───capítulo uno❞


✧  yo lo lamento más.


El calor llegó fuertemente a las calles de Inglaterra. El sol azotaba su ventana como si quisiera derretirla y el dolor de cabeza lo estaba matando lentamente. La alarma sonó en su celular retumbando en sus sensibles oídos, revisándolo vio que no eran más de las siete de la mañana de un lunes 5 de diciembre. Suspiró con cansancio. 

Con dolor, se sentó en su cama lentamente sosteniendo su cabeza entre sus manos, si la resaca no lo mataba, entonces el olor a cigarro y licor que se encerró en su cuarto lo haría. Pasando las manos por su pelo azabache, se levantó con desgana pateando unas cuantas latas y fundas de snacks que se habían acumulado el fin de semana. Prendiendo sus parlantes, colocó su playlist favorita y se metió al baño concediéndose una larga ducha.

—¡And I'll be the king, baby! —cantó, su voz saliendo melodiosa aún si el día anterior había gritado hasta las cuatro de la madrugada en la discoteca.

Ahí era el único lugar donde se sentía libre, el único momento donde nada más que su voz y él importaban, cuando cantaba parado sobre un escenario con miles de personas frente a él cantando sus canciones a coro, gritando un seudónimo que empezaba a creer era más su nombre propio que él que sus progenitores le habían concedido.Cuando el público lo aclamaba por su voz, su esencia y por quién era estando ahí, más no porque era "el segundo hijo de los Vansteli, el heredero caído"

Porque sus melodías eran su lugar seguro. 

Al salir de la ducha se colocó sus zapatos, unos pantalones negros y una camisa roja con una pañoleta adornando su cuello. Se veía bien, se sentía bien. Suspiró complacido consigo mismo luego de admirarse unos minutos al espejo, arregló sus mangas al final de sus brazos, sus dedos rozando levemente esas cicatrices que estaban latientes ahí en sus brazos.

Cerró los ojos con dolor. Los recuerdos regresando a él. Se miró una vez más al espejo guardando esas memorias en un baúl escondido al fondo de su mente. 

Bajando por las escaleras fue directamente a la sala quedando parado en la mitad de esta frente a su madre totalmente firme y sin expresión en su rostro. La joven mujer dejó alado el vaso con licor que tomaba e hizo una mueca apartando la vista de su celular parándose imponente frente al azabache dando una vuelta alrededor de él juzgándolo con la mirada desaprobando completamente lo que cargaba puesto el menor de los Vansteli. 

Detuvo su inspección abruptamente cuando un apuesto y formal joven de ahora pelo grisáceo se acercó a ellos y haciendo el mismo gesto que su hermano se plantó a su lado firme e inmóvil totalmente.

Su madre sonrió ampliamente admirándolo —Todo un Vansteli... —confesó sinceramente —Pero arréglate mejor la corbata, pareces un chiquillo todavía.

Damián se mordió el labio inferior con sutileza sintiéndose menospreciado. Una vez más, Eros había arrasado contra él. Aquella felicidad que sentía antes al verse al espejo se esfumó repentinamente dejando una estela de decepción a su paso, llevándolo al fondo de sus pensamientos y calando su corazón de una forma impensable. Estiró lentamente su mano para hacer el intento de tomar el brazo de la pelinegra pero lo apartó al instante, no había caso en intentar hablar con ella, no lo escucharía. Sin más la mujer salió del lugar satisfecha a medias por lo menos con uno de sus hijos.

—Damián... —intentó hablar su hermano una vez estuvieron solos al percatarse de la intención del azabache por tomar la mano de su progenitora.

El menor lo miró y sonrió forzosamente, tal vez poniendo demasiado esfuerzo como para que su sonrisa falsa pareciese verdadera —No te preocupes, está bien. Además, sabes que de los dos, yo soy el más guapo —habló intentando lucir calmado. 

Eros asintió y saliendo de la casa fue directo al coche en el que su padre lo esperaba, comunicándole que su madre entró a buscar su bolso. Una preocupación se instaló en el pecho del peligris, pero la dejó de lado, al fin y al cabo Damián ya era grande para soportar el trato que siempre recibió. Sin pensar nada más tomando su celular se entretuvo en redes sociales.

Por otro lado, el azabache se quedó ahí en la sala, respirando suavemente todavía firme y sin expresión. Pequeños recuerdos golpeando como un martillo su cargada mente, rompiendo el baúl que pensó había cerrado con muchas cadenas pero que con una mirada de ella bastó para romperlas todas. Serafín pasó a su lado ignorándolo totalmente, poniéndole demasiada atención al contenido de su bolso una vez lo tuvo en sus manos cómo para detenerse a ver a su hijo menor conteniendo las ganas de gritar mientras pequeñas lágrimas llenaban sus ojos.

Caminando a l salida pasó de nuevo a su lado ignorándolo, sin embargo, Serafín se detuvo en la puerta, giró sobre sus talones y regresando a donde se encontraba el menor se plantó frente a él proporcionándole una bofeteada inmediata —Si tienes lujos vístete como alguien de la realeza debería, eres un Vansteli —le aclaró duramente —Aunque siempre he sentido que jamás podrías serlo de verdad.

—Lo siento, madre —se disculpó —No lo olvidaré. 

Claro que no olvidaría,  no cuando tenía al heredero mayor de ejemplo en comparación.

Caminando hacia el carro juntos, el resto del trayecto el silencio que se creó era roto por los comentarios de Serafín comparando a ambos hermanos, recalcando siempre que Eros era el mejor en todo. El menor apretó sus manos en un puño firme, sus uñas encajando perfectamente en los huecos de media luna que ya se habían formado por tantas veces que las enterró antes.

