ALISSA.
El coche avanzaba por las calles iluminadas de la ciudad, la brisa nocturna filtrándose entre los árboles que acompañaban la carretera.
Vincent, con su impecable traje negro, se acomodaba en el asiento, mirando por la ventana con una expresión de desdén.
Alissa, igualmente elegante en su vestido rojo, lo observaba de reojo con una ligera sonrisa.
—No hay razón para que yo tenga que ir —dijo Vincent, sin apartar la vista del paisaje que se desvanecía tras el cristal. Su tono era firme, aunque no faltaba la ligera frustración que siempre sentía al enfrentarse a situaciones como esta—. Ya no formo parte de esa sociedad.
Alissa, sin inmutarse, giró levemente hacia él, su mirada llena de esa ternura que siempre parecía tener reservada solo para él.
—Es una fiesta en la que pueden ir las familias de los invitados, Vincent. No es como si fuera un evento exclusivo para gente que... —hizo una pausa, sonriendo—, ¿cómo lo llamas? "Haraganes y bestias sin corazón"?
Vincent se giró hacia ella con una expresión de incredulidad, levantando una ceja.
—Claro, "fiesta". Como si no supiéramos que ese lugar está lleno de... —se detuvo, su mirada volviendo a la ventana, casi como si esperara que las luces de la ciudad pudieran darle alguna respuesta—. Cascarones vacíos, lo llamaría yo.
Alissa soltó una risa suave, casi como si estuviera disfrutando de una broma que solo ella entendía.
Vincent la miró, desconcertado.
—¿Qué te hace reír? —preguntó, con una sonrisa forzada, claramente confuso por su reacción.
Alissa dejó escapar una pequeña risa, como si todo aquello fuera una broma interna que solo ella compartía con él.
—Nada, solo... —su voz se suavizó mientras la sonrisa se mantenía en su rostro—. Me imagino cómo reaccionaría el Vincent de hace años si te escuchara hablando ahora.
Vincent frunció el ceño, sin entender por completo. Su mirada se fijó en ella, buscando alguna pista, pero solo encontró la calma en sus ojos.
—¿A qué te refieres? —preguntó, su tono ahora más curioso que molesto.
Alissa lo observó en silencio durante un par de segundos, como si sopesara sus palabras.
Finalmente, su voz, tranquila y casi maternal, emergió.
—Es simple —dijo, con una leve sonrisa de complicidad—. Hace años, el Vincent que conocí jamás habría hablado así. Estaba tan... alejado de todo esto, tan centrado en sus propios principios. Es gracioso escucharte ahora, mucho más relajado. Como si hubieras dejado atrás todo eso.
Vincent se quedó callado, procesando sus palabras.
No estaba seguro de si debía sentirse halagado o incómodo.
El Vincent de hace años... ¿Qué pensaría él ahora?
—No entiendo, Alissa. —respondió, volviendo a mirar por la ventana, incapaz de deshacerse de ese sentimiento de confusión. —¿De verdad crees que es una mejora? No quiero ir. Hay cosas más interesantes que hacer, como prepararme para los exámenes del jueves. No es nada fácil.
Alissa lo observó un momento, como si estuviera disfrutando de ese Vincent más pensativo, más humano.
Había algo en su expresión que le causaba ternura, y lo supo en ese instante.
No se trataba solo de la fiesta o de lo que él pensaba de ella.
Se trataba de ver cómo él mismo había cambiado, cómo había dejado atrás tanto dolor, tanto orgullo.
—Realmente eres encantador, Vincent —dijo, su tono ligero, lleno de cariño.
Luego, sin previo aviso, se inclinó hacia él y le dio un suave beso en la mejilla.
Vincent se quedó completamente desconcertado, sus ojos grandes y abiertos, tocando la mejilla como si el beso hubiera sido algo inesperado y desconcertante.
—A pesar de todos estos años... —dijo con una sonrisa torpe, buscando en sus palabras alguna explicación para lo que acababa de ocurrir—. Todavía no te entiendo.
Alissa se recostó en el asiento, mirando al frente con una expresión tranquila, casi complacida.
—Quizás nunca lo hagas —respondió con una sonrisa juguetona—. Pero ¿no es eso lo que hace todo esto interesante?
Vincent la miró, perplejo, sin saber cómo reaccionar.
Alissa, con su aire relajado y natural, parecía tener siempre la respuesta correcta, como si tuviera una llave secreta para todo lo que él pensaba y sentía.
Y, aunque él no comprendiera todo lo que sucedía entre ellos, había algo en ella, en su mirada y en sus gestos, que lo mantenía cautivo.
—No es que no quiera ir... —dijo, finalmente. Miró hacia afuera nuevamente, sintiendo esa mezcla de incomodidad y fascinación que siempre lo acompañaba cuando hablaba con ella—. Es que... no tiene sentido. ¿Para qué ir? ¿Para llenar un espacio vacío en un lugar lleno de pretensiones?
Alissa suspiró, pero su voz se mantuvo suave y cálida.
—Lo sé. —Alissa asintió, con una expresión que indicaba comprensión, como si supiera exactamente lo que él sentía—. Pero a veces, Vincent, tienes que hacer cosas que no quieres hacer. Solo por el simple hecho de que puede ser útil. Para ti, para mí, para nosotros.
Vincent la miró, como si buscara en sus palabras alguna pista más.
—Eso no me convence —respondió con una sonrisa ligeramente forzada, pero de alguna manera, sincera—. Pero, de todas maneras, si tanto insistes, iré.
Alissa sonrió de manera triunfante, como si hubiera ganado una pequeña victoria.
—Lo sabía —dijo, con una ligera risa, mientras el coche avanzaba hacia el evento, dejando atrás la serenidad de la noche y el eco de sus pensamientos compartidos.
El salón estaba lleno.
La música suave flotaba en el aire, las risas se alzaban como un eco lejano entre los murmullos de los asistentes.
Vincent caminaba con paso firme entre la multitud, pero su mente no podía dejar de hacer preguntas.
Los trajes, las joyas, la decoración impecable... Todo parecía estar diseñado para impresionar, pero él no podía evitar sentirse completamente ajeno a todo eso.
"¿Cuánto tiempo hace que no me encontraba en un lugar como este?" pensó, su mirada recorriendo la sala. "¿Cuánto tiempo hace que dejara de pertenecer a este mundo?"
La sensación de ser un extraño en su propia vida lo abrumaba.
Estaba rodeado de personas, pero se sentía completamente solo.
Observaba las interacciones superficiales, los gestos vacíos, y cada sonrisa que se intercambiaba parecía más falsa que la anterior.
Todo parecía tan... antinatural.
"¿Es esta la sociedad de la que hui?" se preguntó. "¿Qué tan lejos me he alejado de todo esto?" La pregunta lo perseguía, como una sombra que no dejaba de acecharlo.
Se sentía como un intruso en su propia vida, como si estuviera parado frente a un espejo, pero no reconociera la persona que veía reflejada.
