V

Una carroza ostentosa, pero de tinte humilde, coloreada con un carmesí intenso, adornado con siluetas de corazones recorre los caminos rumbo al reino vecino, al vistoso Reino de Diamantes. La Sota garabatea algo sobre la hoja de reporte que debe entregarle al Rey de Corazones mientras que la Reina de Corazones medita sobre las palabras que debe usar para convencer al reino de vender sus armas.

El viaje es largo, más de ocho horas transcurren, no es hasta que los rayos de sol vespertinos acarician la carroza que los primeros hogares del Reino de Diamantes se hacen presentes. La Sota inmediatamente deja sus garabatos saltando abruptamente hasta la ventanilla del vehículo, porque, de no ser absolutamente devoto a su rey, sin duda viviría en este reino.

La reina le mira con ternura, disfrutando del brillo en sus ojos.

—oh, Kiku, adoro la belleza y elegancia del Reino de Diamantes —admite—. Cuando se concrete la guerra, prometa que dejará el castillo intacto para regalarlo su fiel Sota.

—Lo intentaré —promete—, pero, Feliciano-kun, no soy capaz de asegurar nada. La guerra es un demonio que devora al pecador y al inocente por igual, come almas, destroza ciudades, el caos es su engendro y el dolor su enfermedad que infecta a todos por igual hasta matarlos, los hijos de la guerra no son quien la sobreviven son el caos y la devastación. Si el destino ha de brindarnos la victoria significará la muerte absoluta de algo que antes era grande y magnifico, un reino entero, consumido en la guerra.

La Sota escucha atento a las palabras de su Reina, suspirando con ensoñación, su monarca tenía un don con las composiciones.

—Con ese discurso, puedo hasta asegurar que te aflige estar aquí, apuesto que lo ves como una penitencia —comenta la Sota, el gobernante sonríe de lado.

—Causar sufrimiento a cualquier persona siempre será una carga, afligirme es la menor de las penitencias.

—Un bien mayor está en juego —recuerda, no se sabe si para él mismo o para su Reina, pues no es que le haga gracia atacar el reino de su medio hermano.

—Mi gente, mi legado y mi grandeza. Puedo vivir sin legado, lo único cierto de esta vida es el olvido, puedo vivir sin mi grandeza, que la mota de polvo más diminuta también existe, pero a mi pueblo le doy mi vida, si debo quebrar mis ideales, abandonar mi cordura y ceder a la barbarie, lo haré si con ello aseguro larga y prospera vida a mi pueblo.

—Por eso eres la Reina de Corazones, Kiku —comenta mirándole con una sonrisa nada tonta—. A simple vista pareces serio, frío, pero aquel que logra escuchar la mínima palabra de tus labios comprende lo lleno de sentimientos que está tu corazón.

La Reina de Corazones se ruboriza suavemente.

—Usted no es malo con las palabras Feliciano-kun y sus sentimientos se desbordan, tiene potencial para ser la Reina de Corazones tanto como yo —señala.

—¿Parece que quiero ser la Reina? Sin ofender, majestad, pero si algo soy es el Rey de Corazones —y no miente, al ser la mano derecha de su máximo gobernante maneja el reino como quiere en los aspectos que quiere.

—Lo sé, pero como Sota se le ve más contento.

—Hay más tiempo para la siesta como noble Sota que como Monarca —deja claro.

—Usted aún es joven, debería ocupar la energía en algo mejor que la siesta, ya quisiera su Reina dormitar de vez en cuando.

—¡Eres un jovencito que ni cerveza puede beber!

—Parece que nunca logrará comprender que bien puedo ser su padre ¿Me equivoco?

—Nunca se equivoca una Reina.

—Que sus palabras sean verdad —ruega segundos antes de que el cochero les indique que ya han llegado a cercanía del castillo—. He pasado tanto tiempo con la mente dispersa que aún no he redactado la declaración de guerra, pienso entregarla como un regalo de despedida, el agradecimiento por su hospitalidad.

