Día 3: Egipcios
—¡Quiten esta mierda de mi vista!
Rugió el emperador, arrojó el cuadro recién pintado de su persona por una de las ventanas de su palacio, posteriormente tomó asiento en su trono bajo la temerosa mirada del pintor desafortunado.
Los guardias veían el pobre diablo con una sonrisa, una que hasta el hombre le tenía miedo a interpretar, pues reflejaban tanto a pesar de no emitir palabra, porque si ellos sonreían así, su castigo sería inminente.
—Bien, asqueroso vejete —se dirigió al hombre cruzando las piernas, alzando el pecho y frunciendo el ceño creando una figura empoderada y fiera—. Te doy diez segundos para que huyas de aquí, si mis guardias te ven en los pasillos de mi reino, despídete de tu jodida vida —tronó los dedos, el hombre salió corriendo.
El emperador cambió su semblante a uno aburrido, apoyó su cabeza en uno de sus puños y tronó los dedos nuevamente, sus guardias empezarían la casería de aquel hombre que se atrevió a pintarlo de la forma más asquerosa posible.
Y es que últimamente ha tratado de buscar al pintor perfecto que lo retrate como es, fuerte, poderoso e invensible, pero todos cometen el maldito error a retratarlo como una mujer, teniendo poses lo suficientemente afeminadas para él.
Que se maquillase como una, no quiere decir que lo sea, que se vista como la ley demanda, no significa que lo sea, ese es el típico maquillaje y vestimenta de un emperador, no tiene nada de malo en su manera de vestir, es de esos hombres que se dejan llevar por sus putos deseos de lujuria. Siempre lo nota cuando lo pintan.
Más de uno ha querido poseerlo, a la fuerza o por propuesta, claramente, se los ha dado de comer a los tigres que tiene como mascotas, cuando escucha los huesos tronar en las fauses de sus gatos, una sensación de placer le recorre el cuerpo.
La piel se le eriza y unos cuantos jadeos salen de sus labios, era tan satisfactorio ver a esos hombres pudrirse en las mandíbulas de sus pequeños.
Suspiró con desgano y aburrimiento al escuchar los gritos de suplica y socorro del pintor.
—Otro más a la basura ¿eh, su majestad? —le dijo su consejera real, una mujer con los cabellos color rosa y los ojos como la miel, no se había fijado en qué momento llegó, pero apreciaba su compañía.
—Una basura a la basura —se limitó a decir, se levantó de su asiento y caminó tranquilamente por los pasillos de su reino dirigiéndose a su habitación—. Dile a los guardias que ese se lo den a los cocodrilos del río, Murder y Explod merecen algo más digno de comida.
—Como ordene —reverenció la mujer tomando un camino distinto a su superior, dejándolo solo mientras caminaba hasta su habitación.
Una vez ahí, miraba por su enorme ventana hacia las calles de su reino, su gente teniendo una vida normal, ignorantes de la masacre de pintores que hace día a día, solo concentrandose en sus propios asuntos ajenos a toda la mierda dentro de las puertas del palacio.
Solo quiere una jodida pintura que lo refleje como es, un hombre respetuoso y fiero siendo lo más amable posible por su gente, porque, es por ellos que está en el trono, pero todas esas vidas dependen de su mandato y si el cargo le fue otorgado, entonces lo acepta.
Porque, no hay persona más poderosa que la que protege a su gente con sudor y sangre.
Y el solo pensar que ellos dependan de él le llena de miedo, pero también le hace sentir poderoso, porque sabe que es el más fuerte y el más indicado para gobernar.
Su ego incrementa y su ánimo a vuelto a subir, de repente su tranquilidad se ve estropeada por su consejera y su asistente, le informan de una junta.
Oculta su gusto por ellas, finge odiarlas a muerte pero en verdad las adora, su semblante y posición resurgen con sus palabras y con las miradas que los demás le otorgan.
Solo con ello, ya siente que tiene el mundo entre sus manos.
...