"¿Qué he hecho con todo lo que fui?" El pensamiento lo golpeó como una ola. "¿Es que todo aquello, todo ese sufrimiento, esa rabia... fue real? ¿O simplemente fue una ilusión, un sueño que ahora se disuelve ante la realidad de este mundo vacío?"
El asco empezó a acumularse en su estómago, como una sensación de náusea.
Miró las copas de champán dispuestas sobre una bandeja, brillando bajo las luces del salón.
"Las tomaba solo para encajar," recordó. "Solo para formar parte de algo, aunque fuera una farsa. Fingir, solo para que no me miraran como un extraño. Y ahora... ahora me pregunto si alguna vez lo hice por mí mismo."
El sabor amargo del recuerdo se instaló en su boca.
La idea de encajar en ese mundo lo repugnaba, pero a la vez, no podía dejar de sentir que todavía quedaba algo de él allí, algo de lo que no podía librarse.
"Bufones. Todos son unos bufones," pensó, mirando a los asistentes que se movían entre sí, lanzando sonrisas y palabras vacías. "Cada uno buscando llenar el vacío con algo que no puede saciar. Qué ridículo."
Su mirada se desplazó rápidamente hacia otro lugar, buscando algo, cualquier cosa que lo sacara de ese torbellino de pensamientos.
Fue entonces cuando escuchó una voz que lo sacó de su trance.
—¿Señor Turner?
La voz lo golpeó como una campana, clara y definida, haciendo que Vincent se detuviera en seco.
Giró sobre sus talones, un nudo en el estómago.
Su mirada se encontró con un rostro que había creído olvidado, pero que ahora parecía más cercano que nunca.
Era él. David Shield.
"David..." Pensó, el eco de su nombre resonando en su mente como un susurro lejano. "¿Qué haces aquí?"
David lo miraba con esa misma expresión de siempre, como si nada hubiera cambiado, como si el tiempo no hubiera pasado.
Ese hombre, tan seguro de sí mismo, tan acostumbrado a ser el centro de atención, ahora parecía desconcertado ante la aparición de Vincent.
"¿Cómo es posible que estemos aquí, frente a frente, después de todo este tiempo?" Vincent se preguntó, sintiendo la presión en su pecho. "¿Acaso el universo se está burlando de mí?"
—Vincent... —dijo David, su voz tranquila y sin atisbo de sorpresa.
Como si no hubiera pasado el tiempo.
Vincent no respondió de inmediato. Solo lo observaba, como si intentara encajar la pieza en el rompecabezas. "¿Por qué estás aquí? ¿Por qué ahora?"
El silencio se alargó entre ellos, denso, pesado, como si ambos intentaran encontrar las palabras correctas. Pero para Vincent, no había nada que decir. "Lo que ocurrió entre nosotros no puede ser explicado con palabras, David."
De repente, fue él quien rompió el silencio.
—David —respondió Vincent con frialdad, apenas un susurro.
David lo miró como si buscara algo en sus ojos, alguna señal de reconocimiento, de conexión, pero Vincent solo podía ver en él a una figura del pasado, un recuerdo que ya no tenía cabida en su presente. "Este hombre representa todo lo que dejé atrás, todo lo que traté de olvidar."
De repente, Vincent giró sobre sus talones y comenzó a caminar, alejándose de David, sin mirar atrás.
Porque, al final, lo que estaba frente a él ya no era su mundo.
Ya no era su vida.
Y aunque su cuerpo estuviera allí, en ese salón lleno de gente, su alma había dejado de pertenecer a ese lugar hacía mucho tiempo.
La multitud lo envolvía una vez más, pero Vincent ya no estaba allí.
Vincent apretó los dientes mientras sus pasos se volvían más rápidos, su corazón latiendo con fuerza en su pecho.
La sensación de hundimiento lo invadió, esa vieja presión, esa constante incomodidad que no podía dejar de sentir, como si algo dentro de él estuviera a punto de estallar.
Cada paso que daba lo alejaba del salón, pero el rostro de David Shield seguía rondando su mente, como un eco persistente que no podía callar.
"¿Por qué me sigue afectando? Ya hace tanto que lo dejé atrás... ¿Por qué siento como si estuviera volviendo a ser esa persona que no quería ser?"
La tristeza lo ahogaba, la frustración crecía, y en algún rincón de su mente, una sensación de desesperación comenzaba a acumularse como una nube oscura.
Su pecho se comprimía, la ansiedad lo alcanzaba con una fuerza que no podía controlar.
Cada vez sentía que la presión aumentaba más y más, como si el pasado lo estuviera aplastando, como si todo lo que había hecho antes lo hubiera llevado a este momento de colapso.
Sintió un nudo en el estómago, un mareo, y de repente no pudo más.
Sin pensarlo, giró en una esquina, casi corriendo, buscando algo de aire fresco, un escape.
Necesitaba un respiro, pero no lo encontró. En lugar de eso, chocó de frente con alguien, y casi perdió el equilibrio.
—¡Oh, perdón! —dijo una voz rasposa, como si la garganta estuviera por ceder ante una risa contenida.
Vincent levantó la mirada y vio a un hombre de cabello canoso, arrugado por el paso de los años, pero con la misma mirada desafiante que recordaba tan bien.
Era Johann Breuer. "¿Qué demonios está haciendo él aquí?" Pensó Vincent, incapaz de comprender cómo, después de tanto tiempo, ese hombre aparecía justo en el momento en que más lo necesitaba.
—¡Vincent Turner! —exclamó Johann con una risa burlona, que resonó a través del pasillo.
La voz retumbó con fuerza, llamando la atención de varias personas cercanas.
Los murmullos empezaron a fluir, la atención se desvió hacia Vincent.
No tuvo tiempo de reaccionar. Johann comenzó a sacudirle el hombro con entusiasmo.
—¡Vaya! ¡Es bueno verte de nuevo! —rió, disfrutando claramente del momento. —Pensé que la tierra te había tragado, ¿eh? ¿Dónde has estado? No he sabido nada de ti en años.
Vincent se quedó quieto, incapaz de encontrar una respuesta adecuada.
La ansiedad comenzó a apoderarse de él.
A su alrededor, comenzaron a emerger varias figuras que lo reconocían.
Sus caras eran borrosas, pero las voces comenzaban a ser más y más claras, como si cada uno de ellos formara una ola imparable.
—¿¡Vincent Turner!? —una voz dijo entre los murmullos.
—¿El hombre de los premios? —una mujer susurró.
—¿No era ese el tipo que hizo el proyecto revolucionario? —comentó otra persona.
El sonido de las risas de Johann y los murmullos de los otros presentes comenzaron a ahogarlo, como una ola de ruido ensordecedor que no dejaba de crecer.
La presión social que había evitado con tanto esfuerzo durante tantos años estaba de vuelta, y esta vez parecía más feroz.
La imagen de aquel hombre que había sido, el que podía manejar la presión, el que nunca flaqueaba, estaba completamente disipada.
