34. Por mi propio seguir.

Claire McCarthy

—Nuestro anterior capitán dejaba el caso hasta después de nuestras ocupaciones. Le gustaba realizar el caso a mediados del mes. —uno de mis soldados responde cuando pregunto cómo manejaba Khan la ejecución de los casos.

Tengo a la mayoría de los soldados Alpha en una parte solitaria del enorme campo de la central. Estamos todos sentados en una especie de círculo mal logrado.

Permanezco apoyada con mi espada contra el tronco de un árbol y me cruzo de brazos.

—Ese modo de ejecución no va conmigo. No me gusta dejar los casos para el final, los casos hay que tratarlos con antelación. Los soldados que han estado bajo mi mando ya lo saben y al resto se lo aclaro —todos me observan atentamente—. Las ocupaciones no serán olvidadas, pero sí divididas. Normalmente divido las tareas, una parte de la tropa se centra en las ocupaciones y la otra en el caso. Los soldados son elegidos en función de lo que requiere cada tarea y no por mi capricho. Si una tarea necesita un soldado creativo, elijo a uno creativo. Si se necesita un soldado veloz, elijo a uno veloz. Si se necesita uno joven, elijo a uno joven. Todo según sea necesario.

—Entonces, ¿cómo seremos divididos nosotros y el caso, capitana? —pregunta un soldado.

—Como saben, nuestras ocupaciones se basan en la frontera. Con la teniente revisamos sus perfiles y los dividimos por cualidades; una parte seguirá vigilando la frontera realizando operaciones menores, y otra parte patrullando y revisando la zona con registros mobiliarios incluidos —comento—. Observamos que muchos tienen buenas referencias en cuanto a patrullaje, así que nos guiamos por eso. Todos serán notificados de su posición en una lista escrita.

—También queremos hablar del caso en grupo para conocer sus opiniones. —Villin se suma, apoyándome.

—El caso Z.A.L es un caso que ya conozco, sé un poco de cómo lo intentaron resolver. Para los que no lo saben yo vengo de Realidad y esa ciudad ya tuvo ese caso en sus manos. Lo tuvo otro capitán de mi comando anterior. Son un grupo muy difícil de detectar.

Les enseño un gráfico en una tableta digital que muestra el mapa de la capital de Soluth y las ciudades de Noivax que tienen frontera con ella.

—Por investigaciones pasadas se sabe que los artilugios soluanos que venden en el mercado negro se traen desde Nueva soluth, la capital de Soluth. Por ello se cree que el tráfico ilegal debe realizarse por alguna frontera con esta ciudad —explico lo que ya sabía—. Cielo negro, Colexs, Realidad y una parte de Dexois del norte son los principales puentes de acceso. Sin embargo, Dexois del norte y Realidad ya fueron descartados por casos pasados ​​junto con Cielo negro y la zona 3 de Colexs debido a la selva que existe en esas zonas y separa a los países. Por lo tanto, las posibles zonas de acceso son la 1, 7 y 8.

—El caso Z.A.L le ha sido asignado a tres tropas, cada una siendo parte de las zonas mencionadas —Villin señala los nombres en la tablilla—. Alpha, Tau y Chi comparten caso, pero cada una lo efectuará en su área de labor...

Villin les explica a los soldados el plan que se nos ocurrió juntas y charlamos con los capitanes Tau y Chi. Nuestro trabajo será la infiltración, tendremos que deambular por los mercados negros en busca de saber quiénes son los vendedores e importadores ilegales que suministran los equipos.

Lo complicado de esto es que el mercado negro de la zona 1 no es estable, cambia de posición cada cierto mes o día si sienten la más mínima presencia policial. Si nos dejamos en evidencia, el mercado se ocultará y eso será una gran pérdida de tiempo.

Les digo a mis soldados que debemos empezar con un solo soldado yendo al mercado negro para mirar la zona y analizar cómo podrán entrar los demás sin levantar sospechas. Primero será uno, luego tres, luego seis y así sucesivamente hasta que un grupo se disperse por todo el lugar. Algunos tendrán que trabajar, otros serán compradores, todo hasta saber quiénes son los comerciantes y líderes del mercado.

