Capítulo 12


Capítulo Doce

Voldemort no estaba feliz. Lucius y Narcissa lo sabían y mantenían su distancia, sólo empeorando su estado de ánimo.

No habían sido capaces de Aparecerse donde Evan, ya que el collar no le había mostrado el lugar exacto. Así que Voldemort había tenido que movilizarse a la manera antigua y eso lo enfureció. Le dolía el trasero y no había escoba que lo llevara con suficiente rápidez donde su amante. Para empeorarlo todo, parecía que Evan había logrado entrar a Hogwarts.

Cuando Lucius le repitió el mensaje del chico, Voldemort esperó en silencio que su amante no pudiera entrar al colegio. No importaba si lo intentaba como Evan o como Potter, igual sería desastroso. Desafortunadamente había conocido lo suficiente a su amante para saber que no muchas cosas lo hacían cambiar de opinión, y que el joven tenía una sorprendente cantidad de suerte. Lamentablemente, Evan tenía tan mala suerte como buena.

Voldemort se apoyó contra un árbol mientras observaba Hogwarts. Debido a las protecciones, esa era la distancia más cercana en la que podía estar sin avisarle a todo el mundo que había llegado. Aún era temprano, pero pudo ver a algunos mañaneros recorriendo el castillo. Algunas parejas estaban entrando, mientras intentaban lucir como que no habían pasado toda la noche afuera.

Por suerte, la mayoría de los estudiantes le temían demasiado a las criaturas del bosque como para acercarse. Eso significaba que tenían menos riesgo de que alguien los viera mientras él, Voldemort, pensaba en un plan.

Continuó mirando con furia el colegio mientras intentaba figurar alguna manera de entrar al castillo sin que Dumbledore lo descubriera. Por alguna razón dudaba que el viejo le diera la bienvenida. Y aun con los dos Malfoy a su lado, sinceramente no creía que pudieran impedir que el vejete hiciera algo.

Sus ojos rojos siguieron buscando la torre del director. Evan estaba allí, en alguna parte, y estaba matándolo no saber qué sucedía. Quería entrar y hacer explotar algo, pero sabía que las protecciones no lo dejarían avanzar antes de encargarse de él. Había visto con sus propios ojos las defensas del castillo poco después de la muerte de Grindelwald.

Uno de los últimos seguidores de ese hombre había visitado Hogwarts, queriendo vengarse del mago que supuestamente acabó con su amo. El hombre no había terminado de hablar cuando las protecciones se activaron. Muchos de los alumnos menores tuvieron pesadillas por meses ante el recuerdo de la sangrienta muerte de aquél mago, y por mucho tiempo nadie se atrevió a acercarse a las armaduras.

Voldemort miró a los dos Malfoy y apenas logró evitar fruncir el ceño. Incluso cuando estaban en una misión de rescate los dos rubios habían logrado ponerse cómodos. Tan cerca de las protecciones ninguno se atrevía a usar magia; pero eso no impedía que sus elfos domésticos aparecieran con cosas mientras esperaban. Había demasiados elfos domésticos en Hogwarts para que las protecciones notaran a cada uno además de los estudiantes.

En ese momento Narcissa y Lucius estaban sentados en cómodos sillones, al parecer pertenecientes a su mansión, y leyendo libros. Un tercer sillón estaba disponible por si él quería sentarse un momento. Té y pastelillos estaban en una bandeja sobre una mesita entre los sillones.

Pero Voldemort no tenía planeado sentarse. No estaría tranquilo hasta tener a Evan de nuevo donde pertenecía. Y una vez que lo tuviera a su lado, se aseguraría de que su amante no tuviera la oportunidad de dejarlo.

Si Dumbledore sabía que Evan estaba en el castillo estaría atento a las protecciones, preguntándose si alguien seguiría al joven. Voldemort no era estúpido. Sabía que Dumbledore habría programado las protecciones con alarmas si él ponía un pie en los terrenos.

Aunque odiaba tener que esperar al pensar en lo que podría sucederle a Evan mientras tanto, no podía evitarlo. Lucius entraría después a visitar a su hijo. Después todos los Slytherin buscarían a Evan o a un gatito negro. Por el mensaje del joven sabía que tenía planeado entrar como Beleza, pero no significaba que se quedaría en su forma animaga.

Un profundo ruido en el bosque lo sacó de sus pensamientos. Mirando a la pareja Malfoy notó que no fue el único en escuchar el ruido. Narcissa y Lucius habían dejado sus libros y tenían las varitas listas en sus manos. Pese a su actitud relajada, todos sabían los peligros del Bosque Prohibido. Nadie sabía con seguridad qué tipo de criatura podría estar rondando entre los árboles.

Con las varitas en la mano abandonaron su posición y se adentraron al espeso del bosque. Voldemort estaba consciente de que podrían ser muchos y diferentes seres los que intentaran atacarlos. El lenguaje humano era común entre muchos seres y no se sentía nervioso. La mayoría de aquellos que hablaban la lengua humana y eran peligrosos ya eran sus aliados.

