EL PROBLEMA DE MIDORIYA.
En un mundo construido para el colectivo, donde las expectativas tejían un tapiz uniforme y sin fisuras, había nacido una niña cuyo espíritu era una hebra rebelde.
No encajaba en la trama, no porque no quisiera, sino porque su esencia se resistía a ser absorbida.
Desde el primer momento, el mundo le habló en un idioma que ella no comprendía.
La risa de los demás le parecía un eco distante, las reglas, cadenas que ataban su cuerpo sin sujetar su alma.
Con el tiempo, la niña comprendió que su diferencia no era un regalo, sino una marca. Una advertencia para el resto de la sociedad de que algo en ella estaba roto, de que había un defecto que debía ser ocultado o, peor aún, eliminado.
Cada día era una lección en cómo no ser ella misma.
Y, como una flor que brota en un desierto, cada intento de florecer la dejaba más sedienta, más vacía.
A medida que crecía, la incomprensión se transformó en aislamiento, y el aislamiento en un abismo.
El mundo, siempre tan generoso con su luz para los demás, le ofreció solo sombra.
Las espinas del camino no la detenían; cada paso las hacía más profundas en su piel, pero no le importaba.
Seguir avanzando era lo único que tenía.
Hasta que llegó al borde del abismo.
Allí, en la oscuridad más absoluta, encontró algo extraño: a sí misma.
No era la niña rota que todos querían corregir, ni la sombra que el mundo rechazaba. Era algo puro, algo peligroso. Se dio cuenta de que el abismo no era el final del camino, sino el principio de otro.
Sumergirse en él no fue una elección, sino una necesidad.
Y así lo hizo.
Cuando emergió, mojada hasta los pies, no era la misma.
Había perdido algo en el proceso: una inocencia, una esperanza.
Miró hacia el horizonte, donde algo brillante se alejaba, fuera de su alcance. Extendió su mano hacia eso, ese reflejo, esa ilusión que nunca había sido suyo. Pero era tarde.
Ya se había ido.
Era Himiko Toga.
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[Siempre he pensado que el mundo es como una habitación llena de espejos rotos]
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Meditaba Himiko mientras su mirada vagaba hacia el vacío.
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[Cuando me miraba en uno, no veía a la persona que quería ser. Solo veía fragmentos de lo que los demás querían que fuera: la hija obediente, la chica sonriente, la sombra perfecta que no proyecta su propia luz. Pero ¿cómo puedes vivir siendo solo un reflejo?]
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Su mente regresaba a los días en que trató de encajar. Las sonrisas forzadas, las palabras que nunca se sintieron como suyas.
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[Cuando entendí que nunca podría ser suficiente para ellos, que mi verdadera cara siempre sería demasiado, dejé de intentarlo. Dejé de pretender.]
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Se pasó los dedos por los labios, recordando la primera vez que sintió el sabor del cambio, del poder.
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[La sangre]
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Pensó, con una mezcla de melancolía y algo cercano a la adoración.
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[Era la única verdad que podía tocar, la única forma de ser alguien más por un momento, alguien que no estuviera rota. Y sin embargo, incluso siendo otros, siempre volvía a ser yo.]
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El viento nocturno aullaba, y Himiko cerró los ojos por un instante.
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[¿Es este el precio del individualismo? Ser tan diferente que no queda nadie a tu lado. Caminar sola por un camino lleno de espinas. Pero al menos... al menos es mi camino.]
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Las estrellas parecían más brillantes aquella noche, aunque Himiko sabía que era una ilusión. Era una chica de extremos, atrapada entre el deseo de pertenecer y la necesidad de ser ella misma.
Sus manos, manchadas de tantos errores, seguían temblando cuando recordaba los días en que todo parecía más simple. Pero no se arrepentía. La niña que había sido había muerto en ese abismo, y lo que había salido de él era más fuerte, más libre.
Extendió su mano al aire, como si quisiera alcanzar algo que ya no estaba allí.
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[Tal vez nunca lo tuve realmente, tal vez nunca tuve la oportunidad de ser simplemente yo.]
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Pero en el fondo, sabía la verdad: aunque el camino fuera solitario, seguiría caminando.
Porque la oscuridad no era su enemiga; era su hogar.
Y entonces... finalmente lo conoció.
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[Laughing Boy...]
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Ella miro hacia el abismo...
El despertar de Izuku fue brusco, como si la realidad lo hubiese jalado del cuello desde un sueño viscoso y opaco.
Sus ojos verdes se abrieron de golpe, y su pecho subía y bajaba con violencia.
Su visión tardó un momento en enfocarse en el rostro de Uraraka, que estaba demasiado cerca de él, con una mezcla de preocupación y desconcierto en sus ojos.
—Himiko... —murmuró, apenas un susurro, mientras sentía la fría humedad de la realidad asentarse sobre su piel.
Uraraka parpadeó, claramente confundida. Se apartó un poco, dándole espacio, pero no tanto como para que Izuku pudiera evitar el peso inquisitivo de su mirada.
—¿Himiko? —repitió, sorprendida.
Izuku se quedó en silencio unos segundos, mirando hacia el frente, tratando de ordenar el torbellino de imágenes y sensaciones que aún lo invadían.
Finalmente, murmuró, más para sí mismo que para ella:
—Fue... solo un sueño.
Pero el peso en su pecho decía lo contrario.
Uraraka lo observó, fijamente.
[...]
El viaje continuó en silencio, marcado solo por el ronroneo del motor y el ocasional crujir de las ruedas contra el camino de tierra.
Las camionetas finalmente llegaron a la posada, una construcción tradicional de madera que parecía sacada de un cuadro antiguo.
Las luces cálidas iluminaban el exterior, proyectando sombras alargadas contra los árboles circundantes. Había un río cercano cuya corriente murmuraba suavemente, añadiendo un toque de serenidad al entorno.
Cuando las puertas de las camionetas se abrieron, los estudiantes de la Clase A comenzaron a descender, cada uno reaccionando a su manera al lugar que los recibiría esa noche.
—¡Oh, por favor, díganme que hay camas blandas! —exclamó Kaminari, estirándose exageradamente mientras bajaba. Sus músculos tensos parecían protestar después del largo viaje.
—Tú lo que necesitas es un manual de etiqueta para no roncar como tractor toda la noche —replicó Jirou, golpeándole el brazo con su codo mientras bajaba detrás de él.
—¿Yo? ¿Roncando? —Kaminari puso cara de indignación fingida—. Eso suena como propaganda difamatoria. ¡Exijo pruebas!
—Te grabé. —Jirou levantó sus auriculares con una sonrisa que destilaba pura travesura.
Kaminari abrió la boca para responder, pero fue interrumpido por Mina, que se había quedado boquiabierta frente a la posada.
—¡Wow! Esto parece sacado de un cuento. ¿No creen que podrían filmar una película de samuráis aquí? —sus ojos brillaban de emoción mientras corría hacia la entrada, haciendo girar sobre sí misma como si intentara absorber cada detalle del lugar.
—Samuráis, sí. —Tokoyami, que la seguía con las manos en los bolsillos, miró el lugar con su característica expresión seria—. Pero probablemente una de esas películas trágicas donde todos mueren al final.
—Genial, Tokoyami, siempre aportando el toque positivo —dijo Sero, que caminaba detrás de él y le dio una palmada en el hombro—. Nos hace sentir mucho mejor.
—Solo estoy siendo realista. Este tipo de ambiente tiene una atmósfera muy propicia para tragedias —respondió Tokoyami, sin inmutarse.
Cerca de ellos, Aoyama bajaba de la camioneta con toda la gracia de una estrella de cine descendiendo de una limusina.
Sacó un pequeño espejo de bolsillo y ajustó su cabello mientras declaraba:
—Espero que tengan un menú a la altura de mi paladar. Este lugar merece nada menos que una experiencia culinaria sublime.
—¿Tu "paladar" no se conformó con los aperitivos del barco? —preguntó Shoji, que observaba el lugar con ojos analíticos, más interesado en la estructura del edificio que en los comentarios extravagantes de Aoyama.
—Los aperitivos eran... aceptables, pero no sublimes —respondió Aoyama, colocando una mano en su pecho con dramatismo.
Por otro lado, Todoroki, que había bajado del vehículo sin prisa, agradecía en voz baja al conductor por el viaje.
Su expresión era tan imperturbable como siempre, pero sus ojos se desviaron momentáneamente hacia Izuku, quien aún parecía un poco distraído al bajar de la camioneta.
—¿Todo bien? —preguntó Todoroki al pasar a su lado.
Izuku asintió rápidamente, sacudiéndose el aturdimiento del sueño. Sus ojos, sin embargo, seguían buscando algo que no podía explicar.
Uraraka, que se había quedado cerca de Izuku, lo miró de reojo.
—¿Es aquí donde tienen los baños onsen? —preguntó Toru, que se movía con evidente emoción.
—Por supuesto —respondió Momo con una sonrisa de satisfacción—. Este lugar es conocido por sus aguas termales y por la vista impresionante que tienen desde los baños exteriores.
—¿Vistas impresionantes? —repitió Mineta, que había escuchado desde el otro lado del grupo.
Su tono dejaba claras sus intenciones, pero fue rápidamente silenciado por el codazo contundente de Jirou.
Finalmente, Iida bajó de la última camioneta, con la expresión de alguien que había visto cosas que preferiría olvidar.
Su ropa aún mostraba rastros del desafortunado incidente con Hanna, y su voz sonó cansada mientras decía:
—No quiero sonar maleducado, pero... ¿podemos ir al hotel ya? Necesito... reevaluar mi vida.
La clase estalló en risas, incluso mientras el cansancio comenzaba a hacer mella en ellos.
La posada, con sus luces cálidas y promesas de comodidad, parecía un oasis después de la larga travesía. Y mientras todos comenzaban a entrar, dejando atrás el frío de la noche, Izuku no podía sacudirse la sensación de que algo más había quedado en el camino.
Algo que lo seguía observando desde las sombras del bosque, tan persistente como el eco de un nombre.
[...]
La atmósfera en la recepción era cálida, una combinación de madera vieja que crujía bajo los pies y las luces tenues que parecían abrazar a los ocupantes. Afuera, el frío de la noche se intensificaba, pero dentro de la posada todo era diferente.
Momo, de pie junto a Todoroki, discutía con el recepcionista los detalles de las habitaciones. Su voz firme y educada contrastaba con la tranquilidad que emanaba Todoroki, quien permanecía a su lado como una sombra sólida e inquebrantable.
Cada tanto, asentía ante lo que decía Momo, aportando su presencia más que sus palabras.
Cerca de ellos, Hanna reía a carcajadas.
Su hermano había logrado convertir la espera en un espectáculo privado, haciendo muecas exageradas que dibujaban sonrisas brillantes en el rostro de la chica.