El primer soldado tendrá que ser Villin o yo, ya que los otros Alpha no parecen confiar en sus habilidades. Una de nosotras tendrá que ser el ejemplo a seguir.

Soy yo quien asumo esa responsabilidad porque Villin todavía no parece estar lo suficientemente bien como para actuar. No obstante, sí la encuentro apta para dirigir desde la oficina. Ella conoce muy bien mis exigencias y se asegurará de que se cumplan las tareas de la tropa.

Lo que me queda es estudiar los datos que resaltan en los documentos que me dió el coronel sobre el mercado negro de la zona 1 y preparar a todos los soldados elegidos para infiltrarse después de yo haber ido a calcular la zona y las precauciones que debemos tomar.

•••

Miro mi disfraz por un momento en el reflejo de la ventanilla de un auto.

Mi cabello negro suelto y desordenado cae sobre una parte de mi rostro el cual tiene maquillaje que hace aparentar viejas cicatrices y moretones en mis mejillas y frente. Mis ojos no son verdes sino marrones y gracias a algunos retoques parezco mayor de treinta años y poco reconocible.

Porto ropa vieja, que consiste en un abrigo negro que me llega hasta las rodillas, pantalones y una camisa sencilla con zapatos un poco gastados.

En toda la información que estudié, quedaron muy en claro las reglas que rigen al mercado negro, y el hecho de que las apariencias son muy importantes porque a este tipo de lugar sólo vienen criminales trastornados que nunca visten bien.

La información también habló de los lugares donde se forma el mercado, o bueno, donde comentan está ahora, permaneciendo ubicado en una calle del bajo mundo donde manejan todo tipo de cosas ilegales y de valor. En este deben distribuir los artilugios soluanos por toda su circulación.

Nada más llegar a la zona, soy interceptada por un hombre que porta un arma de fuego.

No me inmuto y mantengo la mirada sin sentir que representa a mi disfraz, es como si fuera una muerta viviente.

—¿Quién eres y qué buscas en este lugar? —pregunta mientras registra mi cintura, y extremidades.

Esa es una de las reglas de aquí. <<Sin armas>>

—No tengo identidad, así que me puedes llamar como sea y vengo aquí buscando un arma.

—¿Qué tipo de arma?

—Una que me ayude a vengarme de esto —señalo las cicatrices en mi cara—. Tengo un bastardo al que matar.

—¿Traes suficiente dinero?

Esa es otra regla. <<Traer dinero>> y esta se liga a otra <<No robar>> Quien sea descubierto robando será castigado con la pérdida de las manos.

Saco de mis bolsillos billetes arrugados que representan una buena suma. (Este dinero lo aporta la institución para mantener toda la fachada)

—Puedes continuar —señala la calle donde hay varios puestos callejeros llenos de gente—. Y nada de alterar la tranquilidad del mercado.

Tomo marcha como si nada hubiera pasado. No bajo la mirada en ningún momento ni expreso algún sentimiento, pretendiendo ser alguien frío y sin intenciones de socializar.

Miro cada puesto mientras camino por la zona entre las personas que, en su mayoría, son compradores. Los primeros puestos son de ropa de segunda mano, teléfonos móviles, cámaras de seguridad rotas, herramientas y repuestos de vehículos. Todo lo que venden aquí debe ser robado, de eso no tengo ninguna duda.

Los puestos se vuelven turbios al final de la calle, que está bloqueada por cajas al terminarse, creando una especie de callejón.

Hay un puesto que tiene sus productos en un congelador, me acerco un poco para mirar y... son bolsas de sangre con sus tipos sanguíneos escritos en cada una. Me alejo al instante sin querer saber de dónde las sacaron.

Doy unos pasos más y me distraigo al ver el puesto más concurrido del lugar. Es el puesto de alucinógenos.

