I
Se escucha resonando en el pasillo los duros tacones chocando con el piso de mármol decorado con preciosos azulejos de lapislázuli.
La Reina de Espadas camina tranquilo con las manos en la espalda, su reloj marcando los segundos sin piedad, en su rostro se asoma una macabra sonrisa, mueca que denota sed: sed de poder, de riquezas y sangre.
Abre la puerta del enorme salón del magnífico Rey de Espadas, el cual admiraba su reino desde la ventana. La reina sonríe mientras el reloj marca las doce con exactitud. La Reina se acerca a su Rey abrazándole del cuello por la espalda.
—Dile a tu Reina ¿En qué piensa el Rey de Espadas cuando observa su reino? — exige, susurra con la voz digna del siseo de una serpiente mortal y venenosa.
—¡Arthur! — exclama contento— ¿Pensar? Tu Rey al admirar su reino no piensa— declara.
—Dígame algo que no sepa, su majestad, sé que nunca piensas.
—No me refiero a eso, Reina mía, al admirar mi reino pienso en riquezas, tesoros que ya posee, en gente trabajadora, campos abiertos, una enorme fuerza militar, comercio. Pero no hace falta pensar en ello. Esas son cosas que mi reino ya tiene, no debo pensarlo, si quiera imaginarlo, solo admirarlo.
—Yo no veo algo... algo que quiero.
—¡Jaja! ¿Hadas? ¿Qué le puede faltar al maravilloso, grandioso y unido Reino de espadas?
—Poder.
La Reina se separa del Rey acercándose más a la ventana. Él le mira con una ceja levantada.
—Veo a un Rey imbécil que no ve más allá de la ventana de su torre de marfil. Alfred, no solo soy tu reina, soy tu mentor ¿No es cierto? —el Rey asiente, la reina comienza a avanzar hacia la puerta y de nuevo se encuentran en el pasillo. La Reina camina con decisión, sus tacones anuncian su paso.
Comienza a subir las escaleras hasta la torre de arquería.
—¿A dónde me llevas, Arthur? ¿Ya casi llegamos?
—Es la quinta vez que lo preguntas, aprende a medir el tiempo y dime tú ¿Cuánto crees que falta? —pide irritado sin dejar de andar.
—Mmm... ¿Diez minutos? No, eso es mucho ¡Cinco! ¡No! Es demasiado... Mmmm ¿Medio minuto? No, menos ¡Treinta segundos!
—¡No! Y si dices otra estupidez así te encerraré en la mazmorra mientras un esclavo te lee todos los libros de la biblioteca —amenaza.
—Los esclavos no saben leer...
—A callar, idiota, ya hemos llegado.
El de ojos azules sonríe victorioso, pero sigue confundido.
—Es la torre de arquería... Reina mía ¿Por qué me has traído aquí?
—Para tomar el té con galletitas. Idiot. Obviamente, Rey mío, te traje aquí para que dejes de mirar y te pongas a pensar— el Rey levanta una ceja sin entender ni jota, La Reina suspira con cansancio—. Rey de mi reino, hazle un favor a los cielos y dirige tu mirada al sureste— ordena—, dime, Alfred ¿Qué es lo que ves?
—Ehh... ¿El canal de Walgor?
—No, estúpido, más allá del canal de Walgor.
—Está el infame reino de los estúpidos suertudos, que no son virtuosos de tal suerte puesto que tienen al más infame rey que ha gobernado alguna vez alguna tierra.
—Exacto— sonríe con suficiencia—. Ahora, mi Rey, pose esos bellos ojos de zafiro en el noreste. ¿Es lo que ve?
—Ammm País de sentimientos desbordantes, a pesar de que su rey es frío como roca, el Reino de Corazones elevándose con gracia.
—Perfecto, sus ojos al este mi Rey ¿Qué hay más allá del mar de Fourtb?
—El pomposo Reino de Diamantes, reluciendo como dicha piedra preciosa, con sus habitantes regocijándose entre la riqueza y prosperidad del reino.
—Eso es lo que usted distingue entre las lejanías, mi Rey, sin embargo, su Reina no lo ve de esa manera —el hechicero avanza hasta colocarse en el borde de la torre—. En el sureste veo tierras que explotar, al noreste diviso territorio a conquistar, al este veo riquezas que serán mías.
El Rey de Espadas levanta las cejas hasta lo más alto del cielo. Su expresión de sorpresa se desvanece en unos pocos instantes, en sus labios se asoma una sonrisa de maldad, seguridad, sus colmillos relucen admirando el panorama.
—Está diciendo, Reina de Espadas, ¿Qué debemos... invadir?
—Estaba pensando en un término más elegante, como conquistar.
—Se me ocurre uno mejor: Enseñar. Enseñemos a esos pobres reinos la magnificencia de mi, de nuestro asombroso Reino de Espadas.
—Imperio, mi Rey, de nuestro Imperio— sonríe maliciosamente.
—¡Les mostraremos a esos reinos insípidos como explotar bien sus recursos!
—Ahora que cuento con tu aprobación iré ya mismo a redactar la declaración— comienza a darse la vuelta— ¿Cuál es el primer país al que desea iluminar, mi Rey?
—Es el mejor capricho que has tenido en años— resalta—. El Reino de Corazones. Iremos a lo seguro, una vez conquistado continuaremos la expansión, obtenidos los diamantes golpearemos con toda la fuerza al asqueroso Reino de Tréboles.
—Concuerdo.
Con la sonrisa más calmada y a la vez la más ambiciosa el nombrado Reina de Espadas se retira.
Esta vez los tacones de sus largas botas azules anuncian dolor, muerte y su sombrero de copa suelta un aire de soberbia.
Abre con violencia las puertas de la oficina de su sota, Wang Yao, proveniente de tierras lejanas.
—Deja a tu Reina sentarse un momento. Tengo una carta que redactar.
Tengo el placer de ser yo, La Reina de Espadas, quien redacta la presente, en la cual me complace anunciar que mi reino iniciará una expansión hacia el desgraciado Reino de Corazones en pos de iluminarle hacia el camino de la estabilidad y el bienestar.
Específicamente, de la manera más diplomática que la tinta sobre papel me permite, me refiero a la Reina y Rey de Corazones para pedirles su rendición, esto facilitaría el proceso de conquista, por supuesto, es lo más sensato por lo que ustedes, gobernantes, pueden optar. Esto debido a que el Reino de Espadas una vez comenzada la primera agresión armada desconocerá el concepto de "piedad".
Deseándoles la más pútrida decadencia de su monarquía:
La Reina y Rey de Espadas.
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Esto apenas es el inicio. Por cierto, esta historia imita a la vida, por lo que no hay pareja oficial y estable del todo. ¡Concentraros en la trama y los estudios, no tanto en el romance! Igual habrá una que otra parejita por ahí y si os portaís bien; un buen lemon.
¡Gracias por leer!
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