40. Caída doble.
Narrador omnisciente
Diversos motivos han llevado a muchas personas a tomar decisiones rápidas e inmediatas. Y esta ocasión no es la excepción aunque parezca no serlo.
El capitán Belanger está hablando con el coronel, el comandante y los capitanes del comando 1. Ha llegado el momento de desmantelar uno de los grupos más poderosos del país: Los Can.
Belanger muestra en una pantalla toda la información recaudada hasta este momento sobre alias Can, incluida la zona donde reside, sus movimientos y sus cómplices.
Todos prestan plena atención a los datos.
—Tendremos que entrar en ese callejón y asaltar todos los edificios que hay en él, ya que pertenecen a los Can. La red de trata y tortura se gestiona en el interior de los edificios y en las calles. Venden sustancias ilícitas en el exterior y dentro de las propiedades ocurren torturas, secuestros y ajustes de cuentas —explica el capitán—. Durante este tiempo mis soldados infiltrados han analizado los movimientos de los Can y sabemos que mañana se reducirá la guardia como suele ocurrir cada tres semanas. Debemos aprovechar esta pérdida para ingresar las tres tropas...
Continúa explicando detalladamente el plan que ideó y todos lo escuchan, tomando notas mentales de cómo disponer las tropas.
Después de eso, el coronel es quien habla:
—¿Fueron claras las instrucciones del capitán Belanger? —ambas capitanas asienten—. Bien. Yo también seré de apoyo en esta operación e iré con la tropa Beta. Mañana al caer la noche haremos acto de presencia y quiero recordarles a todos que esta no es una misión pacífica; mañana el objetivo es el éxito porque, de no ser así, habrá una masacre. Todos sus soldados deben ir con suficiente munición y la mente fría. ¿Comprendido?
—Sí, coronel. —responden al unísono.
—No quiero que lleven soldados débiles —continúa—. Allí necesitamos agallas, no miedo. El teniente coronel seguirá por radio a los tres efectivos y no piensa tolerar ineptitud...
Sus demandas se extienden. Los capitanes escuchan lo obvio, son cosas naturales en las misiones. Ellos son militares y conocen perfectamente el riesgo actual.
Cuando termina, permite que los capitanes se vayan. La primera en hacerlo es Olmos, seguida de Belanger y finalmente McCarthy.
Mientras se van, la capitana Alpha logra escuchar algo que le hace recordar un evento en el que ella tuvo alguna participación:
—Coronel, el área de informáticos me acaba de notificar que hoy un soldado no se presentó a cumplir con su deber y se encuentra incomunicado. Se trata del soldado Efraín Arévalo.
Es lo único que escucha aunque intenta no pensar demasiado en ello y decide ir a preparar a los soldados de su tropa que considera aptos para la operación.
•••
Llega el día de la operación.
La residencia Can, que consta de una calle sin salida con edificios deteriorados y una considerable aglomeración de gente del bajo mundo, sigue funcionando con normalidad.
Algunos Can en la cima de los edificios vigilan la zona y otros la recorren con sus rifles en mano. Mientras que alias Can, dentro del edificio central, se ríe y vuelve a golpear al hombre que está siendo torturado frente a él.
—Quedó demostrado que estos pequeños bichos no aguantan mucho sin hablar —comenta alias Can, haciendo reír a sus hombres. Luego se dirige a estos—. Ya obtuvimos lo que queríamos, quiero que después de hacer sus asuntos del día, vayan y hagan caer a nuestro otro mentiroso.
—A sus órdenes, jefe —dice uno de sus hombres—. Ya escucharon, divirtámonos. —todos asienten sonriendo y salen del edificio en busca de sus camionetas.
Unos momentos más tarde, Alias Can ve desde la ventana como gran parte de sus hombres van a cumplir sus órdenes y no puede evitar sonreír. Hoy será un día ardiente para muchos y no en el sentido sexual.
Después de eso, se vuelve hacia su prisionero. Este se encuentra sumamente golpeado, deshidratado y está arrojado en un espacio con sustancias nada agradables.
