5

Hay una semejanza entre los cuatro, y algo que todos lo notaron, y era que les gustaba dormir.

Y por ello iban atrasados.

Al principio la mayoría despertaron a la misma hora, Chuuya se había preparado un café y para los demás también, mientras el castaño tostaba pan, Atsushi aún dormía, y Akutagawa estaba lavandose la cara.

Los tres al reunirse en la sala a desayunar con calma, como si fuera un domingo. Pero aquella calma fue interrumpida por pasos veloces que venían de las escaleras, y de ahí salió un albino despeinado y con el uniforme desacomodado.

Los presentes estaban confundidos, y el albino al verlos así dijo jadeando:

— V-Vamos tarde.

El primero en alarmarse fue Chuuya que tomó de un sorbo su café, sintiendo el amargo sabor recorrer su garganta y activando la adrenalina del tiempo. Akutagawa fue el segundo, fue corriendo a cambiarse. Y Dazai, él totalmente calmado tomaba su café.

De un golpe que le dio el pelinaranja le sacó la calma, fue por una orden a cambiarse.

Y ahora, se encontraban corriendo antes de que cierren las puertas. Sumidos cada uno en el rocío del sueño aún pegados a sus párpados.

Akutagawa tomaba grandes bocanadas de aire por la boca, sintió el golpeteo de su corazón, y su mente le propinó la revelación que lo atormentaria durante todo el día.

Atsushi era un buen corredor, pero ahora mismo le palpitaba los talones y las piernas le temblaban, con el estómago totalmente vacío, aquello era una mala señal. Cuando no comía estaba de mal humor.

Para Chuuya aquello era una extraña forma de alegrarlo, la brisa fresca de otoño le removía los cabellos rebeldes que estaban atados a una coleta floja, de pequeño le a gustado correr. Y con la potencia del café de la mañana y el tiempo avanzando, le daba la adrenalina que le gustaba.

Dazai era el que más la estaba pasando mal, no le gustaba correr desde pequeño, y menos ahora que sentía su cuerpo agotado, su mente tal vez se compadeció de su agonía y le brindó una vivida imagen del pelinaranja dormido a su lado, sus ojos buscaron aquella figura singular, estaba a unos centímetros, y podía contemplarlo de la mejor forma, no hay razón ni motivó del porque encontraba a Nakahara Chuuya tan atractivo aquella mañana, incluso con las gotas de sudor cayendo por su frente y con ceño fruncido, no hay justificativo para que su corazón y alma se emocionarán a tal grado que sentía desplomarse.

Definitivamente correr le hace mal.

(…)

Unas clases que amaba Atsushi, era Artes.

Pero no tenía ganas de dibujar ni crear, tenía una molestia horrible en su estómago.

Sabía que por ello no se desmayaría, muchas veces le a pasado el salir apresurado y no alcanzar a devorar algo, pero aquello traía una consecuencia.

Prefirió olvidarse del monstruo, y se concentró en dibujar algo para aquella clase. Simplemente dejó que su mano se moviera tal como quisiera,  mientras su agudo oído escuchaba las voces de las demás personas.

Mientras estaba escuchando un chisme de sus compañeros, alguien se sentó en el asiento de adelante, levantó leve la mirada y se encontró con el azabache bocetiando en la croquera, antes de intentar entablar una conversación, fue interrumpido por la voz concentrada del mayor.

— Dame unos segundos, Atsu, o mejor dicho Jinko.— Le dio una mirada fija que duró menos de un segundos.

Tal vez fue la forma en que mencionó dulcemente esos dos apodos o la mirada veloz que le dio, hizo a su corazón alterarse y una rubor violento se apoderó de su rostro.

Bajó la mirada a su propio boceto, y entendió el segundo apodo. Había en un matoral un tigre devorando a un cordero. Le gustó el tigre por lo que con conciencia, intentó dibujar uno en todo el esplendor de la luna llena.

Ahora, su agudo oído podía tan solo escuchar el tambor dentro de él, con calma se hacía notar, pero sabía que con solo la mirada fugaz y profunda del azabache lo podía alterar.

Al terminar, lo contempló, era un tigre blanco bajo la luz de la luna llena, lo firmó a un costado y listo.

Tan solo espero que el contrario terminará, dejando reposar su cabeza entre sus brazos frecionados, sentía el aburrimiento en sus párpados. Mientras le daba una última mirada fugaz al azabache quien seguía consumido en su arte, por último miró el árbol que siempre miraba con desolación, ahora en la copa desnuda, se mecía gentil con el viento de la mañana otoñal. El caer de esa punta solitaria, el caer y no sentir nada, caer y buscar la razón, pero él ya cayó en el abismo de los ojos de la oscuridad. Simplemente se durmió cayendo nuevamente al abismo estrellado.