Se arrepiente de haber salido de su pueblo, ¿En qué estaba pensando?
Según él había salido para mejores oportunidades, para incrementar su fama y no estancarse en solo una localidad.
Grave error.
La gente con la que se topa lo mira de mala forma, su confianza y autoestima se ha ido cayendo hasta sus talones, no sabe qué ocurre con la gente.
Piensa que deben tener mala fama, ha intentado encontrar algo qué pintar pero nadie se le acerca o responde a una sencilla charla.
Ni siquiera a las posadas donde va lo quieren recibir, según escuchó de las dueñas, es por el mal aguero que traen los pintores.
¿Pues qué han hecho los demás para que él se vea afectado?
No quiere imaginarlo pero las suposiciones no tardan en llegar a su cabeza, se le cruzan las estafas, los robos y el poco profesionalismo de estos.
Lo que faltaba, todo su trabajo duro ahora se ve opacado por los errores de terceros, él solo quiere crecer y aumentar sus posibilidades. Si tan solo le dieran la oportunidad de demostrar quién es realmente.
A decir verdad, muchos le han amenazado con romper sus lienzos, sus tintes y sus pinceles, ha peleado con tal de que nadie dañe sus tesoros, porque todo lo que tiene le ha costado, ha construido y cuidado, ¿Y para qué?
Todo el sacrificio no va a ser en vano.
—Bola de estúpidos —dice.
Llega a otro pueblo, ha deambulando por el desierto tres días, está de suerte, al menos eso quiere creer.
Cuenta lo que le hace falta, necesita agua y más comestibles, descansará unos días y se irá, claro, todo depende del recibimiento de la gente.
Y que solo al poner un pie en los límites de la ciudad, se da cuenta que no fue una buena idea.
—También aquí —susurra con desgano.
Las miradas con reproche y malicia aparecen, dañando mucho más su confianza que ya era casi inexistente.
Camina con obvia ignorancia hacía su alrededor, la gente choca con él pero los ignora, desgraciadamente se ha acostumbrado al trato.
Llega a una posada donde se quita el chal que porta, dejando ver su rostro. Sacude un poco sus cabellos, quita la arena de estos y no puede evitar notar las miradas de las mujeres.
Rueda los ojos, otra cosa que le ocurre, todos siempre lo reciben de una forma y luego al ver su semblante y físico cambian de actitud.
Claro, la gente que se le acerca por esto es poca, porque normalmente lo quieren echar a patadas del pueblo donde está.
Pide un poco de agua, el hombre del lugar le sirve un poco en un cuenco hecho con estómago de cabra, se ve que el lugar es bueno y rico, no todos los lugares tienen estos materiales a su disposición.
Escucha murmullos y risas, amenazas y cumplidos, todo a sus espaldas, no le sorprende.
—¿Cuánto cuesta una noche? —le dice al hombre.
Este, se encoge de hombros y se mofa de él, el pensamiento de considerarlo pobre le llega a la cabeza, puede que no tenga el dinero suficiente, pero al menos quiere demostrar que es hábil en sus jugadas.
—Una noche cuesta un tinte violeta —la gente se burla, maldita sea, deja el cuenco en lo que parecía ser una barra y de su bolso saca el pequeño frasco con el pedido del hombre entregandoselo de inmediato, la gente queda callada.
—Cuídala bien —vuelve a colocarse su chal y camina a cualquier habitación de su agrado, una vez escogida se tira a su cama de heno, no es lo que espera de comodidad pero es lo más satisfactorio que ha encontrado, prefiere el heno que a las heladas noches en la arena.
Se queda dormido, le ha hecho falta un poco de comodidad, se siente fatal por regalar así su nuevo frasco de pintura, le había costado la vida en conseguirlo y así de fácil se va, ni modo. Era conservarla o dormir otro día en el frío.
...
Un nuevo día llega y nota a todos un poco alterados, el ruido fuera de su cuarto le hace notar eso.