—Vengo por el cargamento de mi jefe —un hombre, que viene con otros dos, habla con el vendedor y este le entrega un paquete sellado—. ¿De qué proveedor es? Este empaque no me es familiar.

—De uno nacional.

—¿No tienes de JJ? El jefe prefiere la mercancía internacional, la nacional no es de tan buena calidad. La de JJ fue lo más parecido que encontramos a la de Harris después de su muerte. Esa si era de excelente calidad.

—Dile a Can que no tenemos internacional hasta que busquemos un nuevo proveedor. JJ se mudó a Hilfixo y no responde a mis solicitudes, por lo que ya no podremos contar con su producto.

—¿De verdad? Que desperdicio. Te recomiendo que busques rápido a un proveedor de calidad porque el retraso pone de mal humor al jefe.

—Haré lo que pueda, pero no me estés dando amenazas, ellas no tienen validez para mí.

—Pero qué delicado —se ríe—. Estoy jugando. Volveré mañana por cien dosis inyectables, ten esos paquetes listos.

—Como ya sabes, tengo listo todo lo que me pagan. —extiende la mano y el hombre ríe nuevamente.

—Lo sé perfectamente. —saca un sobre grueso y lo coloca en la palma de su mano.

Los tres hombres abandonan el puesto y saludan a la gente a lo largo del camino. No me sorprende en absoluto haberme topado con esos hombres de alias Can porque era una posibilidad alta. Cada delincuente compra lo que necesita aquí, donde no se registran compras y se pueden conseguir todo tipo de barbaridad.

Realmente me habría sorprendido si el verdadero Can hubiera estado aquí. Lo he visto en imágenes, pero no en persona y me gustaría saber por qué muchos dicen que su mirada es la muerte en persona. En las imágenes luce normal, es un hombre calvo, de ojos oscuros y barba.

Me acerco a un puesto con armas de fuego sencillas y luego a uno que tiene pequeñas botellas de colores, que analizo sin entender del todo qué son.

—¿Te interesa alguno de mis productos? ¿Qué estás buscando? —un vendedor hombre me habla. Él lleva una gorra que no me deja ver bien su rostro.

—¿Qué son exactamente? Estoy buscando un arma que me ayude a matar a un bastardo.

—Medicamentos prohibidos por su nivel de adicción... ¿Arma? ¿Qué tipo?

—Una que sea discreta. Quiero matar al bastardo que me hizo esto —señalo las cicatrices falsas—, pero de forma silenciosa para que me sea fácil esconder su cuerpo y no levantar sospechas. No quiero que nadie jamás sepa lo que hice.

El hombre sonríe.

—Creo que tengo algunas opciones que podrían interesarte. Sígueme.

Lo sigo hasta unos puestos que están cerrados, o eso creo, ya que unas cortinas negras los cubren por completo. El vendedor abre las cortinas y revela dos puestos juntos con sus vendedores adentro; son un hombre y una mujer que también portan gorras.

Paso saliva cuando veo que uno de esos puestos es quien proporciona los artilugios soluanos. El otro puesto es de sustancias enmarcadas con signos de muerte.

—Esta mujer viene buscando un arma para matar sigilosamente a un cabrón que la lastimó. ¿Qué pueden ofrecerle, hermanos?

—¿Qué clase de muerte quieres? —me habla el otro vendedor hombre.

—Una verdaderamente dolorosa y agonizante.

—Iba a recomendar algunas de mis armas —interviene la vendedora mujer—, pero estas son para matar rápidamente. Lo que necesitas es un veneno. Hermano, muéstrale lo que tienes. —mira al masculino.

—Tengo sedantes y venenos traídos de Hasul. El veneno que recomiendo es este: —me muestra una botella muy pequeña que tiene dibujada una rana roja en su envoltorio.

—¿Pero un veneno no sería una muerte rápida? —inquiero como si nada.