Vincent sacudió la cabeza, como si pudiera quitarse esos pensamientos. "No, no ahora. No aquí." Su mente comenzó a acelerarse.
Los recuerdos llegaron con fuerza.
Su cuerpo tembló levemente.
Los premios, los trofeos, los logros que habían sido su vida.
Cada uno de esos recuerdos lo golpeó con tal fuerza que no pudo evitar sentirse abrumado.
El brillo de las medallas, el eco de las celebraciones. "¿Y ahora qué? ¿Esto es lo que he hecho con todo eso?" El rostro de Johann, el rostro de los que lo rodeaban... Todos lo miraban, esperando una respuesta.
"Todo fue tan vacío... ¿Qué he hecho con mi vida?"
El nudo en su garganta se hizo más fuerte, más doloroso.
Sacudió la cabeza de lado a lado, como en un tic nervioso, tratando de espantar los recuerdos que lo atacaban, pero no podía.
La visión se le nubló. "¿Por qué ahora? ¿Por qué cuando ya creí haber dejado todo esto atrás?" Las imágenes de su antiguo yo, de las conferencias, de las presentaciones, de las expectativas que todos tenían de él, se amontonaban, ahogándolo, aplastándolo.
Todo lo que había construido, todo lo que había logrado, ahora solo le parecía una jaula, una prisión que lo mantenía atado a ese pasado que ya no quería.
La risa de Johann siguió resonando a su alrededor, y las preguntas siguieron acumulándose.
Los murmullos lo rodeaban, y Vincent comenzó a perder el control.
El peso de todo aquello, de todo lo que había sido, lo hizo tambalear, y de alguna manera, supo que estaba a punto de estallar.
—¿Vincent? —Johann le preguntó, con una curiosidad creciente. —¿Qué pasó con el gran proyecto? Siempre estuvimos al tanto, pero jamás llegó a ver la luz, ¿verdad?
Vincent sintió que su respiración se aceleraba.
La ansiedad era insoportable.
Era como si todo el aire hubiera sido arrancado de la habitación. "No puedo más. No puedo..."
El recuerdo de esos años lo aplastó.
Las noches interminables, la desesperación por alcanzar la perfección, la constante presión por ser más, por ser el mejor, por ser alguien que nunca podría ser.
Cada momento se apilaba sobre él, formando una torre de frustración y tristeza que lo estaba hundiendo en un abismo del cual no podía escapar.
"¡Basta!" gritó en su mente, pero las palabras nunca salieron de su boca.
El vacío lo rodeaba, el ahogo lo envolvía, y la sensación de desesperación se hacía cada vez más densa.
Tuvo que apartarse de Johann.
No podía seguir allí, no podía seguir enfrentándose a esa avalancha de recuerdos.
Las luces del pasillo comenzaron a girar, las voces se desdibujaban, y Vincent, con el corazón latiendo con fuerza, corrió hacia los baños, buscando un refugio donde pudiera liberarse de la tormenta que lo azotaba.
No tenía respuestas.
Sólo una necesidad urgente de escapar.
Vincent sintió un retortijón en el estómago.
El aire se volvió espeso, denso como un abrazo apretado, como si el salón entero se estuviera cerrando sobre él. "No... no ahora", pensó, pero no pudo detener lo que estaba por suceder.
Cuando vio a Seo Ji-Hwan y Kang Hyo-jin, esos dos rostros le sonrieron, pero no como antes, no como en esos días distantes.
No.
Sus sonrisas se transformaron en máscaras desfiguradas, figuras etéreas en el filo de la oscuridad, con bocas abiertas que se burlaban de él, con dientes brillantes que reían de su vergüenza.
Eran las sonrisas del pasado, del fracaso, del eco lejano de lo que alguna vez fue, lo que creyó ser.
"No, no puede ser..." Vincent apretó los dientes, intentando deshacerse de esas imágenes, pero en su mente, la distorsión solo se profundizaba.
Y fue entonces cuando las puertas del salón se abrieron ante él. ¿Salir? Su mente gritó en una desesperada negación, pero sus pies, esos traicioneros compases de carne y hueso, lo guiaron hacia adelante, hacia un pasillo largo, estrecho y lleno de ecos.
Cada paso era un tambaleo, cada respiración un suspiro roto.
El pasillo se alargaba, un túnel, un abismo que no terminaba nunca, siempre descendiendo hacia algo que no podía ver, pero sí sentir.
[¡Vincent Turner, ¿eres tú?!]
La voz cortó la quietud, como un cuchillo afilado.
Lo veía, lo veía a él, al hombre que fue, y por un instante, Vincent se detuvo, su cuerpo tenso, sus ojos cegados por un relámpago de recuerdo.
[¡El genio de la ingeniería! ¡El que revolucionó todo!]
Risas, risas que llenaban el aire como gas venenoso.
Cada risa, una mordida al alma.
Cada palabra, un golpe a la memoria.
Las sonrisas brillaban como destellos de luz blanca, pero para Vincent, cada una era una daga, un aguijón que lo atravesaba con precisión y brutalidad.
Los murmullos se hicieron más densos, más implacables. No podía escapar de ellos.
"¡No!"
[¡Vincent Turner, el hombre que nunca terminó su proyecto!]
[¡El hombre de los trofeos vacíos!]
El sonido de esas palabras rebotaba en su cerebro, repiqueteando, retumbando, haciendo eco en su mente hasta convertirse en un rugido ensordecedor.
El aire se espesaba, cada respiración se volvía más difícil, como si las paredes mismas se estuvieran cerrando sobre él. "¿Por qué no puedo detenerlo? pensó. ¿Por qué sigo corriendo hacia algo que no sé qué es?"
Su visión se distorsionaba.
Las sombras se alargaban, como manos invisibles que se extendían hacia él, queriendo sujetarlo, atraparlo.
Y él... él seguía corriendo.
El piso debajo de sus pies parecía ceder, como si la realidad misma estuviera desmoronándose, transformándose en algo irreconocible, un lugar donde las leyes del tiempo y el espacio ya no existían.
La desesperación se cernía sobre él como una sombra oscura, y los murmullos aumentaban, como si lo rodearan por completo, lo devoraran.
Y al fondo, al final del pasillo, las luces titilaban. ¿Un refugio? Vincent pensó, pero la luz era fría, inalcanzable.
Los rostros, esas figuras que salían de las sombras, parecían moverse a su alrededor, sus ojos fijos en él, observando, evaluando.
[¿Qué fue de ti?]
Una voz susurró, y esa voz, tan familiar, se convirtió en una marea creciente que lo arrastraba hacia la oscuridad.
Vincent, con el aliento cortado, tropezó.
Su cuerpo se desplomó hacia adelante, y el suelo ya no era el suelo, sino un vacío que lo devoraba.
Y mientras caía, las voces, las risas, las sonrisas desfiguradas de las personas del pasado se fusionaron en una sola, una gigantesca ola de fracaso, de vacío, una masa negra que lo tragaba, que lo arrastraba a lo más profundo.
