6
Se encontraba atrapado entre ese color otoñal, sin palabras coherentes pasaban por su mente, nervioso utilizaría los insultos que se le vinieran a la cabeza.
- Me asustaste, idiota.
El castaño dio una risita nasal, formándose en su fríos labios una sonrisa de dulzura.
- Te encontré.
Murmuró en un tono que extrañó al pelinaranja, creía que le miraría de otra forma, una mirada llena de malicia y burla, no esta, una de un toque melancólico.
- Ya que te encontré, ¿Harías cualquier cosa que te pidiera?
- Depende de lo que me vayas a pedir.
El castaño río juguetón, cambiando la mirada a una de malicia. Chuuya se estaba sintiendo incómodo con la cercanía, con cautela movió su mano y con firmeza sostuvo el cuaderno que antes había caído a su lado, esperaba cualquier movimiento que le pusiera inseguro para escapar.
Al parecer no tuvo que esperar mucho para ello, ya que mientras el castaño iba a hablar de la petición, movió su pierna demasiado cerca de la del pelinaranja, y este por un escalofrío e impulso lo golpeó en la cara con el cuaderno, esto hizo que el castaño dejará de hablar y se levantase dando un quejido de dolor. Chuuya, por simple impulso se levantó y corrió en dirección a la puerta, y salió.
Con la adrenalina en todo su cuerpo, corrió, corrió y corrió. No se dio cuanta de que parte del recinto estaba
Hasta que una brisa fresca le acarició el rostro y removió gentil su rebelde cabello. Estaba en el patio, el mullicio hizo eco en su mente, veía a los demás conviviendo, disfrutando de ser feliz.
Un recuerdo similar lo arrulló, su madre Kouyou Ozaki, tan conocida, por lo cual varios niños de todas las edades iba su casa, a él lo veían como el "hermano mayor" lindos recuerdos de su niñez, después su madre adoptó a quien ahora es su hermana. Tal vez por eso es así, se acostumbró a proteger y dar cariño a cualquier que lo necesite, tal vez por eso se sentía con el deber de proteger a su seres queridos, tal vez por eso da todo de si sin esperar nada a cambio, tal vez por eso se sentía con la presión de demostrar poder con todo. Tal vez ser proclamado hermano mayor le traía tantas decaídas, tal vez por eso se sentía incapaz de admitir algo que le rebajase el orgullo, aunque sea algo sincero.
no podía, tenía que ser fuerte. Tenía que ser quien protega la familia.
Tal vez fue porque él no estaba.
(...)
Los ojos violetas lo captaron.
- Oh Atsushi. - Le llamó, el mas alto miró al albino observándolo detenidamente, poniendo nervioso a Atsushi.
Al final le sonrió, alejándose un poco del pelinegro, le extendió el brazo y con una exclamación de alegría se presentó.
- Nikolai Gogol, para servirte pequeño.
Atsushi nervioso, le sostuvo la mano con leves temblores.
- Atsushi Nakajima, un gusto Gogol-san.
Al sostener la mano contraría, el de trenzas no paró de sacudir el brazo de arriba hacia abajo, con emoción lo hacía, hasta quien no había hablado lo hizo, haciendo que el de trenzas le mirará con malicia.
Quien había hablado con nerviosismo, se posicionó en frente de Atsushi, mientras Gogol observaba todo atento como si fuera un show.
- Soy Sigma, un gusto.
- Atsushi, el gusto es mío.
Se tomaron de la mano unos breves segundos. Se miraron fijamente a los ojos, intentando encontrar algo de similitud en los ojos del contrario, pero un grito desesperado de parte de un castaño que corría en dirección a ellos.
- ¡Atsushi-kun! - Gritaba en la lejanía esa voz tan familiar para el albino, cuando se acercaba pudo notar su cara un cuadrado de color rojizo marcado, ya estando un poco más cerca le llamo nuevamente. - ¡Atsushi-ku... - Se interrumpió al ver quién estaba al frente suyo. — Oh, hola Sigma.
— Hola, Dazai. — Saludó lento y suave.
El castaño le dirigió una afilada mirada al pelinegro, junto a una sonrisa burlona habló a los presentes.