El dormir treinta minutos se puede sentir de solo un par de segundos. Fue despertado por un momento en su hombro, mirada somnolienta miró al azabache, este le estaba mostrando tímidamente su boceto.

Oh.

Quedó maravillado al ver que era un retrato de él mirando por la ventana. Sentía que aquello sería una muestra y recuerdo de su existencia.

Las palabras se mezclaron en su interior, un revoltijo sin explicación para expresarlo, ¿Debería demostrar lo tanto que le había gustado con palabras tan simples para algo de tan alto rango de valor que le dio? No, no sobre pensaría en este tema, con él no.

Acomodó con delicadeza de un pétalo de una rosa el mechón mal cortado detrás de su oreja, pero de todos modos se safo y salió lentamente de allí, pero la sonrisa brindada sería de completa gratitud.

— Gracias, Ryu.

¿Por qué se alegraba de cosas tan simples para el ojo ordinario?

Exacto, el ojo ordinario vería un objeto de simple y neutro valor en la nada, pero todo depende de quien lo vea.

Atsushi lo vió, y aquello le producía una satisfacción y alegría sin palabras para expresarlo como tal, solo con una sonrisa angelicar, aguantando el picor en sus ojos atardeceres.

Era Atsushi después de todo, y en el fondo de su ser sentía que dejaría esa tierra terrenal por aquella cruel sensibilidad.

Akutagawa son mejillas sonrojadas y tímido brillo de sus ojos plata.

— Perdona, pero me lo quedaré. — Confesó con timidez el azabache.

— Está bien, pero tendrás que darme uno algún día. — Sonrió.

— Por supuesto. — Le sonrió, tan solo a él.

(…)

El sonido del estruendo de la campana  dió inició al primer descanso. El pasillo y salones repleto de personas con alegría que ofrecer aquella mañana nublada, algunos con su respectivo grupo o otro solo disfrutando en soledad, conversar de algo trivial o de lo que venía la próxima semana, tan del día de deporte o de los múltiples exámenes que tendrían, de todas formas, la calma y alegría se respiraba en cada rincón.

Chuuya con cuaderno en mano fue a la biblioteca, para intentar calmar su anterior euforia y repasar algunos conceptos de los próximos exámenes.

Estaba calmado, dejándose envolver entre ese aroma de nostalgia y silencio.

Para su suerte la biblioteca estaba vacía, su fin era pasar entre los estantes y descubrir algún título de su interés, y luego llegar a las amplías mesas con ventanales enormes.

Pasó con lentitud leyendo entre libros tanto famosos como desconocidos por el mundo. Dio un salto en su lugar a encontrar a unos de sus maestros, uno tan querido por muchos, incluso el le a tomado cierto aprecio.

Con voz tímida, dio una leve reverencia.

— Buen día, Sakunosuke-san.

Al escuchar que le llamaban, giró en su eje, y ahí en el pasillo, en sus ojos de joyas, de un azul profundo y mirada serena, cabello carmesí que se mecía con poco movimiento.

— Buenos días, Nakahara.

Chuuya pensaba que con una última mirada y acabaría la conversación, pero en su interior le exigía hablar un poco más con aquel hombre de aura tranquila.

— ¿Qué buscá? Le podría ayudar. — Con sonrisa gentil se acercó unos cuantos centímetros.

— Gracias por ofrecerte, pero no está lo que busco. — Suspiró, pero en su rostro aún había calma. — En fin, saluda de mi parte a Akutagawa, hasta luego, Nakahara.

— Lo haré, hasta luego, Sakunosuke-san.

Ahora sí creía estar completamente solo. Así que fue a la última mesa en el rincón, abrió el cuaderno, comenzó a repasar y memorizar.

Luego de pocos minutos escuchó la puerta ser abruptamente cerrada, sabía que aquello había sido con intensión de alarmarlo y no solo un accidente. Lo sabía porque aquel individuo había mencionado su nombre de un modo tan maligno.

— Chuuya~

Sí, tenía que esconder se rápidamente.

Este juego había sido creado por el mismo Dazai, entre medio de la clase en donde el maestro estaba distraído, y el pelinaranja todo competitivo acepto, ahora, sí quería ganar tendría que escapar.