"Humano," pensó en medio de esa marejada, como un susurro del abismo. "Soy solo un humano."
El peso del abismo lo aplastó, su corazón se detuvo, y en ese instante, la ansiedad, la vergüenza, la frustración y la desesperación se unieron en una espiral oscura, mientras la luz se desvanecía y el eco de las risas lo consumía todo.
"¡No puedo escapar!"
Y en su caída, pensó, por un segundo, que el verdadero abismo no estaba allá afuera, en las sombras, en las máscaras sonrientes, sino dentro de él, en ese lugar que había estado oculto, ese rincón profundo donde su alma había sido presa de su propio fracaso.
Vincent estaba en el centro del huracán, una tormenta de voces y miradas que lo desgarraban desde el interior.
Todo en él se desmoronaba, pero la palabra humano lo perseguía como un eco distante. "¿Soy realmente un ser humano? ¿O solo una sombra de lo que una vez fui?"
La visión se hacía cada vez más borrosa, la realidad distorsionada en un torbellino de murmullos y risas. Su respiración se volvía errática, cada paso que daba sentía que se hundía más en un abismo del cual no podía escapar.
"¿Acaso soy un humano? ¿O solo una caricatura de lo que una vez imaginé ser?"
La multitud lo rodeaba, los ojos fijos en él, observando, comentando, analizando, como si fuera un objeto a la deriva, perdido en un mar de desaprobación. Humano... esa palabra retumbaba en su mente.
"Si soy humano, ¿por qué me siento tan... vacío? ¿Por qué no puedo encontrarme en este caos?" Los murmullos se elevaban, los comentarios llegaban como cuchillos, y la sensación de impotencia crecía dentro de él, como una ola que lo arrastra hacia lo profundo.
"¿Qué significa ser humano cuando lo único que siento es este vacío, esta soledad arrasadora?"
Alissa estaba ahí, la única figura que aún podía reconocer entre tanto ruido. Pero, incluso ella, con su sonrisa distante, parecía estar atrapada en la red de todo lo que Vincent había temido ser. "Ella está con él. Con David Shield." Pensó, su corazón latiendo con desesperación.
"Soy un humano roto, un ser que ya no sabe qué es real." Y entonces la vio, con esa copa de champán, y un golpe profundo resonó en su pecho.
¡CRACK!
Algo dentro de él se quebró, como si la última fibra que lo mantenía unido se desgarrara, y esa palabra, humano, se le atragantaba en la garganta.
"¿Qué queda de mí? Si soy un humano, ¿por qué siento que ya no soy nada?"
El dolor lo consumía mientras la visión se nublaba aún más.
El rostro de Alissa ya no era el mismo. La sonrisa se desvaneció, como un eco de lo que había sido.
Y al lado de ella, David Shield, el hombre que lo había eclipsado en todo, que había devorado sus sueños, su esperanza. Y ahora, al verlos juntos, Vincent entendió lo que siempre había temido. "Soy un humano, pero ¿de qué sirve ser uno si lo único que me queda es esta imagen rota?"
"¿Esto es lo que significa ser humano? ¿Ser un eco, una sombra de lo que los demás esperan?"
La sala giraba a su alrededor, las voces, las miradas, el juicio. "Sonríen, miran, se burlan... pero no me ven. No pueden ver lo que soy ahora." La pregunta lo martillaba sin cesar: "¿Qué significa ser humano en un mundo que ya no te reconoce? En un lugar donde no encuentras ni siquiera tu propia voz..."
El cuerpo de Vincent se movía en automático, buscando escapar, pero no podía.
No podía escapar de esa sensación, esa presión que lo hundía más.
"Soy un humano perdido. ¿Acaso la humanidad se define por lo que somos o por lo que los demás nos dicen que somos?"
"¿Y si la respuesta es que no soy más que una sombra de mi pasado?"
La sala, el caos, las sonrisas, las voces... todo era un reflejo de lo que él había sido.
"Si soy un humano, ¿por qué me siento tan distante de todo esto? ¿Por qué no puedo escapar de mi propia prisión?"
Vincent siguió buscando a Alissa, su única luz en medio de la oscuridad. Pero esa luz también se desvanecía.
"Soy un humano, pero ¿quién soy realmente? ¿Lo que los demás ven o lo que yo veo de mí mismo?"
Las preguntas seguían, como sombras al acecho, mientras la presión en su pecho se intensificaba.
"¿Soy un humano roto, que nunca será lo que los demás esperan? ¿O soy solo una ilusión, una figura perdida en la oscuridad?"
La palabra humano se convirtió en un peso insoportable, como una carga que lo aplastaba, lo desbordaba.
Vincent dejó de ser él mismo, y en su lugar, se convirtió en el reflejo de la desesperación, el dolor y la incapacidad de encontrar su propio camino.
"¿Qué significa ser humano... cuando lo único que sientes es que ya no hay más camino que recorrer?"
Un camino que el habia perdido.
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"Ya no deseo ser humano..."
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El departamento estaba oscuro, solo las luces tenues de la entrada y el pasillo iluminaban el espacio.
El sonido de la puerta cerrándose retumbó en los oídos de ambos.
Alissa, con pasos rápidos, colgó su saco en el perchero antes de girar hacia Vincent.
Su rostro, aunque aún compuesto, reflejaba preocupación.
Pero Vincent... Vincent estaba completamente sumido en un vacío. Caminaba lentamente, sus hombros caídos, la mirada perdida, como si estuviera atrapado en una niebla que lo separaba de la realidad.
Su cabello, desordenado, caía sobre su rostro, y sus ojos... esos ojos, con espirales de desesperación, no podían ver nada a su alrededor. Solo vacío.
Alissa lo observó con alarma y dio un paso hacia él.
—Vincent... —dijo, con voz suave al principio, pero llena de una creciente ansiedad—. ¿Qué pasó allí? ¿Qué sucedió?
Vincent no respondió.
Solo permaneció de pie, inmóvil, como una estatua quebrada que no podía recordar cómo volver a moverse.
—Vincent, ¡habla! —insistió Alissa, acercándose aún más—. ¿Por qué estás así? ¡Dime qué ocurrió!
No hubo respuesta.
El silencio que se estiraba entre ellos era denso, pesado. Alissa intentó tomar su brazo, sacudirlo suavemente, pero Vincent no reaccionó.
—¡Vincent! —exigió con más fuerza, su tono cambiando a uno de frustración—. ¡Por favor, dime algo! ¡¿Por qué no dices nada?! ¡No es como tú eres!
La desesperación crecía dentro de Alissa.
El miedo de no entenderlo, de perderlo, de ver cómo se desmoronaba frente a ella, la estaba consumiendo.
Sus manos temblaban ligeramente mientras trataba de mantener el control.
Vincent siguió sin mover un músculo.
Y en su silencio, Alissa sintió cómo el aire se volvía espeso, cómo la distancia entre ellos se hacía más insostenible.