—Hilarante, majestad.

La Reina se limita a asentir, saca un pliego de papel, tinta y una pluma.

—El Reino de Corazones... —recita en voz alta lo que escribe buscando aprobación de su acompañante—, ¿Tiene la necesidad?

—No queremos vernos como un Reino decadente y necesitado —niega con la cabeza—, hay que dejarlo ver más como una obligación.

—Bien. Se ve obligado a invadir tierras vecinas...

—Hay que infundir temor, escribe que la primera batalla será tan intensa que no la van a soportar.

—Bien pensado, Feliciano-kun. Quizá se asusten tanto que no quieran si quiera pelear y se rindan en la primera batalla.

—Sí, yo haría eso.

El azabache escribe con una caligrafía que por sí sola es una obra de arte. En cuanto termina deja unos segundos a que la tinta seque mientras su Sota habla con los guardias para que le permitan la entrada. La Reina de Corazones sonríe mientras desata un lazo rojo de su muñeca para con él asegurar el rollo con la misiva.

—No harán esperar a una Reina ¿O sí? —cuestiona la Sota de Corazones ante la doble negativa de los guardias.

—Tenemos orden de disparar a quien sea que entre en las fronteras del Reino, es un milagro que hayan llegado hasta aquí. No podemos dejarles entrar sin que la Sota de Diamantes lo permita.

—Bueno, ya se está tardando, venimos desde lejos en un largo viaje, a la Reina de Corazones le gustaría relajarse un rato.

—Que se relaje desde la comodidad de su trono —interviene con ceño fruncido la Sota de Diamantes, se acerca con su lanza, apunta a la Sota vecina con ella—. No veo la razón de venir a relajarse en un reino que no le pertenece. ¿Qué están haciendo aquí? Responde rápido, coherente y sincero si no quieres que el Reino de Corazones pierda su Sota.

El del rulo se echa al piso, chillando y cubriendo su cuerpo en posición fetal.

—¡No me haga daño! ¡Tengo familiares dentro del palacio! ¡Le diré todo! ¡Te diré! ¡le diré! ¡Mi Reina y yo estamos aquí para comprar todas sus armas porque las necesitamos para...!

—Abastecer a nuestros nuevos soldados —interviene la Reina antes de que su Sota pueda revelar algo—, este período se han inscrito más jóvenes a las filas del ejército. Necesitamos armas para ellos —explica. La Sota de Diamantes le mira con una ceja levantada, baja la lanza.

—Las armas no están a la venta, lárguense —ordena cortante. La Reina muerde su labio pensando en que otras opciones tienen.

—¿Qué está pasando aquí, querida Sota? —pregunta el Rey de Diamantes, entrando en escena con una sonrisa coqueta, pero le importa un demonio la respuesta después de ver el rulo que adorna el cabello de la Sota ajena—. ¡Feliciano!

—¡Francis! —los dos corren el uno hacia el otro para darse un abrazo, pero la lanza de la Sota amarilla se coloca entre ambos cortándole el paso al fiel devoto de Corazones, quien tiembla sintiendo la madera de la lanza rozar su estómago.

—¿Cómo te atreves a dirigirle la palabra a mi Rey de esa manera tan vulgar? Habla con respeto a su Majestad o la ley estará de acuerdo conmigo en que no puede haber dos Sotas en este Reino.

La Sota roja tiembla de pavor corriendo a brazos de su Reina.

—Oh, Sota adorada, creí que la reunión que acabamos de tener hace unas horas te había relajado —la sota amarilla se ruboriza bajando la lanza—. Déjalos pasar, no olvides que soy el hermano mayor de Feliciano.

—Usted se cree el hermano mayor de todo el mundo —murmura con la boca cerrada, hace una seña a los guardias para que dejen pasar a los extranjeros y esta vez la Sota roja corre a abrazar al monarca del Reino de Diamantes.