—¿Quién habría pensado que, de todos los lugares, terminaríamos aquí? Salazar de verdad sabía lo que hacía cuando creó ese pasaje. Estamos al otro lado de las protecciones y no es probable que seamos vistos desde el castillo.

Voldemort frunció el ceño al mirar lo que había frente a él, inseguro de creérle a sus propios ojos.

El heredero Malfoy, junto a los hijos de Crabbe y Goyle estaban en medio de un claro. Los tres vestían sus uniformes de Hogwarts con los colores de Slytherin, y estaban cubiertos de polvo y mugre. Era obvio que no pudieron haber pasado por dónde Voldemort y los Malfoy sin haberlos notado. El señor Oscuro se preguntó cómo habían podido llegar tan lejos. Además, al parecer no sabían que terminarían en el Bosque Prohibido.

Todos los pensamiento sobre el haber encontrado una posible manera de entrar al castillo fueron interrumpidos cuando los chicos se movieron y pudo observarlos bien. O mejor dicho, observó bien a la persona que yacía inmóvil en brazos de Goyle Jr.

—Evan.

Dos de los Slytherin levantaron sus varitas ante sonido de las voces, pero Voldemort no les prestó atención. Ninguno de ellos sería tan estúpido como para intentar hacerle algo. Así que se enfocó completamente en Evan y decidió que Lucius y Narcissa lidiaran con los jóvenes.

De no ser por el leve movimiento de su pecho, habría creído que Evan estaba muerto. El mago vestía una túnica negra, obviamente había sido de Severus, aunque fue encogida para que el muchacho la usara. No creía que el profesor de Pociones quisiera su túnica de vuelta en esas condiciones: cortada en varios lugares, como si alguien hubiera utilizado un cuchillo en ella, y se veía mucha sangre en las heridas bajo la tela. Evan estaba pálido de muerte, y Voldemort supuso que era por pérdida de sangre. Tremores recorrían el cuerpo del chico; Voldemort había usado la maldición Cruciatus lo suficiente como para reconocer sus efectos después de estar bajo ella mucho tiempo.

—Entréguenmelo— exigió. Ninguno de los chicos reaccionó. Quería a Evan cerca para poder asegurarse de que estaba bien— Entréguenmelo ahora.

El duro tono pareció sacarlos de su shock por haberlo visto tan de repente. Con rapidez, Draco Malfoy y Crabbe hicieron una reverencia, desafortunadamente Goyle siguió el ejemplo sin preocuparse por la persona que tenía entre sus brazos.

Voldemort detuvo la caída con un pulso de magia. Evan flotó unas pulgadas del piso y el hombre respiró aliviado. Sin quitar los ojos de Evan caminó hacia él y lo tomó entre sus brazos. Estaba demasiado delgado y pálido para su gusto, pero Voldemort planeaba cambiar eso. Pronto Evan volvería a estar sano y libre de preocupaciones. Como hace cincuenta años.

—Lucius, lleva a estos jóvenes contigo, averigua lo sucedido. Narcissa, llevarás contigo a Severus a mi recamara. Evan necesita toda la ayuda posible. Lidiaré con ustedes después— añadió la última oración mirando con furia a Goyle Jr., que lucía aterrorizado. No tenía planes de lastimar al chico… demasiado, después de todo le había traído a Evan, pero sí lo castigaría por casi tirarlo.

Sin volver a mirar a la gente a su alrededor, Voldemort desapareció con el chico en brazos. Sus órdenes serían seguidas sin vacilar aunque no estuviera presente.

Apareció directamente en su habitación sin querer perder más tiempo del ya perdido. Nagini, que había estado dormida junto a la chimenea, levantó la cabeza y lo fulminó con la mirada hasta que divisó la figura que su amo sostenía entre sus brazos.

¿Es él?

Sí, Evan finalmente ha vuelto a casa, y esta vez se quedará con nosotros. Pero está lastimado y enfermo, así que Narcissa y Severus vendrán para asegurarse de que esté bien.

Nagini lo siguió hasta el dormitorio. Voldemort no objetó, sabía que Nagini había extrañado a Evan tanto como él.

Con cuidado depositó al joven en medio de su gran cama y se alejó. Lucía tal y como lo había imaginado. Su cabello estaba extendido como un halo oscuro. Había tenido razón al pensar que Evan se vería espectacular en los colores Slytherin. Sonrió al pensar en su amante vestido en verde y plata.

No quería arriesgarse a lastimarlo más de lo que ya estaba, simplemente desvaneció la túnica negra. No la necesitaría de nuevo. Cuando se vistiera sería con las túnicas más finas y de mejor calidad, proporcionadas por él. Preferiría que Evan se quedara para siempre en su habitación para poder disfrutar él solo de la vista de su cuerpo, pero eso no podría ser. Evan jamás lo aceptaría y pelearía hasta hacer lo que quisiera. Sin embargo, hasta que Evan estuviera totalmente sano no tendría opción en el asunto.