—¡Vincent! —gritó, esta vez levantando su voz con rabia—. ¡Responde! ¡¿Por qué no me dices nada?! ¡No te estoy pidiendo que lo hagas solo por mí, te estoy pidiendo que me escuches!
El tiempo parecía detenerse, el sonido de su voz reverberando en las paredes del departamento.
Pero Vincent, atrapado en su propio laberinto, solo se quedó allí, perdido.
Alissa, incapaz de soportar más el peso de la inacción, levantó su mano con furia, tomó su rostro y lo giró hacia ella, forzándolo a mirarla.
Fue un movimiento brusco, una mezcla de desesperación y cólera.
—¡Vincent, mírame! —gritó, su rostro al borde de la angustia—. ¡¿Qué diablos te pasa?! ¡¿Por qué no hablas?!
Vincent finalmente reaccionó.
Su mirada, rota y asustada, se encontró con la de Alissa.
Las palabras brotaron de su boca, pero no de la manera que ella había esperado.
No con la intensidad de alguien que quería ser comprendido, sino como una condena, como un susurro de temor.
—Falsa... —musitó, su voz quebrada, temblorosa.
Alissa, confundida, dio un paso atrás, sus ojos buscando comprender lo que él había dicho.
—¿Qué...? —preguntó, su voz un susurro tembloroso.
Vincent levantó una mano, como si intentara detenerla, pero su expresión era la de un hombre que no podía salir de la prisión de su propio miedo.
—Falsa... —repetía, ahora con más fuerza—. Falsa, Alissa.
El terror en sus ojos le heló la sangre.
Fue como si el suelo bajo sus pies se desmoronara, dejando solo la oscuridad del abismo.
Alissa intentó acercarse a él, pero la distancia que había entre ellos ahora era más grande que cualquier espacio físico.
Era una separación emocional profunda, una grieta que se expandía rápidamente entre los dos.
—Vincent... —dijo, su voz temblorosa, más suave, como si intentara comprenderlo—. ¿Qué... qué quieres decir con eso? ¿Por qué dices eso?
Vincent cerró los ojos, su respiración agitada y errática.
Parecía querer escapar, pero no podía.
Su alma estaba rota en pedazos, cada uno más afilado que el anterior.
Cada palabra que salía de su boca era como una daga clavada en lo profundo de su ser.
—Falsa... —repitió, mirando hacia el vacío, sus ojos sin foco, sin vida—. Todo es falso. Todo esto... todo... falso.
Alissa no podía creer lo que oía.
Se quedó allí, inmóvil, intentando procesar sus palabras, intentando encontrar la verdad detrás de ese murmullo quebrado.
Pero las palabras seguían flotando en el aire, pesadas, imposibles de alcanzar.
—Vincent, por favor, —dijo con desesperación, sus ojos brillando con lágrimas—. ¡Dime lo que pasa! ¡¿Por qué estás diciendo eso?!
Vincent, sin poder soportarlo más, apartó su mirada de ella.
—Falsa... —susurró, pero esta vez fue como un eco, un último suspiro de alguien que ya no podía salvarse.
La habitación se llenó de un silencio sepulcral.
Alissa, con el corazón roto, se quedó allí, observando cómo la figura de Vincent se desvanecía, alejándose de ella, de todo lo que una vez compartieron.
Y en ese instante, el miedo y la desesperación se apoderaron por completo de ella.
El tiempo pasó, y con él, la vida de Vincent se desmoronó como un castillo de naipes arrasado por el viento.
La energía que alguna vez lo caracterizó, el brillo en sus ojos cuando hablaba de sus sueños y proyectos se desvaneció de a poco, hasta que no quedó más que una sombra vacía de lo que fue.
El hombre que había sido un referente, un ejemplo de determinación y éxito, ahora era una figura quebrada, perdida en la espiral de su propia desesperación.
Alissa, por su parte, había cambiado también.
Su vida se había trastornado por completo, devorada por la culpa que sentía por lo ocurrido.
Cada día, antes de salir a trabajar, se arrodillaba frente a Vincent, pidiéndole perdón.
Las palabras caían de sus labios, suaves, suplicantes, pero la mirada de él seguía perdida, vacía.
Cada disculpa que pronunciaba era como un intento de aliviar un dolor que solo ella podía sentir, pero que él, ya demasiado roto, ni siquiera podía entender.
—Lo siento... lo siento tanto... —susurraba, las lágrimas cayendo sobre el suelo.
Su voz se entremezclaba con la angustia, pero no obtenía respuesta.
No había reacción.
No había consuelo.
A veces, Alissa permanecía allí por horas, de rodillas, sus manos entrelazadas en un gesto de súplica desesperada, mientras Vincent no hacía más que mirarla, sin un atisbo de emoción en su rostro, como si su alma ya no estuviera allí para ser tocada.
El tiempo seguía avanzando, pero la depresión de Vincent solo crecía.
La casa que compartían, antes llena de risas, proyectos y sueños, ahora era solo un lugar oscuro y sombrío.
Las paredes se cerraban poco a poco sobre ellos, absorbiendo cada fragmento de esperanza que quedaba.
El hombre que había sido reconocido como uno de los más brillantes en su campo, ahora abandonaba su trabajo como profesor, el mismo trabajo que tanto le había costado obtener.
Fue un día cualquiera, casi sin previo aviso, que tomó la decisión.
En silencio, con la cabeza agachada, puso su renuncia sobre la mesa de su oficina.
Sus compañeros lo miraron, pero no hubo preguntas. Sabían que el hombre que solía ser Vincent Turner ya no existía.
Los días se desdibujaron para él.
Se levantaba tarde, o no se levantaba en absoluto.
Su cuerpo se fue marchitando con el tiempo, el rostro cada vez más delgado, las mejillas hundidas, la piel grisácea, como si el mundo hubiera olvidado que alguna vez fue un hombre lleno de vida.
El cabello, antes cuidado y brillante, ahora estaba maltratado, seco, una maraña de hebras sin forma.
Las ojeras bajo sus ojos eran profundas, como si las horas, los días, los años se hubieran acumulado de golpe en su rostro.
El silencio era su compañía constante.
Ya no hablaba, ya no reaccionaba.
El hombre que antes podría haber llenado un salón de clase con su energía y pasión por enseñar, ahora se convertía en una sombra, una figura vacía que caminaba por los pasillos de su propia existencia sin rumbo.
Cada mañana, Alissa lo encontraba en la misma postura, sentado frente a la ventana, sin mirar hacia afuera, pero tampoco hacia adentro.
Solo había vacío.
Y cada día, Alissa regresaba a casa después del trabajo, cansada, pero el agotamiento emocional que sentía era mucho más profundo que cualquier fatiga física.
Cuando entraba, siempre lo buscaba, se acercaba a él, y la escena era la misma: él, inmóvil, como una figura espectral en una casa desolada.
Con el tiempo, las palabras de disculpas que antes brotaban de sus labios como un torrente de desesperación, se volvieron una rutina, una costumbre de arrepentimiento constante.
Pero nunca hubo respuesta.