Alias Can da unos pasos hacia él y ve como intenta retroceder aterrorizado aunque sus heridas no se lo permiten. El prisionero sabe lo que viene después: Morir. El monstruo que tiene delante es conocido por su sangre fría y es consciente de que ya no le resulta útil.
—Entonces fue Ladino quien te trajo a mí —expresa con tranquilidad el líder de los Can, que no tiene ganas de acabar con él aún. De hecho, quiere saber cómo pudieron haberle dado este regalo con tanta facilidad—. ¿Por qué él no acabó contigo? ¿Por qué fue tan considerado conmigo?
Arévalo respira con dificultad.
—No lo sé. —responde con miedo.
—Es una pena, me gustaría saberlo. Pero qué más podría esperar —ríe—, Ladino es un criminal con una mente misteriosa. ¿Sabías que ninguno de los criminales de aquí sabemos algo sobre él? Es muy independiente, pero apuesto a que te trajo a mí para vengarse de la farsa que tu gente creó y que lo involucró a él. Es brillante —vuelve a reír suavemente—. Por algo se hace llamar Ladino... Hábil, astuto y engañoso.
Y tiene toda la razón, Ladino le entregó a Arévalo para que él se ocupara de ese asunto. Ladino no piensa ensuciarse las manos directamente, por lo que planeó dejar a Arévalo amarrado cerca de donde suelen pasar los Can y dejar una nota sobre él donde expresaba que este hombre era quien sabía de las farsas de secuestros militares y que debería preguntarle por su general.
Can no dudó en torturar a aquel soldado hasta hacerle hablar y lo consiguió. No dudó en su actuar, ya que Ladino no es un delincuente que hace las cosas por simple gusto o por perder el tiempo, siempre tiene una razón de peso.
—Y bien... —Can suspira, ya se acabó su espera—. Basta de hablar. Esta es nuestra despedida.
Arévalo siente que el terror recorre su cuerpo, intenta moverse, huir, incluso rodar. Sin embargo, todo es inútil. Alias Can lo toma por el cuello y lo levanta. Lo lleva hasta donde hay una cuerda que cuelga y lo posiciona allí, rodeando su cuello con esta.
El cuerpo del soldado queda en el aire, siendo sostenido del nudo de la cuerda en su cuello. Can no sale de la habitación hasta que lo escucha tomar su último aliento y dejar de respirar ante la opresión de sus vias respiratorias.
Una hora más tarde, en las calles que rodean el callejón Can, las tropas del comando 1 ya se encuentran en posición de incursión.
Los infiltrados ya han informado del número de hombres Can que quedan en la zona y los militares los superan en número, por lo que deben actuar antes de que los demás regresen.
La tropa Beta es la primera en marchar, guiada por su capitán y coronel.
Los Beta entran por el frente, mientras que Alpha y Gamma rodean los edificios externos en la calle, llegando a los tejados.
En el callejón comienza el enfrentamiento con fuego. Los disparos resuenan de un extremo al otro.
Tanto los Can como los militares disparan y reciben disparos. Lamentablemente, los civiles también son partícipes de este enfrentamiento, con la diferencia de que ellos no tienen chalecos antibalas como los militares o el entrenamiento de los Can.
En los tejados el panorama no es muy diferente, ya que el enfrentamiento es aún peor, teniendo en cuenta que los Can en esas posiciones son francotiradores. Aunque esa fue la estrategia de Belanger, si los francotiradores se distraen con las otras tropas, la Beta podrá poseer la calle.
Los minutos son tensos. Aunque los Can son una minoría, sus armas son muy efectivas.
En los tejados, los Alpha son los primeros en eliminar a los francotiradores de los edificios del lado derecho de la calle. Ante esto, ayudan a los Gamma que están a la izquierda y así liberar el peligro de las altura.
Una vez despejadas las alturas, ambas tropas se alinean de cara a la calle.
—¡Mirada fija en los Can! —grita la capitana McCarthy y sus Alpha cargan sus armas—. ¡Fuego!
Las descargas de las armas de los Alpha son precisas y alcanzan sus objetivos directamente. Los Can quedan sorprendidos por un ataque de altura tan rápido. La gran mayoría cae ante las balas que atraviesan sus cuerpos.
