EL MONSTRUO QUE ALGUNA VEZ SE LLAMO VINCENT TURNER.
La lluvia volvía a caer, pesada y constante.
Desde allí, podía ver los rascacielos de las grandes corporaciones que una vez soñó dirigir.
Podía imaginar el rostro sonriente de David Shield en alguna pantalla gigante, promoviendo otro avance científico.
En silencio, Wolfram apretó los puños, y el metal bajo sus pies respondió a su rabia, doblándose y quebrándose como si compartiera su dolor.
—Melissa Shield... —murmuró para sí mismo, su voz cargada de un resentimiento profundo.
No era ella el objetivo, ni siquiera una culpable.
Pero era la pieza final del rompecabezas que había llevado a su destrucción.
En ese momento, bajo la lluvia, Wolfram juró que haría temblar los cimientos del mundo de David Shield.
No quedaría nada de su legado... ni siquiera su heredera.
Los años continuaron moviéndose con la misma indiferencia que siempre, pero para Wolfram cada segundo contaba.
Su plan, forjado a lo largo de más de una década, se había convertido en su única razón para seguir.
Destruiría I-ISLAND, el bastión de David Shield y su legado.
No solo lo desmoronaría, sino que también se aseguraría de borrar cada recuerdo de Alissa, cada rastro de lo que alguna vez significó algo en su vida.
Su plan era perfecto.
Había reunido hombres, conexiones, recursos.
Había entrenado hasta el agotamiento, convirtiéndose en una máquina diseñada para superar cualquier obstáculo.
Cada paso estaba calculado, cada detalle supervisado. Wolfram no dejaba lugar para el error.
Y finalmente, llegó el día.
Las luces de la ciudad iluminaban el cielo como si fueran estrellas artificiales, pero Wolfram solo veía objetivos.
Desde su escondite, observaba los últimos preparativos para ejecutar el ataque. I-ISLAND sería arrasada, junto con todo lo que David Shield representaba.
Sin embargo, lo que Wolfram no podía prever era aquello que no pertenecía a este mundo.
Apareció de la nada, como un fantasma que atravesó el tejido de su realidad.
Wolfram no entendía cómo, pero este hombre lo enfrentó con una determinación que ninguna de sus estrategias había anticipado.
Era como si todo lo que había construido, toda la planificación y la fuerza acumulada, se encontrara con un muro inquebrantable.
Wolfram cayó.
No fue solo una derrota física, sino una devastación total.
Todo lo que había planeado fue arrebatado de sus manos una vez más.
Cuando Wolfram recuperó la conciencia, estaba en un lugar que no reconocía.
No había ruido, solo un eco distante que parecía surgir de las entrañas del lugar.
Su cuerpo estaba magullado, sus manos temblaban, y la máscara que lo separaba del mundo y su pasado yacía rota a su lado.
Frente a él, dos figuras se delineaban en la penumbra.
El primero era un hombre de cabello largo y blanco, cuya mirada seria transmitía tanto confusión como una resolución férrea.
Era un rostro que Wolfram nunca había visto antes, pero la presencia de este hombre tenía un peso casi insoportable, como si estuviera hecho de algo más que carne y hueso.
El segundo hombre, en cambio, despertó un recuerdo enterrado en la memoria de Wolfram.
Un tono de piel azulado, una postura rígida y calculadora... Flect Turn. Wolfram lo reconoció de sus interacciones con Human Rise, una de las tantas organizaciones extremistas con las que había tenido tratos fugaces.
—¿Qué demonios está pasando aquí? —gruñó Wolfram, con una voz rasposa cargada de frustración.
Flect Turn lo observó, su rostro traicionando una mezcla de sorpresa y sospecha.
—Eso me gustaría saber a mí. Yo estaba en medio de algo... importante. Y de repente, estoy aquí, contigo y con este hombre —señaló al desconocido de cabello blanco, cuyo semblante no cambió ni un ápice ante las palabras de Flect.
Wolfram apretó los dientes, buscando en su mente una explicación lógica. No había nada. Solo un vacío.
—¡Esto es culpa de alguien! —espetó Wolfram, levantándose con esfuerzo. Su quirk se activó por puro reflejo, haciendo crujir el metal oxidado del suelo bajo sus pies—. ¿Quién de ustedes me trajo aquí?
El hombre de cabello blanco habló por primera vez, su voz profunda y pausada.
—No soy el culpable de esto, pero tampoco estoy aquí por casualidad. Algo nos ha traído a los tres. Algo que no pertenece a ninguno de nuestros mundos.
—¿Nuestros... mundos? —repitió Wolfram con un gruñido incrédulo.
Flect frunció el ceño.
—¿Qué estás insinuando?
El hombre de cabello blanco cruzó los brazos, su mirada fija en algún punto distante.
—Que, quizás, este lugar no es lo que parece. Ni tú, ni yo, ni él deberíamos estar aquí, y sin embargo, aquí estamos.
Wolfram lanzó un golpe al metal cercano, haciendo que un estruendo resonara en el lugar.
—¡Basta de enigmas! Si nadie tiene respuestas, entonces ninguno de ustedes sirve.
El hombre de cabello blanco no se inmutó. Flect Turn dio un paso atrás, su mirada evaluando a Wolfram con cuidado.
—Si no encontramos respuestas juntos, ninguno saldrá de aquí —sentenció el hombre de cabello blanco con firmeza.
Wolfram apretó los puños, sintiendo cómo la rabia y la impotencia se mezclaban en su interior.
No sabía qué estaba pasando ni por qué estaba atrapado con esos dos hombres.
Pero algo en el aire le decía que el plan que había cultivado durante años no importaba más.
El mundo había cambiado. Y con él, su destino.
CHIIIIIR
Un sonido chirriante hizo que los tímpanos de los tres dolieran.
Todo se oscureció y, como si alguien encendiera la luz en un cuarto oscuro, la triada de hombres se giró hacia el centro del pilar de luz que descendía del cielo.
Un trono. Un hombre sentado en él.
Tan solo la luz que llovía sobre él iluminaba de su pecho hacia sus piernas, ocultando su rostro.
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[Sean bienvenidos.]
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Una ola de viento se extendió desde su voz.
Un frío tan gélido que parecía que el planeta Tierra había perdido su sol.
Cada uno se sintió al otro extremo del universo.
Estáticos y sin fuerzas.
Sus pupilas luchaban por desencadenarse de la silueta de aquel hombre.
Sus corazones agitados estaban, y sus pulmones trabajaban de forma agresiva.
Sudaban como cerdos y les faltaba el aire, al igual que sentían una sed infernal.
Para ellos, cada momento era una distorsión de sus realidades.
Era como si estuvieran soñando y, de un momento a otro, el sueño cambiara y toda la estructura de su comprensión fuera afectada.
De este modo, cada uno de los tres presentes parecía totalmente confundido.
Su pierna derecha subió sobre la izquierda, y su mentón recayó sobre el dorsal de su mano, apoyado en el respaldo de la silla.