Alissa comenzó a hablar menos, a sentir que sus disculpas ya no tenían valor.
Sabía que algo más grande que la culpa la estaba destruyendo a ella también.
¿Cómo podía perdonarse a sí misma por ser la causa de su sufrimiento? Las noches se volvían largas, y el cansancio mental la sobrepasaba.
Pero aun así, se mantenía al lado de él, como un faro de esperanza que ya no podía alcanzar.
Vincent, por su parte, parecía haberse entregado por completo a la oscuridad que lo envolvía.
Ya no era el hombre fuerte, el hombre inteligente que había sido.
Era solo una carcasa vacía, un reflejo distorsionado de su pasado.
La casa, que una vez fue su hogar, ya no lo era.
Se había convertido en un espacio de sombras y silencio, donde los días se desvanecían sin dejar rastro, como si el tiempo mismo hubiera dejado de importarle a Vincent.
Solo Alissa seguía allí, aferrándose a la esperanza de que algún día él volviera a ser el hombre que había conocido, el hombre que había amado.
Pero sabía, en lo más profundo de su ser, que quizás ya era demasiado tarde para eso.
La depresión de Vincent lo había consumido por completo.
No solo su cuerpo, sino también su alma.
Y aunque Alissa nunca dejó de intentarlo, nunca dejó de pedir perdón, la brecha entre ellos se hacía más y más grande, hasta que, en el fondo, ella comenzó a dudar si alguna vez podrían volver a encontrar la luz juntos.
Ella comenzó a aceptar la perdida.
[...]
Alissa estaba sentada al borde de la cama, las manos tensas sobre sus piernas, sus ojos fijos en Vincent, quien no parecía notar su presencia.
Él seguía allí, inmóvil, como una estatua, mirando a través de la ventana sin realmente ver nada.
Su figura era delgada, y su rostro, marcado por la fatiga y la desesperación, apenas mostraba signos de vida.
Había sido tanto el tiempo transcurrido, tanto el peso de lo irremediable que incluso la respiración de Vincent parecía apagada, casi como si la misma vida hubiera dejado de fluir por sus venas.
Alissa, con una voz apenas audible, rompió el silencio.
—Vincent... Pronto deberíamos mudarnos... He comenzado un nuevo proyecto. I-ISLAND... Es un lugar excepcional para los científicos y héroes... Un lugar donde las mentes brillantes pueden reunirse... —la verdad, las palabras no fluían con la misma convicción que antes, su voz sonaba vacía, como si no creyera en ellas. —Me han invitado a formar parte, y creo que... sería bueno... para ambos. Es un lugar distinto, con nuevas oportunidades. Podríamos empezar de nuevo.
Vincent no respondió.
Su cuerpo permanecía en la misma postura rígida, su mirada perdida más allá de la ventana, como si nada, ni siquiera las palabras de Alissa, pudieran alcanzarlo.
Alissa cerró los ojos por un momento, como si estuviera buscando una respuesta dentro de ella misma, como si aún esperara que todo esto fuera solo un mal sueño del que despertaría.
Con un suspiro, ella extendió su mano hacia él, su palma temblorosa, pero decidida.
—Deberíamos ir juntos... Tú y yo... juntos, como antes. No todo está perdido, Vincent, aún podemos... —pero sus palabras se quebraron, y la esperanza que alguna vez sintió se desvaneció, como el viento que arrastra una hoja marchita.
Vincent no reaccionó.
Su rostro no se movió.
No hubo ni un leve parpadeo, ni un pequeño suspiro que indicara que él la había escuchado.
El peso de la desesperación se acumuló sobre Alissa.
Sus hombros se encorvaron, y la frustración la atravesó como una corriente fría.
La impotencia la ahogaba.
Miró la mano que había extendido hacia él, esa mano que alguna vez era firme, fuerte, pero ahora parecía tan frágil, tan desnutrida.
Los huesos sobresalían, y su piel era tensa, como si nada quedara de lo que antes era.
El contraste entre la vida que había sido y la que ahora enfrentaba era insoportable.
—Vincent, por favor... —sus palabras fueron un susurro que se convirtió en un sollozo. Su voz se rompió. —Te lo ruego... No... no puedo... —se levantó y se arrodilló frente a él, sus manos temblando mientras tomaba su rostro entre ellas, como si intentara forzarlo a mirarla, a sentirla. —¡Vincent, no me dejes! ¡No me dejes así! ¡No quiero perderte! —sus lágrimas comenzaron a caer, una tras otra, como una tormenta que no se detenía. —¡Lo siento tanto! ¡Lo siento, lo siento, lo siento! —la repetición de las palabras era una súplica desesperada, como si con cada una tratara de reparar el daño, aunque sabía en el fondo que esas palabras ya no podían sanar nada.
Se desplomó de rodillas frente a él, suplicando, repitiendo su perdón una y otra vez, mientras su corazón se destrozaba con cada segundo que pasaba.
El hombre que alguna vez amó, que la había sostenido cuando ella más lo necesitaba, ahora solo era una sombra de lo que fue.
Vincent estaba tan lejos, tan perdido en su propio dolor, que ni siquiera podía devolverle una mirada.
—Por favor... perdóname... perdóname... —el grito salió de sus labios, pero él seguía mudo, implacable, como una pared infranqueable.
Y a medida que sus palabras se desvanecían en el aire, ella sintió que todo lo que había sido, todo lo que alguna vez había creído, se desmoronaba.
Vincent, en su silencio, le respondió con su ausencia.
Y Alissa, destrozada, no podía dejar de llorar, sus manos temblorosas aferrándose al aire como si pudiera alcanzarlo de alguna manera, pero todo lo que tocaba era vacío.
El tiempo pasó, arrastrando con él los días, los días se convirtieron en semanas, y las semanas se diluyeron en un mar de indiferencia.
La rutina en el departamento, antes llena de murmullos, risas y pequeños gestos de cariño, ahora era una zona de silencio tenso.
Vincent, por fin, comenzaba a levantar su cabeza.
A través de los cristales rotos de su alma, comenzó a observar el mundo de nuevo.
Entre los periódicos de los vecinos, en la esquina de una página olvidada, vio algo que le hizo detenerse.
I-ISLAND.
Una isla artificial, ubicada en el vasto Pacífico, en un lugar apartado del caos del mundo.
Parecía un sueño distante, un refugio para científicos, para mentes brillantes, un lugar donde la tecnología, la innovación y el futuro se entrelazaban en una nueva promesa.
Y allí, en esas palabras, un destello de algo familiar, algo que aún resonaba dentro de él.
Durante días, Vincent no pudo dejar de pensar en I-ISLAND.
Pensó en Alissa, en su dedicación, en su pasión por todo lo que hacía, en cómo había sido esa mujer en su vida, y cómo, al final, todo había quedado enterrado en ese día oscuro.
Pero algo en él, por primera vez en mucho tiempo, se despertó. "Tal vez"... pensó. "Tal vez podría ser el comienzo de algo diferente."
