IV
—¿No notas extraño al Rey, su majestad? —cuestiona la Sota de Tréboles, caminando por los pasillos de jade del palacio, sujetando suavemente la mano de su reina.
—Más de lo normal. En efecto Rode... —responde la magnífica Reina de Tréboles—. Ya no cumple con sus obligaciones maritales —comenta falsamente indignada.
—¿Alguna vez ha cumplido? —cuestiona la noble Sota con sonrisa de lado, cejas en arco y acariciando afectuosamente la mano de su apreciada reina, mientras la luz del balcón comienza a resaltar las esmeraldas que su majestad trata de hacer pasar por ojos.
La Reina se ríe por el comentario, niega con la cabeza de forma algo brusca sin perder el porte real.
—No, pero ahora menos que antes —le da un codazo bestial a su amable Sota, quien frunce el ceño por eso, mas, lo soporta—. No lo digas como si fuese malo haciéndolo.
—Le ruego, su alteza, que cuide sus modales y trate de no ser tan brusca con sus movimientos —le riñe, primeramente—. Ya que yo no he sido testigo de ello, confiaré en tu juicio, pero sé de fuente confiable que el Rey de Tréboles nunca fue del agrado sentimental de su majestad.
—¿Cuál es tu fuente tan confiable Sota mía? —cuestiona con el ceño fruncido pero una ilustre sonrisa en sus labios.
—La mismísima Reina, no confiaría en la palabra de alguien de menor calaña —su majestad ríe fuerte.
—Oh Rode, siempre tan suspicaz... —se limpia una lágrima que le ha provocado la risa—. He de aceptar que el Rey es bastante guapo. Sin embargo, de ello a profesarle mi amor...
—No hay peor desdicha que la de la esposa que no ama al marido. El amor de su Reina es el tesoro más valioso del Reino de Tréboles, afortunado será quien lo posea, no dueño del Reino si no de la esencia de este —describe.
—¿Esos versos no deberían ir en una carta a la Sota de Diamantes, Rode? —pregunta en un tono acusatorio con una sonrisa bastante insana en su rostro.
—No le escribo a sucios campesinos —deja claro con un tono de absoluto desprecio, aunque se le escapa un traicionero sonrojo.
—Bien, si no es la Sota de Diamantes ha de ser al Joker...
—El nombre de esa peste humana no debe ser pronunciado por sus nobles labios, alteza —murmura con asco.
—Sé que te molesta, pero aceptemos que todo es más divertido cuando viene a visitarnos.
—No lo es.
—Tu Reina te dio una orden
—Veo que mi Reina ha enfermado de poder.
—Dilo.
—¿No era un reino libre?
—Dilo —la Sota suspira derrotado.
—Algunas cosas son más divertidas en presencia del Joker —admite con dificultades, la monarca de tréboles sonríe complacida—. ¿Contenta?
—Mucho.
—Así me gusta.
Ambos llegan hasta donde el Rey admira su tierra con su mirada de desquiciado mental, la Sota sostiene con más fuerza la mano de su Reina.
A la Sota de Tréboles nunca le ha agradado su rey, no solo por contraer matrimonio con su prometida, ese era un motivo aparte, era más por su locura y porque no lograba comprender como demonios sacaba adelante al Reino siendo tan infantil y con tan poca sanidad mental.
El monarca ni les nota.
—Ya es la segunda semana que hace esto todos los días —resalta la dama con preocupación.
—Desde su llegada al trono siempre ha hecho eso mi Reina, no creo que debas preocuparte —"solo los locos comprenden las cosas de locos" agrega en su mente la Sota.
—Soy consciente de ello, Roderich, mas... mírale, cada día su mirada es más intensa. Como si el horizonte le mostrara un banquete con la más jugosa carne y de más manjares tremendamente exquisitos, o la mujer más bella de la tierra, incluso la bóveda más gigantesca repleta de los tesoros más costosos, mire bien esos ojos, mi Sota, son ojos de deseo. Además, que ahora lo hace diario...
—En la intimidad y confidencialidad de la alcoba, ¿nunca le ha preguntado qué tanto desea?
