94.SE QUIEN QUIERAS SER.

~La oscuridad siempre estaba ahí. No importaba si era de día o de noche, ni siquiera importaba si estaba despierto o soñando. Para Shoto, esa oscuridad era su padre~






—————Edad: 5 años—————

El suelo frío de mármol mordía las plantas de sus pies descalzos mientras miraba a su padre desde la esquina de la sala de entrenamiento. Endeavor lo observaba con los brazos cruzados, la mirada impenetrable y ese ceño perpetuamente fruncido que parecía una grieta imposible de cerrar.

No había calor en la expresión de su padre, solo exigencia.

—Con mi poder... —murmuró Endeavor mientras se inclinaba hacia él, la voz baja pero densa, como un peso imposible de quitarse del pecho—. Con mi poder superarás a All Might. Lo harás, porque naciste para hacerlo.

El niño temblaba.

¿Qué significaba ese "poder"? ¿Por qué dolía tanto cada vez que lo mencionaba? Shoto no entendía, solo sabía que el fuego le quemaba la piel, que cada entrenamiento terminaba con las manos de su madre aplicando ungüento en las marcas rojas.

Y cada vez que su madre le decía que todo iba a estar bien, al día siguiente volvía a escuchar lo mismo:

—Con mi poder, serás el número uno.

Ese eco quedaba atrapado en su mente como un zumbido constante, un mensaje envenenado que nunca desaparecía del todo.

—————Edad: 8 años—————

El sueño fue una pesadilla.

El fuego lo rodeaba por todas partes, pero no era el tipo de fuego que lo protegía del frío. Era un fuego que devoraba, que exigía, que castigaba.

Shoto se veía a sí mismo en medio de un círculo ardiente, las llamas reflejando la silueta imponente de Endeavor.

Intentó huir, pero no había forma de escapar.

—¡No eres débil! ¡Usa mi poder! —gritaba Endeavor en la pesadilla, su voz resonando en todas direcciones como un trueno desgarrador.

Despertó de golpe, el corazón acelerado, empapado en sudor. Al mirar a su alrededor, todo parecía tan real como lo había sido en el sueño. Por un momento, pensó que todavía estaba atrapado allí, en ese fuego sin fin.

Cada pesadilla era igual. Siempre él. Siempre su padre. Siempre el fuego.

Y cada vez que despertaba, se hacía una promesa silenciosa: nunca usaría ese fuego.

—————Edad: 10 años—————

"El poder sin control no es nada."

Las palabras de Endeavor se repetían como un mantra.

Lo arrastraba al patio incluso en invierno, obligándolo a lanzar hielo una y otra vez hasta que sus manos dolían y sus piernas temblaban. A veces, el frío lo hacía sentir al borde del desmayo, pero el fuego de Endeavor siempre estaba allí para recordarle que no se le permitía detenerse.

—Con mi poder, podrás detener a cualquiera.

Cada golpe, cada orden, cada exigencia lo hundía más y más en el vacío.

Cada vez que usaba su hielo, su padre lo reprendía. "No es suficiente." Cada vez que el fuego amenazaba con salir, se aterraba, sintiendo que se estaba traicionando a sí mismo.

No quería ser como él.

—————Edad: 12 años—————

Los días se volvieron monótonos. Entrenamiento, heridas, cicatrices. Cada vez que intentaba que su madre lo consolara, ella parecía más distante, más frágil.

La única constante era Endeavor y sus palabras inmisericordes.

—Con mi poder, llegarás más alto que nadie.

Esas palabras comenzaron a tomar otra forma dentro de él. Al principio eran órdenes. Luego se convirtieron en advertencias.

Finalmente, se transformaron en cadenas.

Se despertaba algunas noches sintiendo que no podía respirar, como si las palabras de su padre se hubieran enredado en su garganta.

Empezó a odiar esas tres palabras.

No podía vivir con ellas, pero tampoco podía olvidarlas.

Se sentía atrapado en un ciclo sin fin, donde cada vez que cerraba los ojos podía ver la figura de Endeavor acercándose, grande, imponente, inhumana.

Era como si su padre no fuera una persona, sino una sombra que se cernía sobre su vida, aplastándolo bajo el peso de sus expectativas.

—————Edad: 14 años—————

El odio comenzó a crecer lentamente. Como una chispa en medio del viento, pequeña pero persistente.

No fue inmediato.

Al principio era solo miedo. Miedo al fuego, miedo a decepcionarlo, miedo a convertirse en él.

Pero luego ese miedo empezó a cambiar. Cada vez que su padre mencionaba esas tres palabras "Con mi poder..." algo dentro de Shoto se rompía un poco más. Empezó a odiar no solo a Endeavor, sino también al fuego dentro de él, al calor que su padre había implantado en su cuerpo como una maldición.

—Con mi poder, serás imparable.

"No quiero tu poder", se decía a sí mismo, una y otra vez. Pero cada vez que se lo repetía, parecía menos convincente. Porque, en el fondo, sabía que ese fuego era parte de él, y esa realidad lo consumía. Lo hacía sentir sucio, como si su propia existencia fuera una traición a sí mismo.

—————Edad: 15 años—————

El odio ya no era una chispa.

Era una llama.

No era el tipo de fuego que su padre había querido encender en él, sino uno diferente. Un fuego que no buscaba superar a All Might ni alcanzar la gloria, sino destruir todo lo que Endeavor representaba.

"Con mi poder..."

Esas palabras seguían persiguiéndolo, como un espectro que no podía ahuyentar. Pero ahora, en lugar de temerlas, las odiaba. Odiaba cada vez que su padre las pronunciaba, odiaba cada entrenamiento, cada momento en que lo forzaba a usar una parte de sí mismo que él rechazaba.

"No quiero tu poder," pensaba Shoto mientras apretaba los puños, sintiendo el hielo recorrer su cuerpo, buscando ahogar el fuego. "No quiero ser tú."

Pero en el fondo sabía que el fuego nunca desaparecería del todo. Siempre estaría allí, esperando el momento para salir.

Y entonces lo supo: no era solo miedo. Era odio. Un odio profundo e inquebrantable. No solo hacia Endeavor, sino hacia sí mismo por llevar en su cuerpo la herencia de su padre.

"Con mi poder, serás el mejor."

[No.]

"Con mi poder, serás como yo."

[¡No!]

"Con mi poder lo superaras todo."

[¡NO!]

Y así como un espiral de nunca acabar, finalmente el miedo se transformo en odio, y el odio en venganza. ¿Hacia quién? Hacia aquella figura que representaba el caos.

Laughing Boy.



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[¿Cuál es mi rol?]

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El pensamiento surgía sin previo aviso, una pregunta aparentemente simple que rondaba en su mente como una sombra persistente.

Era algo cotidiano, pero al mismo tiempo abrumador. ¿Qué significaba ser él? ¿Era solo un arma fabricada para alcanzar un objetivo que ni siquiera era suyo? ¿Qué debía hacer ahora que el fuego, esa parte de su alma que tanto odiaba, permanecía dormida por su propia voluntad?




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[Si no soy un héroe, entonces ¿qué soy? Si yo no hubiera nacido, nada de esto habría pasado.]

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Era un pensamiento venenoso, uno que lo asaltaba en los momentos más tranquilos, cuando no había ruido suficiente para ahogar sus propios demonios. Si no hubiera existido, Touya no habría necesitado ser reemplazado. No habría sido necesario que su padre mirara más allá de su primer hijo, buscando perfección en otro.

En él.




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[¿Es mi culpa que Touya muriera?]

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La pregunta lo aplastaba. Se repetía en su mente hasta volverse insoportable. Si hubiera sido más fuerte desde el principio... Si no hubiera fallado.




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[¿Touya murió porque yo nací?]

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Apretó los dientes, sintiendo cómo ese pensamiento le quemaba, no con el fuego de su padre, sino con un odio gélido que nacía en su pecho. No había forma de escapar de esa posibilidad. ¿Qué si su simple existencia había sellado el destino de su hermano?

Los años pasaban, pero la herida se mantenía abierta. Recordaba los entrenamientos, las órdenes, las palabras de su padre grabadas a fuego en su alma:

"Con mi poder... serás más grande que cualquiera."

El mensaje era claro: él debía ser el salvador. Él era el proyecto perfecto. Y sin embargo, ese mismo "poder" que su padre le había otorgado se sentía como una maldición. No quería cargar con él, no quería esa responsabilidad.

No quería ser el reemplazo de Touya.




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[¿Por qué yo?]

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¿Por qué tenía que soportarlo todo? ¿Por qué él tenía que ser el que diera un paso adelante? El destino parecía burlarse de él, colocándolo en un papel que jamás eligió. ¿Por qué siempre él?

¿Verdaderamente fue su culpa...?




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[N-No... no fue mi culpa.]

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El pensamiento surgió como un intento desesperado de liberarse de su propia prisión mental. No había sido su culpa. Touya eligió su camino, ¿verdad?

Fue él quien decidió enfrentarse a su padre, fue él quien ardió hasta consumirse. No era responsabilidad suya. Pero esa excusa se sentía frágil, quebradiza, como una mentira dicha demasiadas veces.




