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Hoy era un fatídico día para el azabache.
Después el momento de despertar, supo que todo le irá mal , tal vez fue que al levantarse de la cama se tropezó con sus zapatos, al café le echo sal, al pan le echo agua al equivocarse con la taza. Estaba de mal humor.
En la escuela se a estado cayendo o golpeando inconscientemente con todo, no hizo un examen, y mucho peor, el era sobreprotector con lo que le importaban, y extrañamente después de intentar relajarse se topó con Atsushi y el chico de cabellos naranjas y ojos verde mar. Todo bien, solo que observó que el muchacho tenía un brazo por el hombro del albino, al albino esto no le molestaba, lo que lo ponía incómodo, y esto lo sabe bien el azabache, la cercanía de otra persona fuera de su círculo cercano, y aquello se lo en claro al chico de nombre Mark.
Enojado y al borde del colapso fue a donde estaban, ya el albino por su corazón blando no le diría sus molestares al Mark, solo por no lastimar a la otra persona.
Pero en su trascurso de encontró con la pareja explosiva, cada lo tomo por lo hombros y lo guiaron a un lugar que desconocía el azabache, de todas formas no escuchaba, él solo quería un lugar tranquilo en todo ese ruido incesante.
El castaño de nombre Dazai Osamu, le estaba comentado de algo que a ambos mayores los tenía emocionado.
Pero no podía escuchar, pensar, hablar, o solo mover un músculo.
El castaño no lo noto, pero el pelinaranja, Nakahara Chuuya, lo había notado, tenía los párpados cansados, su labios y boca seca, y por su frente caía escondidadas gotas de sudor frío.
El pelinaranja calló al castaño, diciendo que primero de todo se fijará en el menor.
— ¿Estás bien, Akutagawa? — Preguntó con marcada preocupación el pelinaranja.
— Tengo que ir con.. A- — Fue interrumpido por él mismo al caer el vacío de la oscuridad.
Escuchando su apellido de ambos mayores.
Solo quería descansar.
(…)
Al despertar sintió el fuerte olor a medicamentos de diferentes tipos. La mitad de su cuerpo estaba entre la fina sábana blanca, pero todo el cuarto era blanco al igual que su mente. Un zumbido paso por su oídos, para luego alejarse lentamente. Y un nuevo sonido se puso en ellos, esta vez fue de unos pies corriendo a la habitación y fue abruptamente abierta, no le dió tiempo de ver su rostro con detenimiento, tal vez fue el repentino desmayó que tuvo hace unos momentos, pero ahora estaba siendo abrazo por Atsushi, y por escuchar como absorbía los mocos, supuso que había llorado.
Odiaba que llorara.
No era porque se ponía horriblemente chillón, sino porque esa persona que la mayoría consideraba positivo y energético, era realmente una masita con él, algo que debía cuidar, apoyar y querer.
Y él a quien le consideraban un serio y patán, realmente era todo lo contrario con el albino.
Y así estaban bien.
Ahora se encontraban en su hogar, fundidos entre el ropage del otro, abrazados, unidos.
La mente vacía, el corazón lleno de alegría.
Los minutos pasaban, no se escuchaba los sollozos del pequeño, ni alguien que los interrumpiera. Solo el latido de ambos que hacían una melodía de cuna, mientras se encontraban abrazados en la cama de la enfermería.
Pero entre ese cómodo silencio el albino murmuró:
— Te ví de malhumor.
El azabache que segundos antes tenía los ojos cerrados, los abrió con confusión.
— ¿Por qué no te acercaste?
— Pensé que si hablaba te enojarías conmigo.
Esa respuesta hablando el semblante del azabache, sabía que el albino reiteradas veces le había contestado de ese modo, al principio le decía de forma violenta y agresiva que no pensará eso, pero ahora, lo sabía, sabía que Atsushi era terco y sino le muestras lo contrario de forma gentil y cariñosa no cambiará su pensamiento.
Con aquella información valiosa deducido por los años. Le acarició lentamente el cabello sedoso albinos, enredándose en ellos hasta llegar a su sueños y cumplirlos, podía sentir el albino gozar con su tacto.
Calmó su respiración, y esperaba que los pensamientos también.
Suspiró, lo que diría, lo llevaba pensando un tiempo y lo confirmo en muchas ocasiones.
De forma dulce, susurro:
— Tú hubieras sido mi calmante.
No lo esperó, pero le relajó, se sintió cómodo y eufóricamente feliz y emocionado.
El rubor se apoderó de su rostro pero no la inquietud en su cabeza, se dejó descansar en el cálido pecho del mayor.
Y preguntó:
— ¿Por qué estabas molesto?
El azabache hizo una mueca por recordar la variedad de motivos.
— Le eché sal al café.