El joven estaba hecho un desastre. Ahora que no estaba la ropa no había nada que impidiera que Voldemort tuviera una vista clara del daño causado. Ver la piel amoratada y las heridas aumentaron su ira. Quien fuera el que se había atrevido a lastimar a su Evan tendría que pagar. Estaba seguro que en esos momentos Lucius escuchaba la historia de los chicos. Después, el rubio vendría a contarle lo averiguado.

El siguiente paso: Voldemort decidiría a quién tenía que matar.

Obligó a su atención a regresar cuando escuchó ruido en su habitación. Sólo un puñado de escogidos tenía permitido el paso a sus habitaciones privadas, no podía ser demasiado cuidadoso. En especial cuando tenía a Evan para proteger. Como estaba ahora, el chico era incapaz de defenderse a sí mismo.

Al ver a Severus y Narcissa entrar por la puerta, Voldemort se alejó de la cama aunque no de buena gana. Pero Evan necesitaba ayuda y ambos mortífagos trabajarían mucho mejor si no se entrometía. Así pues, el lord Oscuro se sentó en una silla colocada en una esquina; de esa manera podía ver lo que sucedía en la cama y al mismo tiempo vigilar la puerta. Nagini se acurrucó a sus pies. Voldemort supo que la serpiente querría acurrucarse alrededor del cuerpo de Evan para protegerlo de más daño. Ninguno podía por el momento, ambos lo sabían.

No le tomó mucho tiempo percatarse de que algo estaba mal.

—¿Qué están haciendo?

Aparte de unos pocos hechizos de diagnóstico y únicamente una poción, ninguno de sus dos seguidores había usado más magia. Atendían las heridas de manera muggle.

—El hechizo diagnóstico muestra que Potter usó magia aunque le ordené que no lo hiciera. En consecuencia deshizo todo el trabajo de la primera poción que le día y ahora estamos como al principio. Desafortunadamente la poción no reacciona bien con otras o con magia usada en él. Después haré un ungüento para que no le queden cicatrices. Al ponerla en su piel no interferirá con la poción principal— explicó Severus.

Voldemort asintió, sin quitar los ojos del cuerpo inmóvil de Evan.

—¿Cuál es su condición?

Narcissa respondió esta vez ya que Severus había regresado a tratar las heridas.

—No tiene nada roto, es una suerte. Por lo que sé, estuvo bajo la maldición Cruciatus, por eso tiembla de esa manera. Los moretones, al parecer, son consecuencia de repetidas caídas; y me gustaría que ganara más peso antes de salir de la cama. Son las heridas las que están dando problemas. Nunca he visto algo así…. Parece que fueron hechas con un cuchillo, pero el hechizo diagnóstico dice que fueron hechas con una maldición.

—Sectumsempra.

Aquella voz baja llamó la atención de Voldemort hacia el hombre de negro que estaba a lado de Evan como un enorme murciélago. El señor Oscuro se abstuvo de fulminar con la mirada al Maestro de Pociones. Si no fuera porque Severus estaba en una relación y Evan lo necesitaba, jamás le permitiría estar tan cerca de lo que le pertenecía.

—¿Qué dijiste?— inquirió con voz tan baja como la de Severus, pero igual fue escuchada en la silenciosa habitación.

—"Sectumsempra" es una maldición que creé cuando estaba en el colegio, aunque nunca ha sido usada a menos que fuera absolutamente necesario. Como pueden ver, funciona como dagas. El daño que hace depende de cómo el atacante mueva la varita. Mientras más movimiento, más daño infringido.

—¿Y cómo, puedes decirme, alguien se enteró de ésta maldición?

Severus respiró profundamente y cerró los ojos por un breve momento, como si tuviera que pensar antes de atreverse a abrir la boca. Voldemort lo dejó. Conocía al pocionista desde hace muchos años y sabía muy bien cómo funcionaba su mente.

—Escribí la maldición en uno de mis antiguos libros de Pociones. Desafortunadamente perdí el libro antes de salir de Hogwarts y he sido incapaz de localizarlo.

Voldemort estaba lejos de estar satisfecho con la respuesta, pero por ahora servía. Tendría que mandar a averiguar quién tenía el libro de Severus. Y cuando encontrara al culpable de las heridas de Evan, lo haría pagar.

La conversación fue interrumpida cuando escuchó que la puerta se abría por segunda vez.

Nagini, cuida a Evan y asegúrate de que nada le pase. Tienes mi permiso para morder a cualquiera que quiera hacerle daño. Pero recuerda: no mates.

La serpiente siseó, claramente insatisfecha con la orden, pero por supuesto no desobedecería.

Encontró a Lucius esperándolo al otro lado de la puerta. El rostro del rubio estaba sombrío, y Voldemort supo que no le gustaría lo que el otro mago diría.

