VINCENT TURNER.

La dualidad del ser humano divaga en distintos ámbitos: moral, emocional, anhelo y dependencia. El ser humano está firmemente construido, o más bien, guiado hacia un futuro moldeado por estas facetas. Pero si alguna desaparece, el camino dispuesto puede desvanecerse, como un sendero consumido por tormentas incesantes.

De pie en la cornisa de un edificio, el hombre conocido como Vincent Turner se encuentra inmóvil. Su cuerpo está húmedo por la lluvia incesante, sus sentidos parecen desvanecidos, y su mirada está perdida en el bizarro paisaje que se dibuja delante de él: un horizonte que mezcla neones resplandecientes y una penumbra caótica.



12 de octubre, año 2115: El brillante ingeniero

Vincent Turner, un hombre de apenas 23 años, era considerado un prodigio en el campo de la ingeniería avanzada.

Nacido en una pequeña localidad industrial al sur de Inglaterra, Vincent ascendió rápidamente gracias a su intelecto excepcional y su dedicación incansable.

Su habilidad para crear dispositivos que integraban quirks con tecnología avanzada lo llevó a recibir contratos importantes de corporaciones de renombre mundial.

A pesar de su juventud, su nombre comenzaba a resonar en los círculos más exclusivos del mundo.

Vincent se especializaba en lo que él denominaba "interfaces biomecánicas híbridas", un campo que buscaba desarrollar prótesis inteligentes capaces de replicar o incluso mejorar quirks perdidos o debilitados.

Este enfoque lo hizo destacar en un mundo donde la tecnología y los quirks a menudo chocaban en lugar de coexistir.

La escena cambia a un restaurante exclusivo ubicado en la cima de un rascacielos en el centro de Manhattan.

Su diseño era moderno, con grandes ventanales que ofrecían una vista panorámica de la ciudad iluminada.

Dentro, un grupo de personalidades influyentes disfrutaba de una cena privada. Risas y conversaciones llenaban el aire, mezclándose con el tintineo de copas y platos.

Entre los asistentes se encontraban:

Seo Ji-Hwan (Corea del Sur): Un hombre de 37 años, dueño de QuirkGenics Corporation, una empresa líder en la creación de dispositivos quirúrgicos. Seo tenía el cabello oscuro y peinado hacia atrás, ojos pequeños y penetrantes, y una sonrisa contenida que daba la impresión de que siempre sabía más de lo que decía. Vestía un traje gris oscuro con líneas plateadas que reflejaban elegancia discreta.

Martha Langley (Estados Unidos): Una mujer de 42 años, directora ejecutiva de Langley Systems, especializada en armamento avanzado. De cabello rubio platinado recogido en un moño impecable, sus ojos azules transmitían autoridad y calculadora precisión. Llevaba un vestido azul marino, con accesorios minimalistas pero de alto valor.

Johann Breuer (Alemania): Un comerciante europeo conocido por su imperio de transporte de materias primas para el desarrollo tecnológico. De 48 años, robusto y de apariencia imponente, Johann era calvo, con una barba perfectamente recortada y un quirk que generaba pequeñas descargas eléctricas desde sus manos. Su traje negro, combinado con una corbata roja, le daba una presencia dominante.

Daisuke Ishikawa (Japón): Un joven de 30 años, ingeniero jefe de TechNova Tokyo, cuyo enfoque era el desarrollo de drones autónomos. De cabello liso y oscuro que caía sobre su frente, y gafas delgadas, Daisuke tenía una postura reservada. Vestía un traje beige claro, con un broche en la solapa que mostraba el logo de su compañía.

Vincent Turner (Reino Unido): Aunque claramente el más joven del grupo, Vincent se movía con una confianza sorprendente. Su cabello rojizo desordenado y su rostro ligeramente inexpresivo daban una impresión de casualidad que contrastaba con el impecable traje negro que llevaba. Durante gran parte de la conversación, mantenía una sonrisa educada y respondía con comentarios acertados, aunque su mirada se desviaba a menudo hacia el paisaje nocturno de Manhattan.

En medio de un intercambio de anécdotas, Johann soltó una broma sobre la velocidad a la que las nuevas generaciones como Vincent ascendían en el mundo empresarial, diciendo:

—Si seguimos a este ritmo, pronto estaremos pidiendo consejos a niños de primaria. ¿No lo crees, Seo?

Seo rio con una breve inclinación de cabeza.

—Bueno, no estaría tan mal. Mientras nos traigan ganancias, la edad es irrelevante.

Vincent levantó la vista, sonriendo con calma.

—La juventud tiene sus ventajas, pero me temo que aún necesitamos aprender mucho de las viejas leyendas.

—¡Viejas leyendas!— exclamó Martha, riendo. —¿Eso significa que ya nos consideras reliquias, Turner?

Vincent levantó las manos en un gesto de rendición.

—En absoluto. Más bien, soy un admirador. Mi padre solía hablar de su trabajo, señora Langley. Supongo que mi amor por la ingeniería proviene de esas historias.

Un murmullo de aprobación recorrió la mesa, pero en medio de las risas y las bromas, Vincent miró su copa, pensando en todo lo que aún quería construir.

El restaurante vibraba con una mezcla de elegancia y exclusividad.

Las luces doradas caían suavemente sobre la mesa redonda de madera oscura, decorada con copas de cristal y cubiertos de plata.

El bullicio de la ciudad parecía distante, apenas un murmullo tras los enormes ventanales.

Vincent cruzó una pierna sobre la otra, dejando descansar su copa de vino en la mano izquierda.

Aunque parecía relajado, su mente trabajaba a toda velocidad, analizando a los presentes como si estuviera desmenuzando un proyecto complejo.

Seo Ji-Hwan era un hombre calculador, frío, que seguramente consideraba a todos en la mesa como piezas en su tablero. Vincent sabía que QuirkGenics tenía un largo historial de manipular leyes internacionales para maximizar sus ganancias.

"Un estratega brillante, pero probablemente preferiría quemar el tablero antes que perder."

Martha Langley tenía una postura rígida, casi militar. Sus ojos azules eran tan penetrantes que parecían diseccionar a cualquiera que se atreviera a sostenerle la mirada. Vincent sospechaba que detrás de su elegancia había una ambición desmedida.

"Una reina sin corona, pero su arrogancia la hace predecible."

Johann Breuer, por otro lado, era una fuerza distinta. A Vincent le costaba decidir si su risa atronadora y su actitud despreocupada eran genuinas o una máscara.

"Un tiburón disfrazado de ballena. Seguramente piensa que me comerá vivo."

Por último, Daisuke Ishikawa era quizás el más interesante. Silencioso, con un leve tic en su mirada, daba la impresión de que estaba constantemente calculando probabilidades.

"El chico tímido que siempre se esconde en las sombras... pero su mente puede ser un arma letal si no tengo cuidado."

—Turner, tienes que admitirlo —la voz grave de Johann rompió el silencio de Vincent—, el dispositivo que presentaste en Tokio fue impresionante. Aunque, claro, tengo curiosidad... ¿cómo diablos lograste integrar ese sistema de estabilización con un quirk tan inestable como el de prueba?

Vincent esbozó una sonrisa educada, inclinándose levemente hacia el alemán.

—Bueno, señor Breuer, el truco está en entender el quirk como un lenguaje, no como un obstáculo. Cada uno tiene su propia sintaxis. Una vez que lo traduces, puedes construir el código que lo estabilice.

Seo levantó una ceja, intrigado.

—Eso es fácil de decir, pero ¿cómo aseguras la estabilidad en quirks con alta variabilidad energética?

Vincent giró la copa en su mano, su tono adoptando un matiz casi desafiante.

—Por supuesto, señor Seo. Supongo que el equipo de QuirkGenics podría confirmarlo... si estuvieran trabajando con la tecnología adecuada.

La mesa estalló en risas. Martha golpeó la mesa suavemente con los dedos, una sonrisa apenas visible en su rostro.

—Vaya, Turner. No esperaba tanta audacia en un hombre tan joven.