Eso era una terrible tragedia para ambos.
— El té es mejor.
Respondió juguetón para alegrar el ánimo del mayor, y no se frustara. Lo consiguió, Akutagawa supo las intenciones del menor y le siguió.
— El café.
— El té.
— El café.
— El té.
— El café.
— ¿La chocolatada?
— La chocolatada.
Llegaron a un acuerdo de que la chocolatada es mejor.
— Ryu — Le llamó.
— ¿Sí? — Musitó, acariciando el cabello del menor.
— ¿Te gusta escribir? — Preguntó despacio, tal vez dudoso.
— Sí — Respondió.
— ¿Qué escribes mayormente? — Tomó la otra mano de mayor y junto con la suya, dando una que otra caricias con el pulgar.
— Poemas, relatos o solo pensamientos frustrados — Respondió vacilante.
— ¿Me dejarías leer uno? — Preguntó emocionado.
— Algún día — sonrió burlón por pensar en el puchero que tendrá el albino.
— Malo — Dijo en un intento de insulto.
— Mira quien habla — Río el azabache.
— ¡Oye¡, por lo menos me disculpó si daño a alguien, no como otros — Contraatacó.
— ¿Le pides disculpa a un póster de luz por lo verlo? — Sonrió burlón.
— Pude haber cortado la luz de alguien.
— Y te creo.
— Malo.
Rieron, y estubieron nuevamente en silencio, hasta que fue rompido por el albino.
— Ryu — Le llamó.
— ¿Sí? — Musitó.
El albino solo siguió su impulso que le revotaba en el pecho, y el insomnio de madrugadas le decía que lo resolviera, aunque dudaba que después de esto durmiera esa noche, pero aún así le preguntó:
— ¿Qué-..? — Fue interrumpido por el abrir de la puerta, y quién entró fue la enfermera, esta les quedó mirando con picardía, el albino sonrojado por lo que diría y por la mirada de la enfermera, dijo lo primero que se le vino a la cabeza — Después te veo, Ryu.
Y se marchó corriendo, dejando solos a Akutagawa Ryunosuke con la conocida enferma Yosano Akiko por sus extremos métodos de curación.
(…)
El albino se encontraba totalmente sonrojado, ¿Cómo era posible que casi se lo dijera?, ¡Estaba avergonzado!, por un impulso casi empeora todo.
Estaba en una de las escaleras del quinto piso, cual era el último que daba en dirección a la azotea, prefería ir allí, pero su piernas no respondía y simplemente temblaban de la euforia.
Estaba completamente perdido en todo, incluso en el día, solo sabe que también para suerte de él, este es el último receso largo y que pocas personas andarían por ahí, ya que era hora de almuerzo.
Su mente despiadada le rebobinaba una y otra vez la escena, pataleando, gritando internamente, chillando en lo profundo de su garganta, frustrado, y un intruso imprevisto fue la gota que rebalso el vaso.
— Atsushi-kun. — Fue llamado en imprevisto.
Dió un salto en su lugar mientras la miseria se alejaba de su mente, pero el rubor en su rostro.
— ¿Dazai-san? — Dudoso se encontraba el albino y aún más avergonzado.
La sonrisa triunfante del castaño se lo decía todo. Lo sabía.
Para hacer el ambiente más cómodo el castaño se sentó a su lado, observándolo con atención esperando escuchar la agobiante vida del adolescente, aunque él ya lo sabía.
— No sé que hacer, Dazai-san — Dijo en conclusión dejando caer su cabeza entre su piernas y su manos en su cabeza, estresado.
Dazai dió una risita piadosa, era divertido ser el espectador.
— Tienes que esperar hasta que estes listo, y luego decirle, y todo fluirá. — Respondió después con calma.
Los ojitos desamparados del albino le miraron con un brillo de admiración, y cariño.
— ¡Gracias, Dazai-san! — Exclamó eufórico.
En ello tocaron la campana para la última clase del primer día de la semana.
El albino se levantó de su lugar y se disponía a bajar hasta el tercer piso donde estaba su salón, pero luego miró al castaño que se le veía ni una pizca de ánimo en ir a su salón.
— ¿Va a ir a su clase?
El castaño le miró sereno.
— Lo haré, solo espero a alguien, pero tú llegas tarde. — Y al terminar de decir esto el albino salió disparado a su salón, mientras el mayor sonreía al ver enfrente de el pasar entre un grupo a un chico de ojos azules profundo.
Se levantó con una sonrisa cálida en los labios y con los ojos color dulce, tal como la miel.
(…)
Aquella era la última clase del lunes, y era la que odiaba el azabache, en cambio el albino le gustaba pero prefería otras clases, ahora ambos se encontraban en la clase de Educación Física.