Su risa resonaba como campanas dentro de la recepción, un eco alegre que parecía calentar el aire.
En un rincón más apartado, Iida se sentaba rígidamente en una silla, con los brazos cruzados y la mirada perdida. El aura solemne que lo rodeaba parecía absorber cualquier intento de interacción, como un muro invisible que protegía su necesidad de aislamiento.
El resto de la Clase A estaba disperso, algunos sentados en los sofás de la recepción, otros de pie, conversando en pequeños grupos.
La energía del grupo oscilaba entre el cansancio y la excitación contenida.
Kaminari y Sero, como era de esperarse, bromeaban sobre cómo debían organizar las habitaciones, mientras que Jirou, más práctica, tomaba nota mental de las distribuciones.
—Denki, no puedes compartir habitación con Mineta. Es un desastre esperando a ocurrir —le dijo Jirou, sin molestarse en ocultar su desdén.
—¿Y qué? ¿Tú quieres compartir con él? —respondió Kaminari, arqueando una ceja con una sonrisa burlona.
—Preferiría dormir en el pasillo —sentenció Jirou, logrando arrancar una risa de Mina, que los escuchaba desde un sofá cercano.
Izuku, por su parte, estaba en silencio.
Su mirada vagaba por la recepción, pero no estaba realmente observando nada.
Había algo en el peso de ese nombre, Himiko, que seguía arrastrándolo a los rincones oscuros de su memoria. Era como un eco que nunca terminaba de disiparse, un latido sordo que pulsaba en su mente.
Fue entonces que sintió un movimiento a su lado. Levantó la mirada y vio a Uraraka.
Ella lo observaba con un extraño brillo en los ojos, su expresión cargada de algo que Izuku no podía descifrar del todo: curiosidad, preocupación... y algo más.
—Izuku-Kun —dijo, su voz baja pero firme.
Sus dedos jugueteaban nerviosamente con el dobladillo de su chaqueta, un gesto que en cualquier otra circunstancia habría pasado desapercibido, pero ahora parecía casi demasiado calculado.
—¿Cómo conoces ese nombre?
Izuku parpadeó, desconcertado.
—¿Qué...? ¿Qué nombre? —preguntó, aunque sabía perfectamente a qué se refería.
Sus labios formaron las palabras automáticamente, como si esperara ganar tiempo para procesar lo que estaba sucediendo.
—Himiko —repitió Uraraka, inclinándose ligeramente hacia él. Sus ojos lo taladraron, como si quisieran extraer la respuesta directamente de su mente—. Dijiste ese nombre antes, en la camioneta. ¿Cómo la conoces?
Izuku sintió que el aire se espesaba a su alrededor.
El ruido de la recepción pareció desvanecerse, y todo lo que quedó fue el zumbido persistente de su propio corazón.
—¿Tú... la conoces? —preguntó, su voz apenas audible.
Había incredulidad en sus palabras, pero también un rastro de algo más oscuro: miedo.
—Sí —respondió Uraraka, con una naturalidad que lo dejó helado.
Izuku no sabía si era por la forma en que lo había dicho o por el hecho de que no parecía haber ninguna vacilación en su respuesta.
Había un peso extraño en sus palabras, algo que parecía descender como una losa sobre el pecho de Izuku.
—¿Cómo...? —La voz de Izuku se quebró antes de poder terminar la pregunta.
Uraraka bajó la mirada por un momento, como si estuviera organizando sus pensamientos, antes de volver a alzarla.
Sus ojos ahora tenían un matiz distinto, más suave, pero cargado de algo indescifrable.
—Conocí a una chica con ese nombre —dijo lentamente, como si probara cada palabra antes de soltarla—. Himiko Toga.
El corazón de Izuku pareció detenerse por un instante, y todo su cuerpo se tensó.
Fue como si las paredes de la recepción se estrecharan a su alrededor.
Los recuerdos lo golpearon con una violencia casi física: la tormenta, el agua helada, la desesperación en los ojos de Himiko mientras se hundía...
—Eso no es posible —murmuró, más para sí mismo que para ella.
Su mente luchaba por reconciliar lo que acababa de escuchar con lo que sabía que era cierto.
Toga estaba muerta. Ella debía estar muerta.
Uraraka inclinó la cabeza ligeramente, estudiándolo.
—¿Qué pasa, Izuku-Kun? —preguntó, y aunque su tono era suave.
Él negó con la cabeza, cerrando los ojos con fuerza.
Sentía que el suelo bajo sus pies tambaleaba. Finalmente, abrió los ojos y se obligó a hablar.
—¿Cómo la conociste? —preguntó, con un tono más firme del que esperaba.
—Hace algunos años. No sé si es la misma persona de la que estás hablando, pero ella... era diferente. Extraña, pero... amable, en su propia manera. —Uraraka sonrió débilmente, pero había algo vacío en esa expresión, algo que no coincidía con el recuerdo que estaba describiendo—. Pasamos algún tiempo juntas cada tanto.
Izuku la miró, tratando de encontrar alguna grieta en su relato, algo que delatara una mentira. Pero todo en su postura, su voz, su mirada, era inquietantemente auténtico. Y eso lo confundió más que cualquier cosa.
Finalmente, ella dio un paso hacia él, lo suficientemente cerca como para que pudiera sentir su respiración.
—Izuku-Kun, ¿quién es ella para ti? —preguntó en un susurro.
La pregunta lo desarmó.
No era solo lo que preguntaba, sino cómo lo había dicho: como si supiera exactamente cuánto le costaría responder.
El aire en la recepción pareció detenerse alrededor de Izuku.
Cada palabra que acababa de escuchar resonaba en su mente como un eco interminable. Himiko Toga.
El nombre era un ancla, arrastrándolo hacia un pasado que creía haber enterrado.
Uraraka estaba frente a él, su mirada preocupada, pero había algo en sus ojos, en la forma en que lo observaba, que le daba la sensación de estar atrapado en un espejo roto.
—Izuku-Kun... —murmuró ella, levantando una mano hacia su hombro.
El gesto era lento, delicado, como si intentara no romper algo frágil.
Fue entonces cuando lo sintió.
*ZZZZZZzz*
Una punzada. Pequeña, imperceptible para cualquiera más, pero en él fue como un relámpago que recorrió su columna.
El sensor de peligro.
No era como antes, no era el rugido abrumador que lo lanzaba al combate o le advertía del daño inminente. Era diferente: un murmullo, un roce apenas perceptible, pero cargado de una intensidad extraña y visceral, como si algo dentro de él acabara de despertar.
Izuku reaccionó instintivamente, poniéndose de pie de golpe.
La silla en la que estaba sentado chirrió al arrastrarse hacia atrás, chocando con el suelo con un ruido seco que cortó el ambiente.
Todos se giraron hacia él al mismo tiempo, sus miradas cargadas de sorpresa y preocupación.
—¿Midoriya-San? —La voz de Momo fue la primera en romper el silencio.
Estaba junto a Todoroki, y sus ojos se fijaron en él con una mezcla de desconcierto y alarma.
Izuku apenas registró sus palabras.
Su respiración era superficial, rápida, y sentía cómo el sudor comenzaba a resbalar por su sien.
La habitación parecía inclinarse ligeramente, como si el mundo estuviera a punto de deslizarse bajo sus pies.
Parpadeó varias veces, intentando despejar la visión borrosa que lo envolvía, pero lo único que lograba era intensificar la sensación de irrealidad.
—Izuku-Kun, ¿qué pasa? —preguntó Uraraka, su voz más firme esta vez.
Intentó dar un paso hacia él, pero su proximidad solo hizo que él retrocediera, tambaleándose.
Tenko fue el siguiente en moverse.
Se acercó con cautela, levantando las manos como si intentara calmar a un animal acorralado.
—Hey, amigo, tranquilo. —Su tono era suave, pero había una nota de alerta en su expresión—. ¿Estás bien? ¿Te pasó algo?
Izuku lo miró, pero no parecía realmente verlo.
Las palabras detrás de su cabeza regresaron, ese susurro persistente que lo hacía temblar.
Era como si el pasado hubiera extendido una mano fría y gélida para arrastrarlo de vuelta. "Izuku... Izuku..."
Esa voz no era real, pero tampoco podía ignorarla.
—Estoy... —intentó decir algo, pero su voz se quebró en un hilo.
Sus piernas retrocedieron un paso, chocando con otra silla que casi lo hizo caer.
—¿Midoriya? —Ahora fue Todoroki quien habló, dando un paso al frente.
Su tono era neutro, pero había un brillo de preocupación en sus ojos bicolores. Momo, a su lado, tocó su brazo, como si también estuviera lista para intervenir.
—Se ve horrible —murmuró Kaminari desde el otro lado de la recepción, su tono menos juguetón de lo habitual.
Jirou lo golpeó suavemente en el brazo, pero no lo corrigió. Incluso los bromistas de la clase podían notar que algo iba terriblemente mal.
Izuku levantó la mirada y se encontró con los ojos de Uraraka.
Algo en esa mirada lo atravesó como un cuchillo. No eran sus ojos. No podían serlo.
Eran familiares, sí, pero de una manera que hacía que su estómago se revolviera. Unas náuseas intensas lo invadieron, y todo a su alrededor comenzó a girar.
—¡Izuku! —exclamó Tenko, tratando de acercarse más, pero Izuku levantó un brazo, apartándolo bruscamente.
—No... —murmuró, sacudiendo la cabeza.
Su voz era baja, pero cargada de algo que nadie en la clase había escuchado antes: puro pánico.
De repente, se giró, empujando a Tenko con más fuerza de la necesaria y corriendo hacia la salida. El murmullo de conversaciones en la recepción estalló en un caos de voces sorprendidas.
—¡Midoriya-San, espera! —gritó Momo, pero él no se detuvo.
—¿Qué demonios le pasa? —preguntó Kirishima, poniéndose de pie como si estuviera listo para seguirlo.
—Dale espacio —dijo Todoroki, su tono más frío de lo normal, pero su mirada permanecía fija en la puerta por donde Izuku había salido.
El frío de la noche golpeó a Izuku como una bofetada cuando salió al estacionamiento.
El aire helado llenó sus pulmones, pero no logró calmarlo. Su pecho subía y bajaba de forma errática mientras caminaba tambaleándose hacia uno de los vehículos.
El estacionamiento estaba oscuro, iluminado solo por un par de farolas débiles que proyectaban sombras largas y distorsionadas.
Izuku se apoyó contra la parte trasera de una de las camionetas, inclinándose hacia adelante mientras intentaba recuperar el aliento.
"¿Por qué ahora?" El pensamiento atravesó su mente como un relámpago.
Había enterrado esos recuerdos, había hecho todo lo posible por dejarlos atrás. Pero ahora, en este momento, todo estaba regresando. Y no entendía por qué.
