45. El verdadero comienzo.
Claire McCarthy
Después de pasar casi todo el día durmiendo, y hablando con mi hermano, llega la tarde y con ella se acerca mi turno de noche.
Mientras me preparo, mi hermano saca del refrigerador un poco de gelatina que hizo para los dos. La sirve en dos platos y se lleva la suya para comer.
Al momento, tomo mi plato y disfruto de la gelatina también.
—No salgas de noche y no le abras la puerta a nadie. Normalmente nadie viene a mi departamento, pero nunca se sabe. Si ves algo extraño, llámame.
—Anotado, tranquila. Estás algo paranoica.
Puede que tenga razón, pero no me siento cómoda dejando a mi hermano solo en esta ciudad, sabiendo que los delincuentes enfermos son lo más común de aquí.
—Este lugar es horrible, Fabien. Anoche fue la excepción por las fiestas, pero esa es una falsa fachada que hace que todo luzca bonito. Prométeme que me escucharás.
Fabien parpadea y saliva.
—Sí. No te preocupes, no voy a salir ni a abrirle a nadie. Por favor cuídate tú también.
—Lo haré.
Miro la hora en mi celular.
—Debo irme ahora. Nos vemos.
—Adiós.
Me termino yendo no muy tranquila. Es extraño, pero tengo un mal presentimiento inexplicable. Desde Navidad tengo esa sensación, desde que Ladino me contó lo que realmente hace y desde que vi a esos hombres no he podido quedarme tranquila.
Cuando llego al comando, me pongo el uniforme y voy a mi oficina, lo primero que hago es comprobar cómo quedaron los registros del patrullaje. El coronel me envió el registro de anoche y todo estuvo bien en lo posible, solo hubo disputas entre borrachos. <<Lo habitual en las fiestas>>
Ahora que tengo este último registro me dispongo a hacer el reporte del año porque debemos brindar las estadísticas de tropas para la formación de mañana donde se darán a conocer los nuevos cambios y exigencias de este nuevo año.
En esto, se escucha la alarma de emergencia del comando seguida de múltiples disparos. Las sirenas resuenan por todas partes, las pantallas de mi oficina se bloquean y parpadean en rojo como señal de un ataque al edificio.
Las ventanas automáticas se cierran y las luces se ponen rojas.
Me levanto a gran velocidad en modo de alerta.
Me pongo el casco, enciendo la linterna de este mismo y sostengo mi arma, escuchando pasos en los pasillos.
Abro un poco la puerta y, por la abertura, observo que no son intrusos sino soldados que también empuñan sus armas en busca de la salida.
Me uno a ellos.
—Soldados, ¿alguno sabe de la situación? —espeto en medio de ellos.
—Negativo.
Saco mi dispositivo militar e intento contactar con los superiores, obteniendo un simple código de seguridad, lo que significa que el peligro está afuera y debemos permanecer dentro del comando. Debemos reunirnos en el comedor.
Guío a los soldados hasta el comedor y nada más llegar me encuentro con una escena que no esperaba ni en el peor de los escenarios.
El sargento Lavoie está en el suelo, gritando y llorando sin mover una sola parte de su cuerpo. Tiene los ojos rojos, el cuerpo cubierto de sudor, su boca se le torna morada y el coronel lo está sujetando, tratando de ayudarlo.
Me abro paso entre los soldados y me arrodillo frente al soldado, no sin antes quitarme el casco. El coronel me mira preocupado y entre los dos acomodamos a Lavoie.
—Capitana —Lavoie me mira al borde de las lágrimas—. Arde, arde. Duele mucho. No me puedo mover. —su tono de voz me hace temblar.
—¿Qué le arde, sargento?
—El cuerpo, mi sangre arde. Me estoy quemando. Tengo miedo. Ayúdeme capitana, por favor. —llora y grita.
No sé qué hacer. El coronel tampoco sabe qué hacer.
—¿Cómo pasó esto? —es lo único que sale de mi boca.