La calle se cubre de cuerpos ensangrentados y es liberada por la huida de los Can supervivientes que intentan protegerse dentro de un edificio, mismo edificio donde reside su jefe al cual protegen a toda costa.
—¡Sin regreso! ¡Beta al frente! —ordena el capitán Belanger—. ¡Ingreso al edificio principal! ¡Ahora!
El capitán ingresa a la estructura con su tropa, la cual está dispuesta a cualquier cosa.
El coronel no entra, sino que levanta la vista hacia las capitanas y sus tropas que permanecen con las armas en la mano, verificando el callejón y sus amenazas.
—¡Alpha y Gamma abajo! ¡Aseguramiento de demás edificios y apoyo bajo! —indica el coronel, por lo que las capitanas se ven obligadas a descender con la mitad de sus soldados.
Luego de esto se inicia el aseguramiento de los demás edificios y la verificación de lo encontrado.
En este punto se escuchan disparos porque en el edificio central continúa el enfrentamiento. No obstante, el capitán Beta no pide refuerzos porque tiene la situación bajo control. Ha acabado con todo Can que pudo encontrar a su paso.
Los Beta llegan al tercer piso del edificio y se deshacen de los Can restantes, dejando solo una habitación por revisar. Allí alias Can permanece sentado en una silla esperando que entren los militares.
El capitán derriba la puerta de una patada y encuentra dos cosas que lo desconciertan: La primera es el cuerpo colgado de un soldado informático de la PMIN y la segunda es la tranquilidad de alias Can, quien está de pie sin siquiera portar un arma ni intentar huir.
El capitán le apunta con su arma y hace que alías Can se cruce de brazos y ría.
—No tengo armas. No tienen justificación para matarme. Me rendiré voluntariamente. —expresa el líder con calma.
El capitán baja su arma por un segundo y luego mira a sus soldados con recelo, ganándose algunas miradas del mismo estilo.
—Lo ven armado como yo, ¿verdad? —los soldados asienten y el capitán vuelve a levantar su arma, acción que hace a Can apretar la mandíbula—. Ya debiste haber recibido información de Arévalo y no te dejaremos vivir para revelarla. Además, nuestra intención nunca fue atraparte, Can. Sólo venimos a matarte por sapo.
Una ráfaga de disparos atraviesa a Can, uno tras otro. Son tantos los disparos realizados por varios militares que aseguran su muerte al instante.
Los soldados y el capitán se miran con orgullo rematando a Can antes de que Belanger active su comunicador.
—Aquí el capitán Beta. Aquí el capitán Beta.
—Aquí el coronel Leclerc. Informe de estado.
—Descubrimiento de un cuerpo militar. Repito, descubrimiento de un cuerpo militar. Y asesinato por defensa. Repito, asesinato por defensa. —finge un tono preocupado y eso alerta a todos los soldados que están afuera.
•••
Desde la azotea de uno de los edificios altos que dan vista al callejón Can, un hombre permanece comiendo un sándwich mientras admira el espectáculo que lleva minutos estrenándose.
Come despacio, analizando cada detalle. Desde la entrada hasta la actuación de las tropas Alpha y Gamma en los tejados.
Da un último bocado a su comida observando cómo recogen los cuerpos de los caídos en las calles y cómo sacan a otros de un edificio.
Saca unos binoculares de su mochila para ver esa escena, ya que le interesa la identidad de los cuerpos extraídos de aquel edificio.
Observa los cuerpos de los hombres de Can hasta que finalmente ve cómo sacan el cuerpo de Arévalo, seguido del de alias Can.
Una sonrisa se forma en su rostro.
<<Ya han caído dos y pronto el tercero. Y todos muertos entre ellos>> Piensa, sabiendo que la tercera muerte está cerca porque Can tuvo que haber dado alguna orden antes de morir.
No sabe si lo hace consciente o inconscientemente, pero comienza a mirar a todos los soldados en busca de uno en específico, dando con la capitana Alpha, quien todavía tiene su casco puesto, pero no sus lentes así que puede detallar sus ojos verdes y su expresión neutra.