No está de humor para ser curioso pero va, se estira un poco, aquel sueño le sirvió mucho, estuvo calientito y cómodo en su cama, solo ve como su bolso cae para darse cuenta que durmió con todo su equipo de pintura.
No lo ve mal, los protegió de robo, eso le alegra un poco.
Sale de su habitación y camina, no quiere preguntar qué ocurre porque sabe que no le dirán nada, solo ve como la gente se acumula en una esquina del lugar. Espera unos cuantos minutos para que él se acerque.
Sus ojos brillan y un rayo de esperanza parece por fin tocarle. Su alegría a subido a niveles descomunales, corre a su cuarto carga todo su equipo y corre fuera del establecimiento llevándose la noticia con él.
Al parecer, alguien estaba buscando a un pintor. Y esta es su oportunidad.
...
Los vejetez hacen su aparición, restriega su mano contra su rostro, por más que trate de eliminar a estos cerdos, salen más.
Lo que más le molesta ¡Es que no sabe de dónde vienen!
Y la cereza del pastel es que todos lo miran con esa misma puta expresión. Lujuria y deseo. Además de que nota como todos están llenos de confianza al desborde.
Estos hombres creen que pueden tenerlo entre sus manos, es una pena, la mayoría -por no decir todos- no volverán a verlo ni en sus sueños.
Hace que cada pintor le siga a un cuarto determinado para esto, si va a hacer que lo pinten entonces será entre todos, porque sabe que son lo suficientemente cobardes como para dar el primer paso con tanta gente.
Tardan unos minutos, escucha la cháchara de susurros que avientan, le repugna, por suerte para él, la sala no está lejos, una vez ahí, acomoda a todos los pintores en forma circular, él queda en medio de todos.
Suspira y hace una pose, su diestra la extiende al frente, su zurda sostiene un cetro que un soldado le pasó. Frunce el ceño y acomoda su toga de forma en que una pierna se escapa de la ropa, dejando un aire sensual y poderoso al mismo tiempo.
Al cabo de una hora, cuando sabe que los hombres ya hicieron un boceto, se mueve, soba un poco su cuello y con disimulo mira a cada pintor. Todos tienen un aire de lujuria, como siempre.
Excepto uno, al cuál no parece ni mirarlo, queda un poco estupefacto, es el primer pintor que no le dirige la mirada, solo se concentra en su obra, puede detallar en sus ojos profesionalismo, pasión y determinación.
Bufa, el hombre le da un aire distinto, no quiere confiarse, todos empiezan así, pero luego van deteriorando su mirada y su actitud. Suspira.
—Me largo, vendré mañana a ver sus obras.
—¡Si, su majestad! —dicen todos, voltea al nuevo, este ni contestó, está muy consentrado en su trabajo.
Se va, dejando solos a sus lacayos, tiene más cosas por hacer, planea volver en la madrugada para ver avances, solo espera que todos se hayan ido, no quiere lidiar con un hombre de esos.
...
Al llegar al lugar no puede evitar asombrarse, la falta de oxígeno le hace ver cosas, era imposible de alguien de tal magnitud de posición buscara un simple pintor.
Así que, espera un poco, el aire vuelve a sus pulmones y vuelve a mirar al lugar. Si, ahí sigue.
—Wow —suelta.
Se aproxima con lentitud y ve a los guardias del lugar, estos dejan entrar a los ciudadanos con un papel, quiere creer que es el panfleto que lleva en manos. Un poco inseguro se acerca, muestra el letrero y ambos caballeros le dejan pasar.
Le sorprende la confianza de esos hombres por dejarle entrar, creía que le iban a cuestionar su experiencia y esas cosas. Quizá solo está paranoico.
Se adentra al precioso lugar, las paredes de arenisca tallada lo hiptonizan. Las toca un poco y nota como sus detalles son hechos a mano.
—Por Rah —susurra.
—Por aquí, caballeros —escucha y mira a la dirección de la voz, todos los pintores forman una fila, no tarda mucho en correr hasta ella y formarse.