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[No fui yo... No fui yo...]

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Y entonces el pensamiento cambió. Se convirtió en algo más oscuro.

Había alguien más. Alguien que había aparecido, cambiándolo todo. Alguien que, con su mera existencia, deshizo todo lo que él había conocido.

Izuku Midoriya.




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[Laughing Boy.]

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La frustración crecía cada vez que recordaba ese apodo. Era como si Izuku nunca dejara de luchar, como si siempre encontrara una razón para seguir avanzando sin importar qué tan fuerte fuera la tormenta.

Un monstruo que se disfrazó de humano.

Un asesino que se volvió la víctima.

Un maldito mentiroso.

Un engaño.

Y cuanto más lo pensaba, más comenzaba a sentirlo. El odio.




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[No fue mi culpa. Fue la suya.]

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Si Izuku no hubiera estado allí... Touya no habría tenido que enfrentarse a Endeavor. No habría habido necesidad de probar nada. Todo habría sido diferente. ¡Él era el culpable!

¡Touya fue llamado fracaso por su culpa!




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[Con su poder...]

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Esa idea comenzó a tomar forma. Era el poder de Izuku, no el suyo, lo que había trastocado su mundo. Todo giraba en torno a él. Touya, Endeavor, el destino de su familia, su propio odio... Todo se conectaba a Izuku. Él era la razón por la que todo se había derrumbado. Él era la razón por la que Touya no sobrevivió.




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[Con su poder, lo arruinó todo.]

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El odio crecía como una tormenta imparable dentro de su pecho, aplastando cualquier otra emoción.

Ya no había espacio para la duda. Izuku era el culpable. Y con cada segundo que pasaba, el eco de su padre se transformaba.

Ya no era solo "Con mi poder..." lo que resonaba en su mente, sino algo más.




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[Con su poder...]

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El poder de su padre, el poder de Izuku Midoriya... todo.




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[¡CON SU PODER ME QUITÓ TODO!]

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El grito escapó de su garganta como una descarga incontrolable, llena de rabia acumulada durante años.

Toda la frustración, el dolor y el odio que había contenido explotó en ese grito visceral.

Y en ese momento, por primera vez en mucho tiempo, Todoroki se sintió libre. Libre para odiar.

Libre para culpar.

Libre para destruir.

Libre para quemarlo todo.

Y entonces...

Así lo haría.

—¡AAAAAAARGHHHHH!

*¡FOOOOSH!*

Un estallido brutal de fuego ilumina el laberinto. Las llamas rugen como bestias liberadas de una jaula, devorando el aire a su alrededor mientras Shoto Todoroki lanza un grito desgarrador que reverbera en cada pared de hielo, roca y metal:

—¡MIDORIYA!

Izuku apenas tiene tiempo de reaccionar mientras el calor explosivo irrumpe, azotando el entorno. Se lanza hacia un costado, sintiendo cómo las olas de fuego pasan a centímetros de su piel. El calor debería haberle quemado, debería doler... pero no siente nada más que una calidez controlada que recorre su cuerpo.

El traje de Hatsume Mei se ajusta perfectamente en cada centímetro de su piel.

Puede notar cómo las fibras sintéticas comprimen y estabilizan sus músculos con precisión quirúrgica.

Los sensores integrados parecen leer cada movimiento, como si el traje estuviera un paso adelante de él.

Cada paso que da es más ligero. Cada puño que cierra, más firme. Las botas en sus pies vibran levemente, sincronizadas con sus pisadas, redistribuyendo la energía cinética para aumentar su agilidad.

Izuku sonríe.

—Gracias, Hatsume Mei.

La presión del ambiente desaparece, como si su mente hubiera encajado todas las piezas en su lugar. El dolor que había sentido hasta hace unos minutos se esfuma. Las cicatrices en su cuerpo están protegidas por un tejido que resiste abrasiones, temperaturas extremas y presiones dignas de un cohete al entrar en la atmósfera.

Izuku respira hondo, el bozal metálico sobre su boca vibrando ligeramente con cada inhalación.

Se siente invencible.

Pero no tiene tiempo para más pensamientos.

—¡MIDORIYA! —ruge Shoto de nuevo, y otra oleada de fuego brota de sus manos. Esta vez, no es solo una explosión sin dirección; es un torrente de llamas moldeado con furia.

Izuku se mueve, más rápido que antes, casi sin esfuerzo. Se lanza hacia las paredes del laberinto, corriendo por el borde de un muro inclinado. El aire a su alrededor zumba con cada paso.

Todoroki está furioso, desatando su poder sin control, y eso lo hace más peligroso que nunca.

El suelo de hielo bajo los pies de Shoto comienza a resquebrajarse, pero él no se detiene. Sus ojos arden tanto como el fuego que libera, como si el odio lo consumiera más que las llamas que lo rodean.

Izuku se detiene por un segundo y lo observa desde la distancia. Ve la frustración en cada movimiento de Shoto, siente la desesperación con la que su excompañero lanza esos ataques.

Él no solo quiere ganar. Quiere destruir.

"¡CON SU PODER...!"

[No es su poder... es tuyo.]

El pensamiento pasa por la mente de Izuku como una ráfaga de aire fresco. Shoto no lo sabe aún, pero ese fuego no pertenece a Endeavor. Es suyo. Y si él solo esquiva los ataques, si no lo enfrenta en el fondo de su dolor y trauma, Shoto nunca lo entenderá.

Izuku aterriza suavemente en el suelo, flexionando las rodillas para absorber el impacto con precisión milimétrica, gracias al traje de Mei. Con una sonrisa que nadie puede ver bajo el bozal, toma una postura defensiva. No atacará aún, pero no permitirá que Shoto lo consuma con ese odio.

—Todoroki... —murmura para sí mismo, con calma.

Shoto, al oír su nombre salir de los labios de Izuku, pierde cualquier vestigio de razón. Con un rugido furioso, lanza una ráfaga masiva de hielo mezclada con fuego, un ataque dual tan salvaje que hace vibrar los cimientos del laberinto.

Izuku corre hacia él, adentrándose en las llamas y el hielo, sintiendo cómo el traje distribuye el calor sin dañarlo. La energía cinética fluye a través de su cuerpo y él la aprovecha, lanzándose como una sombra entre los escombros.

—¡Vamos, Todoroki! Saca todo lo que tienes. —Los ojos verdes de Izuku brillan detrás de su máscara, llenos de resolución.

Esta pelea no es sobre quién gana. Es sobre salvar a Shoto de sí mismo.

Y en el momento en que ambos poderes chocan, fuego y hielo contra voluntad inquebrantable, el verdadero combate comienza.


[...]


Entre la bruma incandescente de fuego y el manto helado del hielo, Izuku se siente en equilibrio. Un contraste brutal lo rodea: el ardor implacable de las llamas y la frialdad cortante del hielo, ambos poderes entrelazados en una danza caótica. Pero en su interior, todo es calma.

Su cuerpo está cálido, cómodo, seguro, como si el viento de una tarde tranquila recorriera su piel.

—El traje de Hatsume es increíble...

Mientras corre a través de los elementos en combate, percibe pequeñas pero importantes sensaciones. Cada paso resuena con precisión, cada músculo responde sin demora. Su respiración está controlada, medida al ritmo de su movimiento. El calor de las llamas no lo sofoca, y el frío del hielo no lo debilita.

Todo se siente correcto.

Puede sentir el temblor de los escombros a lo lejos, escuchando cómo el fuego chisporrotea y el hielo cruje bajo la presión del combate. Pero hay más. Percibe las grietas en la mente de Shoto, escondidas entre cada ráfaga de fuego que lanza y cada muro de hielo que levanta.

Puede ver la frustración, casi tocarla. Shoto no pelea solo para ganar: pelea para purgar algo que lleva demasiado tiempo dentro.

—Es como si ese fuego fuera su carga... pero también su llave para liberarse, —piensa Izuku, esquivando una columna de hielo que se desploma a su izquierda.

Por un instante fugaz, siente el deseo de acabar con todo de una vez. Sabe que podría hacerlo, sabe que su cuerpo se siente invencible con este traje. Cada fibra en su ser le dice que podría desarmar a Shoto con facilidad.

Pero no.

Ese no es su objetivo.

Él no está aquí para vencerlo. Está aquí para salvarlo.

Y ahora ve ese mismo dilema en los ojos de Shoto.

"El fuego no es de Endeavor" piensa mientras sigue corriendo, sus pasos resonando en el laberinto

—Es tuyo, Todoroki. Tú decides lo que haces con él.

Entre la furia helada y el fuego descontrolado, Izuku sonríe bajo su bozal. El traje de Mei lo abraza como un recordatorio silencioso de que no está solo en esta batalla. Cada ajuste, cada capa protectora, fue diseñada para permitirle dar lo mejor de sí.

Mei le entregó una herramienta no solo para pelear, sino para creer en sí mismo otra vez.

—Ahora es mi turno de hacer lo mismo por él.