Se sentaron en sillas frente a la chimenea y Voldemort convocó una bandeja con té. Después de todo, Narcissa y su marido habían sido interrumpidos antes de que pudieran terminar su té en el Bosque Prohibido.

—Dime lo que averiguaste.

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Albus Dumbledore estaba furioso.

No sólo había encontrado a Rondald Weasley aturdido, también el chico Potter había desaparecido de su celda. Desafortunadamente el menor de los Weasley estaba de espaldas en el momento del ataque, por lo que no había visto a los atacantes.

Sabía que no encontraría a Potter en ningún lugar del castillo. De alguna manera, el idiota y sus rescatadores lograron escapar antes de que pudiera cerrar las protecciones. Y después había sido incapaz de seguirlos porque apareció McGonagall demandando saber por qué había cerrado las protecciones como si estuvieran bajo ataque.

Jugó su papel de persona senil y, después de ofrecerle unos caramelos de limón, la mujer dejó de intentar conseguir respuestas. A veces era bueno ser visto como el medio loco director que era poderoso pero jamás soñaría con lastimar a nadie.

En esos momentos maldecía en su mente a Hermione Granger. Siempre había visto a la chica como muy inteligente, pero también como alguien que confiaba en él porque era una figura de autoridad. De esa manera había sido tan fácil manejarla.

La chica había ido a su oficina por la mañana, haciendo preguntas y repentinamente dudando de su palabra y de que Potter era malvado. Sin querer que ella se pusiera en su contra, Albus malgastó mucho tiempo en asegurarle que eso no era verdad. Cuando ella al fin dejó la oficina podía contarla con seguridad como una de sus ovejas, y bajó a las mazmorras sólo para encontrar que Potter no estaba en su celda.

Después de que la familia Weasley rompiera el contrato de matrimonio con los Malfoy, los primeros se convirtieron en parias. Albus, siendo quien era, usó eso en su favor. Era por él que los Weasley podían tener un trabajo respetable. Fue él quien se aseguró de que Arthur y Molly se conocieran y se casaran. Toda la familia dependía de él y eran sus ovejas más leales.

No había sido difícil convencerlos de que Potter era malvado. Después de todo, su palabra era ley.

Ronald Weasley había sido un error de su parte. Albus ahora sabía que nunca debió decirle al pelirrojo que Potter estaba vivo, y menos dejarle saber dónde estaba. Pero la expresión de Potter al saber que sus antiguos amigos lo odiaban había sido invaluable. Y había sido mucho mejor cuando le permitió a Ronald Weasley desquitar su ira en Potter. Era justo lo que el chico merecía por lo que le había hecho.

Algunos de los hechizos que Weasley utilizó le eran desconocidos. Albus se preguntó dónde habría aprendido el muchacho esa maldición. Nunca había visto a Rondald Weasley como alguien a quien le gustara estudiar, normalmente era Granger quien hacia sus tareas. Y sabía que esas maldiciones no se encontraban en ningún libro de la biblioteca. Al parecer tendría que interrogar al chico para saber dónde las aprendió.

Además, merecía algún tipo de castigo por dejar escapar a Potter.

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Dolor.

Arañaba a través de su cuerpo como un animal salvaje, luchando para escapar de su piel. Intentó respirar profundamente para aliviar la sensación, pero no ayudó. Harry quería acurrucarse en sí mismo, pero su cuerpo estaba muy pesado. Decidió que debía obligarse a permanecer inmóvil mientras la bestia arrasaba su cuerpo.

Sentía como si su cabeza fuera a explotar pronto, y todo el cuerpo le dolía como si hubiera tenido uno de sus ataques. Sólo que esta vez no le dolía únicamente los pulmones, era todo el cuerpo. Sentía como si lo hubieran apuñalado repetidamente.

Con un gemido ronco intentó rodar hacia un lado para aliviar algo del malestar, pero el dolor parecía estar arañando su cuerpo con más fuerza; optó por quedarse quieto. Quería abrazarse a sí mismo, pero sus brazos yacían inútiles a sus costados, demasiado pesados y adoloridos para moverlos.

Lentamente se dio cuenta de que una mano acariciaba su cabello de manera reconfortante. Era de la misma manera en que había soñado un padre confortaría a su hijo después de una pesadilla, o un amante cuando su pareja se sentía enferma.

Se apoyó en el frío contacto. Quería que esa persona se llevara el dolor, pero no podía hacer que su boca se abriera para decir las palabras.

Lo último que recordaba era estar en la celda y a Ron torturándolo. Ese pensamiento envió un escalofrío por su cuerpo e hizo una mueca ante el movimiento. Quería hundirse en la oscuridad, donde nada pudiera alcanzarlo, pero la mano en su cabello le instaba a no hacerlo.

