Capítulo 20
Capítulo 20
Harry aterrizó en una pila de nieve con una maldición en sus labios. De todas las cosas que podían haber sucedido no había esperado que Voldemort le pasara un maldito Traslador. Sin importar cuantas veces lo intentara, que podían ser contadas con los dedos de una mano, nunca la agradaría. Aún le hacía recordar el Traslador en cuarto año que lo había llevado junto a Cedric al cementerio.
Poniéndose de pie Harry se dio la vuelta, tratando de averiguar dónde estaba. Pese a ser temprano no tenía idea de dónde estaba. Todo lo que podía ver eran árboles, nieve cubriéndolo todo y, miren, más árboles. Harry bufó divertido. Confiaba en Voldemort lo suficiente para saber que no lo enviaría a ningún lugar peligroso. Pero un Traslador podía ser manipulado para enviar a alguien en otra dirección o simplemente funcionar mal.
Sabiendo que no había mucho que pudiera hacer sobre su situación actual, Harry se preparó para esperar lo que sucedería. Al menos podría defenderse si algo malo pasaba. Era un pequeño consuelo pero estaba dispuesto a tomar lo que pudiera.
Se frotó los brazos, tomando confort en el movimiento, aunque no le traía mucho calor. Ya que había esperado pasar su día dentro de la mansión no estaba preparado para el frio. Su túnica era demasiado ligera para usarla afuera, en especial siendo invierno. Parecía que el viento se colaba por entre sus ropas.
Tiritando, Harry se apoyó contra un árbol. De esta manera al menos su espalda estaba protegida si algo sucedía. Sintió una corriente de magia bajo su piel, lista para ser liberada si algo pasaba y la necesitaba.
Una gran mano agarró su hombro y Harry dio un salto dejando escapar un gritito masculino. Sin pensarlo dos veces su magia hizo que la persona saliera volando lejos de él. Oyó a la persona chocar contra el suelo, por el sonido la persona era un hombre grande, pero Harry no entendía como el hombre pudo acercarse tanto sin que lo notara. Lentamente se giró para mirar a su atacante.
El ver a Fenrir Greyback en el suelo luciendo confundido hizo que Harry se largara a reír ante la hilaridad de la situación. Estaba consciente de lo difícil que era sorprender a un hombre lobo con sus súper sentidos y todo eso y sabía que fue más suerte que habilidad lo que hizo que Greyback terminara en el suelo.
La risa de Harry murió cuando Greyback se puso de pie. El hombre lobo se movió lentamente y mantuvo sus manos donde Harry pudiera verlas, como si estuviera frente a un animal asustado. El cuerpo de Harry se tensó cuando Greyback se paró en toda su estatura. La última vez había visto al hombre fue en la casa de Remus y en esos momentos había estado un poco ocupado para prestar atención a lo grande que era en realidad el hombre lobo.
Sus ojos no dejaron el cuerpo de Greyback ni por un momento. Harry sabía lo suficiente sobre hombres lobo para saber que en su forma humana eran muy difíciles de vencer en una pelea. En especial si uno quería ganar.
—Si hubiera sabido que ibas a pelear así jamás habría accedido con Voldemort a dejarte venir aquí sin que él te dijera lo que sucedería.
Frunciendo el ceño Harry fulminó con la mirada al hombre lobo cuando este se acercó. Alguien le había mencionado que Greyback era uno de los aliados de Voldemort, lo que significaba que era seguro para él estar con el hombre lobo.
—Creo que reaccionarias de manera similar si de repente te encontraras congelándote el trasero en un bosque desconocido.
El licántropo sólo levanto una ceja.
—¿Eres un mago o no? Para alguien que se supone es el igual del Señor Oscuro, no eres tan inteligente.
Suspirando, Harry uso un hechizo calentador sobre sí mismo, en silencio retándose por no haber pensado en eso antes. Se disculpó con la razón de que aún no se acostumbraba a usar su magia libremente.
Los dos se observaron desde lejos. Viendo la musculatura de Greyback, Harry se prometió que no pelaría con el otro tipo. Parecía como si Greyback pudiera partirlo por la mitad con sólo dos dedos. Harry levantó una ceja ante la opción de ropa de Greyback, o mejor dicho ante la falta de estas. El hombre de cabello gris estaba usando pantalones muggle y nada más, ni siquiera tenía zapatos. Harry no tenía idea de cómo podía soportar el frio. Harry aún tiritaba pese al hechizo que había utilizado.
—¿Vienes, Cachorro?
Cuando Greyback dio un paso hacia él, Harry automáticamente tomo uno hacia atrás siseándole al hombre.
—Aléjate de mí o lo lamentaras.
Indiferente, Greyback continuó hacia Harry que caminó hacia tras una vez más.
—Si sólo te relajaras un poco Cachorro, podríamos avanzar. Hay alguien que quiere verte—. Cuando Harry no hizo movimientos para seguirlo Greyback rodo los ojos—. Si vas a actuar como un cachorro entonces te trataré como uno.
Antes de que Harry tuviera tiempo de reaccionar Greyback ya se había movido. Una gran mano lo agarró del cuello y Harry sintió que sus pies ya no tocaban el suelo.
—Ahora pórtate bien. Como te dije, iremos donde un amigo.
Entrecerrando los ojos, Harry fulminó con la mirada a Greyback mientras el hombre lobo lo llevaba, suponía Harry a la parte más profunda del bosque.
—Puedo caminar bien solo.
—Quizá, pero harías mucho ruido y de esta manera llegaremos más rápido. Ahora guarda silencio y quédate tranquilo antes de que arruines la sorpresa.
Gruñendo, Harry cerró la boca pero no dejó de fulminar con la mirada lo mejor que pudo al hombre lobo. La verdad era que quería saber lo que estaba sucediendo. Y suponía que la mejor manera de averiguarla era seguirle el juego en lo que fuera.
Caminaron en silencio durante lo que le pareció una eternidad a Harry. O mejor dicho Greyback caminó mientras Harry colgaba en el aire. Era sorprendente que Greyback no se cansara de llevarlo así. Por otro lado, tenía fuerza de hombre lobo y Harry estaba seguro de que Greyback había levantado cosas mucho más pesadas.
—¿A dónde me llevas?
—El Señor Oscuro pensó que éste sería un regalo apropiado, además de que me ayuda.
Harry frunció el ceño pensando en las palabras del hombre lobo, que no le había respondido su pregunta.
—¿Dónde está Remus? Si lo has lastimado me aseguraré de que lo que le hiciste no sea nada comparado con lo que te haré yo.
Un fuerte gruñido rompió el aire y el cuerpo de Harry se tensó. Hace unos días había sido luna llena y suponía que el lobo aún estaba cerca de la superficie.
—Ten cuidado, cachorro. Aunque no te mataría no hay nada que me impida castigarte por no mostrarme el respeto apropiado.
Viajaron en silencio. Harry cruzó los brazos e ignoró al hombre que lo llevaba. En vez de eso miró alrededor, tratando de averiguar hacia donde se dirigían. No ayudaba que nunca antes hubiera estado en este bosque antes y que Greyback se moviera muy rápido para poder observar bien.
