Prólogo - Huérfano
“(...) No pudimos hacer nada ¡¿Cómo se podía saber? Nadie dio aviso de lo que sucedería ese día, perdí a mis hijos y a mí esposa. Dios, mi hogar, mi pueblo y mis recuerdos, ese demonio se lo llevó todos. Solo espero que los cazadores sean por una vez de utilidad y maten a ese hijo de puta.”
— Fragmento del testimonio de una víctima anónima (1984)
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Sentado en una cama plegable. Un infante se quedó observando las costuras de su pelota de baseball. Miró los detalles y el desgaste reciente del objeto, desde que había llegado al refugio era lo único en lo que se enfocó. Ignoró al resto de personas y los sucesos de su alrededor, la gente llorando, niños suplicando reencontrarse con sus padres, adultos preocupados por lo que deparaba y el miedo colectivo de toda una nación desatado en solo unos cuantos minutos.
Seccionado en distintas habitaciones y áreas comunes, el refugio que dio techo al pequeño estaba diseñado para sismos e incendios forestales, jamás para una masacre de grandes proporciones. El joven se encontraba solo en la habitación comunal que le asignaron, se recostó en la cama y siguió viendo su pelota dañada. Vestido con ropa invernal, usando la chamarra de un adulto le quedaba grande y suelta, simplemente necesitaba algo que pudiera relacionar como familiar.
Del bolsillo derecho de la chamarra sacó un pequeño documento, una foto maltratada donde se podía visualizar un momento que ahora parecía remoto, irrecuperable y que no supo valorar. La sala del hogar era el escenario que se prestó para inmortalizar en fotografía, en el sofá se encontraban sentados un pareja casada acompañada de sus dos pequeños, tres de los cuatro individuos se encontraban sonrientes, una auténtica calidez humana que se podía apreciar únicamente en una familia.
El niño refugiado era el cuarto integrante de la foto. Desentonando con el ambiente familiar, una mueca de disgusto se observó en su rostro y sus ojos apuntaban al otro pequeño, su hermano menor.
Mirando fijamente la foto, no había una expresión en el rostro del pequeño, la imagen no tenía ni una semana de haber sido tomada y sin embargo, le generaba una intensa nostalgia. Sentimiento que renegó de inmediato apartando la foto de su vista. Se recostó en la cama e intentó dormir. Apretó los ojos con fuerza y deseó que todo fuese una pesadilla. Para su mala fortuna, no volvería a ver al resto de su familia.
«¿Por qué yo?»
Sin poder contenerlas, las lágrimas brotaron de sus ojos y su respiración agitaba evidenciaba su dolor. Arrepentido de su accionar, pensaba en distintos escenarios.
«¿Por qué te mande a ir por los guantes? ¿Por qué no quisiste jugar conmigo, Papá? Debí quedarme en casa con ustedes.»
Solo quería volver a verlos. Disculparse por su forma de ser y decirles a todos que los amaba, ahora era imposible. Las lágrimas empezaron a brotar con más intensidad, se acompañó de escurrimiento nasal, intentaba apretar con fuerza su puño. El pequeño se encontraba enojado consigo mismo, ahora estaba solo y nadie lo podría consolar. Antes deseaba que su hermano jamás hubiera existido, pero ahora solo hubiera deseado haber sido un mejor hermano mayor.
A pesar que la puerta de la habitación estaba abierta, la mujer que se aproximó al lugar dio ligeros golpes a la madera para notificar su presencia, su cabello desarreglado, rostro cansado y un delantal arrugado delataban el tiempo que había estado trabajando para dar apoyo a los múltiples niños afectados.
—¿Te estoy interrumpiendo en algo? — Pese a su cansancio, la mujer intentó suavizar su tono de voz, tosió un poco, el volumen de la misma estaba un tanto bajo. Al igual que el resto de niños, ella también estuvo llorando a escondidas.
El niño se percató de su presencia. Se levantó apresuradamente y pensando que no lo notaría se secó rápidamente sus ojos, su rostro enrojecido delataba lo que sucedió.
—¡No! Yo, solo estaba… D-durmiendo.
—No has estado con el resto de tu grupo, la hora de la comida está por acabar y necesitamos que todos coman.
—N-no tengo mucha hambre. — El pequeño lanzó una mentira, no había comido desde que llegó al lugar y sin embargo, andaba a la negativa de recibir apoyo.