El frío del metal bajo sus manos le trajo una pizca de realidad, suficiente para levantar la mirada hacia el cielo.
Las estrellas estaban ocultas tras un manto de nubes, y la única luz era la de los relámpagos en su cabeza, imágenes fugaces de un pasado que lo perseguía.
Una tormenta interna que no mostraba señales de detenerse.
[...]
Izuku se encontraba en el estacionamiento, apoyado contra la camioneta más cercana.
Sus manos temblaban ligeramente mientras las apretaba una contra otra, sus uñas marcándose en la palma.
Su respiración era un caos: en un momento, errática y superficial, como si el aire simplemente no pudiera llegar a sus pulmones; en el siguiente, profunda, forzada, como si estuviera tratando de llenar un vacío imposible de colmar.
Era un vaivén interminable, como las olas de un mar en tormenta.
"Controlarte... Contrólate..." Las palabras rebotaban dentro de su cabeza como un eco sin fin.
Cada pensamiento era una chispa que encendía una hoguera en su mente, pero al mismo tiempo, el mismo fuego lo obligaba a intentar sofocarlo.
Cerró los ojos con fuerza, inclinando la cabeza hacia abajo mientras su pecho se tensaba de nuevo. Su corazón latía con fuerza, y podía sentir cada pulsación como un golpe de tambor en sus oídos.
Sus piernas temblaban, apenas sosteniéndolo, pero no se rendían.
Izuku tensó los músculos, enderezándose con esfuerzo. Las olas violentas en su interior retrocedieron por un momento, y luego regresaron con una nueva fuerza. Su cuerpo era un campo de batalla entre el caos y la disciplina, entre el instinto de ceder al pánico y la voluntad férrea que había desarrollado tras años de entrenamiento.
—Respira... —murmuró para sí mismo, su voz apenas un susurro.
Inhaló profundamente, sintiendo cómo el aire helado le quemaba los pulmones, y luego exhaló despacio, como si intentara expulsar con ello el peso que le aplastaba el pecho. Pero no era tan simple.
Cada vez que sentía que recuperaba el control, un recuerdo fugaz de esos ojos—los ojos de Uraraka, o quizás de alguien más—volvía a invadirlo.
Las palabras, esas palabras que había escuchado en el bote hacía años, regresaban con más fuerza.
"Izuku... ¿me abandonarás también?"
Apretó el puente de su nariz, cerrando los ojos con más fuerza. Su cuerpo quería desplomarse, pero su mente no se lo permitió. Aunque cada fibra de él gritaba rendición, Izuku se mantenía de pie.
No estaba solo.
En la entrada de la posada, algunas figuras comenzaron a aparecer. Sus compañeros, con rostros confusos y preocupados, lo observaban desde la distancia.
[...]
Dentro de la posada, el ambiente era un contraste absoluto con la turbulencia que Izuku enfrentaba afuera.
El comedor pequeño tenía un aire cálido y acogedor, con mesas distribuidas entre las paredes decoradas con grabados de montañas y cerezos.
Algunas familias y parejas charlaban tranquilamente mientras cenaban, sus risas apenas un murmullo en comparación con la mesa de los estudiantes de la Clase A.
—¡Ya está! —Mina llegó al fin a la mesa, dejando caer con cuidado una bandeja cargada de tazas de té.
Las hojas aún flotaban en el agua caliente, y el aroma a jazmín llenó el aire.
—Gracias, Mina —dijo Ojiro mientras tomaba su taza, inclinando ligeramente la cabeza en un gesto cortés.
—Eso fue rápido —comentó Jirou, aceptando su té con una ligera sonrisa antes de inclinarse hacia Mina—. ¿No derramaste nada por el camino?
—¡Oye! —protestó Mina, poniendo una mano en su pecho fingiendo estar herida—. Yo puedo ser... torpe, pero nunca con el té. Es sagrado.
—Claro, claro —bromeó Jirou, tomando un sorbo sin despegar la vista de Mina, quien se sentó finalmente, dejando escapar un largo suspiro.
—Bueno, chicos —dijo Mina, mirando a todos mientras movía las manos de manera animada—. Hablé con los demás antes de venir. Están instalándose en las habitaciones, pero seguro bajan pronto. ¿Alguien sabe qué pasó con Midoriya?
La pregunta cayó como una piedra en el agua, provocando un silencio momentáneo. Momo levantó la vista de su taza, Todoroki inclinó ligeramente la cabeza y Tenko dejó de girar la cuchara en su té. Todos parecían buscar respuestas, pero nadie las tenía.
—Yo no tengo ni idea —dijo Jirou al fin, mirando a Mina con expresión pensativa—. Pero cuando lo vi salir de la recepción... estaba realmente mal. Pálido, como si hubiera visto un fantasma.
—Eso fue raro —murmuró Ojiro, levantando una mano para interrumpir—. ¿No creen que Uraraka podría saber algo? Ella estaba con él, ¿no?
—Sí, bajaron juntos de la camioneta —asintió Jirou, tamborileando los dedos contra la mesa—. Y cuando lo vi antes, ella también parecía... no sé, afectada.
—¿Quizás hablaron de algo? —sugirió Mina, apoyando la barbilla en una mano y mirando a los demás—. Algo serio, quiero decir. Porque lo de Midoriya no parecía que fuera solo el viaje. Ni siquiera la ansiedad por el traslado. Esto fue diferente.
—No creo que sea algo físico —intervino Todoroki, con su tono siempre medido—. Lo que vimos... No era por el cansancio o el mareo.
—Hablé con él en el bote —añadió Tenko, enderezándose ligeramente—. Me dijo que el viaje no le sentó bien, pero esto... Esto no es por eso. Algo más lo está afectando. Algo grande.
Momo frunció el ceño, juntando las manos frente a ella.
—¿Quizás discutieron? —sugirió, refiriéndose a Izuku y Uraraka—. Porque es verdad que ella también se veía... extraña. ¿Alguien notó algo fuera de lugar entre ellos?
—Yo los vi bajar del vehículo juntos —añadió Jirou, girando un mechón de su cabello entre los dedos—. Pero, sinceramente, no parecían discutir ni nada. Si hablaron de algo, tuvo que ser algo serio.
Todos se quedaron en silencio por un momento. La imagen de Izuku, pálido y sudoroso, seguía fresca en sus mentes. Algo había ocurrido, algo que nadie entendía por completo, y la incertidumbre comenzaba a crecer.
—No podemos adivinar nada sin hablar con ellos —dijo finalmente Momo, tomando la palabra con calma—. Pero creo que deberíamos darle espacio a Midoriya-San. Si es algo personal, nos lo dirá cuando esté listo.
—¿Y Uraraka? —preguntó Mina, sus ojos brillando con curiosidad.
—Tal vez ella sí pueda aclarar algo —murmuró Ojiro, aunque parecía algo dubitativo.
Tenko asintió lentamente, aunque su mirada se desvió hacia la ventana, como si esperara ver a Izuku regresar en cualquier momento.
—Lo único que sé —dijo finalmente—, es que esto no es algo casual. Midoriya estaba al borde de un colapso. Y eso no es normal en él.
—Claro que no lo es —continuó Mina, dejando su taza sobre la mesa con un sonido seco y entrelazando los dedos sobre la bandeja—. Midoriya no es del tipo que colapsa fácilmente, ¿o sí?
—No —respondió Todoroki con su tono siempre calmado, aunque su mirada parecía ligeramente más seria que de costumbre—. Midoriya es alguien fuerte. Lo sabemos todos.
—Es verdad —dijo Ojiro, alzando la mano ligeramente como si estuviera en clase—. Todos lo vimos, ¿no? Las grabaciones de Osaka.
—Por supuesto que las vimos —intervino Jirou, levantando una ceja con incredulidad—. Creo que no conozco a nadie que no las haya visto.
—¡Exacto! —exclamó Mina, cruzándose de brazos mientras una sonrisa irónica se dibujaba en su rostro—. Midoriya realmente es alguien muy fuerte. Si estaba afectado, entonces tuvo que ser algo... personal.
Momo se quedó pensativa, llevando una mano a su barbilla mientras sus ojos parecían analizar algo invisible frente a ella.
—Es lo que pienso también —murmuró, como si estuviera hablándose a sí misma. Luego levantó la mirada hacia Mina—. ¿Tú viste a Uraraka? ¿Cómo estaba?
—No directamente —respondió Mina con una expresión algo culpable, aunque fue Jirou quien intervino.
—La vi entrar a su habitación hace un rato. Quizás sigue ahí.
—Con eso es suficiente —dijo Momo, poniéndose de pie con decisión.
Su tono no admitía dudas, lo que provocó que varios de los demás, casi instintivamente, la imitaran.
—Espera, espera —interrumpió Ojiro, levantando ambas manos frente a él—. ¿Es buena idea que vayamos todos? Sé que somos amigos, pero, bueno... ¿no creen que esto puede ser demasiado atrevido? Al final, son sus problemas.
—Por eso mismo tenemos que ir —respondió Tenko casi al instante, cruzando los brazos y mirando a Ojiro con seriedad—. Somos sus amigos. Si ellos tienen problemas, por muy personales que sean, nuestro trabajo es entrometernos y ayudarlos. Eso es lo que hacen los amigos, ¿no?
—Entiendo tu punto —intervino Todoroki, con una expresión que no dejaba claro si estaba de acuerdo o no—, y en cierto nivel lo comparto. Pero también hay veces en las que debemos darles su espacio para que ordenen sus propios pensamientos. Creo que Midoriya necesita eso ahora, igual que Uraraka.
—Pero.... ―comenzó a decir Tenko, visiblemente frustrado.
—Midoriya estará bien —lo interrumpió Todoroki con firmeza—. Nos contará más tarde, cuando esté listo. Con Uraraka... no estoy tan seguro. Pero incluso en su caso, creo que sería más conveniente darle algo de tiempo.
Jirou, que había estado observando en silencio, rompió el momento con una pregunta que dejó a todos reflexionando.
—¿De verdad creen que Midoriya estará bien?
Todoroki la miró directamente, su expresión calmada pero con un brillo de incertidumbre.
—No es fácil saberlo —respondió después de unos segundos, pero Jirou no pareció satisfecha.
—Es solo que... —continuó, dejando escapar un pequeño suspiro—. A pesar de que no hablamos mucho, creo que todos somos conscientes de que Midoriya guarda secretos. Quizás está cargando con algo que no puede contarle a nadie. Algo demasiado pesado para compartir.
Un silencio incómodo se extendió por la mesa.
Tenko, que había relajado los hombros mientras escuchaba, volvió a tensarlos al recordar todo lo que sabía sobre Izuku: One For All, All For One, y el peso que siempre había llevado solo.
Aunque sus compañeros no conocieran los detalles, parecía que todos percibían esa carga en mayor o menor medida.