Izuku aumenta la velocidad, sus movimientos fluidos, casi danzando entre los escombros y las explosiones. El viento de su carrera corta a través de la tormenta de hielo y fuego, y cada paso que da lo acerca más a Shoto.

—Voy a sacar todo eso de ti, Todoroki. A las buenas o a las malas.

A lo lejos, entre la densa neblina de hielo y el calor abrasador del fuego, Izuku ve al chico perdido en su tormenta interna. Y con una certeza inquebrantable en su pecho, da un paso hacia adelante, hacia la furia de Shoto, decidido a no retroceder.

Un estruendo resonó por todo el laberinto cuando un torrente de fuego rugió desde las manos de Shoto.

Las llamas se enredaron con ráfagas de hielo, creando una tormenta de vapor que cubrió el espacio como un velo espeso.

En medio del caos, la silueta de Izuku se mantuvo firme, sintiendo la cálida presión del traje en cada fibra de su ser. Los músculos relajados, los dolores anteriores desaparecidos, y una confianza que resonaba en cada latido.

El hielo explotó del suelo en un pilar masivo dirigido hacia él, pero Izuku, sin perder la calma, dio un leve paso al costado, permitiendo que la estructura pasara a escasos centímetros de su cuerpo. Como si fuera parte de una coreografía perfectamente ensayada, aprovechó la velocidad del pilar y corrió por su superficie.

Con cada zancada, su cuerpo se movía con agilidad feroz, casi animal, una danza de precisión absoluta mientras se acercaba a Shoto.

Todoroki no retrocedió.

Alzó ambas manos y lanzó una explosión simultánea de fuego y hielo hacia Izuku.

Este giró en el aire, rozando el calor abrasador con una pirueta elegante, y aterrizó con ambos pies firmes en la plataforma helada.

La sonrisa apenas perceptible en su rostro era más que simple confianza; era el reconocimiento de que, por primera vez en mucho tiempo, su cuerpo se sentía perfecto, casi invencible.

—¿Sabes? —comenzó Izuku mientras avanzaba, esquivando otro bloque de hielo que se estrelló a su lado—. Por mucho tiempo pensé que mi poder era una maldición. Algo que no pedí, algo que no quería.

Todoroki gruñó con frustración y extendió una mano hacia adelante, enviando una ráfaga de hielo afilado que se extendía como un bosque cristalino.

*¡ZONK!*

Izuku lo vio venir, pero en lugar de detenerse, corrió directamente hacia las estructuras que nacían del suelo. Saltó, deslizó su cuerpo entre las estrechas columnas y giró en el aire para esquivar un chorro de fuego que siguió su rastro. Cada movimiento era fluido, imparable, como si su cuerpo estuviera predestinado a atravesar esa tormenta.

—Lo odiaba. Cada vez que lo usaba, me recordaba lo que podía destruir. Me hacía sentir... —hizo una pausa breve, esquivando un nuevo golpe de hielo— vacío. Como si nada de lo que hiciera pudiera cambiar lo que ya había pasado.

Todoroki apretó los dientes, sus ojos brillaban con ira, mezclada con un profundo dolor.

—¡Cállate! —gritó, y con un gesto desesperado extendió su fuego hacia Izuku en un abanico caótico.

Izuku rodó por el suelo, evadiendo la trampa ardiente con un giro preciso, y volvió a ponerse de pie en un parpadeo.

Corrió hacia Shoto sin detenerse, su cuerpo lanzado hacia adelante como un cohete. Al llegar a la distancia necesaria, lanzó una patada baja para desequilibrarlo. Todoroki retrocedió un paso, pero Izuku ya estaba sobre él, empujando con velocidad y precisión, como un eco del estilo brutal y directo de alguien más.

—No es tu culpa. Nada de esto es tu culpa —continuó Izuku, saltando hacia atrás para evitar un contraataque de hielo—. Pero lo entiendo. Crecer odiando algo que sientes que nunca debió ser tuyo.

Todoroki lo miraba con ojos inyectados de ira, su respiración pesada.

Los bloques de hielo a su alrededor se rompían, la temperatura fluctuaba entre helada y abrasadora.

—Ese fuego que tienes, no es de tu padre —dijo Izuku, deteniéndose justo fuera del alcance del siguiente ataque—. Es tuyo. Siempre ha sido tuyo. Lo demás no importa.

Las palabras parecieron cortar a través del rugido del fuego y la escarcha.

Shoto se detuvo un instante, respirando con dificultad, su mente en un torbellino de emociones.

Pero entonces, con un grito desgarrador, reunió todo su poder en un último intento, levantando sus brazos hacia el cielo y dejando que el fuego y el hielo estallaran a su alrededor, como si intentara borrar todo a su paso.

Izuku no retrocedió.

El laberinto seguía gruñendo con los ecos del hielo y el fuego que chocaban en el aire.

Cada paso que daban se sentía como un tambor resonando en la distancia, acompasado por el crujido de las paredes debilitadas.

Shoto, apenas a unos metros de distancia, levantó una columna de hielo que creció como un torrente hacia Izuku, pero este la esquivó sin esfuerzo, sus movimientos casi casuales, tan naturales que parecían burlarse de la furia calculada de Todoroki.

Izuku corrió sin vacilaciones por la superficie del pilar, la frialdad del hielo no frenando su avance.

Al deslizarse por la pendiente, sintió cómo el viento de sus propios movimientos acariciaba su piel a través del traje, una sensación de ligereza que casi le hacía olvidar el peligro que enfrentaba.

Todo su cuerpo estaba sincronizado: cálido, preciso, sin miedo.

—Hatsume... —murmuró para sí mismo mientras sonreía por dentro—. No sé cómo lo lograste, pero este traje es... perfecto.

Shoto se abalanzó hacia él con otro muro de hielo, haciendo que la estructura a su alrededor gimiera bajo la presión.

Izuku respondió con un giro rápido, usando la pared como soporte para impulsarse hacia adelante, directo hacia su oponente. No hubo titubeos ni falsas maniobras: sus movimientos eran deliberados, como si ya hubiera imaginado este encuentro cientos de veces.

—¡No creas que puedes evitar esto! —gritó Shoto, alzando ambas manos en el aire. Una ráfaga de fuego explotó hacia todas direcciones, cubriendo el campo de batalla con un resplandor abrasador.

Izuku no respondió de inmediato; no con palabras, al menos. En su interior, los pensamientos fluían más rápido de lo que él mismo podía verbalizarlos.

Sabía lo que estaba enfrentando, y entendía también que no sería suficiente esquivar cada ataque o lanzar respuestas vacías. Shoto no buscaba convencerlo ni ganar un combate justo: buscaba consumirlo, aplastarlo, borrar su existencia.

Y por eso mismo, Izuku no podía simplemente derrotarlo. No sería tan sencillo. La batalla no era con los golpes, sino con algo más profundo.

"No va a detenerse", pensó Izuku, entre el sonido distante de otra columna de hielo formándose detrás de él. "Si intento ganar esta pelea, perderé la única oportunidad que tengo para que lo entienda".

Shoto le lanzó una mirada cargada de algo más que furia: había en ella la sombra de lo irremediable. El tipo de odio que no encuentra forma de deshacerse, como una cuerda enredada en el alma.

—¡No puedes fingir! —gruñó Shoto mientras un relámpago de hielo cortaba el aire. Izuku lo evitó con una facilidad irritante, lo que solo intensificó la frustración de Todoroki—. ¡No puedes actuar como si nunca hubieras roto nada, Midoriya! Como si nunca hubieras fallado.

Izuku giró sobre sus talones, deslizando su cuerpo bajo una pared helada que se alzaba en su camino.

Las palabras de Shoto lo siguieron como un eco incómodo, cargadas de algo que era más que simple rabia. Pero Izuku no respondió de inmediato, como si estuviera dejando que las palabras maduraran dentro de él antes de florecer en su boca.

—¿Roto algo? ¿Qué significa "romper"? ¿Algo que no puedes reparar? ¿Algo que no querías romper, pero sucedió igual? —Suspiró, el vapor de su respiración mezclándose con el frío que los rodeaba—. A veces, uno se rompe sin darse cuenta.

La furia en Shoto no se disipó; si acaso, sus manos se tensaron más, llamas y escarcha coexistiendo en su piel, como si ni siquiera él supiera qué quería en ese momento. Era evidente que no escucharía razones, al menos no aún.

—¿Y tú qué sabes? —espetó Shoto, con un tono ácido que rozaba la desesperación. Dio un paso hacia atrás para abrir espacio y lanzó otra serie de pilares helados hacia Izuku—. No puedes entender lo que significa tener un poder que nunca fue tuyo, que nunca quisiste. ¡Un poder que solo te recuerda todo lo que perdiste!

Izuku esquivó cada ataque con movimientos fluidos, casi juguetones. Saltó, giró, y se impulsó de nuevo hacia Todoroki, usando las propias barreras de hielo como plataformas para acercarse más.

—Entiendo más de lo que crees. —Esta vez, la voz de Izuku fue baja, casi suave, pero no había duda en ella—. He pasado mucho tiempo odiando lo que tengo. Mucho más tiempo del que debería. Y si sigo aquí, Todoroki, no es porque sea fuerte. Es porque aprendí que ese poder también es mío. No es de nadie más.

