TE VAS A MORIR.








El aire a su alrededor era denso, pesado, casi imposible de respirar.

La penumbra del entorno parecía cambiar con cada parpadeo, como si las sombras tuvieran vida propia y se deslizaran entre ellos, observándolos, juzgándolos.

Solo ellos dos permanecían inmóviles en el centro de aquella realidad rota, un punto fijo en medio del caos.

Uraraka estaba frente a Izuku, demasiado cerca.

Su rostro iluminado por un destello de luz que no parecía provenir de ninguna parte, proyectando sombras largas y retorcidas sobre su piel.

La expresión en sus ojos era imposible de leer: entre una dulzura sofocante y algo más oscuro, algo que Izuku no podía comprender, pero que lo hacía sentir pequeño e indefenso.

La voz de ella, sin embargo, cortó el aire como una cuchilla afilada.

"¡VUELVETE MIO!"

Fue lo que ella dijo.

Finalmente, con un susurro tembloroso, preguntó:

—¿A qué te refieres con... eso?

Uraraka no respondió de inmediato.

En cambio, su sonrisa se ensanchó, animada pero inusual, con un brillo peculiar en sus ojos que parecía perforar a través de cualquier barrera que Izuku intentara levantar.

Dio un pequeño paso hacia él, acortando la distancia entre ambos. Con una naturalidad desconcertante, llevó una mano a su propio pecho, justo donde latía su corazón.

—Es sencillo, Izuku-Kun. —Su voz era cálida, casi melódica, como si estuviera contando algo tan evidente que no necesitara explicación. Su gesto enfatizaba cada palabra, marcándolas en el aire como grabados invisibles—. Quiero prioridad.

Izuku parpadeó, incapaz de apartar la vista de ella. Su mente corría en círculos, intentando encontrar un significado claro en lo que acababa de decir.

—¿Prioridad? —repitió, su voz apenas un murmullo mientras retrocedía un paso, solo para tropezar ligeramente con una roca detrás de él.

—Sí. Prioridad. —Ella inclinó ligeramente la cabeza, su tono más ligero, casi juguetón, aunque la intensidad en sus ojos permanecía intacta—. Quiero que me priorices más que a nadie.

Izuku abrió la boca para responder, pero ella levantó un dedo, silenciándolo suavemente antes de que pudiera formular una frase.

—Espera, no me malentiendas. Sé que quieres ser un héroe. Sé que tienes que dedicarte a ayudar a las personas, y eso está bien. —Hizo un ademán amplio con las manos, como si estuviera descartando cualquier objeción antes de que él pudiera plantearla—. Puedo entender eso.

Izuku sintió cómo su pecho se comprimía ligeramente. Había algo en su tono, en la forma en que hablaba con tanta claridad, que lo hacía sentir atrapado, como si cada palabra lo envolviera en un hilo invisible que lo inmovilizaba más con cada giro.

—Pero lo que quiero, Izuku-Kun... Es lo que hay aquí. —Señaló su propio pecho, enfatizando el lugar donde su corazón latía—. Dentro de ese puño de carne y sangre que tienes... quiero lo que guarda.

Izuku sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Intentó hablar, pero su voz se quedó atrapada en su garganta. Sus ojos estaban fijos en los de ella, que brillaban con una mezcla de emoción y algo más oscuro, algo que no podía descifrar.

—¿Lo que guarda? —preguntó finalmente, casi en un susurro, como si temiera la respuesta.

Uraraka asintió, su tono adquiriendo una nota de dulzura que contrastaba con la intensidad de sus palabras.

—Sí. Tu alma. Tus sentimientos. Tus emociones. —Su voz bajó un poco, y sus palabras sonaban como una confesión, aunque cargadas de una determinación inquietante—. Tus recuerdos, tus tristezas, tus alegrías, tus miedos, tus esperanzas... Todo. Quiero todo lo que puedas ofrecer de manera genuina, Izuku-Kun.

Izuku no podía apartar la mirada, atrapado en el peso de lo que estaba escuchando.

Su respiración era irregular, su mente luchando por encontrar una lógica detrás de todo esto.

—¿Por qué...? —susurró, su voz apenas audible—. ¿Por qué yo...?

Ella inclinó ligeramente la cabeza hacia un lado, su expresión suavizándose solo un poco.
—Porque eres tú, Izuku-Kun. —Sus palabras eran simples, pero cargadas de significado. Dio otro paso hacia él, tan cerca ahora que podía sentir el calor que irradiaba su presencia—. Porque nadie más podría hacerlo.

El silencio volvió a caer entre ellos, pero esta vez estaba cargado de algo diferente. No era solo confusión o incertidumbre. Era algo más profundo, algo que Izuku no podía nombrar, pero que sentía como un peso aplastante en su pecho.

Finalmente, Uraraka rompió el silencio, su tono volviendo a esa mezcla inquietante de dulzura y determinación.

—Quiero a Midoriya Izuku para mí sola. No al héroe que todos esperan, no al símbolo que quieres ser para los demás. Quiero lo que eres en tu esencia, lo que nadie más puede ver. —Su sonrisa se ensanchó, pero esta vez tenía un borde más afilado, casi como una hoja oculta en una flor—. ¿Es mucho pedir?

Izuku estaba paralizado, sus pensamientos chocando entre sí como olas en una tormenta. Intentó procesar lo que acababa de escuchar, pero no podía.

Las palabras de Uraraka se sentían como un eco interminable en su mente, envolviéndolo en una maraña de dudas, miedo y algo que no podía identificar.

Y sin embargo, en el fondo de todo ese caos, había una chispa de algo más. Algo que no podía ignorar, por mucho que quisiera.

Izuku dio un paso atrás casi de forma instintiva, como si algo en su interior lo obligara a poner distancia entre ellos.

La sonrisa de Uraraka flaqueó por un instante, tan breve que apenas fue perceptible, pero en su mirada se dibujó una ligera sombra de decepción antes de volver a iluminarse con la misma intensidad desconcertante de antes.

Izuku intentó hablar.

Lo intentó de verdad, pero cada vez que abría la boca, su garganta parecía cerrarse, y el sonido se quedaba atrapado en su pecho como un grito ahogado. Finalmente, tras un esfuerzo que lo hizo sentir como si hubiera corrido una maratón, murmuró:

—E-Estoy... confundido...

Uraraka inclinó la cabeza levemente hacia un lado, su sonrisa recuperando fuerza al instante. Dio un pequeño paso hacia adelante, reduciendo nuevamente la distancia que Izuku había creado entre ellos.

—No deberías estar confundido, Izuku-kun. —Su tono era dulce, casi cantarina, como si estuviera hablando de algo tan sencillo como el clima—. Es tan fácil. Si tú me aceptas, yo te aceptaré.

Izuku sintió cómo un escalofrío recorría su espalda.

—¿Qué...? —intentó interrumpir, pero las palabras de Uraraka seguían fluyendo como un río imparable.

—No tendrás que esconder tus sentimientos nunca más. —Su voz bajó una octava, como si compartiera un secreto importante—. No tendrás que fingir ser quien no eres, quien no quieres ser.

Izuku levantó una mano, como si intentara detenerla, su voz tartamudeando mientras intentaba articular una respuesta coherente.

—Y-Yo no trato de...

Pero antes de que pudiera terminar, Uraraka avanzó otro paso, sus ojos brillando con una intensidad que lo hacía sentir atrapado, como si no hubiera forma de escapar.