Ladino sonríe de lado al ver esa naturalidad de su parte. <<Ella sabe lo que le pasó a Arévalo, pero finge inocencia y profesionalismo>>
—Serás mi perdición y la de ellos también. —se habla a sí mismo, repitiendo lo que la capitana no pudo oír cuando estuvieron juntos.
No deja de mirarla en ningún momento hasta que alguien se le acerca y esto hace que el rostro de Ladino cambie por completo.
Ladino tensa la mandíbula al ver acercarse al coronel y prefiere dejar de observar la escena para abandonar el lugar y confirmar otro asunto.
Claire McCarthy
—McCarthy, necesito que vaya con los heridos al hospital militar. —el coronel se dirige a mí en medio del revuelo y tensión del lugar.
Mis Alpha están ayudando a los prisioneros que se encuentran en los edificios, los Gamma están extrayendo artículos ilícitos de la zona y los Beta se están ocupando del verdadero dilema; los fallecidos, especialmente Arévalo y alías Can.
No puedo evitar pensar en cómo Ladino manejó las cosas de esta manera. Hizo que todo encajara, creó una coincidencia increíble.
Y lo que más me sorprende es la forma en que eliminó a Arévalo del camino. Lo dejó en la boca de un animal cazador. Pero mi verdadera pregunta es: ¿Qué obtuvo del celular de Arévalo? Hay algo grande detrás de esto, algo muy grande.
—¿McCarthy me escuchó? —el coronel vuelve a hablar, por lo que regreso a la realidad.
—Sí, señor. Disculpe, estaba...
—Tranquila. Todos estamos igual de confundidos. No esperábamos encontrarnos con una escena así. Alias Can secuestró y mató a nuestro compañero sin ningún motivo —suspira—. Y no pudimos capturarlo vivo para hacerlo hablar. Si tan solo no hubiera atacado a los Beta... —hace una pausa—. Me hubiera gustado que lo capturaran vivo para entender un poco la situación —por lo que veo el único que sabe la verdad es Ladino—. Pero ya es tarde para hacer algo, solo nos queda seguir las regulaciones. Yo me ocupo de eso y usted de los heridos.
—Copiado.
Les informo a mis Alpha las órdenes y llamo al comando para solicitar camiones, los cuales llegan a los minutos.
Salgo del callejón con los heridos y me aseguro de que sean atendidos en el hospital militar. La gran mayoría son civiles y una pequeña parte son soldados Beta.
De los sesenta y dos heridos que he traído, catorce han fallecido debido a la gravedad de sus heridas, siendo cinco de ellos soldados Beta que participaron en el enfrentamiento directo.
Los minutos en el hospital se convierten en horas. Llega la madrugada y sigo al pendiente de todos los permisos y solicitudes. Todo sin saber nada del comando, no hay ningún reporte, aviso o llamada.
El día aparece, llenando de luz los ventanales del pasillo donde estoy tomando un café, y por fin empiezan a llegar notificaciones a mi celular. Son correos electrónicos y enlaces distribuidos por el comandante.
Los abro y veo la noticia del desmantelamiento de los Can y la muerte de su líder. Lo que destaca de algunos enlaces es que varios países han compartido la noticia y difundido felicitaciones.
<<Por supuesto, Can también los afectaba a ellos. Si ese criminal solo afectara a Noivax no les hubiera importado en lo absoluto la operación>>
Aprovechando la hora de envio de notificaciones, comienzo a redactar el parte de heridos y fallecidos, que envio al cabo de unos minutos.
Voy al área de enfermería donde hablo con el personal sobre la documentación de los soldados y de la falta de identificación de muchos civiles heridos.
En esto, veo por el pasillo de urgencias cómo los soldados Beta se abren paso a gran velocidad y cómo los enfermeros traen en camilla a un herido mientras le dan los primeros auxilios.
Miro al herido y me quedo inmóvil porque, aunque está golpeado y lleno de heridas profundas en la cabeza, puedo reconocerlo. <<Es el general Baker>>
—¡Soldado! —le hablo a un Beta, deteniendo su caminata—. ¿Qué sucedió? ¿Hubo un ataque en el comando? ¿Por qué el general está en ese estado?
—El resto de los Can que abandonaron ayer el callejón durante el operativo atacaron al general Baker y huyeron del país. Estuvo herido durante horas hasta que fue visto por un conocido.