—La juventud tiene sus ventajas, señora Langley. Nos permite pensar en soluciones que otros han descartado por costumbre.

Martha dejó escapar una breve carcajada.

—Touché.

Daisuke, que hasta ese momento había permanecido en silencio, ajustó sus gafas antes de hablar.

—Esa lógica es interesante, pero ¿no te preocupa que confiar tanto en algoritmos de predicción pueda reducir la adaptabilidad de tus dispositivos?

Vincent se inclinó hacia adelante, apoyando los codos sobre la mesa.

—Es una preocupación válida, señor Ishikawa. Pero creo que la adaptabilidad no debe depender únicamente de los algoritmos. Mi filosofía es simple: la tecnología debe complementar al quirk, no intentar superarlo.

Johann soltó una risa profunda.

—¡Hablando como todo un filósofo! Pero dime, Vincent, ¿alguna vez has considerado trabajar directamente para alguien como yo?

Vincent alzó una ceja, su sonrisa volviéndose más afilada.

—¿Y qué sería de mi independencia, señor Breuer? Prefiero navegar por mí mismo que ser la vela de otro barco.

Seo, divertido por la respuesta, comentó:

—Eres un hombre que sabe lo que quiere, eso es admirable. Pero no olvides que incluso los navegantes más hábiles necesitan un puerto seguro.

Vincent asintió, su mirada fija en Seo.

—Tiene razón. Aunque, si me lo permite, algunos navegantes preferimos construir nuestros propios puertos.

Un silencio momentáneo cayó sobre la mesa antes de que todos comenzaran a reír. Martha lo observó con interés renovado.

—Eres más que atrevido, Turner. No sé si llamarlo valentía o arrogancia.

Vincent inclinó la cabeza, su tono ligero.

—Tal vez un poco de ambas.

"Sonríen porque creen que estoy jugando a su nivel, pero la verdad es que los estoy estudiando. Seo quiere una alianza, Martha busca alguien a quien controlar, Johann quiere comprarme, e Ishikawa... Ishikawa solo quiere entenderme. Cada uno es un medio para un fin, no una meta."

—Bueno, caballeros —interrumpió Johann—, creo que todos podemos estar de acuerdo en algo. Este chico va a ser un problema para nosotros en el futuro.

Martha alzó su copa, su sonrisa más marcada esta vez.

—Entonces será mejor que lo tengamos de nuestro lado.

Vincent levantó su copa en respuesta, su sonrisa tan encantadora como peligrosa.

—Un brindis por el futuro. Y por mantener las tormentas lejos de nuestros caminos.

Todos rieron, pero en la mente de Vincent, sus palabras resonaron con un significado más profundo.

"Las tormentas no me preocupan... porque soy quien las trae."

15 de febrero, 2119 | Viena, Austria

El aroma del café recién molido llenaba el aire, mientras la cálida luz del amanecer se filtraba por los ventanales del taller de Elsa Morgenstern, una leyenda en el diseño de dispositivos quirks.

Vincent observaba cómo sus manos expertas ensamblaban un prototipo con la precisión de un reloj suizo. A su lado, él tomaba notas, cada palabra en su libreta escrita con una caligrafía elegante y meticulosa.

—Turner —dijo Elsa, sin apartar la mirada de su trabajo—, ¿te has preguntado por qué construimos?

Vincent ladeó la cabeza, intrigado.

—Para mejorar el mundo, supongo.

Elsa soltó una breve risa.

—Esa es la respuesta de un idealista. No me malinterpretes, es admirable. Pero la verdadera razón es más egoísta: construimos porque queremos ser recordados.

Vincent sonrió.

—Entonces, supongo que soy un idealista egoísta.

"Ser recordado... No es suficiente ser una estrella brillante en un cielo lleno de constelaciones. Necesito ser el sol."

3 de junio, 2120 | Busan, Corea del Sur

El mercado nocturno era un caos controlado.

Luces de neón iluminaban los puestos, y el bullicio de las multitudes competía con las risas y gritos de los vendedores.

Vincent caminaba junto a Kang Hyo-jin, un innovador en tecnología de bioingeniería, mientras discutían la integración de células artificiales en prótesis avanzadas.

—¿Sabías que el pulpo tiene tres corazones? —comentó Hyo-jin de repente, señalando un puesto que vendía mariscos frescos.

Vincent arqueó una ceja.

—¿Y eso qué tiene que ver con nuestro proyecto?

Hyo-jin sonrió ampliamente.

—Todo. La naturaleza siempre tiene las mejores respuestas. A veces, solo tenemos que observarla más de cerca.

"La naturaleza puede ser fascinante, pero también es cruel. No basta con observarla; hay que dominarla, superarla. Solo entonces seremos verdaderamente libres."

27 de octubre, 2121 | Dubai, Emiratos Árabes Unidos

En lo alto del Burj Khalifa, una conferencia tecnológica reunía a las mentes más brillantes del mundo.

Vincent estaba en el escenario, explicando el funcionamiento de su último proyecto: un sistema de estabilización de energía para quirks destructivos. Frente a él, decenas de rostros atentos seguían cada una de sus palabras.

—El problema no es la energía —dijo Vincent, mirando directamente a la audiencia—. El problema es la falta de control. La energía no es ni buena ni mala; es solo una herramienta. Y como cualquier herramienta, depende de nosotros decidir cómo usarla.

El aplauso fue ensordecedor. Al bajar del escenario, lo interceptó un hombre alto y delgado, vestido impecablemente de negro.

—Señor Turner, soy Alexei Orlov, director de investigaciones de la Unión Europea. Creo que su trabajo podría ser clave en nuestros nuevos proyectos.

Vincent estrechó su mano con firmeza, sonriendo.

—Entonces será un placer colaborar, señor Orlov.
"Colaborar... una palabra bonita para decir que quieren usarme. Pero no importa. Al final, yo seré quien los use."

11 de enero, 2122 | Kioto, Japón

El invierno había cubierto la ciudad de blanco.

Vincent caminaba junto a un grupo de estudiantes de la Universidad Tecnológica de Kioto, quienes lo escuchaban con atención mientras explicaba los principios de resonancia cuántica aplicada a quirks.

Entre ellos estaba Aiko Matsuda, una joven prodigio cuyo quirk le permitía manipular ondas de sonido.

—Señor Turner, ¿cree que alguna vez podremos crear tecnología que supere los límites humanos? —preguntó Aiko, sus ojos brillando con curiosidad.

Vincent se detuvo, observando los copos de nieve caer.

—Los límites humanos no existen, Aiko. Solo existen los límites que nos imponemos a nosotros mismos. Y nuestra tarea como ingenieros es romperlos, uno por uno.

"Romper los límites... Pero ¿qué pasa cuando ya no hay límites que romper? ¿Nos convertimos en dioses o en monstruos? Tal vez en ambos."

6 de septiembre, 2123 | El Cairo, Egipto

El calor era sofocante, pero Vincent apenas lo notaba mientras exploraba el laboratorio subterráneo de Nadia El-Sharif, una experta en energía solar aplicada a quirks.

Estaban trabajando en un proyecto que buscaba capturar y almacenar energía solar para amplificar quirks basados en luz.

—Turner, tienes que venir a verlo —dijo Nadia, llevándolo a una sala donde un dispositivo emitía un resplandor dorado.

Vincent observó en silencio, sus ojos estudiando cada detalle. Finalmente, sonrió.

—Es hermoso. Pero podemos hacerlo mejor.

Nadia lo miró con una mezcla de frustración y admiración.

—¿Siempre tienes que apuntar más alto?

Vincent giró hacia ella, su expresión seria.

Siempre.
"No se trata de perfección. Se trata de trascendencia. Si no aspiramos a más, nos quedamos estancados. Y yo no nací para quedarme en el mismo lugar."

31 de diciembre, 2123 | Nueva York, Estados Unidos

El reloj marcaba los últimos segundos del año.

Desde la azotea de un edificio, Vincent observaba los fuegos artificiales iluminar el cielo.