—Vincent Turner.
PLAF!
Sin poder oponerse, las rodillas del hombre de tez azulada brillante cayeron al suelo. Usó su mano derecha como apoyo, mientras su cabeza parecía apuntar hacia abajo.
—Rikiya Koyama.
Su rodilla derecha tocó el suelo, su brazo izquierdo sobre su pecho.
El temor aumentó.
—Y, por último —levantó su dedo índice y apuntó al último hombre de la cabellera blanca—. Yoshio Inue.
PLAAAM!
Los tres estaban de rodillas, mirando hacia el suelo, sin fuerzas para oponerse.
La habitación se iluminó casi por completo con un tono púrpura.
Estaban rodeados de contenedores de cristal, llenos de cuerpos disformes y antinaturales que, a pesar de sus deformidades, usaban sus ojos brillantes para observarlos.
El trono de aquel hombre seguía en la oscuridad. En un segundo, un brillo carmesí apareció poco a poco.
Dos esferas rojas miraban a los tres arrodillados.
Quejidos salieron de la garganta de ellos, como si intentaran objetar.
El hombre en el trono se percató.
Con un simple ademán de su boca, el cuerpo de uno se levantó de golpe, como si una fuerza invisible lo estuviera usando como un muñeco de juguete. Apresado por la nada, con un sentimiento siniestro recorriendo su cuerpo.
Al costado de aquel hombre, una opaca luz se arremolinaba. Poco a poco, una niebla tomó forma y, en la silueta de un hombre, se transmutó.
—Mi señor, he traído a todos y cada uno de los que solicitó.
El interés de los reunidos se incrementó notoriamente.
Unos se pusieron en tensión, otros se rebulleron inquietos en el lugar donde estaban, y los dos que seguían de rodillas se miraron entre sí.
—Fue más rápido de lo que esperaba —dijo el hombre del trono—. Buen trabajo, Kurogiri.
Sus ojos rojos se clavaron en los de aquel hombre de tez azulada, con tal vehemencia que sentía como si su vida fuera abrasada con una ferocidad inexplicable.
No obstante, Rikiya le sostuvo la mirada, sin perder la poca calma que le quedaba y, pasados unos instantes, la boca sin rostro de aquel hombre en la oscuridad habló.
—Bien. Muy bien. Me alegra que todos ustedes estén aquí. Incluido tú —dijo, apuntando a Rikiya—. Puede que sea un monstruo, pero soy alguien muy apegado a mi patria, y tener a alguien con tus capacidades colocando una bomba me causa algunos conflictos. Flect Turn.
Tras terminar de hablar, soltó una risa espasmódica, y los presentes simplemente parecían seguir atrapados en esa pesadilla.
—Eres bastante inteligente. Tienes un gran objetivo, tienes ambición. Pero, desde mi punto de vista, solo eres un putrefacto pedazo de basura. Careces de la cualidad más importante para lograr algo —con su dedo apuntando aún, lo contrajo y su mano entera formó un puño ascendente—. Poder.
Esa fuerza invisible que estaba aprisionando a Vincent parecía comenzar a comprimirlo más y más, provocando que sus huesos crujieran, sus carnes rugieran y su alma gritara.
Estaba siendo asfixiado.
—Yo puedo ser el pequeño cambio en tus planes. Puedo convertirme en un comodín para tus ambiciones. No esperes que comparta el mismo resultado, pero, ojo por ojo, diente por diente... Favor por favor —devolviendo su brazo hacia la oscuridad, sus ojos se movieron de un lado a otro hasta que el cuerpo de Vincent fue alzado a la misma altura que el de Rikiya.
—Favores más favores pagan agradecimiento. He sido benevolente, he sido agraciado. Camino por el sendero de la ambición y hago lo que quiero, pero jamás he sido un desagradecido. Honesto y sin mentiras. Concordamos que ustedes dos carecen de estas virtudes —dijo el hombre, sin mudar el tono serio y sereno, sin apartar la vista del cuerpo que ascendía—. ¿No les parece algo bueno que me haya fijado en ustedes?
El tercer cuerpo se levantó.
Al fin, los tres hombres estaban de pie frente a aquel hombre, que se levantó del trono.
—Yoshio Inue. El doctor me había mencionado algo sobre ti... —prosiguió, escudriñando los tensos semblantes de los presentes—. Manipulación de clima. La capacidad de producir lluvias, relámpagos y fuertes vientos. Es un quirk muy impresionante para alguien de tu calibre. Lamentablemente, por lo que puedo ver, desde adentro hacia afuera te estás muriendo.
Tap
El temblor en los cuerpos de los tres aumentó cuando este dio un paso.
—Flect Turn —con una risa metódica, el hombre sustituyó su tono serio por uno más casual—. Avaricioso y manipulador, capaz de aplastar cualquier cosa o persona para obtener lo que deseas. En ese aspecto, supongo que tú y yo somos algo parecidos, pero, de nuevo, siempre carecen de lo importante...
Paso tras paso, la oscuridad le seguía.
Su sombra desaparecía y las luces jugaban de un lado a otro, hasta que delante de Flect Turn algo parecía brillar.
Dos ojos rojos en medio de la oscuridad, a solo dos pasos de él.
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[Poder.]
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Había una barrera, una invisible, que parecía estar en medio del camino.
—Dichoso quirk. La capacidad de reflejar... Bueno, eso es la descripción sencilla, pero si eres un gran coleccionista como yo, te podrás percatar de que la verdadera naturaleza de este poder yace en la versatilidad de absorber energía y devolverla en la dirección opuesta —las caras de los reunidos reflejaron sorpresa; era como si acabara de presentar a cada uno de ellos sin que estos mismos lo conocieran—. Un quirk que sería sumamente explosivo en mis manos.
Pat
Sobre el aire, su mano se detuvo a tan solo treinta centímetros del rostro
Flect Turn levanto la cabeza. Tenía los ojos hundidos y con ojeras, y el resplandor de los contenedores de cristal daba un tono purpura y aspecto céreo a su cutis.
Cuando hablo, lo hizo en voz ronca.
―¡¿Q-Quien eres...?!
Todo se oscureció.
Una sonrisa apareció en su rostro y la mano que se había detenido por fin destrozo la barrera alcanzando el rostro de Flect.
[Yo...]
El temblor en su mirada no se detuvo y la oscuridad que lo consumía tampoco lo hizo.
Rikiya vio su rostro.
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[Soy el rey de los demonios.]
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Un grito desgarrador y ante los ojos de los otros dos solo vieron masacre pura.
Lo que vieron ese día no era un hombre tomando a otro. Era un monstruo devorando a un ser vivo.
Ese no podría ser un humano.
El aire parecía más denso con cada segundo que pasaba.
Vincent Turner tragó saliva, luchando por mantener su compostura mientras sus ojos recorrían frenéticamente la habitación.
A su alrededor, los contenedores brillaban débilmente, como si observaran su desesperación con morbosa curiosidad.