Shoto lo observó en silencio, su respiración entrecortada y los ojos llenos de una tormenta que aún no encontraba salida.

El laberinto se extendía como un monstruo hambriento a su alrededor, paredes de hielo naciendo y colapsando con cada ataque de Shoto, mientras Izuku esquivaba y se deslizaba entre los resquicios con una gracia que no encajaba del todo en su figura.

Cada paso de Shoto traía consigo un latido de frustración, cada movimiento un recordatorio de lo que no podía soltar. Era imposible mirar a Izuku sin que la rabia se le acumulara en el pecho, como un nudo que se negaba a aflojar.

El aire se espesaba entre ambos, cargado no solo de la humedad del vapor y del frío, sino también de palabras no dichas, de resentimientos que se acumulaban como los bloques del laberinto.

Los pies de Shoto apenas tocaban el suelo antes de que ya estuviera lanzando más hielo, intentando cortar el paso de Izuku, encajonarlo. Pero Izuku, en lugar de frenar, seguía adelante, esquivando con una despreocupación casi insultante, como si el peligro le pasara de largo, como si no lo tomara en serio.

Y eso solo hacía hervir más la sangre de Shoto.

Izuku se movía sin parar, esquivando, saltando sobre los pilares helados que surgían bajo sus pies.

No parecía interesado en una victoria rápida.

Lo que hacía no era simplemente luchar; era como si estuviera jugando, como si hubiera encontrado alguna diversión extraña en ese choque. Y mientras avanzaba entre el caos, una chispa de ironía se reflejaba en su mirada.

El hielo crepitaba a su alrededor, extendiéndose como raíces, pero él no dejaba de moverse.

En ese movimiento ligero, casi descuidado, había algo familiar, algo que no pertenecía a él, un eco de otra persona que Shoto no podía identificar del todo, pero que se le clavaba bajo la piel.

Y entonces, entre los destellos de hielo quebrado, la voz de Izuku rompió el silencio con la misma naturalidad con la que esquivaba cada ataque.

No era necesario que dijera abiertamente lo que había pasado.

Todos sabían lo que Izuku había hecho en Tokio, en Osaka... el tipo que había atravesado el límite, el chico que había cruzado esa línea sin volver la vista atrás. Pero lo que más irritaba a Shoto era cómo, de algún modo inexplicable, el mundo lo había perdonado.

Ahora lo llamaban héroe. ¿Cómo era posible? ¿Cómo alguien podía simplemente sacudirse la sangre de las manos y caminar como si nada?

—¿Y qué? ¿Piensan que ya no tienes nada que explicar? —El hielo brotó de las manos de Shoto como una respuesta involuntaria, más como un reflejo que como un ataque consciente.

Izuku esquivó de nuevo, esta vez con una sonrisa apenas perceptible, como si encontrara algo absurdamente gracioso en la situación.

No negó nada, pero tampoco lo confirmó.

Había una especie de aceptación resignada en sus gestos, como si supiera que ciertas verdades nunca se podrían limpiar por completo, sin importar cuántas veces se intentara. A veces, todo lo que se podía hacer era seguir adelante.

—Claro. Porque ahora soy un héroe, ¿no? —El tono de su voz fue ligero, como si contara un chiste que ya había perdido la gracia.

Shoto sintió una punzada aguda en el pecho.

No podía soportar la facilidad con la que Izuku trataba algo tan grave, como si el peso de sus acciones no lo aplastara a cada paso. ¿Por qué parecía tan sencillo para él?

—Las cosas cambian —continuó Izuku, casi como si hablara consigo mismo mientras esquivaba otro muro de hielo que surgía desde el suelo—. La gente ya no me señala como antes, eso es cierto. Pero no es que hayan olvidado. Aún puedo sentir sus miradas. No necesitas que alguien te lo diga en voz alta para saber lo que piensan. Es algo que se escabulle en cada rincón, en cada momento de silencio.

El vapor se condensaba entre ambos, el aire cargado del frío que Shoto soltaba con cada respiración agitada. Las palabras de Izuku flotaban como una neblina persistente, difícil de ignorar, imposible de barrer.

—Pero, ¿sabes? —Izuku giró sobre sus talones, impulsándose hacia una pared cercana, y luego se lanzó hacia Shoto, esquivando con una precisión que bordeaba lo imposible—. No estoy aquí para que ellos me perdonen. No tiene nada que ver con eso. No importa cuántas veces sienta esas miradas. Aún estoy aquí por una razón.

Shoto no pudo evitar sentir que algo dentro de él se rompía un poco más.

Esa razón, esa estúpida convicción que brillaba en los ojos de Izuku, era lo que más le enfurecía. ¿Por qué él? ¿Por qué siempre él? No era justo.

No era justo que Izuku siguiera adelante mientras otros se quedaban atrapados en las cenizas de lo que habían perdido.

—¿Por qué? —murmuró Shoto, pero la pregunta contenía más de lo que las palabras podían expresar. Era una mezcla de incredulidad y rabia, un cuestionamiento que él mismo no lograba responder del todo—. ¿Por qué sigues? ¿Por qué no te detienes? ¿Es que siempre tienes suerte?

El hielo bajo los pies de Shoto se partió, reflejando la grieta que crecía en su interior.

Y no era solo la suerte lo que le dolía; era la aparente facilidad con la que Izuku recibía todo.

Perdón. Redención. Un nuevo comienzo. Como si todo le cayera del cielo, como si la vida decidiera darle siempre una segunda oportunidad.

—¿Por qué tú? —La voz de Shoto salió más áspera de lo que pretendía, una mezcla de ira y desesperación—. Siempre obtienes más. Siempre tienes algo que yo no. Eres arrogante, ¿sabes? Te dan cosas, y las tomas sin pensar, como si todo fuera tuyo. Como si nada de lo que has hecho importara.

Izuku no respondió de inmediato.

En lugar de eso, esquivó un golpe más, su cuerpo moviéndose con la misma agilidad que una sombra bajo la luna.

—Si fuera tan fácil, ¿crees que estaría aquí, Todoroki? —Finalmente, las palabras de Izuku llegaron con la misma calma irónica de antes, pero había un matiz de cansancio en su voz—. No es suerte. Es algo más. Algo que a veces desearía no tener.

—¿Algo que no desearías tener...? —Shoto apretó los dientes—. ¡Incluso tienes el descaro de descartar eso!

No podía entenderlo.

No quería entenderlo.

Todo en él clamaba por una respuesta que lo justificara, que le diera una razón para seguir sintiendo ese odio que crecía como una sombra en su corazón.

Pero Izuku no se la daba.

No le daba nada, salvo la verdad incómoda de que el mundo no era justo para nadie.

El hielo volvió a brotar, una ráfaga desesperada que se estrelló contra las paredes del laberinto. Pero Izuku estaba ahí, moviéndose entre los escombros, siempre un paso adelante, siempre esquivando, siempre recordándole que la lucha no era solo contra él.

Era contra todo lo que ambos habían perdido, contra todo lo que ambos seguían buscando.

Shoto no podía recordar la última vez que se había sentido tan impotente en medio de una pelea.

Cada movimiento que hacía parecía inútil, cada barrera de hielo que levantaba se rompía demasiado rápido, y el fuego—cuando finalmente lo llamó—parpadeó apenas antes de extinguirse, como si incluso eso supiera que no tendría efecto alguno.

El aire a su alrededor era frío, pero no tanto como la frustración que se acumulaba en su pecho, una presión densa e hiriente que ningún poder parecía capaz de disipar.

Frente a él, Izuku seguía moviéndose, sin parecer agotado ni apresurado.

Cada golpe ligero que lanzaba parecía apuntar directo a algo más profundo.

Un puño al hombro, otro al pecho, apenas lo suficiente para desestabilizar sin causar dolor real. Como si intentara romper algo que no era carne ni hueso, sino esa pared invisible que Shoto había construido a su alrededor.

—¿Qué haces? —preguntaban esos golpes silenciosos, como si intentaran jalarlo a la superficie, obligarlo a despertar de un sueño del que no quería salir.

Otro golpe rozó su mandíbula, firme pero contenido. No era una invitación a rendirse, sino un recordatorio de que seguía ahí, de que todavía había tiempo para algo más que la ira.

Shoto trató de devolver el golpe con fuego, alzando una pared que se extendía como un río ardiente por los pasillos del laberinto.

Pero Izuku atravesó la barrera como si no fuera más que vapor, esquivando con la misma fluidez con la que un pez se desliza en aguas profundas. Y antes de que pudiera reaccionar, sintió un golpe más bajo las costillas, justo donde el aliento se corta por un instante.

Shoto retrocedió, respirando con dificultad, mientras la bruma ardiente se arremolinaba entre ambos, iluminando los límites del campo de batalla.

La sensación de que estaba perdiendo no solo la pelea sino algo más importante, algo que no podía nombrar, lo carcomía.

Izuku no lo dejaba escapar.

