VI
Un Joker salta hasta la ventana de la Reina de Espadas.
Con sus pies de infante logra escabullirse por el cuarto.
La Reina de Espadas no comparte cuarto con su cónyuge, amenos que él desee, por lo que su habitación es enorme, azul zafiro, con muchas cosas, muchas. Demasiadas. Pero con elegancia y orden.
Su cama es blanca, con hilos de oro.
La puerta es enorme, se puede cerrar desde dentro y la Reina es el único que tiene la única copia de la llave.
Peter, el menor de los jokers se tira en la cama suspirando con calma y tranquilidad. A la vez que se le escapa una sonrisa malévola.
Se recrea dando vueltas por la suave cama de la Reina de Espadas, de hecho su juego no se ve interrumpido en cuanto los tacones del monarca resuenan contra el piso pulido de su alcoba. La Reina abre la puerta con la brutalidad habitual, funciendo el ceño al notar al infante regodear en su lecho.
—¡Peter Kirkland Weasley de Northumbria! —le llama Por su nombre completo en cuanto le reconoce—. Por la barba de Merlín, podrías decirme ¿Qué demonios haces aquí? -cuestiona con furia.
El joker le mira sonriente, aún envuelto en las cobijas.
—Siempre he odiado ese nombre y más el cómo se oye cuando tu sucia boca lo pronuncia —responde con absoluta insolencia.
—No tendría necesidad de nombrarlo si pudiese llamarte Príncipe de Espadas.
El Joker hace mueca de asco al oír dicho título.
—¿Y vestirme tan ridículo como tú? ¡Ja! Antes que me corten la cabeza —se carcajea.
—Si tanto quieres que te corten la cabeza lárgate al sucio y decadente Reino de Diamantes —jala con fuerza las sábanas, llegando tirar al Joker quien de estrella contra el piso tan duro y frío en un grito de dolor —. Responde, hermanito ¿A qué mierda has venido —más desquiciado de lo que le gustaría.
—Deberías quererme un poco —replica sobándose la espalda —. Te traje esto, tonto —le extiende la carta con remitente del Reino de Tréboles.
La Reina se lo arrebata. Leyendo con dificultades la extraña caligrafía del Rey de Tréboles pero el mensaje es claro y corto, termina de leer, la cara en su rostro se queda grabada en la mente del Joker como un chiste buenísimo.
—¿Qué clase de broma es está? —grita la Reina de Espadas, enfadado, con los brazos en jarras mirando de manera fulminante a su consanguíneo.
—La mejor de todas —responde el Joker un una maligna mueca de sonrisa -. Porque no es una broma.
La Reina tiene que leer la garigoleada carta de nuevo y en efecto, es la letra, puño y tinta, del demente gobernante de Tréboles, manuscrita que la Reina de Espadas conoce de valle a cresta, ese tipo de letra que denota locura, que deja sanidad en el tintero, además del mensaje, inconfundible, casi podía escuchar la voz del propio monarca susurrando cada párrafo.
El Joker aprovecha la estupefacción de su hermano mayor para, robar un costo cesto donde descansan galletas, deliciosas, finas, caras. Con el cesto en mano salta a la ventana de la torre. Sonríe a su familiar.
—Estaré por aquí, listo para ver como tu Reinito de juguete se cae, pilar a pilar —sentencia saltando para largarse.
La Reina de Espadas aprieta la carta en su mano, corriendo a la ventana solo para encontrar la ausencia del infante.
Gruñe con absoluto fastidio, caminando hasta la puerta de sus aposentos, pesada e imponente que, sin embargo, logra abrir de una patada.
El Vaivén de su capa deja claro a toda la servidumbre que debe alejarse del camino de su Reina. Los tacones hacen un infernal concierto que resuena por todo el castillo.
La Sota de Espadas se encuentra revisando presupuestos con el vicetesorero. Eso al menos hasta que la Reina, enfurecido, lo toma del brazo, arrastrándolo hasta que comienza a caminar a su par.
—¡Necesito al Rey en mi despacho! —la Sota asiente, temeroso, sin perder el semblante, se mueve con la lentitud de siempre, causa de su avanzada edad, La Reina de Espadas le empuja con el tacón— ¡En este instante!
La Sota no tiene de otra más que acelerar el paso.
El de cejas superpobladas entra a su despacho, cerrando la puerta de un tremendo portazo que resuena en todas las habitaciones del enorme castillo, el cual debe alertar al Monarca que su Reina de encuentra de mal humor.
En efecto, El Rey de Espadas, quien se encontraba en un banquete personal, escucha el estruendo, levantándose, andando hacia donde más calor hace, pues a la Reina de Espadas no le llamaban "Esposo de Satanás" sin motivo.