El cuerpo inerte de Rikiya Koyama estaba tirado a unos pasos de él, completamente inmóvil, mientras Yoshio Inue permanecía paralizado, sus ojos abiertos de par en par, incapaces de procesar lo que acababa de ocurrir.
"Esto no es una negociación..." pensó Vincent, sus pupilas contrayéndose mientras su mente trabajaba a toda velocidad. "Es una sentencia."
Las luces púrpuras reflejaban las deformidades metálicas que adornaban su propio cuerpo.
Era como si le recordaran que ya no era completamente humano.
Su quirk, su metal, siempre había sido su refugio, su escudo, su arma.
Pero ahora... Ahora todo se sentía diferente.
Esa conexión innata, ese vínculo con el material a su alrededor, estaba entorpecido.
Era como si algo o alguien estuviera reprimiendo su poder.
―Maldición ―murmuró entre dientes, mientras sentía el sudor resbalar por su frente.
La voz del hombre en la penumbra resonó de nuevo, calmada, casi burlona, como si disfrutara de la tensión que llenaba la sala.
―Vincent Turner. ¿Qué pasa por tu mente ahora? Dime, ¿estás pensando en huir?
Vincent apretó los dientes.
Aquella voz cortaba como un cuchillo, penetrando directamente en su psique.
Levantó la vista hacia los ojos carmesí que lo observaban desde el trono, brillando con una intensidad casi sobrenatural.
―¿De qué me serviría correr? ―replicó con un tono áspero, intentando recuperar el control―. Si fuera a intentarlo, ya estarías usando mi cadáver como alfombra.
El hombre en el trono dejó escapar una carcajada suave.
Su sombra pareció extenderse, avanzando hacia Vincent como una niebla oscura e imponente.
―Tienes razón en algo, Vincent. Si corrieras, no llegarías muy lejos. Pero lo interesante es que... aún tienes esperanza. Puedes negarlo, pero lo veo. Lo huelo.
Vincent respiró profundamente.
Sus manos temblaron, pero las cerró en puños, intentando calmar su mente.
Debía pensar, debía encontrar una salida.
Su quirk todavía estaba allí, lo sentía débilmente.
Había metal en el suelo, en las paredes, incluso en los cuerpos disformes de las bestias encerradas en esos contenedores. Si podía concentrarse lo suficiente, tal vez...
―¿Intentas conectarte con el metal, Vincent? ―preguntó el hombre, con un tono burlón.― Es inútil. Aquí, yo controlo todo.
Vincent no respondió. Cerró los ojos un instante, ignorando el sudor que corría por su sien. "Cálmate. Concéntrate. Encuentra el punto débil."
De repente, sintió algo.
Era tenue, apenas perceptible, pero estaba allí: una vibración en el suelo.
Había metal, más allá de la influencia del hombre. Algo que podía usar. Algo que podía salvarlo.
―¿Todavía crees que puedes desafiarme? ―preguntó el hombre, su voz ahora cargada de un leve tono de irritación.― Admítelo, Vincent. Eres un insecto jugando en un reino de dioses.
Vincent entrecerró los ojos, una chispa de desafío encendiéndose en su interior.
―¿Dios? No veo a ninguno aquí. Solo veo a un hombre demasiado asustado para dejar que los demás vean su rostro.
El silencio cayó como un manto pesado.
Los ojos rojos del hombre brillaron con mayor intensidad, y por un momento, la temperatura de la sala pareció descender aún más.
―Cuidado con tus palabras, Vincent. Mi paciencia tiene un límite.
Vincent sonrió, una sonrisa tensa y cínica.
Sus dedos se movieron ligeramente, como si intentara alcanzar algo invisible.
―Bueno, entonces será mejor que decidas rápido qué hacer conmigo ―dijo con tono desafiante, aunque su corazón latía con fuerza desbocada―. Porque yo ya tomé mi decisión.
INTRODUCIR: THE UNTOLD.
El la tomo.
¡CRACK!
El metal fue arrancado de los muros, del suelo, del techo, de todos los lados posibles. Wolfram no estaba dispuesto a rendirse. No estaba dispuesto a entregar su vida a un hombre que ni si quiera puede ver. "¿Un dios? ¡Al carajo! No existe ningún dios" claro que no lo existía.
¿Qué clase de dios habría abandonado de esa forma a Vincent Turner?
Se aferro. No dudo. Ni si quiera pestañeo bajo esa mascara. Aun cuando su cuerpo, cuando su piel y toda su alma le indicaban que cualquier movimiento era totalmente inútil, muy en el fondo, la voluntad de Wolfram fue superada por él.
Por Vincent Turner.
"Viviré..." fue lo que pensó. "Viviré y consumiré todo su asqueroso mundo." Pensó en David. "Derrotare a este hombre y seguiré adelante." Declaro. "¡Saldré de esto y luchare una vez más!"
La mano del hombre en la penumbra se sacudió. Kurogiri extensión sus sombras devorando toda la habitación mientras que Vincent observaba como el cuerpo de Flect Turn y Yoshio Inue desaparecían. Miro cara a cara al hombre de cabello blanco antes de que el remolino purpura se lo tragara.
Entonces todo se desvaneció en esa tormenta.
Vincent Turner estaba de pie en una sala completamente diferente. Una enorme casi como un.. Salón de eventos.
Habia mesas por doquier, sillas, adornos, luces. Todo brillaba.
Sin embargo algo no lo hacía. Una esquina de ese salón estaba oscurecida. Habia una sombra sobrepuesta en esta. Era una silueta.
―Tu corazón te lo dice y lo ignoras.
¡RAMP!
Sin pensarlo si quiera un segundo, todo lo que estaba compuesto de acero o metal se abrió paso en un torbellino directo hacia la penumbra la cual al ver todo venir como avalancha fue tragada por la sombra purpura que prontamente se extendió fuera del campo de visión de Vincent.
―Dices que ves a un hombre demasiado asustado para permitir que vean su rostro, ¿No? Me pregunto quien es ese hombre de nosotros dos. Vincent.
―¡RAAAGRH!
Nuevamente giro en sus talones. Como si danzara. Era el pasado sobreponiéndose al presente. Lo recordaba.
"Falsos."
La recordaba.
¡CRAAAASH!
Toda la entrada del salón se vino abajo en una lluvia de escombros. Mezclas de cristales, concreto y algunos trozos de viga parecían arrasar la mitad del salón con un estruendo atronador.
Vincent respiraba pesadamente.
Pero esto no se detuvo aquí.
―¿No puedes olvidarlo verdad? Ese dolor en tu pecho. Se llama frustración ―dijo la voz sepulcral en eco del salón―. Huyes de él, lo puedes aceptar o simplemente vencer. Sin embargo algo mas tomara su lugar. Sentimientos, emociones, ideas malvadas o simplemente deprimentes. ¿La razón? Mas que obvia, ridícula. Humanidad.
¡¡¡¡AHHHHHHHHH!!!!
