38. Inquietud.
Claire McCarthy
Voy a RB vistiendo con naturalidad. No me interesé en arreglarme ni en lucir mucho. Esta es una salida que debe ser y parecer tranquila e inicial de algún tipo de "amistad", si se le puede llamar así.
Llego a la entrada y saco las manos de los bolsillos de mi chaqueta negra cuando veo a Arévalo esperándome.
Éste resultó vestirse más presentable, aunque no tan formal. Su ropa parece nueva, pero no extravagante, y su cabello tiene un estilo diferente.
Me acerco al soldado y él sonríe amigablemente.
—Ca...
—Claire —lo interrumpo—. Recuerde que en lugares públicos y vestidos de civil no debemos presentarnos con nuestros rangos. —le susurro
Él asiente, pareciendo recordar aquel detalle.
—Claire —repite—, viniste. ¿Pudiste solucionar tus problemas personales? —me habla de manera no formal.
—Sí. Todo quedó resuelto —miro el establecimiento—. ¿Entramos?
—Por supuesto. Ya reservé una mesa para los dos.
Extiende su mano y la tomo por cortesía, entrando al lugar con él, donde nos guían a una mesa en la que nos sentamos.
Para iniciar mi forma de generar confianza, lo dejo hablar de sus cosas.
La conversación se vuelve muy larga. Habla de su vida, de cosas cotidianas, de la ciudad...
Nada interesante.
Solo escucho, doy mi opinión cuando corresponde, o simplemente me concentro en comerme el lomo de cerdo con patatas que pedí.
Después de eso, el soldado pide una botella de vino para celebrar en mi nombre por mi logro obtenido.
Cuando empieza a hablar de su vida por segunda vez, simplemente lo miro y analizo lo que dice. Su historia de vida suena muy común y llego a dudar de que sea real. Es obvio que omite muchas cosas.
—¿Y qué hay de tu vida, Claire?
—Bien.
Me arrepiento de haber salido con este soldado. No hay nada interesante en sus conversaciones. Me aburro. Tengo mejores conversaciones cuando hablo conmigo misma.
—¿Bien? ¿Y tu familia? ¿Cómo está? —insiste en que hable.
¿Ahora es él quien quiere obtener información de mí? Lo que me faltaba.
—Bien también.
El soldado me mira a los ojos. No deja de sonreír aunque sí noto cierta incomodidad porque no consigue hacerme hablar mucho.
—¿Y tu padre? ¿Cómo va su mente? —eso sí me hace cambiar de expresión—. No quiero ser imprudente, pero… ¿su salud está mejor ahora?
—Sí. ¿Por qué la pregunta?
—Curiosidad ... Yo lo conocí.
—¿Lo conociste?
—Yo llevo diez años aquí, lo vi retirarse hace nueve años.
—Cierto. Lo había olvidado. Pero no se retiró, lo dieron de baja... ¿cómo era como comandante? —eso sí me interesa.
—Muy respetado. El legado militar McCarthy siempre ha estado marcado en la institución por su disciplina, desde su abuelo que fue quien lo inició.
Mi abuelo... casi no hablan de él. No lo recuerdo porque murió por una herida en una misión cuando yo tenía dos años, y en la institución solo hablan de mi padre porque lo superó.
Aunque no es común tener adultos mayores con vida. La esperanza de vida aquí es muy baja, por eso no tengo a ninguno de mis abuelos con vida ni a ningún otro familiar. Sólo tengo a Fabien y a mi papá.
—¿Era realmente tan respetado?
—Sí, demasiado. Tu padre iba a ser el próximo coronel de aquí y posiblemente general. Tenía todo para serlo, su único error fue perder el control.
—¿Y por qué lo perdió?
—¿No lo sabes?
—He oído cosas, pero nada concreto.
El soldado me da una expresión de recelo. Como si me analizara de una manera extraña. Esa mirada no es normal. Él sabe lo que realmente pasó, lo puedo ver en sus ojos.