—Es verdad —dijo Momo finalmente, rompiendo el silencio, aunque no pudo evitar que su tono sonara algo triste—. Midoriya nunca ha sido del tipo que comparte fácilmente lo que lo preocupa. Y es cierto, eso no puede ser fácil para él.
Jirou se inclinó hacia atrás, apoyándose en el respaldo de su silla mientras jugueteaba con su taza.
—Desde que lo conozco, siempre me ha dado la impresión de que sufre en secreto —dijo finalmente, mirando hacia el techo como si intentara ordenar sus pensamientos—. Todos lo deben entender, ¿no? Puede que seamos sus amigos, pero tal vez no tengamos la confianza suficiente para cruzar ese umbral.
—Entonces, ¿qué se supone que hagamos? —preguntó Momo, con un ligero deje de frustración en su voz. Sus ojos se dirigieron directamente a Jirou—. ¿Ignorar su dolor? ¿Pretender que no pasa nada cuando claramente algo lo está afectando? ¡Y justo en su cumpleaños, además!
Jirou giró su cabeza lentamente hacia Momo, su mirada algo afilada pero sin perder la calma.
—Sé que somos amigas cercanas —respondió con un tono amable pero firme—, pero no me gusta que ni siquiera tú me hables con ese tono.
Momo abrió la boca para responder, pero luego la cerró. Se llevó una mano al pecho, respiró hondo y bajó la mirada, avergonzada.
—Lo siento —murmuró al fin—. Tienes razón, me pasé.
Jirou asintió, suavizando su expresión antes de continuar.
—No estoy diciendo que debamos ignorar nada, Momo. Pero tampoco quiero cometer un error con Midoriya. Aunque no lo parezca, me importa mucho. Como todos ustedes. Y precisamente por eso quiero hacer las cosas bien.
El silencio regresó por un momento, pero esta vez fue más reflexivo que incómodo. Todos parecían estar procesando lo que Jirou había dicho, buscando un equilibrio entre su deseo de ayudar a Izuku y el respeto por su espacio.
Las miradas se cruzaban entre los presentes, pero parecía que todos estaban llegando al mismo punto: no había una respuesta fácil. Y, al final, el tema quedaría en el aire un poco más.
—Bueno... ¿y si vamos solo algunos? —sugirió Mina tras un momento de duda, apoyando los codos sobre la mesa y mirando a sus compañeros—. Quizás si somos menos personas, no se sentirá tan presionado.
—¿"Menos personas"? —repitió Jirou, alzando una ceja—. ¿Qué propones? ¿Un comité de crisis para Midoriya?
—¡Exacto! —respondió Mina, chasqueando los dedos y sonriendo ampliamente—. Pero un comité pequeño. ¡Con un enfoque efectivo! ¿Qué tal, eh?
—Un enfoque efectivo —repitió Todoroki, ladeando ligeramente la cabeza como si tratara de procesar el concepto—. No estoy seguro de cómo encajamos en algo así.
—¿Y si lo dejamos como "comité improvisado"? —comentó Ojiro con una pequeña sonrisa, intentando calmar la tensión que se sentía en el aire—. No suena tan... estratégico.
—No estamos en una misión de rescate, Mina —añadió Jirou, aunque había un atisbo de diversión en su voz. Luego su expresión volvió a ensombrecerse—. Pero sí entiendo lo que dices. Tal vez no todos debamos ir. Y aun así...
—¿Aun así qué? —preguntó Momo.
—¿Qué tal si lo hacemos sentir peor? —Ojiro apoyó el mentón en una mano, claramente frustrado consigo mismo—. Es decir, ¿y si se siente como si estuviéramos invadiendo su espacio?
—Eso es justo lo que he estado diciendo todo este tiempo —replicó Todoroki con calma, pero con un matiz de cansancio en su tono—. Midoriya necesita espacio. Ya lo hemos dicho, es fuerte. Si no está listo para hablar, forzarlo podría ser más contraproducente.
—Pero tampoco podemos quedarnos aquí sentados, cruzados de brazos, esperando que el universo resuelva esto por sí solo —intervino Momo, frunciendo el ceño—. ¡Somos su apoyo! Si no actuamos, ¿entonces quién lo hará?
—¿Y Uraraka? —preguntó de repente Jirou, inclinándose ligeramente hacia la mesa, con los brazos cruzados—. ¿Qué hacemos con ella? Quiero decir, si también estaba afectada, tal vez deberíamos hablar con ella primero. Es posible que sepa algo.
—Eso suena más razonable —dijo Todoroki, asintiendo ligeramente—. Si ella está en mejores condiciones, podría explicarnos qué pasó.
—Siempre y cuando quiera hablar de ello —añadió Ojiro, levantando un dedo en señal de advertencia—. No podemos presionarla tampoco. Si realmente es algo entre ellos, podríamos estar complicando todo si intervenimos demasiado pronto.
—A ver, Ojiro, sé que eres el rey del equilibrio y la prudencia, pero esto es diferente —dijo Mina, rodando los ojos ligeramente—. Estamos hablando de Midoriya aquí. ¿No recuerdas cómo salió adelante en Osaka? ¿O todas las veces que nos ha sacado de aprietos? Si él necesita ayuda, nosotros no podemos quedarnos pasivos.
—Mina tiene razón en algo —comentó Momo, mirando a los demás con determinación—. Midoriya siempre ha estado ahí para nosotros. Es hora de que nosotros estemos para él. Aunque solo sea para que sepa que no está solo.
—Eso suena muy bonito, pero todavía no soluciona nada —dijo Jirou, sin rodeos, aunque su tono no era agresivo—. ¿Vamos todos? ¿Vamos solo algunos? ¿Quién decide? Porque, sinceramente, creo que Midoriya se sentiría aún peor si aparecemos como una estampida.
—¿Y si alguien va primero y evalúa la situación? —propuso Ojiro, mirando alrededor de la mesa—. No hace falta que sea algo dramático. Solo una charla casual, sin presionarlo demasiado.
—Eso podría funcionar —dijo Tenko, mirando a Tenko con algo de intención—. Tal vez tú podrías hacerlo.
Todoroki abrió la boca para protestar, pero la cerró casi de inmediato. Su mirada pasó rápidamente de Tenko a los demás, y luego bajó la vista hacia la mesa.
—Puedo intentarlo —admitió finalmente, su tono serio—. Pero no les prometo que vaya a funcionar. Si Midoriya no quiere hablar, no voy a obligarlo.
—Perfecto, entonces que sea Todoroki —dijo Mina, sonriendo ampliamente—. ¿Y qué hacemos con Uraraka? ¿Alguien se ofrece para hablar con ella?
—Yo puedo hacerlo —dijo Momo inmediatamente, levantando una mano con decisión—. Pero no sola. Tal vez alguien más quiera acompañarme. No quiero que piense que la estamos interrogando.
—Yo voy contigo —dijo Tenko, sin dudarlo.
—Me siento más tranquila con eso.
[...]
Todoroki se plantó frente a la puerta de la habitación de Izuku, con el silencio del pasillo envolviéndolo como una manta de expectativa.
Sus dedos se crisparon por un segundo antes de relajarse, casi como si su cuerpo estuviera negociando entre golpear la puerta y simplemente quedarse ahí.
Exhaló profundamente, girando su rostro hacia el final del corredor, donde Mina y Ojiro lo miraban desde una distancia prudente.
Ambos alzaron los pulgares en señal de apoyo, sonriendo como si la tarea que estaba por hacer fuera cualquier cosa menos monumental.
Todoroki cerró los ojos un momento, suspiró y giró el pomo.
En otro pasillo del hotel, Tenko caminaba con una energía tan ligera que parecía flotar en lugar de andar.
Sus ojos recorrían cada detalle de los adornos: lámparas colgantes de cristal que lanzaban destellos, cuadros de paisajes nevados con pinceladas elegantes, y los marcos dorados que brillaban bajo la tenue luz.
—¡Miren esto! —dijo, deteniéndose frente a un cuadro abstracto que parecía representar montañas deformes—. ¿Creen que este lo hizo un héroe famoso? ¡Seguro que sí! Tal vez uno de esos con quirks rarísimos, como el de lanzar pintura explosiva o algo así.
Jirou bufó, pero no pudo evitar mirar también.
—¿Pintura explosiva? ¿Qué sigue? ¿Esculturas hechas con rayos láser?
—¡Exacto! —dijo Tenko, golpeando el aire con el puño—. Lo sabes todo, Kyoka-chan.
Momo, que hasta ese momento había mantenido una expresión tranquila, finalmente rompió el silencio.
—Shimura-kun, ¿puedo preguntarte algo?
—Por supuesto, Momo-chan. Pero si es algo como "¿Por qué eres tan increíble?", la respuesta es simple: ¡nací así! —dijo, señalándose la cara con un dedo y sonriendo de oreja a oreja.
—No, no es eso —respondió Momo, frunciendo el ceño. Hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas—. Me pregunto por qué no fuiste tú quien fue a hablar con Midoriya-san. Eres su amigo más cercano, ¿no?
Tenko dejó de admirar los adornos y giró hacia ella, ahora caminando hacia atrás para poder mirarla.
—¿Yo? Nah, no es necesario. Todoroki puede encargarse. Es buen tipo.
Jirou arqueó una ceja, cruzando los brazos.
—¿Todoroki? ¿El mismo que trató de destrozar a Midoriya en pedazos aquella vez? Sí, buen tipo. Gran historial de amistad.
Tenko rio, levantando ambas manos como si admitiera la culpa.
—¡Exacto! Pero, hey, ¿no es genial cómo pasaron de eso a ser súper amigos? Es como en las películas. Primero enemigos mortales, luego mejores amigos. ¡Y ahora está haciendo su trabajo!
—¿Y tú no deberías estar haciendo el tuyo? —preguntó Jirou, alzando una ceja con sarcasmo.
Tenko se detuvo, dejando que sus pasos resonaran suavemente en el pasillo. Por primera vez, su sonrisa parecía menos juguetona.
—Miren, no quiero que se preocupen. Izuku tiene a muchos amigos, no solo a mí. Es fuerte, ya lo saben. Y sí, me importa, pero siento que... lo que dijo Todoroki es cierto. A veces, uno necesita tiempo a solas para procesar.
Momo lo miró con escepticismo.
—¿Eso significa que no te importa lo que le pase a Midoriya-san?
Tenko levantó las manos rápidamente, como si se rindiera ante la acusación.
—¡Claro que me importa! ¿Cómo no me importaría? Pero... ¿no lo sientes? Esa cosa rara que ha estado en el aire estas semanas.
Jirou lo miró de reojo.
—¿Te refieres al hecho de que Uraraka ha estado actuando extraño?
Tenko asintió con entusiasmo, apuntándola con un dedo.