Estaba solo, pero no le molestaba.

"Tres años. Tres años de trabajo incansable, de aprender, de construir, de avanzar. He visto lo mejor y lo peor de las personas, he conocido genios y he visto sus debilidades. Todos tienen algo en común: piensan que saben lo que quieren, pero no entienden lo que necesitan. Yo sí lo entiendo. Y cuando el mundo lo descubra, será demasiado tarde para detenerme."

La multitud aplaudió mientras el reloj marcaba la medianoche, pero Vincent no miró hacia ellos.

Sus ojos estaban fijos en el horizonte, donde las luces de la ciudad brillaban como una promesa de lo que estaba por venir.

[...]

El salón era una obra maestra de la opulencia, un despliegue calculado para abrumar los sentidos.

Los candelabros, enormes y resplandecientes, derramaban su luz sobre columnas de mármol que parecían talladas para reflejar cada movimiento del mundo.

Los suelos brillaban como espejos, devolviendo el reflejo de zapatos lustrados, vestidos de alta costura y sonrisas ensayadas.

La música flotaba en el aire, un vals pausado que hacía eco entre las paredes decoradas con frescos dorados.

En un rincón, cerca del balcón que daba al jardín iluminado, Vincent Turner se mantenía apartado del bullicio.

Sostenía una copa de champán, aunque su expresión delataba un desinterés absoluto. La bebida permanecía intacta, como siempre.

"Estas reuniones son un espectáculo grotesco. Una danza de máscaras donde nadie es quien parece ser. Todos aquí pretenden tener el control, pretenden ser indispensables, pero no son más que engranajes en una máquina que ni siquiera comprenden. Yo lo comprendo, y por eso los detesto. Detesto su pretensión, sus conversaciones vacías, sus falsas risas. Es como si todos compartieran un acuerdo silencioso de nunca mostrar nada real. Incluso esta copa que sostengo... una mera herramienta para parecer que encajo, como si eso importara."

Desde su posición, podía observar el flujo constante de invitados.

Científicos, empresarios, políticos, todos envueltos en una nube de autocomplacencia.

Las mujeres llevaban joyas que brillaban más que sus palabras, y los hombres ajustaban sus corbatas con una precisión que sugería una obsesión con el detalle superficial.

"No soy como ellos. Lo he sabido desde el principio. Pero me veo obligado a estar aquí, atrapado en este juego que desprecio. Si pudiera, desmantelaría este sistema, despojaría de sus máscaras a cada uno de estos hipócritas y dejaría al descubierto la fealdad de lo que son realmente. Asquerosos..."

Un murmullo de voces lo distrajo por un instante.

Las palabras apenas eran audibles, pero el tono altivo era inconfundible.

Vincent apartó la mirada del jardín, intentando ignorar la irritación que se acumulaba en su pecho. Sin embargo, una voz diferente lo sorprendió, surgiendo a su lado, tranquila y firme.

Falsos.

La palabra cortó el aire como una navaja.

Vincent giró la cabeza, encontrándose con una figura femenina que no recordaba haber visto antes.

Por un instante, la examinó de reojo, sorprendido por su presencia.

Era una mujer delgada, con una elegancia que parecía sobrenatural.

Su cabello rubio caía en cascadas onduladas, como hebras de luz líquida que reflejaban el brillo de las lámparas.

Sus ojos eran de un azul profundo, casi hipnótico, como si cada mirada pudiera penetrar hasta lo más oculto de una persona.

Llevaba un vestido negro, sencillo pero impecable, decorado con finos detalles de encaje que le daban un aire etéreo, como si no perteneciera del todo a ese lugar.

Ella no se giró hacia él de inmediato, manteniendo la vista fija en el jardín iluminado.

Su perfil estaba iluminado por la luz tenue, y su expresión era serena, pero con un dejo de melancolía que Vincent no pudo ignorar.

—Las cosas aquí siempre han sido así —continuó la mujer, su voz suave pero cargada de certeza—, y siempre lo serán. A nadie aquí le importa la humanidad, señor Turner. Ni las emociones, ni los sentimientos. Solo los resultados.

Vincent sintió un ligero escalofrío al escuchar su nombre.

Por un momento, se preguntó cómo podía saberlo, pero su sorpresa fue rápidamente opacada por sus propias reflexiones.

"¿Quién es esta mujer? ¿Cómo puede hablar con tanta seguridad, como si conociera el mecanismo interno de este lugar y de cada persona en él? Y más importante aún... ¿cómo sabe quién soy yo? No me agrada que alguien irrumpa en mi espacio, y menos de esta manera. Pero hay algo en ella, algo en su voz, que me obliga a escuchar."

La mujer giró ligeramente su rostro hacia él, permitiendo que sus miradas se cruzaran.

Había algo en sus ojos, una mezcla de compasión y determinación, que lo desarmó.

—Sin embargo, lo que muchos de ellos no entienden es que sin emociones, sin el caos que nos impulsa, no habría creación. Las personas que ves allí —hizo un gesto hacia el salón lleno de invitados— son cáscaras vacías. Viven para llenar un vacío que ni siquiera comprenden.

Vincent la observó en silencio, sin saber si estaba más intrigado o molesto.

—Pero nosotros —continuó ella—, nosotros somos diferentes. Nosotros entendemos lo que significa sacrificarlo todo por una idea, por un sueño. Eso nos hace soportar este mundo, este... sistema podrido. Pero también nos aísla. Es el precio que pagamos por ver más allá de los límites que otros no pueden cruzar.

Finalmente, la mujer extendió su mano hacia él, y Vincent, aún inmóvil, apenas reaccionó.

—Mucho gusto, señor Turner. Mi nombre es Alissa Miniour. Soy parte de la Asociación de Reestructuración Física de la Universidad de Oxford. Siempre he estado atenta a sus avances en las revistas científicas.

Vincent intentó articular una respuesta, pero sus pensamientos estaban demasiado agitados.

Con un movimiento torpe, extendió su mano hacia la de ella, olvidando por completo la copa de champán que sostenía.

El líquido se derramó, salpicando el vestido negro de Alissa.

—¡Oh, no! —exclamó, retrocediendo con una expresión de pánico—. Lo siento muchísimo, no sé qué...

Alissa soltó una risa ligera, un sonido tan inesperado como la presencia de una brisa cálida en medio del invierno.

—Tranquilo, señor Turner —dijo, sacudiendo la cabeza mientras miraba las manchas en su vestido—. No es la primera vez que ocurre algo así.

Vincent intentó ayudarla, sacando un pañuelo de su bolsillo, pero sus manos seguían temblando ligeramente.

Ella lo observaba con una sonrisa amable, como si estuviera disfrutando de su incomodidad.

"Era desconcertante. Yo, que siempre había tenido el control en cualquier interacción, me encontraba tartamudeando como un novato. ¿Qué tenía esta mujer? No debería importarme. Nunca me ha importado nadie en este tipo de eventos, y sin embargo, aquí estoy, tropezando con mis propias palabras como si fuera un principiante."

Finalmente, logró recuperar un poco de compostura, aunque su rostro seguía reflejando cierta vergüenza.

—Lamento mucho mi torpeza, señorita Miniour. Esto... no suele ocurrirme.

Ella arqueó una ceja, divertida.

—Tal vez eso lo hace más humano, señor Turner.

Y con esa frase, lo dejó sin palabras.

"A partir de ese día ella y yo de alguna manera..."

Las cenas se habían convertido en una costumbre sin que Vincent lo notara.

Al principio, eran encuentros fugaces, siempre con un motivo práctico: discutir un proyecto, revisar datos, coordinar estrategias. Pero, con el tiempo, esas veladas se transformaron en algo distinto, algo que Vincent no podía definir con claridad.

En aquella noche en particular, Alissa había elegido un pequeño restaurante en el corazón de la ciudad, uno de esos lugares que parecían congelados en el tiempo.

Las luces cálidas colgaban del techo como estrellas capturadas, y el aroma a pan recién horneado flotaba en el aire.