Harry estaba dividido entre alejarse y acercarse a las caricias. Por un lado, era reconfortante y le gustaba saber que no estaba solo. Pero quería paz y quería olvidar lo sucedido. Era difícil creer que en realidad Ron lo había maldecido. Y no una vez… muchas. Era cierto que Ron siempre había estado celoso de él, pero Harry había pensado que su amistad significaría algo más para el pelirrojo. Obviamente no era el caso.

Gimió suavemente cuando la mano dejó su cabello. Casi de inmediato la mano regresó y Harry suspiró contento. No importaba quién fuera mientras no se detuviera. Podría yacer ahí por siempre mientras le acariciaban el cabello.

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—¡Remus!

Habiendo escuchado la llegada de su pareja se giró con una sonrisa. Extrañaba la civilización, pero vivir con la manada le había ayudado mucho. Ya se sentía más en sintonía con su lobo y estaba más sano de lo que estuvo antes.

Lentamente comenzaba a gustarle su nueva vida. Y Fenrir no era la peor pareja que pudo haber tenido. Una cosa buena en la que podía pensar era que el otro veneraba el piso sobre el cuál caminaba. Lo único que le faltaba era su cachorro.

El pensar en lo que podía haber pasado a su cachorro le había dado muchas noches en vela. La últimas noticias que Fenrir había traído a casa eran que Harry pasó un tiempo con Severus después de lograr escapar de la Mansión Malfoy. Después de eso, al parecer, nadie más sabía lo que había sucedido. O al menos nadie había dicho nada.

Remus recibió a Fenrir con una suave sonrisa.

—Pensé que habías ido a buscar a Severus para que nos proporcionara pociones para el resfrío de los cachorros.

Pese al cálido clima, algunos de los cachorros más jóvenes atraparon un feo resfriado que no quería dejarlos.

—Sí, pero Lucius arribó con su cachorro y otros dos más; Narcissa se llevó a Severus poco después.

Remus asintió y frunció el ceño.

—¿Pero no se supone que los chicos deben estar en la escuela? A menos que hayan sido suspendidos o algo haya sucedido con sus familias, los estudiantes no tienen permitido dejar el colegio fuera de vacaciones. Las reglas fueron hechas en 1739 cuando…

Su perorata fue interrumpida cuando Fenrir cubrió su boca con una gran mano que ahogaron sus palabras.

—Tranquilo. No hay razón para que te pongas de profesor conmigo, Remus. Todavía tengo que darte las buenas noticias.

Remus se alejó de la mano de Fenrir y lo miró.

—¿Qué es lo que tienes que decirme?

Se acercó hasta que sus pechos se tocaron, por una vez sin importarle los demás alrededor. Después de todo, la gente de la manada se ponía mucho más íntima que ellos en esos momentos.

Fenrir acercó su rostro hasta que sus labios se posaron en el oído de su pareja.

—Por lo que escuché, el señor Oscuro encontró a tu cachorro. No estoy seguro de dónde está o cómo se encuentra, pero confía en mí, apenas sepa algo te lo diré.

Los ojos de Remus se llenaron de lágrimas y respiró profundamente para calmarse.

Harry estaba vivo y bien. Bueno, no exactamente bien. Al final de cuentas estaba con Voldemort, y aunque Remus técnicamente lo apoyaba al ser parte de la manada de Fenrir no significaba que confiaba en él. En especial no con su cachorro. Voldemort había estado tras Harry desde que recordaba. Pero por lo que Fenrir le había dicho, el hombre sabía que Harry había sido Evan James.

—Prométeme que me dirás apenas sepas algo— habló suavemente y miró a Fenrir directo a los ojos.

El enorme licántropo asintió con seriedad.

—Por supuesto. Lo que sea por ti, Remus.

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Cuando Harry despertó una vez más estaba demasiado confundido como para abrir los ojos y moverse. Lo último que recordaba era haber estado prisionero en una celda de Hogwarts mientras lo maldecían hasta el cansancio.

Pero no podía comprender cómo la suave nube en la que estaba había entrado a la celda. Por lo que recordaba, no había nada en la celda. En especial nada tan cómodo como sobre lo que ahora estaba acostado.

Suspiró, queriendo volver a dormir, pero su mente le dijo que ya había dormido más que suficiente. Necesitaba despertar antes de que su vejiga explotara. Aunque sabía que daba lástima, no se había orinado encima desde los dos años. Dudley dejó el pañal cuando entró a la escuela.

Decidió que necesitaba saber dónde estaba, porque el aroma no era el de su celda. Trató de abrir los ojos. Le tomó varios intentos antes de tener éxito y, cuando por fin los abrió, con rapidez los volvió a cerrar.

No estaba sobre una suave nube como había pensado en un principio. Era una gran cama con los colores verde Slytherin y azul Ravenclaw. La cama era grande y el colchón muy suave, no le molestaría quedarse ahí durante toda la eternidad. Pero, por supuesto, aquello sería imposible. Tenía que saber dónde estaba y qué había sucedido. No creía que Dumbledore lo hubiera puesto en esa habitación; dudaba incluso encontrar una habitación así en Hogwarts.