—¡Exacto! Chako-chan no es la misma últimamente. ¿Ustedes también lo notaron, verdad?
Momo frunció el ceño.
—Ahora que lo mencionas, sí. Ha estado... más reservada.
—¿Reservada? ¡Eso es decir poco! —interrumpió Tenko, gesticulando como si estuviera describiendo un desastre natural—. Antes, siempre estábamos juntos: ella, Izuku y yo. Caminábamos al instituto juntos, hablábamos de tonterías. Pero ahora... siento que está distante.
Jirou ladeó la cabeza, pensativa.
—Quizás sea porque está pasando algo difícil. No todos manejan las cosas como Midoriya.
Tenko volvió a sonreír, pero esta vez con un toque de melancolía.
—Sí, quizás. Pero es mi amiga, ¿saben? Quiero entender qué le pasa.
—Entonces, ¿por qué no le preguntas directamente? —preguntó Momo, deteniéndose frente a una puerta que sabía que era la de Uraraka.
Tenko encogió los hombros.
—Porque a veces, Momo-chan, preguntar directamente hace que la gente se cierre más. Mejor intentemos entenderla antes de abrir esa puerta.
Jirou suspiró, apoyándose contra la pared junto a la puerta.
—Y eso viene del tipo que no tiene filtro para nada. Irónico, ¿no creen?
Tenko sonrió, llevándose una mano al pecho.
—¡Lo sé! Soy una caja de sorpresas.
Momo suspiró, mirándolo con una mezcla de frustración y diversión.
—Solo espero que no compliques más las cosas, Tenko-kun.
Él le guiñó un ojo.
—Nunca. Bueno, casi nunca.
Y con eso, se prepararon para tocar la puerta.
Sin embargo...
Tenko se detuvo en seco, como si hubiera visto una señal divina en medio del pasillo.
Sus ojos se abrieron de par en par, brillando con una mezcla de epifanía y absoluta conmoción.
Inhaló profundamente, llevando ambas manos a su boca como si acabara de presenciar el mayor giro de trama de su vida.
—¡Lo tengo! —dijo entre dientes, sus palabras apenas audibles mientras sus piernas temblaban.
Jirou y Momo, alarmadas por su repentino comportamiento, lo miraron como si estuviera a punto de desmayarse.
—¿Qué pasa ahora? —dijo Jirou, cruzando los brazos pero dando un paso hacia él por si necesitaba ayuda.
—Shimura-kun, ¿estás bien? —preguntó Momo, inclinándose ligeramente.
Pero Tenko no respondió.
En cambio, comenzó a inclinarse hacia el suelo, bajando lentamente mientras sus manos seguían cubriendo su rostro, hasta quedar sentado de rodillas en una postura tan exagerada que parecía sacada de un manga shoujo.
—¡¿Cómo es que no lo vi antes?! —exclamó dramáticamente, con las manos ahora tirándose del cabello mientras miraba al techo—. ¡Soy un idiota! ¡Un completo idiota cegado por la rutina diaria!
—¡¿Qué demonios te pasa?! —gritó Jirou, ahora genuinamente preocupada, mientras Momo retrocedía un paso.
—¡Esto cambia todo! —continuó Tenko, sus ojos llenándose de lágrimas fingidas mientras hablaba con una voz que subía de tono como la de una protagonista de telenovela—. ¡La forma en que Chako-chan miraba a Izuku últimamente, esos momentos extraños entre ellos, y sobre todo...!
Se levantó de golpe, apuntando al techo con un dedo acusador, como si estuviera enfrentándose al destino mismo.
—¡El hecho de que ya no lo llama Deku-kun!
Momo se quedó boquiabierta, mientras Jirou alzaba las manos en un gesto de absoluta confusión.
—¿Qué rayos estás diciendo? —preguntó Jirou, su tono un balance perfecto entre incredulidad y exasperación.
—¡Es tan obvio! —continuó Tenko, llevándose un puño al pecho mientras hablaba con la intensidad de un general declarando una guerra—. Ellos están saliendo
Hubo un silencio absoluto en el pasillo.
Momo abrió los ojos de golpe, como si alguien le hubiera lanzado un balde de agua fría. Jirou, en cambio, retrocedió un paso, cubriéndose el rostro con ambas manos mientras se sonrojaba visiblemente.
—¡¿Qué estás diciendo?! —gritó Jirou, su voz resonando en el pasillo.
—Es que tiene todo el sentido, Kyoka-chan. Piensa en ello. ¿Por qué estaban tan raros? ¿Por qué estaban solos en la camioneta? ¡Porque son novios de manita sudada! —dijo Tenko, haciendo un gesto ridículo con ambas manos como si estuviera juntando las de una pareja imaginaria.
—¡¿Qué demonios significa "manita sudada"?! —espetó Jirou, mirándolo con una mezcla de frustración y horror—. ¡Deja de decir cosas raras!
Jirou giró hacia Momo, buscando apoyo, pero lo único que encontró fue a su amiga tambaleándose hacia atrás, con los ojos perdidos en el vacío.
—...¿Midoriya-san y Uraraka-san son novios? —susurró Momo para sí misma, repitiendo la frase como si tratara de convencer a su cerebro de que era real.
—¡Momo! —gritó Jirou, agitando una mano frente a su rostro—. ¡Dime que no estás tomándote en serio a este idiota!
Pero Momo estaba demasiado inmersa en sus pensamientos para responder.
Mientras tanto, Tenko había vuelto al suelo, tirado de manera exageradamente dramática mientras lágrimas imaginarias corrían por su rostro.
—¡¿Por qué no me lo dijeron?! ¡Pensé que éramos amigos, camaradas! ¡Compartimos almuerzos juntos! ¡Les di de mi pan relleno, por el amor de Dios!
Jirou, con una vena palpitando en la sien, se inclinó hacia él, agarrándolo por el cuello de la camisa y levantándolo hasta que sus caras estuvieron a centímetros de distancia.
—¡¿Quieres callarte ya?! ¡Si sigues diciendo tonterías, Momo se va a desvanecer como una vela al viento!
Tenko parpadeó, dejando caer los brazos a los costados como si se hubiera rendido ante la vida.
—Pero... pero es tan obvio. ¡Kyoka-chan, sabes que tengo razón!
—¡No, no la tienes! —gritó Jirou, agitándolo ligeramente mientras sus ojos brillaban con ira.
En ese momento, la puerta frente a ellos se abrió de golpe, haciendo que los tres se giraran de inmediato.
Uraraka estaba parada en el umbral, con una expresión de desconcierto absoluto.
Miró a Tenko, que seguía siendo sujetado por Jirou, a Momo, que aún murmuraba para sí misma, y finalmente a Jirou, cuya cara seguía roja por una mezcla de ira y vergüenza.
—¿Qué... están haciendo? —preguntó, su tono tan confuso como el de alguien que acaba de entrar en medio de una conversación surrealista.
[...]
El aire nocturno en el pequeño sendero detrás de la posada estaba cargado de un silencio casi ceremonial, roto únicamente por los crujidos de las ramas bajo las botas de Mineta y Kaminari.
Mientras caminaban, el primero avanzaba con determinación, como si estuviera en una misión sagrada, mientras Kaminari lo seguía con el ceño ligeramente fruncido y los brazos cruzados detrás de la cabeza.
—De verdad que no estoy seguro de esto, Mineta —dijo Kaminari, suspirando mientras observaba las sombras de los árboles moverse con la brisa—. No me malinterpretes, tetas siempre suena como un buen plan, pero no puedo evitar pensar que deberíamos estar más preocupados por Midoriya.
Mineta se detuvo en seco, girándose hacia él con una expresión que mezclaba decepción y ofensa.
—¡¿Qué acabas de decir?! —preguntó, apuntando un dedo tembloroso hacia el pecho de Kaminari—. ¡Repite eso si tienes el valor, traidor del espíritu masculino!
—Solo digo que... ¡Agh, suelta! —Kaminari se quejó mientras Mineta lo agarraba por el cuello de la camisa y comenzaba a sacudirlo como si tratara de exorcizarlo.
—¡Los amigos son eternos, Kaminari, pero las tetas son efímeras! —gritó Mineta, su voz cargada de una pasión casi heroica—. Están ahí, justo ahora, justo hoy. ¡¿Qué clase de hombres seríamos si dejáramos pasar esta oportunidad?!
Kaminari intentó replicar, pero Mineta no lo dejó, extendiendo un brazo hacia el final del pequeño sendero con un gesto teatral, como un explorador que había descubierto un tesoro perdido.
—¡Allí, más allá de este camino! ¡Está el paraíso!
El rubio se quedó boquiabierto por un segundo, entre confundido y ligeramente impresionado por la determinación de su amigo. Luego suspiró y rascó la parte trasera de su cabeza, tratando de ordenar sus pensamientos.
—Mira, no estoy diciendo que no quiera... bueno, tú sabes. Pero ¿no te parece un poco... bajo? —preguntó Kaminari, alzando una ceja—. Digo, esto no es muy heroico, ¿o sí?
—¡Esto no tiene nada que ver con ser héroes! —replicó Mineta, cruzando los brazos mientras levantaba la barbilla con un aire digno—. Esto tiene que ver con vivir la vida al máximo, Kaminari. Tú eres eléctrico, hermano, pero a veces actúas como si estuvieras desenchufado.
Kaminari frunció el ceño, pero antes de que pudiera responder, Mineta se inclinó hacia adelante, reduciendo la voz a un susurro dramático.
—Además, ¿quién dijo que no estamos ayudando a Midoriya? ¡Estamos aquí para distraernos y recargar energías! Si seguimos pensando en él, nos vamos a agotar. ¡Y nadie puede salvar a un amigo con la mente agotada, Kaminari!
El rubio lo miró, incrédulo.
—Eso es literalmente la excusa más barata que he escuchado en mi vida.
—¿Funciona? —preguntó Mineta, ladeando la cabeza como un cachorro.
—Sí, pero odio que lo haga —admitió Kaminari, dejando caer los hombros.
La conversación continuó mientras atravesaban el bosque.
Kaminari intentaba, sin éxito, convencer a Mineta de que su plan no tenía sentido, mientras este defendía su causa con una lógica tan torcida que casi parecía tener sentido.
Finalmente, después de unos minutos de marcha, Mineta se detuvo de golpe, levantando una mano para que Kaminari también se detuviera.
—¿Qué pasa ahora? —preguntó Kaminari, cruzando los brazos con impaciencia.
Mineta se giró lentamente, su rostro iluminado por una mezcla de asombro y emoción. Señaló hacia adelante con un dedo tembloroso.
—¡Están ahí!
—¡¿Qué?! —exclamó Kaminari, empujándolo a un lado mientras corría hacia el borde del sendero.