Con cada día que pasaba, Vincent luchaba en silencio.
En sus momentos a solas, mientras Alissa no estaba en casa, comenzaba a prepararse.
Leía sobre los avances científicos, los informes técnicos, las propuestas.
Poco a poco, empezó a salir de su aislamiento, a tomar los pasos necesarios.
Al principio fueron pequeños, casi imperceptibles.
Un libro aquí, un artículo allá.
Su cuerpo, antes completamente entregado al abandono, comenzaba a recuperar algo de su tono.
Su mente, que había estado envuelta en niebla durante tanto tiempo, comenzaba a aclararse.
Era un proceso lento, casi doloroso, pero allí estaba él, luchando, un paso tras otro.
Las cosas, pensó, tal vez podían mejorar.
Quizá si intentaba... tal vez podría encontrar un camino que lo sacara de esta oscuridad.
Pero un día, todo eso cambió.
El sonido del teléfono rompió su concentración.
Al principio, lo ignoró, pero luego oyó la voz de Alissa, suave y confiada, como si estuviera hablando con alguien de gran importancia.
Él no pudo evitar escuchar.
Estaba hablando sobre el proyecto, sobre I-ISLAND. Pero, a medida que avanzaba la conversación, Vincent notó algo.
El tono de Alissa cambió, se volvió más serio, más profesional.
Estaba discutiendo detalles técnicos, especificaciones que a él le sonaban ajenas, incomprensibles. Sin embargo, algo en las palabras que Alissa pronunciaba le hizo fruncir el ceño.
Y de repente, el nombre llegó a sus oídos, como un susurro venenoso.
—... sí, David Shield está de acuerdo con la propuesta, pero necesitamos asegurarnos de que todo esté en orden antes de enviar la aprobación final.
Vincent se quedó completamente inmóvil.
El aire a su alrededor se congeló, como si el tiempo se hubiera detenido. El nombre resonó en su mente con una intensidad que lo sacudió. David Shield... El hombre que había marcado su vida, el hombre que había ocupado el lugar que Vincent siempre había deseado.
El hombre que nunca había desaparecido, que seguía acechando desde las sombras, aun cuando Vincent pensaba que lo había superado.
"Falsa..." La palabra retumbó en su cabeza, como un eco incontrolable.
Vincent sintió una ola de dolor recorrer su cuerpo.
La frustración, el abandono, la traición, todo se acumulaba en su pecho, como un peso insoportable.
Su rostro se palideció, y sus manos temblaron. ¿Qué había hecho él? ¿Por qué se había permitido seguir viviendo en la sombra de este hombre?
El día que Vincent había estado esperando, el día en el que pensaba que finalmente podría enfrentar a Alissa, a sus demonios internos y a sus miedos, llegó de manera diferente.
Despertó con el corazón lleno de resolución, dispuesto a luchar por lo que quedaba de ellos, por lo que alguna vez fueron.
Pero lo que encontró, en su lugar, fue algo que jamás hubiera esperado.
En el buzón, había una carta dirigida a él.
El sobresello, cuidadosamente cerrado, no llevaba más que su nombre escrito con una caligrafía familiar, pero distante.
Vincent la sostuvo con manos temblorosas, dudando si abrirla o no.
Pero el deseo, la necesidad de comprender lo que había sucedido, lo empujó a romper el sello.
En su interior, la carta estaba escrita con palabras que, de alguna forma, sonaban a despedida, aunque aún no lo sabía.
Al principio, todo parecía normal: las primeras líneas de la carta estaban llenas de dulzura, de recuerdos compartidos, de aquellos días en los que habían sido felices juntos.
Pero pronto, las palabras de Alissa comenzaron a tomar un tono diferente.
Era como si ella estuviera hablando de un amor que ya no existía de la misma manera, un amor que ya había sido alterado por algo que ni ella misma podía definir.
La carta comenzaba con una reflexión dolorosa, una de esas que sólo surge cuando el amor se enfrenta a la desilusión más profunda.
INTRODUCIR: MOVING - JANG JAEIL
——————————
Mi querido Vincent,
Si me hubieras preguntado hace algunos años si llegaría a escribirte una carta como esta, te habría respondido que era imposible. Pero la vida, en su infinita sabiduría, siempre nos lleva por caminos que no podemos prever. Hemos recorrido un largo trayecto, y aunque las palabras puedan sonar vacías ahora, quiero que sepas que mis sentimientos por ti fueron genuinos, más de lo que jamás pude expresar.
Recuerdo el primer día que nos conocimos, la primera vez que tus ojos se encontraron con los míos. Recuerdo cómo, sin querer, todo a mi alrededor desaparecía cuando estábamos juntos. No era solo una conexión, era una necesidad profunda, algo que sentía en lo más profundo de mi ser. Tú eras mi sol, Vincent, mi razón para sonreír, mi refugio.
Sin embargo, con el tiempo, las sombras comenzaron a ocupar su lugar. La relación que teníamos empezó a cambiar, y yo me di cuenta de que no podía seguir aferrándome a una versión de nosotros que ya no existía. Quizás nunca fue posible, quizás todo estuvo condenado desde el principio. Los sueños que compartimos, las promesas, las ilusiones que nos dimos, parecían desmoronarse entre mis dedos como polvo. Pero lo peor de todo, Vincent, es que lo vi venir. Yo lo supe, pero elegí ignorarlo. Elegí creer que las cosas cambiarían, que las cosas mejorarían.
Lo que no supe, lo que no entendí hasta ahora, es que el daño ya estaba hecho. Tú comenzaste a desvanecerte, y yo, en mi egoísmo, nunca entendí lo que estaba pasando. Te vi perderte en la oscuridad, pero no te di la mano para sacarte de ella. No te ayudé como debía. No te amé como merecías ser amado. Y al final, tú fuiste el que pagó el precio de mi indiferencia. Lo siento tanto, Vincent. Lo siento más de lo que las palabras pueden expresar.
Quizás, si las cosas hubieran sido diferentes, tal vez si yo hubiera sabido luchar contra mis propios demonios, hubiéramos encontrado una manera de sanar juntos. Pero ya no sé si eso es posible. Yo me he perdido, Vincent. Y tú, tú ya no eres el hombre que conocí. Ya no reconozco a ese Vincent en tus ojos, ni el hombre que alguna vez fui yo para ti. Y por mucho que desee que esto sea distinto, ya no puedo negarlo: lo que quedaba de nosotros se desvaneció hace mucho.
Por eso, he tomado una decisión. He aceptado el daño que te he hecho, la herida que nunca sanó. Y aunque lo intento, no puedo quedarme aquí. Ya no puedo ser la persona que necesitas. Te amo, Vincent. Pero te amo lo suficiente como para dejarte ir. Lo mejor que puedo hacer por ti, por nosotros, es separarnos. Necesito irme y encontrar mi camino, aunque eso signifique estar lejos de ti.