—Por la muerte de tu madre. Los A.T. la asesinaron y dicen que él se volvió loco de rabia, llegando al punto de asesinar a sus propios soldados en su momento de descontrol y demencia.
Dice lo mismo que todos.
Me quedo en silencio porque no sé qué decir al respecto.
—¿Tu padre ya no sufre ataques de ira?
—Él nunca los tuvo. No con nosotros.
—Es bueno saberlo. Tu padre tuvo suerte de haber sido calificado con problemas mentales y no haber obtenido cargos. Un demente de ese tipo no hubiera logrado estar libre como lo está él.
Aprieto mi mano en un puño debajo de la mesa para que no se dé cuenta.
—No le permito hablar así de mi padre. Usted no lo conoce ni sabe nada de él para hacer ese tipo de comentarios. —expreso seria, volviendo a la formalidad.
El soldado se da cuenta de su error y su rostro lo refleja.
—Lo siento. Lo siento. No quise decir eso. —se disculpa.
—Ya no importa. Sólo pido un poco de respeto para alguien que no está aquí para defenderse.
—Es correcto. Me disculpo de nuevo.
—Mejor hablemos de otra cosa. —me gustaría que me diera más información sobre lo que sabe de mi padre, pero dudo que me la suministre y solo obtendría más comentarios de ese tipo.
—Como guste. Pero quiero que sepa que no relaciono a su padre con usted, ambos son temas totalmente diferentes, sus errores no son los suyos.
—Agradezco eso —finjo que me dio paz, pero por dentro estoy ardiendo y no en el buen sentido—. Volvamos a hablar como civiles.
—Lo que quieras.
Seguimos hablando y bebiendo licor. Aunque este último lo tiro cuando tengo oportunidad. No tengo ganas de beber ni de hacer nada.
A medida que avanza la conversación, noto sus opiniones cuestionables. En el fondo se puede ver su verdadera personalidad, más que nada cuando habla de normas, clases sociales y privilegios.
Y, como no, él es el encargado de dar a conocer las órdenes y nunca se ha preocupado por frenar el dolor ajeno.
Después de una hora confirmo aún más lo obvio y tengo muy en claro que ganar su confianza como amiga nunca será un logro que traiga beneficios. Un amigo reciente no estará al tanto tan rápido de los trabajos sucios del otro.
Efraín Arévalo es un hombre que tiene una personalidad cuestionable y muy difícil de ocultar. Intenta camuflarlo para conseguir lo que quiere, pero no lo consigue del todo.
Con él, el acercamiento es inútil, es hora de actuar por las malas.
No sé si es la ira que me hace sentir escucharlo o lo estresante que es su presencia, pero tengo que obtener las respuestas que quiero de la manera más difícil, sin importar cuán poco profesional pueda parecer. Después de todo, nunca le importó el sufrimiento de otros soldados.
—¿Sabes lo que estaba pensando? —le hablo cuando finalmente se queda en silencio—. En ir al mirador saliendo de la ciudad. Allí todo será más privado.
Sus ojos se iluminan. Sin duda debe creer que sucederán otras cosas que solo quedarán en sus sueños. Tengo muchas ganas de poder hacerle preguntas relacionadas con su trabajo sin correr el riesgo de que me escuchen. Primero quiero intentar ver si puedo sacarle algo de información hoy, si no lo logro, tendré que usar el mal en otra ocasión.
El soldado no se negó y en cuestión de media hora estábamos subiendo los escalones, llegando a la cima del mirador a su debido tiempo.
La vista sigue siendo tan horrible como siempre, al igual que el abandono y la soledad del lugar.
—Sólo recuerdo haber venido a este lugar hace muchos años cuando aún lo visitaban unas que otras personas. —comenta mirando la vista.
—Yo también. —miento.
El hombre se vuelve para mirarme y sonríe.
—¿Y querías traerme para recordar esos tiempos?
—Sí. Desde aquí se puede ver la ciudad.
