Un brote de problemas


Era ciertamente difícil desplazarse en la oscuridad. Tenía que moverse de forma que no hiciese ni un ruido, lo cual no era un gran problema si no utilizaba zapatos. El problema era lo rígidas que se sentían sus extremidades, como si cada paso amenazara con paralizarla ahí en el pasillo hasta que la puerta del cuarto de su tía se abriese y la encontrara despierta. Hasta podría decir que su cuerpo le dolía ya a causa de la rigidez con la que se estaba moviendo. 

No se trataba de una distancia demasiado grande, ni siquiera tenía que bajar escaleras o algo similar. Mejor para ella, ni siquiera quiso voltear a ver las escaleras. Y, aún así, el trayecto se sintió eterno. Incluso cuando llegó al cuarto que quería y cerró la puerta con cuidado, todavía sentía su cuerpo demasiado rígido y el corazón palpitarle con fuerza. 

No era normal que se sintiese de esa manera, ¿o sí?

Con ayuda de la luz que le brindó la pequeña linterna en sus manos, observó un momento la habitación, desde el armario hasta la repisa y los múltiples cajones de madera que había en ésta. Luego la pequeña puerta... Y la llave en sus manos. 

¿Estaba segura de lo que estaba por hacer? No había de otra. 

Encendió la luz del cuarto. 

Tras casi media hora, Agatha todavía se encontraba abriendo cajón por cajón y del cajón extraía una caja. La caja podía ser de plástico o cartón, pero las abría todas. Vaciaba su interior y volvía a hacer lo mismo con otra caja. La niña llevaba un buen rato revolviendo fotografías, incluso si de vez en cuando se le escapaba algún bostezo. Alrededor de ella, esparcidas por el suelo, había un montón de fotografías. Veía alguna y no tardaba en dejarla junto a las otras para seguir viendo las demás. 

--¿Rosie?

Alzó la vista casi de inmediato. El cuerpo de la mujer había sido rodeado por el halo de la luz blanca que generaba la lámpara del techo cuando se inclinó un poco más, bloqueando el paso de esa luz y ensombreciendo la fotografía que la niña estaba viendo. 

--¿Qué significa esto?

--Mis padres. - le mostró la fotografía a su tía. 

Vio a la mujer apretar ligeramente los labios, luego cerrar los ojos. Entonces le pareció ver una faceta de su tía que nunca se habría imaginado ver: lucía cansada. Lucía realmente cansada mientras se agachaba frente a ella y le quitaba la fotografía de las manos. 

--Rosie, es muy tarde

Tras un acuerdo entre ambas, Evangeline esperó en la puerta a que la niña terminara de organizar las fotografías en sus respectivas cajas y acomodar las cajas en sus respectivos cajones. 

--¿Memorizaste el orden en el que las dejaste? - preguntó su tía con curiosidad al ver que había separado las fotografías en ciertos grupos y no las estaba reacomodando precisamente al azar. 

--Recuerdo algunas cosas. - respondió la niña, sin dejar de mirar la fotografía siguiente. 

Pasó quizás media hora más cuando llevaba la última caja hacia el cajón. Terminaron por salir del cuarto y Evangeline cerró la puerta a sus espaldas, aunque cerró con llave también. Al darse cuenta de que la niña la miraba, se encogió un poco de hombros. 

--No me voy a arriesgar a que no duermas hoy. Esperarás hasta mañana como prometiste, ¿de acuerdo? No me malinterpretes, no desconfío de ti. 

Sostuvo el rostro de la niña entre sus manos. Los ojos azules, brillantes, le devolvían la mirada. 

--¿Entonces qué sucede?

--Tan solo me preocupa lo impulsiva que te has vuelto, Rosie. Ya tendremos tiempo para hablarlo mañana también, ¿estás de acuerdo? 

Asintió. 

Evangeline sonrió con dulzura mientras le pasaba una mano por el cabello, hasta el inicio de una de sus dos trenzas. 

--Descansa ya. Es tarde. 

La niña se despidió de su tía y pasó a su lado para ir de regreso a su habitación. 

No miró hacia atrás. 