Harry estaba preocupado por Remus. Aparte de que el amigo de su padre había sido secuestrado por Greyback no sabía nada más de lo que le había sucedido al hombre. Por todo lo que sabía Remus podía haber sido torturado hasta casi morir. Pero Voldemort le había dicho que Remus era la pareja de Greyback. Harry suponía que eso significaba que el hombre no lastimaría a Remus y que en especial no lo mataría. Pero Harry se habría sentido mucho mejor de poder verlo por sí mismo.
De repente, Harry fue soltado y cayó de pie al suelo. Greyback se tomó un momento para asegurarse de que no caería antes de alejarse de él.
Harry respiró profundamente, mientras trataba de comprender dónde estaba. Estaban al borde de un claro con nada especial para ver. Sólo el suelo cubierto de nieve. Fue cuando Harry se concentró que sintió la magia en el aire, lo que indicaba que estaban frente a una débil pero bien escondida barrera de protección.
—Que inteligente, al usar protecciones débiles se aseguran que nadie note este lugar aunque pasen a su lado. Uno tiene que concentrarse para poder sentirlas pero si alguien lo hace no les tomará importancia por la poca magia que tienen y pensaran que es algo natural.
Una gran mano aterrizó en su hombro y Harry soltó la magia que tenía acumulada de manera instintiva. Hizo una mueca cuando sintió gruñir al hombre lobo pero Greyback no salió volando esta vez.
—Tienes que tener cuidado cachorro, una vez es un accidente, y dos veces puede ser perdonado. Peor si lo haces otra vez podría comenzar a pensar que quieres deshacerte de mí.
Harry no comentó pero se quedó quieto cuando Greyback caminó hacia su lado.
—No puedes entrar a menos que tengas a alguien de la manada contigo. Lo mismo sucede cuando un invitado quiere marcharse.
Harry bufó y cruzó sus brazos.
—¿Vas a dejarme entrar o qué?
El hombre lobo bufó con fuerza.
—Ten cuidado. Aquí estás solo y si te cruzas con la persona equivocada no habrá quien te salve.
Suspirando, Harry pasó una mano por su cabello antes de asentir.
—Bien, entraré contigo. No es como que tenga alguna idea de dónde estoy así que no tengo otra opción.
—Tienes agallas, cachorro. Ya veo lo que le gusta a Remus de ti.
Harry se animó ante las palabras de Greyback.
—¿Dónde está Remus, cómo está? Te juro que si le has tocado un cabello...
—¿Por qué no entramos para que lo veas tú mismo?
Antes de que Harry pudiera responder, Greyback puso una de sus manos en su espalda y lo empujó hacia adelante. Trastabilló pero por suerte logro mantenerse de pie.
Cuando Harry cruzó la barrera de protección el escenario cambió. Ya no estaba el pacifico claro con el suelo cubierto de nieve. En vez de eso Harry se encontró mirando un pueblo escondido. Si hubiera cruzado las protecciones sin tener idea de lo que sucedería probablemente no habría notado las casas que parecían fusionarse con la naturaleza, si no fuera por la gente.
Por lo que Harry pudo ver la manada de Greyback no era muy grande. Pero con la manera en que el Ministerio se dedicaba a cazar a los hombres lobo y a otras criaturas que consideraba peligrosas, suponía que no debía sorprenderse. Harry creía que habían entre treinta y cincuenta personas en el pueblo, manada, o como se llamara. Desde donde estaba parado pudo contar veinte personas, pese a alguna moviéndose, Harry tenía la sensación de que había más personas de las que podía ver.
Sintiendo que la gente lo miraba Harry se sonrojó. La forma en que lo observaban le recordó su tiempo en Hogwarts. Las miradas eran mayormente hostiles pero Harry suponía que podía entender eso. La vida de un hombre lobo no era para nada sencilla y era fácil desconfiar de los extraños que podían volverse una amenaza para la manada.
La gente que veía variaba en edad. El menor que vio fue un niño de como dos años con una mujer mayor que lo fulminaba con la mirada desde lejos. Los ojos dorados eran una clara señal de que esta gente eran hombres lobo. No que lo hubiera dudado pero ahora tenía prueba de ello.
Las casas eran con claridad hechas a mano, quizás algo de magia había sido usada por aquí y por allá pero no mucha. Era la manera más efectiva de esconderse de los Aurores que de seguro estaban buscando a Greyback y su manada.
Una fuerte risa llamó la atención de Harry al medio del pequeño pueblo. Cuando vio un familiar cabello color miel los ojos de Harry se abrieron y sin escuchar las protestas de Greyback marchó hacia el grupo de niños de diferentes edades que rodeaban al hombre. Mientras caminaba Harry se fijó en la apariencia de Remus. El hombre lobo lucia mucho más saludable de lo que Harry recordara haberlo visto antes. No sólo eso, Remus se veía feliz y estaba riendo por algo que uno de los niños le había dicho. En vez de túnica el hombre lobo estaba usando una sencilla polera azul y pantalones. No parecía que el frio le molestara en lo más mínimo.
Antes de que pudiera acercarse mucho, Remus levantó la cabeza y lo miró directo a los ojos. Harry se detuvo de golpe, de repente inseguro de qué hacer. No había visto a Remus desde el ataque en la casa del licántropo cuando habían sido separados a la fuerza.
Fue Remus quien tomó la decisión. El hombre se puso de pie, calmó a los niños que lo rodeaban con una sonrisa y caminó hacia él sin dejar de mirar a Harry a los ojos. A un paso de él Remus se detuvo y dejo que sus ojos dorados recorrieran el cuerpo de Harry con una mirada de incredulidad.
—¿Cachorro?
Harry se quedó sin aliento al oír el sobrenombre que Remus usaba para él. Había pasado mucho tiempo desde que alguien lo había llamado así. Greyback no contaba porque Harry no tenía una conexión con el hombre lobo y Harry aún no tenía idea de por qué lo llamaba así.
—Cachorro.
Harry se encontró envuelto en un feroz abrazo y sus pies dejaron de tocar el piso. La primera reacción de Harry fue liberar su magia como lo había hecho con Greyback pero se logró contener. No sólo Harry tuvo la sensación de que no saldría con vida si hacia algo así, sino que además era Remus. Había sido amigo del padre de Harry y había ayudado a Harry cuando no había tenido donde estar. Harry sabía que Remus moriría antes de lastimarlo.
Harry regresó el abrazo y enterró su cara en el cuello de Remus para esconder sus lágrimas. La última vez que había visto al hombre lobo, Remus había estado inconsciente y sangrando. Verlo vivo y bien era mucho mejor que haberlo escuchado de alguien.
Al fin Remus dejó a Harry en el suelo y por un rato ambos se miraron sin decir una palabra.
—Cachorro, ¿qué estás haciendo aquí?
Harry levantó una ceja, notando el hecho de que Remus aún no decía su nombre. Suponía que tenía una buena razón para eso y esperaba que Remus luego la compartiera con él.
—Pensé que estarías feliz de verme. Pero para decir la verdad, no tengo idea de que estoy haciendo aquí. Voldemort sólo me paso un Traslador y desaparecí de la Mansión Malfoy y aparecí en este bosque donde Greyback me encontró.