—Rode, tú mejor que nadie sabes perfectamente que rara es la noche en la que me encuentro con el Rey en la intimidad y confidencialidad de una alcoba. Prefiere dormir solo.
—O no dormir.
—¿Cuántas noches lleva en vela? —vuelve el traicionero tono de preocupación.
—No los suficientes para matarlo, pero los necesarios para desquiciar a cualquiera.
—¿Le has acompañado en la velada?
—Los días que me despierta.
—¿Qué es lo que hace?
—Nada muy... lógico, me ha puesto a trazar mapas, revisar presupuestos, aprobar proyectos navales, subir el fondo de la milicia.
—Todo sin consultar a su Reina, larga vida al Rey de Tréboles —acusa, esta vez sí muy indignada.
—Supongo que el Rey no logra ver a su Reina como nada más que la general del ejército.
—Ya va siendo hora de que lo haga —afirma soltando la mano de su fiel Sota para dirigirse hasta el Rey de la isla. La Sota traga saliva acomodándose los lentes.
Le mira con sus grandes y brillantes pupilas de esmeralda, el monarca por su parte no despeja la intensa mirada del horizonte, perdido en él, con una sonrisa de infante dibujada en su real rostro, la Reina carraspea para llamar su atención.
Lo siento, su majestad, el Rey está indispuesto, no le hace el menor caso. Es entonces cuando la gloriosa Reina de Tréboles decide poner su mano sobre la capa que cubre el hombro de su rey
—Mi señor de Tréboles —le llama con voz firme—. Su Reina sería muy feliz de saber: ¿Qué es lo que el horizonte tiene que le parece tan interesante?
—Todo —la dama alza sus cejas ante tal respuesta.
—¿Qué es "todo" exactamente?
—El Reino de Espadas, él.
—¿Quién? —se lo piensa— ¿El Rey de Espadas? —pregunta exaltada.
—Sí.
—Mi señor... si no es mucho el atrevimiento, responda, ¿Qué del Rey de Espadas es lo que le llama tanto la atención que le hace pararse aquí día tras día a admirarle de forma imaginaria?
—Su reino, su reina. Lo quiero. Quiero sus tesoros, quiero su territorio, quiero que sean uno conmigo —responde sonriente.
—Mi Rey... —la castaña lleva sus manos a los labios para morder su índice con preocupación—, usted es conocedor de la espantosa relación que el Reino de Tréboles sostiene con el Reino de Espadas... —de pronto suspira aliviada—. Ahora entiendo los deseos de mi Rey, lo que usted desea es mejorar las relaciones económicas y ese tipo de cosas ¿No es así mi señor? Solo había que pedirlo. Le pediré a la Sota que comience con la revisión de tratados inmediatamente —comenta haciéndole señas a su Sota para que se acerque donde los monarcas.
—No —responde el Rey de Tréboles—. No son esos mis deseos, Reina.
La leal Sota se coloca al costado de su reina, la mira de reojo mientras el Rey avanza por el balcón aun sus despegar sus violetas ojos del imponente horizonte.
—Reina. No quiero mejorar relaciones con nadie —explica lento, con una sonrisita perturbadora—. Si acaso, será la relación con el Reino de Diamantes, necesitaremos un gran capital para lo que he estado planeando.
La Sota se tensa, apretando con fuerza su bastón, porque no le gusta en lo más mínimo la idea de gastar capital.
—Ya va siendo hora de que caiga el reino de ese asqueroso cerdo —sus ojos violetas, perdidos en el horizonte de pronto se encuentran con los de la Reina, esta tensa la espalda—. General, espero que sus tropas estén preparadas.
—Mis hombres están siempre listos, mi señor —contesta al instante.
—Bien, pienso iniciar con una invasión a la costa sur del Reino de Espadas. Sus hombres deberán instalarse en el territorio ganado cuando la batalla llegue a su fin —a la reina no le queda de otra más que asentir con un "Sí, mi capitán" —. Sota, no eres alguien diestro en el arte de la guerra —resalta, el castaño le fulmina con la mirada, pero asiente—, por eso vas a estar a cargo del Reino y de enviar suministros.
—Mi Rey —interviene la Sota con cierta angustia—, eso, si es que comprendo bien, significa que no acompañaré a su Majestad —refiriéndose a la Reina—, en vuestra travesía.
