Hilos Y Agujas
Enumerando todo lo que pensaba, casi estaba murmurando cosas inentendibles en voz baja mientras caminaba por los pasillos sin apartar la vista de las estanterías. Su cabeza no podía permitirse el dejarla concentrarse en una sola cosa mientras echaba cosas casi de forma automática al carro de compras tras examinar tan solo algunos segundos las etiquetas y los precios mientras meditaba todo, tratando de empezar a entender la nueva actitud tal vez hasta agresiva de la niña. Relacionó varios factores, entre ellas, a sus padres, por si acaso se incluyó a ella misma y toda la vida que había llevado. No recordaba que hubiera salido de casa desde que era bebé. Además de alguna que otra noticia poco antes pudieron haberla incomodado y nunca lo dijo, por lo que no sería extraño pensar que esa actitud derivase de ya varias cosas que no se había atrevido a expresar antes y que actualmente, excusada con el luto, seguro nadie se preguntaría por un cambio así en ella y casi la mayoría de las personas, ya fuera por respeto, compasión o incluso -peor aún- por lástima, lo dejarían pasar perfectamente, como si nada. Ella conocía perfectamente a la gente a la que los mismos padres de Agatha la habían expuesto, incluso por el menor tiempo posible y ya estaba visualizando todo aquello. Y aunque no estaba conforme, ya no quedaba de otra, eran lo único que ella había conocido, para fortuna o desgracia de las dos.
La cabeza empezaba a dolerle. Parpadeo un poco y su respiración se volvió casi un jadeo, por un momento quedándose sin energía después de aquel trance de pensamiento en el que había estado... ¿Ya casi cincuenta minutos que había llegado ahí? No, no cincuenta minutos. ¡Casi dos horas habían pasado y ella ni siquiera lo había notado! Esta vez prefirió rehusarse a pensar en todo lo demás mientras empujaba el carro de compras hacia el pasillo de las cajas registradoras para pagar e irse. Era imposible para Evangeline negar que todavía le preocupaba un poco dejar sola a Agatha en casa, pero insistirle en salir a estas alturas hubiera sido una labor exhaustiva, pues la niña no parecía querer cambiar su decisión de abrazarse a su gato en el sofá de la sala y definitivamente no quería iniciar una discusión o golpearle las manos de nuevo -esto último incluso lo consultaría con un doctor, no era normal tener unas manos extremadamente sensibles-. No estaba consciente de la impotencia que eso le había generado, no era capaz de ayudar a su sobrina como debería. Con todo lo que seguramente estaría acumulando para esos momentos, incluso cuando sabía que tal vez debería dejarla al menos un rato más procesando todo si era necesario, le preocupaba de sobremanera el cómo podía terminar afectando todo eso la salud mental de la niña.
En cierta forma, ya desde hace un tiempo se vendría sintiendo culpable por, quizás otro de los factores que contribuyeron: el desastroso cumpleaños de hace algunos días que, se suponía, sería una fiesta sorpresa. Sí, una fiesta sorpresa cuya existencia fue ignorada por completo por los padres de la niña, para mala suerte de su sobrina y de ella misma. Ellos ya habían organizado una lista de invitados para celebrar los once años de la niña. Agatha también parecía emocionada haciendo las invitaciones a mano, decoradas con brillantina, estampas y dibujos de acuarelas. Ella misma le dijo cómo quería su pastel y claro, ¿cómo iba a negarle esa petición a una niña tan adorable como lo era su sobrinita? Era tal su propia emoción que incluso le adelantó su regalo de cumpleaños: ese vestido que había hecho ella misma para la niña, a quien de inmediato le brillaron los ojos cuando su tía le mostró la prenda fuera de la caja. Un vestido de blusa blanca con un listón rosa pastel en la cintura. En la falda, la tela pasaba del blanco a un azul celeste, lila y nuevamente un rosa, adornado de florecitas blancas con perlas en el centro que ella también había hecho para la falda. Además, esas zapatillas de verano blancas. Era perfecto. Todo en general era perfecto e iba por buen camino.
Y lo hubiera seguido siendo todo hasta tres días después.
Para cuando la mujer llegó a la casa, reinaba el silencio. Tocó al timbre varias veces, aunque se llamó tonta a sí misma cuando cinco minutos después abrió con la copia de la llave que ya tenía. En realidad lo hubiera hecho desde el principio, pero prefirió esperar como era debido, o como se lo había enseñado su propia madre y como su hermana la regañaba cada vez que entraba por cuenta propia. Prefería ahorrarse esa clase de problemas, siempre le causó un estrés terrible el ruido excesivo, especialmente cuando se trataban de regaños y cosas así.