— Perdonen, pero me llevaré a Atsushi-kun. — Sentenció, y con rapidez se fue por el mismo camino que vino, solo que esta vez traía arrastrando al albino confundido.
— ¿Viste eso? Dos-kun. — Sonrió al pelinegro.
Este observaba atento al albino y castaño que se habían ido, solo escuchando las quejas del albino. Suspiró y se dio la vuelta.
— Que molestia. — Detrás le seguía de cerca el albino mayor.
A unos pasos atrás se quedaba Sigma, quedando solo en aquel pasillo blanco, como el de un hospital, como copos de nieve, como su mente en situaciones que lo inundaba la nostalgia, de recuerdos borrosos, pero ahí perdura el sentimiento vívido.
— No te quedes atrás, Sigma. — Esa característica voz robusta, pero llena de gracia. Le miró y volvió a recordar, el albino mayor le tomó del brazo. — ¡Hoy es día de pudín! — Exclamó con emoción, arrastrándolo al comedor junto.
En fin, es día de pudín.
(…)
— ¿Por qué tiene esa marca, Dazai-san? — Preguntó curioso Atsushi.
Estaban en las escaleras del primer piso sentados, el castaño desde que llegaron se puso en posición fatal escondiendo su cara entre sus piernas, y el albino solo lo miraba con curiosidad.
Dazai levantó la cabeza y le miró con un puchero mientras aún se notaba la marca cuadrada.
— Fue Chu-Chu. — Sollozó.
«Ahora todo encaja.»
Ahora suponía que esa marca debía ser de un libro o cuaderno que le golpeó el pelinaranja.
El castaño nuevamente se refugió entre sus piernas, el albino le daba palmaditas en la espalda.
El castaño miró con curiosidad la lonchera azulada, dejó de lado el drama y preguntó con interés:
— ¿Y esa lonchera?
El albino de darle palmaditas y miró su lonchera, miró al castaño sonriendo con cariño.
— Me la trajo mi abuelo.
Dazai también sonrió con calidez.
— Dale un saludo de mi parte.
El albino asintió.
Y sin previo aviso, sonó la campana tan escandalosa que de costumbre.
Esto provocó que el albino se levantará rígido, lo había asustado, intentó calmarse, una mano en su hombro nuevamente lo sobre saltó, haciendo que perdiera el equilibrio, tambaleándose y antes de caer por las escaleras, el castaño con agilidad lo tomó de la mano y lo jaló a su lado. Atsushi se apagó al pecho del mayor, un violento sonrojo le apoderó el rostro, el zumbido de su corazón lo sentía cada vez más fuerte.
— ¿Estás bien, Atsushi-kun? — Le susurro con cautela.
Asintió, separándose lentamente, dejando a la vista su rostro sonrojado por la vergüenza.
— Ten cuidado. — Sonrió. — Anda, ve a tu salón.
— S-Sí, gracias. — Avergonzado corrió a su salón.
Dazai al ver como se marchaba el albino, sonrió con juguetón.
— ¿Celoso, Chuuya?
Detrás de la muralla, apareció un molesto pelinaranja.
— No te creas, imbécil. Solo no quería interrumpir.
— Pudiste darte la vuelta y subir por la otra escalera.
— No iba darme la vuelta solo para subir, preferí esperar.
— Ajá.
Chuuya se dirigía a subir las escaleras, pero el castaño se interpuso en el camino.
— Quítate, ¿O quieres otra marca como esa? — Sonrió arrogante.
— Aún me debes algo. — Susurro con malicia.
Chuuya frunció el ceño.
— Hiciste trampa.
— Claro que no.
— Sí, lo hiciste. — Contraatacó con molestia. — Usaste unos de tus típicos jueguitos mentales.
Dazai sonrió.
— Eso no es trampa.
El ritmo cardíaco de Chuuya iba en aumento, ¿Será que el espacio entre ellos se está cortando? ¿O tan solo se estaba desesperando? De todas maneras el aire se le cortaba.
— Déjame pasar.
— Dí que harás cualquier cosa que yo te pida, y lo haré.