—Los soldados de turno me dijeron que el sargento iba saliendo del comando rumbo a su patrullaje cuando desde las afueras comenzaron a lanzar dardos uno tras otro en dirección al soldado y dos se le clavaron en la espalda y el cuello. Le inyectaron algo. —el coronel responde a mi pregunta.
—¡Llamen al hospital militar! ¡No sabemos qué tenían esos dardos!
—Las ambulancias no pueden entrar hasta que la zona esté asegurada. Los francotiradores que hicieron esto tienen armas, nuestra guardia los está buscando en el bosque que nos rodea.
—Si no pueden venir, nosotros iremos. Lo llevaré al hospital, es mi soldado.
—McCarthy no. No irá, nadie lo hará, el comando está asegurado en su interior y no saldremos hasta que sepamos de la situación exterior.
—Coronel, mire al sargento, se está muriendo. No podemos tenerlo aquí.
—Pero tampoco podemos arriesgar a todo el comando. ¿Y si nos tienen una emboscada ahí fuera? No puedo dejar que todos mis soldados mueran por uno solo y esto no es tema de discusión. No vamos a salir.
Miro a los otros soldados presentes. Nadie sabe qué hacer y yo tampoco. Lamentablemente el coronel tiene razón, no sabemos lo que nos espera afuera. Pero aún así, debajo de nuestros uniformes somos simplemente humanos que sacrifican sus vidas todos los días por el capital de una institución sólo para recibir un salario. El sargento es uno de nosotros y no puedo dejar que muera en un comedor y en estas condiciones donde todos lo miran con miedo y pesar.
—Permítame llevar al sargento a los alojamientos. —pido y el coronel me mira dubitativo.
—Deberíamos estar todos en el comedor. No es bueno para usted estar sola y menos con una persona herida.
—Coronel, por favor, déjeme llevarlo a un lugar tranquilo. Es lo mejor para todos. Asumiré la responsabilidad.
—Yo le hare guardia de protección. —giro y veo que uno de mis Alpha se postula para apoyo.
—Yo también.
—Y yo.
Dos Alpha más se unen y esto abliga al coronel a ceder de mala gana.
Con ayuda de mis tres Alpha subimos a Lavoie a la camilla de primeros auxilios y nos encaminamos al pasillo de los alojamientos, entrando en el primero que encontramos.
Acostamos al sargento en una de las camas y le quitamos las pesadas prendas de su uniforme. Le quito el chaleco antibalas mientras mis otros Alpha le quitan las botas y los accesorios que contienen balas, armas, radios y navajas.
El sargento se queda solo con su camiseta blanca y pantalón de uniforme.
Dos de mis soldados se quedan en la puerta asegurando la zona mientras el otro se queda conmigo para intentar ayudar al sargento.
—Tiene fiebre. —comenta Rodríguez mientras se quita los guantes y toca la cabeza del sargento.
Me quito los guantes de igual forma y toco la cabeza del sargento comprobando que tiene razón. Está hirviendo. El sargento comienza a mover la cabeza sin control, se queja y se pone cada vez más rojo. Lo extraño es que no puede mover ninguna de sus otras extremidades.
—Resista, Lavoie, le prometo que en cuanto nos den luz verde lo llevaré al hospital. Resista.
—Lo estoy intentando, capitana. Lo intento —las lágrimas corren por sus mejillas—, pero duele mucho. Arde, arde mucho, me hierve la sangre. Por favor capitana, ayúdeme. Se lo ruego.
Miro al soldado que está a mi lado y noto que está tan preocupado como yo.
—¿Tiene el botiquín algo para la fiebre? —pregunto y se dirige a este.
—Sí, si hay pastillas. —me las entrega a gran velocidad y sale en busca de agua, regresando rápidamente con unas botellas.
Me ayuda a darle la pastilla a Lavoie y a hidratarlo lo suficiente. Luego le echo un poco de agua en la cara y el cabello, esto le ayuda por un corto periodo de tiempo, pero no lo suficiente ya que vuelve a caer en dolores y esta vez con más intensidad.
Después de gritos, lamentos y quejidos de mayor intensidad, llega un momento de serenidad. Lavoie cierra sus ojos y eso hace que mis soldados y yo nos miremos con un mal presentimiento.