Akutagawa le estaba mostrando el permiso médico que le dió la enfermera. Con ello el maestro lo dejó pasar, para suerte del azabache que se fue a sentar en la banca mirando al albino que calentaba.
El maestro quería saber el nivel de velocidad que ponían llegar en diferentes distancias, y para ello mando a todos del salón a calentar, menos el azabache que por sus adentros sonrió como un diablito.
La primera distancia era demasiado corta, el maestro se preparó para anotar la velocidad de todos.
Los compañeros de Atsushi los conocía a todos y todos conocían a Atsushi, pero pocos eran su amigos, pero entre ellos estaba la amistosa aunque arrisca Lucy Maud Montgomery, quien era su única amiga más cercana junto a Kyouka Izumi, ambas que competían por la mínima cosa, y un montón de personas que llamaban la atención del albino.
Durante las primeras corridas dejó que los demás le ganarán, no se sentía muy motivado en correr, lo contrario quería descansar, estubo distraído durante todo el tiempo, y que ni cuenta se dio que ya era la última carrera, y está ocupaba todo el patio de la academia. El maestro dio unos breves minutos para que descansarán, el albino fue a tomar agua, mientras escuchaba a la gente, él solo asentía a todos. De repente se le acercó el azabache, el albino lo notó cuando empezó a caminar en su dirección, disimuló que no lo había visto.
El azabache se sentó a su lado suspirando.
— Vacía tu mente.
— ¿Eh? — Musitó confundido dejando de beber.
— En lo que estes pensando impulsa lo en la corrida. — Dijo mirándolo.
Atsushi pudo notar en esos ojos grises un brillo peculiar, lo que lo extraño.
Fue llamado para la última corrida.
— A-Ah lo intentaré. — Dijo rápidamente para dejar la botella a un lado y luego ir a su posición.
Pero antes de soltar el silbato para que empezara, dió un anuncio.
— Después de la corrida podrán elegir a alguien para que corra en los juegos deportivos de la próxima semana. — Dejó todo en suspenso y hizo sonar el silbato.
Todos comenzaron a correr, el albino había quedado al medio, intentaba seguir el consejo del azabache, pero no podía, entre la presión le dieron ganas de llorar. Suspiró en grande, y lo soltó. Sintió sus pies más ligeros y aceleraba con facilidad, llegando de los primeros, en acto de gloria miró en dirección al azabache, este estaba parado admirandolo y a pesar de la lejanía pudo notar el peculiar brillo que antes tenía, solo que ahora su ojos parecían una noche estrellada, buscó un porque, lo relacionó con todo, pero nunca supuso que era por él. Se había perdido en lo profundo de esa estrellada vista, que no vió su camino y tropezó, dándose una voltereta y llegando a la meta con la retaguardia levantada y de cara al suelo.
Algunos se rieron pero luego con preocupación le preguntaron si estaba bien, el solo asintió no demostrando el ardor en toda su cara, la poca sangre que salía de su rodilla derecha y los raspones de ambos codos.
En fin de cuentas el azabache lo supo igual, y lo llevo a la enfermería y antes de ello, el profesor le pregunto al albino.
— ¿Quisieras correr en la competencia? — Dijo con enorme orgullo.
El albino entusiasmado asintió emocionado, eso provocó moverse demasiado, a consecuencia el azabache le dió un golpe en la nuca para que se calmará, y a continuación llevándose a un albino con un puchero a la enfermería para curarlo.
(…)
Ahora iban de camino a sus hogares, desde pequeñoos tomaron la tradición de irse juntos lo más que podían a sus casas.
El azabache iba tranquilo, mientras a su lado estaba el albino emocionado lleno de vendas en las rodillas, parches en ambos codos, una curita en su nariz y otra curita en el costado izquierdo de la mejilla.
El que más hablaba era el albino, y el azabache compartía su opinión en pocas veces, y al llegar a la calle los separaban se despidieron.
— Hasta mañana, Ryu — Dijo dulcemente el albino.
— Hasta mañana, Atsu — Se despidió sereno el azabache.
En el momento donde el albino estaba dispuesto a marcharse el azabache le llamó, este se volteo. El tacto de los suaves labios del azabache posados en la punta de su nariz y en la mejilla donde estaba la curita, el mayor le susurro mirándolo a los ojos estrellados.
— Así sanará más rápido. — Le sonrió como el cálido sol de verano y se marchó tranquilo.
Mientras dejó al albino como un manojo de nervios, de mejillas ruborizadas, de labios temblorosos, y los ojos atardecer tan imuminados.
Durante el camino se la paso nervioso, bailando, en algunas ocasiones corriendo, y ahogando un grito de euforia.
Aunque su emociones cambiaban, sabía con certeza que no podía cambiar la cálida sensación que el azabache plantó en lo más profundo de él.
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