El grito de Vincent fue tal que el eco parecía retumbarle los tímpanos.
El salón entero tembló y aquel remolino purpura titilaba de lado a lado mostrando la silueta de un hombre en su interior que observaba de todas direcciones a Vincent quien giraba en sus talones de lado a lado. Izquierda, derecha, al frente, atrás.
Podía verlos...
Hombres vestidos de trajes, mujeres con joyas mas brillantes que sus palabras. Bebidas llenas de mentiras.
Una botella de champan en una mesa aun de pie.
"Las cosas aquí siempre han sido así..."
El ceño bajo la mascara cambio. Vincent estaba aterrado, confundido, molesto.
―¿Puedes verlo cierto? La propia sombra de tu pasado envolviéndose en tu presente como una serpiente. Es duro, es abrumador. Sientes que quieres morir, sientes que no quieres sentir nada de esto. Quieres desaparecer, quieres negar. Quiere vivir pero también quieres morir. No puedes vivir con ello pero tampoco puedes vivir sin ello. Tu humanidad te ata.
―¡BASTAAAAAAAA!
―Jamás te desharás de ella por que es imposible para un humano borrar lo que lo hace humano.
―¡TE DIJE QUE BASTA!
"Pero nosotros. Nosotros somos diferentes. Nosotros entendemos lo que significa sacrificarlo todo por una idea, por un sueño. Eso nos hace soportar este mundo, este... sistema podrido. Pero también nos aísla. Es el precio que pagamos por ver más allá de los límites que otros no pueden cruzar."
Vincent no podía soportarlo. Gritar y no ser escuchado. Rugir y no ser temido. Llorar y no ser salvado.
"L-Lo siento tanto..."
Huir cuando no debería hacerlo.
"¡T-Te lo suplico, Vincent! P-Podemos empezar de nuevo... juntos!"
Ignorar cuando menos se debería hacer.
[Sin embargo...]
Las manos de Vincent temblaron y entonces la voz de aquel hombre que penetro sus oídos se coloco a un lado de ellos. Sin dudarlo el giro para alcanzarlo pero enseguida dos portales alcanzaron sus costados. Sus brazos, sus muñecas fueron apresadas.
Dos portales mas aparecieron. Sus tobillos fueron tomados. Él fue arrodillado.
Cayo de cara ante el remolino purpura que se cernía sobre su rostro. Las luces del salón parpadeaban casi en una completa oscuridad que consumía todo a su alrededor de no ser por las pequeñas flamas que ardían a su alrededor.
Aun así, Vincent no tenia que rendirse.
¡¡¡OOOOUUUUURGHAA!!!!!
Todo lo que quedaba del salón comenzó a temblar. Lo estaba haciendo. Estaba temblando. Estaba retumbando.
―Una prueba pura de voluntad inquebrantable de un hombre roto por el tiempo. Si tuviera que describirte con dos palabras seria arrogante he hipócrita ―no dudo. Su voz no lo hizo cuando con un dejo de aquella mano fuera del remolino hizo un gesto―. Vincent Turner, amante de Alissa Shield.
¡¡¡CRUEGH!!!
El tiempo se ralentizo lo suficiente para que en un segundo viera pasar toda su vida en un segundo. Lo suficiente para sentir el dolor de toda su alma acumulada. Un instante para ser capaz de percibir el aroma de aquella mujer muerta.
Una memoria de aquella a la que ama.
Alissa.
——————————
[No hay capacidad en un humano para abandonar su humanidad. Sin embargo, cabe la posibilidad que otro humano pueda ayudar a hacerlo.]
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La mascara alcanzo el suelo. El rostro metálico de Wolfram cayo junto con sus cuatro extremidades cercenadas por la fuerza de los nomu dentro de los portales.
El torso de Wolfram cayo al suelo, el rostro de Vincent golpeo el azulejo.
Un charco de sangre lo rodeaba y finalmente, los zapatos de ese hombre sacudieron en ondas el liquido rojo.
Posado de pie delante del cuerpo desprovisto de extremidades de Vincent estaba de pie All For One.
La vida se le escapaba de las manos. Sus últimos tragos de aire se mezclaban con la sangre entrando en su garganta, saliendo de esta. En shock.
Lagrimas comenzaron a caer de su rostro mientras que el hombre de traje oscuro se arrodillo ante él tomándola de la rojiza cabellera y alzándolo hasta tenerlo a su nivel.
La vista de Vincent era borrosa lo suficiente para no ser capaz de distinguir con claridad el rostro de aquel hombre pues manchas rojas y lagrimas mezcladas en sus ojos se lo impedían.
―Alissa Miniour, hija de Carl Miniour y Cassandra Georgiu. Debo decir que las flores mas hermosas yacen en un clima extremo. Curioso el como se desenvuelven los eventos. Casi como si fuera algo predestinado ―la voz era solemne, llena de ciertos toques de melancolía―. Aunque mi plan en principio era volverla a ella una parte importante de mi obra de arte, murió tristemente en los brazos de un hombre con conexiones que me interesan. Un método para hacer sufrir a alguien mucho más importante que ustedes. Pero tampoco puedo negar que tu no lo eres.
La sangre salía a chorros de los muñones de Vincent mientras este se ponía cada vez mas azul.
―Te diré algo, Vincent. Algo bastante curioso. Un dato interesante cuanto menos. Mi nombre es All For One. ¿Por qué? Ese es el nombre de mi poder. El poder de tomar poder. Poseo un repertorio casi inagotable de poderes que he tomado a lo largo de mi longeva vida y créeme, es muy larga ―bufo con tal declaración―. Pensarías que mi quirk es perfecto, es único y tienes razón en pensarlo así, de ese modo. Por que lo es. All For One es un quirk único en su categoría. Pero aunque no puedas creerlo, tiene algunas... desventajas.
Con su mano derecha, All For One alcanzo la sangre en el suelo y esta con un ligero brillo dorado parecía volver a su lugar de origen poco a poco como si el tiempo estuviera volviendo.
―Permíteme explicarte rápidamente mi conclusión de los quirks para que puedas entenderme. Los quirks, las singularidades como tal son una extensión de nuestro ser físico. Es como nacer con una cola por así decirlo. Un ejemplo básico pero suficiente. En otras palabras, los quirks somos nosotros ―explico mientras la sangre volvía al cuerpo de Vincent y este comenzaba a recuperar color al igual que su consciencia estaba recuperándose―. Sin embargo... no termina ahí. Hay ciertos casos en que las singularidades son tan complicadas que el mismo cuerpo no sabe como manejarlas y es por eso que dichas habilidades toman un lugar ciertamente interesante en el cuerpo humano. Toman lugares que no deberían y esa es la razón de que desde que aparecieron en la vida cotidiana el caos se ha vuelto pan de cada día.
La sangre le subía a la cabeza y su visión comenzaba a aclararse. Poco a poco Vincent estaba recuperándose contra todo pronóstico.