La mujer respiró hondo. Observó el suelo y luego caminó en dirección del joven. Se sentó en la cama que le correspondía al pequeño y ella le pidió que también se sentara.
—No ha sido fácil. Para ninguno, yo perdí a mis sobrinos, no hay momento en el que yo no quiera seguir llorando, los extraño mucho, eran como de tu edad. — Los ojos de la mujer empezaron a humedecerse. — Haría lo que se necesite para volverlos a ver, pero eso es algo imposible, no puede la gente regresar a la vida y si fuera posible, sería a un alto precio.
El niño asentía a lo que escuchaba, él también tenía en mente eso, quería volver a ver a sus padres y hermano, a como diera lugar. No obstante, sabía que eso era imposible.
El mismo lo había visto, no quedaba nada de ellos. Toda su familia se había vuelto en un montón de trozos irreconocibles e irreparables. Incluso les hicieran una tumba, no habría nada que enterrar.
—N-no me está ayudando. — El pequeño cruzó los dedos de ambas manos.
—Perdón. Yo también necesitaba desahogarme, pero de tanto llorar a mí ya me dio hambre. Ven conmigo, vamos a comer aunque sean las sobras.
El niño asintió y procedió a guardar sus cosas. Realmente eran pocas las pertenencias que le quedaban, unas cuantas prendas dañadas, las que ocupó en momento del desastre y su pelota de baseball. No quedaba más que eso, todo lo demás era un recuerdo amargo.
La mujer y el niño emprendieron una pequeña caminata. Salieron de la solitaria habitación y empezaron a recorrer los pasillos, policías, algunos médicos, bomberos y cazadores de demonios aparecían de vez en cuando. Insignificante su presencia cuando se comparaba a la de personas refugiadas, gente sin hogar, niños huérfanos, hombres heridos; algunos en estado de gravedad.
El par escuchaba de todo. Gritos de desesperación, lamentos, llanto de los más jóvenes acompañados de un ambiente pasado, en mucho tiempo, Japón vivía una incertidumbre como la del resto de naciones afectadas.
En la radio se notificó otras ciudades afectadas. No solo Nemuro y Sapporo las vieron negras. Todos estaban atentos a lo que el locutor pudiera decir, rezando o pidiendo para que sus familiares de otras regiones no vivieran lo que ellos. De pie, arrodillados o incluso acostados, todos estaban deseando que fuera un caso aislado.
Algunas de las prefecturas más afectadas fueron Hyōgo, Fukuoka, Niigata, Aomori y la prefectura donde el pequeño se encontraba, Hokkaidō. Se habló de los daños estructurales que dejó el ataque a otros lugares de Japón, Tokio se encontraba relativamente seguro, solo las afueras de encontraban con daños, las bajas humanas se siguen contabilizando y habían superado las decenas de miles.
Así mismo, otras naciones no tuvieron mejor suerte que la nipona. Estados Unidos, China, India, México y la Unión Soviética reportaban bajas que se contaban en cientos de miles. Europa también empezaba a cuantificar los daños causados y pese a ser siempre ignorados, algunos países Africanos reportaron bajas y daños significativos. El mundo compartió miedos en común. Intensificados por la desgracia reciente.
Miedo a las armas de fuego.
Miedo a los Demonios.
Miedo a la muerte.
Ricos y pobres. Naciones desarrolladas o en vías de desarrollo. Ciudades o pueblos. Todos compartían el mismo terror hacía la gran masacre causada por el demonio pistola. De forma inexplicable y sin poder prevenir, la vida de millones de personas había sido finalizada con violencia.
Nuevamente los llantos. Las preguntas abiertas. Los lamentos. La agonía de las víctimas. Todo lo que rodeaba al pequeño le recordaba que jamás volvería a tener la vida que conoció. No volvería a ver a sus padres, no escucharía de nuevo las risas de su hermano menor, jamás volvería a hablar de baseball con su padre ni le contaría a su madre como le iba en su equipo. Todo quedó en el pasado, sepultado entre la nieve y la madera. Acribillado por múltiples proyectiles.
No era momento para llorar ni lamentar. Tenía hambre y la mujer intentó pedirle su mano para que lo siguiera. El niño acató la instrucción y dio su mano. Una sensación familiar llegó al pequeño, la suave textura de la mano de la mujer le recordaba a la de su mamá. Sin embargo, ella era ajena a su vida, ninguno de los dos sabía su nombre y su convivencia sería de sólo un día.