Todos entran al castillo, en el salón principal donde hay un eco digno de tan amplio espacio en combinación con los decorados pomposos y brillantes, las paredes las adornan preciosos diamantes, la Sota roja está que se muere de lo elegante y hermoso que es todo deseando que ganen la bendita guerra para poder quedarse a vivir ahí.

—Reina de Corazones —le llama el rubio—. Mi querido, sabe que el tenerlo aquí es la más bella de las bendiciones, su presencia es tan grata que podría permitirle la vida en mi palacio sin cuestionar nada, ni lo más mínimo —comienza galante, con ese tono seductor que posee—. No es que dude de su palabra ni por un momento, solo necesito confirmarlo, Reina, usted está aquí para... ¿comprar armas únicamente? —cuestiona hundiendo su azul mirada sobre los ojos marrones de su majestad de Corazones.

—Es mi única intención —miente sin mostrarlo.

—Trae mucho equipaje como para solo venir a eso —protesta la Sota amarilla que es la que tuvo que cargar los baúles hasta el salón.

—Mi adorada Sota, no podemos reprocharle nada a una reina y mucho menos a alguien como la Reina de Corazones —le señala el monarca. "Mucho menos a alguien tan excéntrico como él" señala para sí mismo—. De hecho, su equipaje debería ya estar en los aposentos que le hemos preparado, vamos, te ayudo a llevarlos —indica a su Sota, se va junto con él fuera el salón con la excusa de llevar el equipaje.

—No los trates tan mal —ordena el Rey.

—Conozco a la Reina de Corazones, ni de broma se va a acostar contigo, no importa que tan bien la tratemos tus ridículos sirvientes.

—No es por eso, tonto —resalta—. El Reino de Corazones es miserable. Si la historia que cuentan es realidad... podemos hacer "caridad" —la Sota levanta las cejas porque no hay palabra que deteste más que "Caridad" —. Les daremos las armas y asilo a todos esos soldados extra.

La Sota de pronto entiende el plan de su Rey, deteniéndose de arrastrar los baúles para mirarle.}

—Soldados extra a bajo costo.

—No solo soldados extra, soldados entrenados por el mismísimo Rey de Corazones, rigurosos, disciplinados y sacrificables. ¿Por qué arriesgar a mi gente si puedo arriesgar a otra gente?

—La Reina de Corazones nunca aceptará —sigue su camino al cuarto.

—Por eso no le diremos, parecerá una obra de caridad —sonríe satisfecho—. ¡Maldita sea! Ni siquiera mi ropa pesa tanto y eso que tengo trajes hechos de oro. ¿Qué tanto trae la Reina de Corazones aquí? ¿A su rey?

La Sota hace los ojos en blanco pensando que su rey está cargando solo un baúl que además es el más pequeño, él lleva dos y no se está quejando como nenita, pero no es algo que una sota pueda decir a su rey.

Dejan los baúles en una de las habitaciones para invitados.

El sol comienza a acariciar las puntas de las montañas en el horizonte, el servidor del Reino de Corazones se para en el balcón para admirar la puesta de sol tras las montañas.}

La puerta del salón se abre de manera estrepitosa dejando pasar al Rey con su Sota quien no ha desfruncido el ceño desde hace un rato, no mira a nadie para evitar asesinarlo con la mirada.

—Tengo ciertas propuestas que hacerle Reina de todos los Corazones, incluyendo el mío —le guiña un ojo con galantería.

—Lamento, Rey de Diamantes, que de ser una propuesta indecorosa todas las respuestas serán: no —deja muy claro, pero eso sí, con un ruborcito en las mejillas.

—Oh no, no Reina, no es esa clase propuesta. Verá, es un placer para nuestro Reino vender las armas que nuestras manos producen, pero, a diferencia de mi Sota, yo no busco riquezas.

La Sota roja alza las cejas extrañado por el comentario, sabiendo que el reino del rubio ha crecido tanto gracias a la ambición absoluta de su Monarca.

