✿ Capítulo 19 ✿

Nota de la autora  

Mi capítulo tan y no tan favorito. Odié escribir la primera parte por lo que significa. No obstante, la segunda parte la adoré. ¿Por qué? Saquen ustedes sus propias conclusiones.


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Luis

—¡Confiesa, maldito! Estás con otra, ¿sí?

Diana no paraba de gritarme. ¡Me tenía hastiado!

Decidí ponerle un alto a esta situación, de una vez por todas.

—¡¿Y qué si lo estoy?! —le increpé observándola de manera penetrante con mucha rabia—. ¡Puedo estar con quien me dé la gana! ¿Te quedó claro? ¡No eres nadie para decirme con quién estar!

—¡Sí lo soy, desgraciado!

—¡NO LO ERES! —grité como un desaforado, que fácil mi voz podía oírse a más de varias cuadras.

¡Me había sacado de mis casillas!

Se me quedó contemplando de manera provocadora. La sonrisa tan cínica que tenía era una que nunca le había visto antes. Sus ojos cafés, aquellos que tanto quise una vez, destilaban una falsedad que la hacía totalmente irreconocible.

—¡Métetelo bien en la cabeza, maldito! Si no regresar conmigo, ¡SOY CAPAZ DE ABORTAR!

—¿C-Ó-M-O?

—¡Y tú serás el único culpable de todo! ¡Vivirás con ese cargo de conciencia para siempre!

Ahí ya estaba yo fuera de mí, pero su amenaza me importó muy poco.

Si quería matar al niño que tenía dentro, si era que yo no accedía a sus chantajes, me daba igual. Si por mí fuera, podía lanzarse de un cerro y morir para siempre, por muy egoísta que sonara. Lo único que quería era que se largara de mi vida y que me dejara en paz de una puta vez. Y así se lo hice saber.

—¡Haz lo quieras con tu cuerpo! Me da igual.

Pareció sorprendida con mi respuesta. Creía que podría manipularme a su antojo con sus amenazas. ¡Nada lejos de la realidad! ¡No iba a ser un títere en sus manos! No, señor.

—Además, me acabas de confesar que me traicionaste antes con Gustavo.

—¿Y eso qué?

—¿Cómo que qué? ¿Quién me garantiza que el hijo que esperas es mío? ¿Crees que me va a importar si decides matar al hijo de otro? Pues no. ¡TÚ Y ESE NIÑO ME IMPORTAN UNA MIERDA!

De nuevo, sentí que su mano tocó mi mejilla. ¡Otra cachetada de su parte! Pero esta vez no me quedé tranquilo.

Cogí su mano derecha con mucha firmeza y no se la solté. La observé con una furia incontenible; si las miradas mataran, ahora mismo ella estaría agonizando.

—¡Suéltame! —rogó mientras intentaba zafarse de mi mano.

—¡Me vuelves a dar otra cachetada y no respondo! ¿ENTENDISTE?

Luego de soltarla, su actitud tan provocadora se amilanó. Nadie dijo una sola palabra más por un buen rato.

No iba devolverle su cachetada, no. Nunca le iba a poner un solo dedo encima a una mujer. Siempre me enseñaron a respetarlas y a quererlas. Pero, por muy caballeroso que quisiera ser, Diana me estaba sacando de mis casillas. Ya me había puesto dos veces las mano encima, una tercera vez, y no sé qué diablos hubiera podido ocurrir entre nosotros.

Quería dejar bien claro los límites entra ambos. Con mi reacción, por fin, Diana se calmó. Abrió la ventana para ventilar un poco el interior del carro. Hizo bien, porque, en momentos así, era necesario sentir el choque de algo frío para calmar nuestros ánimos. Sentir que estabas frío... lejano... calmado... Pero, estaba muy equivocado...

—Si no vas a regresar conmigo y te importa poco el niño que llevo conmigo, entonces no me dejas otra alternativa —señaló apoyando su codo en la abertura de la ventana del copiloto, moviendo muy nerviosa su puño derecho en el aire.

—¿Qué quieres decir? —pregunté de muy mala gana.

