VII
El ejército rojo ha sido recibido en el palacio real del Reino de Diamantes.
Ahora los soldados carmesí descansan después del largo viaje, el ataque está planeado a mañana por la tarde, cuando la Sota real y mucho más importante; la Reina de Corazones, hayan dejado ya el Reino amarillo.
El general, a diferencia de sus subordinados no está descansando, ni siquiera se encuentra con ellos, está rondando los pasillos del palacio de Diamante. Tocando cuánta tela fina se le cruza y mostrando la placa de general a cualquier soldado amarillo que le impida la dispersión libre.
Entre su vagancia piensa lo que puede saquear una vez que destruya la monarquía de este Reino. Lamentándose en el fondo, puesto que en realidad este castillo le parece una verdadera belleza, piensa que con un establo para sus toros sería más que perfecto, porque un gran viñedo ya posee, incluso más grande que el de su propio Reino madre.
En su vagar logra encontrar la cocina, ahora vacía, bañada por el manto de la luna. Parece que tiene una gran ventana por la que es capaz de entrar la luz. Todo en ella está perfecto, ordenado, limpio, las paredes tapizadas, los vegetales frescos. Casi podría jurar que está es la habitación mejor cuidada del palacio.
Aromas varios lo cautivan a la entrada de la zona.
Dulces, frescos.
Si bien son avanzadas horas de la noche, el general no puede resistir para cocinar. Una pasión que no suele ocultar, mas, tampoco le permiten resaltarla.
Especias exóticas le hacen sonreír, prueba todas aquellas que se le hacen desconocidas, aprendiendo su nombre, porque aunque es adinerado por su cargo, el Reino de Corazones no es tan fértil y próspero como el de diamante.
El líder del ejército rojo prepara un platillo, quizá en una cantidad demasiado excesiva para él solo.
Sí. Por ello mismo, el destino tiene despierto al monarca supremo de tierras amarillas.
No es nada raro verle a estás horas, con los ojos iluminados por los destellos de las estrellas, un rostro tan melancólico que solo se vuelve más atractivo ante el enigma. Su ropa para dormir es de seda, parece flotar por la brisa que la levanta, viento frío que le acaricia las piernas.
Su reino desde el balcón se ve brillante, magnánimo. Inquebrantable. Tan duro como el mismísimo diamante, reluciendo aún en la oscuridad nocturna gracias al fuego de los hogares.
Eso se ve de desde el balcón pero hay algo que jamás se vería: la pobreza, esas partes del Reino tan precarias que apenas saben lo que es el oro.
Tan triste.
El rey haría de todo porque de sus tierras se eliminara toda pobreza, no solo por el título de Reino más rico, el cual ya posee, si no también por el bien de su nación.
Suspira, con odio propio, sabiendo que está ciego e ignorante de su pueblo.
Es cuando un aroma delicioso entra por sus fosas nasales. Voltea no ve nada pero claro que lo huele. Sigue el olor hasta su adorada cocina.
Saca su reloj, cortesía de su leal Sota, notando que son unas altas horas de la noche, no es normal que los cocineros estén trabajando, sobretodo porque quién utilizaba la cocina la mayor parte del tiempo era él, no sus cocineros.
Abre la puerta con longitud.
Logra ver a un hombre moreno con uniforme de la tropa roja de corazones.
Abre por completo la puerta.
El aire frío que se cuela por la misma hace al general voltearse.
El primer pensamiento que el Monarca tiene acerca del soldado es que extremadamente guapo.
Por supuesto, no es normal tener un retrato de Reyes ajenos en ningún palacio, por lo que el rostro de el Rey de Diamantes es un absoluto misterio para el general del ejército rojo. Esto le hace imposible saber ante quién está presente.
Aún así sabe que es un nativo. Por ello oculta lo que está cocinando y se pone nervioso.
—¡Hola! Es decir... —carraspea—. No estoy haciendo nada. Bueno sí estoy... Pero no es nada malo a eso me refiero —vacila.