Él amaba a su hermano, lo hacía demasiado. Pero era imposible no sentirse celoso o menospreciado cuando sus padres lo miraban juzgadores. Siempre se sentía inferior, insuficiente y como un niño idiota odiaba que no le prestasen atención, que solo cuidaran de Eros. Odiaba el hecho de no poder ser como su hermano. Él, solo quería ser suficiente para ellos.

Y Eros también amaba a Damián, era su hermanito pequeño a quien siempre protegió. Pero si había algo que odiaba de él, era la libertad que el menor poseía. Odiaba cómo Damián podía vestirse como quisiera, beber cuando quisiera y salir de casa las veces que se le antojaba. Sin horarios ni agendas que cumplir. Él ni siquiera podía ir al cine solo sin tener que darle una explicación a su madre y ser vigilado de lejos por sus guardaespaldas para cuidar que las acciones que él hiciese no dañaran la imagen de los Vansteli ni en el presente, ni en un futuro.

Pero las cosas no siempre fueron así, antes de que ambos cumpliesen la mayoría de edad siempre habían sido unidos, muy cercanos. Damián y  Eros eran dos gotas de agua, la educación que recibieron fue por igual y el trato de sus padres también lo fue. Ambos eran consentidos y mimados, y extrañaban ese tiempo de calidad que pasaban los cuatro juntos en familia sentados en el sofá frente a su gigante televisor viendo una película y comiendo palomitas.

Pero todo eso se derrumbó apenas Eros se graduó del colegio. Su madre lo inscribió a Cambridge para que estudiara negocios junto a relaciones internacionales y así pueda hacerse cargo del Imperio Vansteli, una corporación fundada por sus padres la cual era una asociación de la cadena de Hoteles Dacourt, a cadena más grande y famosa de todo Europa, dirigida por Serafín asociada con su esposo Asher, quien era dueño de Tecnologías Vitteli y político reconocido como el primer ministro de Reino Unido. 

La responsabilidad cayó en sus hombros a temprana edad y con eso la presión que conllevaba empezó a afectar las relaciones familiares entre todos ellos. Eros pasaba ocupado y Damián tenía prohibido molestarlo o acercársele mucho, así que la distancia hizo efecto y con eso aquellos hermanos se dejaron de lado, y en vez de protegerse como acostumbraban a hacer empezaron a buscar las forma de sobresalir contra el otro pero sin la codicia suficiente como para hundir a su hermano.

Ambos varones se miraron, y aunque se sonrieron, en el fondo no podían estar satisfechos por el otro. Sin embargo, aún quedaba amor por el otro en sus corazones.

No cuando un apellido de marca imponente y costosa presionaba sus nucas obligándolos a catalogarlos como una familia honorable por los periódicos más reconocidos del primer mundo.

—Llegamos —informó el chofer.

—Eros, después del Instituto tienes una conferencia de prueba en Cambridge y un almuerzo acompañando a tu padre —informó su madre.

—Si, madre.

—Ah y tu Damián, ahórrale problemas a tu hermano, porque si está aquí es por ti, recuérdalo.

—Si, madre —Damián dio una sonrisa triste y lo único que supo hacer, fue suspirar mientras salía de la limusina.

Suspirar para sacar el aire contenido y evitar las lágrimas. Eros sobó su hombro intentando mostrar un poco de apoyo. Sin decir nada más, vieron alejarse a sus padres.

Damián en un sacudo quitó la mano de Eros sobre él —No me muestres compasión —recriminó —Tiene razón, estas aquí perdiendo el tiempo por mi.

El mayor sonrió —Estoy en el Golden Elite Art porque empezaba a hartarme de tantos números y negocios —le despeinó el pelo juguetonamente —Además, aquí están todos los del club.

—Vejestorio —se burló —Aquí hay puro colágeno —dijo empezando a caminar a través del gran y elegante campus del instituto dirigiéndose al gran edificio naranja del fondo.

—¡Oye! —siguió al azabache —Dylan también está aquí.

—Solo porque quiso repetir el año —rieron. 

Olvidándose de el mal día con el que había iniciado, y la espinilla en el corazón que le producía ser comparado con su hermano, decidió jugar un rato con él, después de todo aún eran solo niños que estaban aprendiendo a crecer en ese mundo de majestuosidad y lujos donde solo la apariencia importaba.

Empujando a Eros, le tiró del pelo y jaló su mochila, el mayor cayendo ante el jugueteo y molestando a su hermano tomando la pañoleta alrededor de su cuello y desatándola corriendo siendo perseguido inmediatamente por el menor.

—Dámelo, me arruinas el outfit —se quejó.

Damián estaba tan ensimismado corriendo con el objetivo de matar a cosquillas a su mayor que no se dio cuenta hasta que chocó contra el cuerpo de una castaña mas pequeña que él, a quien rápidamente sujetó de sus brazos para evitar que ambos cayeran, instintivamente se fijó en si había recibido algún raspón pero lo único que encontró fue en las lágrimas que cubrían sus ojos mieles.

—Perdón, lo siento —se disculpó el mayor tomándose el atrevimiento de acercar sus manos al rostro de la joven intentando limpiar sus lágrimas mientras leves gritos se escuchaban al fondo del campus, a los cuales reconoció como los de Eros.

La joven hizo una mueca sintiéndose avergonzada —Tranquilo —apartó su rostro —Lo lamento, adiós —sonrió suavemente dispuesta a marchar tomando su mochila que había soltado sin querer pasó alado del azabache sin mirar atrás.

Yo lo lamento más —pensó

Así que cuando aquella joven llegó al enorme instituto, Damián conocería a su decalcomania.





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estoy muy feliz por comenzar este libro, iih.

recuerden comer sano, hacer ejercicio, estudiar mucho y dormir bien, lottie lxs adora <3

Charlotte


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