Así que debía ser algún tipo de trampa.

Lentamente trató de incorporase, sólo para dejar escapar un grito y caer hacia atrás cuando el dolor recorrió todo su cuerpo. Mirándose, frunció el ceño. La parte de su pecho que podía ver estaba cubierta con vendajes. No entendía por qué Dumbledore había cubierto sus heridas. Sería mucho más fácil usar una poción para deshacerse de ellas. ¿Pero en realidad, qué razón tendría el viejo para curarlo? La última vez que Harry revisó, el hombre lo quería torturado y luego muerto.

Ladeó la cabeza para ver mejor la habitación en la que se encontraba. Claramente era el dormitorio de alguien y por falta de color naranja, o colores que no combinaban entre sí, se atrevería a decir que no estaba ni el dormitorio de Ron ni el de Dumbledore. Por otro lado, y ya que ambos lo odiaban (como el resto del mundo mágico), era poco probable que alguna vez viera sus habitaciones.

Se veía como había imaginado luciría la habitación de un sangrepura. En realidad, aparte del desorden y los colores, podía decir que le recordaba mucho a la antigua habitación de Sirius, sólo que más agradable.

Harry palideció. Todos los sangrepura en los que podía pensar, o no querían nada más que matarlo o querían entregarlo a su amo para que éste lo matara. Sin importar donde se encontraba no era bueno para él y necesitaba marcharse antes de que notaran que había despertado. Francamente no deseaba otra sesión de tortura.

Aunque su cuerpo protestó, Harry logró sentarse con las piernas en el borde de la cama. Para su sorpresa el suelo estaba cálido, así al menos no tenía que preocuparse porque se le enfríaran los pies mientras encontraba una manera de salir de ese lío.

Hizo las mantas a un lado y se sintió aliviado de notar que por lo menos tenía puesta la parte inferior de un pijama. Se sonrojó profundamente al pensar que para estar en esas condiciones primero debieron desvestirlo; dudaba que quién lo hubiera hecho utilizara el hechizo que Madame Pomfrey normalmente usaba cuando terminaba en la enfermería.

Se levantó de la cama e hizo una mueca por el dolor que el movimiento le causó. Respiró profundamente y se mordió los labios con fuerza para no hacer ruido. Ya que no tenía idea de dónde estaban sus captores, tenía que tener cuidado de no llamar su atención.

Cuando estuvo seguro de que no caería dio un paso vacilante, alejándose de la cama y la seguridad que ésta le había proporcionado. Su cuerpo se balanceó y protestó con fuerza, pero Harry no le prestó atención. Tenía que marcharse antes de que alguien fuera a verlo. Ojalá se tardaran, porque en esos momentos hasta una babosa probablemente sería más rápida que él.

El repentino dolor en su cicatriz provocó que Harry siseara, aferrándose a ella mientras caía al suelo. Apenas cayó por completo se hizo un ovillo, no le importaba perturbar sus heridas. Cuando una fría mano tocó su piel ni siquiera intentó contener el grito que escapó de sus labios. Sólo conocía a una persona que podía hacerle sentir así. Y no entendía cómo había terminado bajo el cuidado de Voldemort. Quizá Dumbledore había esperado que el señor Oscuro sólo lo reconociera como Harry Potter y así acabara con él.

Apenas comenzó a gritar, la mano se alejó. El dolor disminuyó y Harry supuso que Voldemort se alejaba, aunque no sabía el por qué. Lo único que sabía era que el hombre había estado dispuesto a infringir en él la mayor cantidad de dolor posible. Nada debería poder cambiar eso.

De cualquier modo estuvo agradecido cuando escuchó la puerta cerrarse y el dolor disminuyó hasta que desapareció. Todavía no comprendía por qué Voldemort se había ido, pero ya no importaba. Mientras se mantuviera lejos de la habitación tenía la opción de poder huir.

Todo el cuerpo de Harry se tensó cuando escuchó que la puerta se abría de nuevo; esperó a que el dolor comenzara otra vez.

Varios minutos pasaron sin que nada sucediera, y el único sonido que podía oír era su propia respiración. Lentamente de permitió relajarse un poco, quizá había escuchado mal en su estado de pánico. Después de todo, si alguien estuviera en la habitación con él, probablemente ya habría comenzado a torturarlo. O tal vez sólo estaban esperando a que se relajara lo suficiente para comenzar cuando menos se lo esperara.

Quería saber, así que Harry abrió los ojos. Se percató de que estaba boca abajo y por ende no podía ver nada más que la suave alfombra. ¿Por qué lo habían puesto en un dormitorio? Tendría más sentido si estuviera en una celda como la anterior.

Con precaución por sus heridas, rodó de espaldas y así quedó mirando el techo. Tenía que admitir que la habitación era muy hermosa. Pero eso sólo lo confundía todavía más de lo que estaba.