—De no ser riquezas lo que desea ¿Qué es entonces lo que busca como pago por sus armas?

—Oh, no —el gobernante se ríe un poco con gracia y pomposidad—. No habrá pago —la Sota roja se altera por esa respuesta. ¿Es realmente el Rey de Diamantes quien haba?

—¿Regalará sus armas? —pregunta la Reina con sorpresa.

—¿Qué puedo decirle? Usted es dueño de los corazones al grado de robar el mío, además de que mi Reino es rico, no necesitamos dinero ni riquezas, escuche, además de las armas, puede enviar a ese exceso de soldados a mi Reino.

—¿Mandar?

—Sí, Reina, tendrán asilo aquí y los fabricantes les enseñarán cómo manejar las armas, personalmente —la Sota de Diamantes bufa, puesto que él es fabricante y ni de broma quiere cuidar un montón de salvajes corazones.

—Es... amable de su parte —gradece el monarca de Corazones, la Sota roja piensa que el Rey de Diamantes no es tan bueno, es un lobo con piel de cordero y esto seguramente una trampa.

—Amabilidad es mi segundo nombre, adorada Reina.

—Pero ello significa que las armas no irán al Reino de Corazones, con mis soldados.

—No, sus soldados vendrán aquí ¿No es una gran noticia?

—No —puntualiza la Sota roja, alterado—. Llevaremos las armas a nuestro reino —resalta pues no quiere que se arruine el plan—. Dejarlas aquí es una estupidez, venimos por todas sus armas, todas y nosotros...

La Reina roja alza su mano y la Sota de su reino cierra la boca en ese instante poniéndose en firmes.

—Sota, Feliciano-kun, pienso que el Rey de Corazones está siendo muy mable en ofrecerle silo a nuestros soldados —sin expresión en su rostro—, me encantaría aceptar la oferta, su majestad.

La Sota con el rulo le mira con los ojos y la boca abierta.

—Pero... Kiku...

—Silencio Feliciano-kun. Sé que no es lo que se acordó con el Rey de Corazones, pero apuesto que estará contento por este devenir de los acontecimientos.

—Mi Reina...

—Sota mía... obedezca los deseos de su Reina.

La Sota roja guarda silencio con el regaño notorio sobre su triste expresión. La Reina asiente.

—Ahora, Rey, ¿Necesitará pensión? Son bastantes hombres, los índices de natalidad se dispararon.

—Oh... No será necesario —sonríe ladino—. Bien, es siempre un placer hacer negocios con la Reina de mi corazón.

—Es siempre un placer escuchar sus ingeniosos juegos de palabras —es sarcasmo, aunque esa cara inexpresiva deja lugar a millones de dudas.

—La luna comienza a salir, más vale que usted descanse para que la envidiosa luna no note como brilla más que ella —coquetea—. ¿La llevo a su habitación?

—Pensaba... partir ahora que hemos arreglado este asunto.

—Reina, no pensará salir al bosque de noche... es peligroso, mejor disfrutar de los placeres del palacio de diamantes.

—Quisiera dormir con mi Sota, si no es molestia —exige la Reina roja, la Sota de diamantes se sonroja carraspeando.

—Los deseos de la Reina son órdenes directas —le guiña un ojo a la Sota roja con complicidad—. Yo los guiaré a sus aposentos, Sota mía, ¿serías tan amable de arropar a la Reina de mi magnifico reino? A no ser que por fin se me permita consumar el matrimonio.

El Rey es fulminado por los ojos verdes de la Sota amarilla.

—Yo me encargo de arropar a la Reina de Diamantes —deja claro la Sota como una clara señal de que va a consumar el matrimonio solo sobre su cadáver.

El Rey ríe sutilmente. Comienza a guiar a su majestad de Corazones por los pasillos abrazando a su medio hermano, la Sota de Corazones.

—El Rey debe tenerte envidia, se ve el amor que te tiene la Reina.