—No te mientas, Izuku-kun. —Su tono era suave, pero firme, como una madre regañando a un niño pequeño—. No niegues lo que es tan claro de ver.

Izuku apretó los puños, su mente trabajando a toda velocidad para encontrar alguna forma de recuperar el control de la situación, pero las palabras de Uraraka continuaron, cada una de ellas clavándose como una aguja en su conciencia.

—Las personas... siempre tienen que cambiar. —Uraraka levantó ligeramente la mirada, como si estuviera recordando algo o reflexionando en voz alta—. ¿No te has dado cuenta? Para poder sobrevivir, para adaptarse, para ser aceptados... tenemos que dejar de ser quienes somos.

Izuku frunció el ceño, su respiración acelerándose.

—Eso no es... —empezó a decir, pero ella lo interrumpió nuevamente, sin permitirle tomar el control de la conversación.

—¿No es qué, Izuku-kun? —preguntó, con una sonrisa casi burlona, aunque su voz mantenía ese tono melódico que lo hacía sentirse inquieto—. ¿No es cierto?

Uraraka dio un paso más hacia él, tan cerca ahora que podía sentir el calor de su presencia.

—Piensa en ello. ¿Cuántas veces has tenido que esconder lo que sientes para que otros no te juzguen? ¿Cuántas veces has tenido que poner una sonrisa cuando lo único que querías era llorar?

Izuku desvió la mirada, sintiendo un peso en su pecho.

—Eso no significa que tengamos que...

—¿Que tengamos que cambiar? —Uraraka completó la frase por él, con una ceja levantada y una expresión que mezclaba comprensión y algo más, algo que él no podía identificar del todo—. Pero lo hacemos, Izuku-kun. Lo hacemos porque el mundo nos lo exige. Porque si no lo hacemos, nos quedamos solos.

Izuku negó con la cabeza, sus palabras saliendo entrecortadas.

—No creo que...

—¿No lo crees? —Uraraka se inclinó ligeramente hacia él, sus ojos fijos en los suyos con una intensidad que lo hacía sentirse desnudo, expuesto—. ¿No es eso lo que tú mismo has hecho?

Izuku apretó los labios, sus manos temblaban ligeramente mientras intentaba encontrar las palabras adecuadas. Finalmente, se atrevió a hablar, aunque su voz salió más baja de lo que esperaba:

—Y-Yo no soy como tú piensas... —tragó saliva y levantó la mirada, tratando de mantener la compostura—. No soy ese tipo de persona.

Uraraka lo miró con una mezcla de sorpresa y... decepción.

Fue apenas un destello en su expresión, pero lo suficiente para que Izuku lo notara. Luego, su rostro se endureció levemente, y una pequeña risa seca escapó de sus labios.

—¿Ah, no? —preguntó, con una sonrisa que ya no parecía tan dulce, sino más afilada—. Izuku-kun, no juegues a las escondidas conmigo.

Izuku se tensó.

Había algo en su tono, algo en la forma en que lo miraba, que lo hacía sentirse como si estuviera siendo juzgado.

Uraraka levantó una mano, señalándolo directamente, su voz subiendo un poco mientras hablaba con una mezcla de incredulidad y firmeza:
—No es natural esconder lo que todos pueden ver tan claro como el agua. ¿Por qué te empeñas en negarlo?

Izuku intentó decir algo, pero las palabras se le quedaron atoradas en la garganta cuando ella continuó, su tono volviéndose más intenso.

—Las personas te odian, Izuku-kun. ¿Qué hiciste para evitarlo? ¡Claro que lo hiciste! Cambiaste. Te convertiste en un héroe para que la gente olvidara el hecho de que... —hizo una pausa, dejando que las palabras se hundieran en el silencio antes de soltarlas—. Mataste personas en tu pasado.

Izuku sintió cómo un frío familiar le recorría la columna, una mezcla de rabia y algo que se parecía demasiado a la culpa.

Retrocedió un paso más, pero se detuvo, como si una barrera invisible lo obligara a quedarse en su lugar.

Frunció el ceño, sus ojos afilándose mientras su respiración se estabilizaba. Algo en su interior se rebeló contra esas palabras, un fuego que no estaba dispuesto a permitir que ella dictara su verdad.

—No. —Su voz salió baja al principio, pero luego creció con firmeza—. Esa no es la razón por la que me convertí en un héroe.

El cambio en su tono pareció detener a Uraraka por un momento. Su sonrisa desapareció lentamente, dejando al descubierto una expresión más fría, casi calculadora.

—¿Entonces cuál es, Izuku-kun? —preguntó, su voz ahora más baja, pero no menos intensa—. ¿Por qué lo hiciste, si no fue para escapar de lo que hiciste antes?

Izuku guardó silencio por un momento, dejando que las palabras resonaran en el aire como el eco de una campana lejana.

Sus ojos se clavaron en el suelo antes de subir lentamente hacia Uraraka, que lo observaba con una mezcla de curiosidad y algo más oscuro que no podía identificar del todo.

Su voz finalmente rompió el silencio, grave pero firme, cargada de sinceridad.

—Al principio... quería convertirme en héroe porque quería corresponder los sentimientos de esa persona. —Izuku levantó una mano y la dejó descansar sobre su pecho, justo donde su corazón latía con fuerza—. Alguien que me extendió la mano cuando nadie más lo hizo. Alguien que creyó en mí cuando yo mismo no podía hacerlo.

Uraraka parpadeó, su expresión cambiando por un instante a una mezcla de sorpresa y algo que podría ser desconcierto.

—Pero... —continuó Izuku, sin detenerse— mientras avanzaba, mientras vivía y veía más allá de mi propio panorama, entendí que había algo mucho más grande, mucho más vasto que solo yo y mis deseos. Vi el horizonte, Uraraka-san. Vi cuánto se extiende más allá de lo que podía imaginar.

Tocó su pecho con más fuerza, sus dedos presionando contra su uniforme como si intentara llegar a su propio corazón. Su voz temblaba ligeramente, pero no por inseguridad, sino por la intensidad del momento.

—Ahora... ahora quiero ser un héroe para evitar que otras personas como yo tengan que sufrir. Que cometan los mismos errores que yo cometí.

La luz que los rodeaba, una suave pero extraña luminiscencia, tambaleó como si hubiera perdido estabilidad.

Uraraka palideció, y su mirada bajó hacia el suelo. Su cabello cubrió parcialmente su rostro, pero su voz se alzó, suave al principio, como el murmullo de una tormenta que se acerca.

—¿Errores...? —repitió ella, apenas levantando la vista. Había algo inquietante en la forma en que su tono fluctuaba, casi como si estuviera probando una emoción que no terminaba de comprender—. ¿Cuáles errores? ¿Tu Quirk? ¿Crees que despertarlo fue un error?

—¡No! —exclamó Izuku con rapidez, casi cortando la pregunta en el aire. Su mirada se endureció, su voz adquiriendo un tono más firme—. El error no fue mi Quirk... el error fue escapar de la responsabilidad después de haber matado a esas personas. Fue no enfrentar mi culpa.

Uraraka alzó la mirada, y esta vez había una sombra oscura en sus ojos.

Su ceño se frunció, y sus labios se curvaron en una mueca que mezclaba incredulidad y algo más peligroso. Dio un paso hacia Izuku, su dedo índice golpeando con fuerza su pecho, obligándolo a retroceder un paso.