Nos quedamos mucho tiempo contemplando la ciudad opaca. Aprovecho esta calma para calcular como hacer las preguntas adecuadas en función de las conversaciones que tengo planteadas.
—No creo que me hayas traído aquí sólo para ver la ciudad. Querías que estuviéramos más solos, ¿verdad? —suelta de repente, haciendo que salga de mis pensamientos.
—Pues...
—¿Para qué querías que estuviéramos solos? —pregunta coquetamente.
Abro la boca para responder algo que aclare que soy una inocente que quiere hacer amigos...
—Te lo aseguro, no por lo que piensas. —una voz masculina se me adelanta y quedo perpleja al reconocerla.
Giro la cabeza al mismo tiempo que Arévalo para encontrar una silueta masculina en el lugar donde inicia el mirador.
¿Qué carajos hace Ladino aquí? ¿Cómo supo que estaba aquí?
—¿Quién diablos eres y qué haces aquí? —Arévalo da un paso adelante y yo me quedo en mi lugar, justo detrás de él—. Este lugar no es público ni tiene acceso autorizado. Sal de aquí.
Ladino se ríe y apoya las manos en la barandilla. Su rostro es diferente como siempre.
—¿Quién soy y qué hago aquí? —se burla—. Soy alguien deseado por muchos y estoy aquí por lo mismo que ella. —me señala.
El soldado me mira sin entender nada.
—¿Lo conoces? —pregunta con autoridad.
Antes de responder miro a Ladino y su sonrisa me hace maldecir. <<Debo usar la fuerza>> Mi plan de confianza fue dañado, si no uso la fuerza este soldado dirá lo que pasó y me expondrá ante todos.
—Puede ser.
El soldado frunce el ceño y vuelve a detallar al extraño. Aprovecho su distracción para darle una patada en la espalda con suficiente fuerza y velocidad para hacerlo caer al suelo.
Su cuerpo golpea la madera y, en un movimiento rápido, me subo a su espalda, apoyando mi rodilla para inmovilizarlo.
—¡¿Qué?! ¡McCarthy! —lucha—. ¡¿Qué demonios está haciendo?! ¡¿Qué carajo es esto?! ¡Usted es una capitana!
—Y tú eres una alimaña, Arévalo. Apoyando a Baker y los secuestros militares. —lo jalo del cabello para que mire hacia arriba.
Sus ojos muestran impresión. No se esperaba nada de lo que estoy diciendo.
—Tome, mi capitana. —escucho a Ladino hablarme mientras me entrega una cuerda.
Ladino usa su pie para presionar el brazo que Arévalo estaba moviendo para intentar girarse. Aprovecho para atarlo y sujetarlo a su otro brazo.
—¡Suéltame! ¡Te vas a arrepentir de esto!
Grita tantas cosas que pierdo la cuenta.
Lo jalo de su camisa y lo hago arrodillarse frente a donde estamos Ladino y yo.
—Capitana, hablemos. No sé para quién trabaja, pero no tiene que hacer esto. Puedo darle el triple de lo que le dieron.
—Ella no necesita nada de ti. —Ladino habla por mí.
—¡Estoy hablando con ella! Ni siquiera sé quién carajos eres o de que asqueroso grupo criminal vienes.
—¿De verdad no me conoces? Si soy yo a quien buscan tus superiores, soy yo quien no les deja disfrutar de la paz —Arévalo abre mucho los ojos con un gran reflejo de pánico—. Veo que te acordaste de mí. Yo también estuve buscándote por mucho tiempo, soldado informático encargado de cerrar mis accesos internos.
Miro a Ladino de soslayo. <<Así qué se cuela en el sistema>>
—La... di... no... —habla con su voz temblorosa y lenta.
—El mismo que roba y engaña.
El soldado pasa su mirada entre mí y el criminal a mi lado varias veces. Está aturdido, asustado e inmóvil.