—Yo también le amo, tanto como amo mi Rey y él me ama a mí, nos amamos los tres, además de que eso que estás pensando se hace con las chicas bonitas no con la Reina de mi vida, no hoy.

—La "Reina de tu vida" es un chico esplendido, algo delgado, pero con rostro de muñeco, perfecto si me lo preguntas yo ya conocería cada palmo de su piel.

—Nadie ha dicho que yo no conozca cada mínimo detalle de su cuerpo, solo he dicho que hoy solo pretendo velar su sueño —puntualiza.

—El Rey de Corazones debería estar muriendo de celos.

—Oh, créeme, Francis, no tiene motivos para celar nada —sonríe, le contagia la sonrisa a su acompañante y la Reina llegó mucho antes al cuarto.

El Rey dueño del palacio les invita a pasar y se despide de ambos antes de irse a conseguir vino.

Por ese mismo pasillo una jovencita virginal se pase en un vestido blanco que resalta su pureza, sus enormes ojos verdes notan a su esposo alejarse con cierta prisa, no le da importancia, no es que no le quiera, es que nadie le ha permitido interactuar demasiado con él. Sigue bailando torpemente dejando que sus pies descalzos acaricien la alfombra tarareando una canción con su dulce voz. La Reina de Diamantes, inocente y rota. Vaga por su castillo igual que una ladrona de pésima calaña. Si su hermano; La Sota de Diamantes le encuentra girando por los corredores la encerrará en su habitación como se encierra a un malhechor en las mazmorras.

—¡Lo arruinó todo! —protesta la Sota roja a su Reina, la pequeña gobernante escucha dicho grito y se detiene para escuchar mejor, siempre es bueno algo con que entretenerse, pega la oreja a la puerta.

—Calma, Feliciano-kun.

—¿Cómo esperas que eso pase? ¿Ahora que vamos a hacer? Aun con menos gente el Reino de Corazones es insostenible... Kiku, no quiero terminar en el bosque comido por lobos. ¿Qué haremos sin las armas? —cuestiona angustiado. La chiquilla reconoce el nombre del llamado "Reina de Corazones" Levanta las cejas con sorpresa, nadie le dijo que venían—. Ludwig va a matarme y comerá mi cabeza.

—No, es que no está pensando, Feliciano-kun, visualice... La mitad e nuestra guardia dentro de las tropas enemigas... ataque desde adentro —explica.

La rubia se cubre la boca, sabe que eso es malo, pero no lo entiende del todo ¿De qué enemigo hablan?

—Kiku... ¡Eres la persona más inteligente de todo el mundo! —le salta encima para abrazarlo porque ese es un plan asombroso—. ¡Caerá el Reino de Diamantes!

—Por el bien de nuestra gente... Caerá el Reino de Diamantes.

La Reina de Diamantes da un paso atrás al escuchar aquello, entendiendo de pronto toda la conversación. Niega con la cabeza. Corre con sus pies desnudos por los pasillos del palacio sin saber qué hacer, llega hasta la sala del trono donde hay una Sota de Diamantes histérica por no encontrar a la Reina en su habitación.

—¡Ladrones, violadores o peor! ¿Acaso no te interesa lo que le pase a la Reina? Necesito una tropa que registre el palacio y otra que revise el reino ¡Ella jamás sale de su cama una vez caída la noche! —grita histérico la Sota amarilla.

—Tranquilo... tal vez fue a la cocina o... mira ahí está —. Sonríe al verla—. Buenas noches, querida ¿Qué haces fuera de la cama aparte e poner como demente a tu hermano? ¿Quieres consumar el matrimonio? —pregunta ilusionado.

—La Reina de Corazones está... —pronuncia con voz cortada por haber corrido.

—Oh sí, está en la habitación del ala oeste. ¿Quieres visitarle? —pregunta el Rey, La Sota corre a abrazar a su tesoro, a su Reina.

—No —se queda callada al sentir el abrazo.

—No me des esos sustos. Ya sabes escribir ¿Cierto? Déjame una nota, dibujos si quieres... ¡Pero avisa que estarás fuera de tu habitación!