—Siempre tan serio, Vincent. ¿Alguna vez te has reído hasta que te doliera el estómago? —preguntó Alissa, con una sonrisa que tenía el poder de iluminar incluso los rincones más oscuros de su mente.

Él levantó la vista de su plato, sorprendido por la pregunta.

—No veo cómo eso podría ser útil.

—No todo tiene que ser útil. A veces, las cosas simplemente... son —respondió ella, apoyando el codo en la mesa y mirándolo con esa mezcla de curiosidad y ternura que lo desconcertaba.

"Es tan distinta. Mientras yo me aferro al orden y la lógica, ella parece bailar entre el caos y la posibilidad. Su risa no es solo un sonido, es una declaración, un desafío al vacío del mundo. Y, sin embargo, aquí estoy, atrapado en su órbita, incapaz de apartarme."

La conversación continuó, ligera y a la vez profunda, como si cada palabra escondiera un significado que solo ellos podían entender.

Alissa habló de su infancia, de los libros que la habían inspirado, de los sueños que la impulsaban.

Vincent, por su parte, escuchó más de lo que habló, pero de alguna manera, eso parecía suficiente.

Cuando salieron del restaurante, la noche los envolvió con su manto estrellado.

La ciudad parecía más tranquila, casi dormida, y el aire frío les acariciaba el rostro.

Alissa caminaba unos pasos por delante, con su cabello dorado ondeando al ritmo de la brisa, y Vincent la seguía, como si algo más fuerte que su voluntad lo guiara.

—¿Alguna vez has pensado en lo pequeños que somos? —preguntó ella de repente, deteniéndose para mirar las estrellas.

Vincent frunció el ceño, intentando descifrar el rumbo de sus pensamientos.

—¿Pequeños en qué sentido?

—En todos los sentidos. Mira esas estrellas. Algunas están tan lejos que su luz tardó siglos en llegar hasta nosotros. Y aquí estamos, viviendo nuestras vidas como si todo girara a nuestro alrededor. Es... humillante, pero también hermoso, ¿no crees?

"Humillante. Esa palabra nunca había resonado conmigo hasta ahora. Siempre he creído que el control es lo único que importa, que el mundo es un lugar que conquistar, no a admirar. Pero ella... ve belleza donde yo solo veo datos. Y por alguna razón, esa perspectiva me inquieta y me fascina a partes iguales."

No respondió, porque no sabía cómo hacerlo. En cambio, simplemente permaneció a su lado, compartiendo el silencio bajo las estrellas.

Con cada día que pasaba, la conexión entre ellos se profundizaba, aunque Vincent se negaba a darle un nombre.

Compartían más momentos juntos, algunos planeados, otros espontáneos.

Había tardes en las que Alissa lo arrastraba a un parque, insistiendo en que el aire fresco despejaba la mente.

Había noches en las que trabajaban hasta tarde, intercambiando ideas mientras la música suave llenaba el espacio.

Una tarde, mientras revisaban un modelo de prueba, ocurrió algo que Vincent nunca olvidaría.

Alissa, frustrada por un cálculo que no cuadraba, dejó escapar un suspiro y se dejó caer en la silla, con la cabeza entre las manos.

—Es como si este problema no tuviera solución.

—Todo problema tiene solución —respondió Vincent automáticamente, sin apartar la vista de la pantalla.

—¿Ah, sí? Entonces, dime cómo resolver esto.

Cuando levantó la vista, se encontró con sus ojos, llenos de desafío y algo más, algo que no supo identificar.

Había una vulnerabilidad en su expresión, una honestidad que lo desarmó.

—No puedo decirte cómo resolverlo, pero... estoy seguro de que lo lograremos —dijo, sorprendiéndose a sí mismo por la suavidad en su tono.

Alissa lo miró fijamente durante lo que parecieron minutos, y luego, para su sorpresa, comenzó a reír.

—¿Vincent Turner mostrando fe en algo que no puede probar? Esto sí que es un milagro.

"¿Por qué siento que esta risa significa más que cualquier logro que haya conseguido? Es como si, por un momento, el peso del mundo desapareciera. Nunca me importó lo que los demás pensaran de mí, pero con ella... cada palabra, cada gesto, parece tener un significado que no entiendo del todo, pero que me importa más de lo que debería."

La noche en que todo cambió fue una de esas en las que el tiempo parecía detenerse.

Habían terminado un proyecto particularmente desafiante, y Alissa sugirió celebrar con una copa de vino en la azotea del edificio.

El viento era frío, pero no desagradable, y la vista de la ciudad iluminada era casi surrealista.

Alissa, con su copa en mano, se giró hacia Vincent, con una sonrisa suave que no había visto antes.

—¿Sabes algo, Vincent? Eres mucho más humano de lo que aparentas.

Él la miró, desconcertado.

—¿Eso se supone que es un cumplido?

—Es una observación. Te escondes detrás de esa fachada de lógica y perfección, pero en el fondo... tienes un corazón.

"Un corazón. Es irónico, viniendo de alguien que parece tener todo lo que yo no: pasión, calor, vida. Pero, mientras ella habla, siento algo que nunca había sentido. Es como si su voz encontrara una grieta en mi armadura, como si, por primera vez, alguien viera más allá de lo que soy."

Alissa dio un paso hacia él, y en ese momento, todo lo demás desapareció: la ciudad, el viento, el frío. Solo estaban ellos dos, en un mundo que parecía hecho solo para ellos.

—Gracias por estar aquí conmigo, Vincent —susurró, con una sinceridad que lo desarmó por completo.

Y en ese instante, lo supo.

Supo que el vacío que había sentido toda su vida estaba desapareciendo, llenándose con algo que no podía explicar, pero que tampoco podía negar.

Había caído, no en un abismo, sino en algo mucho más profundo y aterrador: el amor.

[...]

El laboratorio en la cima del edificio estaba envuelto en una penumbra tranquila, iluminado solo por el reflejo distante de las luces de Seúl.

Afuera, el bullicio de la ciudad anunciaba que el año estaba a punto de morir y otro estaba listo para nacer.

Dentro, sin embargo, el mundo se había detenido.

Vincent y Alissa yacían en el suelo, un accidente tan tonto como inevitable.

Ambos habían tropezado entre cables y herramientas, cayendo torpemente, uno sobre el otro.

Ahora, con los cuerpos inmóviles y los ojos fijos, la cercanía se sentía tan abrumadora como irreal.

—¡Lo siento! —exclamó Vincent, la voz quebrándose con la misma torpeza que sus movimientos mientras intentaba levantarse. Pero el espacio entre ellos era demasiado estrecho, y sus intentos solo lograron acercarlos más. Sus rostros ahora estaban a escasos centímetros.—No quise... es decir, no estaba mirando...

Alissa, con sus brazos todavía atrapados entre ellos, sonrió con una mezcla de diversión y ternura.

—¿Vas a seguir disculpándote hasta que llegue el año nuevo, Vincent?

"No puedo ni articular una frase coherente frente a ella. Es como si su sola presencia desarmara todas mis defensas. Hace años, en noches como esta, el silencio era mi única compañía. Pero ahora... ahora estoy atrapado en su mirada, y no sé si quiero escapar."

El reloj en la torre más cercana marcaba las 11:58.

Desde las ventanas, podían verse pequeños grupos de personas reuniéndose en las calles, sosteniendo linternas y bengalas, listas para celebrar.

Vincent podía escuchar sus risas, pero esas voces parecían lejanas, insignificantes. Todo su mundo se reducía a los ojos brillantes de Alissa, que lo observaban con una intensidad que lo hacía tambalear.

—Vincent... —su voz era suave, casi un susurro, pero cortó el aire como una confesión. Su rostro se relajó, y un destello de algo desconocido bailó en su sonrisa—. A veces, los errores son solo el comienzo de algo. Quizás es momento de comenzar algo.

Vincent se quedó congelado.

Las palabras golpearon su pecho como una ola, desarmándolo por completo.