—Este veneno no es precisamente rápido, su función es crear una parálisis de cuerpo en cuestión de segundos, seguida de un ardor tortuoso que puede durar horas en el cuerpo mientras quema todo rastro de vida, terminando en un paro cardíaco... Pero si buscas un mecanismo útil para realizar la tortura tu misma... —saca un pequeño frasco blanco con una flor negra dibujada en él—, te recomiendo este sedante de congelación muscular. Su función es bastante sencilla: Adormece los músculos, crea confusión e inconsciencia. Es uno de los mejores y más solicitados para torturas, más que nada porque las víctimas se vuelven adictas a él.

Aunque no lo demuestro, por dentro quedo inmóvil ante esa explicación. Sedante de congelación muscular que crea adicción… ¿será posible?

—Me interesa ese sedante. De esa manera puedo acabar yo misma con el bastardo. —hablo de manera odiosa.

—Con gusto —guarda el veneno y me acerca el pequeño frasco del sedante—. Con sólo inyectar dos centímetros de contenido hará efecto en cuestión de segundos. Aquí también brindamos servicio de adormecimiento; en caso de que estés interesada, uno de nuestros hombres sedará a quien quieras con tu sedante a cambio de una comisión.

Por comisión... Entonces de aquí sacaron al cómplice. Por supuesto.

—No, gracias, esto lo haré yo sola… ¿cuánto cuesta el sedante?

—Quinientos dólares.

Saco billetes de mis bolsillos. Cuento quinientos dólares y se los doy al vendedor. Él los vuelve a contar y trata de alisarlos un poco. La idea de que los billetes fueran así es para demostrar que es dinero de la calle, bien podría ser robado o pedido en limosnas.

—Perfecto —me entrega el frasco—. Disfruta de tu compra.

Tomo el frasco, lo guardo en el bolsillo de mi abrigo y empiezo el camino de regreso a la salida.

Detallo todos los puestos que mis ojos no pudieron analizar antes debido a la multitud.

Hay puestos de cambio de monedas de muchas naciones. Uno de esculturas y pinturas. De joyería. De falsificaciones. Incluso de productos de belleza y personificación.

Salgo de ese mercado negro, pudiendo volver a respirar profundamente. El olor de ese lugar es siniestro y su atmósfera inquietante.

Camino por las calles tratando de pensar con la mente fresca.

Ese lugar es un completo foco de criminalidad, es el cielo y paraíso de los delincuentes. Me gustaría decir que no entiendo cómo sigue en pie, pero esa respuesta me la dieron desde el principio: El mercado negro se mueve o desaparece por un tiempo cuando notan movimientos policiales.

En lugar de desmantelar los grupos, deberíamos empezar por el mercado negro. Es a través de este comercio que los delincuentes logran obtener las herramientas de sus delitos.

Sería una muy buena demostración de autoridad. Sin embargo, dudo que el coronel escuche mi idea. Más que nada porque lo he evitado estos días. Ese resultó ser tan vutiperador como muchos hombres superiores. Me importa poco lo que piense de mí, pero mi orgullo me obliga a mantener la distancia. Soy la única que puede opinar sobre mis actos y hacer cosas naturales sin juzgarse por nimiedades.

Por otro lado, ya sé que es una mujer la que vende los artilugios soluanos. Sin embargo, no estoy segura si es ella quien los trafica, aunque la posibilidad es alta porque noté que cada vendedor se encarga de traer su mercancía. Así que, por el momento, ella será nuestro punto fijo.

Llego a una calle donde me espera un vehículo particular. Es un auto camuflado de la institución. Me subo inmediatamente y miro a los dos soldados que están dentro.

—¿Nadie la siguió?

—No, a los guardias no les importa lo que les pase a los compradores ya afuera del mercado.

—¿Y cómo está la zona, capitana?

Suspiro.

—Complicada, pero tengo una idea. Luego les explicaré el proseguir. Mientras tanto necesito que uno de ustedes lleve este sedante al hospital militar para que lo analicen y lo comparen con el sedante que le dieron a Lavoie, Dallos y Domínguez.