Apretaba ligeramente los puños de su pijama que hacía tan solo unos momentos había tenido que arremangar para ordenar las fotografías, pues la pijama todavía le quedaba un poco grande. Un terrible inconveniente para cualquier trabajo manual que quisiera realizar. Sin embargo, eran un beneficio enorme para colar cosas dentro de las mangas, como ahora mismo estaba haciendo. 

Solo iba de vuelta a su habitación.

¿Se había sobrepasado? ¿Había sido suficiente? ¿O su comportamiento ya estaba resultando sospechoso? ¿Evangeline confiaría en ella lo suficiente para no volver a ordenar todos los cajones y fotografías que ella había abierto y devuelto a su lugar o iba a preferir asegurarse de que no hubiera nada raro? ¿Evangeline siquiera revisaría algún otro lugar de la habitación? Seguramente no. 

Un cajón en especial tenía una llave. Un cajón donde se solían guardar ciertos documentos. Una llave que solo tenía un par de copias: la que estaba en manos de Evangeline y la que había pertenecido a su madre, que pasó al cuidado de Evangeline. Sin embargo, Evangeline había tomado tal confianza de una persona en específico que no había dudado en confiarle algo así. Después de todo, un trabajador con una excelente reputación y que ya tenía experiencia trabajando como archivista fuera de su trabajo en la residencia. 

Las llaves las había tomado, por supuesto, del tutor. 

Oh, pobre del tutor, que llevaba más tiempo trabajando con ella que todos los demás, hasta podía haber sido considerado como amigo íntimo por Evangeline. Y así fue. Claro que podía sentir cierta pena por el hombre cubierto de abejas, pero era lo más práctico que se le ocurrió para deshacerse de él, pues estaba tan furioso que ni siquiera quiso hablar nada más con Evangeline, quien ni siquiera se molestó en preguntar nada. Después de todo, ¿a quién le importaría un juego de réplicas de llaves cuando se trataba de un insulto hacia la profesión de un pobre hombre que había sufrido una terrible travesura por parte de un arranque de ira de una niña que recientemente había perdido a sus padres? Claro que ella y su comportamiento fueron la prioridad de Evangeline en ese momento. La prioridad sería castigar a la niña por semejante comportamiento. Pasaba lo mismo con las fotografías, como lo fue la tela bordada. Si a Evangeline le importaba, se preocuparía más por la niña que por los objetos. 

En cuanto a las fotografías, las acomodó en un orden en específico, fácil de recordar para ella. Fotos relacionadas unas con otras estaban sobrepuestas, como si una te llevara a la otra. Sin embargo, cuando alguna no tenía relación alguna con la otra, las comenzó a clasificar según la gama de colores que contrastaban. Luego, por algún objeto en común. Luego, por las estaciones del año. Luego, acomodando algunas por el orden de las letras y números de la fotografía (como había notado que Evangeline solía ordenarlas), siendo esas las que había dejado como primeras. Si alguna cambiaba de lugar, sabría que Evangeline las había reordenado y, por ende, no confiaba en ella, o bien (en el peor de los casos), sospechaba algo. Podría confirmarlo mañana tras haber insistido y hecho prometer a Evangeline que verían las fotos juntas porque extrañaba los rostros de sus padres.

Esperaba que el bordado y las fotografías hubieran sido suficientes para despistarla. 

La llave la guardaría muy bien. O se desharía de ella. Si Evangeline le preguntase al tutor y él no la tuviera... Puede dejarla enterrada en el jardín, sí. No sería sorpresa que la llave se hubiera perdido en el incidente. La llave permanecería oculta hasta entonces. 

Ahora, Agatha no podía dejar de pensar en lo que había leído. 

Los nombres de sus padres, fotografías de un par de rostros pálidos desde diferentes ángulos, fotos inquietantes que no creía que fuesen reales de no ser porque ella misma los había visto.  Fotos que complementaban la información detallada en el archivo en sí. Palabras que se habían grabado en su cabeza: "lesión", "torcedura", "estrangulamiento", "contusión cerebral", "rigor mortis", "asfixia", "alergia", "intoxicación", "muerte".

Muerte. 

La primera vez que escuchó esa palabra fue por una conversación de sus padres antes de dirigirse al trabajo y luego durante películas, esas escenas cuando la música se volvía suave y lastimera, cuando todos hacían silencio y habían lágrimas. ¿Cuántos años tendría? En ese entonces, quizás siete u ocho. 