Mientras más camina por el palacio, más enamorado queda, las telas, las infraestructuras, los detalles y materiales son tan caros que no cabe en su emoción.
Da ligeros saltos de emoción, no puede creer que por fin una oportunidad le haya llegado tan rápido. Ni en los pueblos lejanos le ocurrió algo así.
La fila se detiene y puede observar por lo lejos a un hombre de cabellos rubios, mirada penetrante y facciones hermosas.
De todo lo que ha visto, esa persona es lo más hermoso que ha encontrado, su vista no se aparta del hombre, le ve hacer unas muecas de asco, evita la mirada.
¿Será que lo haya visto? No, está a una distancia lo suficientemente lejana como para que lo vea, además, porta su chal, su rostro casi no es visible.
Nuevamente la fila se mueve, sigue a los hombres frente a él, se ve que son mayores, calcula entre los cuarenta y cincuenta. Se le hace admirable ver hombres con tanta edad y experiencia frente a él que se siente algo intimidante y afortunado por pisar el mismo suelo.
Llegan a una habitación, todos se acomodan acorde a lo que el rubio quiere, él queda justo frente al hombre, bueno, no exactamente, está a dos hombres de distancia.
Lo ve hacer una pose magnífica, esa mirada junto con la mano extendida hacia él le hace flotar, está cautivado y ya tiene una meta en mente.
Izuku es reconocido por poner emoción en los recuadros, estos se transmiten en el lienzo dejando pasmados a todos, este hombre solo transmite una cosa: poder.
Hará lo imposible para plasmar el sentimiento en su lienzo, pinta, raya y garabatea.
El momento decisivo a llegado, solo necesitó ver una vez esa pose para poder dibujarla a la perfección y cree que lo tiene. Se aleja un poco para presenciar su obra.
Todo lo que falta es la cabellera rubia y los ojos, aquellos que no puede olvidar, prefirió dejarlos por último como toque final del lienzo, está preparado.
A las tres de la mañana, estando completamente solo termina su recuadro, la luz de la luna y las antorchas colándose por las ventanas le ayudan a presenciar lo que acaba de hacer.
Retrocede un par de pasos, lo ha hecho, está orgulloso de ello. Sonríe, ha pasado mucho desde que pintó pero no pierde el toque.
Aún conserva sus técnicas, el semblante del rubio es perfecto, acerca sus dedos y finge tocar esa lechosa piel, la pintura sigue fresca pero no puede evitar deslumbrarse, es simplemente perfecto.
Se acuesta cerca de la puerta y descansa, le hacía falta, llevaba el día entero parado, su estómago le gruñe, es verdad no ha comido. Intenta levantarse pero no puede, si, ahora lo recuerda, tampoco ayer había comido nada.
Las fuerzas se le van y el cansancio lo abruma, cierra los ojos, posiblemente para evitar pensar en el dolor del cuerpo y del estómago pero al final, termina por caer dormido.
...
Un guardia lo levanta a la luna llena, le dice que los pintores se han ido menos uno, pero no parece que sea de gustos lujuriosos.
Enarca una ceja, no le cree en nada al guardia así que quiere comprobar. Camina unos cuantos metros hasta la sala de los pintores, todas las pinturas estan cubiertas pero solo hay un hombre ahí.
El mismo que había visto antes.
—¿Cuánto tiempo lleva así?
—Todo el día, majestad
Frunce el ceño, ordena al guardia que lo deje a solas con el hombre, una vez solo con el pintor lo observa con detenimiento, puede ver un perfecto cuerpo debajo de todos los trapos que viste. El chal en la cabeza no le deja ver demasiado, pero si lo suficiente.
Sigue notando esa determinación en él, dedicación y amor en la pintura, ha pasado mucho desde que vio algo así, no recordaba la existencia de la pasión al arte, no desde que su padre falleció.
Se recarga en la puerta, la cuál, está del lado derecho de la habitación, era muy grande así que, dos puertas de acceso facilitan el uso.