—Lo haré, pero es que escuche algo —lo dice, mas, con su tono de voz parece que lo susurra—. La Reina de Corazones debe irse —declara.

—Lo sé, lo sé, Lily, a mí tampoco me gusta que estén aquí —confiesa acariciándole un poco el pelo.

—Oh ¿Ya sabes a lo que vinieron? —no sería la primera vez que es la última en enterarse de todo.

—Sí y me parece estúpido y sin sentido, no te preocupes Lily, ellos no harán nada para dañarnos, piensa que servirá para la guerra...

—¿Qué? —cuestiona confundida.

—Anda, pequeña, vamos a dormir.

—No, pero ellos quieren que el Reino...

—Lo sabemos.

—¿Lo saben? —según ella están hablando de cosas completamente diferentes.

—Claro —rueda los ojos, porque le parece idiota las razones y acciones de los corazones rojos—. No es nada malo, te lo prometo.

—Pero, pero...

—Ya, ya, Lily, a esta hora las doncellas ya deberían descansar a manos de la luna.

—No, es que ellos dijeron que...

—Lo sabemos, no te angusties, venga —la carga con mucha suavidad—. Los pies de su majestad no deberían estar sin calzado. Pueden lastimarse.

La pequeña calla, sucumbiendo al arrullo de su hermano, puesto que este le susurra muy suave una tonada sin letra, pero bastante melodiosa. Canta para su Reina hasta que esta cae dormida con los labios llenos de malas noticias, pero que no pueden ser escuchadas por nadie.

~x~

Un Joker albino llega a costas del Reino de Espadas. En vez de adentrarse en el terreno, roba un barco pequeño de pescador, rema hasta un fuerte en medio del mar. Sube hasta llegar a una trampilla que se encuentra sellada, toca tres veces.

—¡Largo de aquí maldito! ¡Largo o tendré que matarte a sangre fría! —ordena el dueño del fuerte.

—Abre, que como me dejes aquí cuando suba la marea te voy a arrancar con navajas esas cejas de burro que te cargas —advierte el Joker albino.

El Joker rubio abre la trampilla dejando entrar a su compañero.

—¿Qué haces aquí? Creí que tardarías más en el Reino de Tréboles —señala el Joker menor.

—Yo pensaba lo mismo. Pero te traje algo.

—¿Me trajiste algo? —repite ilusionado—. ¿Qué es? ¿Qué es? ¿Queeeeeeeeé eeeeeeees? —pregunta una y otra vez de forma molesta.

—Calla o no te lo doy —se hace el silencio—. Quiero que lo leas y se lo entregues a ese inútil que tiene por hermano —da instrucciones sacando la declaración de guerra y entregándosela.

—No sé leer —le recuerda.

—Vale, yo te la leo —se aclara la garganta—. "¿Quieren ser uno con el Reino de Tréboles? —recita con una pésima y exagerada imitación del monarca de Tréboles—, Si me atrevo a ser sincero, esa no fue una pregunta. Es su futuro." Firma con mucho cariño y adoración el para nada asombroso Rey de Tréboles.

—Ohhh ¿Es para Arthur?

—Nah, seguro es para el imbécil del Rey de Espadas. Pero no veo porqué el idiota de las cejas no puede tener el primer infarto ¿No te parece divertido?

—¡Sí! La entregaré ahora mismo, uhhh, ya quiero ver la cara que va a poner Arthur.

—Te la grabas bien en la cabeza para contársela al asombroso yo —pide con una sonrisa demoniaca, el Joker rubio asiente antes de saltar al barquito que ha traído su acompañante, se hace daño, pero eso no le impide llegar a la costa para salir corriendo al palacio de Espadas. 

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Gracias por leer y sobre todo por esperar.

¿Para celebrar un comentario y un voto? No estarían mal. 

Pasen a leer mis otras historias mientras esperan la próxima actualización de esta~

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