—Capitana... —Lavoie vuelve a hablar, pero esta vez sereno—. Dígale a mi mamá que la amo mucho.
—Se lo diré —miro a uno de mis soldados—. ¿Por qué no han venido a buscarnos? Ha pasado mucho tiempo. Vaya mire que pasó soldado. El sargento necesita atención urgente.
Mi soldado asiente saliendo del lugar.
—No sé qué les hice —vuelve a hablar—, no he hecho nada. ¿He sido malo? Mi mamá no me enseñó a ser malo. Ellos son los malos. Nunca quise estar aquí. Tengo miedo. No quiero morir. ¿Voy a morir?
—Está delirando. —dicen mis soldados.
—Las paredes lo hicieron.
Giro el cuerpo del sargento dejándolo de lado ya que comienza a temblar. Está convulsionando. Me pongo alerta, me desespero intentando evitar que se ahogue. Hago lo que puedo para mantenerlo bien. Lo intento. Juro que lo intento.
Deja de temblar y vuelve a la serenidad.
—Capitana.. quiero decirle algo... —susurra y me acerco a él—. En el oído —cumplo con su orden acercando mi cabeza a la suya—. Me están dejando morir, están retrasando la salida. Siempre fueron ellos. Los Beta. Perdón por no decirlo antes... Tenía miedo... Y él también es uno de ellos.
Abre los ojos y veo que se están poniendo amarillos.
Su confesión me deja fría.
Lavoie vuelve a convulsionar.
Se acercan unos pasos rápidos. Varios brazos me alejan del cuerpo del soldado.
Son los paramédicos.
Ellos atienden y se llevan al sargento mientras yo me quedo en el pasillo mirando a la nada. <<Ellos y él también es uno de ellos>>
¿Él? ¿Quién es él? ¿El coronel...?
Mis sentidos de ira estallan.
—¡Capitana! —el grito de Weber me hace levantar la cabeza. Ella viene corriendo y se detiene al verme. Luce preocupada, asustada y con los ojos al borde de las lagrimas—. Vidal... Vidal ha muerto. El comando 2... el comando 2 se está comunicando con la central. Ellos... venga...
No dudo en correr al comedor con Weber. En éste todos están en absoluto silencio mirando un informe de situación.
"Soldados envenenadas por otra soldado"
"Víctimas: Vida Scott y Gia Restrepo"
"Victimista: Alaia Vidal"
¿Qué diablos estoy viendo?
—¿Qué es esto, Weber? —le pregunto a la oficial, después de tirarle del brazo.
—Acusan a Vidal de envenenar a las dos soldados. Mostraron videos donde ella fue la última en ver a los soldados antes de que comenzaran a convulsionar —me muestran esa evidencia que enviaron a los D.E.P donde se ve que Vidal entró con las soldados a un lugar sin cámaras y luego salió seguida de ellas.—. Eso fue en la tarde y también la acusan del ataque porque encontraron su cuerpo cerca de aquí. Dicen que se suicidó por culpa de haber sido cómplice del ataque a Lavoie. Capitana, eso es mentira, Alaia nunca haría eso —las lágrimas ruedan por las mejillas de Weber—. Ella no haría eso... y ahora... ahora no está aquí para defenderse. Mi soldadito no está muerta, digame que es una pesadilla. —se rompe frente a mí y no soy capaz de procesar lo que estoy viviendo.
Las imágenes confidenciales del estado en el que se encontró a Vidal me hacen sentir un extraño frío correr por mis venas. La encontraron con una herida de bala en toda la frente, con sus ojos abiertos al igual que su boca.
Dejo de mirar esas imágenes para mirar a todos los que me rodean. Mis Alpha se ven desconcertados y nada tranquilos, algunos Gamma también parecen estarlo, pero los Beta... no parecen desconcertados, se ven tranquilos, parecen... satisfechos.
Luego miro al coronel que sí parece preocupado por la situación. Pero no puedo creer su teatro. No quiero volver a hacerlo, siempre termino creyendo en sus shows y en los de todos. Los Beta son sus favoritos y ya entiendo el por qué.