—Exacto, debes quedarte a dar órdenes desde el palacio.
—No, eso no —protesta la Reina—. Él ha estado conmigo en toda batalla que he comandado. Sin la Sota real no podré hacerlo —puntualiza con desesperación.
—Nunca se presenta en el campo de batalla.
—Pero está presente conmigo, me apoya y cree en mí, Mi señor, consiga otro capaz de liderar el reino.
—No confío en nadie más y sé que no hay nadie más capaz.
—Pero... pero... por favor, Rey mío... —los largos dedos de pianista que posee la Sota se colocan como apoyo sobre el hombro de la Reina, ella voltea su verde mirada a los ojos violetas de su Sota ocultos por los cristales de sus anteojos.
—Elizabeta —le llama por su nombre, su majestad de Tréboles no se contiene, le toma de la mano con fuerza y angustia—. Mi Reina, mi mejor amiga, mi felicidad, mi alegría es verla a usted contenta. No importa si estamos a menos de un metro o separados por el más eterno de los mares, mi alma siempre estará acompañándola, a mi Reina, a la doncella de mi vida. Si no podemos estar juntos físicamente durante esta guerra, sólo déjeme saber de usted, una carta de mi puño y letra surcará el mar para encontrarse con usted, no tenga duda. Además, prométame, se lo suplico, mi señora, prométame que volverá con vida para que pueda seguir riñéndola por no portarse como señorita.
Los ojos de amatista se empañan, sus mejillas adquieren un color rojo intenso y una sonrisa se dibuja en su rostro, el Rey observa con curiosidad, pues no entiende nada. La monarca no lo soporta, se lanza de manera poco propia a los brazos de su Sota, le llora un poco sobre el hombro. La Sota corresponde al abrazo con angustia también.
—Volveré en una sola pieza y cuando vuelva quiero uno de tus pasteles de chocolate, lo voy a compartir con el hombre de mi vida —le susurra al oído, como un secreto, su secreto.
La sota sonríe, ahora más tranquilo.
El Rey sigue curioso de saber qué demonios está pasando, aunque no le interesa demasiado.
—El ataque iniciará en una semana, cualquiera que retrase este plazo será exterminado —deja claro el Rey de Tréboles comenzando a caminar con saltitos hacia los interiores del palacio de Tréboles.
—Mi Rey —llama la Sota, sin separarse demasiado del abrazo, el gobernante le mira de reojo—. Comenzaré inmediatamente a redactar la declaración de guerra.
—No es necesario, mi leal Sota —sonríe cálidamente—. La redactaré yo mismo.
El Rey se adentra entre los poderosos e imponentes muros de su castillo, decorados con esmeraldas en las largas paredes de jade que sostienen pilares de marfil, los colgantes de peridoto resaltan en el techo y la tenue luz logra acentuar la maquiavélica sonrisa de su majestad.
Llega a su despacho, se sienta en su silla sacando papel, la larga pluma de pavorreal le sirve para redactar una joya de la literatura en cuanto a declaraciones de guerra.
"¿Quieren ser uno con el Reino de Tréboles?
Si me atrevo a ser sincero, esa no fue una pregunta. Es su futuro.
Rey de Tréboles."
La carta es enviada, uno de los mensajeros reales la pone en su carroza para recorrer medio reino hasta llegar a la costa donde tomará un barco para llegar a su destino final.
Un individuo vestido de negro con una caperuza que cubre su rostro se las ingenia para tomar la carta en la carroza del mensajero. Con sus profundos ojos escarlata lee la misiva y suelta una carcajada tremenda con su voz rasposa.
—Ese papanatas quiere una guerra... Oh más bien parece que quiere robarle la reina al buen gordo Rey de Espadas, kesesese. De esto tiene que enterarse Peter.
Carta dentro de su morral. Salta en otra carroza que va mucho más rápido, así hasta llegar al puerto, donde sin pedir permiso a nadie sube a un barco que se dirige al Reino de Espadas, leyendo y releyendo la misiva como si fuera un chiste. Dejando a la vista, entre cada carcajada sus afilados colmillos.
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A partir de aquí comienza el verdadero drama.
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