—Eso es exactamente de lo que te hablo. —Su voz se alzó, y cada palabra era como una daga que cortaba en lo profundo—. ¡A eso me refiero cuando digo que el mundo te obliga a negarte a ti mismo!

Izuku abrió la boca para replicar, pero ella continuó, sin darle oportunidad. Su dedo seguía golpeando su pecho con cada palabra, como si intentara marcarlo con sus argumentos.

—¿Cuánto veneno han puesto en ti para obligarte a pensar que tienes la culpa? —su tono era intenso, casi acusatorio, y su rostro se torció en una mezcla de rabia y desesperación—. Nadie pidió nacer con los poderes con los que naciste. Fue la singularidad de tu nacimiento la que te hizo quién eres. ¡Es parte de ti! Negar eso, negar todo lo que está relacionado con tu Quirk, es una blasfemia, Izuku-kun.

Izuku intentó interrumpirla, pero ella levantó la voz aún más, casi gritando.

—¡El mundo te obliga a sentir culpa por ser quién eres! ¿Y sabes qué es lo peor? ¡Que tú les estás dejando ganar!

Su dedo golpeó una última vez su pecho, pero esta vez Izuku reaccionó.

Con movimientos rápidos, tomó la mano de Uraraka, sujetándola con firmeza pero sin violencia. Dio un paso hacia ella, sus ojos brillando con una determinación intensa mientras hablaba con fuerza, casi como un rugido contenido.

—No niego quién soy. —Sus palabras resonaron con una gravedad que llenó el espacio a su alrededor—. Sé quién soy, y sé que Decay es parte de mí. Nunca voy a huir de eso.

Uraraka lo miró con los ojos abiertos de par en par, como si no esperara esa respuesta. Pero antes de que pudiera replicar, Izuku apretó los dientes y continuó.

—Pero tampoco aceptaré una inocencia que no me pertenece. No voy a escapar de mi culpa diciendo que solo era un niño.

Hizo una pausa, cerrando los ojos por un instante, y una imagen cruzó su mente. Ozda Majiro. El nombre resonó en su memoria como un eco distante, pero no dejó que lo paralizara.

—Aceptaré la culpa que me corresponde —dijo finalmente, abriendo los ojos y enfrentando directamente a Uraraka—. Y viviré mi vida cargando con ella, usándola para cambiar, para ayudar a otros. Ese es mi camino.

Uraraka permaneció en silencio por unos segundos, su respiración acelerada mientras lo miraba.

La luz a su alrededor se tambaleó una vez más, como si el ambiente mismo estuviera reaccionando a sus palabras. Y entonces, sus labios se curvaron en una sonrisa que no era del todo amable, pero tampoco completamente hostil.

—Tú... realmente crees en eso, ¿verdad? —preguntó, con un tono más bajo, pero todavía cargado de emociones complejas—. Crees que puedes cargar con todo eso y seguir adelante.

Izuku asintió, sin apartar la mirada.

—No solo lo creo. Sé que puedo hacerlo. Se que debo de hacerlo.

Y por primera vez, Uraraka no respondió de inmediato.

Izuku sintió que el aire entre ambos se volvía más pesado, como si las palabras que había pronunciado hubieran abierto una grieta que Uraraka no quería dejar pasar.

Su pecho se apretó al notar la expresión en su rostro, una mezcla de frustración y cansancio que nunca había visto en ella. Aunque trató de mantener la calma, algo en su interior lo agitaba.

Miró hacia abajo, fijándose en su propia mano todavía aferrada a la de Uraraka.

Sintiendo el peso de su propia acción, la soltó con cuidado, dejando que su mano cayera junto a su cadera.

Respiró profundo, intentando que la tensión se disipara. Sus ojos buscaron los de ella, pero Uraraka no lo miró. En cambio, mantenía la vista baja, con los hombros ligeramente caídos.

Izuku cerró los ojos por un momento, analizando lo que sentía, lo que pensaba. Cuando los abrió, lo hizo con una claridad renovada.

—Uraraka-san... no entiendo por qué estás actuando así. —Su voz era firme, pero no dura—. Tanto yo como Tenko hemos notado que te has estado alejando de todos. No es normal en ti.

Al hablar, llevó su mano al pecho, como si el peso de sus palabras viniera desde lo más profundo de su corazón.

—Tú no eres el tipo de persona que se aleja de esta manera. —Levantó la mirada hacia ella, buscando cualquier indicio de reacción, de respuesta—. Quizá por eso he sentido que algo es diferente desde que llegamos a Hokkaido.

Los ojos de Izuku mostraban una mezcla de confusión y tristeza. Dio un paso más cerca, sin invadir su espacio, pero lo suficiente para que su voz llegara directamente a ella.

—¿Está pasando algo, Uraraka-san? Si algo malo te ocurre... yo puedo...

Antes de que pudiera completar la frase, Uraraka levantó la cabeza de golpe, interrumpiéndolo.

—"¿Puedo ayudarte?" —dijo ella, completando sus palabras con una precisión que lo dejó sorprendido.

Su tono no era agresivo, pero había algo en él que lo hizo sentirse al descubierto.

Dio un largo suspiro, como si todo lo que estaba guardando en su pecho hubiera salido con esa exhalación. Luego, retrocedió un paso.

—¿Ayudar? —repitió ella, su voz ahora cargada de una ironía amarga—. ¿A qué te refieres con ayudar, Izuku-kun? ¿A escucharme? ¿A hablar conmigo sobre mis problemas? ¿A pensar en una solución juntos?

Uraraka lo miró directamente a los ojos esta vez, y había algo en su mirada que lo hizo tambalearse internamente.

—¿Es eso lo que ofreces? —continuó, con una intensidad que Izuku no esperaba—. Porque, si es así, no quiero nada de eso.

Izuku abrió la boca, pero las palabras no salieron. No porque no tuviera qué decir, sino porque sentía que cualquier cosa que dijera en ese momento sería aplastada por la fuerza de sus emociones.

—Estoy harta, Izuku... —El temblor en su voz no era de fragilidad, sino de cansancio acumulado—. Harta de palabras bonitas, de intenciones vacías. Siempre es lo mismo. Las personas dicen lo que creen que quieres oír, pero nada de eso es verdad.

La intensidad de sus palabras lo golpeó como una bofetada. Sintió cómo su respiración se volvía más pesada mientras intentaba encontrar una respuesta adecuada.

—Todo esto... —Uraraka levantó las manos, gesticulando hacia el aire como si intentara atrapar algo invisible—. Todo esto no es más que un intento desesperado por "querer sentirse buenas personas". Pero no hay nada genuino en ello.

En ese momento, un golpe de memoria lo sacudió.

Como si una brisa del ocaso hubiera atravesado el espacio entre ambos, trayendo consigo el olor de un recuerdo lejano.

De repente, estaba de pie frente a una konbini.


INTRODUCIR: FANTASY LIED.

Izuku observaba el ir y venir de las personas desde su posición junto al barandal.

Las calles bullían de vida, llenas de risas y conversaciones que parecían flotar en el aire como hojas de otoño arrastradas por el viento.

Niños corrían de un lado a otro, esquivando a los adultos, mientras estos sonreían con complicidad o regañaban suavemente. Parecía un mundo tan alejado del suyo.

[¿Cómo lo hacen? ¿Cómo pueden caminar tan tranquilos, sonriendo como si el mundo fuera perfecto? Es como si no vieran lo que hay a su alrededor, como si esa paz fuera algo natural. ¿Será normal? ¿Será que ellos tienen algo que yo no? Algo que nunca tendré...]