El Rey de Diamantes se acerca al general, notando que es absolutamente atractivo entre más de cerca se le mire. Ese castaño pelo revuelto y rebelde que combina de manera espléndida con el verde inteso de sus ojos, no es la primera vez que ve a alguien de ojos verdes, es decir, tanto su Reina como su Sota poseen ojos de un verde determinado, pero este era otro tipo de tono, uno más... Peculiar, se puede decir que hasta seductor, quizá más cerca del amarillo que del azul.
Claro que el general tampoco se queda sin nada que ver, el Rey de Diamantes, sobretodo en esas ropas tan ligeras, tan reveladoras, es maravilloso, guapo, los tubos cabellos acentúan Sisi suaves facciones.
—No debes ponerte nervioso —reconforta el monarca, andando por la cocina, acortando la distancia entre ambos, posando sus nobles ojos en cada detalle del moreno durante este proceso—. O tal vez sí, dicen que el Rey de Diamante ha cortado las cabezas de quienes entran sin permiso a su cocina —un dedo del monarca, se posa sutilmente, casi como el roce del pétalo de la más delicada flor, sobre el pecho del general, bajando seductoramente por el mismo —. Dime, caballero rojo, ¿Qué cocinas? Y si es bueno, tal vez pueda no comentarle al Rey tu atrevimiento.
El soldado traga saliva con nervios al sentirle tan cercano, peor aún, al sentirse amenazado.
No reconoce al monarca ante él, pero tampoco sabe si está es la Sota, la Reina o cualquier funcionario de gobierno al que deba temer antes de atacar.
—No es un platillo complicado —explica —. Lo ha inventado mi santa madre y yo lo he perfeccionado —le extiende el plato con arroz y mariscos, preparados, para su suerte, de una manera exquisita —. Pruébelo, por favor.
El Rey de Diamante solo con oler tal maravilla ya se siente curioso, toma uno de los cubiertos de plata reales, sorprendiendo al general de corazones. Con delicadeza de gourmet se lleva un bocado a la boca. Saborea, siente la comida, adora el nuevo sabor algo picante pero sutil, maravillado con los sabores increíbles de tan humildes ingredientes.
—¡Ulala! —exclama después de tragar—. Es usted, soldado, tiene unas manos benditas —asegura, tomando las manos fuertes de su contrario acariciándolas sin recato alguno—. ¿Es que todos los habitantes del Reino de Corazones son tan talentosos en las artes culinarias?
—¡No! —sonríe con tremendo orgullo, dejando ver que, sonriendo, es más guapo—. Sólo yo —presume coqueto.
—Oh... —susurra, casi desnudándole con la mirada—. ¿Y podría usted, gentil soldado, revelar el secreto de su éxito a su humilde servidor? —mueve la cadera de manera provocativa al moverse para quedar más cerca del extranjero.
—¿Secreto? —apenas y se lo puede pensar, pues su mente está ahogada en el hombre frente a él, en sus caderas bamboleándose, tan descaradas, en la sonrisa tan lasciva, en el olor a rosas que despide. Necesita poseer a este hombre, lo cual es maravilloso, porque tan extravagante ser parece estar de acuerdo en ser poseído—. El secreto es amar la cocina, amar lo que se hace, pero más importante, poner pasión en cada platillo —recita.
El Señor de Diamantes se detiene inmediatamente de todo acto provocativo. Conecta sus ojos violeta con los verdes del general, le mira con un brillo en los ojos.
—¿En serio cree eso, noble caballero? —cuestiona, intrigado, vulnerable, pues es lo que él siempre dice sobre la comida y lo culinario, siendo que daría su corona por poder cocinar, es algo que el monarca valora con la vida.
El moreno asiente.
—Sin pasión, la comida no es nada —sentencia.
El Rey de Diamantes suspira, desata su albornoz dejando a la vista su desnudez. El General del ejército rojo admira dicho acto, con el corazón a rápido latir.