--¡Stella! ¿Stella?
Ni siquiera se esforzó en volver a clamar el nombre de su hermana para que apareciera. Suspiró y se resignó a caminar por la casa. El auto estaba estacionado afuera en el garage, por lo que dedujo que habrían salido cerca. Y lo más importante... ¿Se habrían llevado a su hija a un paseo para celebrar su cumpleaños o...? No, quiso ser lo menos pesimista posible. Si bien no le agradaban algunas actitudes de su hermana y su pareja, quiso tenerlos en estima al menos un poco más arriba de donde normalmente los tenía.
La cocina y la sala de estar estaba llena de globos. Las paredes tenían algunos adornos en rosa pastel y blanco, también con letras dibujadas, al parecer, con plumones. En cada letrero había una letra en cursiva que al final juntos se leía "FELIZ CUMPLEAÑOS, AGATHA". Estaban pegadas un poco más abajo de lo que deberían, en su mayoría colgaban hacia abajo... ¿Lo hizo sola?
--¿Rosie?
Ahí estaba la niña, en la mesa del comedor, rodeada de más globos todavía.
La pequeña pelirroja miraba las velas en su pastel. Un pastel con glaseados rosa brillante y blanco, además de algunas perlas comestibles decorando alrededor del número once dibujado con chocolate en la parte superior que, al final, había tenido que recoger ella en la pastelería a unas cuatro calles. Recargó su cabeza sobre sus brazos y durante un buen rato se dedicó a mirar las flamas de las velas, casi imaginando una pequeña danza que ellas tenían con el ligero aire que se colaba por la ventana de la escalera, balanceando sus pies al compás de una canción en su cabeza que ella misma había inventado pero que nunca había tarareado ni en susurros o en voz alta. Su cabello, rojo carmín brillante y largo hasta la cintura, iba amarrado en un par de trenzas irlandesas que caían sobre sus hombros o espalda según las acomodara. Ella hacía y deshacía los dos listones blancos en la parte inferior para sujetar el peinado. En su regazo descansaba el pequeño gato azul ruso. Llevaba puesto su vestido, pero no parecía tan feliz como los días anteriores que la había visto y pareció ignorar por completo a su tía.
--¿Rosie?
Como la niña no respondió, Evangeline se sentó a su lado.
--Ya pasaron tres horas desde ellos salieron. ¿Por qué no vuelven?
--¿Te dijeron a dónde iban?
--No.
De nuevo intentaría ser positiva. El trabajo puede tomarlos por sorpresa a veces, sí... No. Si hubiera sido algo de la comisaría, Agatha podía saberlo perfectamente. Nada del trabajo de sus padres era un secreto para ella, así lo había sido siempre.
Evangeline suspiró mientras abrazaba a la niña.
--Feliz cumpleaños, Agatha. ¿No vas a probar ese pastel? Lo elegí especialmente para ti, ¿No es que te gustaba el pan de naranja y el relleno de chocolate?
La niña asintió algo apenada mientras se levantaba de la silla. Unos minutos después, ambas estaban sentadas frente a frente con un pedazo de pastel en sus platos. La niña lo picoteaba con su cuchara tras cortar un pedazo y lo que se llevaba a la boca ya era algo entre masa y glaseado, en el que los mismos colores parecían haberse empezado a mezclar en algunas partes. Alzó un poco la mirada para ver a su tía, quien no dejaba de contemplar unas de las fotos de las repisas.
No quería admitirlo, pero debía: a veces la casa de su tía podía pasar perfectamente como la casa de sus propios padres. Repisas llenas de esas fotos de la boda de su padre, de fotos suyas cuando era bebé, de sus anteriores cumpleaños... A veces la tía Eve podía tener una fascinación por la fotografía indescriptible o, como Agatha lo veía, le gustaba tener esos momentos plasmados en un marco para toda la vida. Tal vez hasta se preocupaba más por ella que sus propios padres... Algunas veces, claro. Otras parecía igual que siempre.
--¿Quieres ir a algún lugar? A donde sea.
--¿Donde sea?
--Sí, no me molestaré ni nada.
--Quiero quedarme aquí en casa.