Bajó la mirada, atrapado en sus pensamientos, cuando vio a un niño pequeño correr hacia sus padres.

Sus manos diminutas se aferraron a las de ellos con fuerza, y esa imagen lo golpeó como un recordatorio cruel.

Sin pensar, miró sus propias manos, ocultas bajo las vendas. Restricciones que él mismo había colocado, un intento inútil de separarse del mundo.

[Mis manos... son diferentes. No sirven para sostener a nadie. Decay no me deja. Es mi maldición, la prueba de que no pertenezco aquí. Nunca podré...]

Cerró los ojos con fuerza antes de terminar el pensamiento, como si incluso pensar en ello fuera peligroso.

El viento helado de invierno rozó su rostro, aunque la bufanda que llevaba ayudaba a mantenerlo cálido. Sus ojos volvieron a abrirse, fijos otra vez en las personas que seguían caminando, ajenas a todo.

—Como si no sintieran algún pesar... —murmuró sin darse cuenta.

—Exacto. —La voz a su lado lo sacó de sus pensamientos.

Izuku giró la cabeza, sorprendido. Himiko estaba de pie junto a él, sosteniendo un par de latas calientes. Su rostro tenía esa expresión de traviesa indiferencia, pero algo en su tono había sonado diferente.

—Toma. No había del que querías, así que te traje un capuchino exprés. —Le extendió una de las latas, y él la tomó en silencio.

Miró el recipiente con cierta desconfianza, antes de levantar la vista hacia ella.

—El exprés sabe amargo.

Himiko bufó, recargando la cadera contra el barandal mientras abría su propia lata.

—¿Y qué? Mientras esté caliente, mejor, ¿no? —Tomó un sorbo largo y luego lo miró con una ceja levantada—. Vamos, bébelo. No puede ser tan malo.

Izuku suspiró, resignado, y se colocó junto a ella. Recargó sus brazos sobre el barandal y abrió la lata con cuidado.

—¿Ves? Ni siquiera lo has probado y ya estás poniendo cara de tragedia. —Himiko le lanzó una mirada burlona antes de dar otro sorbo ruidoso de su bebida—. No seas tan dramático, Izuku.

—No soy dramático. —Izuku llevó la lata a sus labios y probó un pequeño sorbo, frunciendo el ceño al instante—. Es amargo.

—Te lo dije. —Himiko sonrió como si hubiera ganado un pequeño debate consigo misma y volvió a mirar hacia las calles llenas de gente—. Pero está caliente. Eso es lo único que importa.

Izuku guardó silencio, dejando que el sonido de la ciudad llenara el espacio entre ellos.

—¿Qué mirabas antes? —preguntó Himiko de repente, sin mirarlo.

—A las personas.

—¿Y? ¿Qué tienen de especial?

Izuku dudó por un momento.

—Parecen felices.

Himiko giró la cabeza hacia él, arqueando una ceja.

—¿Felices? Claro que lo son. Es sábado, no tienen nada mejor que hacer.

—No es solo eso. —Izuku negó con la cabeza, sus ojos aún clavados en la multitud—. Es como si no tuvieran preocupaciones.

Himiko dejó su lata sobre el barandal, cruzó los brazos y se inclinó hacia adelante, mirando en la misma dirección que él.

—Claro que tienen preocupaciones. Todos las tienen. Pero tal vez son buenas fingiendo. O tal vez... no les importan tanto.

Izuku giró hacia ella, encontrándola, observándolo de reojo.

—¿Cómo puedes saberlo?

—Porque yo también los miro. —Himiko sonrió de lado y volvió a tomar su lata, llevándola a los labios—. Y pienso lo mismo que tú.

Izuku se quedó en silencio. No sabía si sus palabras lo reconfortaban o lo confundían más.

[Tal vez tenga razón. Tal vez todos están fingiendo. Pero ¿por qué entonces parece tan real? ¿Cómo logran sonreír así? Yo... no puedo.]

Himiko, como si pudiera leer sus pensamientos, se movió un poco más cerca.

—Oye, ¿quieres saber mi teoría?

—¿Teoría? —Izuku la miró, confundido.

—Sí. —Ella levantó un dedo como si estuviera dando una lección importante—. Las personas que no tienen nada que perder son las más felices. No se preocupan porque no tienen miedo de que algo les falte.

—Eso no tiene sentido.

—Claro que sí. Piénsalo. —Himiko sonrió, su tono juguetón pero con un matiz de seriedad—. Tú no eres feliz porque tienes miedo.

Izuku la miró fijamente, incapaz de responder.

La lata en su mano se sentía fría ahora, como si el calor se hubiera disipado con sus pensamientos. ¿Miedo? ¿Era eso lo que sentía?

—¿Ves? —Himiko lo señaló con la lata antes de dar otro sorbo—. Sabía que tenía razón.

Izuku desvió la mirada, volviendo a enfocarse en las personas que caminaban despreocupadas.

—Ellos no tienen miedo... —murmuró, más para sí mismo que para ella.

Himiko se encogió de hombros y sonrió ampliamente.

—Tal vez. O tal vez son mejores para esconderlo que tú.

―No lo entiendo...

—No necesitas entenderlo —dijo Himiko, encogiéndose de hombros con una sonrisa ladeada mientras alzaba su dedo índice, como si fuera a dar una gran lección—. Si te atacas con muchas preguntas, jamás vas a sentir que las respuestas son suficientes.

Izuku frunció el ceño y bajó la vista hacia la lata caliente entre sus manos. El vapor que escapaba por la abertura le hacía cosquillas en la nariz, pero no bebió. En cambio, esperó a que ella continuara.

—Por ejemplo, si preguntas: "¿Qué necesito beber para vivir bien?" alguien te dirá que agua. Luego vas con otra: "¿Por qué agua?" Porque es sana, claro. ¿Y por qué es sana? Porque nuestro sistema la necesita, algo sobre cómo evolucionamos. ¿De dónde viene eso? ¿Por qué evolucionamos así? —Himiko soltó una carcajada, echando la cabeza hacia atrás—. ¿Lo ves? Mientras más preguntas, más preguntas tendrás. Es como un pozo sin fondo.

Izuku la observó con el ceño aún más fruncido.

Pensó que lo que decía no tenía ningún sentido práctico. "¿De qué se supone que me sirve eso?", reflexionó, sintiendo la amargura de su propio ánimo comenzar a atraparlo, como el capuchino que finalmente se atrevió a probar.

Bajó su bufanda y tomó un sorbo, el sabor denso y amargo invadiendo su lengua. Sus labios se apretaron en una mueca casi imperceptible. "Amargo como yo", pensó, aunque ni siquiera encontró gracia en su propia comparación.

Se sintió más pesado, como si el frío del invierno comenzara a calar en su interior.

—¿Te sientes bien? —preguntó Himiko de pronto, inclinándose hacia él, sus ojos brillando con una mezcla de curiosidad y algo que no supo identificar.

Izuku levantó una ceja, desconcertado.

—¿A qué viene eso? —respondió, desviando la mirada hacia un lado—. ¿Desde cuándo te importa mi bienestar?

Himiko hizo un puchero exagerado, inflando las mejillas como si fuera una niña pequeña.

—¡Siempre me importa! —exclamó, cruzando los brazos y girándose para mirarlo fijamente, casi desafiándolo a contradecirla.