—Dices que yo no te importo, ¿no? Muy bien. ¡Entendido, malnacido! Pero... pero... —musitó volteando y con una sonrisa tan sarcástica.

¿Qué tramaba?

—Pero, si yo no te importo, dudo mucho que puedas decir lo mismo respecto a la perra esa que se está acostando contigo ahora, ¿sí?

¡Ya era demasiado! Podía decirme los insultos que quisiera y darme las cachetadas que se le antojaran, pero no iba a permitir que hablara así de Margarita.

—¡YO NO ME ACUESTO CON MI NOVIA NI ELLA ES UNA PERRA!

—Huy, ¿así que es verdad? —dijo con una mueca de satisfacción y moviendo la cabeza en señal de afirmación—. Bien, bien. Lo confesaste, Lucho. ¡Hay una maldita que ha ocupado mi lugar! ¡Muyyy bieeen!

¡Mierda! Otra vez abrí mi gran boca.

—Ya te lo dije antes. ¿Qué si tengo novia? ¡Hace tiempo que tú y yo terminamos! Lo que haga de mi vida no es algo que te incumba.

—¡Está bien! No me incumbe, ¿no? ¡Muyyy bieeen! —siguió hablando y moviendo la cabeza afirmativamente. Su actitud me desesperaba—. Pero, como dije antes, no me dejas otra salida.

—¿A qué te refieres?

Soltó una carcajada. Se me erizaron los vellos al verla así. ¿Había perdido la razón?

Luego de reírse como loca, por fin habló:

—Pues tarde o temprano me enteraré de quién es la malnacida que ha ocupado mi lugar. Y ten por seguro, Lucho Villarreal, de que no me quedaré tranquila hasta acabar con esa perra —me habló mirándome con un gran odio en sus ojos.

Al escuchar sus palabras, sentí que una gota de sudor bajaba muy lento por mi sien.

¿Qué me estaba diciendo? ¿Era una amenaza para mí? O peor aún, ¿para Margarita?

—¿Qué pretendes? De qué... ¿de qué mierda estás hablando?

Volvió a reírse como loca. Y ahí me quedó claro todo.

Había dejado de ser la chica dulce de la que me había enamorado tiempo atrás. Ahora era una mujer completamente fuera de sí.

Luego de terminar su espectáculo, habló con esa sonrisa tan descarada:

—Lo que te dije, bastardo. Si no regresas conmigo, será mejor que cuides de tu ‹‹noviecita››. No vaya a ser que, quién sabe, algo malo le ocurra de casualidad —indicó poniendo una cara de ‹‹inocente››—. Tú sabes, Lima es una ciudad muy grande y peligrosa. Suele haber accidentes siempre, como atropellos, secuestros y asesinatos, ¿sí?

Al escuchar sus palabras, sentí que un baldazo de agua fría me cayó encima. Nunca creí que la obsesión de mi ex por mí llegaría a estos niveles tan extremos. ¡Jamás intuí que fuera capaz de estas cosas!

¿Diana estaba amenazando de muerte a mi novia? ¿La vida de Margarita corría peligro? ¿QUÉ MIERDA OCURRÍA AQUÍ? ¡POR TODOS LOS SANTOS!

Tuve que contener la gran rabia que me carcomía por dentro, porque en ese instante tenía ganas de abrir la puerta, darle a Diana un empujón, lanzarla de mi carro y no volverla a ver en toda mi maldita vida.

—¿Qué es lo que quieres? ¡Ve al grano! —dije arrastrando las palabras.

Casi tuve que obligarme a hablar, porque si ella hubiera sido hombre, no hubiera dudado, ni un segundo, de llenarle de golpes en todo su cuerpo debido a toda la porquería que estaba soltándome en esos momentos.

—Quiero que termines con ella. ¡Y que te cases conmigo!

Escuchar sus palabras me provocaron un gran shock.

Nunca en mis dieciocho años de vida, había experimentado tanta rabia ni odio por una persona, pero ahora mismo lo estaba sintiendo. Diana me estaba convirtiendo en un ser que hasta ahora era totalmente desconocido para mí.