Al cabo de unas horas observa al hombre alejarse un poco de la pintura, vuelve a acercarse para finalmente volver a hacer distancia.
Nota el aire satisfecho del hombre, lo ve caer al suelo de forma suave para luego acomodarse y al cabo de unos minutos ver cómo caía dormido.
Con cautela se acerca, escucha un ronquido, el hombre está perfectamente dormido. Suspira y se agacha para estar a su lado, puede apreciar las largas pestañas que posee.
Le quita el chal, el hombre es muy atractivo, no llegará a los treinta, quizá es dos años mayor. Se endereza y postra su mirada en el cuadro.
Las luces de la luna y el fuego le dan un toque único a este cuadro, ya no le interesa ver el de los demás, sabe cómo acabarán, toma con cuidado la pintura entre sus manos y se observa a sí mismo.
Este maldito retrato transmite tanto que lo abruma y le ciega, no sabe cómo sentirse. Mira de nuevo al hombre y llama a los guardias.
Ha encontrado a su pintor.
...
Está tan cómodo que no quiere despertar, la suavidad en la que se encuentra no tiene sin igual, es más cómoda que la cama de su madre.
Abre un poco los ojos al sentir algo cálido en su mejilla, su vista se acopla al sol y observa al hombre peli rubio tocando su mejilla.
Cómo primer pensamiento decide sujetar la mano entre la suya, dirigirla a sus labios y depositar un beso ahí, porque si es un sueño quiere aprovecharlo.
Por otro lado, Katsuki se sonroja un poco, quiere apartar la mano pero no puede, no siente nada de maldad en el toque.
—¿Te diviertes? —escupe.
Izuku abre los ojos y despierta de su ensoñación, Katsuki cruza los brazos pero no hace por quitar la sensación de los labios ajenos sobre su dorso.
—¡Lo siento tanto! Creí que estaba soñando.
—¿Quieres decir que me besarías en tu sueño? —gruñe, quizá sí se está equivocando.
El contrario se sonroja al darse cuenta del comentario de su acompañante, ya no sabe qué decir, le ha pillado.
—No quise... decir eso —desvía la mirada. El rubio rueda los ojos y camina para irse de la habitación.
Antes de eso, siente la mano del pintor sosteniendo su muñeca, ambos se miran a los ojos, de cierta forma, sienten una conexión, no saben cómo explicarlo pero ahí está.
—Lo siento —le dice Izuku.
Truena la lengua y se safa del agarre. —Está bien, olvida esa mierda —le resta importancia y camina. — Sígueme.
Confuso decide obedecer, después de todo, no conoce nada del lugar, prefiere estar con ese chico, lo guía por nuevos rumbos desconocidos pero igual de atractivos.
Llegan a un comedor, uno no tan grande, pero si lo suficientemente amplio para ver el enorme jardín que posee.
Katsuki toma asiento en un extremo e Izuku se sienta junto a él.
—Traerán el desayuno en unos minutos —la voz del emperador lo regresa a la realidad, se sentía un poco Incómodo al "invadir" casa ajena.
—¿Por qué tantas molestias? —juega con sus dedos nervioso, era la primera persona que lo trata bien desde que salió de su casa.
—Eres mi pintor ahora, lo que puedo hacer es alimentarse y darte asilo.
—Ah, eso explica... —hace una pausa, las palabras le llegan como un balde de agua fría ¿Cuando aceptó?—. ¡¿Que yo qué?!
—Eres mi pintor personal ahora, te quedarás aquí el tiempo que requiera, si quieres traer a tu familia o algo adelante, pero no te irás de mi castillo.
Izuku siente un tic en su ojo, la sorpresa le ha pegado muy mal, pero siente que no tiene de otra, la mirada fiera del contrario le sugiere no rechazar la oferta.
Si bien ha querido crecer, no esperó semejante situación, de nuevo voltea a ver a Katsuki y asiente.
El emperador sonríe de forma maliciosa, pues ese día, solo fue el principio de una alocada pero romántica relación.
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