"Muerte: fin de la vida." 

Eso fue lo que los diccionarios decían. 

"Algunas personas piensan que con la muerte se acaba todo y otras piensan que hay otra vida después."

Eso es lo que había escuchado de la amable jardinera personal de Evangeline. 

¿Había una respuesta clara? 

No.  No la había. 

La escena parecía cobrar vida nuevamente cada que lo pensaba incluso si era por unos segundos, pero ahora mismo casi podía decirse que el recuerdo, fresco desde hacía unos segundos, estaba materializándose en frente suyo. Una escena que le pareció casi irreal. 

Un cuerpo que podía ver desde arriba de las escaleras, ahí abajo. Pálido, con las extremidades endurecidas como si de un maniquí roto se tratase, con el cuello doblado en una posición anormal. Enfrente de las escaleras, una puerta abierta a una habitación en cuya cama descansaba otro cuerpo rígido y pálido, con los ojos vacíos mirando al techo. 

En ese momento ni siquiera se sintió capaz de gritar o llorar. Fue una sensación que la hizo retroceder hasta los primeros peldaños y luego correr hacia su habitación, encerrándose ahí hasta la mañana. 

Horas en silencio, sola. 

Pero no se preguntó qué era la muerte en ese momento. 

Su mente estaba siguiendo otro hilo más allá del significado, la insistente idea y necesidad casi incontrolable de ver más allá de lo que había sucedido. La pregunta de "¿Por qué?" seguía haciendo eco en su cabeza desde ese día. Desde ese día, desde el día del desafortunado hallazgo de Blake y Stella Van Weber asesinados en su propia residencia; rumores iban y venían, volando de boca en boca entre murmullos por doquier. Incluso tras casi una semana desde el incidente, todavía habían policías y reporteros entrar y salir de su casa durante el día, hablando con los residentes ahí, desde su tía a los empleados de turno, hasta incluso con la propia niña. Aunque, claro, la mayoría de las veces que se dirigían a ella tan solo era para expresarle que era una niña fuerte o intentaban hablar con ella cualquier otro tema trivial. 

--Le pediré a la policía que mantengan las preguntas al mínimo. - le había asegurado Evangeline. 

Sin embargo, Agatha estaba más bien interesada en lo que los demás, desde su tía hasta los empleados, tenían que decir de sus padres. Se interesó por esos momentos en los que las palabras de todos ellos le sonaban como si algún desconocido estuviese hablando de sus padres o, al contrario, que sus propios padres fueran unos desconocidos para ella. No reconocía nada de ellos entre cada afirmación o negación. Tampoco pasaban demasiado en casa, pero nada de lo que hacían era un secreto... O no lo era hasta escuchar las tantas cosas surgían entre cada persona que hablaba con los reporteros o entre sí. Al final, concluía que podía estar rodeada de un montón de desconocidos que siempre tenían más idea que ella sobre quiénes eran sus padres. Ella misma ya se estaba encontrando siendo incapaz de recordar sus rostros con claridad más allá de una pálida y rígida expresión de un cadáver inerte. Unos cadáveres que ya no eran más sus padres. 

Ni siquiera tenía quejas ya en caso de que al día siguiente fuera lo mismo, si Evangeline tendría que posponer ese plan con ella sobre revisar las fotos familiares porque tendría que hacer algunas declaraciones frente a los reporteros que llegasen mañana. 

Ese día, no hubo otras visitas. No hasta el mediodía, cuando pudo ver desde su ventana a una persona caminando hacia la entrada. Escuchó el ruido del timbre y enseguida Evangeline se dirigió a abrir. Al parecer, intercambiaron palabras un buen rato antes de (por fin) entrar. 

La mujer recién llegada usaba un vestido formal negro y liso, con ninguna joya. Su cabello estaba recogido en un moño alto y era totalmente blanco, pero la mujer era joven. Al menos Agatha la veía joven. 

Y se dio cuenta que no era alguien mayor una vez la tuvo frente a ella. Y era más bonita de lo que se hubiera esperado: Cabello blanco y piel muy pálida, con unos ojos oscuros realzados por pestañas largas y también oscuras, por no mencionar la sombra con la que se había maquillado. Sin embargo, todo eso hacía resaltar sus labios pintados de un rojo intenso. Pero los labios rojos destacaban al mismo tiempo el resto de su rostro. 

