acomodándose en la cama, el castaño se acomodó a su lado tapándose, se volteo para mirar de frente al pelinaranja que le miraba los los entre cerrados por el sueño.

— ¿Dormirás conmigo? — preguntó adormilado.

— Obvio, así te puedo cuidar mejor. —sonrió

— Eso no hacen los enfermeros. —le sonrió de igual forma.

— Ahora no soy uno.

— ¿Entonces qué eres?

— Lo que tú quieras. —le guiñó.

— Un idiota. — le respondió entre una risita.

— Pero sería tu idiota. —se acercó.

— Un idiota con clase entonces. —le miró que se acercaba, no sé inmutó

— ¿Te crees con buen gusto? —le dijo cuando estuvieron tan cerca.

— No lo creo, lo sé. —le sonrió orgullo.

— Egocéntrico. —le dijo riendo.

— Lo soy. —le sacó la lengua. — Dazai.

— Dime.

— ¿En serio estarás para mí? —preguntó inseguro.

— Lo estaré. —aseguró

— Entonces yo también lo estaré para tí. —le prometió.

— Que cariñoso, chuu-chuu.

— Jodete entonces. —le dio la espalda.

Dazai río, apagó el portátil, luego sonriendo tomó con delicadeza la cintura del pelinaranja y acercándolo a su cuerpo, quedando totalmente pegados por estar en posición de cucharita.

— No te enojes, chibi. —le susurro en el oído.

Un escalofrío recorrió al pelinaranja, le dio un codazo en el estómago, escuchó el quejido de dolor del contrario.

— Duérmete, y deja de joder. —se acomodó sin alejarse.

— Que cruel. —dijo sobándose donde le dieron el golpe.

Sin recibir respuesta, lo abrazo de la cintura aferrándose a su cuerpo, oliendo el olor que desprendía de su largo cabello.

— Buenas noches, Chuuya. —susurró en un tono extraño para el pelinaranja, quien se estaba haciendo el dormido.

Le pareció extraño, pero deseaba que le llamará con ese tono varías veces.

Al igual que el lazo que formaron juntando sus manos debajo de las mantas.

Chuuya sonrió, ese momento perdurará en su memoria, al igual que ese sentimiento creciendo en su interior.

Come... and talk to me..

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