Ambos se giraron a mirar a Greyback que se había acercado a ellos mientras Harry y Remus se saludaban. Harry se paró de tal manera que quedó entre ambos hombres lobo. Le molestó ver que ambos hombres fueran más altos que él. Suspirando Harry supuso que era algo a lo que tendría que acostumbrarse.
Claramente divertido, Greyback bufó.
—Eres valiente, cachorro, concedo eso. Pero no hay razón para que pienses que debes proteger a Remus. Él quiere estar aquí.
Mirando sobre su hombro Harry vio que Remus asentía y se relajó.
—Así que, ¿a alguien le molestaría decirme que estoy haciendo aquí?
Harry miro directo a Greyback. Obviamente Remus no había sabido nada sobre su llegada.
—El Señor Oscuro y yo pensamos que sería bueno para ambos si el cachorro venia aquí por un par de días. Piensen que es una especie de regalo de Navidad.
Harry parpadeó sorprendido. No tuvo nada que ver con las lágrimas que amenazaban con caer. No en absoluto. Si alguien preguntaba le echaría la culpa al frio que sentía.
Para su sorpresa Remus paso a su lado y le dio un suave beso en la mejilla al otro hombre lobo. Los niños vitorearon y no parecían afectados por la mirada molesta que Greyback les dio. Pero no había fuego en la mirada así que Harry no pudo decir que fuera una sorpresa.
Harry ladeo su cabeza.
—Creo que me estoy perdiendo información vital. Esto no tiene sentido para mí.
Remus puso una mano en el brazo de Harry y guió al chico lejos del grupo.
—Te mostraré dónde te quedaras, cachorro, y te diré todo lo que sucedió. Luego tú me contaras lo que te paso a ti desde la última vez que te vi. Oír de segunda mano no es tan bueno como oírlo de tu boca.
Dejando los niños con Greyback, que se veían felices de pasar tiempo con su alpha, Harry y Remus se alejaron. Ninguno respondió a la mirada enojada que Greyback envío en su dirección. Estaba más que claro que el hombre lobo no estaba feliz de ser dejado así.
—En la sociedad licántropa los hombres lobos tienen pareja destinada, a menudo es otro hombre lobo. Si ese no es el caso el hombre lobo morderá a su pareja, por accidente o por elección.
—Y tú eres la pareja de Greyback, ya sabía eso.
Remus se quedó en silencio por unos minutos antes de asentir.
—Conocí a Fenrir antes de entrar a Hogwarts.— Harry lo miró, esto no lo sabía y no tenía intenciones de perderse ni la más mínima información. —Crecimos como amigos, aunque mis padres no sabían nada sobre eso. Si lo hubieran sabido lo más probable es que me hubieran impedido verlo. Pero resulta que Fenrir fue mi mejor amigo durante mi infancia. Nos conocimos en un bosque y me enseñó cómo vivir en la naturaleza.
Una mirada de tristeza cruzó el rostro del hombre lobo.
—Todo cambió cuando recibí mi carta de Hogwarts. Se la mostré a Fenrir y él se enojó, me llamo traidor y otras cosas más. Pero luego se calmó y me dijo que me mostraría un secreto suyo si nos encontrábamos en el bosque a la noche siguiente. En ese tiempo Fenrir era mi mejor amigo, y no quería perderlo. Así que no reunimos y no le conté a mi padre sobre eso.—Harry observó cómo el rostro de Remus se oscureció cuando continuó con su historia. —Esa noche era luna llena y justo frente a mis ojos mi mejor amigo se transformó en lo que yo creía en ese tiempo era un monstruo. Fenrir me mordió, pero antes de que pudiera pasar algo más mis padres aparecieron, forzándolo a huir, mis gritos los habían alertado. Después de eso fuimos visitados por Dumbledore, y prometiéndole que no le diríamos a nadie que yo era un hombre lobo me permitió asistir a Hogwarts. Mis padres y yo estábamos muy felices y no volví a ver a Fenrir hasta muchos años después.
Caminaron en silencio y Remus volvió a hablar.
—Yo tenía muchos prejuicios sobre lo que era vivir en una manada. Desde que me mordió nunca tuve una relación verdadera con otros hombres lobo. Aunque había visitado otras manadas para convencerlos de que se unieran al lado de Dumbledore en la guerra, nunca estuve lo suficiente como para recibir una buena impresión de cómo era vivir en una manada, de ser parte de algo más grande.
—Ten cuidado Remus, lo próximo que sabremos de ti es que andas por ahí vestido con horribles túnicas traumatizando niños ofreciéndoles caramelos de limón al azar diciéndoles que es por el bien mayor.
Remus se vio verdaderamente horrorizado ante sus palabras y Harry rió en voz baja. Había olvidado lo divertido que era hablar de esta manera con el hombre lobo. No que fuera una tarea sencilla. La mayor parte del tiempo Remus estaba demasiado calmado para ser sorprendido por nada. Esta no había sido una de esas ocasiones.
—Prométeme, cachorro, que nunca dirás algo así otra vez.
Harry asintió, haciendo una nota mental de preguntarle a Remus más tarde por qué ni él o Greyback lo llamaban por su nombre. Aunque Harry suponía que eso tendría que esperar un tiempo hasta que tuvieran más privacidad de la que tenían ahora.
—Cuando desperté la primera vez quería irme y buscarte. Me dijeron que habías desaparecido de la Mansión Malfoy y que el señor oscuro sabía sobre tu segunda identidad.
Harry intentó tragar pero encontró seca su garganta. Con facilidad podía imaginar como Remus debió sentirse en esos momentos.
—Fenrir me mostró que no estaba solo y siguió trayendo tanta información sobre ti como le era posible. La vida aquí es bastante placentera. Aunque el mundo mágico no acepta a los hombres lobo, así que tenemos que escondernos, me gusta aquí. La gente no se mira una a otra con lástima, odio o desconfianza porque no eres considerado completamente humano. Y desde que me uní a la manada mis transformaciones han estado casi libres de dolor. Y soy aceptado por primera vez en mi vida, sin importar quién soy. La gente aquí te juzga por lo que puedes hacer y no por quien eres.
—¿Y los merodeadores? Ellos te aceptaban, ¿no es así?
Harry mantuvo su voz baja aunque sabía que la gente aún podía oírlos. Mirando a Remus vio una sonrisa de tristeza en el rostro del hombre.
—Así era. Tu padre y Canuto eran gente maravillosa. Pero el hecho era que aún debía esconder una gran parte de mi ser. Ellos me aceptaban, pero aun había cosas que no podía mostrarles porque temía cómo podían reaccionar ante el conocimiento de algunas de las urgencias que tengo como hombre lobo. Aquí no hay nadie que me mire extraño si le gruño a alguien.
Se detuvieron fuera de una de las casas más grandes ubicada en el medio del pequeño pueblo. Cuando Remus abrió la puerta Harry le dio una mirada interrogadora antes de entrar. Remus lo siguió y cerró la puerta tras ellos, Harry se tomó unos momentos para que sus ojos se acostumbraran a la luz más tenue.