Izuku bufó.

—Olvídalo.

Ella no lo hizo.

Himiko se inclinó un poco más, acortando la distancia entre ellos mientras su expresión cambiaba a una más traviesa.

—¿Sigues enojado por lo de la otra vez? —preguntó, picándolo en el costado con un dedo—. Ya sabes, por la paliza que te dieron los de mi salón.

Izuku la miró con desdén, aunque no hizo ademán de apartarse.

—Tú sabes que no era solo una paliza. Ellos querían más que eso.

—Bueno... —Himiko ladeó la cabeza, apoyándose en el barandal mientras balanceaba su lata en la mano—. Supongo que ver a la chica bonita de la clase con el inadaptado "asesino" puede ser un golpe para su orgullo.

Izuku extendió la mano, deteniéndola antes de que pudiera seguir balanceándose, su mirada fija en ella con una mezcla de incredulidad y algo más que no podía identificar.

—No entiendo cómo las personas a tu alrededor no notan lo cruda que eres en realidad.

Himiko soltó una risita, despreocupada.

—Es lo necesario para vivir. Si no tuviera que actuar, ¿qué tipo de obra de teatro sería esta vida?

—Es repulsivo —murmuró Izuku, sus palabras apenas audibles bajo el ruido de la calle.

—Tal vez —admitió Himiko, encogiéndose de hombros una vez más, aunque su sonrisa no se desvaneció—. Pero tú querrías hacerlo igual, ¿o no?

Izuku apretó los labios, desviando la mirada hacia las sombras que el ocaso dibujaba en la acera. No respondió.

—Vamos, dilo. —Himiko se inclinó hacia él de nuevo, como si estuviera esperando un secreto que nadie más debía escuchar—. Quieres poder esconderte, igual que yo.

—No es lo mismo —respondió finalmente, su tono seco y cortante—. Fingir cuando no eres nadie es fácil. Pero cuando tu nombre ya está marcado como "asesino", ¿para qué sirve?

Himiko asintió lentamente, como si estuviera considerando sus palabras con seriedad.

—Tienes razón —dijo al fin, aunque su sonrisa volvió a formarse, casi burlona—. Pero... eso tampoco importa mucho. Mientras tengas la voluntad de ponerte una máscara, seguramente de algo servirá.

—¿Y tú qué sabes? —replicó Izuku, irritado, sin siquiera mirarla—. Ni siquiera tienes que hacerlo.

—¿Ah, no? —Himiko lo miró fijamente, su expresión transformándose en algo más suave, aunque su voz mantenía ese tono despreocupado—. ¿Qué crees que hago todos los días?

Izuku finalmente giró para mirarla.

—¿De qué estás hablando?

—Digo que mi máscara está tan pegada que a veces ni yo sé quién soy debajo de ella. —Himiko tomó otro sorbo de su lata, dejando que sus palabras colgaran en el aire como el vapor que escapaba de su bebida caliente—. Es gracioso, ¿no? Al final, actuar es más fácil que ser uno mismo.

Izuku guardó silencio, observándola con una mezcla de confusión y algo parecido a la empatía, aunque no estaba seguro.

—Eso no tiene sentido.

—No lo debe tener. —Himiko le guiñó un ojo, girándose para mirar el ocaso—. Pero, dime, Izuku. ¿Qué máscara te gustaría ponerte?

Izuku no respondió.

Apretó su lata entre las manos, los bordes metálicos presionando contra sus dedos. Los recuerdos se agolpaban en su mente, uno tras otro, como golpes incesantes.

"¡Aléjate de nosotros, asesino!"

"¿Qué hace alguien como tú aquí? ¿No deberías estar encerrado?!"

"Mamá dice que no debo hablar contigo. Dice que eres peligroso."

"¡Espera, chicos, no lo miren a los ojos! Puede que sea contagioso."

"¿Por qué no desapareces de una vez? Nadie te quiere aquí."

"¿Cómo puedes caminar entre nosotros como si nada? ¿No te da vergüenza?"

"Es un monstruo, ¿no lo ves? Miren sus manos, ¿cuántas vidas habrán tomado?"

"Si tuviera un poco de dignidad, se entregaría. Pero claro, no la tiene."

"¿Por qué no haces algo útil por una vez? Como tirarte de un puente."

"Te odio, Midoriya. Espero que lo sepas. Espero que lo sientas."

Las palabras se apilaban en su mente, como ladrillos de un muro que lo encerraba. Bajó la vista, sintiendo el peso de todo aquello presionando contra su pecho.

—Me gustaría que fueran más amables —murmuró finalmente, casi en un susurro.

Himiko levantó la mirada hacia él, sus ojos brillando con una chispa que Izuku no pudo descifrar del todo. Su sonrisa habitual había desaparecido, reemplazada por una expresión más neutral, incluso pensativa.

—¿Más amables? —repitió de nuevo, como si saboreara las palabras. Luego, dejó escapar un suspiro, dejando la lata de té a un lado—. ¿Sabes algo, Izuku? La gente ya es amable.

Izuku levantó la vista hacia ella, desconcertado.

—¿Qué?

Himiko alzó un dedo, como si estuviera a punto de dar una lección magistral.

—Mira a tu alrededor ¿Ves a ese hombre allá? —Indicó a un hombre de traje que ayudaba a una anciana a cruzar la calle—. Él no tenía que hacer eso. ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué molestarse en detenerse cuando tiene un reloj caro que probablemente le dice que está llegando tarde a su reunión?

Izuku no respondió, pero sus ojos siguieron al hombre hasta que cruzó la calle y continuó su camino, la anciana agradeciéndole con una sonrisa.

—O ese niño. —Himiko señaló a un pequeño que ofrecía parte de su bocadillo a un perro callejero—. Tiene hambre, probablemente, pero aun así compartió. ¿No es eso amabilidad?

Izuku frunció el ceño.

—Eso no tiene nada que ver conmigo.

Himiko giró hacia él, apoyando su barbilla en una mano mientras lo miraba fijamente.

—No se trata de ti. Se trata de ellos. La gente puede ser amable, incluso cuando no hay nada para ellos en ello. Aunque... —Sonrió de nuevo, pero esta vez su expresión parecía más afilada, como si hubiera algo escondido detrás de sus palabras—. Tal vez no es tan simple.

Izuku arrugó el entrecejo, sintiendo que la conversación tomaba un rumbo que no le gustaba.

—¿Qué estás intentando decir?

—Que la amabilidad es... relativa —respondió Himiko, encogiéndose de hombros como si lo que decía fuera obvio—. La gente puede ser amable con alguien mientras ignora a otro. Pueden ser amables para sentirse mejor consigo mismos. No es malo, pero no es puro tampoco.

—¿Y eso qué importa? —replicó Izuku, su voz subiendo apenas un poco.

—Importa porque a veces, lo que llamamos amabilidad es solo una máscara más. —Himiko se inclinó hacia él, su voz bajando hasta un murmullo—. ¿Por qué crees que ese hombre ayudó a la anciana? Tal vez porque quería que alguien lo viera y pensara que era un buen hombre. ¿Y el niño? Quizás porque le dijeron que compartir es lo correcto, y quería sentirse bien consigo mismo.

Izuku guardó silencio, masticando esas palabras en su mente, aunque no le gustaban.

—No todos son así.

Himiko sonrió, como si hubiera estado esperando esa respuesta.