Dejó a sus ojos recorrer brevemente la habitación. Para ser honestos, no lucía como la habitación de huéspedes, mucho menos para un prisionero. Con facilidad podía imaginarla como el dormitorio de Voldemort, pero eso no tenía sentido.

—¿Sabías que es considerado de mala educación ignorar a una persona que está en la misma habitación que tú? Aunque claro, ustedes los Gryffindor nunca han sido conocidos por tener buenos modales.

Sintiéndose demasiado asombrado para reaccionar, Harry ladeó la cabeza para mirar a la persona que había hablado.

—No, somos conocidos por nuestro supuesto valor. Pero no sabía que había una casa para los buenos modales en Hogwarts, Draco.

Harry observó al rubio con cuidado. Como su padre, Draco se parecía mucho a Abraxas. Quizá era la sangre veela de la bisabuela del chico.

Draco se erizó.

—¿Cuándo recibiste permiso para llamarme por mi nombre de pila, Potter?

Harry se encogió de hombros lo mejor posible en su actual situación mientras su cerebro intentaba encontrar una manera de escapar. No estaba en la Mansión Malfoy, ni en ningún otro lugar en el que él hubiera puesto las protecciones, lo que significaba que no podría utilizar el mismo truco de antes.

—Como le dije a Lucius, he conocido a demasiada gente de tu familia. Me volvería loco si tengo que llamarlos a todos "Malfoy".

El Slytherin, que hasta el momento había estado de pie en la puerta, entró. Harry se estremeció antes de poder detenerse.

—Tranquilo, Potter. Si quisiera lastimarte ya lo habría hecho. Además, si alguien tuviera esas intenciones sufriría las consecuencias. El señor Oscuro ha ordenado que te dejen tranquilo.

—¿Entonces qué estás haciendo aquí?— preguntó Harry siguiendo al rubio con los ojos.

Draco caminó la pequeña distancia que había entre ellos, y se detuvo justo frente a él.

—Lord Voldemort me ordenó que te cuidara. Originalmente había planeado hacerlo él mismo cuando el elfo doméstico nos avisó que habías despertado. Pero ahora que estás consiente parece que tu cicatriz reacciona a su presencia de mala manera.

Harry gritó de dolor cuando Draco repentinamente lo tomó en sus brazos.

—¿Qué crees que estás haciendo? ¡Bájame, hijo de…!

—Te recomiendo que no termines esa oración, mi madre fue una de las personas que te sanó y seguirá cuidándote.

—¿Quién más?

—¿Qué quieres decir?

—Dijiste que fue una de las personas que me sanó, entonces, ¿quién más?

—El tío Sev, por supuesto.

Apenas Draco lo dejó en la cama, Harry se movió hacia el otro lado para levantarse. No tenía intenciones de quedarse lo suficiente para averiguar qué tipo de planes tenía Voldemort para él. No llegó muy lejos antes de que una mano lo agarrara de un tobillo y lo regresara al medio de la cama. Harry gruñó y se retorció para patear a Draco. Antes de que su pie hiciera contacto, el rubio lo agarró y le impidió otro movimiento.

Respiró pesadamente, sintiéndose cansado pese al hecho de haber despertado recientemente.

—¿Vas a atacarme cuando te libere?— inquirió Draco.

Harry lo fulminó con la mirada y negó con la cabeza. Aparentemente satisfecho con la respuesta, Draco le soltó los pies.

Pies que apenas fueron liberados cuando comenzó a huir otra vez de la cama. Esta vez Draco lo tomó del hombro y lo arrojó de espaldas. Harry quedó acostado, con Draco sentado sobre él.

—Rompiste tu promesa, Potter.

—No en realidad. Sólo me pediste que no te atacara cuando me soltaras, no dijiste nada sobre atacarte después o intentar huir.

Antes de tener oportunidad de atacar al rubio, éste le agarró las muñecas sosteniendo sus manos sobre su cabeza.

—Mortimus no mentía cuando dijo que eras muy problemático cuando había algo que no querías hacer.

Los ojos de Harry se abrieron al máximo antes de entrecerrarlos.

—¿Cómo conoces a Mortimus? Está muerto.

—En serio, Potter, ¿qué tan estúpido puedes ser? Cada Malfoy tiene un retrato. Una vez que llega la muerte la magia en el retrato se activa y voilá, un Mortimus para conversar. Su retrato está en la Mansión, si estás interesado…

Harry se mordió el labio. Quería hablar con su viejo amigo pero, ¿por qué Draco le ofrecería algo así? Confundido meneó la cabeza para aclarar sus pensamientos.

—No importa. ¿Cuándo voy a morir?

Draco lo miró como si no comprendiera de qué estaba hablando.

—¿No escuchaste ni una palabra de lo que dije, Potter? Severus y mi madre usaron mucho tiempo para asegurarse de que sobrevivieras. ¿Por qué lo harían si quisieran matarte?