Llegando al comedor, lo dicho por la mujer era casi cierto quedando poco de lo que se ofreció al resto de refugiados. Al menos pudo garantizar sopa y algunas bolas de arroz. Le ofreció un lugar al niño y ambos se sentaron en una de las tantas mesas montables.
En silencio los dos pudieron comer, ninguno pudo dirigirse la mirada y la mujer mirando a su reloj, la hora para que todos los niños estuvieran en su habitación estaba próxima. No apresuraría al niño a comer, simplemente dejaría que se tranquilice.
—Está bueno ¿No crees?
—Supongo. Mi mamá preparaba una mejor sopa.
—Jaja. La mía también, era buena cocinera; le gustaba sobre todo preparar carne, ya sabes asarla y condimentar. Al estilo americano.
—No sé a lo que se refiere.
—Descuida, un poco de nostalgia no nos hará daño. — La mujer enseñó una pequeña sonrisa que luego fue borrada tras voltear al frente y ver gente caminando hacia la salida.
—Está bien. A mi papá le gustaba preparar hamburguesas cada quince días, decía que las que hacían en McDonald's podían ser mejores.
—¿Y tuvo razón?
—Nunca he comido en McDonald's, quizá no quería que conociera a la competencia.
—Un poco celoso jaja.
—Sip. Ahora ya no está.
—Lo siento mucho. — La mujer intentó no tocar el tema que seguía siendo muy fresco.
—No pasa nada. También perdiste a tus sobrinos, así que estamos en las mismas.
—Si…
Ambos terminaron sus alimentos. No quedaba mucho que conversar, los dos se encontraban lastimados anímicamente, tanto la mujer como el niño no sabían qué les deparaba en el futuro próximo. Una había perdido a sus familiares más jóvenes, quienes llegaron a irradiar luz en su vida. El niño al igual que ella había perdido la protección y amor de sus padres, así como un compañero que estaba dispuesto a seguirlo donde sea.
—Bien. Tenemos que irnos, ve al baño y ya vete a tu habitación.
El niño asintió. Hizo de sus necesidades mientras la mujer esperaba tranquilamente a las afueras de los baños. Miraba a la gente caminar, todas expresando caras largas y sucumbiendo a sus emociones más fuertes.
—Ya terminé. — salió el pequeño del baño y partió rumbo hacia su habitación acompañado de la mujer.
—Sabes, cuando era niña lo que más quería en la vida era ser astronauta. Ya sabes, subirse a un cohete espacial y llegar al espacio, ver todo desde arriba.
—¿Y lo fue?
—Me atrapaste. Las cosas no se dieron como esperaba, terminé siendo una maestra de jardín de niño, no me molesta en lo más mínimo. Les puedo hablar del espacio a los pequeños, quizá en mi salón se encuentre el próximo Neil Armstrong.
—Pero usted quería ser astronauta.
—No salió como yo esperaba. — La mujer quedó mirando nuevamente al suelo, decepcionada del curso de su vida, pero no de sí misma. — Pero eso no impidió que yo siguiera adelante. Y sí… A veces que no todo salga como tú quieres, pe-pero eso no… n-no d-debe impedir volver a sonreír, c-como decían mis s-sobrinos…
Pese al intento de motivar al niño. Los recuerdos de sus sobrinos vinieron a la mente de la mujer, en un inútil intento de contenerse, solo apartó su rostro para que no fuera visible al niño. El pequeño nuevamente escuchó los sollozos de otra persona.
La mujer se apoyó en la pared. En tan solo unos instantes había pasado de mantener la calma a llorar por la perdida de su familia. Ocultaba su rostro con ambas manos y el pequeño no hizo más que acercarse, ofreciendo su mano para que la mayor la sostuviera. Estuvieron en esa misma posición por unos cuantos minutos.
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Acostado en su cama asignada, no había posibilidad de conciliar el sueño para el pequeño. En su mente solo se hallaba el remordimiento de no poder estar con el resto de su familia. No sabía que le aterraba más, el deseo de haber muerto con ellos o desconocer lo que le deparaba en el futuro.
Intentó moverse en distintas posiciones, averiguando si alguna de ellas le facilitaba poder dormir lo más pronto posible. Parecía ser el único que podía descansar. La habitación se había llenado, otros diecinueve niños lo acompañaron. Al igual que en el resto del día, solo escuchó llanto y el deseo de recuperar a sus familias.