―Deseos, enfermedades, naturaleza. Todo se ha visto envuelto en el circulo de enredaderas de poder. Las singularidades se mezclaron más allá de lo que deberían representar deformando al ser humano en sus formas más básicas. En lo que realmente son. Pues cada ser humano es diferente, y ninguno debe medirse con la misma barra del otro. Así funciona este mundo. Nadie es igual. Nadie es idéntico.
Vincent comenzó a toser. Jadeo, soltó quejidos he intento... luchar.
―Cuando entro en contacto con un quirk suelo despertar algo que no debería ser. Por desgracia no solo tomo "eso" conocido como singularidad, tomo como tal a la persona en sí. En otras palabras, tomo una copia de la persona, de sus deseos mas profundos, de la naturaleza de su quirk, de la enfermedad que lo aqueja. Y dentro de mi viven sus fantasmas.
Lo primero que pudo ver Vincent al recuperar un poco de su vista fue la sonrisa de ese hombre. Clínica, avariciosa... indomable.
―Adivina, Vincent, adivina.
Acerco aquella asquerosa sonrisa a su oído.
[Adivina quien está en mi interior.]
El cuerpo de Vincent tembló, no por la sangre que regresaba a él como un torrente extraño e imposible, ni por el dolor de sus extremidades cercenadas que ahora parecían pulsar de vuelta a la vida, sino por las palabras de All For One.
Cada sílaba era como un puñal, hurgando en su alma.
―¿Q-Qué...? ―murmuró Vincent con una voz rota, apenas un hilo de resistencia que se deshacía al contacto con el aire.
All For One se rió, una carcajada baja y perturbadora, mientras sus dedos acariciaban el mentón del hombre caído, levantando su rostro para que lo mirara directamente.
Sus ojos, o lo que quedaba de ellos, eran insondables, como dos abismos listos para devorar todo.
―No lo entiendes, ¿verdad? ―susurró con un tono casi paternal, como si le hablara a un niño que había cometido un error inocente.― Dentro de mí... ella también está.
Los ojos de Vincent se abrieron de golpe, reflejando terror puro.
No necesitaba que All For One dijera el nombre.
Esa posibilidad, esa insinuación, era suficiente para que su mundo se partiera en pedazos más pequeños de lo que ya estaba.
―¡No, no, no! ―gritó con desesperación, sacudiéndose como un animal atrapado.― ¡No puedes! ¡Es imposible! ¡Alissa está muerta!
All For One inclinó ligeramente la cabeza, como si evaluara la reacción de un experimento interesante.
―Oh, Vincent... ―su tono se volvió burlón, casi condescendiente.― La muerte es solo un estado físico. Pero el alma, los deseos, los miedos... eso es lo que verdaderamente importa. Y cuando alguien como yo toma un quirk... también toma todo lo que representa. Incluso las partes más íntimas, las más profundas. Las más... humanas.
La sangre de Vincent hervía en su cuerpo, un calor abrumador que chocaba con la frialdad de la situación.
Su mente intentaba resistirse a la verdad que se desplegaba frente a él, pero era inútil.
Las palabras de All For One eran una prisión sin escape.
―¡Eres un monstruo! ―escupió con toda la fuerza que pudo reunir.― ¡No tienes derecho a profanar su memoria!
All For One no respondió de inmediato.
Solo observó a Vincent, permitiendo que el silencio se llenara con los jadeos del hombre y el sonido lejano de las llamas consumiendo lo que quedaba del salón.
Finalmente, habló, su voz como un cuchillo cortando la última hebra de esperanza.
―¿Profanar? No, Vincent... ―su sonrisa se amplió, y su rostro se inclinó hacia el de su presa.― Yo soy el único que la conserva intacta.
El aliento de All For One era gélido, pero sus palabras quemaban.
―Alissa está aquí ―continuó, golpeándose el pecho con un gesto teatral.― Su esencia, sus sueños... incluso sus sentimientos más ocultos. Todo, encerrado dentro de mí. Y déjame decirte algo, Vincent. Ella nunca dejó de amarte.
Vincent soltó un sollozo desgarrador.
La mezcla de dolor, ira y desesperación lo consumía.
Era como si todo lo que había soportado hasta ahora no fuera más que un preludio para esta tortura final.
Su rostro se hundió en el charco de sangre que lo rodeaba, incapaz de mirar al hombre que había destruido todo lo que alguna vez tuvo sentido en su vida.
―¿Y ahora qué, Vincent? ―preguntó All For One, poniéndose de pie con una calma inquietante.― ¿Te rendirás aquí, en este charco de tu propia miseria? ¿O dejarás que el recuerdo de Alissa te impulse una vez más? Porque, créeme, si no lo haces... yo mismo me encargaré de que su memoria sea olvidada para siempre.
Ocurrió tiempo atrás~
Los hospitales de I-Island, un lugar donde la tecnología punta se fusionaba con la atención sanitaria, solían transmitir una sensación de calma fría, casi clínica.
Las paredes inmaculadamente blancas se alzaban bajo una iluminación tenue, diseñada para ser cómoda para los pacientes, pero que otorgaba un aire de irrealidad al lugar.
El murmullo constante de conversaciones apagadas, el crujido ocasional de una camilla siendo empujada y el zumbido intermitente de las máquinas llenaban el aire, un telón sonoro monótono de rutina médica.
Un hombre caminaba por esos pasillos como una sombra que se deslizaba entre la vida cotidiana.
Sus pasos eran lentos, controlados, resonando apenas en el suelo perfectamente encerado.
Vestido de negro, su figura parecía desentonar con el entorno, pero las miradas de los trabajadores y visitantes no parecían registrarlo.
Era como si su presencia estuviera rodeada por un velo de indiferencia, un fenómeno que lo hacía invisible a ojos del mundo.
El aire a su alrededor no era más frío ni más denso, pero algo en su andar pausado y seguro provocaba una incomodidad inconsciente en quienes pasaban cerca.
Algunos trabajadores desviaban la mirada sin razón aparente, otros ajustaban sus batas o gafas, inquietos, mientras él continuaba su marcha hacia el ala este, donde el acceso era restringido para la mayoría.
En una habitación privada, apartada de la algarabía de pacientes y médicos, Alissa dormía en una cama ergonómica que parecía ajustarse perfectamente a su figura delicada.
Su cabello descansaba sobre la almohada como una cascada dorada, y el ritmo pausado de su respiración llenaba la estancia con una serenidad inquietante.
A su lado, David Shield dormitaba en una silla reclinable, con los brazos cruzados sobre el pecho y las gafas deslizándose por el puente de su nariz.
La penumbra del cuarto solo era rota por la luz tenue de un monitor que marcaba constantes vitales estables.
El hombre detuvo su andar frente a la puerta, apoyando una mano enguantada sobre el pomo metálico.
Por un momento, sus ojos vacíos escudriñaron a través del pequeño vidrio reforzado en la entrada.