Te dejo todo lo que alguna vez compartimos: la casa, los bienes, y una parte de lo que he logrado. He dejado todo en tus manos. Mi parte de lo que es nuestro, todo lo que alguna vez pensé que construiríamos juntos, está ahora bajo tu nombre. Mi mayor deseo es que encuentres paz, que encuentres la fuerza para salir de la oscuridad. Quizás, algún día, mi nombre no será solo una sombra que te persigue, sino un recuerdo que se desvanece.
Vincent, ya no puedo seguir. Mi camino me lleva lejos de ti, a I-ISLAND, donde quizás... solo quizás, pueda encontrar algo que me ayude a reconstruir mi vida. Quiero que sepas que lo que compartimos nunca será olvidado, pero es hora de que te liberes de mí.
Para ti, mi amado Vincent,
Con todo mi corazón,
Alissa.
——————————
Las palabras de Alissa se imprimieron en la mente de Vincent como un eco lejano, como un grito que atravesaba las paredes de su propia existencia.
Se quedó allí, mirando la carta, sin poder moverse.
Una parte de él quería gritar, otra parte quería destruir todo a su alrededor.
Pero al final, lo único que pudo hacer fue cerrar los ojos y respirar profundamente, sintiendo el peso de la despedida caer sobre sus hombros, tan pesada como la verdad misma.
Todo había terminado.
Vincent se desplomó sobre el sillón, como un hombre que ha sido despojado de todo propósito, de toda razón.
La carta, que aún palpitaba con las palabras de Alissa, cayó de sus manos, como si esa carta misma tuviera el peso del mundo, como si le hubiera dejado caer sobre su pecho el último aliento.
En su rostro, solo la huella de un hombre derrotado, pero en su interior, una tormenta comenzaba a gestarse.
No la tormenta de los vientos, sino la del alma, el rugir de los recuerdos, el retumbar de las palabras perdidas y las promesas rotas.
"Recuerdo..."
La palabra se formaba en su mente, repetida una y otra vez, como una canción rota que no podía detenerse, que no quería detenerse.
Recordó la primera vez que escuchó a Alissa susurrarle palabras de amor.
"Te amo..."
Recordó su madre, siempre tan llena de esperanza, tan llena de fe en él.
"Vas a llegar lejos, hijo mío. Eres un genio..."
La voz de su madre flotaba en el aire como un eco lejano, una ilusión del pasado que ya no tenía lugar en la vida que vivía ahora.
"¡Genio! ¡Genio! ¡Vas a ser alguien, Vincent!"
¿Y qué fue lo que se convirtió? ¿Un hombre arrastrado por las sombras de su propia mediocridad?
Recordó su reflejo, ese joven que brillaba con la luz de la inteligencia, el joven que tenía sueños, que creía que podía salvarlo todo, incluso a ella... incluso a sí mismo.
Pero ahora...
La rabia surgió de su cuerpo, una fuerza animal, casi grotesca, que lo empujó a levantarse, a gritar al vacío de la habitación.
El sillón bajo él crujió con el peso de su furia, y la carta seguía allí, desechada, sin importar ya las palabras escritas en ella.
"¡No! ¡Ya no!" Las palabras de Alissa ya no tenían sentido.
Ninguna palabra tenía sentido.
"Vincent Turner..." Sus ojos, ahora desorbitados, ardían con la furia de mil tormentas. "¿Dónde está el Vincent Turner que soñaba ser? ¿Dónde está el hombre que podía dominarlo todo?"
Con un grito ahogado, sus manos, temblorosas pero llenas de furia, buscaron lo que estaba cerca.
El vaso de cristal, la lámpara que alguna vez había sido su orgullo, la silla que recordaba tanto a las noches de risas.
INTRODUCIR: ENDING - JUNG JAEIL
Todo voló por los aires.
Se estrelló.
El sonido del vidrio rompiéndose, el estruendo de los muebles destrozándose, era música en su cabeza.
Música que no cesaba, que no dejaba de sonar, que le martillaba los oídos.
¡Todo, todo se rompía! Cada objeto, cada recuerdo, cada pedazo de su vida... ¡Roto!
"¡No! ¡NO!" La rabia lo cegaba. Sus manos temblorosas destrozaban todo a su paso, como si estuviera buscando algo, algo que ni él mismo entendía. "¡Era yo! ¡Era yo el que iba a cambiarlo todo!" Gritó con la garganta rasgada. "Era yo... Vincent Turner. El mejor. El maldito mejor..."
Recordó los días en los que se veía a sí mismo como alguien imparable. "Lo dije, ¿no? Lo dije. Nada me iba a detener..." Su voz, errática, se entrecortaba entre los sollozos y la ira.
Su cuerpo, consumido por el desgano, se levantaba y caía, como una marioneta sin hilos, atrapada en su propia tormenta. "¡Alissa! ¡ALISSA!" Gritaba entre lágrimas, entre rabia. "¡Tú me arrastraste hasta aquí! ¡Tú...!"
Pero en cada palabra, en cada resquicio de su desesperación, sentía que se hundía más.
El tiempo se había detenido, los recuerdos chocaban con su mente como piezas de un rompecabezas rotas, imposibles de armar. Cada pedazo de su ser estaba destrozado. "¿Por qué? ¿Por qué..."
Sus puños destrozaron la lámpara, los vidrios caían alrededor, afilados como cuchillas.
No podía ver más allá de su furia, no podía escuchar más allá de su propio gritar.
Los recuerdos de sus padres se mezclaban con los de Alissa, con la voz de ella, su promesa rota, su caricia distante.
"Eres un tonto, Vincent..."
La voz de su madre resonaba como una maldición en su cabeza. "Lo sabías, ¿verdad? Lo sabías..."
¡Lo sabía! Lo sabía todo.
Sabía que este era su destino, sabía que el sueño que construyó sobre su inteligencia y su capacidad se había desmoronado ante él como una mentira. "Yo fui el tonto... Yo... Yo creí..."
Y, en el clímax de su desesperación, su cuerpo cayó, quebrado por las fuerzas de su propia autodestrucción.
Vincent Turner, el hombre que un día fue el futuro de una generación, se desplomó sobre el suelo, arrasado por su propia furia, despojado de todo lo que alguna vez fue.
Y, mientras el polvo y los escombros se asentaban a su alrededor, solo quedó el eco de su voz, de su dolor, de su destrucción.
"¿Qué soy ahora? ¿Qué soy ahora?"
Se quedó allí, entre las sombras, rodeado por lo que había sido, lo que había perdido.
La furia de su alma se extinguió, pero el vacío que dejó su grito, esa pregunta que nunca pudo responder permaneció en la habitación.
Y en su pecho, el vacío seguía creciendo.
"No soy nada, no soy nadie... no quiero ser humano, no quiero serlo nunca más."
Sus llantos no se detuvieron, por dos días y tres noches el lloro desconsolado en medio de un hogar destrozado. Sin comer, sin dormir, sin descansar... solo sufriendo.
Su deseo no se cumpliría ese día.
Pues sufrir... es de seres humanos.
...
Continuara....
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