—Claro que no todos. Pero, Izuku, piénsalo. La gente no siempre quiere ser amable por los demás. A veces, solo quieren sentirse buenas personas.

Izuku apretó la mandíbula, sus dedos cerrándose alrededor de la lata que ya no estaba tan caliente.

—Eso es...

Himiko alzó una mano para detenerlo.

—No estoy diciendo que esté mal. De hecho, es algo natural. Todos quieren sentirse bien consigo mismos, ¿no crees? Incluso tú.

Izuku no respondió de inmediato. Su mirada se perdió en el pavimento, mientras las palabras de Himiko resonaban en su mente.

—Sin embargo... —continuó ella, su tono volviendo a ser ligero, casi juguetón, aunque su sonrisa no alcanzó sus ojos—. Eso no significa que no sea real. Solo significa que tiene más capas de las que te gustaría admitir.

Izuku permaneció en silencio mientras las palabras de Himiko revoloteaban en su mente, encajando en espacios que preferiría dejar vacíos.

"¿Querer sentirse buenas personas?" Pensó en cada gesto amable que había presenciado o recibido, en cada sonrisa que parecía sincera.

Un nudo se formó en su garganta mientras una pregunta crecía en su interior, amarga y punzante: ¿Alguna vez fue real?

Bajó la mirada hacia su lata, casi vacía, notando cómo el frío metálico se correspondía con su ánimo. Entonces, Himiko rompió el silencio de forma abrupta.

—¡Esa actitud! Esa maldita necesidad de querer sentirse buenas personas... —Se cruzó de brazos, sus ojos, normalmente juguetones, oscureciéndose con una intensidad que Izuku no había visto antes—. Lo odio. Lo odio con todo mi corazón.

Izuku levantó la mirada, sorprendido por el cambio repentino en su tono.

No era la Himiko que solía reírse de todo, que lanzaba comentarios ácidos como quien arroja confeti al viento. No, esta era otra versión, una que parecía quemarse por dentro.

Su confesión lo dejó sin aliento.

Era como si un velo hubiera caído.

La ira que Himiko ocultaba con tanto cuidado, esa tormenta que brillaba tras su fachada alegre ahora estaba expuesta.

Y él era el único que la veía.

[...]

Izuku dio un paso hacia atrás, su mirada fija en Uraraka.

El peso del silencio entre ellos se sintió tan denso como el aire justo antes de una tormenta. Un pensamiento atravesó su mente como un rayo:

"Tú..."

Sus ojos intentaron desentrañar lo que veía frente a él, como si algo en su interior se estuviera despertando, pero aún no lograba entenderlo.

Uraraka lo miró, y en su rostro había una mezcla de emociones difíciles de descifrar: determinación, tristeza... ¿ira?

Izuku abrió la boca, y las palabras escaparon de sus labios antes de que pudiera detenerlas.

—¿Quién eres?

La pregunta resonó como un eco en el aire, como si hubiera quebrado algo invisible entre ellos. Uraraka parpadeó, pero no respondió de inmediato.

Su silencio solo alimentaba las dudas de Izuku.

Sin embargo, antes de que pudiera insistir, algo cambió a su alrededor.

Fuera de la casa del misterio, Momo y Mina estaban sentadas en una de las mesas cercanas, inmersas en una conversación.

—No sé, Yaomomo, creo que Uraraka está muy decidida esta vez. —Mina cruzó los brazos, intentando contener una sonrisa. —Ya sabes... bueno, ya conoces su encanto único.

—¿Decidida a qué? —preguntó Momo, aunque el ceño ligeramente fruncido en su rostro delataba que sabía exactamente de qué hablaban.

—A confesarse, claro. —Mina soltó—. Es obvio que siente algo por él, y honestamente, creo que deberían...

—¿Por qué todos asumen que está enamorada de él? —interrumpió Momo con un tono más cortante de lo que pretendía. Desvió la mirada hacia la casa del misterio, donde Izuku y Uraraka aún estaban dentro.

Antes de que Momo pudiera responder, un sonido lejano y profundo cortó su conversación. Era un estruendo que se extendía por el parque, lo suficientemente fuerte como para hacer que las aves cercanas salieran volando.

A lo lejos, Tenko caminaba tranquilamente por un sendero del parque, con las manos en los bolsillos y el aire despreocupado de siempre. Alzó la vista y vio a su hermana Hanna sentada cerca de una fuente.

—¡Hey, Hanna! —la saludó, levantando una mano con una sonrisa relajada.

Hanna, al escucharlo, giró la cabeza hacia él y le devolvió una sonrisa cálida, levantándose de su asiento para acercarse.

El espacio entre ellos capturaba perfectamente el corazón del parque de diversiones. La enorme rueda de la fortuna giraba lentamente detrás de ellos, iluminada por luces cálidas que contrastaban con el cielo que comenzaba a oscurecerse.

Pero entonces, el sonido se intensificó.

*¡¡WROAAAAM!!*

Un impacto.

Algo había golpeado la rueda de la fortuna. Un destello brillante cruzó el aire como una chispa fugaz, y los engranajes de la estructura crujieron con un sonido metálico.

Hanna detuvo su paso, girando hacia el origen del ruido.

—¿Qué demonios fue eso? —preguntó Tenko, su expresión de calma reemplazada por una seriedad inesperada.

Momo y Mina, que seguían sentadas, dejaron de hablar de golpe, sus miradas dirigidas hacia la rueda de la fortuna tambaleante. Las luces parpadearon un par de veces antes de apagarse parcialmente.

Alrededor del parque, los miembros de la Clase A, que estaban dispersos por las mesas y atracciones cercanas, comenzaron a levantarse, todos mirando hacia el mismo punto.

Un silencio tenso invadió el lugar, quebrado solo por el sonido de algo pesado cayendo al suelo.

La rueda de la fortuna se inclinó ligeramente hacia un lado, y el ambiente se llenó de murmullos nerviosos y miradas preocupadas. Sin embargo...

El parque de diversiones se sumió en un caos absoluto.

Gritos resonaron desde todas las direcciones, algunos turistas corriendo despavoridos, otros paralizados por el terror mientras sus ojos estaban fijos en la figura que se alzaba sobre la rueda de la fortuna.

Desde la punta de una de las cápsulas más altas, una criatura descomunal permanecía inmóvil por un instante, como evaluando el terreno desde su posición elevada.

Los pasajeros de la rueda de la fortuna, atrapados en sus cápsulas suspendidas, comenzaron a gritar con desesperación, golpeando las ventanas mientras señalaban al ser que los acechaba.

—¡¿Qué demonios es eso?! —gritó Sero desde el grupo, apuntando hacia la rueda de la fortuna.

Tenko apretó los puños, su expresión despreocupada desaparecida por completo.

—No sé, pero definitivamente no está aquí para pasear —respondió con un tono más oscuro mientras avanzaba un paso hacia adelante.

La figura monstruosa que se alzaba en lo alto de la rueda de la fortuna continuaba inmóvil, mientras el caos crecía a su alrededor.

Gritos desesperados de los civiles atrapados llenaban el aire, mezclándose con el chirrido de las máquinas que temblaban por la presión.

La criatura levantó lentamente una mano, cubierta de escamas moradas y trozos de metal que parecían haber sido absorbidos por su propia piel. Su sola presencia emanaba una intensidad que aplastaba todo intento de orden.

Desde el grupo de la Clase A, Momo dio un paso al frente, tratando de mantener la calma.