La casa no era tan simple como lucía desde afuera, y aún así Harry tuvo la sensación de que había retrocedido en el tiempo, mucho más que la última vez. El mundo mágico estaba muy atrasado en comparación con el mundo muggle. Pero vivir en una comunidad de hombres lobo parecía ser peor. Sólo había pruebas mínimas de que esto era parte del mundo mágico, como algunos libros de varios temas mágicos y un reloj como el que había visto en La Madriguera. Pero era más pequeño y solo tenía los nombres de Greyback y Remus. Aparte de eso el lugar era muy espartano. Había una pequeña hoguera en el medio del lugar y al levantar la mirada Harry notó que había un agujero en el techo del lugar para dejar salir el humo. Había dos pilas de pieles, y al ver que no había más habitaciones en el lugar Harry supuso que esa eran las camas pero no se sintió perturbado por eso. Harry estaba seguro que esa pila de pieles debía ser mucho más cómoda que el colchón en el que había dormido en la alacena bajo las escaleras. O que la cama de la segunda habitación de Dudley.
Remus lo guió hacia una pequeña banca de madera y ambos se sentaron, mirándose uno al otro en la penumbra del lugar.
—Así que, tú y Greyback son pareja.
Era más una declaración que una pregunta pero Remus de todas maneras asintió, un pequeño rubor cubrió su cara.
—Sí, creo que esa es la palabra adecuada.
Harry lo miró pensativo.
—Creo que tendré que conversar con él y advertirle que si te lastima yo lo lastimaré.
—Cachorro, no creo que eso tenga efecto en Fenrir. Y sé que nunca me lastimaría de manera voluntaria.
—¿Por qué no has dicho mi nombre ni una sola vez? La última vez que te vi, no tenías problemas de hacerlo. En realidad, me estas recordando mucho a él. También se rehúsa a llamarme otra cosa que no sea…
Antes de que Harry pudiera decir algo más una mano le cubrió la boca, detenido más palabras.
—Cuidado, cachorro. Estamos en guerra y aunque confió en Fenrir y en la manada hay algunos que tiene la lengua suelta. Beben un poco y andan contando todos los secretos que pueden saber, sin preocuparse de con quién están. Fenrir y yo decidimos que sería mucho mejor llamarte cachorro. Disminuye el riesgo de que seas reconocido.
Cuando Remus sacó la mano de su boca Harry se sobó la parte posterior de su cuello.
—Creo que tienes razón sobre eso.
—Créeme cachorro, es por tu propio bien. Ahora, cuéntame todo lo que te ha pasado desde la última vez que te vi. Cómo te dije había escuchado algunas noticias pero creo que es mejor oír todo de tus labios.
Sentándose más cerca de la única persona que tenía como figura paterna Harry hizo lo que le pidieron y comenzó a contarle todo lo que le había sucedido desde que él y Remus se habían visto por última vez.
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—¿Aquí es dónde viven?
Voldemort miró con desdén las casas que lucían casi idénticas. Pero a diferencia de las otras casas el jardín del número cuatro estaba desatendido, la nieve en la entrada no había sido retirada. No tenía decoraciones navideñas a la vista y durante el tiempo que había observado el lugar, había notado que la demás gente de la calle caminaba sin acercarse al lugar. Cada vez que uno de los niños se aproximaba al lugar uno de los adultos se apresuraba a alejar al niño de allí.
—Sí mi lord, estoy seguro que esta es la casa de Petunia Dursley antes Evans y de su hijo Dudley Dursley.— Voldemort bufó. Quién llamaría a su hijo Dudley Dursley. —Desafortunadamente el esposo, Vernon Dursley, no se ha visto y nadie sabe lo que le sucedió. Desapareció de la faz de la tierra de un día para el otro sin dejar pistas sobre su paradero.—Respondió Lucius mientras continuaba observando la casa frente a él.
Lucius había encontrado la casa de los familiares de Evan hace una semana, y junto a Severus y Narcissa observaron todos los movimientos en el lugar. Habían prestado especial atención a cuando llegaban y salían la madre y el hijo.
—Deben estar adentro.
Voldemort asintió. Lucius le había contado sobre el perro que le pertenencia a la familia. Un bastardo vicioso que le ladraba y gruñía a cualquiera que se acercara. Era extraño que no hubieran pensando en sacrificar al animal. Era obvio que sólo era cuestión de tiempo antes de que mordiera a alguien.
Al ver la luz de la televisión encendida en lo que presumía era la sala Voldemort le dijo a Lucius:
—Entremos.
Los dos magos cruzaron la calle sin vacilar. Era tarde así que nadie los vería, además se habían escondido tras varias capas de magia. Era dudoso que Dumbledore tuviera gente alrededor del lugar. Por lo que Voldemort había oído de Severus el director no se había molestado con guardias desde que había matado a Potter. Pero eso no significaba que no debía de tener cuidado. Lucius había registrado el área para asegurarse de que no hubiera nada que alertara a Dumbledore sobre su presencia.
Con un alohomora sin varita abrió la puerta sin emitir sonido. Confiaba en que Lucius tampoco hiciera ruido. No serviría que los muggles en la casa supieran que tenían visitantes.
Voldemort no se molestó en mostrar su desdén mientras observaba la entrada. Todo el lugar gritaba a muggle y normalmente jamás habría puesto un pie en una casa como esa. Pero esto era por Evan y por su amante estaba dispuesto a hacer muchas cosas. Sabía que Evan probablemente no aprobaría lo que iba a hacer. Su amante era demasiado suave y demasiado indulgente. Por lo tanto Evan no llegaría a saber de esto. Los únicos que sabían dónde estaba eran Severus y los dos Malfoy. Y los tres sabían que no debían hablar con Evan sobre este asunto.
El interior no lucía mucho mejor que el exterior. Voldemort bufó en silencio ante el apoyo en varios lugares. Los elfos domésticos tendrían que quemar su túnica cuando regresara. No sólo estaba sucias sino que llena de gérmenes muggle. No necesitaba mirar a Lucius para saber que el rubio tenia pensamientos similares al suyo.
Fotografías de lo que parecía ser un gran cerdo con peluca rubia llenaban las paredes de la entrada. En otras fotografías había un hombre que parecía ballena y una mujer con cara de cabello y un cuello muy largo. No entendía cómo su Evan podía estar relacionado con personas como estas.
Mirando molesto las fotografías, Voldemort continuó su camino hasta lo que resultó ser la cocina. Platos sucios de lo que parecía ser una escasa comida llenaban el lavaplatos. Voldemort decidió ignorar el estado de la habitación y en vez de eso continuó hacia la sala, seguido de cerca por Lucius que se movía como una sombra.
Se encontraron con un gruñido cuando un perro increíblemente feo y gordo caminó hacia ellos. Bajó su cabeza lentamente, gruñendo y mostrando sus dientes, sólo para retirarse lo más rápido posible cuando Voldemort y Lucius sacaron sus varitas y las apuntaron hacia el animal. Voldemort observó a la vil criatura esconderse bajo la mesita de café. ¿Para que alguien tendría un perro si ni siquiera podía defender a sus propios amos? Era algo que nunca podría comprender.