Tuve que aguantarme las ganas de soltar toda la furia que sentía; porque, si por mí hubiera sido, la hubiera matado a golpes en esos instantes.

—Mañana a las diez de la noche volveré a buscarte a tu casa. Y si no me tienes buenas nuevas, ¡atente a las consecuencias! ¿Comprendiste? —dijo sin quitarme de encima esa mirada llena de cinismo y de odio.

Me encontraba entre la espada y la pared. ¿QUÉ HACER, DIOS MÍO? ¡¿QUÉ HACER?!

✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿

Luego de que Diana me obligara a dejarla en casa de sus tíos y con el ultimátum que me había dado, estaba desesperado. Necesitaba meditar muy bien las cosas sobre los pasos a dar.

No podía pedir consejos a mi hermana mayor. Ella no estaba al tanto de mi relación con Margarita. Menos a mi madre, quien, si se enteraba de toda la verdad, conociéndola, no solo le increparía a mi novia sobre su ‹‹traición›› a la familia, sino que, lo más probable era que le dijera que me dejara en paz, habiendo Diana logrado su cometido de separarme de ella.

Decidí buscar a mis amigos de la universidad. Lo mejor era que pasara donde Pablo para conversar y pedirle algún consejo, que me permitiera ver con mayor objetividad esta mierda de situación. Necesitaba de alguien que me escuchara y que me dijera qué hacer.

Llamé a mi casa para avisarle a mi viejita que me quedaría a dormir en casa de mi amigo. No quería que se preocupara más de la cuenta porque seguro que ya estaría nerviosa luego de la visita de mi ex.

Cuando llamé a Pablo para conversar sobre el tema, no tuve suerte. Dada la hora, casi la medianoche, lo más seguro era que estuviera ya descansando y apagara el teléfono para que no lo molestaran. Luego, llamé a los otros chicos del grupo de rap, pero nada, todos estaban descansando y con el teléfono no disponible.

¡Carajo! ¿QUÉ HACER? ¡POR DIOS! ¿QUÉ HACER?

Estuve dando vueltas y vueltas con el auto por un buen rato. Sin darme cuenta, llegué a la plaza en donde me había reencontrado con Margarita hacía casi un mes atrás y decidí estacionarme ahí a meditar.

Pensé y pensé bien las cosas por no sé cuánto tiempo y cuando me di cuenta, el reloj de mi muñeca marcaba la una de la mañana.

En un momento, que abrí la ventana del conductor para ventilar el ambiente del interior y, quizá con ello, refrescar mi mente y resolver qué decisión tomar, unas flores de margarita, que estaban puestas elegantemente en uno de los jardines de la plaza, captaron mi atención. En especial una de ellas, la cual, a pesar de lo oscura de la noche, tenía un centro anaranjado que brillaba como ninguna otra cuando era alumbrada por la luz de la luna llena. Fue ahí que, al recordar la adicción reciente de Margarita por el jugo de naranja, solté una pequeña sonrisa. Y con ello, tomé una decisión.

Resolví regresar donde mi novia, porque era la única persona capaz de brindarme la tranquilidad que tanto necesitaba en este instante. 

✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿

Debía de ser la una y media de la madrugada cuando llegué a su departamento. Lo más probable era que estuviera durmiendo plácidamente en su sofá, o quizá ya se le hubiera pasado la borrachera y se hubiera despertado, hubiera leído mi nota y se hubiera ido a dormir.

Sabía que ella nunca apagaba su celular. Siempre lo dejaba prendido para que la alarma de aquel sonase para despertarla temprano para irse a trabajar. Pero, como había caído rendida anoche por el vino, quizá su teléfono estaba ubicado lejos de su alcance en esa ocasión y con ello, el peligro de no despertarse temprano a la mañana siguiente.

Decidí llamarla a su casa. Quería asegurarme de que me atendiera para poder entrar y hablar con ella.