--Oh...
Sinceramente, eso era lo que menos esperaba. Sonrió y tomó un respiro, dispuesta a aligerar el ambiente al ofrecerle ir al parque por el que le gustaba caminar, pero la niña se le adelantó.
--Tía Eve, ¿Papá y mamá me quieren?
--¿Qué?
--Tu siempre dices la verdad. Y lo sabes todo, entonces... ¿Papá y mamá me quieren?
Hasta el momento, ninguna pregunta le había hecho estremecerse de tal manera. No debía mentirle, pero tampoco quería ser exageradamente directa con ella en cuanto a lo que ya estaba pensando, maldiciendo mil veces a los padres de la niña. ¿Quién cometería semejante atrocidad?
--¿Que si te quieren? ¿Exactamente qué es querer para ti? Bueno, no te han echado de casa...
Se encogió un poco de hombros al ver la cara de la niña casi preguntándole "¿Eso los justifica?". No, no lo hacía. Había sido más bien una pequeña broma que fracasó intentando aligerar en mal momento, pero conocía las palabras con las que debía continuar.
--A veces para algunas personas es difícil criar a un niño, especialmente con trabajos como los que ellos tienen. Y hablo en especial de ellos. Cuando tu madre y yo éramos niñas, Stella me quería a pesar de que de vez en cuando fuera distante conmigo. ¿Cómo lo sabía? Cuando me tomaba de la mano y me decía que éramos hermanas, eso era suficiente para mí. La veía sonreír y... Ella también era muy feliz cuando yo lo era. Claro que a veces yo decía odiarla, pero par serte completamente sincera... No soy capaz de odiar a Stella, bajo ninguna circunstancia. Actualmente sigue siendo así, aunque debo admitir que Stella tal vez se ha vuelto un poco más distante que antes y quiero creer que entiendo el porqué. Lleva demasiado tiempo trabajando en la comisaría ya. La profesionalidad y buena imagen que se exige para ese trabajo y los otros que sabes que tiene, afecta demasiado el concepto de "cariño hacia otros" que cada persona tiene. Es eso justamente. Ambos se la pasan trabajando por que nada te falte, Rosie. ¿Crees que no te querrían? Un contratiempo u otro no afectará en absoluto su amor. ¿Tú no lo ves así?
Bueno, dio una respuesta que, en aquel entonces, había sido suficiente para la niña. En ese momento, todavía tenía oportunidad de ver con buenos ojos a sus padres, la había convencido de ello.
Pero ahora, ¿qué forma había de demostarle a la niña si sus padres realmente la querían?
Cuando era más pequeña, a Agatha le daba experimentar. Prueba y error. Debía suceder para que ella comprobara la veracidad de algo que ella se cuestionase demasiado. Esa seguramente debió ser la razón número uno por la que sus padres prefirieron su educación en casa y Evangeline estuvo de acuerdo: en las instituciones se veía mal ese comportamiento de un niño cuestionando lo que le diga su profesor. Si bien actualmente no había rastros de que la niña mostrara más curiosidad respecto a muchísimas cosas y ahora solo se dedicara a mirar espacios en blanco mientras vagaba por toda la casa cual alma en pena, Evangeline quería creer que aquello no duraría mucho. En verdad empezaba a extrañar las actitudes anteriores de Agatha. O, ¿será que esas actitudes habrían sido retomadas y por eso mismo estaba tan molesta ahora mismo?
Siguió pensando en ello para cuando abrió la puerta y buscó la cabecita pelirroja con la mirada, no encontrándola en la sala. ¿Habría subido?
--¿Rosie?
De nuevo nadie contestó, así que directamente fue a dejar las bolsas de compra a la cocina para dirigirse escaleras arriba.
Ni siquiera levantó la mirada cuando su tía abrió la puerta del cuarto. Pronto, los ojos de Evangeline pasaron más bien a lo que la niña sostenía en manos. Era un mantel alargado, con un hermoso contraste de colores, con ese bordado de flores y aves. Las partes en las que no iba el bordado, los extremos a lo largo, eran de un blanco perfecto a pesar de todo el tiempo que había pasado... Stella y la propia Evangeline habían tejido a mano ese mantel cuando eran más jóvenes. Eso que había derivado de una competencia absurda entre ambas por un regalo para su madre y que, al final, tuvo un resultado completamente diferente. Sin lugar a dudas, ese mantel tenía bastante que decir de su hermana y de ella. Y la niña parecía empeñada terminar ese extremo incompleto que abarcaría casi un metro de largo y otro medio metro de ancho.