—Entonces la amenaza era falsa… las historias no han sido reales… tú trabajas para él. Eres la espía. Me estabas utilizando —se ríe a modo de bufo—. Por eso querías salir conmigo. Todo tiene sentido. Era extraño que una capitana quisiera salir con un simple soldado, caí. ¡Maldita traidora hipócrita! —espeta enojado.
Levanto las cejas y me acerco a él. Hablaré con Ladino luego de esta tontería que me hizo.
—No trabajo para él. Yo misma vi las atrocidades que cometieron tú y los demás; aprovecharse de los militares y sus fortunas es una bajeza muy flagrante. Aunque sí, acepto que te usé, quería tu confianza, pero veo que eso es imposible —alego—. Sé que ustedes realizaron los secuestros militares; sé que crearon la farsa Duperli, Ladino y Can. Y sé que el general Baker es quien los lidera. Pero todavía hay cosas que no sé, como la implicación de Gray en asuntos pasados y el nuevo orden que planean implementar en el mercado negro.
—Si te digo lo que te interesa, ¿me dejarás ir? Podemos negociar, McCarthy.
—No. Ella no va a negociar eso.
Veo como el delincuente se acerca al soldado y le requisa los bolsillos de su pantalón, encontrando su celular.
—Esto es lo que yo necesitaba —sonríe—. Muchas gracias por traerlo, mi capitana. Los soldados informáticos son tan cautelosos que no suelen salir con cualquiera. Cautivó a este perro seguidor.
—¿Quién le dijo que no voy a negociar con el soldado informático? —enfrento a Ladino. Él cree que puede tomar decisiones por mí, cuando quien logró traer a esta alimaña fui yo.
—¿Lo hará?
—Por supuesto que lo hará. Yo tengo las respuestas que ella espera. —interviene el soldado. Ese no tiene ningún sentimiento de culpa, vergüenza ni nada por el estilo. Sólo vive de traiciones.
—¿Qué tipo de respuestas? —Ladino se cruza de brazos—. Ustedes tienen códigos de silencio y por ello sólo dicen mentiras a la hora de negociar.
—¿Cómo sabes eso? ¿Cómo conoces nuestros códigos? —el soldado parece sacado de sus pensamientos. Pero tiene razón, ¿Ladino cómo sabe eso?
—La respuesta a esa pregunta es tan peligrosa que todos los tuyos temblarían.
Parpadeo.
No necesito ninguna respuesta de Arévalo. Las necesito de Ladino. Siempre lo supe, pero tuve que buscar otra alternativa por su mala comunicación.
La verdadera clave aquí es él, ese criminal que lo sabe todo.
—¿Por qué temblaríamos por un criminal del hampa salido de la nada?
—Porque soy mucho más que eso. Pero basta de hablar. Ya tengo el acceso que necesito.
El soldado se queda pensativo. Es evidente que no entendió nada de lo que dijo Ladino y yo tampoco.
—Quiero que este soldado desaparezca. —le ordeno a Ladino.
—¡¿Qué?! —exclama el soldado—. Capitana, negociemos. No deje que este extraño la haga sucumbir. Usted y yo podemos llegar a un acuerdo en el que hay mucho dinero de por medio.
—No me interesa. Yo no soy como ustedes y no pretendo caer en sus engaños y la forma en que le están haciendo la vida imposible a gente nueva como yo —me vuelvo hacia Ladino—. Sácalo de mi vista y no quiero que vuelva al comando. Gracias a mí obtuviste lo que querías, así que me debes una.
Ladino me sonríe de lado.
—A sus órdenes, mi capitana.
Me acerco para hablarle al oído.
—Nos vemos en un rato en el hotel Valaga. Te voy a estar esperando. Pregunta por Chanel. —le susurro.
—Iré, porque hay algo que quiero saber.
Me doy la vuelta y busco los escalones para salir de este lugar.
Me importa muy poco lo que pase con Arévalo. A estas alturas no me importa mucho lo que pase o no con gente como él.
Lo único que me importa es hablar con Ladino y esta vez lo haré en serio.
Basta de paciencia y diálogo sereno.