—Esto no es un villano cualquiera... —murmuró, mirando a la criatura como si intentara descifrar su propósito.

—¿Entonces qué es? —preguntó Hanna.

"Eso es... ¿Un nomu?" pensó Tenko.

—Sea lo que sea, no podemos dejar que las cosas escalen más —dijo Iida, con el tono firme que siempre usaba para dirigir. —Sero, Mina, vayan con los demás y busquen una manera de sacar a las personas cerca de nosotros.

Antes de que pudieran moverse, un sonido desgarrador interrumpió sus pensamientos.

Una voz inhumana emergió de la criatura, profunda y rugosa, como si las palabras se rompieran al salir de su garganta.

—¿D-DÓN...DE...?

El sonido no era solo un rugido; era un grito desesperado que resonaba como si el propio aire temblara a su paso.

Todos sintieron cómo el impacto del sonido vibraba en sus huesos, un eco que parecía quedarse atrapado en sus mentes.

—¡Esa cosa puede hablar! —gritó Sero, retrocediendo un paso mientras miraba hacia la rueda de la fortuna con los ojos abiertos de par en par.

—No es hablar exactamente... —dijo Momo en voz baja, sus palabras cargadas de incertidumbre. —Es más como si estuviera... luchando por hacerlo.

La criatura bajó lentamente un pie hacia la siguiente cápsula, haciendo que el marco entero de la rueda de la fortuna gimiera bajo su peso.

Cada movimiento era pesado, casi torpe, pero con una fuerza innegable que lo hacía parecer aún más amenazante.

—¿DÓN...DE... ES...TÁ? —gruñó de nuevo, su voz entrecortada y cargada de furia.

—¿Está buscando algo? —preguntó Hanna, mirando rápidamente a Tenko, esperando que él tuviera una respuesta.

Pero Tenko solo negó con la cabeza, su rostro mostrando algo raro en él: preocupación genuina.

—Sea lo que sea, no creo que quiera una charla amistosa cuando lo encuentre...

De repente, la criatura detuvo su avance, quedándose completamente inmóvil.

Los fragmentos de metal que habían comenzado a levantarse del suelo flotaban en el aire, reflejando las luces parpadeantes del parque.

El silencio que siguió fue peor que el rugido; un vacío absoluto que hizo que todos los presentes sintieran un nudo en el estómago.

—Esto no es normal... —dijo Mina, apretando los puños. Su habitual tono despreocupado había desaparecido por completo.

Entonces, el ser levantó ambos brazos hacia los lados, como si convocara algo.

Una nueva onda de energía recorrió el parque, levantando escombros y metal por todas partes.

Fue en ese instante cuando habló de nuevo, pero esta vez, las palabras salieron con más claridad, aunque seguían siendo lentas, trabadas, y cargadas de un peso aterrador.

—ÉL...

La sola palabra hizo que todos sintieran que algo estaba a punto de desmoronarse.

—¿Qué dijo? —preguntó Iida, con un tono urgente.

La criatura inclinó la cabeza hacia atrás, emitiendo un rugido que parecía partir el aire en dos. Luego, volvió a hablar.

—ÉL... E-ÉL... ¿DÓN—DE...ES...TÁ... ÉL?

—¿Está buscando a alguien? —preguntó Sero, mirando nerviosamente a los demás.

Pero nadie tuvo tiempo de responder.

El ser dejó caer los brazos, y en ese mismo instante, un nombre resonó con un rugido que sacudió no solo el parque, sino cada fibra del cuerpo de quienes lo escucharon.

—MI-MI...DO...RI...YA... IZU...KU.

El tiempo pareció detenerse.

Nadie se movió. Nadie habló. El nombre retumbó en sus mentes, mezclándose con el terror que ya sentían.

Momo se quedó inmóvil, sus ojos clavados en la criatura mientras intentaban procesar lo que acababa de escuchar.

—¿Midoriya-San? —murmuró, casi en un susurro.

—¿Por qué está buscando a Midoriya? —preguntó Mina, su voz apenas audible mientras el shock la invadía.

Hanna abrió la boca para decir algo, pero las palabras se atascaron en su garganta.

Su mirada se dirigió instintivamente hacia la casa del misterio, donde sabía que Izuku debía estar.

—No puede ser... —dijo Iida, finalmente rompiendo el silencio. —¿Por qué un ser como este estaría buscando a Midoriya-Kun?

Tenko no dijo nada.

Sus ojos estaban fijos en la criatura, pero su mente parecía estar en otro lugar.

—Sea lo que sea, no podemos dejar que lo encuentre —dijo Momo, recuperando la compostura. —¡Hanna, avisa a los demás! ¡Tenemos que evacuar el parque y proteger a Izuku!

Pero antes de que pudieran moverse, la criatura dio un paso hacia adelante, su mirada perdida bajo el casco mientras repetía, con un gruñido profundo que parecía venir desde el abismo.

—MI-MI...DO...RI...YA... IZU...KU... ¿DÓN...DE...ES...TÁ?

La casa del misterio parecía resonar con un latido propio, vibrando con cada temblor que sacudía el parque.



INTRODUCIR: STRAIGHT BET- MYTH & ROID


—————*¡¡¡ZOOOOOONK!!!!*—————

Izuku se apoyó contra la pared, con la sensación familiar y alarmante de su sensor de peligro gritando en su mente como nunca.

Era tan abrumador que sintió cómo sus piernas casi flaqueaban.

—Esto no es normal... —murmuró para sí mismo, con el ceño fruncido mientras giraba la cabeza hacia Uraraka, quien estaba a pocos pasos de él. —¡Uraraka-san, tenemos que salir de aquí! Algo está pasando afuera.

Sin embargo, ella no respondió.

Permanecía inmóvil, con la mirada perdida en el vacío.

Izuku se acercó rápidamente, tratando de tocarle el hombro para atraer su atención.

—¡Uraraka-san! —insistió con un tono más urgente.

Pero ella dio un paso hacia atrás, alejándose. Sus ojos, normalmente cálidos y llenos de determinación, parecían nublados, como si estuviera atrapada en un trance.

—¿Qué... qué te pasa? —preguntó Izuku, sintiendo que algo estaba terriblemente mal.

De repente, la luz sobre ellos comenzó a parpadear.

Un chasquido metálico resonó en la habitación, y la figura de Uraraka comenzó a distorsionarse. Su contorno titilaba, y, para horror de Izuku, su piel parecía... ¿derretirse?

—¿Uraraka-san? —dijo, con la voz temblando mientras retrocedía un paso.

Ella levantó la vista, pero su rostro ya no era el mismo.

Los rasgos familiares de Uraraka se desvanecían bajo una sombra viscosa que escurría lentamente por su rostro. Sin embargo, su voz resonó en la habitación, aunque no como Izuku la recordaba.

Era dual, superpuesta, como si dos personas hablaran a la vez desde un abismo insondable.







——————————

—¿Quién soy...?

―¿Quién soy...?

—————————








La pregunta flotó en el aire, helando la sangre de Izuku

—¿Qué estás diciendo? —respondió, forzándose a mantener la calma. —No es el momento para esto, arreglaremos lo que sea necesario después, ¡pero tenemos que salir de aquí ahora!






——————————

—¿Quién debería ser...?




―¿Quién debería ser...?

——————————









Izuku avanzó, decidido a sacarla de ese trance, pero entonces ella levantó la mirada.

Sus ojos ya no eran castaños. Dos orbes ambarinos, resplandecientes y llenos de una oscuridad infinita lo perforaron.