Su figura apenas se movía, y si alguien lo hubiera visto, podría haber jurado que la puerta misma parecía ceder ante su voluntad antes de que girara el pomo y entrara silenciosamente.
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[Vincent Turner... Qué nombre tan insignificante para alguien cuyo sufrimiento resultó ser tan útil. Un hombre que nació con las manos extendidas hacia un sueño, solo para descubrir que el horizonte que anhelaba estaba reservado para otros. Qué triste es la ironía de un mundo que promete grandeza, pero la reparte con la mezquindad de un comerciante barato. No fue el destino quien lo traicionó; fue el simple hecho de que nunca estuvo destinado a brillar. Y aun así, Vincent, en su frágil humanidad, se atrevió a soñar. Qué admirable, en su necedad.]
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Mientras tanto, en algún lugar oscuro y remoto, Vincent era arrastrado a través de un portal que se retorcía como un torbellino púrpura.
Su cuerpo inmóvil estaba atado a una camilla. La criatura, una amalgama grotesca de músculos y piel retorcida, avanzaba pesadamente por un largo pasillo iluminado con luces parpadeantes.
Las paredes estaban manchadas con marcas oxidadas, como si el tiempo mismo hubiera abandonado ese lugar.
Caminando a un lado, un hombre con una bata blanca inmaculada tarareaba una melodía desconcertantemente alegre.
Su voz, aunque afinada, tenía un tono mecánico que hacía eco en el ambiente desolado.
Las manos del hombre estaban ocupadas revisando una tableta, donde gráficos incomprensibles y fórmulas titilaban mientras su atención parecía dividirse entre la pantalla y el cuerpo de Vincent.
―"Cuando el reloj marque las doce," ―murmuró el hombre, canturreando mientras sus ojos brillaban de emoción―, "el sueño se convertirá en despertar, y todo tomará su curso."
Vincent, aún consciente, pero demasiado débil para moverse, podía sentir cómo el aire frío del pasillo se filtraba por las grietas de las paredes, rozándole la piel.
Sus intentos por hablar eran sofocados por el bozal metálico que le cubría el rostro.
El retumbar de los pasos del monstruo resonaba junto con las palabras del doctor, que continuaba su canción sin detenerse, como si la escena no fuera más que una rutina diaria para él.
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[Ah, la juventud... Qué cruel es que los hombres no comprendan el peso de sus primeras decisiones hasta que ya no pueden retroceder. Vincent era brillante, sí, pero el brillo no es más que un reflejo en el agua, fácil de romper con un simple toque. Su mente vibraba con ideas, y su corazón... bueno, ¿quién sabe si realmente tenía uno? Alissa fue su primera elección. Una mujer, hermosa y distante, que representaba lo inalcanzable. Él pensó que amaba a una persona, pero lo que realmente amaba era la promesa de ser digno de ella. Cuán predecible es el deseo humano de ser suficiente, cuán fácil de explotar.]
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De vuelta en la habitación, el hombre se acercó a la cama de Alissa con una calma inquietante.
Observó sus facciones con detenimiento, inclinándose ligeramente como si quisiera grabar cada detalle en su mente.
Su mirada se desvió hacia David por un instante, un destello de algo indescifrable cruzando por su rostro.
Colocó una mano sobre la cabecera de la cama, sin tocarla directamente, y susurró algo inaudible para nadie más que para sí mismo.
Entonces, se irguió lentamente, dejando tras de sí una atmósfera pesada, como si el aire mismo hubiera cambiado.
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[Y luego estaba Shield, el hombre que no necesitaba esforzarse para superar a Vincent. Qué maravilloso espectáculo fue observar a un genio al que ni siquiera le importaba pisotear a su rival. David no lo hacía por malicia, no; simplemente existía en un plano más elevado, como un sol indiferente que cegaba a los mortales. Vincent, por supuesto, intentó competir, pero su intelecto era una chispa al lado de un incendio forestal. ¿Cuántas noches pasó maldiciendo su propia mediocridad? Me gusta imaginarlo frente a un espejo, preguntándose si acaso nació defectuoso. Esas preguntas, esas dudas, son las grietas por donde yo entro.]
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Vincent, arrastrado más profundamente en las entrañas de aquel lugar desconocido, sentía cómo la presión en su pecho aumentaba.
Cada paso lo acercaba a un destino que no podía comprender, mientras la risa del doctor y los gruñidos del monstruo llenaban el aire, creando una sinfonía macabra que resonaría en su mente mucho después de ese día.
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[Vincent intentó resistir, claro. Todos lo hacen al principio. Se aferró a su trabajo como un náufrago a un pedazo de madera podrida, buscando en la creación el propósito que no podía encontrar en sí mismo. Pero el mundo no le dio tregua. Shield se unió a All Might, y con eso, cualquier esperanza que Vincent albergaba se desmoronó. No fue un derrumbe espectacular, no; fue un lento hundimiento, como un barco que se llena de agua gota a gota. Hasta que, un día, dejó de flotar. Fue en ese momento, en su silencio y derrota, cuando él me perteneció.]
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La camilla rechinaba al ser empujada por el monstruo de piel púrpura, sus manos retorcidas como raíces deformes sosteniendo el metal con una fuerza casi despreocupada.
Cada giro del pasillo revelaba una atmósfera más opresiva, con las paredes de hormigón húmedas, iluminadas por luces fluorescentes que parpadeaban como si compartieran el sufrimiento de quienes pasaban por allí.
Vincent, en la camilla, no podía mover su cuerpo, pero su mente, aún activa, flotaba entre el presente y los recuerdos que le asaltaban con cada destello de luz, como si los mismos pasillos estuvieran arrastrándolo a confrontar todo lo que alguna vez fue.
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[Y así, Vincent dejó de ser Vincent. Bajo las hábiles manos de mi médico, su carne se transformó en metal, y su voz, en gruñidos. Qué magnífica ironía que un hombre que soñaba con dar forma al mundo terminara siendo moldeado por otros. Pero su mente... ah, esa aún se aferra. En algún lugar profundo, en algún rincón oscuro de su ser, todavía recuerda. Alissa, Shield, los laboratorios, los días bajo el sol. No importa. Esos recuerdos son cadenas que lo atan a mí, y cada vez que lucha, las ajusto un poco más.]
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Estaba dormida, su rostro sereno, ajena a la presencia de una figura que no debía estar allí.
Él caminaba con una calma desarmaste, como si ese lugar fuera suyo.
Sus dedos, largos y pálidos, se extendieron hacia ella.
Un toque apenas perceptible fue suficiente para desatar el poder del quirk que habitaba en su interior.
Alissa suspiró en sueños, su cuerpo temblando apenas un instante antes de volver a la quietud.
"Un quirk tan hermoso para una mente tan limitada," pensó él, mientras retiraba la mano.
David Shield, sentado junto a Alissa, no se movió.
Su rostro estaba inclinado hacia un lado, perdido en el sueño.
Qué fácil era para él, dormir sin preocupaciones, mientras todo lo que había construido se tambaleaba en la oscuridad.