Otro golpe, más rápido, como una sacudida suave al hombro, y Shoto sintió que algo dentro de él tambaleaba.

No era dolor físico lo que lo inquietaba; era la conciencia de que, por más que intentara detenerlo, Izuku seguía avanzando. No había forma de frenarlo. Ni con hielo, ni con fuego.

—¿Qué es lo que no quieres tener? —preguntó Izuku sin realmente preguntar, dejando que las palabras flotaran entre ellos, como una semilla que espera germinar en el silencio.

Shoto sintió el peso de la pregunta como si fuera un golpe más. No respondió.

La respuesta estaba allí, clara como una sombra, pero ponerla en palabras era aceptar que existía, y él no estaba listo para hacerlo.

Izuku lo observó sin urgencia, como quien sabe que la respuesta no necesita ser forzada. Dio un paso más cerca, el suelo crujía bajo sus pies, y en ese movimiento tranquilo había algo insoportablemente frustrante para Shoto.

—Es la culpa, ¿no? —Las palabras de Izuku no eran acusatorias, sino casi casuales, como si hablara del clima—. Es como una sombra que nunca desaparece. No importa cuántas veces la ignores, siempre regresa.

Shoto apretó los puños, el hielo comenzaba a acumularse a su alrededor, pero no se movió.

No podía dejar de escuchar.

—Vivir con eso... es extraño —continuó Izuku, su tono liviano pero con un peso que no se podía ignorar—. Durante mucho tiempo, cada día pensé que sería el último. Que no importaba cuán fuerte luchara, al final todo se vendría abajo.

Shoto sintió que la rabia burbujeaba en su interior, pero no dijo nada. Las palabras de Izuku se colaban bajo su piel, como astillas que no podía arrancar.

—Al principio, intentaba no pensar en eso. —Izuku giró un poco la cabeza, como si recordara algo distante—. Me decía que, si seguía adelante, eventualmente todo mejoraría. Que llegaría un día en el que la gente dejaría de mirarme como si fuera una amenaza.

Hizo una pausa, y Shoto vio en su expresión algo que no esperaba: una pequeña sonrisa, no de triunfo, sino de ironía, como quien se ríe de una broma que nunca fue graciosa.

—Y sí, ahora ya no me miran con tanto odio —admitió Izuku, encogiéndose de hombros—. Pero eso no significa que se haya ido del todo.

Shoto sintió que su respiración se volvía más pesada, como si el aire estuviera lleno de algo que no podía tragar.

—Todavía está allí —siguió Izuku, su voz suave pero firme—. Las miradas, las dudas, el resentimiento. A veces es como si cada paso que doy fuera una provocación para alguien. Pero no por eso voy a detenerme.

Shoto frunció el ceño, incapaz de soportar más la serenidad en esas palabras.

Era insoportable cómo Izuku hablaba de todo aquello como si fuera un hecho simple, como si cargar con la culpa fuera algo tan cotidiano como ponerse los zapatos por la mañana.

—Eres un idiota —murmuró, casi sin darse cuenta de que hablaba en voz alta.

Izuku no reaccionó.

Solo lanzó otro golpe, esta vez al brazo, más lento, casi como un gesto amistoso.

—Tal vez. —La voz de Izuku no tenía rastro de burla ni desprecio, solo una extraña aceptación—. Pero... Aún estoy aquí.

Shoto sintió que la rabia lo envolvía de nuevo, hirviendo en su pecho como un fuego que se negaba a salir.

—¿Por qué sigues avanzando? —preguntó finalmente, su voz llena de algo más que ira—. ¿Por qué nunca te detienes?

Izuku no respondió de inmediato. Dejó que el silencio hablara por él durante unos segundos más, como si incluso eso tuviera un propósito.

—Porque, si no lo hago, entonces todo lo que hice no habrá significado nada. Y ya he llegado demasiado lejos para dejarlo así.

El suelo bajo ellos crujió con un sonido hueco, y por un momento todo pareció detenerse.

Shoto lo miró, incapaz de comprender cómo alguien podía seguir adelante con tanto peso sobre sus hombros.

Era una arrogancia que no podía soportar, esa absurda certeza de que, sin importar cuántas veces cayera, Izuku siempre se levantaría de nuevo.

Shoto intentó concentrarse, pero su mente era un torbellino de emociones que no podía controlar.

Cada vez que trataba de enfocarse en la pelea, en las estrategias que debía utilizar, su frustración lo envolvía como una neblina, espesa y asfixiante.

Era como si hubiera una voz constante en su cabeza, un eco que repetía sin cesar todo lo que nunca había dicho en voz alta.

[¿Por qué no puedo ganar?]

Ese pensamiento atravesó su mente con la fuerza de una descarga eléctrica, y aunque odiaba lo infantil que sonaba, no podía ignorarlo.

Había entrenado, había luchado, y aun así... Izuku estaba siempre un paso adelante.

Siempre.

No importaba cuánto fuego o hielo levantara ni cuánta fuerza invocara; Izuku lo atravesaba como una brisa ligera. Y no era que se moviera más rápido, era como si Izuku supiera exactamente cómo pelear no solo contra su cuerpo, sino también contra sus dudas.

Shoto apretó los dientes.

Sus puños temblaban, no de frío, sino de pura rabia. La ira lo consumía como una ola creciente que se estrellaba contra cada rincón de su mente. Y dentro de esa furia, algo más comenzó a despertarse: duda.

[¿Es suficiente? ¿Acaso algo de esto tiene sentido?]

Su cuerpo se tensó.

Era como si su presencia misma lo empujara hacia un abismo que llevaba mucho tiempo evitando mirar.

Un abismo hecho de frustración, miedo y resentimiento.

—Conozco a personas como tú —murmuró Izuku, su voz baja pero resonante en medio del laberinto ardiente. No lo decía con reproche ni con lástima, sino con la misma certeza con la que uno describe algo que ha visto demasiadas veces.

Y Shoto sintió cómo esas palabras calaban hondo.

—He conocido a muchos que han vivido atrapados en esa prisión invisible... Eva, Hanna, Nagant. Todos intentaban llevar una carga demasiado grande, tratando de no quebrarse bajo su peso. Y aunque lo intenten, aunque crean que sus acciones solo lastiman a otros, no hay forma de evitarlo.

Shoto odiaba escuchar eso.

Le ardía en el pecho como una herida abierta, y aunque trataba de ignorarlo, esas palabras ya estaban dentro de él, extendiéndose como raíces venenosas. Izuku hablaba como si entendiera lo que Shoto estaba sintiendo, y eso solo lo hacía arder más.

—Siempre cargaremos culpa sobre algo. —La voz de Izuku era calma, pero contenía la pesadez de una verdad irrefutable—. Cada decisión, cada paso hacia adelante, tiene consecuencias. Aunque intentemos hacer lo correcto, siempre habrá alguien que sufra por nuestras acciones.

Shoto sintió cómo la frustración se convertía en desesperación pura.

¿Entonces qué sentido tenía todo esto? Si siempre iba a haber sufrimiento, ¿por qué seguir luchando? ¿Por qué tratar de encontrar justicia en un mundo que parecía empeñado en romper a quienes lo intentaban?

Y entonces llegó el punto de quiebre.

[¡¡YAAAAAA BASTAAAAAA!!]

Con un grito que resonó como un rugido ahogado, Shoto liberó una ola de calor tan intensa que el aire alrededor se distorsionó y el hielo bajo sus pies comenzó a derretirse instantáneamente.

El suelo del laberinto crujió, fracturándose mientras el agua se evaporaba al contacto con su piel. Vapor denso comenzó a envolverlos, y las paredes del laberinto temblaron bajo la presión del calor liberado.

El traje de Izuku emitió un pitido agudo, y una capa de vapor salió disparada alrededor de su cuerpo, disipando la temperatura con una eficiencia imposible. Izuku se quedó inmóvil, observando cómo el vapor lo rodeaba, como un escudo invisible que Mei Hatsume había incorporado sin que él siquiera lo notara.

—Esa chica es increíble... —murmuró Izuku, casi con admiración, como si no estuviera en medio de una pelea brutal, sino presenciando una obra maestra de ingeniería.

Shoto apretó los puños, temblando de pura ira.

—¿Así que eso es lo que crees que es justo? —arremetió, su voz cargada de veneno y frustración—. ¿Que todos simplemente ignoremos nuestras fechorías? ¿Que sigamos adelante como si nada?

Izuku lo miró sin perder la calma.

Había en sus ojos una comprensión profunda, una certeza que no podía ser sacudida por la furia de Shoto.

—No, no es eso. —Negó suavemente con la cabeza, como si respondiera a una pregunta que había escuchado muchas veces antes.— Lo justo no es ignorar las culpas. Lo justo es enfrentarlas con la frente en alto.

Shoto sintió que esas palabras lo golpeaban más fuerte que cualquier puño. Era como si Izuku hablara directamente a la parte de él que había tratado de enterrar durante años.

—Hace mucho tiempo decidí que lo verdaderamente justo sería construir un mundo en el que personas como yo no tengan que sufrir. Un mundo donde no necesiten ir a un infierno solo para encontrar una falsa catarsis.