——————————

—No hay segunda oportunidad para tus errores, Izuku. Después de todo, tú fuiste quien me hundió en este abismo.



—No hay segunda oportunidad para tus errores, Izuku. Después de todo, tú fuiste quien me hundió en este abismo.

——————————









—¡No... no entiendo de qué estás hablando! —respondió él, retrocediendo instintivamente.

Intentó llamarla nuevamente, pero algo lo detuvo.

Una sombra apareció a su lado, reflejada en los cristales rotos de los espejos laterales.

Su aliento se detuvo al instante. Allí, en los reflejos, una figura que conocía demasiado bien lo observaba.

Hi... miko... —murmuró, sintiendo un peso en el pecho que lo dejó sin aliento.

Era ella.

Su cabello desordenado, su mirada intensa, la sonrisa que lo había atormentado y consolado al mismo tiempo en el pasado.

Incluso en los cristales, parecía viva.

Entonces, la escuchó. Aquellas palabras que nunca había podido olvidar, las que se repetían en su mente en los momentos más oscuros de su vida.

Pero esta vez solo fue una voz.







—————[Te vas a morir.] —————









Izuku retrocedió tambaleándose, con el corazón latiendo con fuerza.

Pero antes de que pudiera reaccionar, "Uraraka" se desvaneció en la oscuridad.

Su forma se disolvió como un espectro, dejando a Izuku completamente solo en medio de la casa del misterio.

Una sacudida violenta rompió el trance, y el techo comenzó a derrumbarse.

Escombros cayeron a su alrededor, y una luz de luna atravesó el vacío, bañando la habitación en un resplandor etéreo.

Desde el exterior, los fuegos artificiales explotaban, iluminando una gigantesca silueta que proyectaba una sombra ominosa sobre él.

Un rugido desgarrador resonó, y antes de que Izuku pudiera hacer algo, una mano colosal lo atrapó.

—¡Agh! —gritó Izuku, luchando por liberarse.

El monstruo que lo había encontrado lo levantó con facilidad, como si no pesara nada.

Mientras era arrastrado hacia el exterior, pudo ver a lo lejos a sus compañeros, quienes lo miraban con horror desde el suelo.

—¡Izuku! —gritó Tenko, pero su voz parecía lejana, perdida en el caos.

El monstruo lo sostuvo firmemente, y cuando Izuku alzó la vista, vio el rostro de su captor: una amalgama de metal, escamas moradas y odio puro que emanaba de los ojos brillantes ocultos tras un casco retorcido.

Mi... mi... do... ri... ya... —gruñó la criatura, con una voz rota, como si cada palabra le costara un esfuerzo indescriptible.

Izuku forcejeó, tratando de liberarse, pero entonces sus ojos se abrieron de par en par al darse cuenta de lo que estaba enfrentando.

—¡¿U-un Nomu?! —murmuró, incapaz de contener el horror en su voz.

El ser soltó otro rugido, esta vez más fuerte, casi triunfante, mientras levantaba a Izuku más alto.

Los gritos de sus compañeros se intensificaron, pero todo lo que Izuku pudo sentir fue el peso de esas palabras, de la presencia de Himiko en su mente y el ineludible destino que ahora lo encaraba cara a cara.

El dolor en el pecho de Izuku, la presión de las garras de esa cosa cerrándose alrededor de su cuerpo, y el caos a su alrededor parecían mezclarse con el tumulto de emociones en su interior.

Era como si cada instante de su vida convergiera en ese momento.

Himiko, su rostro derritiéndose frente a él.

Uraraka, desvaneciéndose en la oscuridad como un susurro de algo perdido.

Y ahora esta cosa, un Nomu retorcido, aplastándolo tanto física como mentalmente.

El recuerdo de Osaka surgió sin aviso, abriéndose paso entre el caos, como una tormenta atrapada en su mente.






"Aquella noche... en aquel túnel..."






Su respiración se volvió irregular mientras la furia en su pecho comenzaba a crecer, un calor abrasador que parecía incendiarlo desde adentro.

—¡Ah... maldición! —gruñó entre dientes, sintiendo cómo su sangre casi hervía, cada fibra de su ser ardiendo bajo la presión.

Dentro de él, el poder del One For All comenzó a despertar, no como un destello, sino como una llama que lentamente se expandía, amenazando con consumirlo.

Las manchas arcoíris, esas fracturas de energía pura que simbolizaban el límite de su quirk, comenzaron a formarse en su piel, brillando y pulsando al ritmo de su corazón acelerado.






"En aquel momento vi algo..."






El pensamiento emergió como un susurro en su mente, recordándole ese instante en Osaka.

El túnel de luz, la figura más allá.

La sensación de impotencia, de estar atrapado entre dos extremos de su vida: el hombre que era y el hombre que debía ser.






"Yo estaba de pie al inicio del túnel..."






La presión del Nomu aumentó, forzando un grito de dolor de Izuku. Pero no importaba. No ahora.

Su ira eclipsaba el sufrimiento físico.






"Al final, pude ver a alguien..."






A lo lejos, Tenko se movió.

Sus ojos estaban fijos en Izuku, y el brillo en sus manos revelaba su plan. El caos alrededor de la casa del misterio se intensificaba. Pedazos de metal y escombros flotaban en el aire como hojas atrapadas en un tornado.






"Estaba enojado. No con la persona delante de mí..."






Izuku cerró los ojos por un breve instante. En su mente, el túnel se hacía más claro. El hombre de pie al final...






"Estaba furioso con aquello fuera del túnel..."






El Nomu gruñó, su voz una amalgama de ruidos mecánicos y biológicos mientras apretaba con más fuerza.

Sin embargo, Izuku no retrocedió.

Su mirada, ahora encendida por un brillo indomable, se fijó en las luces rojas del casco de esa cosa.






"Lo pude ver. Había un hombre de pie dándonos la espalda, como si no le importase nuestra vida..."






El fuego en su pecho alcanzó su punto máximo.

Con un grito, Izuku giró su cuerpo con una fuerza explosiva, liberándose del agarre del Nomu mientras un destello multicolor iluminaba el aire.

—¡NO HOY! —rugió mientras se impulsaba hacia atrás en el aire, cargando su pierna para una patada que brillaba con el poder del One For All.

Desde el suelo, Tenko gritó mientras se lanzaba al frente, sus manos extendidas mientras las piezas de metal flotaban a su alrededor como si fueran parte de su propio cuerpo.

—¡IZUKU! ¡MUÉVETE, LO ATRAPO!

Izuku ignoró todo. En su mente, las palabras de Osaka finalmente se completaron.






"A quien vi en aquel instante fue a..."






No pudo terminar el pensamiento, no ahora.

Todo su cuerpo se movió por puro instinto.

Con un rugido, levantó su pierna para la Danza Lunar, mientras detrás de él, Tenko cargaba un puño envuelto en su propia furia.

En ese instante, ambos gritaron al unísono, sus voces resonando como un trueno que atravesaba el aire.



—¡¡ALL FOR ONE!!

―¡¡ALL FOR ONE!!




La patada de Izuku conectó con el pecho del Nomu al mismo tiempo que el puño de Tenko lo golpeaba desde atrás.

Esa cosa rugió.

*¡RAAAAAAAAAARGH!*

Junto....


―¡¡¡AARRRRRGFHHH!!

―¡¡¡GEEEEERKGGGG!!!

...a ellos.

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