El soldado continúa su camino rápidamente.
Respiro y paso mis manos por mi cara.
¿Qué hiciste, Ladino? ¿Y por qué diablos tu estrategia fue tan perfecta?
Maldición. Ni siquiera hay sospechas sobre él. Todos creen que Can secuestró a Arévalo y lo asesinó para seguir burlándose de la institución. Y apuesto a que pensarán lo mismo de Baker, que todo fue a modo de burla. No obstante, estoy segura que Arevalo debió exponer a Baker y por eso también fue asesinado a manos de los Can.
Pasan dos horas más y ahora también tengo que estar al pendiente del general. Sin embargo, ningún médico me da información concreta desde que fue ingresado al quirófano.
—Doctor, necesito el estado del general. —le insisto al cirujano que sale del quirófano donde está Baker.
—Lo lamento, el general tiene muerte cerebral, capitana. Lo estabilizamos y lo conectamos para que su cuerpo siguiera con vida, pero su cerebro no reaccionó. El daño es irreparable, los golpes que le proporcionaron en su cabeza fueron letales. Deben llamar a su familia y dejarles a ellos decidir sobre su cuerpo. Hice todo lo que estaba en mi poder —explica—. Tengo que intervenir a los otros heridos. Disculpe.
—Propio... —es lo único que puedo decir.
Tres muertes importantes en menos de veinticuatro horas. Y muchas muertes en pocos meses. Esto realmente está en llamas.
Notifico al comando las novedades, pero no recibo respuestas ni nuevas órdenes. De hecho, apenas se han comunicado conmigo. Ni siquiera me avisaron de la situación del general, la descubrí solo por estar aquí en el hospital.
Unos veinte minutos más tarde veo al teniente coronel atravesar la recepción con varios soldados detrás de él.
Me levanto para darle un saludo militar.
—Descanse, soldado —obedezco, observando como me entrega una bolsa de papel, la cual recibo. Dentro hay un zumo de naranja y dos sándwiches grandes con todo incluido—. Coma algo y duerma un rato, capitana. La cubriré aquí, ya leí sus notificaciones.
—Puedo continuar aquí...
—No ha dormido en más de veinticuatro horas, no desgaste su cuerpo cuando yo puedo recibir el turno después de haber dormido una noche entera. Vaya a descansar, es una orden. Por la noche tendremos una reunión con la general superior sobre los hechos registrados.
—Como ordene.
—Hoy tuvimos una reunión en la central donde le informamos a los demás comandos de la situación. En un rato le enviaré esa información a su correo electrónico.
—Estaré atenta. Y sobre el general...
—Ubicaré a su familia como usted lo indicó en su reporte.
—Copiado.
Termino marchándome sin poder poner ninguna objeción.
Llego a mi departamento vistiendo mi uniforme y arma ya que no tuve otra opción. Dejo el arma a un lado, me cambio de ropa y me acuesto en el colchón donde duermo para luego ver las noticias del país desde mi celular.
"Caída de Alías Can"
"Asesinato de soldado y ataque a general por parte del criminal"
"Masacre en Colexs"
"Venganza antes del fin"
Leer todo esto me hace dar jaqueca. Tantas hipótesis falsas me dan dolor de cabeza. Es tan surrealista, pero realista lo que piensan. Piensan cosas sensatas, pero no saben que la realidad está muy lejos de todo.
Apago mi celular y miro hacia la primera base de mi mini departamento y me concentro en el comunicador que está sobre la mesa. Y no puedo evitar pensar que la muerte de Arévalo también es indirectamente culpa mía. Sin embargo, no hay ningún sentimiento de culpa y eso es odioso, es odioso saber lo poco humana que me volví al estar en este camino.
Se supone que debemos ser fríos, pero mantener la justicia, y eso es algo que no hemos logrado. Estamos siendo consumidos por la necesidad.
Miro al techo y suspiro.
—No hay vuelta atrás, debo continuar y fingir que nada de esto está vinculado conmigo.
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*revive*
Buenas, buenas. Jajajaja
Perdón por la demora, pero se pudo volver.
*vuelve a desaparecer*
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