El pecho de Shoto se comprimía.

Esa calma con la que Izuku hablaba era insoportable, como si cada palabra suya trajera consigo la promesa de algo que Shoto no podía alcanzar. Era una forma de vivir que él no entendía, pero que al mismo tiempo deseaba con una intensidad que lo asustaba.

—Creo que las personas son libres para sonreír, incluso aceptando su dolor y su culpa. Esa es la única manera de enfrentar este mundo.

Shoto sintió que algo dentro de él se rompía, una grieta profunda que había intentado mantener sellada durante tanto tiempo.

Su respiración era errática, sus pensamientos chocaban entre sí como olas en una tormenta.

El calor seguía arremolinándose a su alrededor, imparable, pero por primera vez en mucho tiempo, no estaba seguro de qué hacer con él.

Izuku se quedó allí, firme, sin retroceder ni un paso.

El aire a su alrededor vibraba con la intensidad del calor que Todoroki emanaba, una fuerza abrasadora que parecía querer consumir todo lo que tocaba.

Las paredes del laberinto se retorcían bajo la presión, los bloques se derretían en un flujo lento pero imparable, goteando como lágrimas de piedra.

El fuego rugía, extendiéndose en ondas que lamían los bordes del espacio cerrado. Era como si todo su cuerpo hubiera decidido convertirse en un volcán activo, y no había forma de contener la erupción.

Y, sin embargo, en medio de ese caos, la voz de Izuku seguía sonando, clara y firme, como una brisa que nunca se deja vencer por la tormenta.

No era un grito. No necesitaba serlo. Eran palabras suaves, elegidas con cuidado, cada una cayendo como gotas en la superficie ardiente de la mente de Shoto.

—Sé lo que sientes.

No había juicio en su tono, solo la certeza de alguien que había transitado caminos similares. Las palabras de Izuku flotaban entre los dos como ecos de algo antiguo y constante, como si el tiempo se hubiera detenido solo para dejar que esos pensamientos se manifestaran.

—Entiendo que odies todo esto. —Izuku avanzó un paso, sin dudar ni temer al calor que se elevaba a su alrededor—. Entiendo que quieras destruirlo todo. Pero el odio, por sí solo, no cambiará nada.

Todoroki sintió su pecho contraerse, como si cada palabra que escuchaba removiera algo enterrado en lo más profundo de su ser.

El fuego ardía más fuerte, como si la intensidad de su frustración se negase a menguar, buscando cualquier salida posible. Era como estar atrapado en una tormenta emocional de la que no podía escapar.

—Incluso si quieres reducirlo todo a cenizas, incluso si deseas destruir el mundo entero... lo único que lograrás destruir al final es a ti mismo.

Por un momento, Shoto quiso gritar, decirle a Izuku que se callara, que no entendía nada. Pero no podía. Algo en esas palabras lo había paralizado, como si las llamas que lo envolvían hubieran perdido su dirección por un instante.

Y en medio del fuego, Izuku seguía hablando.

—Aceptar la culpa... —La voz de Izuku se suavizó aún más—. Eso es lo más difícil de todo, ¿no es así? No porque sea justo, ni porque sea lo correcto. Sino porque solo aceptándola puedes empezar a liberarte de ella. Solo así puedes comenzar a aceptarte a ti mismo.

El fuego se retorció, como si dudara.

Todoroki sentía su control desvanecerse, y esa pérdida de poder lo aterrorizaba. Pero lo que más lo asustaba era lo que había detrás de todo ese fuego: la culpa, el peso insoportable de su pasado, el odio hacia sí mismo y hacia lo que no pudo cambiar.

—No se trata solo de tu poder, Todoroki... Se trata de ti. —Izuku se detuvo justo frente a él, su mirada llena de una compasión inquebrantable—. A veces, la única forma de seguir adelante es aceptar todo lo que eres. Incluso las partes que odias. Incluso aquellas que no entiendes.

Shoto sintió como si algo dentro de él se agrietara.

—Dejar que las decisiones de otros te moldeen no es justo. No debes sentir miedo de aceptar lo que quieres ser...

Era una fisura pequeña al principio, pero comenzó a expandirse rápidamente, amenazando con romper todo lo que había construido para protegerse.

Había luchado tanto tiempo por mantener el control, por contener ese fuego que siempre había temido dejar salir. Ahora, estaba perdiendo esa batalla.

Y entonces, Izuku dijo lo que terminó de romperlo.

—————[Esta bien ser quien quieras ser.]—————

Esas palabras resonaron como una campanada en su mente, un eco que se amplió y reverberó en cada rincón de su conciencia. El fuego, antes violento y destructivo, titubeó por un momento, y en ese silencio, algo más emergió.

Shoto vio a su hermano, Touya, envuelto en llamas, su cuerpo consumido por el fuego que él mismo había desatado. La imagen de Touya siempre había sido un recordatorio del fracaso, de lo que sucede cuando pierdes el control. Pero esta vez, esa visión comenzó a transformarse.

Las llamas empezaron a ceder, como si algo más fuerte y puro las estuviera desplazando. El fuego ardiente fue reemplazado lentamente por una fina capa de escarcha que cubría la figura de Touya.

Y en medio de esa transformación, la imagen de su madre apareció.

La luz suave del hielo la envolvía como un manto, su figura serena y cálida. Ella sonrió, una sonrisa cargada de amor y aceptación. Y entonces, en ese momento, su voz resonó con las mismas palabras que Izuku acababa de decir:





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"Está bien ser quien quieras ser, Shoto."

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INTRODUCIR: THE ULTIMATE YOU SAY RUN


El laberinto entero tembló.

Las paredes crujieron bajo la presión, y un chillido metálico se extendió por los corredores, como si la estructura misma sintiera el peso del cambio que acababa de ocurrir en el corazón de Todoroki. El suelo bajo sus pies vibraba, y bloques de hielo y metal comenzaron a colapsar en diferentes partes del laberinto.

En otros rincones del laberinto, las diferentes parejas de la Clase A detuvieron sus pasos. Las conversaciones cesaron, los enfrentamientos quedaron en suspenso mientras todos sentían el mismo estremecimiento recorrer el aire.

—¿Qué está pasando? —preguntó Mina , mirando hacia las paredes que temblaban.

—¿Un derrumbe? —murmuró Toru.

Bakugou frunció el ceño, su mirada fija en la dirección del epicentro.

—Midoriya-San... —susurro Momo quien caminaba junto a Bakugou por un largo pasillo.

Las pantallas titilaban de manera errática, algunas mostrando fragmentos distorsionados de los estudiantes mientras otras se apagaban por completo. Un parpadeo nervioso en los monitores marcaba el comienzo de algo que ninguno de los maestros entendía del todo.

—¡¿Qué está pasando aquí?! —exclamó Vlad King, golpeando la consola de control, frustrado por la pérdida de visión.

Power Loader se inclinó sobre el tablero, intentando restablecer la conexión con las cámaras. Los códigos en pantalla se fragmentaban y desaparecían, como si el sistema estuviera colapsando.

—Voy a intentar comunicarme con Mei otra vez. —Power Loader apretó el intercomunicador con fuerza—. ¡Hatsume, responde! ¿Qué rayos está ocurriendo?

Solo recibió silencio a cambio. La señal se había vuelto inestable o, peor aún, algo había inutilizado el sistema de comunicaciones desde dentro del laberinto.

Midnight lanzó una mirada a Aizawa, quien observaba los monitores con el ceño fruncido. Todo su cuerpo estaba tenso, sus manos ligeramente apretadas en los bolsillos de su abrigo.

—Esto no es solo una falla técnica, ¿verdad? —dijo Midnight en voz baja.

—No lo creo —contestó Aizawa, sin dejar de mirar los fragmentos de transmisión que quedaban. Algo más estaba sucediendo.

Nezu permanecía en silencio, fijando la vista en una de las pocas cámaras que aún funcionaba. Con sus pequeñas patas entrelazadas, miraba la pantalla con una atención absoluta, como si estuviera presenciando un fenómeno irrepetible.

—Nezu... ¿Qué es lo que ves? —preguntó Cementos, inquieto por la calma inusual del director.

—Algo extraordinario —susurró Nezu, sin apartar la mirada—. Algo que puede cambiar el curso de muchas cosas.

Los temblores aumentaban con una ferocidad inusitada, sacudiendo las paredes y techos del laberinto. El aire cambiaba de forma violenta entre temperaturas abrasadoras y frías como una ventisca ártica.

En uno de los pasillos, Aoyama y Ojiro intentaban orientarse, la respiración pesada y el cuerpo tenso por la presión del laberinto.

—¿Sentiste eso? —preguntó Ojiro, girando rápidamente hacia su compañero. Las vibraciones en el suelo se intensificaban, como si algo colosal se acercara.

Aoyama ladeó la cabeza, su expresión llena de nerviosismo.

—Ça ne présage rien de bon... Esto no es nada bueno.