•••
Ha pasado más de una hora y todavía lo estoy esperando en la habitación del hotel.
Me pregunto qué hizo con Arévalo, pero sobre todo me hago preguntas sobre la verdad de este lugar. Ladino de alguna manera lo sabe todo, ese criminal siempre ha sabido la verdad sobre Baker y la institución, incluso sabía sobre el soldado informático.
Ladino es extremadamente extraño y misterioso, lo que genera demasiadas preguntas sin respuesta.
Y no importa lo que me cueste, esas respuestas las obtendré esta noche o en estos días, el tiempo no importa.
Un rato después tocan la puerta y suspiro, ya mentalizada por lo que se avecina.
Abro la puerta y aparece en mi campo de visión un Ladino disfrazado, que entra sin decir nada.
Cierro la puerta y ambos nos miramos por unos momentos.
—¿También es un acosador ahora? ¿Cómo supo que estaba allí con Arévalo?
—No la estaba siguiendo a usted sino a él. Que sorpresa me llevé cuando la vi llegar a ese restaurante... Aunque ya sospechaba de sus posibles acciones extrañas, mi capitana, le dije que siempre me entero de todo.
—Ah, ¿sí? ¿Qué descubrió? —hago que nuestros cuerpos queden muy cerca.
—Que usted ya sabía de las porquerías de la institución y que fue el héroe que evitó el secuestro militar —salivo—. ¿Pensó que nunca estaría al tanto? Era muy evidente por la forma en que quería saber de los superiores y por como se dirigía a mí, quería que me distrajera. Pero tengo muy poco de tonto.
Me río falsamente.
—Lo felicito por su descubrimiento. ¿Qué hizo con Arévalo?
—Lo sabrá pronto. Ahora quiero que me diga lo que sabe sobre él y Baker. Escuché claramente las referencias que dijo.
—Lo que dije es lo único que sé. No me dejó obtener más información por su intromisión.
—No obtendría más información. Mejor...
—Ya, Ladino, ya —me llevo las manos a la cabeza, fingiendo estrés—. No quiero oír nada más sobre soldados y criminales. Ya tuve suficiente por hoy.
—¿Tiene dolor de cabeza?
—Sí —miento—. Tengo mucho estrés.
Ladino ajusta un mechón de mi cabello y acaricia mi mejilla. Me muerdo el labio inferior, haciendo contacto visual y logro llamar su atención.
No digo otra palabra, pero guío mis manos hacia su camisa verde oscura y voy descendiendo hasta encontrar el borde de la misma. Juego un poco, con la intención de quitársela. Quiero provocarlo.
Le sonrío y paso mi lengua por uno de mis colmillos, logrando hipnotizarlo de alguna manera.
No lo dejo reaccionar, sino que me acerco a besarlo. Lo beso brevemente mientras le quito la camisa.
—Quítame el estrés de encima y luego discutiremos los problemas aquí.
Me presta atención y se pierde en mis ojos. Él sigue el beso sin objeciones mientras se deshace de mi camisa también.
Doy un paso hasta que cae sobre la cama y me subo encima de él. Beso su cuello, manteniéndolo distraído al tiempo que sostengo sus muñecas y coloco sus manos en el respaldo de la cama.
Cuando lo tengo totalmente distraído, de forma rápida y desprevenida, saco unas esposas de debajo de la almohada y lo esposo a la cama sin siquiera dejarlo salir de su trance.
Cuando intenta reaccionar ya es demasiado tarde. Ya está esposado y refuerzo su agarre sacando una cuerda de la otra almohada. Hago los nudos especiales que conozco, los cuales son muy complicados y requieren de tiempo para deshacerse, ya que soy consciente de que él sabe liberarse de las esposas solas con facilidad.
—Pues de tonto si tiene bastante, criminal —le hablo aún sobre su cuerpo—. Hoy tengo el control y vengo con la intención de obtener respuestas de usted sin importar nada. No más esperas.
Me río y él me mira todavía procesando la situación.
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