Lo compraron como a Arévalo y Baker. Lavoie debe saber qué papel tiene él en todo esto. Lavoie no mentiría, no en este asunto. Necesito que el soldado confirme mi sospecha. Necesito al soldado bien.
No sé cuánto tiempo pasa, creo que más de una hora de pura tensión. Nadie dice nada, todos esperamos instrucciones. Y en este tiempo no he podido pensar con la mente fría, de hecho, no he podido pensar en nada, simplemente revivo los acontecimientos e imágenes de hace un tiempo. Es como si estuviera bloqueada.
Se escuchan pasos provenientes del pasillo que conduce a la entrada.
Los generales entran en compañía del teniente coronel. Todos los miramos en busca de alguna explicación. La general superior se percata de ello por lo que se posiciona frente a todos.
—Ya todo está bajo control. Sin embargo, las noticias no son buenas. Teníamos traidores entre nosotros. La soldado Alaia Vidal formó parte del espionaje enemigo; ya había sido rastreada ingresando a la base militar interna sin autorización. Ustedes no lo sabían, pero teníamos una fuerte supervisión de todos sus movimientos virtuales. Y, al parecer, la traidora se dio cuenta de ello y antes de que de fuera capturada, asesinó a sus cómplices y se suicidó. Alaia Vidal asesinó a sus cómplices: Gia Restrepo, Vida Scott y Gael Lavoie. Este último acaba de morir hace apenas veinte minutos a causa del veneno inyectado que le dieron en un dardo.
<<¿Qué?>> Las voces se están distorsionadas en mi cabeza. Ese ingreso a la base interna... Ese fue el día que descubrió los informes de su padre y de mi madre... Ellos fueron quienes cerraron la entrada... Los militares confundieron las cosas y los traidores lo usaron a su favor.
La culpa me invade. Si yo... Si no la hubiera dejado seguir investigando, si no la hubiera dejado continuar... Si no la hubiera dejado, ella todavía estaría aquí. La mataron, ella no se suicidó.
Quiero gritarles, quiero decirles que eso no es verdad. Que alguien más está detrás de todo esto. Pero no puedo, no puedo hablar, no debo.
—Las casas de los involucrados ya están siendo registradas con ayuda de los demás comandos. Necesito que la capitana McCarthy se haga cargo del cuerpo de su sargento traidor. Necesito que registre su departamento y localice a su familia.
Suspiro y asiento.
Lamentablemente sigo la orden al pie de la letra.
Envío una búsqueda a su departamento y hago que un soldado localice a su madre.
En el departamento del sargento, mis soldados encuentran todo normal, excepto un cuaderno con códigos militares. Lo cual, según la central, es una prueba contundente de su complicidad.
Al caer la madrugada descubro que también encontraron cosas sospechosas en las casas de las otras soldados.
Es demasiada coincidencia para mí. Esto no es normal y no es justo.
Cuando llega el final de mi turno, dejo el comando sin querer saber más. Mi cuerpo me pide que vaya a un lugar exacto, es una necesidad.
Tomo un taxi y me bajo cerca de la casa de Vidal.
La casa fue asegurada y tiene cinta policial que confirma que está bajo poder militar.
Me detengo frente a la casa y la miro fijamente por un rato.
De repente giro la cabeza hacia el otro lado de la calle y veo a la madre de Vidal sentada en el suelo con la espalda apoyada en la pared de una de las casas vecinas. Ella solo tiene una manta sobre los hombros y está con la cabeza gacha, tapándose la boca con las manos.
Me acerco a ella y ella levanta la cabeza al notar mi presencia.
Tiene los ojos hinchados, parte de su manta está mojada al igual que su ropa.
—Capitana —habla con la voz entrecortada—. Capitana, por favor. Por favor. —no puede hablar porque cae en un llanto incontrolable.
Mi pecho se contrae sin poder evitarlo. Ya no estoy al mando de mi cuerpo. Sin controlarme termino arrodillándome frente a ella.
—Lo siento... —es la única idiotez que sale de mi boca.