Ambos se agacharon detrás de un arbusto en la cima de una pequeña colina que daba al baño termal al aire libre. Kaminari apartó cuidadosamente unas ramas para poder ver mejor, y allí estaban: un par de figuras femeninas se relajaban en el agua, sus cuerpos envueltos en toallas que apenas cubrían lo esencial.
—¿Es... Asui? —murmuró Kaminari, tratando de enfocar bien.
—¡Y Hagakure! —añadió Mineta, susurrando con tanta emoción que parecía a punto de llorar—. ¡Esto es como un sueño hecho realidad!
—Espera, ¿cómo sabes que es Hagakure? —preguntó Kaminari, entrecerrando los ojos.
—¡¿Cómo no lo sabría?! Es un don, amigo, un sexto sentido.
Kaminari puso los ojos en blanco, pero no pudo evitar que sus mejillas se calentaran un poco mientras seguía observando. Asui estaba sentada en el borde, chapoteando el agua con los pies, mientras Hagakure parecía estar sumergida casi por completo, su toalla flotando apenas sobre el agua.
—¿Ves eso? —susurró Mineta, agarrando el brazo de Kaminari mientras señalaba con la otra mano—. ¡Es la gloria misma!
Kaminari asintió lentamente, aunque una parte de él no podía dejar de sentirse culpable.
—Vale, pero... ¿y si nos descubren? —preguntó, su voz apenas un hilo de nerviosismo.
—Eso es un riesgo que estoy dispuesto a correr —respondió Mineta, con una sonrisa que le recorría todo el rostro.
Pero antes de que pudiera añadir algo más, el arbusto bajo el que estaban comenzó a crujir. Ambos se congelaron, intercambiando miradas nerviosas mientras el sonido se hacía más fuerte.
—¿Qué fue eso? —preguntó Kaminari en voz baja.
—Probablemente... una ardilla, o algo así —dijo Mineta, aunque su tono no era muy convincente.
Kaminari suspiró, apartando unas ramas para ver mejor. No es que no quisiera estar allí, era un hombre, después de todo pero algo lo incomodaba.
Sus ojos se movieron por el área, casi como si buscaran a alguien en particular.
—¿Qué estás buscando? —preguntó Mineta, notando su actitud distraída mientras le daba un codazo.
—Nada —respondió Kaminari, aunque su voz sonaba un poco apagada. Después de unos segundos, murmuró—. Tal vez tenías razón. Quizás las otras chicas no están aquí. Probablemente están pensando en cómo ayudar a Midoriya en vez de perder el tiempo como nosotros.
Mineta giró su cabeza hacia él tan rápido que se escuchó un leve crujido, como si su cuello estuviera hecho de bisagras oxidadas.
—¿Qué... dijiste? —preguntó, sus ojos llenos de incredulidad y rabia contenida.
Kaminari frunció el ceño, algo frustrado.
—Dije que admito que quiero ver tetas al aire libre, ¿de acuerdo? —confesó, alzando las manos como si se estuviera rindiendo—. ¡Claro que quiero ver cómo el viento o el agua resalta... ya sabes, esos puntos!
—¡Por supuesto que lo quieres! —gritó Mineta, aunque su entusiasmo fue rápidamente interrumpido cuando Kaminari levantó un dedo.
—Pero —continuó Kaminari, su tono ahora más firme—, también creo que hay cosas más importantes que eso ahora mismo. Y una de esas cosas es Midoriya. Si está pasando por algo difícil, ¿no deberíamos estar apoyándolo en lugar de estar aquí escondidos como un par de pervertidos?
Mineta parpadeó, su cerebro procesando lentamente esas palabras como si fueran un idioma extranjero. Finalmente, levantó una ceja.
—¿Es por Jirou, verdad?
Eso detuvo a Kaminari en seco.
—¿Qué... qué tiene que ver Jirou con esto? —preguntó, su voz subiendo de tono mientras su cara comenzaba a ponerse roja.
—¡Ahá! —exclamó Mineta, apuntándolo con un dedo acusador—. ¡Sabía que esto no era sobre Midoriya! ¡Es porque no está Jirou!
—¡Eso no tiene nada que ver! —gritó Kaminari, su rostro ardiendo de vergüenza.
Mineta no parecía convencido y volvió su atención al baño termal justo a tiempo para ver cómo Asui comenzaba a levantarse, sus manos moviéndose lentamente hacia su toalla.
―Sigo sin entender que le vez a la seca esa ―dijo sin interés.
Sus ojos casi se le salen de las cuencas al darse cuenta de lo que estaba a punto de pasar.
—¡Espera... espera...! —susurró frenéticamente, sus pupilas temblando mientras la toalla comenzaba a deslizarse hacia abajo.
Kaminari, sin embargo, tenía otra prioridad.
—¡¿Cómo puedes decir algo tan estúpido?! —dijo, agarrando a Mineta por los hombros y girándolo hacia él—. ¡No entiendes nada sobre el encanto de la simpleza!
—¿Qué encanto? —preguntó Mineta, señalando hacia el agua como si la respuesta estuviera escrita allí—. ¡Tenemos razones mucho más grandes para admirar en nuestra clase! Mina, Uraraka, Yaoyorozu... ¡sobre todo Yaoyorozu! ¡Esas son verdaderas obras maestras de la naturaleza! ¿Jirou? Sus limones no tienen nada en especial.
Eso fue suficiente para que una vena comenzara a formarse en la frente de Kaminari.
—¡Retira eso! —exclamó, agitándolo violentamente—. ¡Quizás las mujeres voluptuosas sean geniales, pero las que no tienen grandes... dotes... tienen otros encantos que jamás entenderías!
Ambos comenzaron a pelear en serio, rodando por el suelo mientras lanzaban insultos sobre los gustos del otro.
Sin embargo, entre los sonidos de la pelea, un crujido detrás de ellos se hizo más prominente.
—¿Qué fue eso? —preguntó Kaminari, deteniéndose por un segundo mientras sostenía a Mineta en una llave improvisada.
—¿Otra ardilla? —murmuró Mineta, tratando de liberarse.
En la posada la puerta de la habitación de Midoriya habia sido abierta mientras Todoroki estaba en medio de la habitación mientras que Mina junto a Ojiro se asomaron por el marco de la puerta.
Todoroki giro hacia ellos he inclino su cabeza hacia un lado.
[Midoriya no estaba.]
Antes de que pudieran especular más, un arbusto cercano se movió y, de entre las sombras, apareció Izuku, quien lucía notablemente cansado pero sorprendido de verlos allí.
—¿Qué están haciendo aquí? —preguntó, parpadeando lentamente mientras los observaba desde la penumbra.
Kaminari y Mineta se congelaron, como si los hubieran atrapado en un crimen.
—¿Y... tú? —preguntó Kaminari, tratando de cambiar el tema mientras soltaba a Mineta.
Izuku suspiró, sus hombros cayendo ligeramente.
—Sólo necesitaba algo de aire fresco para pensar... y quizás una caminata me ayudaría a aclarar mi mente —dijo, avanzando unos pasos hacia ellos—. Pero, en serio, ¿qué hacen aquí?
Antes de que los chicos pudieran responder, se escuchó el sonido de una puerta deslizándose, seguido por un murmullo que los puso alerta.
Izuku, distraído, continuó acercándose al borde de la colina mientras hablaba.
—Es raro encontrarlos aquí. ¿Están entrenando o algo así?
Fue entonces cuando una tercer chica salió del baño termal.
Kaminari y Mineta intentaron advertirle, pero Izuku ya estaba lo suficientemente cerca como para ver lo que sucedía.
Su mirada se cruzó con la de Shimura Hana, quien acababa de entrar, sosteniendo su toalla apenas contra su pecho.
Los ojos de Izuku se abrieron como platos, el color subiendo a su rostro tan rápido que casi parecía que iba a explotar.
Dio un paso atrás con tanta torpeza que una rama bajo sus pies se rompió, llamando la atención de las chicas.
—¡¿Qué está pasando ahí?! —preguntó Asui, parpadeando hacia el arbusto.
El suelo de la orilla de la colina se abrió. Un pequeño deslave he Izuku quedo colgado de una rama.
Izuku, en pánico, miró hacia Kaminari y Mineta, quienes compartieron una rápida mirada antes de volverse en silencio y caminar hacia la oscuridad como si no tuvieran nada que ver con la situación.
—¡¿Eh?! ¡Chicos, ayúdenme! —gritó Izuku.
[Traición limpia y segura.]
Tambaleándose antes de perder el equilibrio por completo y caer colina abajo, rodando entre ramas y hojas hasta aterrizar directamente en el agua termal con un enorme chapuzón.
*¡SPLASH!*
El estruendo del agua y el sonido de ramas quebrándose resonaron como un trueno en el baño termal de las mujeres.
Toru y Asui se giraron al unísono hacia el epicentro del desastre, mientras que una nube de vapor envolvía el lugar donde alguien había caído, causando un caos inesperado.
Al otro lado del baño, en la sección de los hombres, los chicos interrumpieron sus conversaciones, confundidos por el ruido.
—¿Qué demonios fue eso? —preguntó Sero, dejando caer una toalla al suelo.
—¿Un animal? —sugirió Kirishima, aunque su expresión no denotaba demasiada confianza en su propia teoría.
Shoji estaba sentado tranquilamente en el borde, lanzando una mirada hacia Iida, quien estaba completamente sumergido en el agua, dejando escapar ocasionales burbujas.
—¿Crees que está vivo? —preguntó Shoji, inclinando una de sus múltiples manos hacia el agua para tantear el hombro de Iida.
—Sólo está... procesando cosas —respondió Kirishima, aunque no sonaba del todo seguro.
Mientras tanto, del otro lado, el agua burbujeaba mientras
Izuku emergía, jadeando por aire y claramente adolorido.
Se tocó la espalda, evaluando el daño mientras murmuraba para sí mismo:
"El agua no era lo suficientemente profunda para amortiguar la caída... ¡Ah, mi coxis!" pensó.
Sin embargo, cuando levantó la vista, sus pensamientos se detuvieron en seco. Frente a él, Toru Hagakure, la siempre invisible compañera de clase estaba de pie en el borde del baño... pero su toalla había caído al suelo, dejando únicamente su grito de puro pánico como evidencia de lo que estaba ocurriendo.
—¡¡¡NO MIIIIIIIRES!!! —gritó Toru, levantando las manos en un intento inútil de cubrir lo que nadie podía ver de todos modos.
—¡¿EH?! ¡NO ESTOY MIRANDO! —gritó Izuku automáticamente, cubriéndose los ojos, aunque el rojo en su rostro dejaba claro que, incluso si no podía ver, el mero contexto ya era demasiado para él.
Giró su cabeza desesperadamente hacia otro lado, solo para encontrarse con Tsuyu Asui, completamente desnuda. Su expresión tranquila desapareció al instante mientras se llevaba una mano al pecho y la otra bajaba rápidamente para cubrirse.