Sus compañeros de cuarto eran irritantes a los oídos del niño. Tantas cosas en mente en poco tiempo, quería ser igual que ellos, gritar y pedir por el regreso de sus padres, sin embargo era un esfuerzo inútil, nada se los podría dar de vuelta.
—Pssst… ¡Pssst!
El pequeño ignoró los ruidos emitidos, su origen era muy próximo. La cama de al lado.
—PSSST… ¡Oye! Sé que me estás ignorando.
El pequeño mantenía su fuerza de voluntad en ignorar al otro infante, cerró los ojos con fuerza aún sin éxito para poder conciliar el sueño. Estaba agobiado, sus oídos habían escuchado de todo. La madera destruyéndose, el sonido de las sirenas de todo servicio de emergencia, los gritos y llantos de los infantes, la preocupación de los adultos. Quería que el sonido desapareciera. Cómo el del niño que estaba intentando llamar su atención.
—PSSSST….
—¿¡QUÉ QUIERES?! — Harto. Impulsándose con sus dos brazos, el joven aparentó levantarse parcialmente, alzó un poco la voz pero sin la fuerza suficiente para despertar al resto de sus compañeros de habitación. Su reacción asustó al niño que intentaba hablar con él, pero en poco tiempo ya había recuperado el ánimo de socializar.
—¿Tú tampoco puedes dormir?
—Algo así. Es molesto intentar dormir cuando algunos niños son ruidosos.
—Ya perdón. Creí que habías dormido lo suficiente hace rato.
—¿Y por qué lo dices?
—Te vi hace unas horas aquí, quise hablarte para que comieras con todos nosotros, pero realmente parecías cansado, así que le pedí a nuestra encargada que te acompañe.
La reacción del pequeño cambió de una amargada a una un tanto más compasiva, sus ojos dejaron de fruncirse y regresó el vacío en su expresión. Se acostó y miró hacia el techo, reflexionando sobre lo que le dijo la mujer. Ella quería ser astronauta y él soñaba con ser un profesional en el baseball.
—Oye… — El pequeño protagonista llamó la atención de su compañero. Seguía manteniendo un rostro frívolo, sin embargo en sus palabras había un remanente de calidez. — Muchas gracias, tenía un poco de hambre y al menos, me sentí acompañado.
—No hay de qué. — el pequeño relajó su postura, doblando una pierna y colocando la otra sobre ella, sus brazos se volvieron soporte para su cabeza. A pesar del momento que vivían, el pequeño no se veía tan desanimado como el resto de sus compañeros.
—Si no te molesta, me iré a dormir.
—¡Hey! Espera. Al menos hazme un poco de compañía, todavía no tengo sueño.
—Ya qué. — a regañadientes aceptó.
—Me llamo Haruto Sora.
—Que bien.
—Oye no seas así, intento que seamos amigos.
—No creo necesitar amigos en este momento. La verdad, no creo necesitar a nadie justo ahora.
—¡Ajá! Somos niños, necesitamos a los adultos.
—Yo necesito a mis papás, no a cualquier extraño. Pero ya no están.
—Bienvenido al club. Los míos ya llevan años muertos, pero nos la sabíamos lidiar.
—¿Qué? ¿Tus padres no murieron por lo de ahora?
—Nope. Ellos murieron cuando yo tenía un año, si te dijera que los conocí te estaría mintiendo, algún demonio los mató. Fui llevado al orfanato por un tiempo y luego contactaron a unos familiares que vivían por aquí, como verás, también murieron por culpa de lo que sea que nos atacó.
—El demonio pisto…
—No vale la pena mencionarlo ¿Qué haremos en caso que vuelva? Ya tenemos suficiente con qué… nos haya quitado a la gente que amamos. — Aunque intentando mantener su actitud calmada, Sora contuvo sus lágrimas. Al igual que el resto de niños y adultos, perdió a gente cercana que lo hacía sentir protegido.
—Si. Lo siento Sora.
—No pasa nada, y bien ¿Me dirás tú nombre?
Sin intenciones de crear una amistad, el pequeño respondió a la interrogante de su compañero. No costaba nada un poco de cortesía luego de lo frívolo que fue en un inicio.
“Me llamo Hayakawa Aki”
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La historia creo que al igual que los primeros capítulos de un horrible destino, serán lentos y más que nada expositivos, a pesar que quiero generar romance, mis morrillos van a tardar en encontrarse.
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