✿ Epílogo ✿
Dedicado para todas aquellas (os) que alguna vez hemos amado tanto a alguien especial y que hemos sentido que ha sido por gusto... pero la vida siempre nos da una segunda oportunidad.
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—¿César, a dónde vas?
El frío del aire se colaba por la ventana esa noche a pesar de ser verano. Había olvidado cerrarlas al quedarme dormida en el sofá mientras veía televisión y esperaba, en vano, que mi marido llegara a la hora de la cena.
Como meses antes, como ahora, había querido prepararle algo muy entusiasmada. Hoy, un día de febrero, era el aniversario de nuestro matrimonio y había querido que fuera una noche especial.
Me había esforzado en buscar el tipo de vino que sabía que le gustaba. Había indagado en una tienda cara por el par de gemelos que hicieran juego con el nuevo terno que se había comprado. Había negociado con una agencia de viajes unos precios de promoción para pasar un fin de semana a las afueras de la ciudad... pero todo fue en balde.
Eran la 2:19 am, según el reloj que podía verse en el recibidor. Él acababa de llegar y el sonido de la puerta me había despertado. Lo último que recordaba era haber llorado y comerme el cubo de helado que había comprado como postre para esa noche —de lúcuma, su favorito. Luego de esperar en vano durante varias horas a que viniera, había decidido comérmelo yo sola como ‹‹venganza››. ¡Vaya tontería!
Una vez que hizo su aparición, decidí no saludarlo, menos atenderlo ni calentarle la cena. Su tardanza y posterior ninguneo, como meses antes, como ahora, eran una rutina constante en nuestra relación.
En los últimos tiempos nuestra relación se había enfriado; demasiado. Sus continuas infidelidades, varias justificándolas en que yo era una aburrida y tradicional en la cama, habían sido el común denominador entre nosotros.
Prácticamente dormíamos en camas separadas. Palabras de amabilidad, muy pocas. Llamadas, cero. Y así hasta dos meses atrás, cuando todo estalló.
La última Navidad César la había pasado con sus padres, aunque días después, al encontrarme con mi suegra en el supermercado, descubrí que no era así; y esto fue la gota que colmó el vaso. Cuando regresó a la casa, luego de Año Nuevo, aduciendo la misma mentira, lo encaré y le dije que nuestra relación se había terminado.
¡Ya estaba harta de sus mentiras! ¡Ya estaba harta de sus rechazos! Ya estaba harta de él... y de este matrimonio que no era más que una farsa de lo que alguna vez fue.
Pero como entonces y quizá como ahora, con sus encantos, sus bonitas palabras y sus promesas falsas como antes y como ahora, me pidió una última oportunidad. Juró que cambiaría, que a su amante dejaría y que por su amor por mí en nuestro matrimonio se esforzaría... ¡Vaya mentira!
A las seis de esa tarde lo había llamado cuando estaba haciendo las compras para la cena. Me confirmó que llegaría dos horas después y con un falso ‹‹Te quiero, Margarita››, se despidió. No obstante, antes de escuchar el clic que daba por terminada nuestra llamada, algo capturó mi atención.
Una risa femenina, quizá de burla o quizá de complicidad, se podía escuchar al otro lado de la línea. Mi instinto hizo que se prendieran de inmediato las alarmas. ‹‹¿Estará de nuevo con otra mujer?››, pensé. Sin embargo, quise desechar esa idea.
El día anterior había estado muy amoroso conmigo, fiel a la promesa que me había hecho después de Año Nuevo.
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—Margarita, ¿lo hacemos antes de que vayas a trabajar? —me había susurrado cuando me cepillaba los dientes.
Luego de prodigarme muchas caricias y besos, casi nuestro deseo se consumó esa mañana, pero tuve que detenerlo.
Hacía tres días había ido donde mi ginecóloga para que me chequeara. Debido a que era verano y que yo sudaba mucho, esto había provocado que tuviera un escozor poco usual en mi zona íntima.
—Usa esto cada ocho horas durante dos semanas —me había prescrito luego de firmar la receta—. Y, obviamente, nada de relaciones durante el tratamiento —terminó de acotar, observándome muy comprensiva.