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[Al final, Vincent Turner no fue especial, pero sí necesario. Su historia no es única; es un eco de tantas otras, una sinfonía de frustración, amor no correspondido y fracaso. Pero en sus ruinas, construí algo útil. No un hombre, no un ser humano, sino un arma. Ahora es Wolfram, un nombre sin historia, una sombra sin pasado. A veces, me pregunto si aún tiene capacidad de entender su lugar en todo esto. ¿Se lamenta de lo que perdió? ¿O, quizás, en sus momentos más oscuros, agradece haber encontrado un propósito, aunque sea uno que no eligió? Qué maravilloso es jugar con las cenizas de las vidas rotas.]
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INTRODUCIR:DEATH MAY DIE
El grito de Vincent resonaba como una sinfonía distorsionada en la sala fría.
Su voz, al principio humana, se fracturaba con cada segundo que pasaba, convirtiéndose en un eco que no parecía pertenecer a este mundo.
Su cuerpo, atrapado en la estructura metálica, temblaba de forma incontrolable.
Los brazos que alguna vez construyeron sueños ahora se retorcían, desgarrados por el metal que penetraba su carne.
Tubos llenos de líquido negro emergían de su espalda como raíces venenosas que se extendían, buscando anclarse en lo que quedaba de él.
Su brazo derecho, una vez fuerte, se alargó en una grotesca garra metálica, con dedos que parecían afilados instrumentos de tortura.
Cada extremidad se contorsionaba, rompiéndose y reformándose en un ciclo interminable, como si el metal y la carne estuvieran librando una batalla por la dominación.
―Ah, Vincent ―se escuchó una voz que no pertenecía al espacio ni al tiempo, profunda y cruelmente calmada―.Tu cuerpo grita, pero tu alma... tu alma suplica.
El hombre sin rostro caminaba a través de la sala como un espectador ante una obra maestra.
Cada paso suyo era un latido que marcaba el ritmo de la transformación.
Extendió una mano hacia Vincent, sus dedos pálidos acariciando el aire como si manipulara los hilos invisibles de un títere.
"Tu pecado, Vincent, fue atreverte a enfrentarme con nada más que la determinación de un hombre desesperado. Aprecié esa valentía inútil, ¿sabes? Es tan rara en este mundo de cobardes."
La estructura que sostenía a Vincent pareció cobrar vida, ajustándose, moviendo engranajes, mientras nuevos fragmentos de metal perforaban su carne.
El dolor no era solo físico; era la destrucción de todo lo que alguna vez fue, el desmoronamiento de su humanidad.
"Pero no soy un hombre sin misericordia. Te concederé un último deseo. Después de todo, ¿no es justo que un hombre tan devoto como tú se reúna con ella?"
En una habitación muy diferente, años atrás, Alissa descansaba en una cama de hospital.
La luz del sol entraba tímidamente por las persianas, bañando su rostro en un cálido resplandor.
Su cabello, ahora opaco y pegado a su piel, estaba enredado con el sudor de una batalla que sabía que no ganaría.
A su lado, David Shield sostenía su mano con la desesperación de un hombre que no podía aceptar lo inevitable. Alissa sonrió débilmente.
―David... prométeme que Melissa será fuerte. Que será mejor que nosotros.
Su voz se quebraba, pero sus ojos brillaban con una fuerza que solo alguien que se aferra a la vida podía tener.
Alissa miró al techo, sus labios formando un nombre que nunca dijo en voz alta.
En su mente, recordó las tardes en el laboratorio, cuando Vincent, torpe pero apasionado, trataba de impresionarla con sus ideas.
Había admirado su determinación, pero el amor... el amor había sido para otro. Aun así ella...
En la sala de transformación, All For One se detuvo frente a Vincent, cuya carne ahora se deformaba más rápido.
"Tu quirk, Vincent, será tu legado. Pero el poder que te otorgo no es completamente tuyo. Oh, no. Es de ella."
Vincent abrió los ojos, inyectados de sangre, al escuchar esas palabras.
Su grito se convirtió en un lamento.
"¿Lo sabías? Kairos del griego Kαιρός... un quirk transmitido por generaciones. Su verdadero significado es 'momento oportuno', el punto crítico donde la oportunidad y el destino se cruzan. Era suyo. El regalo de su madre, quien lo heredó de su padre, y ahora, gracias a mí, será tuyo."
Vincent sintió que el calor de su propio cuerpo comenzaba a quemarlo desde dentro.
Era Kairos, desatado en su forma más pura.
Cada impacto, cada fragmento de su carne que se rompía y se reformaba, liberaba un calor abrasador que derretía todo a su alrededor.
Su piel se convirtió en una amalgama de carne y acero, con placas metálicas incrustadas que sobresalían grotescamente.
El líquido negro que fluía por los tubos en su espalda lo mantenía en pie, bombeando una energía que no entendía pero que no podía rechazar.
Su rostro, una vez humano, ahora estaba cubierto por un casco de metal que parecía enterrarse en sus propios hombros.
Era una prisión, una máscara que nunca podría quitarse.
All For One se inclinó, acercándose al oído de lo que quedaba de Vincent.
"Ahora, eres perfecto. Un símbolo de mi poder, y un eco de todo lo que no pudiste ser. Pero tranquilo, Vincent. Ella estará orgullosa de ti... en el momento oportuno."
Mientras su cuerpo se desgarraba y el monstruo tomaba forma, los últimos retazos de humanidad de Vincent se aferraban a algo más fuerte que el dolor: su memoria de Alissa.
Entre las sombras de su mente torturada, la recordó como la luz que alguna vez guio su vida.
El laboratorio.
Sus risas entre las horas de trabajo.
La forma en que ella inclinaba la cabeza al escuchar sus ideas, su mirada llena de un brillo que alimentaba su espíritu.
Era en ella que Vincent había encontrado un motivo para soñar.
―Alissa... ―murmuró con la voz rota, sabiendo que sus palabras nunca llegarían a ella.
Su amor había sido imperfecto, sí, pero no menos real. ^
En ese momento, mientras el metal se fusionaba con su carne y su humanidad desaparecía, una lágrima solitaria rodó por su rostro deformado.
Fue la última lágrima que Vincent Turner derramó como hombre.
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En una habitación de hospital iluminada por la tenue luz del amanecer, Alissa respiraba con dificultad.
Había sido una batalla larga, agotadora, pero al fin había dado a luz a una hermosa niña.
Melissa.
El fruto de su amor con David.
David sostenía su mano, sus ojos llenos de lágrimas mientras miraba a su esposa.
Pero Alissa... Alissa miraba más allá, a un rincón de su mente donde había guardado a Vincent.
Lo recordó con una intensidad que la hizo temblar.
Su torpeza al cortejarla, la manera en que sus ojos se encendían al hablar de sus proyectos, su obstinación que rayaba en lo absurdo.
Lo recordó como el primer hombre que la hizo sentir viva.