De repente, el techo sobre ellos se quebró en mil pedazos. Una explosión de fuego y viento destrozó la estructura, y dos figuras cayeron desde arriba, colisionando como dos cometas en llamas.

Eran Todoroki y Midoriya.

—¡¿QUÉ DEMONIOS?! —gritó Ojiro, tirándose al suelo para evitar los escombros que volaban en todas direcciones.

Ambos héroes cayeron como proyectiles, desatando el caos a su alrededor. Shoto arremetía con olas gigantescas de hielo, mientras Izuku usaba su fuerza bruta para romper cada obstáculo en su camino.

—¡¿MIDORIYA?! —Aoyama intentó alzar la voz por encima del ruido ensordecedor, pero su grito se perdió en el estruendo.

El enfrentamiento entre Izuku y Shoto era una tormenta de pura energía.

Las llamas de Shoto se mezclaban con ráfagas heladas, creando un entorno en el que el calor abrasador y el frío cortante coexistían de forma caótica. Izuku saltaba, esquivando las ráfagas de fuego con precisión quirúrgica, mientras lanzaba golpes devastadores que hacían crujir las paredes del laberinto.

—¡No tenemos tiempo para quedarnos aquí, Aoyama! —gritó Ojiro, tirando de su compañero—. ¡Vamos antes de que nos aplasten!



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[¿Por qué se siente así...?]

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A varios niveles de distancia, Tokoyami y Asui también sintieron el impacto. Las paredes vibraban con tal fuerza que las piedras del techo comenzaron a desprenderse. El aire que los rodeaba oscilaba entre la asfixiante humedad y el frío polar.

—Algo malo está pasando... —susurró Tokoyami, entrecerrando los ojos. La sombra de Dark Shadow se agitaba de forma inusual, inquieta por la energía desatada en el laberinto.

Antes de que Asui pudiera responder, el suelo bajo sus pies se quebró violentamente.

—¡Ribbit! —gritó Asui, saltando hacia un costado para evitar el colapso.

De las profundidades surgieron nuevamente las figuras de Izuku y Shoto, destrozando la estructura sin descanso. Izuku lanzó un golpe que creó un cráter en el suelo, mientras que Shoto invocaba una nueva ola gélida que envolvía todo a su paso.

—¡Tokoyami, aléjate de ellos! —gritó Asui, lanzándose hacia su compañero y rodando para evitar ser aplastados por un fragmento de muro.

Dark Shadow se desplegó para protegerlos, pero incluso su fuerza parecía insuficiente ante el poder absoluto que ambos contendientes liberaban.




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[No debería estar sintiéndome así pero...]

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En otro rincón del laberinto, Kaminari y Sero corrían a toda velocidad por un pasillo que empezaba a desmoronarse. El eco de los golpes resonaba como una tormenta incontrolable a su alrededor.

—¡¿QUÉ CARAJO ESTÁ PASANDO?! —gritó Kaminari, mirando hacia atrás mientras esquivaba un fragmento del techo que se desplomaba.

—¡Es Midoriya y Todoroki! ¡Están destrozando todo el maldito laberinto! —respondió Sero, jadeando.

Al girar una esquina, casi chocan con Mina y Uraraka, que venían desde el otro lado.

—¡Cuidado! —gritó Mina, pero fue demasiado tarde. Una explosión de hielo y fuego estalló justo encima de ellos.

Izuku y Shoto cayeron desde el techo como meteoros, atravesando los pisos superiores. Izuku lanzó una patada arqueada, creando una onda expansiva que derribó a todos. Shoto respondió liberando una pared masiva de hielo que envolvió la habitación, deteniendo a Izuku solo por un momento.

—¡¿Van a matarse o qué?! —gritó Kaminari desde el suelo, aturdido por la brutalidad del choque.

Mina miró a Uraraka, preocupada. Incluso entre sus compañeros, había algo diferente en esta pelea. No era un simple ejercicio.

—Esto no es normal... —susurró. Había un sentimiento más profundo en los ataques de ambos, una furia contenida que estaba siendo liberada sin frenos.

Uraraka observo a Izuku por un segundo... solo un segundo.




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[Pero por alguna razón, me siento así. Se siente bien... ya no duele.]

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Izuku y Shoto chocaban una y otra vez, empujando sus límites más allá de lo razonable.

Cada golpe, cada ráfaga de fuego y hielo era un reflejo de sus conflictos internos. Izuku no retrocedía, sus palabras resonaban con fuerza en cada movimiento.




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[¿Por qué peleaba...?]

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El largo panorama del laberinto, escondido bajo la U.A., comenzaba a fluctuar con cada movimiento de poder desatado por Izuku y Shoto. Las paredes de piedra temblaban, vibrando con la energía de su confrontación.

—¡Hahhh...! —gritó Toru, cayendo de espaldas mientras trataba de mantener el equilibrio en medio de la sacudida. Sato se apresuró a colocarse frente a ella, protegiéndola con su cuerpo robusto.

—¡Cuidado! —exclamó Sato, cruzando sus brazos en un intento de resguardarla, su voz retumbando a través del eco del laberinto al ver que del suelo algo comenzaba a emerger.

El cuerpo de Izuku se abría paso con una fuerza titánica, impulsado por una llamarada ardiente que lo seguía como un halo de fuego. Los ojos de Toru se agrandaron al ver cómo la combustión iluminaba el pasillo, haciendo que las sombras danzaran como fantasmas.

El aire estaba cargado de calor y una energía frenética. Sato, con su corazón latiendo desbocado, no pudo evitar mirar hacia atrás mientras el caos se desataba.

Y justo cuando pensaron que el espectáculo de destrucción no podía intensificarse más, Shoto emergió de entre el infernal fuego.

Su figura era una mezcla impresionante de elementos, liberando un pilar de hielo que surgió de sus pies como un escudo, congelando el aire a su alrededor.

El pilar de hielo se derretía mientras la llama consumía su base, pero funcionaba en perfecta armonía con el fuego. Era una danza de opuestos, cada uno realzando al otro en un espectáculo de pura fuerza elemental.

—¡Mira! —gritó Toru, señalando el enfrentamiento en el centro del laberinto. No podía apartar la vista de la escena, llena de acción y tensión.

Un impulso directo hizo que los cuerpos de Izuku y Shoto se estrellaran contra uno de los muros del túnel, provocando una explosión de escombros que volaron por todas partes.

Las rocas crujían y se desmoronaban bajo la presión del combate titánico.

Los ecos resonaban, mezclando gritos, explosiones y el crujido de la estructura en una sinfonía de caos. Sato se mantuvo firme, su determinación reflejada en sus ojos mientras trataba de proteger a Toru.

—¡No podemos quedarnos aquí! —gritó Sato, su voz cortando el estruendo. Miró a Toru, cuya expresión de asombro se mezclaba con la preocupación. —¡Debemos buscar a los demás!

Toru asintió, el miedo en su mirada desvaneciéndose por un momento ante la determinación de Sato.

—¡Vamos! —respondió, levantándose con agilidad. Ambos comenzaron a avanzar hacia la dirección opuesta, tratando de eludir los destellos de fuego y hielo que continuaban azotando el túnel.

Mientras tanto, el choque entre Izuku y Shoto se intensificaba, un espectáculo digno de leyendas que resonaba en cada rincón del laberinto.

El suelo temblaba, las paredes crujían, y el aire se impregnaba de una mezcla de vapor y llamas.

El enfrentamiento se tornaba más violento, con cada golpe y cada ataque creando ondas que alteraban la estructura misma del laberinto.

Los ecos de su batalla reverberaban como si el mismo laberinto intentara responder a la furia de sus poderes, y el destino de todos los presentes pendía de un hilo.




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[Midoriya... El, si, peleo con él porque lo odio.]

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Shoto e Izuku se precipitaron en una gran sala del laberinto, donde el caos del exterior se transformó en un espectáculo impresionante. Ambos se detuvieron, viéndose cara a cara en un campo de batalla digno de leyendas.

La luz titilante del poder de Izuku, un verde esmeralda radiante que relucía como llamas verdes, danzaba a su alrededor, mientras que frente a él, las llamas infernales de Shoto ardían con una intensidad que podía derretir el aire.

Era un remolino de poderes fluctuantes, un enfrentamiento donde los opuestos se desafiaban entre sí, creando una atmósfera de tensión.

Bajo la máscara de Izuku, una sonrisa se dibujaba en sus labios, su confianza brillando con fuerza.

Por otro lado, detrás de las llamas que enmarcaban el rostro de Todoroki, algo comenzó a hacer aparición.




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[Lo odio... yo odio a Izuku Midoriya. Yo odio a Laughing Boy... Yo los odio a todos.]

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La gran sala que servía de escenario para su combate comenzó a mostrar signos de descomposición, cada golpe entre Izuku y Shoto resonando como un trueno en el aire.

Las paredes, antes sólidas y robustas, ahora temblaban, y el suelo vibraba bajo sus pies.

Las llamas y el hielo chocaban en una danza peligrosa, y con cada impacto, el ambiente a su alrededor se deterioraba.