Margarita

Unos ladridos de Napoleón me despertaron. Cuando entreabrí los ojos para ver qué ocurría, escuché que el teléfono sonaba. Todo estaba muy oscuro a mi alrededor. Era de noche ya. ¿Qué hora sería?

Cuando me dirigí a tientas a tomar el celular que estaba colocado en la mesita junto al televisor de mi sala, grande fue mi sorpresa cuando escuché la voz de Luis a través del hilo telefónico.

—¿Puedo pasar? —me preguntó.

¿Cómo? ¿Él no había estado conmigo antes? ¿De qué me había perdido?

—Cla-claro —dije aún somnolienta. No estaba muy segura de lo que estaba ocurriendo.

Al prender las luces para apretar el dispositivo para hacerlo entrar, el reloj que estaba a la entrada de mi departamento marcaba las 01:40 am. ¡Caray! ¿Qué hacía él en mi casa a esa hora?

Antes de que Luis subiera, le di su comida a Napoleón, quien me miraba muy impaciente y con su plato de comida en su hocico.

—Está bien, chico. Mamá se olvidó de darte la comida —dije para luego cumplir con mis deberes y guardarlo en el patio, en su casita de perro.

Después de que Luis entró, me dio un gran beso y me abrazó por la cintura muy fuerte. Me cogió el rostro con sus manos y se me quedó observando. Algo le pasaba.

—¿Qué ocurre? ¿Todo bien? —le pregunté.

Sus ojos estaban brillosos. Me recordaron mucho a la noche anterior. No obstante, había algo más que me decía que las cosas no estaban bien.

Luis

Por más que quise sincerarme, ¡no fui capaz de hacerlo! No quería decirle a Margarita que su vida estaba en peligro si era que seguía a mi lado. Bastante tenía ella con sus temores e inseguridades, con el peligro de quedarse sin su casa y sin un puto céntimo producto de la demanda de divorcio que su marido le había hecho, y con las presiones de su familia. Así que, decidí no ser una carga más en su vida.

Pero, si me iba alejar de ella para siempre, quería hacerlo de tal modo que nunca olvidara aquel amor que alguna vez nos había unido...

Cuando me preguntó qué me ocurría, alegué cualquier cosa entre verdad y mentira. Le dije que mi padre quería obligarme a casarme con Diana y que estaba harto de sus presiones. Así que había ido a buscarla porque necesitaba conversar con ella para sentirme más tranquilo, que me perdonara por la hora en que lo hacía, pero la desesperación me consumía tanto que no podía hacerlo en otro momento.

—Bueno, no te preocupes. Supongo que todos hemos pasado por algún momento de nuestras vidas, en los cuales no podemos esperar un tiempo prudencial para que alguien escuche nuestros problemas —dijo, cuando me servía la comida china que había calentado para mí y que había dejado yo en su cocina horas antes—. Por algo soy tu novia, ¿sí? Para apoyarte siempre que lo necesites —manifestó mientras me servía, para variar, un jugo de naranja.

—Gracias.

—No hay de qué. Y respecto a lo que me cuentas, pues sí que tu padre es terco. No ha cambiado en nada de lo que recuerdo de él. ¿Y tú qué piensas hacer?

—¡Por supuesto que no le voy a hacer caso! Él que diga lo que diga, pero a mí nadie me obligará a casarme con nadie, menos con Diana. ¡Por el amor de Dios!

En ese momento, mi estómago sonó. ¡Qué vergüenza! Las tripas ya estaban crujiéndome demasiado.

—¡Vamos, come! —me ordenó con una gran sonrisa.

Comencé a devorar la comida como un loco. Ahora, a su lado, la calma había vuelto en mí y con eso, el hambre atroz que tenía horas atrás.

—Sí que tenías apetito. —Se rio mientras recogía el plato de comida y el vaso del jugo.

Luego de ayudarla a lavar los platos, y ya en la cocina, la puse al tanto de lo que había ocurrido horas atrás por el vino que tomó. Se apenó muchísimo.

—¿En serio me puse así? —Le asentí con la cabeza—. ¡Dios santo! ¡Qué vergüenza! ¡Me quiero morir! —dijo con las mejillas sonrojadas para luego tapárselas con ambas manos—. Es que yo no soy de tomar, ¿sabes?