--Rosie, saluda a Meredith.  

La mujer de cabellos blancos tan solo le dedicó una pequeña sonrisa e inclinó un poco la cabeza. Agatha agradeció ese gesto, mucho más agradable que los que directamente se apresuraban a saludarla, darle sus condolencias y hacerle algún cumplido relacionado a sus padres. Solo les daba lástima, así lo veía ella. Todos pensaban algo como "Pobrecita niña". Claro, no los culpaba, pero mentiría si no dijera que la hacían agobiarse hasta hacerla pensar en si debería sentirse miserable al no tener claras todavía sus emociones. 

Pero Meredith parecía más bien interesada en hablar con Evangeline, pues parecía que no prestaba atención a la niña en absoluto. Agatha notó que, incluso si hablaba con Evangeline, Meredith tampoco hablaba demasiado. Su tía era quien tuvo la mayor parte de la conversación. 

Quizás ella no lo sabía. O se trataba de algo realmente importante con Evangeline. O simplemente a Meredith no le interesaba una niña que perdió a sus padres. 

Fuera como fuera, no importaba. Agatha no dejaba de mirarlas a ambas. 

--Rosie, ¿quieres hablar con Meredith?

Ambas mujeres miraron a la niña, quien solo se aferró a su gato. 

--Suele ponerse así a veces, sin saber precisamente lo que quiere. - Evangeline sonrió con dulzura mientras explicaba, pero el rostro de Meredith permaneció con la misma expresión calma. --Ven, Rosie, acércate

Realmente no sabía por qué, pero lo hizo. Se acercó a la mesa donde ambas mujeres conversaban. 

--Ella es Agatha, mi sobrina. Cumplió once años hace un mes. Es apenas un poco más grande que los mellizos, ¿no? ¿Cuántos años tienen esos dos?

--Cumplirán once pronto

--Deben haber crecido mucho ya. Eran tan pequeños la última vez que los vi... Ah, estoy segura de que a Rosie le vendría bien conocerlos. 

--Te aseguro que ellos estarán igual de emocionados por conocer a alguien más.  

--Oh, Rosie, estoy segura de que tú y Birdie serán grandes amigas. 

Una charla ligeramente incómoda en la que Evangeline habló más que cualquiera de las dos, pues Meredith daba respuestas cortas en comparación de Evangeline y sus charlas que desembocaban en otra cosa. Además, Agatha ni siquiera podía hablar, sin saber cómo seguir el hilo de la conversación. Es más, la niña se vio en peligro de terminar en un silencio todavía más incómodo cuando Evangeline dijo que tenía que atender una llamada, saliendo al jardín. 

Agatha había tomado asiento en una de las sillas, balanceando sus pies. Cristie se paseaba por debajo de la mesa, sin dejar de mirar con curiosidad a la invitada. La niña apenas miraba a su gato o a la invitada. Pero tampoco esperaba a que su tía volviese. ¿Sería descortés irse? ¿Tenía que pedirle permiso a su tía o a Meredith? Detestaba la situación en la que se encontraba en ese momento, en el que apenas y podía integrarse en una conversación donde básicamente Evangeline había dado todas las posibles respuestas por ella. 

--¿Cómo se llama? - preguntó entonces Meredith, observando al gato que ahora daba vueltas alrededor de sus pies. 

Agatha la miró unos segundos antes de responder:

--Cristie. 

--Cristie... Es un lindo nombre. - expresó, acariciando al gato. Cristie recibió las caricias detrás de sus orejas con gusto, estirando un poco más su cuello hacia la mano de la mujer. --Agatha, ¿verdad?

--Sí. 

--Me alegra por fin conocerte después de solo haber escuchado de ti por parte de Eve. Aunque me temo que no nos hemos conocido en un momento adecuado

Apenas pronunció esas últimas palabras, Agatha supo a lo que se refería. Y Meredith no tardó en darse cuenta de la expresión de la niña. 

--Me disculpo si no te di mis condolencias en un principio, pero, para serte sincera, tan solo pude pensar en que ya deberías estar demasiado agobiada por ello. Debes despejar tu mente de vez en cuando

Sí, era compasión. Pero una compasión diferente. 