—Ribbit... Midoriya-chan, esto es un poco incómodo, ¿sabes? —dijo, ladeando la cabeza con su habitual tono neutral, aunque un notable sonrojo adornaba sus mejillas.
—¡Lo siento, lo siento, lo siento! —gritó Izuku, dándose la vuelta para evitar mirarla también, aunque el color de su cara había evolucionado de un rosado a un rojo intenso, casi como si estuviera al borde de explotar.
Y entonces llegó la cereza del pastel.
Hana Shimura, recién llegada, observó la escena con una mirada curiosa mientras mantenía su toalla precariamente sostenida contra su pecho.
Sus ojos recorrieron a Toru gritando al aire y a Tsuyu cubriéndose con aparente calma. Finalmente, llegó a una conclusión completamente errónea.
"Oh, ya entendí", pensó Hana para sí misma, mientras una pequeña sonrisa traviesa cruzaba su rostro.
Con un movimiento deliberado, dejó caer su toalla al suelo, adoptando una pose dramáticamente avergonzada.
—¡Tonto, Izuku! —exclamó, llevándose las manos al rostro como si estuviera actuando en un melodrama de época, aunque claramente no sentía ni una pizca de vergüenza real.
El grito de Izuku resonó como un eco y, del otro lado, los chicos comenzaron a ponerse de pie.
—¿Esa... era la voz de Midoriya? —preguntó Kirishima, sus ojos entrecerrándose con confusión mientras se levantaba del agua.
Shoji, sin moverse demasiado, inclinó una oreja hacia el sonido.
—Sí. Creo que sí lo era.
Iida lanzo su última burbuja de oxígeno. Cuando Shoji se dio cuenta, Iida estaba azul.
[...]
La habitación estaba en calma, iluminada por una lámpara tenue sobre la mesa de noche.
Uraraka estaba sentada al borde de la cama, su postura tensa, mirando al suelo como si intentara encontrar ahí las respuestas a las preguntas que flotaban en el aire.
Sus manos estaban firmemente apoyadas en la cama, y el leve temblor en sus dedos no pasó desapercibido para Jirou, quien observaba la escena desde la silla en el balcón.
Jirou mantenía los brazos cruzados, su codo apoyado en el brazo del asiento mientras miraba hacia la oscuridad de la noche.
El leve viento movía las cortinas a su espalda, pero ella permanecía en silencio, observando el reflejo de las luces lejanas. Por otro lado, Tenko estaba sentado en la alfombra, con las piernas cruzadas, tamborileando los dedos sobre su rodilla como si no supiera dónde poner sus manos.
Momo estaba igual, aunque su compostura era más formal, sentada sobre sus talones con las manos apoyadas delicadamente en su regazo.
—Ya veo... —dijo finalmente Momo, rompiendo el silencio. Su voz era suave pero firme, como si intentara procesar lo que acababa de escuchar. Sacudió la cabeza ligeramente mientras asentía para sí misma, su expresión tornándose más serena—. Esa es la situación, supongo.
Uraraka levantó la mirada por un momento, solo para bajarla con rapidez otra vez, claramente incómoda con la atención centrada en ella.
El sonrojo en sus mejillas era evidente, pero no tanto como la sensación de incomodidad que transmitía su postura.
—Sí... algo así... —respondió en un tono bajo, como si tratara de pasar desapercibida.
Momo asintió nuevamente, esta vez con más énfasis. Internamente, estaba aliviada por una razón completamente diferente, pero trató de mantener su compostura mientras repetía en su cabeza:
"Entiendo, entiendo... qué bueno..." aunque su rostro permanecía neutral, Jirou, desde el balcón, notó una ligera curva en los labios de Momo. La guitarrista alzó una ceja y desvió la mirada hacia el cielo oscuro, reprimiendo una sonrisa.
"Es tan obvia... casi da ternura..." pensó, mientras fingía no estar prestando atención.
Fue entonces cuando Tenko, sentado en el suelo, levantó un puño con determinación y lo golpeó contra su otra palma, rompiendo la tensión del momento con su tono animado.
—¡Ah, ya decía yo! —exclamó, atrayendo las miradas de las tres chicas.
Momo lo miró con una mezcla de curiosidad y desconfianza, mientras que Jirou giró la cabeza solo lo suficiente para ver qué se traía entre manos.
—¿Decías qué? —preguntó Jirou desde su rincón, su tono claramente escéptico.
Tenko sonrió ampliamente, como si estuviera a punto de revelar un secreto de estado.
—He escuchado ese nombre antes. ¡Himiko Toga! —dijo, apuntando hacia el techo como si acabara de resolver un caso detectivesco—. Bueno, en realidad no escuché mucho... solo el nombre y una cosita más.
—¿Una cosita más? —repitió Jirou, arqueando una ceja.
—¡Sí! —respondió Tenko, girándose hacia ella mientras seguía sentado—. Izuku me dijo algo al respecto. No mucho, solo que esa chica fue... alguien importante en su pasado.
Momo frunció el ceño ligeramente, inclinándose hacia adelante. Su tono fue más serio esta vez.
—Si fue alguien importante, entonces no puede ser algo tan sencillo, ¿verdad? Midoriya-San parecía realmente afectado. Esto no es solo... nada.
Tenko se giró hacia Momo, levantando ambas manos y apuntándola con los índices, como si le estuviera disparando su apoyo.
—¡Tienes toda la razón, Momo-Chan! Siempre tan perspicaz. Es por eso que eres mi favorita.
Momo se sonrojó ligeramente, aunque no dejó de mirarlo con desaprobación. Jirou, desde el balcón, soltó un suspiro audible.
"¿Favorita? Este tipo no tiene vergüenza..." pensó.
—Entonces... —interrumpió Momo, girándose hacia Uraraka con una mirada inquisitiva—, ¿quién es exactamente esta Himiko Toga?
Uraraka levantó la cabeza lentamente, inclinándola hacia un lado como si intentara recordar algo importante.
Luego habló con un tono calmado, aunque su mirada evitaba hacer contacto directo con nadie.
—Himiko es... una amiga. La conocí hace unos tres años, antes de mudarme a Musutafu para asistir a la academia. Nos hicimos muy cercanas durante ese tiempo. Pasábamos mucho tiempo juntas, ya saben, esas cosas de amigas...
Mientras hablaba, su voz parecía natural, pero había algo en su postura que resultaba... sospechoso.
Como si estuviera seleccionando cuidadosamente cada palabra. Jirou no pudo evitar notar este detalle, aunque no dijo nada, simplemente observó desde su rincón.
—¿Y luego? —preguntó Momo, inclinándose ligeramente hacia adelante, claramente interesada.
—Bueno, —continuó Uraraka, cruzando las manos sobre su regazo—, cuando me mudé aquí, dejamos de vernos con tanta frecuencia. Ahora nos encontramos de vez en cuando, pero no sabía que ella conocía a Izuku-kun.
Momo asintió una vez más, como si estuviera juntando las piezas del rompecabezas en su mente. Jirou, por otro lado, no pudo evitar murmurar algo desde el balcón.
—Sí, sí, claro... cosas de amigas.
Tenko giró hacia Jirou con una sonrisa traviesa, apuntándola con los dedos una vez más.
—¡Oye, oye! No seas tan desconfiada, Kyoka-Chan. Las amigas tienen secretos, ¿no es así?
—Y tú no deberías estar tan relajado —respondió Jirou con tono seco, girándose para mirarlo directamente—. Si esto es solo "nada", ¿entonces por qué Midoriya está tan afectado?
Tenko levantó las manos en señal de rendición, aún con su sonrisa juguetona.
—¡Buena pregunta, buena pregunta! Pero vamos, puede que estemos exagerando un poco, ¿no crees? Quizás solo lo malinterpretamos.
Jirou lo miró fijamente por unos segundos antes de soltar un suspiro y girarse nuevamente hacia la noche.
—O puede que seas tú quien no lo está tomando en serio...
Uraraka, mientras tanto, permaneció en silencio, su mirada volviendo al suelo mientras sus manos se tensaban ligeramente sobre sus piernas.
—Eso sí que es raro... —dijo Tenko, llevándose la mano al mentón como si estuviera meditando un gran misterio—. ¿Y nunca te lo mencionó? Quiero decir, si eran tan amigas y todo eso...
—No... nunca. —Uraraka negó con la cabeza, sus cejas fruncidas.
"Pero ¿realmente no lo sabía o solo está actuando?" pensó Jirou, quien observaba cada detalle desde su silla.
Momo, sin poder evitarlo, dejó escapar una exclamación de sorpresa.
—Entonces, ¿por qué Midoriya-San no nos ha contado nada? Quiero decir, si se trata de una persona de su pasado que está causando tanto alboroto...
—Tal vez... porque no quiere preocuparnos —sugirió Jirou, interrumpiendo a Momo con un tono pensativo—. O porque es algo que no puede compartir. Ya saben cómo es. Siempre ha sido así.
—Sí, es un poco cabezón con esas cosas. —Tenko se rascó la nuca, mirando a Uraraka con una sonrisa algo torpe—. Pero tú, Chako-chan, pareces saber algo más. Vamos, no te lo guardes. Somos amigos, ¿no?
—Yo... —Uraraka parecía dudar, su mirada iba de uno a otro, como si tratara de encontrar las palabras adecuadas—. Realmente no sé nada más.
Tenko suspiró dramáticamente, dejándose caer hacia atrás con las manos sobre la cabeza.
—¡Esto es un lío! Una amiga secreta, un Izuku emocionalmente misterioso, y aquí estamos nosotros tratando de juntar las piezas como detectives de medio tiempo.
Jirou bufó, pero no pudo evitar una leve sonrisa.
—Eso es porque eres un desastre. No ayudas en nada.
—¡Eh, estoy ayudando con mi presencia moral! —respondió Tenko, poniéndose de pie de un salto y señalándola con aire indignado.
Momo los observaba a ambos con el ceño fruncido, pero en su mente seguía repitiéndose lo mismo una y otra vez. "Midoriya-San y Uraraka no están saliendo. Eso es bueno... ¿no?"
Uraraka, por su parte, permanecía en silencio.
Momo se cruzó de brazos, pensativa, mientras observaba a Uraraka, Jirou y Tenko. La situación seguía en el aire, como una bola flotando sin caer.
—Entonces, si no es nada serio entre Midoriya-San y Himiko... —dijo Momo, buscando aclarar las cosas. Su tono era calmado, pero también algo curioso—, ¿qué piensan hacer ahora? ¿Lo vamos a dejar todo así? Porque si Midoriya-San está confundido por esto, tal vez deberíamos hablar con él.
Uraraka levantó la mirada, notando la preocupación de Momo. Pero rápidamente desvió la vista, mordiéndose el labio inferior.