Cuando el perro comenzó a gruñir las dos personas en el sofá, que Voldemort reconoció de las fotografías de la entrada, habían alejado su atención de la televisión que aún estaba encendida. Al ver las varitas el chico gordo, Voldemort no se molestó en recordar su nombre, gritó y mientras intentaba esconderse tras su madre puso sus manos de manera protectora sobre su trasero demasiado grande. Si hubiera estado en otra situación es probable que hubiera encontrado la situación divertida pero en estos momentos solo se encontró disgustado ante la visión.
La mujer estaba sentada tiesa en el sofá, al parecer dividida entre huir a un lugar seguro, aunque sería aturdida antes que diera más de un paso, y proteger a su hijo. Él había visto este tipo de situaciones varias veces cuando había estado en redadas. Era interesante ver lo diferente que podían reaccionar lo humanos cuando se enfrentaban a un grave peligro. Algunos saltaban frente al peligro como verdaderos Gryffindor, y ofrecían sus vidas para que otros pudieran ser salvados. Como si sus vidas valieran más que las de otros ya que esperaban salvar a todo si entregaban sus vidas. Otros trataban de esconderse, como ahora estaban haciendo el chico y el perro. E incluso había visto a algunos intentar que otros tomaran su lugar. Como él había dicho, los muggles le disgustaban.
Al mirar a Petunia Dursley, Voldemort se dio cuenta de que Lily había sido la más suertuda de las dos hermanas. La bruja pelirroja había sido hermosa, inteligente y tenía magia. Y al parecer esta mujer no tenía nada de eso. Aun así no podía negar que estaban relacionadas. Como Lily Potter había hecho casi dieciséis años atrás, Petunia estaba escudando a su hijo probablemente intentando protegerlo. También podía ser que estaba demasiado asustada para moverse. Pero esta vez no había profecía y no estaba aquí por solo una persona. No, quería a toda la familia muerta y lord Voldemort siempre conseguía lo que quería.
—Hola Petunia, ¿sabes quién soy?
La mujer no reacciono ante la pregunta, pero continuo mirando a las dos varitas que la apuntaban a ella y a su hijo y Voldemort suspiró.
—Los Muggles no tiene modales. Una verdadera anfitriona nos habría invitado a sentarnos y nos habría ofrecido una taza de té.
Los dos muggles no parecieron captar la indirecta y Voldemort decidió hacer las cosas de otra manera.
—Mi nombre es lord Voldemort, ¿quizás han oído de mí? creo que Lily debió hablar de mi cuando aún estaba con vida.
Por la manera en que la mujer palideció de forma repentina Voldemort lo tomo como un sí.
—Estoy aquí por Evan James.— Los dos muggles lucían confundidos. —¿Dónde está tu esposo, mujer?
La Sra. Dursley giro su cabeza y los ojos de Voldemort siguieron la dirección a donde ella estaba mirando.
Sus ojos se posaron en el perro, que había logrado en parte esconderse bajo la mesita de café. Habría sido mucho mejor si la mitad del cuerpo del animal no hubiera quedado fuera y la otra mitad estremeciera con tanta fuerza la mesita. Observando al perro se preguntó si la mujer estaba intentando hacerle una broma. Era un perro normal. Era más feo que los de su raza pero no había nada especial en él. A menos que hubiera venido alguien antes que él.
—Finite Incantatem.
Voldemort se acercó junto con Lucius y observaron como el feo perro se trasformaba en el hombre gordo que había visto en las fotografías de la entrada. El hombre lucía confundido, en cuatro patas con la mesita sobre su espalda. Las cosas de la mesita ahora yacían en el suelo. La casa ya era un desastre así que suponía que nadie protestaría por más desorden. Si había creído que el perro era feo no era nada comparado con lo que ahora veía en el suelo frente a él. Pelo sucio cubría la cabeza del hombre, enmarañado por el sudor. Sus rostro había tomado un interesante tono entre rojo y purpura que Voldemort nunca había visto antes. El hombre parecía que iba a hablar pero Voldemort lo interrumpió antes de que el muggle tuviera oportunidad de hacerlo. Quería que esto saliera lo mejor posible.
—Levántate y muévete hacia los demás.
El hombre obedeció lo mejor que pudo. Se puso de pie, la mesa cayó al suelo con un fuerte golpe y de manera torpe camino hacia los otros dos Dursley. Voldemort levantó una ceja al ver que ni la madre y el hijo se veían felices de ver al hombre. Sin embrago ambos se movieron para hacerle lado y así pudiera sentarse en el sofá junto a ellos.
—Qué tierno, toda la familia está reunida. Pero creo que nos falta alguien en esta pequeña reunión.
Los dos hombres se miraron confundidos mientras que Petunia palideció aún más. Quizá la mujer tenía algunas neuronas, aunque no creía que las usara a menudo. Si ese hubiera sido el caso quizás no se encontrarían ahora en esta situación. Al parecer el sonido de su voz pareció sacar al hombre de su estado atontado.
—Ahora escúcheme. Somos buena gente y no queremos fenómenos aquí. Ahora váyanse antes de que llame a la policía. Ya es malo que tuviéramos que sufrir por lo que el otro fenómeno le hizo a nuestra familia. Desde que vino aquí todo ha salido mal. ¡Yo terminé como un perro!
Lucius silenció al muggle con un movimiento de su varita.
—Estúpido muggle. ¿Cómo te atreves a llamarme fenómeno? ¿Tienes idea de quién soy? Deberías estar en el suelo donde los tuyos pertenecen, rogando por tu patética vida porque yo soy lord Voldemort.
De los tres muggles al parecer sólo Petunia fue la que reconoció el nombre. Aunque parecía imposible ella se puso más pálida que unos momentos antes.
—Vernon, querido, por favor cállate. Él es… este hombre es… él.
—¿Va a matarnos a todos?
Interrumpió el Señor Oscuro, molesto por lo mucho que le estaba costando a la mujer decirlo y la mujer sacudió vigorosamente la cabeza.
—En eso no estás equivocada, mujer. He venido aquí esta noche a matarlos a todos ustedes por lo que le hicieron a mi Evan.
El rostro del chico se arrugó en confusión y no fue una vista agradable.
—Evan es un nombre feo y no conozco a nadie llamado así. Además suena como nombre de maricón. Apuesto que es el nombre de tu novio y eso también te hace un maricón.
O el chico era muy valiente o muy estúpido. Voldemort creía que era lo último.
Como un depredador caminó hacia adelante, haciendo que la pequeña familia tratara de alejarse de él lo más posible sin dejar el sofá. Voldemort no estaba seguro de que les funcionaran las piernas en estos momentos.
—Su nombre es Evan James y ninguno de ustedes, sucios animales, pronunciara su nombre si saben lo que es bueno. Y ni él ni yo somos lo que tú llamas, maricones, chico, lo que Evan y yo compartimos es mucho más hermoso para que lo comprendan sus simples mentes.— Cuando ninguno de los muggles pareció reconocer el nombre Voldemort apretó los dientes. —Ustedes deben conocerlo mejor como Harry Potter, creo que es su sobrino.