Pero no lo entendía. No entendía cómo Meredith podía asegurar eso con tanta facilidad. No entendía por qué ella había entendido algo de esa manera mientras que otros se lo tomaron tan... como se lo habían tomado. No quería condolencias, pero tampoco indiferencia, mucho menos a alguien que la hiciera sentirse más confundida. 

Casi inconscientemente, soltó: 

--¿Debería sentirme triste?

Lo había dicho en un tono por el que Evangeline la hubiera regañado. Y es lo de menos: lo había dicho frente a una mujer ajena a la familia, frente a una invitada que se había portado tan amable hasta entonces y no se había dado cuenta. Para cuando lo hizo, ni siquiera se atrevió a mirar a Meredith al rostro. Por un momento, pensó en gritar, pensó en correr escaleras arriba... Pensó en tantas cosas que, al final, su cuerpo no fue capaz de moverse ni un poco. 

Un silencio que le causó inquietud hasta que las palabras suaves de Meredith llegaron a sus oídos: 

--No es una obligación, pero me temo que es un motivo más que suficiente para estar triste. Tampoco te culpo por lo que no sientes.  

No se sentía triste. Esa no era la sensación que le dio la tristeza. Nunca había experimentado la tristeza de esa manera. No era tristeza, pero, ¿por qué sentía lágrimas en sus mejillas? Tampoco podía dejar de temblar y fue ella quien aceptó de inmediato los brazos extendidos de la mujer de cabellos blancos. 

Las manos cubiertas por los guantes acariciaron su cabeza. 

--Está bien, Agatha. Puedes sentirte más confundida que triste en realidad. Y está igual de bien. Está bien como te sientas, incluso si no estás segura de cómo te sientes. Personalmente, creo que lo importante es que lo expreses como tengas que expresarlo, como tus emociones quieran fluir. Solo déjalas ser..

Al alzar la vista, Agatha se topó con los ojos oscuros y vidriosos de la mujer. Unos ojos oscuros y compasivos a través de los cuales tan solo pudo ver a la persona más genuina que había visto jamás. 

Sintió sus manos aferrarse más al abrazo de Meredith. 

Una extraña sensación que no había sentido nunca. Al menos hasta entonces. 

Una sensación que se mantuvo haciendo un eco extraño en ella incluso cuando llegó la hora de dormir. Incluso Evangeline se sorprendió de que no saliese de su habitación esa noche. Agatha continuaba mirándose las manos. Unas manos terriblemente sensibles en las que aún habían marcas rojas tan solo por ella misma pellizcárselas. Sin embargo, todavía recordaba la sensación de los guantes de la mujer sosteniendo sus manos. Y, casi de inmediato, evocaba sus palabras. 

Fue como una especie de epifanía en aquel momento. 

Y se dio cuenta de que, tan solo con hablar un rato con ella, Meredith le había hecho ver varias cosas. 

Una. Quizás por eso se había vuelto tan impulsiva. Quizás por eso estaba tan confundida, tan frustrada, tan molesta, tan inquieta, tan asustada, tan triste, tan perdida, tan abandonada... No, no desde entonces. Eso venía desde mucho, mucho antes. Era un problema que había nacido hacía mucho más tiempo. Algo en lo que ni los cadáveres ni Evangeline la habían dejado pensar con claridad. 

Dos. No necesitaba buscar más pistas, no. Necesitaba pruebas. Necesitaba pruebas si quería deshacerse de todo eso que estaba haciéndole estragos en sus emociones. Necesitaba pruebas con las que arrancar de raíz todo eso que sentía y liberarse por fin. Necesitaba pruebas de las que nadie pudiera dudar. Pruebas para deshacerse por fin de todo eso sin haberse dado cuenta de lo mucho que lo odiaba tanto. 

Lo haría. Lo haría costase lo que costase. No importaba. No importaba si ella también acababa como un pálido y rígido cadáver en una fotografía. No importaba en absoluto. Una satisfacción de, al menos, haberse convertido en una amenaza y siquiera haber visto brevemente esa liberación que ahora anhelaba. 

Ya estaba en un punto de no retorno. 

Y Agatha no era la única que lo sabía. 

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