—No sé si sería lo mejor. Izuku-Kun... a veces se encierra en sí mismo con este tipo de cosas. —Sus palabras parecían vacilar, como si estuviera buscando la forma de decir lo que realmente sentía sin dejar demasiado en claro.
Jirou, desde el balcón, giró en su silla, apoyando los codos en el respaldo mientras los miraba, con un brillo curioso en los ojos.
—Sí, bueno, Midoriya tiene una manera muy peculiar de lidiar con sus problemas, ¿no? Siempre lo he sabido. Pero esto parece algo más grande que lo usual. Si está afectado, lo mejor sería hablar con él.
Tenko asintió con la cabeza, encogiéndose de hombros.
—Aunque claro, siempre he creído que, en cuestiones del corazón, Midoriya no es el más abierto de todos. —Miró a Uraraka y le lanzó una sonrisa traviesa—. Pero, eh, no le vendría mal un empujoncito. A veces los chicos se encierran más de lo que deberían.
Uraraka se sonrojó ligeramente, sintiendo que todos los ojos estaban sobre ella. Tenko había tocado un punto que la hacía sentir incómoda, pero intentó mantener la calma.
—Sí, es cierto... Pero no quiero forzar nada. Si él no quiere hablar de eso, lo entenderé. —Hizo una pausa, mirando las manos que aún descansaban sobre la cama. Un suspiro escapó de sus labios antes de continuar—. No quiero que se sienta presionado por nosotros.
Momo, siempre tan lógica, levantó una ceja, su mirada escaneando la habitación.
Momo asintió con calma, con esa serenidad que siempre la caracterizaba.
—Entiendo tu punto, Uraraka. Pero ahora que más o menos entendemos la situación, creo que la mejor manera de llevar esto es un poco por debajo de las nubes, ¿me entienden? Mantengámonos al margen y esperemos que Midoriya-san nos necesite.
Un silencio corto se instaló mientras todos en la habitación se miraban, un momento de entendimiento compartido. Cada uno, de alguna forma, había captado el mensaje. Tenko, con su actitud relajada, fue el primero en romperlo.
—Claro, claro —dijo con una sonrisa ladeada, encogiéndose de hombros—. No se puede forzar a la gente a abrirse. Pero, si me preguntan, a veces el mejor momento es cuando uno menos lo espera.
Jirou, que aún se encontraba en el balcón, asintió con un leve movimiento de cabeza, como si meditara sobre las palabras de Momo.
—Está bien, pero que no se nos olvide que esto no se trata solo de esperar. A veces hay que ser un poco proactivos sin invadir el espacio de alguien.
―¡Claro!
Los tres sonrieron.
Uraraka... igual.
——————————
[A veces, cuando alguien está buscando su camino, el corazón humano tiende a alejarse poco a poco de lo que lo hace sentir... todo. Como si la búsqueda de su individualidad lo desensibilizara, y eso es lo que nos hace tan complejos. La gente que trata de encontrar su lugar en este mundo acaba por perder, en el proceso, todas esas pequeñas cosas que antes consideraba importantes.]
——————————
Uraraka, mirando la puerta abierta, parecía escuchar las palabras de Momo de una forma diferente, como si las sintiera resonar en su interior, tocando una fibra que aún no comprendía por completo.
Entonces, sin que nada más se dijera, las tres chicas se levantaron y se despidieron, saliendo de la habitación de Uraraka.
La puerta se cerró suavemente detrás de ellas, dejando a la chica frente a su reflejo en la madera de la puerta, su mente sumida en pensamientos.
Mientras tanto, en el pasillo, el grupo que había estado en las aguas termales se encontraba en su peculiar estado de caos y confusión. Shoji, con su inconfundible compostura, cargaba a un Izuku visiblemente agotado, su rostro rojo de vergüenza.
A su lado, Toru y Asui lo miraban con una mezcla de desaprobación y exasperación.
—¡Eres un desastre, Midoriya! —dijo Asui, cruzándose de brazos, mientras Toru se limitaba a suspirar, la toalla caída de su cuerpo haciendo que la situación fuera aún más incómoda.
Hanna, que hasta ese momento había estado riendo a escondidas por lo bajo, no pudo evitar soltar una pequeña carcajada.
El pobre Izuku se veía completamente fuera de lugar, y lo sabía.
Mina, quien había estado escuchando la conversación de lejos, se acercó rápidamente a Sero, soltando una carcajada ruidosa.
—¡No puedo creerlo! ¡Midoriya cayó al agua con todo y vergüenza! —Exclamó, tirándose hacia atrás, casi en el suelo de lo mucho que se reía.
—¡Sí! ¡Qué desastre!—respondió Sero, también soltando risas sin medida.
Todo esto transcurría como algo cotidiano, algo que, aunque vergonzoso para algunos, se hacía parte de la dinámica del grupo.
Nadie parecía tomarlo demasiado en serio, a pesar de que todo el grupo se había enterado rápidamente de lo ocurrido en las aguas termales.
La risa seguía sonando, mezclada con algunos murmullos de confusión y desdén por la caída de Izuku, pero al final, todo quedaba en una anécdota más para contar.
Sin embargo, en la habitación de Uraraka, la atmósfera estaba cargada de algo distinto.
Ella permanecía quieta en el marco de su puerta, como si un par de manos invisibles estuvieran sosteniéndola allí, pensando. Pensando... pensando...
El pasillo seguía en su propio caos alegre, pero dentro de su habitación, el tiempo parecía haberse detenido para Uraraka, atrapada en la maraña de pensamientos que se entrelazaban una y otra vez, sin encontrar una salida clara.
Uraraka permaneció quieta, su figura recortada en la puerta como un fantasma a la espera de algo que ella misma no sabía describir.
El pasillo frente a ella estaba lleno de risas y voces mezcladas, un murmullo constante que apenas lograba penetrar en la burbuja de silencio que la rodeaba.
Los demás seguían adelante, dejándose llevar por la ligereza del momento, pero Uraraka se sentía atrapada en algo más, algo que no podía soltar.
[Sin importar cuántos errores cometas, si alguien está dispuesto a perdonarte, puede que la misma ola que nazca del perdón se extienda, contagiando a otros, llenándolos de misericordia para los seres rotos y malditos de este mundo...]
La frase le sonaba, como si fuera algo aprendido de tanto escucharla, o algo que alguna vez le dijeron y que ahora simplemente se quedaba dando vueltas en su mente.
Pero al mismo tiempo, esa misma idea la golpeó con más fuerza de lo que esperaba.
[¿De verdad podemos perdonar?]
La pregunta quedó flotando en el aire de su mente.
Porque, en la teoría, sí, el perdón es posible. Las personas hablan de redención, de segundas oportunidades. Pero en la práctica, cuando alguien es herido, cuando el dolor cala tan profundo, ¿realmente se puede perdonar y olvidar, o solo se logra una tregua temporal?
[Pero en el largo contexto de las cosas... siempre habrá otro gran número de malditos que jamás serán perdonados.]
Esta frase también la había oído muchas veces, quizás en algún libro o en una conversación que no recordaba bien.
Quizás en las palabras de aquellos que le hablaban de la crueldad del mundo, o tal vez solo en sus propios pensamientos.
El concepto de la imposibilidad de la redención se sentía como una losa pesada sobre su pecho. Porque, ¿quién decide quién es digno de perdón y quién no lo es? ¿Cómo se mide la severidad de una falta, de una herida?
Apretó los dientes, como si esa carga fuera algo tangible que pudiera soltar de golpe, pero no podía.
No lo podía hacer, no aún.
Las voces a su alrededor parecían desvanecerse mientras se sumergía en su propio mar de pensamientos.
El bullicio de los demás no era más que un eco distante, como si todo lo que estaba pasando en ese momento fuera parte de una realidad ajena a ella, una película en la que no era la protagonista, pero que sentía profundamente dentro de sí.
Sus ojos miraron a Izuku nuevamente, parado cerca del grupo, intentando parecer más tranquilo de lo que realmente estaba.
[¿Por qué sigues buscando la aceptación de los demás, Izuku?]
La pregunta flotó en su mente como una flecha que no sabía adónde apuntaba.
[¿Qué es lo que realmente te mueve, Izuku?]
Esas palabras se repitieron en su cabeza. Porque todo lo que veía en él, todo lo que había percibido en su tiempo juntos, parecía esconder algo más, algo que no se atrevía a tocar, a preguntar.
[No es solo tu futuro, no es solo tu sueño de ser un héroe... ¿qué pasa cuando te quitan eso?]
Su corazón latía con fuerza. Porque en ese momento, no era solo Izuku quien parecía estar buscando algo más, sino ella misma.
[¿Y yo qué? ¿Qué estoy buscando? ¿Realmente entiendo lo que quiero?]
Una inquietud que llevaba dentro de sí misma se hizo más fuerte, como un impulso que no podía ignorar.
[En el momento en que abandonas algo, simplemente deseas alcanzar algo nuevo.]
Esa verdad la tocó con fuerza. Lo había experimentado, aunque nunca lo había reconocido completamente.
[Es casi como una necesidad, una guía con la que todo ser humano nace... una orden de vida.]
Era tan evidente, tan claro, y sin embargo tan desconcertante. ¿Cómo podía algo tan elemental ser tan complejo? ¿Por qué la vida parecía ir más allá de la simple elección?
Sus pensamientos eran un enredo de dudas y sentimientos, y mientras observaba a Izuku, se dio cuenta de que su mente estaba atrapada en una espiral continua de preguntas sin respuesta.
Los eventos parecían repetirse, como si ella estuviera atrapada en un ciclo sin final.
Cada mirada a Izuku, cada gesto, cada palabra que él decía, parecía ser parte de una secuencia que ella no podía entender completamente, pero que sentía con cada fibra de su ser.
[¿Es esto lo que siempre he estado buscando?]
Uraraka se preguntó, mirando fijamente a Izuku mientras los demás continuaban su camino, casi ajenos a lo que sucedía en su interior. El ruido a su alrededor se desvaneció, y solo quedaba el peso de esa pregunta flotando sobre ella.
Miró a Izuku, a sus ojos, a su postura, a su esfuerzo por mantener la calma.
[¿Es esto lo que quiero?]
Era una pregunta sin respuesta, al menos no aún. Porque al final, no se trataba solo de él, o de lo que él representaba, sino de lo que ella misma deseaba.
La espiral de eventos continuos seguía girando a su alrededor, y ella solo podía mirarlo, perdida en el torbellino de emociones y pensamientos que se arremolinaban en su mente, esperando, quizás, encontrar finalmente alguna respuesta.
Una resolución a su dolor.
Ella sonrió, en el marco de la puerta.
Uraraka... sonrió.
——————————
[No se realmente si esto es lo que quiero, pero lo que se... Es que te deseo.]
——————————
...el abismo le regreso la mirada.
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