—Entonces me torturarán antes de matarme. Vamos, con todo lo que ha pasado dudo que se les ocurra algo que pueda sorprenderme. Un pequeño consejo: Cruciatus es aburrida.

Draco gruñó y se sentó, liberando las manos de Harry. Esta vez el ojiverde no intentó golpear al otro chico. Estaba bastante indefenso en esa posición y no veía razón para enojar al rubio más de lo que, probablemente, ya estaba.

—¿Qué tan dura tienes la cabeza? ¿Eres simplemente estúpido o todo es un acto? ¿Para qué arriesgaría mi vida salvándote para después matarte? No tiene sentido.

Harry repitió esa declaración varias veces en su cabeza antes de que su cerebro comprendiera el significado.

—Espera… ¿cuándo me salvaste?

—¿Quién crees que te sacó de Hogwarts y te trajo aquí? Puedo prometerte que no fue el Conejo de Pascua.

—No sé qué me sorprende más: que tú me salvaras la vida, o el hecho de que sepas sobre el Conejo de Pascua.

El heredero Malfoy fue salvado de responder cuando la puerta se abrió una vez más. El cuerpo de Harry se tensó y giró la cabeza con rapidez para ver quién había entrado, por supuesto sin dejar de mirar a Draco por el rabillo del ojo. Aunque el rubio hubiera dicho la verdad, no confiaba en él.

Severus Snape estaba parado en la puerta, observándolos a ambos. Ver al profesor de Pociones hizo sentir a Harry un momento de alivio. Al menos ahora sabía que Voldemort no lo había matado, que era más de lo que se había atrevido a esperar.

Pero una mirada al pocionista mató rápidamente toda pequeña alegría previa. Algo le dijo a Harry que Snape estaba enojado, pero no entendía la razón. No que creyera que Snape lo torturaría, no después de haberlo ayudado.

—Draco, cuando el señor Oscuro te envió aquí fue para calmarlo, no para molestarlo.

Harry observó cómo el rostro del chico se puso de un interesante tono rojo. Era la primera vez que veía a un Malfoy sonrojarse. Hasta ahora había creído que era genéticamente imposible que pudieran hacerlo.

—Potter, ¿tienes idea de los problemas en los que te encuentras? Te ordené no usar magia después de beber aquella poción. ¿Pero me escuchaste? No, y en lugar de eso te dirigiste directo al peligro sin pensarlo dos veces. Deberías considerar la suerte que tuviste de que te trajeran aquí cuando lo hicieron. Volvimos al principio y esta vez no te irás hasta que estés completamente sano.

Harry trató de hundirse en el colchón mientras Snape hablaba. No entendía por qué el pocionista reaccionaba así. Si no fuera porque lo conocía diría que el hombre se preocupaba por él. Y como no era así, supuso que al hombre simplemente no le gustaba ver su trabajo desperdiciado.

Ninguno de los chicos se movió mientras Snape se dirigía hacia ellos.

—Ahora, ¿alguno de ustedes, idiotas, me contará lo que sucede?

Aunque la pregunta fue dirigida a ambos, Snape miró directamente a Draco.

—Potter sigue insistiendo en que lo mataremos. O que lo torturaremos y luego lo mataremos. Ha tratado de levantarse de la cama, por eso la posición en la que estamos.

Harry se permitió no estremecerse cuando las orbes negras de Snape se posaron directamente en sus ojos. Sabiendo lo que el hombre podía hacer cuando sus ojos se encontraban en contacto con alguien, alejó la mirada. No tenía deseos de que le violaran la mente.

—Potter… ¿Por qué perdería mi valioso tiempo en ti si finalmente murieras?

Harry se relajó ligeramente ante las palabras del profesor. Aunque podía llamar a Snape muchas cosas, el hombre era una de las pocas personas que nunca le había mentido, y no creía que tuviera razones para empezar ahora.

—Si no van a matarme, ¿por qué estoy usando esto?— preguntó haciendo un gesto a las esposas alrededor de sus muñecas. Estaban ya limpias de suciedad y sangre, y ahora lucían bonitas al mirarlas de cerca. Claro, eso no significaba que le gustaban.

—Porque no puedo confiar en tu palabra de no usar magia cuando has roto esa promesa una vez. También te impedirán atacar a las personas.

Harry se mordió los labios.

—Pero…

—Potter, estarás aquí por un tiempo. Así que, o dejas de actuar como un niño, o puedes seguir siendo un mocoso inmaduro—. Harry fulminó con la mirada a los dos Slytherin, sin saber qué decir—. Muy bien. Draco, asegúrate de que no se mueva, debo poner este ungüento en sus heridas.

Harry intentó alejar al rubio, pero éste no tuvo problemas al contenerlo.

—Acuéstate tranquilo y relájate, Potter. Quién sabe, quizá termines disfrutándolo.

Harry sólo gruñó como respuesta.

Una vez que ya no tuviera las esposas, se aseguraría de cobrarles todas juntas.

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