Cada vez más tiempo pasaba en el que Evangeline no se movía y Agatha no alzaba la vista de sus puntadas con la aguja. La aguja era sostenida de una forma delicada por la niña, quien movía sus manos para insertarla una y otra vez según correspondía... Todo iba a una lentitud mortificante para el gusto de la mujer, quien por fin pudo hablar.
--Rosie, ¿Qué haces?
--Aprendo a bordar.
Primero varios segundos en completo silencio. Sintió su propio cuerpo completamente rígido y luego sus propios ojos abrirse. Por más de una razón, a Evangeline no le gustaba esa respuesta en absoluto. Sin apartar la vista de los ojos de la niña, simplemente movió su mano y le quitó la aguja de las manos y casi al instante le pinchó el dedo. Por reacción, la pelirroja apartó la mano mientras sofocaba un gritito. Su dedo enrojecía a una velocidad alarmante y no tardó en brotar un hilito de sangre.
¿Cómo pudo olvidarse de ese detalle de las manos? Bueno, sucedió. Su mente ya estaba demasiado nublada en muchos otros pensamientos diferentes en cuanto sus labios se abrieron y empezó a hablar.
--Ibas muy lenta, cuidabas mucho no picarte. Rosie, son cosas que pasan, además, ¿Te pasaba algo grave pinchándote el dedo?
--¿Me pasa algo si no me pincho el dedo?
--¿Sabes? Desde que te conozco... Siempre has tenido muy presentes las consecuencias de todo y ambas lo sabemos. Antes te atrevías a experimentar y eso, pero... Empiezo a creer que tus actitudes más bien pueden ser una especie de método evitativo.
La niña no dijo nada, apenas y parpadeó. Sí, no era difícil ganarse la atención de Agatha y su tía lo sabía.
--Digo, mira nada más el ambiente en el que creciste. Siempre aquí en casa, y si estabas fuera, tus padres cuidándote en cada paso que dabas para que no te pasara nada o no tuvieras problemas. Rosie... ¿No tendrás miedo, o sí? ¿Por qué tan evitativa en todo lo que te puede suceder?
--Me parece la mejor opción.
--La mejor opción. Hum, ¿Para quién exactamente?
Antes de que la niña pudiera responder, Evangeline continuó.
--¿Sabes? Se supone que de todas las experiencias por las que pasas, también adquieres muchas otras nuevas, buenas o malas, pero al final experiencias. Son parte de tu vida, y te forman a ti. Digo, imagina esa persona que nunca pudo experimentar ni el más mísero momento de dolor, por ejemplo... Un rasguño en la rodilla por jugar fuera de casa. Sí, sabrá que debe tener cuidado, o bien, podrá mostrar a sus amigos una cicatriz para la que inventará alguna historia fantasiosa. El caso es que, ¿Quién serías sin una vida con esa clase de experiencias? No tienes que ir con cuidado siempre, Rosie... Tal vez es hora de que empieces a vivir un poco como es debido, ¿no lo crees? Digo, ¿Qué tanto conoces realmente fuera de estas cuatro paredes hasta donde recuerdas? Sinceramente lo he pensado y, si es que estás así por lo de tus padres es entendible, pero de ninguna manera puedo dejarte hundida en tus pensamientos aquí adentro. ¿Tienes idea siquiera de lo miserable que suena ese tipo de vida, Rosie? No puedes llamarlo vida porque no te has esforzado en vivirla, te has negado a vivirla. ¿O es que Agatha prefiere evitarse todo dolor existente incluso si puede aprender algo nuevo de ello?
La niña no dijo nada más en ese momento sino hasta algunos minutos después, mientras su tía enrollaba el mantel.
--¿Se puede cambiar?
--¡Claro que se puede cambiar! Y hay que empezar de inmediato. Bueno... Tal vez no tan inmediato. Baja a ponerte algo en la mano, yo prepararé la cena.
Mala suerte. O no del todo. Tal vez le amargó un poco la cena y la noche en general, pero ya no importaba. Ya no importaba en absoluto con tal de mantener las actitudes de la niña a raya, además, ella parecía querer cooperar. Eso era lo mejor del asunto.
Apenas la niña salió del cuarto, Evangeline guardó el mantel nuevamente en el armario.
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