Cuando el hombre se levantó de un salto del sofá Voldemort levantó el hechizo de silencio, queriendo oír lo que el muggle tenía que decir sobre su Evan.
—Escuchen ahora, fenómenos, mi familia y yo no queremos nada más que ver con los de su tipo. Lo aceptamos, lo vestimos y lo alimentamos y nos aseguramos que tuviera un techo sobre su cabeza. Y aun así él seguía demandando más y usando sus poderes fenómenos para lastimarnos pese a todo lo que hemos hecho por él. El viejo director de esa escuela de fenómenos nos contó que el chico estaba muerto, que lo habían matado. Ese día celebramos. Pero de repente apareció y maldijo a nuestra perfecta familia, me convirtió en un perro, y ahora sé que es cierto. De verdad es un fenómeno, un maricón, alguien que debieron matar al nacer.
—Crucio.
Voldemort observó con satisfacción cuando el muggle cayó al suelo apenas la maldición lo alcanzó, gritando con todas sus fuerzas como si no hubiera mañana. Demasiado pronto Voldemort cortó la maldición, no serviría que el muggle perdiera su mente antes de que terminara con él. No ayudó con su rabia, pero tuvo el tiempo para pensar en el conocimiento que había adquirido. Evan no le había contado nada de haber visitado a sus familiares y le irritaba no poder sacar el tema con Evan sin poder explicarle cómo lo había averiguado.
Sin una palabra Voldemort entró a la fuerza a la mente del muggle sin molestarse con ser gentil. Estaba más que dispuesto en aumentar el dolor que el hombre había ganado con el Crucio. Lo poco que había visto ya le había hecho tomar una decisión acerca de lo qué le sucedería a los muggles. Lo que encontró en la mente del hombre sólo le ayudó a decidir lo doloroso que sería para ellos.
La primera memoria que encontró fue de la primera infancia de Evan. Voldemort observó lo que parecía ser la mañana de Navidad. Las versiones más jóvenes de los dos adultos Dursley estaban sentados en el sofá en la sala que lucía exactamente a como lucía ahora. La única diferencia era que antes estaba muchos más limpia que ahora. Ambos miraban a los dos niños que pese a ser pequeños eran tan diferentes como el día de la noche. Incluso cuando pequeño Dudley, ahora Voldemort recordó el nombre del chico, aunque jamás entendería como alguien llamaría a su hijo Dudley Dursley, lucía como un cerdo pequeño, mientras estaba sentado frente al árbol de Navidad con una pila de regalos abiertos frente a él. Los ojos rojos de Voldemort se enfocaron en el segundo niño, que estaba sentado más alejado del resto de la familia. Su amante se veía adorable como un niño, aunque no le gustaba lo delgado que lucía, la ropa demasiado grande sólo parecía hacerlo peor. Al parecer era la primera Navidad de Evan lejos de sus padres. Y aunque su amante no lucía para nada como un niño malcriado, no parecía que Evan estuviera siendo abusado, sólo se veía más bien como un poco descuidado.
Le molestaba ver que Evan sólo había recibido un regalo mientras que su primo casi estaba enterrado bajo la montaña de regalos que tenía. Evan abrió su pequeño regalo y Voldemort no escondió su enfado al ver lo que Evan había recibido. El osito, aunque entero, evidentemente era de segunda mano. Pero eso no impidió que su pequeño amante sonriera y abrazara el osito como si su vida dependiera de ello.
Pero la felicidad de Evan había llamado la atención del otro niño y Dudley se había acercado hasta su primo e intentó quitarle el osito.
—Mío— fue todo lo que Evan dijo y de repente Dudley soltó el osito y comenzó a llorar como si estuviera sintiendo dolor.
Los ojos de Voldemort se abrieron al ver las manos del niño que estaban cubiertas de ampollas.
Fue una poderosa ráfaga de magia accidental y la razón por la que ningún padre abusaba a un hijo mágico. Y aun así sólo pudo observar cómo Vernon se levantó del sofá y marchó hacia los dos niños mientras la mujer se acercaba casi corriendo a atender a su hijo que lloraba. Voldemort no habría creído que alguien tan gordo pudiera golpear con tanta fuerza. Su mirada se endureció cuando Evan cayó al piso y el osito fue arrancado de sus manos para ser entregado al otro niño que lloraba. Un gran moretón ya se estaba formando en el rostro de Evan y Voldemort tenía la sensación de que ese sería el primero de muchos que recibiría su amante bajo este techo.
En la siguiente memoria Evan estaba más grande, estimaba que el niño tendría entre cinco o seis años. Evan estaba más alto, aunque no mucho. Y estaba mucho más delgado y la ropa parecía colgar de su pálido cuerpo. El chico estaba de pie delante de una cocina en un taburete. Con una experiencia que nadie de su edad debería tener Evan preparaba el tocino. Tenía el ceño fruncido en concentración, al parecer sin prestarle atención a nada más a su alrededor. En la mesa, que estaba llena con lo que parecía ser un desayuno ingles completo, los tres Dursley ya estaban sentados.
Con mucho cuidado Evan se bajó del taburete y levantó la sartén de la cocina. Tenía la lengua entre sus dientes ya que estaba tan concentrado en llevar la sartén a la mesa que Evan no noto el pie que su primo puso frente a donde estaba caminando. Y Voldemort sólo pudo mirar mientras sucedía lo inevitable. Evan cayó y la sartén junto con el tocino salió volando por los aires. La sartén aterrizó en el suelo junto con casi todo el tocino. Pero parte del tocino cayó en la persona que estaba sentada más cerca, que justo con la suerte de Evan resultó ser Vernon.
Una vez más, Voldemort observó cómo el muggle desquitó su enojo en Evan. Lo que lo sorprendió aún más fue la manera en que Evan pareció aceptar la golpiza. Su amante lloró y se hizo un ovillo para proteger su cuerpo de los golpes, pero no intentó defenderse de ninguna manera. No había rastros de magia. Si no fuera porque Voldemort lo conocía bien habría dicho que Evan tenía tan buen control sobre su magia que el mismo niño impedía que esta hiciera algo para salvarlo. Pero desde su punto de vista quizá la magia causaría más mal que bien.
Cuando el hombre Dursley se cansó, agarró a Evan por un pie y lo arrastró por el suelo fuera de la cocina. Los otros dos Dursley no habían intentado levantar un dedo para ayudar a su familiar. Voldemort siguió al par y observó furioso cómo Vernon Dursley desechaba a su sobrino en el armario y luego cerraba y aseguraba la puerta. Ni siquiera se molestó en asegurarse si el niño aún estaba vivo después de la paliza que le había propinado.
En la última memoria observó la visita de Evan después de que su amante regresó a este tiempo. El castigo era típico de Evan. Salió de la mente de Vernon cuando Evan salía de la casa, sabiendo que no encontraría nada más de interés allí.
Voldemort parpadeó lentamente, tratando de controlar su rabia antes de que hiciera algo que después terminaría lamentando. En silencio comparó la casa con la que había visto en las memorias del asqueroso muggle. Al parecer la maldición de Evan había funcionado bien. En realidad más que bien.