Y era que en efecto, la madre de la Reina había sido una bruja, de las más temidas, tan poderosa que se rumoraba, hacía temblar al mismísimo Lucifer.
Habilidades mágicas que su hijo había heredado y perfeccionado con el tiempo, gracias a ellos logró convertirse en el Monarca de las tierras más prósperas, a su criterio.
Así que esto ya era hábito, cada vez que la Reina de Espadas enfurecía una gran nube negra, cual carbón, se postraba sobre todo el Reino. Llovía, era un monzón que azotaba a la tierra de la Libertad que solo lograba bajar cuando la Reina de Espadas mejoraba su humor.
Dónde estuviese el gobernante, un aire abrasador, tan caliente que logra derretir velas y sientes como el sudor se escapa de tus poros, un calor capaz de incendiar, de quemar, de destruir, una fuerza del demonio, ello se hacía presente ante el mal humor de su Majestad.
Poder que era mejor tener controlado, pues más de una vez se había incendiado el Reino completo por una rabieta de la Reina.
Por como estaba el calor en todo el palacio... La Reina estaba más que enojado.
El Rey se topa con la Sota, quien tiene a bien indicarle donde se encuentra su majestad, discurso solo interrumpido por los truenos que caen sin piedad en medio de la tormenta que ha aparecido de la nada.
El Rey asiente, corriendo hacia el despacho de su marido. La Sota le sigue, con paso más calmado y la respiración casi cortada por el calor.
El Rey entra al despacho de su Reina con ansia.
—Mi Reina.
—Oh, mi estúpido Señor ¿No podría haber llegado más tarde? —le reclama con sarcasmo—. Lea ésta porquería —le lanza la declaración de guerra cuyo pergamino ha hecho bolita.
Los buenos reflejos del monarca le permiten atrapar dicha declaración, que, a pesar de ser corta tarda en leer.
—¿Qué infiernos es esto? —cuestiona con incredulidad.
—Lo que lee. Esos suertudos asquerosos nos han declarado la maldita guerra —explica mientras azota las manos contra su escritorio.
Momento en que aparece la Sota de Espadas, detrás del Rey, es es una Sota cargado de sabiduría y si a alguien atacará la Reina, será a su cónyuge.
—Si mandamos nuestras tropas al Reino de Tréboles necesitaremos un par de décadas, al menos, para pensar en atacar si quiera al Reino de Corazones —Razona el Rey de Espadas.
La Reina se sienta, frustrado.
—No solo eso, los astros y Dios han bendecido las tierras de Tréboles y a sus habitantes con el don de la suerte. Si queremos entrar en guerra con ellos debemos no solo ganar las batallas si no ganarle a la suerte -se queja la Reina con furia.
La Sota ve su oportunidad para salvar a su antigüo aprendiz; la Reina de Corazones, desviando el ataque de sus monarcas.
Entra con discreción a la habitación, sudando por el calor que hay en esta, pero sonriendo.
—¿Qué es lo que quiere, Sota? —responde agresivo la Reina.
—Usted, mi Reina, tiene un poder inconmensurable, en la palma de su mano —adula un poco—. Un poder que ni el demonio puede poseer, poder que me ha dado la respuesta de cómo acabar con el Reino de Tréboles sólo con cincuenta hombres.
Ambos monarcas miran con asombro a su Sota. El calor en la habitación se calma, asegurando que la Reina de Espadas también lo ha hecho.
—Lo escucho, mi leal Sota —apremia La Reina, mientras el Rey se acerca a escuchar tal estrategia más de cerca, hasta ponerse al lado de su marido.
—Quemar el Reino de Tréboles
La Reina sonríe, con un peligroso brillo en la mirada, imaginando las llamas devorando cuánto se les ponga a su paso, se relame con deseos de piromanía.
—Aprueba ese plan de inmediato —truena los dedos exigiendo rapidez, la Sota se retira después de una reverencia.
—Ya entiendo porque lo habéis elegido como Sota Real, mi Reina —declara el menor del matrimonio, con una sonrisa, Satisfecho con la estrategia.
—Un secreto, esposo mío, en realidad lo he elegido porque me prometió opio —confiesa cínico.
El Rey de Espadas le mira con la boca abierta sin quererselo créer. La Reina hace los ojos en blanco antes de darle un certero golpe en la nuca.
—Reconoce cuando tu Reina te glorifique con una broma —nadie sabrá si era o no una broma.
×××
El capitán de las tropas del Reino de Corazones corre por los establos, hasta el último corral.