La había asaltado con muchas dudas y con preocupaciones, quizá más de la cuenta. Por ahí deslicé la idea de si podía tener intimidad, sabiendo cómo era César a veces de impaciente conmigo.
—He dicho que nada de relaciones sexuales, Margarita —dijo con firmeza mientras entrelazaba sus dedos—. Total, por un par de semanas sin sexo, él no se va a morir, ¿o sí?
—Sí, pero... —dije, dubitativa.
Llevábamos poco tiempo de estar reconciliados desde Año Nuevo. Prácticamente era como si hubiéramos tenido una segunda luna de miel. Casi a diario teníamos relaciones. Salíamos al cine o a pasear los fines de semanas. César había vuelto a ser el hombre de antes, del que me enamoré, y tenía miedo de que yo la pudiera malograr...
¿Dije que yo la pudiera malograr? Sí, porque como antes, como ahora, me sentía culpable, muy culpable.
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—¿Otra vez vas a negarte? —preguntó fastidiado luego de que le dijera que no podía acceder a su petición.
—Ya te expliqué —me apresuré a justificarme.
Me preocupaba ver ese gesto de enojo en su rostro. Como entonces, como ahora, tenía miedo de que le cayera muy mal lo que le acababa de decir. Me sentía culpable de que, por algo que yo no podía controlar, todo lo que habíamos avanzado durante las últimas semanas se fuera al traste.
—Pero solo va a ser por pocos días —agregué con timidez mientras sonreía para tratar de aligerar la tensión—. La doctora me ha dicho que no puedo y yo...
Quise tomarlo cariñosamente del brazo, pero me rechazó.
—¡Ya me sé la misma tontera de antes! —afirmó para luego salir del baño dando un portazo.
La puerta retumbó en todas las paredes de la habitación. Salté temerosa mientras me abrazaba a mí misma de nervios, pero no por el sonido de la puerta, no.
El revoloteo de miles de mariposas en mi interior, al tiempo que percibía un halo frío en la espalda de un viejo fantasma de inseguridad que me invadía, provocaron que acudiera al lavabo para vomitar.
Mi cuerpo se sentía debilitado, pero esto no se comparaba en nada con cómo me sentía en espíritu.
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—Te estuve esperando —le dije, mientras él entraba al cuarto luego de llegar.
Esperaba que se disculpara, pero fue en vano. Ni siquiera me dio las ‹‹Buenas noches›› o se molestó en excusarse por su tardanza.
—¡César! —Alcé la voz mientras iba a nuestra habitación.
—¿Y ahora qué quieres? —dijo con fastidio mientras seguía viendo su ropa, pulcramente ordenada, colgada de los ganchos del armario.
—¿Me vas a decir por qué llegas a esta hora?
No recibí respuesta a pesar de que le repetí mi pregunta. Simplemente sonrió y se encogió de hombros mientras seguía en lo suyo.
—¡César, te estoy hablando! ¿Por qué llegas tan tarde si habíamos quedado en cenar juntos y luego salir por nuestro aniversario?
Lo cogí del hombro al tiempo que me colocaba entre él y el armario para capturar su atención. Como respuesta a mi insistencia, por fin, se dignó a dedicarme una sarcástica sonrisa.
—¿Aniversario de qué? —Rio con burla.
Se apartó de mi lado y me dio la espalda. Le insistí con más preguntas, mas me volvió ignorar.
Por un momento me quedé callada. Seguía en su rutina de cambiarse, guardar su ropa en el armario al tiempo que ordenaba otras, ignorándome como si no existiera... como antes, como ahora.
—Me he quedado lista y arreglada para salir a festejar contigo, ¡y me dejaste plantada! ¿Por qué me haces esto? —dije mientras trataba, en vano, de limpiarme las lágrimas que corrían por mis ojos.
Estos se hallaban negros producto del rímel que se corría. Todo mi rostro debía hallarse negro en ese momento, pero no se comparaba en nada con la sombra que cubría mi alma.
—¡¿Por qué?! —seguí preguntándole, implorante, por una respuesta ante su cruel actitud.