Los cables de metal colgaban, desgastados, y los paneles de la estructura crujían, amenazando con desmoronarse. Un estruendo ensordecedor reverberó a través del espacio, mientras los escombros caían, exponiendo los mecanismos ocultos detrás de las paredes.

De repente, un sonido sordo precedió a la caída de una pequeña cámara, que pendía de un cable, oscilando peligrosamente al borde de la destrucción.

Esta cámara, aunque herida por la tensión del entorno, aún funcionaba a duras penas, sus luces parpadeando en una lucha por mantenerse operativa. La imagen que transmitía era borrosa y distorsionada, pero el mensaje era claro: la batalla de dos titanes en un coloso de destrucción.

—Ellos...

Nezu se percato de lo que estaba por ocurrir.




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[Odiar... ¿Yo realmente lo odio?]

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"Está bien ser quien quieras ser."

Las palabras de Izuku resonaron en el aire, deslizándose como un susurro profundo y potente en medio del caos.

Las pupilas de Shoto se contrajeron, absorbiendo la esencia de esa frase mientras el calor de las llamas a su alrededor comenzaba a fluctuar de manera errática, como si el fuego mismo estuviera luchando contra la verdad que se desataba ante él.

El remolino de llamas danzaba alrededor de su rostro, ocultando las emociones tumultuosas que se debatían en su interior.

La lucha interna de Shoto era palpable.

El hielo detrás de él se expandía, formando una barrera que derretía a su paso, creando un contraste desconcertante con las llamas que lo rodeaban.

El corazón de Shoto se agitaba, y una presión aplastante se apoderaba de la sala. Cada pulso en su pecho era un eco de su desesperación, un recordatorio de todo lo que había querido evitar y lo que aún temía enfrentar.




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[No quiero ser como él...]

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Las llamas ardían intensamente a su alrededor, y el aire vibraba con una tensión que amenazaba con estallar.

Mientras Shoto luchaba contra las fuerzas que chocaban dentro de él, las imágenes de su infancia comenzaron a invadir su mente.

Su padre.

La figura imponente que había sido tanto una sombra como un faro en su vida. Recuerdos de momentos compartidos se agolpaban.

Las sesiones de entrenamiento, donde la presión se hacía insoportable, y las expectativas de ser el mejor lo empujaban al límite.

Sin embargo, en medio de la furia de su lucha, algo comenzó a cambiar.




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[Puso en Touya una carga que era demasiado para él y lo termino por quebrar como lo ha estado haciendo conmigo.]

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Al mover su mirada entre las llamas observaba la postura de Izuku, aunque firme, imponente y poderosa... Izuku también estaba temblando.

Shoto abrió los ojos.

El fuego delante de él se disipo por un segundo.

Ambos se miraban en un claro entre los dos.

Fuego, hielo, todo lo que habia estado librando Izuku para estar peleando con él comenzaba a cobrar fractura. ¿Es que acaso Izuku no era invencible? ¿Es que acaso Izuku no estaba jugando con él? no, no podía ser eso.

¿Qué era lo que estaba haciendo Izuku?

No...

¿Qué es lo que estaba haciendo Shoto Todoroki?




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[Yo...]

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Podía ver los hombros de Izuku temblar.

Entonces más allá de su propia visión el recuerdo como un rápido flash de cámara mostro al mismo chico de rodillas frente a la multitud, siendo humillado, llamado monstruo, asesino...

"¡¡¡POR ESO TU MADRE SE DECIDIO SUICIDAR!!"

¿Qué era lo que verdaderamente estaba viendo Shoto?

Trayendo de nuevo su propia voz, el jadeo dudoso. Alzo ambas palmas y luego observo el fuego y el hielo, uno al lado del otro.

Padre y madre a cada costado suya.

Shoto delante de un cristal.




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[¿Qué he estado haciendo yo...?]

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Sus pupilas titilaban.

Se quedaba sin aliento y su cuerpo comenzó a sentirse débil. Entonces Shoto no pudo evitar preguntarse a quien realmente estaba viendo delante suya. ¿Era verdaderamente culpable Izuku de todo lo malo que habia ocurrido con su vida? Tratar de responsabilizarlo de las desgracias era lo justo.

Acaso...

¿No estaba siendo tan indulgente como su padre colocando una responsabilidad a alguien más?

¿Shoto estaba escapando?




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[Midoriya...]

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Sus ojos brillaron.

—Ey, Todoroki.

La voz de Izuku, tenue y calmada, sacó a Shoto de su ensimismamiento. Alzó la mirada, separándola de sus palmas. Izuku, por su parte, apartó la máscara de su rostro y el mecanismo de su bozal se contrajo.

Shoto se quedó congelado. Izuku estaba sonriendo.

Aún estoy aquí.

El caos que envolvía el laberinto había alcanzado su punto culminante. Las paredes se derretían, transformando el metal en una cascada ardiente que rugía como un volcán en erupción.

Shoto respiró hondo, sintiendo el sudor resbalar por su frente, cada gota un recordatorio del peso que llevaba.

Ya no había ira. La ira se había desvanecido. Al soltar esos sentimientos, había ganado claridad. La determinación reemplazó el tumulto interno. El fuego que ardía en su interior se convirtió en un calor intenso, empujándolo hacia adelante, transformándose en una fuerza que iluminaba su camino en vez de consumirlo.

Shoto sintió el poder arder dentro de él, una llama renovada que bailaba al ritmo de su respiración.

El torbellino de emociones que lo había atado en el pasado se desvanecía, dando paso a un enfoque singular.

Con una mirada decidida, levantó la mano.




—————————

[Ja...]

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Izuku, por otro lado, sintió la presión del momento. Su propia energía chisporroteaba a su alrededor, como una tormenta que esperaba desatarse.

La batalla se sentía tan familiar y, a la vez, tan diferente.

Recordó su enfrentamiento con Eva, con Hanna y no pudo evitar pensar en lo mucho que habia avanzado desde esos días.

El silencio entre ellos se convirtió en un grito ensordecedor. Sin dudar, Izuku se coloco en una postura de ataque.

"Nox Lunar..." pensó mientras los relámpagos se transformaban en llamas verdes que giraban en su cuerpo como aureolas. A su lado, la imagen persistente, remanente de Miruko se colocó a la par de él. "séptima postura..."




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[Ja... Ja... Ja...]

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Las llamas comenzaron a danzar, pero en vez de consumirlo, lo abrazaron. Shoto sintió como la presión de todo, el peso que tenia se estaba desvaneciendo o mas bien...

Alguien estaba comenzando a ayudar a levantarlo.

—No me culpes por lo que vaya a pasar... —dijo dando paso a las llamas que se unieron al hielo que empezaba a consumir toda la enorme sala.

—Está bien... —Izuku sonrió y la máscara se volvió a colocar en su rostro—. ¡Todoroki!

[¡MUESTRAME LO QUE TIENES!]




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[¡JAJAJAJ!]

—————————




Se sentía diferente.

Sin pensarlo, Shoto levantó la mirada. El fuego danzaba alrededor de él, cálido y feroz, reflejando una sonrisa tranquila que emergía por primera vez en su rostro.

Sin ira. Sin miedo. Solo claridad.

Las llamas se alzaron junto al hielo, ambos poderes uniéndose y arremolinándose en una esfera brillante de energía pura. Era caos y armonía en perfecta sincronía, como si los dos elementos, por fin, aceptaran coexistir.

*¡FSHHHHHH!*

El suelo bajo sus pies se volvió líquido, un océano de metal derretido que avanzaba con cada respiración suya. El calor envolvía la sala, mientras una brisa gélida se entretejía en el aire, haciendo vibrar todo a su alrededor.

Izuku, al otro extremo, lo sintió venir. Un brillo atravesó sus ojos, y con un movimiento rápido, sus botas rompieron la superficie ardiente, impulsándolo hacia adelante con un rugido ensordecedor.

*¡ZAAAAAAZ!*

Sus músculos tensos canalizaron cada fragmento de energía a través de su cuerpo.

Las llamas verdes envolvían sus brazos y piernas, girando a su alrededor como coronas radiantes de poder. Izuku avanzó, su figura una estela de fuego y viento que perforaba el aire a toda velocidad, directo hacia Shoto.

Ambos gritaron al unísono, un rugido nacido de sus corazones.
















—————Lanza Selenicereus—————



—¡VAMOS, TODOROKI!

—————One For All — Mitad frio, mitad caliente—————

—¡MIDORIYA!



—————Ola de calor por aire frio—————

















Los dos ataques se encontraron en el aire. La esfera brillante de fuego y hielo de Shoto se estrelló de lleno contra el remolino esmeralda de Izuku.






*¡BOOOOM!*






La colisión desencadenó una explosión cegadora que consumió la sala por completo, proyectando una onda expansiva que hizo vibrar las paredes, desmoronando lo que quedaba del laberinto.

Fragmentos de metal y escombros volaron en todas direcciones, como si el mismo espacio colapsara ante la magnitud de su batalla.

Por un momento, todo fue luz y energía pura. Un destello blanco que borró las sombras, como si la realidad misma se rompiera.





















































[Gracias, Midoriya.]

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