Las pisadas se escuchaban, leves pero sabía que aún no llegaban a la zona de las mesas donde él estaba, se deslizó lentamente por debajo de las mesas, intentando llegar a los estantes.

Tenía la esperanza en las nubes, sabía que ganaría y se lo dejaría saber en su cara al castaño. Pero aquella esperanza bajó en picada y el pánico se hizo presente al no escuchar nada.

El silencio que antes deseaba ahora ya no lo quería, era algo que lo estaba poniendo nervioso, sentía el palpitar de su corazón en los oídos.

«Esto parece película de terror.»

Aún si no escuchaba nada, tendría que avanzar, con lentitud y puntillas fue hasta los diversos estantes.

Ahora está en zona peligrosa, pero estaba cerca de la puerta, se levantó y quedó pegado al estante de madera observando la puerta con detenimiento.

Suspiró, sentía su frente sudar frío. De repente un cálido viento sopló en oreja derecha y un susurro seductor.

— Te encontré, Chuuya.

Sin darse vuelta corrió rápido a la puerta, pero fue detenido por la mano del contrario dejándolo caer al piso y el cuaderno caer a su lado, el susto se fue después de ese golpe, con ceño fruncido le reclamaría, pero se quedó sin habla al girarse y verlo.

Con ojos sombríos y sonrisa de un gato, Dazai estaba encima de él y no podía hacer nada ante esos ojos chocolates con un tinte de carmín.

Estaba atrapado.

(…)

Prefirió no molestar a nadie y solo se escondió en el gran patio, con su libreta y lápiz, buscó un lugar bajo la sombra de un árbol.

Suspiró, solo tenía que aguantar el monstruo en su interior, apoyo su espalda en el árbol, y comenzó con un boceto.

Un boceto que aún en su mente no lograba identificar, usualmente dejaba que su muñeca bailará libremente y cuando ya tenía una idea al ver las líneas, seguía con gran pasión hasta terminarlo.

Hasta que enfrente de él, se encontró un gato de tres colores, con curiosidad  se observaron mutuamente, el gato dio un maullido.

— Hola. — Le sonrió, y con esto el gato nuevamente dió un maullido. — ¿Quieres que te siga? — Otro maullido de respuesta, y el gato comenzó a correr. — E-Espera! — Con la libreta apoyada en un brazo junto a su lápiz, corrió en persecución del minino.

Pasaba entre medio de unos arbustos, intentando no perder de vista al gato, debía admitir que el gato corría veloz o solo tenía prisa. Al orientarse mientras corría, supo que lo estaba guiando a la parte de atrás del recinto, algo peculiar.

El gato de un salto subió a la grandes murallas que dividía alrededor de todo la academia con el exterior, el gato aún corría, pero se detuvo en una lonchera, Atsushi le miró confundido, el gato le maullo con ojos fijos en el.

— ¿E-Es para mí? — Preguntó sin aliento, el gato le maullo.

No alcanzaba, así que dejó su libreta y lápiz en el suelo, dio un salto, lo tomó rápidamente antes de caer. Ahí, con caligrafía perfecta y delicada se encontró con una nota.

"Por mi experiencia sé que tienes hambre, o un "monstruo" dirías tú.
Preparé lo que más te gusta.
Te esperaré.

F.Y."

Sonrió inconscientemente, él siempre lo a conocido bien. Con emoción abrió la lonchera y encontró Ochazuke, olió esa fragancia tan conocida y que le daba un poco de nostalgia. Al mirar en la muralla ya no estaba el gato de colores otoñales.

Simplemente se sentó y disfrutó su preciada comida, y con rapidez, pues pronto tocaran la campana.

Le parecía extraño el que aún no hayan tocado, entendía que con la comida se emocionaba y lo devoraba en segundos, pero, algo no cuadra.

Sin importancia al asunto, tomó sus cosas y fue adentro del recinto, más tranquilo.

En el camino se encontró a una persona conocida. Recuerda que Dazai lo nombraba con apodos venenosos, pero su nombre era Fyodor Dostoyevski, una vez tuvo el agrado de entablar una conversación, era amable. Pero no se encontraba solo, alguien más alto que él que casi iba encima de él, de cabello plateado con una trenza larga, y de ojos dorados brillantes. Y otro, un poco más pequeño que ellos, de cabello largo en dos mitades, morado y blanco, de ojos peculiares que miraba nervioso al par a su lado.

Esos ojos peculiares le miraron, y se desvaneció cualquier pizca de nerviosismo, Atsushi le miró también y sin conocerlo, sabía que tenían algo en común.

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