El pelinaranja agachó la mirada molesto, en ello el castaño observó los ojos del contrario, si los mirás de una ojiada no notarás nada extraño, pero Dazai no era así, pudo notar que en la cuenca de sus ojos se encontraba un poco rojizo. Esto alarmó al castaño, y antes de poder tocarle la mejilla para que le mirará y así observarlo con detenimiento. Chuuya ya rendido susurro:
— Haré cualquier puta cosa, pero déjame pasar. — Le retó con la mirada azulada que portaba.
Dazai se movió a un lado, dejando pasar a Chuuya.
— ¿Qué te pasó, Chuuya? — Murmuró, pues el pelinaranja ya no estaba para escuchar su dudas.
Quedó solo, suspiró, revolvió sus cabellos castaños. Subió lentamente cada peldaño, retomando el recuerdo vívido de su pesadez y vergonzosa vida.
Tal vez el dulzor del pudín alivie un poco el pesar.
(…)
Tercer descanso, es todo un caos.
Claro, es hora del postre más esperados por todos, las filas inmensas por obtener uno, al menos valían la pena.
Atsushi luego salir en una pieza del tumulto que era el comedor, salió con una sonrisa orgullosa por tener en manos un pudín. Subió las escaleras vacías, uno que otro pasaba corriendo con prisa saludandolo veloz, dirigiéndose a donde el resto estaba, el comedor. Subió al cuarto piso, las grandes ventanas sin cortinas dejaban entrar el sol apagado de otoño y su brisa fría que calaba los huesos de cualquiera, iluminaban y refrescaban el pasillo, el albino camino con calma hasta la última aula. Tocó y entró.
Allí, entre las cortinas largas que se mecía con la brisa dejaba reposar su peso sentado en el marco de la ventana, el viento revolvía su cabellos azabaches con gentileza y dulzura. Atsushi antes de sentarse en la mesa a un lado del individuo, lo admiró y lo grabó en su mente y en su corazón el sentimiento de cariño que le hizo que aquellos ojos plata le mirarán.
— Te traje uno, Ryu. — En su mano le mostró uno, el azabache asintió en silencio.
Atsushi camino lento a su dirección, mirando los cuadernos y libros sobre la mesa, y en la pared los cuadros, y en los estantes pinceles y pinturas, un recuerdo, su recuerdo.
Al estar a su lado, le pasó su pudín y él se dejó el suyo, reposando ambos codos en el marco y comenzó a disgustar del preciado postre sintiendo a la vez la brisa.
El azabache lo disgusto con lentitud, mirando el horizonte y de vez en vez miraba al albino fascinado con su postre.
En momentos así lo apreciaba, el estar junto al albino sin que ningúna duda renasca y lo peturbe, en paz se sentía a su lado. El sentimiento de incomodidad se plantó en su pecho al ver la sonrisa del albino. Este le miró con sus grandes ojos atardeceres, y esa sonrisa de inocencia, en la mejilla había una mancha del pudín. Con su pulgar lo borró con delicadeza, observó con detenimiento como la pupila del albino se dilataba hasta formar un gran círculo negro, aquello le provocó una sonrisa pequeña.
Claro que los apreciaba.
Estaba junto a él.
(…)
Le dolía la cabeza, pero valía la pena por obtener su merecido pudín. Avanzó a pasó orgullo meciendo su rebelde cabello, pero de repente alguien tropezó con él, haciendo que el pudín cayera al piso. Ahora el dolor de cabeza aumento al ver quien tropezó con él, era Dazai, y su pudín estaba en una pieza, claro que estaba molesto.
— ¡¿No ves por dónde caminas, pedazo de animal?! — Insultó, desafiando lo con la mirada.
— ¡Tú tropesaste conmigo! — Se defendió.
Chuuya se frotó sien, el dolor de cabeza le estaba siendo insoportable, y no podía ir así de simple a la enfermería y pedir una pastilla para el dolor, no lo daban porque creían que los alumnos se drogarian con aquello, una completa estupidez creía Chuuya, ahora solo se tenía que aguantar el dolor pero con el castaño dudaba poder.
Pero Dazai notó el malestar del pelinaranja, suspiró.
«Esto es completamente un sacrificio.»
Le extendió su pudín a Chuuya, este con la mano en su frente le miró con el ceño fruncido, sin creer que el "gran" Dazai le este dando su pudín, mucha maravilla.
— Tendrás que darme.