Narrador omnisciente

La capitana McCarthy le cuenta a su tropa lo que vió y lo que considera necesario a tener en cuenta para ingresar y no ganar problemas en el mercado negro.

Allí las apariencias son importantes, el no llevar nada extra además del dinero también y tener un buen motivo de compra aún más.

Le dice a sus soldados que la opción de infiltración más viable que observó es la de ser compradores, descartando por completo la opción de buscar trabajo. En cuanto a los compradores, destaca que hay un puesto que les permitirá infiltrar a varios soldados y con productos no muy costosos.

El puesto de alucinógenos vende pequeñas papeletas de drogas a un precio muy asequible. Además, este puesto es uno de los más solicitados por los civiles de la calle, por lo que cualquiera puede ser comprador sin levantar sospechas. Y, como es bien sabido, este tipo de compradores vienen diariamente, lo que beneficia la infiltración. Ojos diarios sobre el lugar.

Horas más tarde los resultados de los análisis fueron recibidos por la capitana, quien ya estaba segura del resultado, el cual acertó. Sí, es el mismo tipo de sedante. Baker y sus soldados han estado en el mercado negro y han solicitado servicios especiales.

Ante esto, la capitana acude a la oficina del comandante Arias, ya que él es su primer superior y es a quien debe entregar el informe físico sobre el gasto de dinero de la institución.

Tan pronto como llega, el comandante la hace sentarse.

—Bien, McCarthy, su informe de gastos muestra la compra de un sedante por quinientos dólares noivanos, pero también me informa que lo envió al laboratorio del hospital militar para una comparación. Me imagino que me explicará sus razones, ¿correcto?

—Sí, señor. Hice que analizaran ese sedante con el que se encuentra en la sangre de mis soldados afectados y resultó ser el mismo. Lo hice porque quería comprobar que los delincuentes lo obtuvieron de ahí —explica Claire—. Esto me llevó a reflexionar sobre ese mercado negro, comandante. Sé que es muy atrevido de mi parte, pero creo que más que atrapar a los contrabandistas de armas, hay que desmantelar ese comercio que da paso a todo tipo de delitos. Allí se concentran todo tipo de contrabandistas y vendedores ilegales sin mencionar a hombres que realizan trabajos sucios. En mi informe le detallé todas mis observaciones.

—Según lo que he investigado, si han querido desmantelar el mercado negro. De hecho, lo han intentado, pero este siempre nota la movilidad policial.

—Soy consciente de ello, pero con más opiniones se nos pueden ocurrir nuevas ideas sobre cómo terminarlo. Creo firmemente que con más apoyo se puede lograr.

El comandante analiza la destreza que posee la capitana.

—En este momento no podemos pedir ese apoyo por el operativo hacia alias Can. Sin embargo, le propongo algo —Claire presta toda su atención—: Intente recopilar información concreta del mercado negro. Investigue quién o quienes lo controlan, cómo descubren los movimientos policiales, cómo eligen dónde posicionarse, información de todos los vendedores y haga sus propias propuestas de desmantelamiento. Si tenemos esa información podemos hacer que tengan en cuenta la operación, yo me encargaré de eso. Todo ello sin olvidar el caso Z.A.L... Por cierto, ¿cómo va ese caso en relación a las demás zonas?

—Recién vamos empezando, pero ya le informé a los demás capitanes que en esta zona quien vende los artilugios es una mujer. Ellos tendrán en cuenta aquel dato.

—¿Qué características físicas presenta aquella mujer?

—Es difícil responder a eso, todos los vendedores usan gorras y tratan de no mostrar mucho la cara. Lo único que puedo decirle es que su piel es blanca y aparenta tener más de treinta y cinco años.

—Deben saber todo sobre ella, ella es la principal sospechosa.

—Mis soldados masculinos serán ahora quienes vayan a ese mercado haciéndose pasar por civiles con adicción en busca de alucinógenos para hacer sus propias investigaciones al respecto. Iré en unos días para no levantar sospechas, tengo mi fachada bien calculada.