—¿Co-comenzar? —tartamudeó, intentando procesar lo que acababa de escuchar. Pero antes de que pudiera siquiera pensar en una respuesta, Alissa levantó los brazos, rodeando suavemente su nuca con las manos.

—Eres tan denso a veces... —murmuró, cerrando la distancia entre ellos.

"La calidez de sus manos, el peso de su mirada, la forma en que sus palabras se cuelan bajo mi piel... Todo en este momento es tan ajeno y, al mismo tiempo, tan familiar. ¿Por qué me siento como si hubiera estado esperando esto toda mi vida? Yo, que siempre pensé que el amor era un lujo para otros, estoy aquí, atrapado en un instante que nunca querría cambiar."

El mundo pareció desvanecerse mientras Alissa inclinaba su frente hacia la suya, un gesto que era tanto una invitación como una afirmación.

Afuera, las campanas comenzaron a sonar, anunciando que la medianoche había llegado.

Los fuegos artificiales estallaron en el cielo, llenando el laboratorio con destellos de colores que parecían bailar sobre sus rostros.

Vincent no sabía cómo sucedió.

Quizás fue el roce de su nariz contra la de ella, o el peso de sus palabras, o la forma en que sus dedos acariciaban suavemente su cuello.

Todo lo que sabía era que, en ese momento, la besó. Fue torpe al principio, como todo lo que hacía en su presencia, pero Alissa respondió con una suavidad que lo dejó sin aliento.

El beso se convirtió en algo más profundo, una conversación silenciosa que hablaba de todos los momentos que los habían llevado hasta allí.

En ese instante, el tiempo no tenía significado. Solo estaban ellos, sus respiraciones mezclándose, sus corazones latiendo al unísono.

"Hace años, en esta misma fecha, me senté solo en mi despacho, observando las luces de una ciudad que nunca me perteneció. El vacío era mi única compañía, y la soledad, mi refugio. Pero ahora, aquí estoy, con ella en mis brazos, su risa aún resonando en mis oídos. Y por primera vez, no estoy pensando en el futuro ni en el pasado. Estoy aquí, en este momento, y eso... eso me agrada más de lo que jamás imaginé."

El estruendo de los fuegos artificiales se desvaneció lentamente, pero ninguno de los dos se movió.

Sus miradas se encontraron de nuevo, y en el brillo de los ojos de Alissa, Vincent vio algo que nunca había creído posible: un hogar.

—Feliz Año Nuevo, Vincent —dijo ella, su voz suave y cargada de promesas.

Él no respondió de inmediato. En cambio, levantó una mano, acariciando su mejilla con una ternura que incluso a él lo sorprendió.

—Feliz Año Nuevo, Alissa.

Y, por primera vez en su vida, Vincent Turner no se sintió solo.

El amor es como un río que comienza su viaje en las cumbres más altas, alimentado por las aguas puras del deshielo.

Su caudal parece eterno, invencible, pero en el transcurso de su trayecto, rocas, raíces y barro nublan su pureza.

¿Es menos río por eso? ¿Es menos valioso? El amor fluye, aunque su curso se tuerza, aunque pierda su claridad.

Lo que define su existencia no es su inicio, sino su voluntad de seguir, incluso cuando los caminos parecen cerrados.

Vincent Turner solía pensar que el amor era un lujo. Algo reservado para aquellos que podían permitirse soñar.

Pero Alissa le enseñó que era más que eso.

Era el acto de compartir el peso del mundo, la capacidad de encontrar belleza en la imperfección.
"Aquellos días eran tan preciosos para mí. Cada risa, cada mirada, cada noche en vela trabajando juntos... Sin darme cuenta, había logrado llenar una parte de mi corazón que pensé perdida para siempre. Ella no solo iluminó mi camino; me dio razones para mirar más allá de las sombras. Finalmente, había encontrado un verdadero motivo para..."

—Mi nombre es David Shield, un placer.

El sonido de pasos firmes resonaba en la sala de conferencias.

Los murmullos se apagaron cuando un joven de cabello castaño claro y gafas se paró frente al atril.

Su sonrisa era cálida, segura, y en sus manos sostenía planos de un diseño revolucionario.

El aplauso fue inmediato, ensordecedor. La presentación marcó el inicio de una era en la que el nombre "David Shield" se convirtió en sinónimo de innovación y genialidad.

"Ese fue el momento en que todo comenzó a cambiar para mí. Supe, mientras lo veía brillar, que algo dentro de mí se rompería. Y no me equivoqué."

David Shield era un joven prodigio que había estudiado en la Academia Tecnológica de Nueva York, destacando desde el primer día.

Su mente era una fábrica de ideas brillantes, y su carisma natural le ganó aliados donde quiera que iba.

Pero lo que realmente impulsó su carrera fue conocer a All Might.

Su asociación fue una chispa que encendió una llama imparable.

En pocos años, David revolucionó la industria de soporte heroico con trajes diseñados para optimizar las habilidades de los héroes.

La prensa lo adoraba, y su nombre estaba en cada portada científica.

Los líderes del mundo acudían a él en busca de soluciones.

Mientras tanto, Vincent Turner seguía trabajando en su propio laboratorio, dedicado a proyectos igual de ambiciosos pero sin el mismo alcance.

Su esfuerzo era meticuloso, casi obsesivo, pero el mundo no parecía notarlo.

Las solicitudes de financiamiento disminuyeron.

Los patrocinadores comenzaron a mirar hacia otras direcciones.

David estaba en el escenario, recibiendo un premio tras otro, mientras Vincent revisaba informes rechazados.

David posaba para fotografías junto a All Might, mientras Vincent miraba las noticias desde un rincón oscuro de su laboratorio.

David celebraba triunfos en conferencias internacionales, mientras Vincent apagaba las luces de su oficina, preguntándose si todo su esfuerzo había sido en vano.

En un momento de desesperación, Vincent intentó contactar a David.

Quería colaborar, intercambiar ideas, demostrar que todavía podía contribuir al mundo científico. Pero David, ahora inmerso en un torbellino de compromisos, nunca respondió.

Para él, Vincent era solo un eco distante del pasado.

"Lo vi ascender, cada paso suyo alejándolo más de donde yo estaba. No podía odiarlo, no del todo. Su talento era real, su trabajo impecable. Pero no podía evitar sentir cómo mi sombra se alargaba, cómo mi mundo se encogía mientras el suyo florecía. Era como si el universo hubiera decidido que no había espacio para ambos."

Con el tiempo, la figura de Vincent Turner se desdibujó en el mundo científico.

Lo que una vez fue un nombre respetado se convirtió en una nota al pie, mientras David Shield seguía acumulando logros.

La soledad que Vincent había superado años atrás volvió con fuerza, esta vez acompañada de un resentimiento silencioso.

David tenía todo lo que Vincent había soñado: reconocimiento, éxito, y lo que era peor, sus sueños.

Vincent no lo dijo en voz alta, pero sabía que estaba perdiéndo

David Shield era la luz que iluminaba al mundo científico.

Vincent Turner era la sombra que se alargaba tras él.

Mientras uno ascendía sin límites, el otro luchaba por mantenerse a flote.

Y en el corazón de esa lucha, Vincent comenzó a preguntarse si había un lugar para él en un mundo que parecía haberlo olvidado.

Pero las preguntas se convertirían en obsesión, y la obsesión... en algo mucho más oscuro.

¡CRAAACK!

El crujido del vidrio resonó en la habitación.

La mesa de trabajo estaba cubierta de papeles desordenados, esquemas y prototipos, todos esparcidos como un mar de caos.

Las luces del laboratorio parpadeaban, creando sombras inconstantes, mientras Vincent apretaba los dientes con frustración.

—¡No entiendo, Alissa! —gritó, dando un golpe con la palma sobre la mesa, esparciendo aún más papeles—. Este proyecto es crucial. Si no terminamos a tiempo, no solo perderemos el patrocinio, sino todo lo que hemos trabajado hasta ahora. ¡Todo!

Alissa se cruzó de brazos, su rostro tenso y la mandíbula apretada.