Era aquello o nada, pero necesita algo dulce así que, solo asintió.
Comieron en silencio, y claro que quien comió más fue el castaño. Le restó importancia el estar tan cerca del castaño, en su paladar aún estaba el dulzor del mangar. De muy pequeño el dulce a aliviado cualquier malestar que a sentido, por lo cual el dolor cesaba lentamente.
Soltó un suspiró profundo, esperaba que por el cambió de estación le diera un resfriado, odiaba el estar enfermo y no ser útil.
Dazai estaba sintiendo algo, tal vez unas de sus peculiares intuiciones o tal vez una predicción, solo sabe que será cálida.
Chuuya tenía los ojos cerrados, sintiendo calma a pesar de tener a un lado alguien que aborrecía, de repente abrió los ojos lentamente, recordó que ya venía los exámenes, y su reprobaba uno no podría tener la puntuación indicada, y sino la tenía no podría irse a la universidad, no podría ayudar a su familia. Suspiró fastidiado.
Dazai notó el cansancio del menor en su hombros, miró a otro sitio, y sin mirarle habló:
— Podría ayudarte a estudiar, se nota que no sabes nada.
Tal vez en otro momento comenzaría una pelea, pero tenía fuerzas, y sentir que el castaño notó su cansancio es decadente, sonrió aunque parecía mas una mueca, pronunció en un susurro:
— Gracias.
Una corriente pasó por la espalda del castaño, y un sudor frío pasaba por su frente, se levantó teniendo la mirada del pelinaranja encima en cada movimiento, le dio la espalda.
— Iré a ver a alguien.
Y retiró a pasos rápidos, el pelinaranja le miró marchar, y una risa sin permiso brotó de su labios.
— ¿Lo acabó de poner nervioso? — Susurro para sí mismo.
Suspiró, recuperó el buen humor.
(...)
Iba corriendo a la enfermería, y al llegar entró sin previo aviso, allí estaba, en una cama estaba su hermana, Kyoka Izumi.
Cuando tocaron la campana le dijeron que su hermana estaba en enfermería, no esperó y corrió allí. Al lado de la cama estaba un preocupado Atsushi y al lado de él Akutagawa. Calmó su respiración.
— ¿Está bien? — Preguntó jadeando.
El albino iba a responder, pero le interrumpió la peliazul.
— Lo estoy, no te preocupes. — Respondió con calma.
Suspiró, un poco calmado.
En ese momento entró la enfermera, con su aura elegante y perspicaz. Todos los presentes le miraron en busca de una respuesta
— Fue un mareo por el cambió de estación tan drástico. — Dijo con voz tranquila, algo tranquilizador para los presentes, camino hasta la cama, y le entrego un papel médico. — Te recomiendo descanso y un té de manzanilla antes de dormir. — Le sonrió con calma.
En ese momento entró una mujer de alta estatura de cabello anaranjado recogido en un tomate y la mitad de su flequillo le tapaba un ojo, preocupada la mujer se acerca veloz a la cama.
— ¿Estás bien, Kyoka-chan? — Preguntó, tomando entre su manos las mejillas de la menor.
— Estoy bien, mamá. — Susurro tímida.
Yosano las miraba en unos pasos atrás con cariño. Aquella mujer era Kouyou Ozaki, alguien completamente admirable por su elegancia y agilidad. Ozaki se acercó al pelinaranja y con un cariño con la mejilla se acercó al azabache, este le miraba con respeto.
— Kouyou-sensei. — Le saludo el azabache dando una leve reverencia.
La mujer sonrió y le revolvió el cabello gentil, miró con intriga al albino que le miraba de la misma forma. Chuuya les presento, para Atsushi le parecía conocida la mujer, y para ella lo reconoció de inmediato.
— Oh, eres el nieto de Fukuzawa, que gustó conocerte.
— El gusto es mío, Kouyou-san. — le sonrió con gentileza.
— Necesito hablar contigo, Ozaki. — Habló la doctora, con tono serio pero en sus ojos violetas se notaban más brillantes.
Les informó a su hijos que ya vendría y aconsejando les al azabache y albino que se fueran a casa.
Salió detrás de la joven doctora, dejando solos a los jóvenes. Se posicionaron frente a frente.