Y entonces, con una claridad que dolía más que el parto, lo supo.
Que aunque amaba a David, aunque amaba a la pequeña vida que ahora estaba entre sus brazos, su corazón nunca había dejado de pertenecerle, en parte, a Vincent Turner.
"Lo siento, Vincent..." pensó, mientras sus ojos se cerraban lentamente. "Quizás, en otra vida..."
Dos almas, separadas por las decisiones de la vida y las circunstancias de un mundo que no perdona.
Alissa, en su lecho de muerte, con su último pensamiento dirigido a un hombre que no estaba allí. Vincent, en su última chispa de conciencia, aferrándose a un amor que nunca dejó de ser.
Quizás fuera el destino, o tal vez solo la tristeza inherente a este mundo.
Pero algunas veces, aquellas almas destinadas a encontrarse no están obligadas a entrelazarse por la eternidad.
En el fondo, Alissa lo había sabido siempre.
Que Vincent fue su primer amor, su primera inspiración, el hombre más grandioso que había conocido.
Y en su último aliento, lo aceptó.
Mientras el aire abandonaba sus pulmones, Alissa sonrió débilmente, porque aunque su amor por él no fue suficiente para cambiar sus caminos, fue suficiente para permanecer en su corazón hasta el final.
De regreso en la sala de transformación, Vincent gritó con lo que quedaba de su voz. Pero ya no era un grito de dolor físico.
Era un lamento desgarrador, una protesta final contra el destino.
En ese momento, el monstruo se completó, pero en su interior, una chispa del hombre que fue se apagó.
Porque en su corazón, Vincent Turner murió con Alissa.
Su cuerpo se retorció una última vez antes de quedar completamente inmóvil.
Sus ojos, hundidos detrás de la máscara, ya no eran suyos.
El hombre había muerto, pero el monstruo acababa de nacer.
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[Vincent Turner... No, Wolfram... ya no importa. Su tragedia no es más que una nota en mi sinfonía. Lo que una vez fue un hombre ahora es un símbolo de lo que este mundo crea y destruye en igual medida. Su nombre no será recordado, ni su sufrimiento. Pero su existencia, moldeada por mis manos, seguirá cumpliendo un propósito, hasta el día en que ya no sea necesario. Y en ese momento, cuando deje de ser útil, cuando finalmente sea consumido por completo... quizá entonces, y solo entonces, obtenga la paz que tanto buscó.]
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Izuku respiraba con dificultad, cada jadeo mezclado con el temblor de un llanto incontrolable.
No era el dolor físico de la garra que apretaba su cuerpo, ni la amenaza inminente de Wolfram lo que quebraba su espíritu en ese momento.
Era el rostro frente a él.
El hombre detrás del monstruo.
El casco que alguna vez ocultó su identidad se había desprendido en medio del caos, dejando al descubierto un semblante destrozado, un mosaico de cicatrices y deformidades.
Pero no eran las cicatrices lo que lo hacía tan desgarrador.
Era la mirada.
Ojos que, pese a su estado corrupto, contenían un abismo de tristeza, una humanidad que se negaba a ser completamente borrada.
—¿Q-Quién eres...? —preguntó Izuku con un hilo de voz, aunque en el fondo ya lo sabía.
El silencio se extendió entre ellos, pesado como una lápida.
Wolfram no respondió.
O quizás no podía.
Solo observó a Izuku con una mezcla de vacuidad y algo que podría haber sido arrepentimiento.
Las lágrimas seguían cayendo por las pecosas mejillas de Izuku mientras sus pensamientos se volvían un torbellino.
Lo había visto.
Había visto todo en un instante, como si las mismas cicatrices de aquel hombre hubieran contado su historia.
El amor, la traición, el sacrificio.
La transformación de un genio que alguna vez soñó con construir un mundo mejor, a una abominación encadenada por los hilos de otro.
—Tú... no querías esto, ¿verdad? —susurró Izuku, su voz quebrándose.
El silencio fue la única respuesta. Pero en esos ojos vacíos, Izuku encontró su respuesta.
En su mente, las imágenes destellaban como fragmentos de una película rota.
Vincent Turner, el hombre que una vez soñó con construir maravillas, con cambiar vidas.
Su sonrisa juvenil mientras diseñaba algo revolucionario, su mirada cálida cuando estaba con ella... con Alissa.
Él también amaba.
El pensamiento apuñaló a Izuku con una fuerza inesperada.
Wolfram, el monstruo que ahora lo apresaba, había sido un hombre.
Un hombre con sueños, con un corazón capaz de amar.
Y todo eso le fue robado.
—¡No es justo! —gritó Izuku de repente, sus emociones explotando en un torrente incontenible.
Se retorció contra sus ataduras, no en un intento de liberarse, sino como una protesta inútil contra el destino.
Wolfram se movió apenas, su enorme mano metálica temblando por un momento antes de retroceder.
Su rostro fragmentado no cambió, pero algo en su postura parecía diferente.
Más pesado.
Más humano.
Izuku bajó la cabeza, su pecho subiendo y bajando con rapidez.
Era demasiado.
Todo lo que había aprendido, todo lo que había visto, era demasiado para cargar en ese momento.
"¿Por qué? ¿Por qué alguien tiene que sufrir tanto? ¿Por qué un hombre tan bueno tuvo que terminar así? ¿Por qué ella...?"
El rostro de Alissa se cruzó en su mente.
Su sonrisa, su calidez. Y luego, su final trágico, tan cruel como lo que había sucedido con Vincent.
—Yo... lo siento... —dijo Izuku en un susurro apenas audible, más para sí mismo que para el hombre frente a él.
Pero Wolfram pareció escucharlo.
Su rostro torcido se contrajo ligeramente, y sus ojos se entrecerraron como si intentara recordar algo.
Algo perdido en el tiempo.
Izuku levantó la vista, con las lágrimas aun cayendo.
No sabía cómo enfrentarse a esto.
No sabía cómo salvar a alguien que había perdido todo.
Pero, por alguna razón, aún creía que podía intentarlo.
—Sé que sigues ahí, Vincent Turner... —dijo con voz firme, aunque su corazón dolía como nunca.
Wolfram no respondió.
Pero por un instante, en esos ojos llenos de tormento, Izuku creyó ver algo más.
Algo que quedaba del hombre detrás del monstruo.
[Yo...]
El poder volvió a Izuku, el One For All encendió aquella llama en la oscuridad y con el pecho lleno de remordimiento, ira y desprecio hacia All For One, abrió la garra que lo apresaba. Extendió su mano derecha echa trizas hacia el rostro de Vincent he Izuku lo declaro ahí mismo con una feroz voz que hizo temblar el mundo entero.
Entre lágrimas el dijo:
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[Juro que voy a... salvarte.]
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,,,,
Con esto terminamos el transfondo de Vincent aunque aun quedan algunas cosillas que ire agregando poco a poco.
Hasta ahora de este volumen creo que estos 4 capitulos son mis favoritos. Espero les hayan gustado.
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