No era una mujer de ceder fácilmente, y en ese momento, no iba a permitir que su trabajo fuera ignorado.

—Vincent, ¿realmente estás escuchando lo que estás diciendo? —respondió con voz fría, pero decidida—. ¿Este proyecto? ¿Este proyecto es lo único que importa? ¿Después de todo lo que hemos pasado juntos? ¿Después de todo lo que hemos construido?

Vincent dio un paso hacia ella, las venas en su cuello marcándose con el estrés.

—¡Sí! ¡Es lo único que importa! Los patrocinadores están perdiendo la paciencia. Los fondos se están agotando, y si no terminamos a tiempo, nos quedaremos atrás. Todo lo que hemos logrado... ¡se perderá! No puedes simplemente dejarlo todo de lado por algo tan... —él vaciló, y su tono de voz se volvió algo más bajo—. Tan... personal.

Alissa dio un paso atrás, como si esas palabras fueran un golpe directo en su pecho.

La rabia contenida en su mirada aumentó.

—¡Personal! —repitió, su voz temblando, pero no por debilidad, sino por pura indignación—. ¿Sabes lo que es personal, Vincent? Mi padre está enfermo. Es personal. Y no, no te lo dije antes, porque creí que entenderías, pero parece que estoy equivocada.

Vincent se quedó quieto. El momento que parecía tenso de repente se volvió frío.

—¿Cómo dices eso? Si tenías algo tan importante que decir, ¿por qué no me lo dijiste antes? Yo... yo pensé que... —pero no podía terminar la frase.

Estaba hablando más por convicción que por lógica. En su mente, la urgencia del proyecto se apoderaba de todo.

Alissa lo miró fijamente, sus ojos llenos de una mezcla de incredulidad y decepción.

Ella dio un paso adelante, acercándose, y la diferencia de alturas los hizo ver como dos mundos completamente distintos.

—Yo te lo dije, Vincent. —su tono era suave, pero la firmeza en sus palabras era una muralla imparable—. Yo te lo dije... pero claramente no me escuchaste. No me importa que este proyecto sea vital. Yo lo sé tan bien como tú. Y entiendo perfectamente lo que está en juego. Pero no puedo simplemente ignorar que mi padre necesita mi ayuda, ¿entiendes?

Vincent respiró con fuerza, intentando contener la furia que hervía en su interior. Pero la sorpresa en su rostro fue evidente.

Todo lo que había estado pensando hasta ese momento pareció volverse irrelevante.

El tiempo se estiró por un instante, y cuando habló, su voz salió quebrada.

—Pero... —se detuvo, como si algo en su garganta lo oprimiera—. Pero ¿por qué no me lo dijiste antes? ¿Por qué no lo mencionaste de forma clara? Si hubieras dicho algo... tal vez...

—¡Tal vez! —Alissa interrumpió con una furia silenciosa, casi retumbante en el aire—. ¡Tal vez habría cambiado todo! ¡Quizás! Pero tú ni siquiera lo entendiste, ¿verdad? No lo entendiste porque para ti, todo lo que importa es tu maldito proyecto. Y el resto, las personas, las cosas que realmente importan... son solo distracciones. Y lo peor, Vincent, lo peor de todo esto, es que lo sabes.

Vincent se quedó sin palabras por un momento.

Algo en él se rompió, y su corazón se retorció en su pecho al escuchar esas palabras.

La incredulidad de ella lo golpeó más fuerte de lo que habría esperado.

—Tú... Tú sabes lo importante que es esto para mí. Todo... todo lo que he hecho, todo lo que he construido, ¿acaso no lo entiendes? He dedicado mi vida a esto. Pero... no... no, yo no lo sabía... —su voz se fue desvaneciendo, casi como un susurro, cuando la realidad de la situación lo golpeó con fuerza.

—Lo sé, Vincent. Lo sé. —Alissa lo miró fijamente, y su voz era ahora más suave, pero la ira seguía marcada en sus palabras—. Pero mientras tú has estado construyendo tu pedestal, tus padres han intentado hablar contigo, ¿lo sabías? Ellos han estado ahí, preocupados por ti. Y tú... ni siquiera te has molestado en hablarles. Ni siquiera te importa lo suficiente para... para dedicarles un momento. Yo siempre he estado ahí, siempre he estado para ti, pero tú... tú no ves nada más allá de tus malditos números y tus esquemas. No miras nada más que el proyecto.

Vincent no pudo responder.

Estaba en shock.

Las palabras de Alissa le calaban hasta los huesos, como dagas frías que perforaban su conciencia. La tensión en el aire se volvía insoportable.

—Yo... —comenzó, su voz quebrada, intentando justificar lo injustificable—. Yo... no lo sabía. No pensé en ello. De verdad, no lo pensé. Pero Alissa, ¿no ves que esto es más grande que todo lo demás? El proyecto... los patrocinadores... todo se viene abajo si no lo terminamos. Todo lo que hemos hecho, todo lo que hemos logrado. ¿Lo entiendes?

—¡Lo entiendo perfectamente! —gritó Alissa, sus ojos brillando con rabia—. Pero yo también tengo responsabilidades, Vincent. Tengo una vida fuera de este maldito laboratorio. Tengo un padre que necesita de mí. Y, a diferencia de ti, yo no lo voy a abandonar.

La furia de Vincent creció, pero no porque quisiera pelear, sino porque, de alguna forma, las palabras de Alissa le estaban perforando un lugar en su corazón que había sido ignorado por años.

Finalmente, después de un largo silencio, él grito casi sin creerlo:

—¡Lo único que importa... es el maldito proyecto!

El silencio era pesado, como si el aire mismo hubiera dejado de moverse en el laboratorio.

Los papeles esparcidos sobre la mesa se quedaban inmóviles, como si el tiempo mismo hubiera decidido detenerse.

La tensión era tan densa que se podía casi tocar.

Alissa, con las lágrimas acumulándose en sus ojos, miraba a Vincent, quien parecía estar por disculparse.

Sin embargo, sus palabras nunca salieron. Fue ella quien rompió el silencio, apenas un susurro.

¿Es por él, verdad?

Vincent, quien había estado intentando ordenar sus pensamientos y calmar su nerviosismo, se detuvo.

Su cuerpo tenso, como si algo dentro de él se hubiera encogido.

Había escuchado las palabras de Alissa, pero no podía creerlo.

—¿Qué dijiste? —preguntó, su voz temblorosa.

Alissa, con la ira y la tristeza acumulándose en su pecho, levantó la cabeza, sus ojos brillando con las lágrimas que no lograba contener.

Su expresión mostraba más dolor que enojo, como si el peso de todo lo que había callado finalmente estuviera a punto de estallar.

—Es por culpa de ese tal... David Shield, ¿no? —su voz vibró con un tono mordaz.

Vincent, al escuchar el nombre, sintió que algo en su interior se rompía.

Como si un grano de arena, pequeño pero pesado, hubiera caído en el centro de su corazón y comenzara a acumularse.

En sus puños, la presión se hacía cada vez más fuerte, y sin darse cuenta, los objetos de metal en el laboratorio comenzaron a temblar.

No era nada drástico, pero el leve sonido de piezas que se deslizaban unas contra otras invadió el aire.

Alissa se dio cuenta del cambio inmediato en él, y por un momento, pensó en lo que acababa de decir.

Quiso retroceder, tratar de calmarse, pero la frustración era demasiado grande.

Decidió dar un paso más, acercándose a Vincent, y con un tono que intentaba ser suave, aunque cargado de emoción, le dijo:

—No te preocupes tanto, Vincent. Tú... tú eres un hombre maravilloso, lo has hecho todo por la comunidad científica. No tienes que sentirte menos. No tienes que sentirte tan presionado... El mundo sabe quién eres, Vincent Turner. Por favor, reconsidera las cosas... cariño.

Mientras hablaba, acercó su mano a la mejilla de Vincent, tocándola con ternura, pero su mirada estaba fija en el suelo, como si esas palabras las estuviera diciendo más para ella misma que para él.