—Se nota. —Le sonreí.

—Y creo que la última vez que bebí alcohol fue en mi boda, hace seis años. Y si a eso le añadimos de que soy una pollo(1) total, pues....

Tuve que hacer un gran esfuerzo para no reírme frente a ella. No quería que se sintiera más avergonzada de lo que ya se encontraba.

—¡Ay, Dios! Lo siento mucho, Luis. En serio —siguió disculpándose cuando fuimos a su sala a continuar nuestra charla.

Me preguntó si quería ver televisión. Le dije que, por la hora, lo más probable era que no tardaría en marcharme y sería mejor que no nos entretuviéramos en una película por muchas horas más. Fue así como prendió su radio y le dije que sintonizara lo que mejor le apeteciera. Ella, como buena romántica que era, puso la emisora 93.1, Radio Ritmo Romántica.

—No te sigas disculpando, ¡vamos! Te pusiste muy liberal y apasionada. ¿Para qué mentirte? No voy a decir que me desagradó tu reacción. Todo lo contrario —le indiqué con una gran sonrisa para picarle.

—¡Pesado!

Reí.

Me encantaba siempre bromearle y que se picara con mis bromas. ¡Me relajaba tanto verla así!

—Entones, ¿me dices que no pasó nada y que te fuiste así nomás? —preguntó, muy sorprendida.

—¡Pues claro! ¿Qué querías? ¿Qué me aprovechara de la situación? —repliqué, un poco ofendido.

—Bueno, no, pero...

—Si te confieso que estuve cerca, muy cerca. Si se me pasó por la cabeza hacerlo, no te lo voy a negar. Tampoco estoy hecho de piedra, ¿sabes?

—Sí, tienes razón. Pero yo pensaba que...

—Margarita —la interrumpí—, nunca, pero nunca, te obligaría a hacer algo que tú no quisieras hacer conscientemente.


Margarita

Ahí, al saber que Luis, a pesar de la ‹‹acción›› que había ocurrido horas antes, me había respetado, hizo que me sintiera muy conmovida y emocionada ante su actitud.

—Margarita —me indicó mirándome de manera penetrante—, nunca, pero nunca, te obligaría a hacer algo que tú no quisieras hacer conscientemente.

Me tomó del mentón y me besó... y se lo devolví. Luego nos abrazamos y nos dimos unas tiernas caricias. Sin embargo, en un momento determinado, detuvo sus besos y me observó de manera fija.

En ese instante, en la radio sonaba una canción de principio de los noventas, que me había gustado tiempo atrás, cuando yo era niña: Todos mis caminos van a ti, cantada por Ricky Martin y Sasha, cuando ambos formaban parte de Muñecos de Papel, un grupo musical del cual había sido una gran fan en los 90s.

Los ojos de Luis, por alguna razón que desconocía, los encontraba mucho más bellos que de costumbre. Sería producto del gran brillo que destellaban o vaya una a saber por qué motivo.

—Te pregunto ahora y consciente —mencionó—: ¿Quieres hacer el amor conmigo?

La letra de la canción que escuchaba en mis oídos, aunque la sabía de memoria años atrás, recién comenzó a tener significado para mí en ese instante.

—Sí —le contesté, muy nerviosa, pero segura de lo que hacía.

—Te quiero —me respondió, para luego abrazarme y besarme como nunca lo había hecho.

Y esa noche todo sucedió lenta y dulcemente. Tal y como la canción que escuchaba, mis caminos y los de Luis se juntaron para siempre. 

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(1) Forma coloquial de Perú areferirse a una persona que está poco acostumbrada a beber alcohol.

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Anotaciones Finales:

Bueno, gente, este capítulo tiene sentimientos encontrados, como dije antes. Así que... ¿creen que Luis se adelantó a avanzar un paso más su relación con Margarita, a pesar de las circunstancias tan adversas que debe enfrentar con Diana? ¿Alguien más tiene ganas de matar a esta? xD

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