Por un par de segundos se quedaron mirando a los ojos un rato, rosa y violeta se mezclaban en una fuerte armonía.
— Tranquila, está bien. Fue un leve mareo por el cambió de estación.
Suspiró la pelinaranja.
Nuevamente habló la doctora:
— Perdón por no tener tiempo.
La pelinaranja le miró con cariño.
— Podremos recuperar el tiempo en otro momento. — Sonrió.
Le estaba sugirieron algo, como cuando eran más jóvenes, y por supuesto le seguiría el juego.
— ¿Viernes a las ocho, en mi casa?
— Junto a un buen vino.
Recuperarían el tiempo gastado, entre charlas y anécdotas, junto al sabor amargo de un vino que le traería recuerdos.
Gastaban el tiempo, pero después lo reparaban, juntas.
Mientras adentro un nervioso albino ponía excusas para no dejar sola a su amiga, pero eran tres contra uno.
Había perdido.
Rendido se despidió de su amiga con un abrazo, al igual que lo hizo con el pelinaranja. Al salir se despidió en una leve reverencia de las mayores.
A su lado iba el azabache, en silencio y disfrutando del sol otoñal que de a poco caía.
Al llegar a la esquina que siempre se dividían, Atsushi le abrazo con ternura, el azabache se quedó tieso pero después le abrazo y lo aferró a su cuerpo.
Al final, mientras caminaba con lentitud a su casa donde alguien le esperaba, pensó, que este día no fue tan malo.
Llegó a una pequeña y antigua casa, con un amplió jardín, ahí reposado en el ligero pasto se encontraba el gato de colores otoñales. Curioso le acarició, el gato le miró fijamente y luego se trepó encima. Atsushi no sabía como bajar al minino. Una ligera risa lo despistó a ambos, Atsushi miró de donde venía y en el marco de la puerta a la entrada de la casa estaba un albino de cabello largo y con una yukata verdosa.
Ahí estaba Fukuzawa Yukichi, alguien que con el tiempo lo demacraba lentamente, pero aún conservaba la fuerza de su juventud, un hombre lleno de secretos y recuerdos, él era su abuelo.
— Abuelo.. — Habló con un puchero buscando ayuda.
El gato se bajó solo, entrando a la antigua casa, el albino tomó su mochila tirada, entró y dejó su zapatos a un lado.
Entraron a la cocina, pues ambos albinos tenían la costumbre desde hace mucho de cocinar juntos. Prepararon mucho Ochazuke, por petición del albino menor.
Atsushi puso la mesa, y en breves segundos disgustaron la cena ligera.
El minino de colores otoñales comía a un lado de ellos, con intriga Atsushi
preguntó por él.
— ¿Cómo se llama el gato, abuelo?
Fukuzawa dejó un momento de comer, y le dio una rápida mirada al gato para luego mirar con atención al albino.
— Natsumi le puse. — Dijo, y preguntó. — ¿Te gustó lo que te mandé?
Atsushi le miró con cariño y asintió eufórico.
— Estaba delicioso.
Fukuzawa sonrió levemente.
— ¿Qué tal tu día?
Entre medio de tazones de Ochazuke que devoraba el albino menor, contaba a todas las personas que conoció, y sobre la pijamada. Fukuzawa le escuchaba atento para comentar con interés.
Un lazo que se formó desde el nacimiento de Atsushi, un lazo de confianza y cariño.
Aquella mujer que había mencionado su nieto la recordaba, en su juventud la conoció junto a alguien que aún perduraba en su memoria.
Las fotografías en las paredes eran vagas, con el recuerdo vívido en su momento. Antes de dormir y perderse en la oscuridad de Morfeo, se dedicaba un abrazo, su nieto le pedía una anécdota, él le contaba la misma, pero con un final feliz para ambos protagonistas.
Atsushi, miraba desde su ventana las estrellas, tan brillantes, pero por el aire contaminado no se podían ver en su máximo esplendor. Tal vez las estrellas no brillaban tanto ahora, pero en un futuro tal vez sí.
Aunque aquel cielo le recordaba a unos ojos peculiares, pero un brillo singular.
Avergonzado se durmió.
Esta vez sin el peso en su pecho que tantas veces le consumía el sueño.
Esta vez le consumía alguien más.
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