—¿De nuevo vas a llorar? —Me miró con fastidio.
Quise responderle como se merecía, pero no podía. Era tanta mi respiración entrecortada, que me impedía formular palabra alguna. Y hubiera seguido así varios minutos más, de no ser porque en ese instante lo vi tomar una silla y empujarla al armario. Parecía ser que se subiría a ella y no estaba equivocada.
—¿Qué...? ¿Qué haces?
Caminé hacia él. Estaba sacando una de las maletas pequeñas que se hallaban sobre el armario.
—¡¿A dónde vas?! —grité desesperada mientras veía que sacaba la maleta para luego ponerla sobre la cama.
Le volví a reclamar, pero fue en vano. Continuaba en lo suyo, guardando y acomodando su ropa, como si no hubiera nadie más en la habitación. Me ignoraba, como antes... como ahora.
Luego de cerrar la maleta, procedió a dirigirse a la sala, no sin antes ser perseguido por mí.
—César, ¿a dónde vas?
Lo cogí del brazo con firmeza. Merecía una respuesta, ahora.
Antes de encaminarse a la puerta para irse, se detuvo. Me miró con desdén para luego formular:
—¿Quieres saber a dónde me voy?
Asentí, dubitativa por miedo ante su respuesta. No obstante, debía tomar el toro por las astas.
—Me voy a la playa a pasar el fin de semana... con mi amante. —Se inclinó hacia mí y me sonrió con sarcasmo—. ¿Contenta?
Cientos de lágrimas bañaban mis mejillas a pesar de que no quería darme por derrotada. La cabeza empezó a darme vueltas y a dolerme al escucharlo formular más palabras.
—Tú has vuelto a rechazarme como antes —frunció el ceño— y creo que sería bueno darme una oportunidad con una mujer que sí me atienda, no como otras... —Me miró con desdén—. ¡Esta relación está muerta!
—¡No pudimos tener relaciones en la mañana porque me lo ha prohibido la doctora! ¿Acaso no lo entiendes? —hablé desesperada.
Él meneó la cabeza.
—¡Excusas, siempre das excusas, Margarita! ‹‹Ay, que me duele la cabeza››. —Su voz se hizo más aguda para imitarme.
—Sabes que sufro de migraña. ¡Incluso tengo que tomar pastillas medicadas!
—‹‹Ay, que estoy con la menstruación. La próxima semana será››.
—Bien sabes que la regla me viene con dolores insoportables. Si hasta te conté que me habían aconsejado cambiar de doctor para que me hicieran otros exámenes.
—‹‹Ay, que no quiero hacerlo en esa posición. ¿Qué dirá la gente?››.
—¡Eres un cerdo asqueroso! —grité indignada, creyendo que lo ofendería, pero me equivoqué.
Soltó una carcajada.
—Un cerdo que ahora ha decidido cambiarte por otra. —Sonrió con cinismo.
Agarró su maleta para irse, pero se lo impedí. Se la quité y la empujé metros más allá.
—¿Y ahora qué? —Alzó la voz.
—¡Eres un mentiroso! ¡Un mentiroso!
—¿Vas a hacerme otra escena? —Rodó los ojos.
—Me prometiste que ibas a cambiar... Me rogaste que te diera otra oportunidad... —dije al tiempo que trataba, de nuevo, de evitar llorar.
—¿Y acaso no lo hice? ¿No volví a ser atento contigo? ¿No te di regalos? ¿No pasé algunos domingos a tu lado en lugar de irme con mis amigos?
—Sí, pero...
—¿Y todo para qué? Para que volvieras a tu actitud de antes... fría... distante... seca... como una flor fría y marchita.
—¡Ya te expliqué por qué no pudimos tener relaciones! ¿Es que acaso no lo puedes entender?
Hizo un mohín y negó con el rostro.
—Ya me sé el mismo cuento de antes... Y volverás, como siempre, a inventarte excusas para todo y no cumplir con tus labores de esposa, como te corresponde.
—¿De qué labores hablas? —pregunté, indignada.