—Sin amor, la comida no es nada —secula.
El monarca toma un poco de la comida con sus dedos, coloca este bocado directo en los labios del moreno, es cuando se aproxima a probar el alimento, besando en el proceso a su contrario abrazándole de la nuca.
Antonio no se resiste, le besa con pasión, suavidad, con ganas. Abraza la espalda del Rey comenzando a acariciar la desnuda piel de este.
Ambos se entregan, el uno al otro, sin saber aún las identidades de los mismos.
Esa noche la luna fue testigo de aquellos amantes, los gemidos del monarca resonaban por las paredes del palacio. Por supuesto, ningún guardia ni sirviente interrumpió aquel acto.
~
Ambos respiran agitados en cuanto dan por terminado su baile de pasión.
El Rey abraza a su nuevo amante en lo que recupera el ritmo normal de su respiración. Las piernas del Señor de Diamantes tiemblan.
—Veo que sois un hombre de talentos ilimitados —resalta el monarca mirándole con los párpados caídos y una sonrisa de Casanova.
El moreno ríe, de buena gana, muy relajado.
—También soy torero, por si te interesa —toma el albornoz que cubría la desnudez de su majestad y lo pone sobre los hombros de su propietario para cubrirle del frío nocturno.
El monarca se acurruca.
—Nunca he visto uno —menciona sin perder su galante sonrisa.
—Son la criatura más magnífica que ha creado el señor —posa sus ojos verdes en el apenas recuperado rostro del monarca, sonríe con ganas de coquetear le aún más—. Bueno, quizá la segunda criatura más magnífica —acaricia la mejilla impropia para dejarle claro que cuando se refiere a maravilla es a él a quien alude.
El Rey amarillo se ruboriza mientras incrementa su sonrisa.
—Llévame a verlo —pide, no como exigencia, más bien con genuina curiosidad.
El general de corazones se encoge de hombros, accede.
∞
La pesada puerta del establo real se abre de contrabando.
El general guía de la mano al monarca hasta llegar al corral que le han presentado para que duerma su magestuoso toro negro.
El señor de Diamantes se acerca a la criatura.
—Es enorme —se sorprende —. En estas tierras hay minerales abundantes, pero animales no, solo tenemos cabras y los magníficos gallos, pero no bestias tan imponentes —recita. Sus ojos violeta bailan entre el animal y el general de corazones—. Tienes algo de toro.
El general ríe.
—Los cuernos serán —se burla.
Es sorprendido por un beso del Monarca, corto, sincero.
—En lo imponente, lo magistral y lo fiel —confiesa, honesto.
El general de corazones traga saliva.
Sabe que este hombre tan bello, al ser solo un lacayo, un sirviente, lo más probable es que muera mañana, cuando el castillo sea atacado al amanecer y dé muerte al Rey de diamantes.
Las manos ajenas se pasean por el rostro canela del militar, quien no puede soportar que un alma tan bella deba fallecer. Sostiene sus muñecas.
—Escuchadme —pide, los orbes de amatista le observan—. Por lo valiosa de vuestra vida, debe huir antes de que el sol pueda iluminar vuestro rostro.
—¿Huir? ¿Por qué debería?
—No puedo revelarlo —confiesa con pesar—. Si no tenéis a donde huir, escapa hasta un puerto, toma el primer barco hacia la costa ibérica, ahí pregunta por la finca Carriedo, ahí encontrarás, bello jóven, vuestra casa.
El monarca no tenía idea del porque tan descabellada petición, pero decidió guardar sus dudas en un cofre dentro de su alma, el cual selló con un beso en los labios del moreno.
•∆•∆•
El lemon de esta historia lo pueden encontrar en Patreon, el link está en la descripción.
Perdí el sentido del tiempo y cuando lo retomé ya era martes, WTF, lo siento, pero es mejor tarde que nunca, los amo
Gracias por leer. Espero que les guste.
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