III

Una sota galantemente vestida con telas finas de brillante amarillo que adornan millones de pequeños diamantes, avanza por los pasillos del exageradamente enorme palacio de Diamantes.

La enorme y estrafalaria puerta de los aposentos del rey es abierta por la Sota, tres segundos después tenemos a la Sota sonrojada esperando detrás de la puerta pues el galante Rey de Diamantes estaba a mitad de una actividad carnal sumamente intensa.

En cuanto los sonidos de índole lujuriosa cesan la Sota aún con un terrible sonrojo sobre las mejillas se adentra en los aposentos de su majestad.

—Mi Rey...—le llama tímidamente.

—Ah Vash, hola—responde peinándose lo mejor que puede mientras la afortunada damisela desechable del Rey está tratando de recuperar el aliento.

—Mi Rey, necesito tratar un tema de suma...— observa a la mujer sobre la cama del rey y más sangre llega hasta sus mejillas—, suma...ah... impo...bueno... es decir... es que...— vacila terriblemente porque para desgracia de la pobre Sota de Diamantes; su rey no lleva prenda alguna. El Rey de Diamantes nota donde está la mirada de la Sota, sonríe con una sonrisa capaz de hacer sonrojar hasta a las rocas.

—Oh... ¿Ella te parece interesante? —pregunta en un tono seductor.

—¡No! No... no... no... no es eso—carraspeo—, su majestad...

—Ah entonces es la actividad en sí— suelta logrando de su Sota se tense mirándole a los ojos.

—No... ¡No! —apanicándose.

—Nos interrumpiste, querida Sota mía— resalta con una voz grave. Coqueteándole más que riñéndole.

—Ah eso... Perdóneme mi Rey, es que en serio necesito...— una pierna del rey baila lentamente hasta estar entre las dos de la Sota. El más pequeño tiene un escalofrío frunciendo el ceño—. ¡Mi Rey!

Al rey le importa más o menos una mierda el reclamo de su Sota, baja el cuerpo hasta poder susurrarle al oído:

—¿Sabes, mi querida Sota, lo que le pasa a los que me interrumpen?

—Son decapitados mi... —acercamiento y movimiento de pierna por parte de Su majestad de diamantes—. ¡Mi señor...! —suelta acabando la frase en una especie de grito desgarrante que en algunas culturas se conoce como gemido, esto logra una genuina sonrisa en los labios del Rey de Diamantes.

—Son decapitados, oh sí —le pasa una mano por el pelo mientras la mujer se retira—. Es un terrible desperdicio mandar a decapitar a mi Sota.

—¡No debería hacerlo! —trata de poner resistencia al toqueteo, pero falla—. Si le he interrumpido, mi Rey, ¡es por un asunto importante! — el monarca ignora a su sota al notar que su damisela las ha hecho de furtiva. Frunce el ceño, la Sota le mira enfadado, pero con una ceja levantada.

—Se ha ido —declara el Rey de la nada.

—Mejor, así podrá ocupar mayor atención en el asunto del que he venido a hablarle —sentencia en un tono profesional, moviéndose en forma que busca liberarse del agarre de su rey.

—Nada de "mejor". Tu Rey quería, no más bien tu Rey exige una segunda ronda.

—Mi Rey, este es un asunto que impera vuestra... —la traviesa mano del Rey de Diamantes baila hasta llegar donde la espalda pierde su noble nombre en el tenso cuerpo de la Sota de diamantes.

—Nada, o sea ¡Nada! En este reino, en este ¡Esplendido Reino de Diamantes! Impera más que los deseos de tu Rey —declara mientras, con habilidad comienza a retirar la banda que ciñe el uniforme de la Sota, este tiembla, se tensa comenzando a respirar agitadamente.

—Vuestro esplendido... Reino de Diamantes... corre... corre... con... facilidad... un gran... —Habla con dificultad mientras el Rey se le acerca más acariciando sus muslos—. ¡Peligro!

—¿Qué peligro? ¿Mis súbditos comienzan a vestir con ropa del siglo anterior?

—¡Impera más que eso mi Rey! —adiós al gorrito de la noble sota, el Rey lo retira con una suave caricia que le acomoda el cabello de tal manera que el monarca logra morder un poco el cuello de su subordinado, este tiembla en un violento movimiento que reza por la libertad.

—¿Sí? ¿Qué es? —como si nada.

—Mi Rey... —suspiro ahogado—, la economía...

—Prospera como solo un maravilloso rey sabe mantenerla —en un par de caricias la Sota de Diamantes pierde su chaqueta.

—¡Deje de hacer eso, Majestad! —trata de golpearle con el hombro—. La economía del Reino es insostenible —suelta por fin. El Rey le baja los pantalones acariciando los muslos desnudos de su Sota que lucha por cerrar las piernas, temblando, pasa las yemas de sus dedos por lugares donde el sol jamás ha posado sus rayos mientras piensa en cada palabra dicha por su Sota y por fin le suelta.

La Sota respira con alivio. El de cabello rizado se sienta sobre su cama.

—Explícate —la Sota se sube los pantalones, se arregla el uniforme en general.

—Las minas de diamante del Reino comienzan a agotar recursos, mi señor.

—Tus cálculos.