—Te he estado mirando todo este tiempo, Vincent... sé lo inteligente que eres, lo capaz que eres. Por eso, por favor, no te desmerites. Eres el hombre más maravilloso que he conocido, y lo digo de todo corazón. Por eso... por eso quiero que aceptes la humanidad que yo te ofrezco.

Las palabras de Alissa, suaves pero firmes, calaron profundo en Vincent.

Los objetos de metal dejaron de temblar lentamente.

La ira que había comenzado a formarse en él se desvaneció.

Era como si todo lo que había estado acumulando durante años se disolviera en ese instante, como un peso levantado de sus hombros.

La tensión, que parecía haber alcanzado su punto máximo, comenzó a desvanecerse.

Vincent levantó su rostro, y cuando sus ojos se encontraron con los de Alissa, se dio cuenta de cuán pequeña había sido su visión hasta ese momento.

Todo lo que había luchado por construir... todo lo que había sacrificado... ¿era realmente lo que quería? ¿Lo había hecho por él mismo, o por la sombra de algo que ya no existía?

Alissa extendió su mano derecha, y con la izquierda, tocó suavemente su mejilla.

Su mirada estaba llena de esperanza, pero también de una comprensión profunda que Vincent nunca había recibido.

Sin decir nada más, ella esperó.

Y fue en ese silencio, ese suspiro compartido entre ambos, cuando Vincent sintió que debía escuchar su corazón, ese rincón olvidado por tanto tiempo.

Con una suave sacudida, su mente volvió al pasado, a los recuerdos más simples y cálidos de su niñez. Su madre y su padre, sentados en la mesa de la cocina.

Vincent, aún niño, había reparado un televisor viejo con sus propias manos.

La risa de su familia resonaba en sus oídos, y por un momento, sintió la calidez de la casa, el hogar... esa sensación de ser querido y de pertenecer.

Había sido un momento tan sencillo, pero tan lleno de amor.

Su madre lo miraba con orgullo, y su padre, aunque callado, estaba igualmente feliz. En esos días, no había proyectos, ni patrocinios, ni la presión implacable de la ciencia.

Solo había amor, y Vincent recordaba, con nostalgia, cuán importante había sido ese amor para él.

El contraste con lo que había vivido desde entonces era abrumador.

¿Era esto lo que realmente había estado buscando? ¿Había perdido la esencia de sí mismo, el valor de la humanidad, al seguir obsesionado con un proyecto, con la validación externa, con la idea de que tenía que ser más?

Temblando, Vincent miró a Alissa, aún indeciso.

Pero algo dentro de él finalmente dio el paso.

Su mano, que había estado rígida como una piedra, lentamente se movió hacia la de ella, y con un suave suspiro, tomó su mano.

—Vayamos juntos... —dijo con una voz suave, casi temblorosa—. A ver a tu padre.

Alissa, al escuchar esas palabras, lo abrazó con fuerza, las lágrimas ahora cayendo libremente por su rostro.

—Gracias... gracias, Vincent... —murmuró repetidamente, abrazándolo con una fuerza que parecía transmitirle todo su dolor y su alivio al mismo tiempo.

Vincent miró a su alrededor, el laboratorio lleno de trofeos, de fotos de él recibiendo premios, de logros que le habían costado tanto.

Los observó por un momento, y mientras cerraba los ojos, sintió que ya no importaba. Ya no necesitaba más premios, más trofeos.

La vida que había estado construyendo con tanto esfuerzo, la vida que le había quitado tanto ya no tenía sentido.

Abrazó a Alissa con suavidad, respirando profundamente.

Sus palabras, las de ella, resonaron en su mente. Quizás esto era lo que realmente quería.

Quizás ahora era el momento de dar el siguiente paso, de vivir para lo que realmente importaba.

—Vamos —dijo, con una nueva calma en su voz—. Esto es lo que quiero.

Y así, Vincent decidió emprender un nuevo camino, uno que no estaba marcado por las expectativas externas, sino por el deseo de redescubrirse a sí mismo, por el deseo de ser humano.

Por el deseo de unirse a Alissa.

Con el paso de los días, Vincent comenzó a alejarse de su laboratorio, de esa prisión que había construido alrededor de su vida.

Los proyectos, las fórmulas y los resultados se desvanecieron como un sueño lejano.

Empezó a entender lo que Alissa había intentado decirle, que la vida no solo se construye sobre logros y reconocimientos, sino también sobre las personas que compartimos esos momentos.

Su primera decisión fue la más importante: habló con sus padres.

Después de tantos años de silencio, de evasión, por fin se atrevió a dar ese paso.

La conversación, al principio tensa, fue cálida.

Sentados alrededor de la mesa, con una taza de té entre sus manos, Vincent vio a sus padres como si fueran extraños y al mismo tiempo, como si el tiempo no hubiera pasado.

Su madre lo miró con los ojos brillantes de emoción, mientras su padre, con su carácter serio pero apacible, observaba a su hijo como si de alguna manera hubiera vuelto a casa.

—Vincent, hijo... —dijo su madre, con voz suave—, pensábamos que ya no regresarías.

La declaración le golpeó en lo más profundo.

Él, tan centrado en su propio dolor, nunca había pensado en cómo su ausencia los había afectado.

Miró a su padre, quien simplemente asintió con la cabeza, pero sus ojos decían todo lo que no se había dicho en esos años de distancia.

Lo siento —respondió Vincent, con voz quebrada—. Yo... he sido un tonto. He estado buscando algo fuera de lugar. Quizás, lo único que necesitaba era estar aquí con ustedes.

Fue la primera vez en años que Vincent dejó su orgullo de lado y aceptó lo que había perdido.

Sus padres, aunque sorprendidos, lo recibieron con los brazos abiertos.

No hubo reproches, solo comprensión.

Y Vincent, por primera vez, se permitió ser hijo, en lugar de un científico atrapado en su propia obsesión.

El siguiente paso fue presentar a Alissa.

Vincent, aunque nervioso, sabía que tenía que hacer las paces con su propio pasado y con la vida que había dejado atrás.

Alissa, con su calma habitual, lo acompañó a casa de sus padres.

Había algo tenso en el aire, algo que Vincent no había anticipado: el encuentro entre su mundo y el de Alissa, dos universos completamente distintos.

Pero cuando sus padres la recibieron con una sonrisa sincera y abierta, una pequeña chispa de esperanza se encendió en su corazón.

Alissa, con su ternura y paciencia, logró que la noche fuera especial.

El padre de Vincent, un hombre de pocas palabras, pero sabio en su silenciosa mirada, parecía ver algo en ella, algo que le recordaba la juventud perdida de su hijo.

El padre de Alissa, por otro lado, era cálido y afable, como un reflejo del amor que había crecido entre él y su hija.

A lo largo de la velada, Vincent, por primera vez en mucho tiempo, se sintió completamente ajeno a las expectativas de su carrera.

Se sintió, simplemente, parte de algo más grande, algo humano.

El tiempo siguió su curso, y con él, Vincent comenzó a cambiar.

Ya no pasaba sus días solo en el laboratorio, rodeado de equipos y pantallas.

Ahora, pasaba las tardes con Alissa, saliendo a caminar por el parque, o sentándose en su pequeña terraza a charlar sobre cosas triviales, cosas que antes no le interesaban.

Pero ahora, esos pequeños momentos eran más valiosos que cualquier descubrimiento.

Vincent empezó a redescubrir la belleza de lo simple.

Leía libros de historia que Alissa le prestaba, aprendió a cocinar platos sencillos que compartían en la cena, y se reía con ella de los pequeños accidentes que ocurrían en la vida cotidiana.

En vez de buscar perfección, Vincent encontró satisfacción en lo imperfecto.

Una tarde, mientras paseaban por el parque, Alissa le habló de su infancia, de cómo siempre había sido una persona preocupada por los demás, una hija ejemplar.

Vincent, al escucharlo, sintió una punzada de culpa, pero también una profunda admiración.