—Pensé que eras una mujer tradicional, apegada a la iglesia, que había sido criada para contraer matrimonio, respetar y complacer a su marido, formar un hogar...
—¡Pero claro que me criaron así! ¿Acaso no nos conocimos en la catequesis?
—Lo primero lo cumpliste. Pero complacerme, no.
—¡¿Es que acaso no lo entiendes?! —hablé, desesperada.
Pero él no me respondía. Seguía hablando solo, como si yo no existiera, como antes... como ahora.
—Menos creo que podamos formar un hogar como Dios manda. Después de varios años juntos, no hemos tenido hijos y es tu culpa.
—¿Mi culpa?
Asintió y me miró con displicencia.
—¡Te dije que viéramos a un doctor, pero siempre te negaste!
—En la vida voy a aceptar que me hagan exámenes invasivos. ¡Me niego totalmente!
—¡Ya ves! —Sacudí la cabeza, muy decepcionada—. Nunca pusiste de tu parte.
—¡Ni lo haré! Cuando pasan estas cosas siempre es la mujer la que falla y...
—Pero, ¿qué dices? —grité, indignada.
—Y lo siento —cogió su maleta—, pero no puedo quedarme mucho rato más. Otra está esperándome afuera.
—¿Eh? —Pestañeé varias veces.
—Una mejor que tú, que sí me complace. No es una flor seca ni marchita. Y, lo más maravilloso: podrá darme la familia que tú nunca pudiste. —Agachó la cabeza y me miró muy serio—. Creo que está embarazada.
‹‹¿Q-U-É?››.
—¿Qué? —dije en un susurro al tiempo que mi cuerpo caía sobre mis rodillas.
Toda la cabeza me daba vueltas. El dolor sobre mi pecho me apretaba. Sentía que me faltaba el aire.
Miles de lágrimas más cayeron por mis mejillas. Lo miré implorante al tiempo que le preguntaba, y me preguntaba: ‹‹¿Por qué, César? ¿Por qué?››.
¡¿Qué había hecho tan mal para que me tratara de esa manera?!
—Si te vas por esa puerta, te juro que esto se acabó, ¡para siempre! ¡Se acabó! —dije con el poco orgullo que me quedaba—. Mañana mismo tendrás todas tus cosas en la puerta para que te las lleves.
No me respondió. Se encogió de hombros y cerró la puerta.
Me quedé ahí... sola... sola con Napoleón que lloraba conmigo... sola con mi tristeza que me ensombrecía la vida.
Tal y como me había dicho César, me había vuelto como una flor seca... marchita... en una maldita noche que se me hizo eterna.
✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿
Mi mente voló al pasado, presente y futuro, rebobinando frases que habían marcado, y marcarían, el curso de los pétalos que deshojaban mi vida.
‹‹Una mejor que tú, que sí me complace. No es una flor seca ni marchita››.
‹‹¿Qué hice mal en mi matrimonio, Coti? ¿Qué? Dios mío, ¿qué?››.
‹‹Margarita, ¡esas cosas pasan! Mírame a mí, me he divorciado también. Pero no es el fin del mundo, ya tendrás una segunda oportunidad››.
‹‹¿Tener una segunda oportunidad?››.
‹‹¿Me volveré otra vez a enamorar? ¿Alguien me volverá a amar?››.
‹‹Soy el hermano menor de Ada Villarreal, Luis. ¿Se acuerda de mí?››.
‹‹¿Sabes? Nunca te lo dije antes, porque entonces era solo un mocoso y era algo imposible para mí, pero siempre me has gustado. Cuando era más chico, en silencio te observaba y soñaba con crecer rápido para que te fijaras en mí››.
‹‹Tienes una boquita de caramelo que me encanta. Eres más que un gusto››.
‹‹Diana tiene tres meses de embarazo. Está esperando un hijo mío››.
‹‹Yo te amo, Margarita››.
‹‹Nunca, pero nunca, te obligaría a hacer algo que tú no quisieras hacer inconscientemente››.
‹‹Te pregunto ahora y consciente: ¿quieres hacer el amor conmigo?››.