—En dos años en el mejor de los casos, en el peor de ellos; en este momento están removiendo el último diamante de las minas del reino —explica acomodando su gorrito, mira a los ojos de su rey, esos profundos ojos azules, no comparables ni con el más puro de los zafiros, eran más como parecidos al diamante azul más valioso y delicado que el hombre en toda su historia ha extraído. Esos ojos se clavan en los verdes, con una mirada la Sota de Diamantes entiende a la perfección lo que el Rey trata de transmitir: preocupación.

Se masajea el puente de la nariz negando con la cabeza.

—Dime, Sota adorada... que este reino de prosperidad aún puede alardear, ya no de su producción minera, sino de sus demás atributos que le permiten mantenerse a flote como lo que es, como el magnífico Reino de Diamantes.

—Mi señor... aún tenemos la producción textil más abundante, las costureras del Reino son aclamadas, pero los ingresos de la producción son despreciables en cuanto lo comparamos con lo que las minas nos dejan, sin mencionar que el Reino de Tréboles no es un aliado comercial a la hora de comprar textiles...o algo.

—Si lo que dices es verdad... el reino caerá —susurra—. Mi reino...

—Mi rey, necesitamos un plan.

El Rey de Diamantes se recuesta sobre la cama queriendo cortar cabezas. Se vuelve a su Sota hasta cerrar los ojos, he ahí una epifanía.

—Eso es —susurra de nuevo. La Sota le mira, levanta una ceja en cuanto nota que en los labios de su monarca hay un asomo de sonrisa—. Mi fiel Sota, tengo la solución a las penurias de nuestro encantador y glorioso Reino de Diamantes —declara levantándose de la cama.

La Sota le mira sorprendido de que pudiese pensar una solución para tan enorme predicamento en cuestión de siete minutos cuarenta y tres segundos.

—Responde a tu rey, querida Sota ¿Dónde está tu abuelo?

—Mi... ¿mi abuelo?

—Yo cuestiono, Sota, usted responde.

—Mi abuelo murió en las guerras de colonización, mi señor.

—Correcto, mi abuelo, el más magnifico Rey de Diamantes que ha conocido la historia, puesto que posee después de tu amado rey, por supuesto, fue grande gracias a la conquista, gracias a la guerra, mi abuelo construyó este reino, no, este imperio, a base de invadir, a base de sangre y cabezas rodando por los suelos —la Sota de incomoda, después de todo es su abuelo de quien rodó la cabeza—. Solo hay que repetir la historia.

El más bajo abre los ojos con sorpresa.

—¿Repetir la historia...?

—¡Eso mismo!

—No estará insinuando que...

—Sí, sí ¡Sí!

—No, no ¡No!

—Mi noble Sota, por favor ¡Es la idea más magistral que alguien pudo haber tenido!

—Mi señor, invadir...

—Conquistar —le corrige, la Sota pone los ojos en blanco.

—Conquistar —rectifica con cansancio—, no creo que sea l idea más prospera, el Reino de Corazones es nuestro socio comercial más ávido y...

—No pensaba conquistar el Reino de Corazones, Sota mía —sonríe de manera maliciosa.

—¡Imposible conquistar el Reino de Espadas! Son fuertes, su Reina...

—Es allegado del diablo, lo sé, además su Rey es un... No. Ellos Jamás —en sus adentros el Rey de Diamantes imagina a la Reina de Espadas retorciéndose de dolor debajo de él pidiendo piedad.

—No... —la Sota palidece pues solo queda una opción sobre a quién declararle la guerra.

—Adivine mis planes, adorada Sota.

—No... —da unos pasos hacia atrás.

—Obedece a tu Rey.

—El Reino... de... Tréboles.

—Mi Sota es la Sota más lista de todo el Reino y sus alrededores.

—No, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no ¡No! ¡No! Mi Rey, piense con claridad, atacar a los tréboles sería un suicidio y uno muy estúpido.

—No se lo esperan, será grandioso.

—¡Declarar la guerra es un suicidio y uno demasiado estúpido! —el Rey da vueltas caminando pomposamente por toda su habitación brindando a los comentarios de su súbdito de ninguna importancia.

—Atacar el mismo día que sea entregada la misiva que anuncia la declaración de guerra. No es cobarde ¡Es esplendido!

—¡La Reina! ¡Es un riesgo para la Reina!

—No la inmiscuiré en esto, pues esconderla si gustas, en las montañas del norte, zona neutral. Aunque no entiendo por qué protegerle tanto... no me dejas consumar aún el matrimonio... —se lamenta.

—¡Y nunca te lo permitiré!

—Bien. Alguien debe tomar su lugar —sentencia.

—Por eso la Reina y medio Reino le permite acostarse con la otra mitad del Reino —seco.

—Mmm... ¿Qué mitad eres?

—Yo... ah... —el Rey no le permite contestar y se abalanza sobre él buscándole los labios, pero solo consigue morder un poco su cuello.

­—¡No! ¡Suélteme, su majestad! —lucha por su libertad.

—Mi segunda ronda —mordida directa a la manzana de Adán.

—Debo redactar la declaración de... guerra... —trata de excusarse soltando jadeos ahogados por las zonas donde el Rey está tocando.

—Yo me encargo de ello, ahora preocúpate por mantener satisfecho a tu Rey.





Con Galantería, El reino de diamantes accede a reclamar por medio de acciones bélicas toda riqueza en tierras más allá del mar.

Se desconocerá la piedad, el ejercito de oro les brindará de una batalla épica, más vale, mis :amados Reyes de Tréboles que estén preparados para el ataque.

Con todo el romance y el amor en mi humilde corazón:

El Rey de Diamantes.  

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