—Vincent, yo... —Alissa había comenzado a hablar, pero se detuvo cuando vio su rostro. Ella lo observaba con ternura y paciencia, como si ya supiera lo que él necesitaba. —No tienes que cargar con todo. Todos tenemos algo que nos duele, pero no tenemos que hacerlo solos.

Vincent, sonriendo de forma suave, le tomó la mano.

—Lo sé, Alissa. Y, por alguna razón, me siento más en paz ahora que nunca. Quizás esto es lo que realmente buscaba.

La evolución de Vincent era clara.

Con el paso del tiempo, dejó atrás la angustia de ser el único que brillaba en un universo vacío.

Ahora sabía que su valor no dependía de sus logros, sino de cómo elegía vivir y a quién elegía tener a su lado.

En las reuniones familiares, en las noches de conversaciones interminables, en las pequeñas cosas cotidianas, Vincent comenzó a sentirse lleno.

No de la manera en que había intentado llenarse antes, con trofeos o premios, sino con una profunda conexión con las personas que amaba.

Las risas, los abrazos y las palabras de aliento se convirtieron en su verdadero refugio.

Ya no buscaba ser el sol en un universo solitario.

Ahora sabía que, a veces, lo más importante no es brillar por encima de todos, sino compartir el calor de ese brillo con los que más importan.

Los días pasaron, y cada momento que compartía con Alissa y con su familia lo llenaba de algo nuevo: humanidad.

A través de los gestos sencillos, de las palabras dichas desde el corazón, Vincent aprendió lo que realmente significaba vivir.

Y aunque su pasado seguía siendo una sombra que a veces se asomaba, ya no tenía miedo de enfrentarlo.

Porque ahora sabía que no estaba solo.

Un día, mientras caminaba por el jardín de la casa de Alissa, mirando las flores que comenzaban a abrirse con la primavera, Vincent sonrió para sí mismo.

Había dejado atrás el dolor, el vacío, la necesidad de ser algo que no era.

Ahora, era simplemente él. Y eso, por primera vez, era suficiente.

Y mientras Alissa lo tomaba de la mano, ambos caminaban juntos hacia el futuro, dejando atrás los ecos de lo que alguna vez fueron, pero abrazando con esperanza lo que estaban construyendo.

Los años pasaron y, con ellos, la vida de Vincent se transformó en algo que nunca imaginó.

Después de haber dado el paso de dejar atrás su antiguo yo, la vida, aunque aún llena de desafíos, parecía haberse convertido en algo mucho más manejable.

Algo más humano.

Vincent se convirtió en maestro suplente en Oxford, un trabajo que nunca había considerado pero que, al encontrarlo, le dio una nueva perspectiva.

Al principio, se sintió extraño frente a los jóvenes estudiantes, los mismos que una vez había considerado como figuras ajenas a su mundo de ciencia pura.

Pero pronto, se dio cuenta de que no solo les enseñaba sobre las maravillas de la ciencia, sino también sobre las realidades de la vida, sobre cómo el conocimiento podía conectar a las personas de maneras profundas.

Alissa, aunque aún parte del mundo científico había decidido hacer un paréntesis.

Juntos, se mudaron a un pequeño apartamento en el centro de la ciudad, donde comenzaban una nueva etapa.

A pesar de que sus padres no estaban cerca, el nuevo hogar que compartían juntos estaba lleno de amor.

La casa tenía una vista preciosa de un jardín que florecía en primavera, y por primera vez en años, Vincent se sintió realmente en paz.

Tenía un lugar donde podía ser él mismo, sin la presión de su propio ego ni de las expectativas del mundo.

Pero la vida, como siempre, tenía sus propios giros.

El padre de Alissa, ese hombre sabio y comprensivo que siempre había sido un refugio de calma para ambos, comenzó a enfermarse de nuevo.

La enfermedad que lo había afectado años atrás regresó, más fuerte y despiadada que nunca.

A medida que los días pasaban, Alissa se veía cada vez más afectada, aunque intentaba ocultarlo.

El dolor en sus ojos era evidente, pero ella se aferraba al trabajo y a la rutina para no enfrentarse a la cruda realidad de que estaba perdiendo a su padre.

Vincent, que había aprendido a ser paciente y a escuchar, vio cómo Alissa se desmoronaba poco a poco.

En sus noches sin dormir, cuando las lágrimas no cesaban, él estaba allí, sentado junto a ella, sosteniendo su mano sin decir una sola palabra.

El silencio de aquellos momentos era más elocuente que cualquier otra cosa, y Vincent, por primera vez, entendió lo que realmente significaba el amor.

No se trataba solo de estar en los buenos momentos, sino de estar cuando todo parecía oscurecerse.

Finalmente, el inevitable golpe llegó.

El padre de Alissa falleció una fría mañana de otoño, dejando un vacío profundo e incolmable en el corazón de su hija.

Alissa se hundió en una depresión que parecía no tener fin.

La mujer fuerte y decidida que había conocido Vincent, la misma que había luchado por un futuro lleno de logros, ahora se encontraba atrapada en una oscuridad que no podía escapar.

Vincent, quien había aprendido a ser más humano, entendió que este era el momento de estar allí para ella de una forma en la que nunca lo había hecho antes.

No se trataba solo de palabras de consuelo ni de soluciones rápidas, sino de un compromiso más profundo.

Durante meses, lo que compartió con Alissa no fue solo el amor, sino también el sufrimiento y la tristeza que ambos llevaban dentro.

Pero a pesar de las dificultades, Vincent se mantuvo firme.

Lo que antes le había resultado incomprensible, ahora era su misión: ayudar a Alissa a superar su dolor, devolverle la esperanza.

Con el tiempo, Vincent logró sacarla de su depresión, no porque tuviera todas las respuestas, sino porque estaba dispuesto a estar allí con ella en cada paso del proceso.

Juntos, volvieron a conectar con el mundo científico, esa pasión que ambos habían dejado atrás, como una forma de distracción, una forma de encontrar algo a lo que aferrarse.

Alissa volvió lentamente al círculo científico, encontrando un propósito en la investigación que antes había sido tan importante para ella.

Y Vincent, aunque continuaba siendo un maestro suplente, comenzó a ver cómo su vida tomaba un rumbo completamente diferente.

Aunque nunca dejó de enseñar, comenzó a sentir que su verdadero propósito era más grande que las lecciones en el aula.

Los días pasaban, y la vida parecía estar mejorando.

Vincent y Alissa volvieron a encontrar el equilibrio, no solo en el trabajo, sino en su relación.

Había risas en la casa otra vez, aunque la tristeza por la pérdida del padre de Alissa nunca desapareció por completo.

Aun así, había esperanza, y eso era lo que mantenía a ambos firmes.

Vincent continuaba siendo el hombre que se había convertido, aquel que había aprendido a dejar de lado sus obsesiones para abrazar la humanidad.

Sus trofeos ya no importaban, ni sus reconocimientos.

Lo que realmente le importaba era el tiempo que pasaba con Alissa, y cómo cada día juntos fortalecía su vínculo.

Ya no le importaba ser el genio en su campo, porque al fin y al cabo, había descubierto que ser un buen compañero, un buen amigo, un buen ser humano, era lo que realmente le daba sentido a la vida.

El tiempo pasó, y la vida de Vincent y Alissa continuó pintándose con tonos suaves y tranquilos.

Entre los momentos de tristeza y superación, ellos encontraron un lugar donde la felicidad era tan sencilla como compartir una tarde en el jardín, o reírse juntos de las pequeñas frustraciones cotidianas.

Los altibajos nunca cesaron, pero al menos no estaban solos.

Vincent y Alissa, de alguna manera, encontraron la paz en un mundo lleno de incertidumbres.

Y, aunque la ciencia seguía siendo parte de sus vidas, lo más importante era el amor que compartían, ese amor que había comenzado a partir de la oscuridad, pero que ahora iluminaba todo lo que hacían.

Vincent Turner era el hombre más feliz que jamás fue.

...

Continuara...


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