—Digame que usted no les cree. Por favor —llora—. Ella no era mala, no mi hija. Me la quitaron, no me quieren dejar ver su cuerpo y me sacaron de mi casa. No otra vez —llora más fuerte—, ya viví esta historia antes. Ahora si me quedé sola. Perdí a mi esposo y a mi bebé. Me los arrebataron. ¿Por qué a mí? ¿Por qué?
Paso saliva. Sigo bloqueada.
—Mi hija no quería seguir ahí, quería ir al hospital militar. La otra semana tomaría su nuevo cargo porque fue seleccionada. Todavía era muy joven. Le faltaba un largo camino por recorrer —mira al cielo—, ¿por qué ella? ¿Por qué no yo? ¿Por qué me quitas todo lo que tengo?
Vuelve a llorar y le doy la mano. Su mano se aferra a la mía, no soy capaz de llorar, no suelo llorar mucho, aunque sí tengo la sensación de querer hacerlo.
—Alaia no fue una traidora y le juro que lo demostraré.
Sigue llorando.
—Eso no me devolverá a mi hija.
Suelta mi mano y se levanta. Aleida no voltea a mirarme, simplemente se seca las lágrimas y se envuelve en su manta mientras camina por la acera, alejándose de mí y de su casa. La pierdo de vista tan pronto como cruza la calle.
Me quedo de pie, inspiro una cantidad considerable de aire y cierro los ojos. El frío del amanecer es lo único que me acompaña y me cobija. Este mismo es el que finalmente me hace pensar con claridad y lo primero que me viene a la mente es mi hermano.
Me lleno de miedos del pasado. No me siento segura. No quiero más dolor. No más.
Voy directo al edificio donde vivo. Abro la puerta de mi pequeño departamento, suspiro mientras levanto la cabeza y veo los pies de Fabien en la zona superior donde dormimos.
Me siento en el sofá y reviso mi celular. En este hay notificaciones de la cancelación del evento de hoy, y también un correo electrónico privado sobre una reunión de rangos superiores.
Un estruendo lejano resuena por todo el edificio y esto hace que Fabien se levante a gran velocidad mientras yo me pongo alerta y corro hacia la ventana.
A lo lejos se puede ver una gran nube de humo procedente del sur.
Se escucha una segunda explosión y la nube de humo se extiende aún más.
<<¡Qué está pasando!>>
—Claire... —Fabien habla a mi lado con sorpresa al ver el humo—. Qué fue eso...
—No lo sé... —pienso por un momento—. Ya debes irte. Vamos al aeropuerto.
—Pero faltan cuatro horas...
—Haré que te den un vuelo próximo. Vamos.
—Pero...
—¡Que vamos dije!
Fabien se queda en silencio y va a buscar sus maletas. Salimos inmediatamente en un taxi y cuando llegamos al aeropuerto negocio un asiento para el vuelo que está por salir hacia Dexois del norte. No me importó en ningún momento el dinero, no me importó que pagué casi el triple. Sólo me importa la seguridad de mi hermano, sólo me importa tenerlo lejos de aquí.
Fabien me mira triste y preocupado luego de darme un abrazo ya que tiene que abordar su vuelo de inmediato.
—Ten cuidado. —susurra.
—Lo tendré. Cuídate y prométeme que no le contarás nada a nuestro padre sobre este lugar. No lo preocupes por favor. Promételo, Fabien.
—Lo haré... —no parece muy convencido.
—Promételo, Fabien.
—Lo prometo.
Nos damos un último abrazo y lo veo entrar al pasillo que conduce a su avión.
Se me quita un peso de los hombros cuando veo despegar su avión. Sin embargo, el mismo mal presentimiento de siempre todavía no ha desaparecido.
Mientras camino de regreso a mi departamento, llega una llamada de uno de mis Alpha a mi dispositivo militar.
Le respondo de inmediato sin importar que no esté de turno.
—Aquí la capitana McCarthy, informe de situación.
—Capitana, requerimos de su presencia. Hay una situación extraña.
—Lo escucho, soldado.
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