—Eso me parece perfecto. Bueno, no olvide mi propuesta y le deseo suerte. Lo principal que quiero que tenga en cuenta es la zona y a la vendedora de armas soluanas. Deben saber lo más que puedan.

—Haré todo lo posible para obtener todos los datos que mencionó. Me gusta su idea... Si señor, ese es nuestro primer propósito, conocer la zona y más que nada tener la vista puesta en el puesto principal.

—Me alegra oír eso. Pero mantengamos esa información entre sus Alpha, usted y yo. Este tema es delicado y confidencial.

—Eso es exactamente lo que le iba a decir, no se preocupe.

—Ambos tenemos las cosas claras entonces. Si necesita algo de mí, me lo puede notificar y yo haré lo posible por apoyarlos. Usted y sus soldados cuentan con mi participación superior.

A la capitana le agrada más el comandante Arias que el comandante Nash. Él, al no ser antiguo en la ciudad, se integra más con los soldados en cuanto al avance de sus acciones, le gusta apoyarlos en todo lo que pueda. Además, es mayor que Nash y sabe bien cómo manejar determinadas situaciones.

•••

—Aquí tienes. —un maletín golpea la madera del escritorio donde una mujer revisa documentos antiguos.

El sonido contundente no la asusta, solo la hace mirar hacia arriba, determinando al hombre frente a ella.

—¿Y esto es... ?

—Ábrelo. —ordena el hombre.

La mujer abre el maletín y revela los fajos de dinero que contiene. Una sonrisa se dibuja en su rostro mientras examina cada rollo.

—Entonces lograste recuperar lo que perdiste... Magnífico. Aunque, ¿por qué tardaste tanto?

—¿Eso importa? Siéntete feliz de tener el dinero, logré conseguirlo todo.

La mujer se ríe lentamente ante eso.

—Y ya me imagino cómo lo conseguiste. Espero que te estés cuidando de cualquier enfermedad, no quiero ningún enfermo entre mis hombres.

—He estado haciendo esto toda mi vida, ¿crees que es relevante tu comentario? Yo más que nadie sé trabajar.

—No tengo dudas al respecto. Al menos eso ayuda a recuperar dinero. A ver si el otro idiota cuyo plan también fracasó recurrirá a lo mismo para recuperar lo que invirtió en ese secuestro masculino fallido... Es una pena que tu táctica para buscar información no funcione en ese asunto.

—No me importa lo que él haga. Yo ya di mi parte y es lo único que me debe importar. Y sí, es una pena —el hombre observa a la mujer guardar el maletín y volver a centrarse en los documentos que estaba leyendo anteriormente—. ¿Y esos documentos de qué son?

—De tu tarea especial que aún no tiene avances. ¿No reconoces que son los documentos en copias que te entregué hace meses? —se los muestra y el hombre los reconoce al instante.

—Esa tarea la estoy realizando lentamente. Su implementación es complicada y no es como si tuviera mucho tiempo libre.

—Si no eres capaz de hacerla por la vía pacífica, utiliza la fuerza. Ya sabes quién nos dió pistas de que esa persona tiene actitudes peligrosas. Olvídate de la idea de investigar y en su lugar haz un secuestro.

—¿Un secuestro? —se burla—. ¿Con Ladino libre? No voy a correr ese riesgo, si realizo ese secuestro e interviene Ladino habré perdido todas mis oportunidades. Voy a seguir el plan que tengo hasta que capturen a ese ladrón de mierda, entonces nada me detendrá en usar la fuerza.

—Tienes razón. Ese riesgo lo dañaría todo. Sigue adelante, pero avanza, quiero un progreso pronto o mi paciencia irá decayendo... Cuando llegue el momento y Ladino haya sido atrapado, espero que salga a la luz tu inhumanidad. No quiero debilidad.

El hombre asiente, inexpresivo, diciéndose a sí mismo lo que debe lograr y que, como ya no tiene trabajo extra, debe tomar en serio su tarea especial.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top