Vernon Dursley estaba arrodillado en el suelo, lucía como si estuviera a punto de vomitar. Voldemort sabía que cuando usaban en uno Legeremancia por primera vez podía ser bastante incómodo y ya que él no se había molestado en ser gentil probablemente se había sentido peor de lo normal cuando había terminado de revisar las memorias del hombre.
El señor oscuro ni siquiera intentó esconder su disgusto por los muggles en la sala.
—¿Así que pensaron que podían usar a Evan como un elfo doméstico y salirse con la suya? Evan puede haber dejado todo el asunto tras él, pero sé que hay mucha gente en nuestro mundo que estaría más que dispuesta a hacer lo que él no hizo. Evan es una persona muy importante en nuestro mundo y nosotros protegemos a los nuestros.
—Ningún padre mágico se atrevería a poner una mano sobre unos de nuestros niños. Es de conocimiento común que la magia de niño reaccionaria tratando de protegerlo de la mejor manera posible si alguien intenta causarle daño.
Por la manera en que Lucius habló Voldemort supo que el rubio se había dado cuenta de lo que estaba hablando al mencionar elfos domésticos.
—Créanme cuando les digo que no seré tan indulgente como Evan lo fue.— dijo Voldemort levantando su varita. Tenía la sensación de que estos muggles no lo tomarían en serio a menos que vieran pruebas de su monstruosidad. Les enseñaría quiénes eran los verdaderos fenómenos. —Gente como ustedes son la razón por la que los muggles deben ser eliminados.—Al parecer hablar Pársel asustó al trío más que si hubieran entendido lo que decía.— Ahora, ¿qué haré con ustedes?— pensó Voldemort en voz alta sin dejar de mirar a los muggles. A su lado Lucius estaba parado como la perfecta imagen de un lord sangrepura.
Una lenta sonrisa se extendió por el rostro de Voldemort y contuvo una mueca cuando de repente el aire apestó a orina. Volviendo su atención al chico que aún estaba escondido tras su madre Voldemort le dijo burlón.
—Ya estás tan asustado que has perdido el control de tus funciones corporales, que lástima.
La única respuesta que recibió fue un quejido lastimero que le recordó a un animal herido en vez de a un ser humano.
—Crucio.
Voldemort observó con ligero interés cómo el chico cayó del sofá hasta el piso mientras gritaba. La mujer se apresuró hacia su hijo, tratando de calmar al chico mientras al mismo tiempo pedía piedad por su hijo.
—Supongo que igual que la piedad que le mostraste a tu propio familiar sanguíneo cada vez que tu esposo y tu hijo levantaron sus manos contra él con maldad en sus mentes. Así que ilumíname, muggle, ¿por qué debo mostrar piedad cuanto tú nunca lo hiciste?
La mujer sólo lo miró con ojos llenos de miedo y Voldemort se encontró levantando la maldición más pronto de lo que tenía planeado.
—Pobres seres, ni siquiera merecen respirar el mismo aire que mi Evan.
Con el rabillo de ojo Voldemort había estado observando al obseso hombre muggle y por ende estaba preparado para cuando el hombre se arrojó contra él. Sin esfuerzo puso un escudo protector a su alrededor y observó cómo Vernon chocó con fuerza contra él. El muggle se unió a su esposa e hijo en el piso con un gemido patético.
—Esto es una pérdida de nuestro precioso tiempo.— Normalmente habría disfrutado torturar a los muggles, en especial a estos tres que tenían que ser castigados por lo que le habían hecho a su amado Evan. Pero Voldemort sabía que estaba la posibilidad de que Dumbledore aun estuviera vigilando este lugar. No sería bueno que el vejete arribara para interrumpir su diversión.
—Supongo que tendremos que acortar esta visita, Lucius.
El rubio asintió.
—Si mi lord.
Voldemort observó con ligera diversión cómo se eliminaron los rostros de los muggles. Al parecer pensaban que quedarían libres.
—Avada Kedavra.
La luz verde golpeó a la mujer en el medio del pecho y cayó al piso sin un sonido, sus ojos sin vida mirando hacia el techo.
—Mami.
Voldemort observó al chico que temblaba por la maldición a la que había sido sometido sacudir a su madre con lágrimas corriendo por sus gordas mejillas.
—Ella recibió una muerte piadosa, porque aunque ella odiaba a mi Evan, nunca levantó una mano para lastimarlo, a diferencia de ustedes dos.
Eso llamó la atención de los dos hombres y Voldemort sólo les sonrió antes de hacerle una seña a Lucius para que se le uniera. Después de todo, no sería justo que el rubio sólo observara mientras él se divertía.
—Sectumsempra.
Voldemort lanzó la primera maldición y observó mientras los cortes profundos cubrían la piel del chico. Era la misma maldición que el asqueroso Weasley había usado en su Evan. Una vez que pusiera sus manos en ese chico también sufriría. La única razón por la que no iba tras toda la familia era porque los gemelos se habían unido a sus fuerzas. Si ellos querían terminar con las vidas de sus familiares, sería más que bienvenido.
—Crucio.
Continuaron con el juego de quien tenía la maldición más creativa hasta que los muggles quedaron como un desastre irreconocible. Voldemort arrugó la nariz y ya que sabía que ninguno de los muggles podía moverse no los aturdió.
—Nos iremos ahora, no se preocupen de mostrarnos la salida ya que estoy seguro que podremos encontrarla nosotros mismos.
Sin darles a los familiares de Evan una segunda mirada, Voldemort se dio la vuelta y dejó la sala, seguido de cerca por Lucius.
Voldemort se detuvo en la entrada, mirando la pequeña puerta bajo las escaleras que había visto en numerosa ocasiones en las memorias de Vernon.
Abrió la puerta y observó la pequeña habitación que había sido de Evan hasta que su amante comenzó a recibir sus cartas de Hogwarts. Aunque había pasado mucho tiempo desde que su amante puso los pies en esta casa la habitación estaba cargada con la magia de su amante. Aunque la magia podía sentirse en toda la casa era más evidente en la alacena.
Cerrando la puerta Voldemort se enderezó. Su rostro estaba oscurecido con pensamientos de lo que había sufrido Evan dentro de estas cuatro paredes. Lo que le había hecho a estas personas era demasiado ligero. Merecerían un castigo mucho peor del que les había dado. ¿Y quién era él si no el adecuado para darle a los muggles lo que merecían?
—Vamos Lucius, la noche aun es joven y tengo muchas cosa que hacer antes de que podamos descansar.
Lucius inclinó su cabeza, había echado una ojeada tras el hombro de su lord. Aunque el rubio no sabía que era tan especial sobre esta alacena Voldemort sabía que el hombre lo averiguaría de una manera u otra, era sólo cosa de tiempo.
Dejaron la casa, ignorando los suaves gemidos agónicos que provenían de la sala. Voldemort envolvió su capa alrededor de su cuerpo, no porque le molestara el frio si no para ocultar la sangre si se topaban con alguien antes de desaparecer.