Un toro majestuoso habita en él, negro como la noche, de ojos furiosos, de porte bravo, pero que ante el capitán es tan manso como Sansón sin cabellera.
El capitán no pierde la oportunidad de alimentarlo. Acaricia la cabeza cornuda de su amigo.
—Fernando —le llama—, come como nunca, que hemos de partir en pocas horas para la batalla —explica.
El toro hace caso, comiendo con alegría mientras es acariciado.
Antonio, el capitán del ejército rojo, se retira sonriente, avanzando hasta llegar a los dormitorios de la milicia.
Los levanta a todos abriendo el tragaluz enorme que él mismo mandó a instalar.
Sus soldados se quejan y algunos se ponen en firmes de inmediato.
—Hoy es el día, caballeros -anuncia en un grito para que nadie se quede sin escucharle—. Hoy hemos de dejar nuestra tierra —comienza a caminar en línea recta por el dormitorio—. He explicado la estrategia de su majestad más veces de las que debí, pero lo repetiré de nuevo, solo por lo glorioso del mismo.
Algunos soldados comienzan a empacar, los que ya tienen equipaje le escuchan atentos, otros dormitan en firmes.
—Entrenaremos con el ejército amarillo, seremos sus amigos, pero en cuanto menos se lo esperen, cuando sus armas estén en nuestras poderosas manos atacaremos —explica con entusiasmo, dando valentía a su ejército, motivando a sus hombres—. ¡Venceremos en nombre del Reino! ¡Conquistaremos!
Hay soldados que responden a ello con un grito de guerra, fuerte y determinado.
Antonio sonríe ante esto.
Más temprano que tarde el ejército rojo cabalga rumbo a las tierras del Reino de Diamantes.
Camino que en un mapa parece corto, pero sobre un corcel de puede hacer eterno.
El Señor de Corazones admira su tropa cabalgando hacia el Reino vecino, con su rostro de absoluta seriedad, orando a quien quiera escuchar, por la seguridad de su pueblo y la victoria de su estrategia.
La noche se hace presente, acompañada de una luna menguante, que no brinda más luz que la de una vela para todos los reinos.
En tal oscuridad de escuchan las cuerdas soltarse, las cajas con estrépito sobre la cubierta que los barcos de la tropa naval azul.
La Reina de Espadas descansa, quizá en lo que puede ser su hábitat natural, el mástil de una de las naves. Puede escuchar las olas romper contra la madera del navío, sonido que nada jamás igualará, belleza en cada gota que choca.
Aún en sus altos tacones es capaz de moverse por la nave con libertad y maestría.
Baja del mástil en unos saltos, hasta la borda del magnífico navío, donde su Rey y Sota le miran, la Sota con una lista de todo lo que yace en los barcos, hombres, provisiones, armas y un enorme etcétera.
El Rey de Espadas sube a un barril del puerto, quedando más cerca de su Reina, asustándolo en el proceso.
—¿Seguro, muy seguro que no puedo ir con usted, mi Reina? —cuestiona en su tono más infantil y decaído, con su labio inferior sobresaliendo en su mueca de tristeza.
La Reina de Espadas admira a sus hombres quitando la tabla que une su nave con el puerto y sonríe, ahora no hay manera de subir al barco.
—Por supuesto que puedes, mi Señor —concede en un tono arrogante—. Si logras subir al navio, con todo gusto podrás acompañar a tu Reina.
Los grandes ojos azules de su majestad se iluminan, bajando del barril para subir como un hombre civilizado.
Pero en cuanto nota que no hay manera de lograrlo, hecho endulzado con la maligna risa de la Reina, frunce el ceño con enojo.
Pero uno no llega a ser Rey del Reino más potente en la zona sin algo de habilidades.
Desde la punta del puerto salta, tomándose con fuerza de la ventana del navío, la Reina corta su risa inmediatamente. Con mucho esfuerzo, haciendo alarde de su fuerza tras humana logra abrirse paso hasta la cubierta, donde un par de marineros le miran, le ayudan a subir, después de todo es el Rey de su nación, su Rey.
El Monarca supremo ríe victorioso.
La Reina de Espadas cruza sus brazos, mirándolo con un rostro que el Rey conoce muy bien y que significa "sólo has tenido un poco de suerte".
Sea como sea, la nave comienza su recorrido, dando señal a toda la tropa de moverse con ella rumbo al Reino de Tréboles.
∆•∆•∆
Editar esto fue tan ahhh
Pero he vuelto, en forma de fichas.
Espero actualizar este libro cada lunes y los demás más seguido 😃
Gracias por leer
Sus comentarios y opiniones siempre son el mejor apoyo.
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