—¿Estás segura de que quieres hacerlo? Disculpa si soy muy insistente, pero...
Luis me había ayudado, con cuidado por mi bota de yeso, a echarme en la cama.
El pie lo tenía inmóvil en su posición. Con suma delicadeza, había empezado a besarme y acariciarme para estimularme para lo próximo que venía. Pero en tanto en tanto, se detenía y me preguntaba si estaba segura de continuar, si nada me dolía, si me sentía cómoda.
—¡Claro que quiero! —me apuré en responder—. ¿Por qué lo dudas?
—Sé que a veces soy muy impulsivo cuando quiero tener sexo contigo, pero en tus condiciones, yo... no me siento muy seguro... —dijo rascándose la cabeza y sonriendo con nerviosismo.
—¿Te preocupas por lo que me pase?
—Obvio.
—¿No te molesta que tenga la bota de yeso?
—¡Claro que no! Es decir —se apoyó a un costado de la cama—, me muero por hacerte el amor luego de pasar varios días alejados, pero...
Su dedo índice se deslizó sobre mi cintura, que había dejado al descubierto al levantar mi polera. Percibí que empezó a dibujar tímidas líneas sobre mi pecho izquierdo, provocando que me estremeciera.
—¡No quiero hacerte daño! —agregó—. Tu seguridad me importa más que mis ganas de tener sexo, ¿sí?
Sentí que en mi interior algo se encendió, como hacía pocos meses, como ahora, como el futuro que quería para mí.
‹‹¡Excusas, siempre das excusas, Margarita!››.
Esas palabras, dichas con tanta crueldad tiempo atrás, eran tan distintas a las cálidas palabras de amor y de ternura que Luis me prodigaba.
‹‹¿Tener una segunda oportunidad?››, me volvía a preguntar a mí misma, luego de mi ruptura con César.
Y ante mí, con aquellos ojos claros que me contemplaban con tanta adoración, como hacía pocos meses, como ahora, como el futuro que quería para mí, tenía mi respuesta.
—Te quiero, Margarita. ¡Te extrañé tanto!
—Yo también —dije, emocionada.
—Y nunca, pero nunca, haría algo adrede que te dañara, ¿me oyes? —Tomó mi rostro con sus amorosas manos—. ¡Nunca! Eres lo más importante para mí.
—Luis... —hablé al borde de las lágrimas.
Me sentía importante. Me sentía renacida. Me sentía florecida.
A diferencia de antes, cuando estaba con César y me había sentido una flor solitaria, seca y marchita, ahora con Luis era muy diferente. Con sus gestos, con sus besos, con sus atenciones, con su amor, había regado aquella flor desfallecida, una margarita abandonada, para volver a florecer al creer que era posible querer de nuevo.
Al ver su rostro inclinado hacia mí, cerré los ojos para esperar a que me besara, mas no fue así. Lo siguiente que me dijo me hizo volver a la realidad, a aquella dura realidad que, por más que quisiera, me era imposible de ignorar:
—Y ahora que seré padre de una bella mujercita, ambas serán las mujeres más importantes para mí.
Tragué saliva.
‹‹Una mejor que tú, que sí me complace. No es una flor seca ni marchita. Y, lo más maravilloso: podrá darme la familia que tú nunca pudiste››.
Si había vuelto a florecer, lo había sido por solo cuestión de segundos.
Como aquella noche de verano, como esta de primavera, la noche se me hizo larga, solitaria y vacía... Más todavía, cuando antes de apagar la luz de la habitación para crear un mejor ambiente, me preguntó, por enésima vez, si quería hacerlo.
—Claro que sí —respondí.
—Pero yo no tengo protección —dijo en su último intento por ver si me arrepentía—. Y tú nunca tienes condones porque dices que te da pena comprarlos en la farmacia. —Me dedicó una de sus típicas miradas pícaras.
Mi mente voló al pasado, presente y futuro, rebobinando frases que habían marcado, y marcarían, el curso de los pétalos que deshojaban mi vida.
—Ya te dije, Luis... —Hice una pausa—. No estoy en mis días fértiles.
La luz se apagó... y yo con ella.
Continuará
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