Cruzando la calle vacía, Voldemort se detuvo y se giró para mirar la casa. Un intenso fuego ardió en sus ojos al pensar en todas las cosa que había visto pasar a Evan cuando era un niño. Y aun así no podía decirle Evan nada sobre el tema. Muy poca gente sabía sobre eso y le sería muy fácil a Evan averiguar de dónde había adquirido ese conocimiento.
Pero eso no significaba que no seguiría intentando evitar que Evan se metiera en problemas aunque tenía la sensación de que era una batalla imposible. ¿Pero cuando Voldemort había permitido que algo así lo detuviera?
Sabiendo que Lucius lo observaba Voldemort lanzó un Hechizo Incendio a la casa y observó cuando el fuego se levantó. Los muggles gritaron desde adentro de la casa pero Voldemort no se preocupó. Nada podría salvar sus miserables vidas. Una vez que el departamento de bomberos arribara ya estarían muertos, no tenía dudas sobre eso.
Con una última mirada al sangrepura a su lado Voldemort se Apareció. Sentía que necesitaba un largo baño para quitarse la suciedad y la sangre. Le ordenaría a los elfos domésticos que quemaran sus ropas.
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—Parece que los nargles han construido un nido en tu casa. Si no tienes cuidado te esconderán las cosas.
La voz soñadora de Luna saludo a Hermione cuando la bruja Gryffindor abrió la puerta.
—Hola Luna, ¿tuviste una buena Navidad?
Ya habiéndose despedido de sus padres esa mañana, Hermione levantó su maleta y salió de la casa. Ella cerró la puerta con llave y luego guardó está en un bolsillo antes de girarse hacia Luna.
Luna estaba vestida con un suéter amarillo brillante y una falda verde pálido que le llegaba hasta los tobillos. Llevaba botas de lluvia de color negro con lunares rojos y verdes, que parecían quedarle demasiado grandes.
—Nunca he entendido a los muggles. Les pregunté a algunos de ellos si podía usar su flú y en vez de eso me indicaron el baño. Oh, hola Hermione, que bueno verte, ¿estás lista para irnos?
—Sí, mis padres se marcharon esta mañana para visitar mi tía abuela así que estoy lista.
—Bien, estamos atrasadas en el plan así que mejor nos apuramos. ¿Por qué crees que nos está mirando la gente?
Levantando la mirada, Hermione vio que algunos de los niños del vecindario estaban observando a Luna con grandes ojos.
—Quizá han visto a los nargles que están en tu casa— respondió Luna su propia pregunta como si Hermione ni siquiera estuviera allí. —Deberíamos advertirles sobre los nargles. Pueden ser seres realmente viciosos.
Antes de que Luna pudiera ir hacia el grupo de niños Hermione puso su mano en el brazo de la chica.
—Ya hablé con sus padres así que no será necesario. ¿No crees que deberíamos apresurarnos? No dijiste que estábamos atrasadas con el horario del plan.
—No te preocupes, Hermione. El gato de ojos verdes no está dónde se supone debería estar. Lo encontraremos cuando regrese de su visita donde el amigo del ciervo y el Grimm.
Hermione levantó las cejas. ¿Así que Harry había encontrado a Lupin? Ella sabía que el profesor Lupin había cortado todo contacto con la Orden el día que recibieron la noticia de que Dumbledore había matado a Harry. Hermione suponía que no debía sorprenderse de que esto fuera cierto. Luna parecía saber muchas cosas antes que los demás las supieran. Pero Hermione sabía muy bien que no debía preguntarle a la Ravenclaw de dónde había sacado esa información.
—Hasta entonces veamos si podemos encontrar algunos Umgubular Slashkilters. He oído que les gusta esconderse en sus salas de cine.
Hermione palideció ligeramente al pensar en tener a Luna en un lugar tan público. Pero al menos le serviría para pasar el tiempo hasta que Luna decidiera que era la hora de encontrar a Harry.
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Harry caminaba junto a Remus a través de la gruesa capa de nieve, ambos tenían idénticas sonrisas aunque Remus intentaba esconder la suya y lucir serio.
—De verdad cachorro, ¿era necesario hacer eso?
La sonrisa de Harry aumentó sin preocuparse por el tono de voz de Remus.
—Por supuesto que tenía que hacerlo, Remus. Como te dije, alguien tenía que decirle lo que le sucedería si te lastimaba de alguna manera.
Remus rió y Harry frunció el ceño incapaz de ver lo divertido en lo que recién había dicho.
—Sí, ¿pero tenías que hacerlo en frente de casi toda la manada? ¿Y tenías que nombrar todas las cosas que le harías si no se comportaba?
—¡Sí, porque si no, no me habría tomado en serio!
El hombre lobo suspiró y miro al cielo.
—Si estás buscando respuestas, nos las encontraras en las nubes.
—Estoy pidiendo paciencia para lidiar contigo, cachorro.
—Sabes que me amas.
Harry alejó la mano cuando Remus le alboroto el cabello.
—Claro que sí, cachorro.
La calidez en la voz de Remus le dijo a Harry que el hombre lobo decía la verdad y le sonrió.
—Ha sido agradable.
—Así es. Tenemos que pasar más tiempo juntos.
Harry asintió.
—¿La próxima vez quizás tu deberías ir a visitarme?
—¿Visitarte en la casa de Quien Tu sabes?
Harry rodó los ojos ante el tono de incredulidad de Remus.
—Él no es tan malo. Y te dije que los gemelos también están allí. Piensa en toda la diversión que cuatro Gryffindor pueden tener juntos. Ninguno de los demás sabrá que los golpeó.
—Supongo que puedo recordar algunas de las bromas que hice en la escuela. Quizás deberíamos ver si son tan efectivas como lo recuerdo.
—Remus, tus palabras son como música para mis oídos.
Se detuvieron en el claro en el que Harry había llegado hace tres días. Harry miró alrededor antes de mirar a Remus.
—Bueno, supongo que esto es todo.
Se encontró con los pies en el aire envuelto en un fuerte abrazo.
—Cuídate mucho, mocoso. No estoy seguro de poder sobrevivir si algo te pasara.
Harry ignoró la manera en que su corazón se apretó ante las palabras del hombre lobo.
—Tú me conoces, Remus, soy demasiado testarudo para mantenerme muerto. Sólo pregúntale a Voldemort o a Dumbledore. Ambos han tratado de lidiar con ese problema pero han sido incapaces de encontrar una solución.
Remus lo soltó y meneó la cabeza.
—Sólo tú puedes hablar de manera tan ligera sobre ese tema.
—Alguien tiene que hacerlo.
Harry sacó el Traslador de su bolsillo. Era una cinta rosa y tenía la sensación de que los gemelos habían tenido algo que ver con la elección de los trasladores. Tendría que hablar sobre eso con ellos la próxima vez que los viera.
—Te veré luego. Y dile a Greyback que las orejas y la cola desaparecerán en una semana, si se comporta. Pero si se vuelve a reír de mi otra vez podrían volverse permanentes.
Con eso Harry permitió ser llevado de nuevo a la Mansión de Voldemort vía Traslador, dejando a Remus solo en el claro.
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